Hoy se dice que la lectura, y con ella los libros en general, está amenazada por la fluidez insensata del mundo digital. Es cierto. Pero, más que los libros en sí mismos o la lectura como tal, es la lectura inteligente y consecuente la que desde hace tiempo está amenazada por la industrialización de la cultura y por el abandono de la sociedad ante las cuestiones que verdaderamente cuentan. Sin pasión por la ética y la política, la lectura se convierte en una especie de vicio confesable y anodino.