Una casa sin puertas, sin ventanas, destechada y en ruinas, a merced de cualquier golpe de viento, por muy leve que sea. Así es la realidad que nos vienen imponiendo desde hace más de cuatro años, un paisaje en el que nos han relegado a ser bulbos condenados a vivir en la parte subterránea de la vida, donde los que tejen esa realidad abocan la inmundicia que necesitan alejar de su realidad, bien distinta.