Quien no lucha ya ha perdido

Por Hobo – Laboratorio de los saberes comunes. Traducción Comité disperso

“Cuando el enemigo avanza, retrocedemos; cuando acampa, lo hostigamos; cuando se fatiga, lo atacamos; cuando se retira, lo perseguimos.”
(Mao Tse-Tung)

0. Volvamos a los fundamentos, ya que en una época en la que se han perdido, restaurarlos no es una operación inútil, por desgracia. ¿Cuál es el ABC en este caso? Aquí está: el poder es una correlación de fuerzas. En el capitalismo, los amos recurren a la represión como respuesta a la iniciativa de clase, una amenaza eficaz, un ataque concreto. Los amos, sin embargo, no gobiernan a través de la represión, sino, principalmente, a través de la aceptación de su sistema. Y, cuando las luchas existen, no sólo piensan en reprimirlas: primero las estudian para encontrar la manera de usarlas, el cómo hacer de ellas un motor del desarrollo y fortalecimiento de su propio dominio.

En este punto, continuando con nuestro pequeño resumen, hay que responder a la pregunta: ¿qué significa correlación de fuerzas? Significa un proceso material, en constante cambio, reversible dado que se basa en el conflicto. Esta relación se compone de una multiplicidad de elementos, que para el capital van desde la producción de consenso al recurso a la represión, represión contra quien se opone desde la capacidad de construir conflicto y la necesidad de sedimentarlo en una relación de fuerzas invertida al propio favor.

Por último, preguntémonos: cuando hay luchas, nosotras militantes ¿qué debemos hacer? Conquistar nuevos puestos de avanzada, profundizar en los espacios de ruptura, utilizar la energía acumulada para dar un salto hacia adelante. Si no somos capaces de hacer eso, si nos limitamos a reflejarnos satisfechas en las movilizaciones, si pensamos que el objetivo es simplemente agregar alguna persona para nuestra estructurita o sacarnos un buen selfie para la siguiente sudadera, nuestra contraparte no sólo no saldrá de la lucha debilitada, sino que saldrá reforzada. Porque demostrará ser capaz de rechazar la amenaza y, en la mayor parte de los casos, de saber darle la vuelta para innovar sus propias instituciones. Los narcisos del movimiento hacen mucho daño, debido a que tienen una relación invertida entre medios y fines: para ellos el pequeño “nosotras” de la estructura no es una herramienta para desarrollar el gran “nosotras” de las luchas, sino más bien lo contrario.

Una vez recordado brevemente el ABC del materialismo revolucionario, tratemos de ejemplificar vía los casos concretos en los que declinar el método en la contingencia actual.

1. ¿Hoy en día podemos hablar de represión? Sí, en un sentido muy general. No, si cargamos esta palabra de un sentido político específico. Cuando hay luchas, la contraparte utiliza también medios represivos, eso es obvio. Sin embargo, en este momento histórico nuestro enemigo gobierna primero a través de la aceptación, la fragmentación, la mistificación. Estos son los dispositivos a derribar. Hablamos de la aceptación de las condiciones de vida y las expectativas impuestas por el gobierno de la crisis; la fragmentación de los conflictos y los sujetos sociales; la mistificación en el sentido marxista, en tanto a una realidad vinculada a las utilidades y los intereses materiales y, por lo tanto, a una posición de clase. No podemos simplemente mirar la porra de la policía y no ver los mecanismos sistémicos de producción y reproducción en los que estamos inmersos diariamente. O, para decirlo de otro modo: la porra es la continuación de los mecanismos de consenso por otros medios.

En Italia, sin duda debemos asumir un discurso particular especial. Después de las jornadas de Genoa 2001, nuestra contraparte ha entendido que Diaz y Bolzaneto corrían el riesgo de no poder ser gestionables políticamente. Muchas de nosotras no hemos entendido que aquellas matanzas eran la respuesta sangrienta de un poder nacional e internacional que empezaba por fin a saborear un poco de miedo. Ahí es donde debía desarrollarse nuestra fuerza, en lugar de compadecer nuestra sangre. Sin embargo, la llamada “europeización” de la policía italiana, invocada por la opinión pública de izquierda, deviene en realidad el principal problema, porque se traduce en lo que vemos con la afirmación de la lógica de prevención operada entre la policía y la fiscalía. Las detenciones y la pena de prisión hacen demasiado ruido y son caras para el estado, económica y políticamente. Mucho mejor adoptar, pues, medidas “alternativas”, que no cuestan nada y son prácticamente imperceptibles, y que pasan a convertirse en un dispositivo de control normalizado y de gestión del conflicto social, incluso cuando este conflicto es extremadamente pequeño o simplemente potencial. Y la sangre fluye normalmente cuando las cámaras están a una distancia de seguridad, cuando las bestias con uniforme necesitan desahogarse, o cuando no pueden contener la situación de otra manera – esto último es algo que por desgracia sucede muy pocas veces.

En resumen, la denominada jaula de acero hoy en día está hecha de paredes de caucho. Lo que llamamos “gobernabilidad suave” es políticamente de lo más “duro” que existe, porque es mimética, apenas visible, difícil de alcanzar y, al mismo tiempo, apunta directa al objetivo. Es la nueva economía política del castigo y la seguridad. Ellos no la aplican porque se han convertido en mejores personas, cómo piensan los izquierdistas, sino debido a que estudian cómo ser más eficaces. Toman las medidas, dan las medidas. Un ejemplo lo encontramos en el decreto Minniti, que vimos en acción el 25 de marzo en Roma en ocasión de la manifestación contra la cumbre de la UE con las detenciones preventivas de más de 150 compañeras. Por la noche, los medios de comunicación hablaron del gran éxito en la gestión del orden público, demostrando que es inútil e ilusorio pensar que este tipo de medidas se combaten con la apelación a la opinión pública, la sociedad civil y los verdaderos demócratas. El hecho constatable es que el público en general, la sociedad civil y la democracia son una parte integral de este modelo de gestión de crisis; mientras que la opinión pública es la opinión de las clases dominantes. Es este bloque del enemigo el que tenemos que atacar en los distintos planos y niveles para desarticularlo.

2. A partir de lo descrito anteriormente, ¿deberíamos concluir que entonces no hay que ocuparse de este tipo de medidas? A esta conclusión pueden llegar solamente pedantes dogmáticos y oportunistas hipócritas, o aquellos que son ambas cosas. De hecho, frente a las formas de control y ataque de la contraparte, el lamento y el silencio son las dos caras de una misma moneda: se refieren a la subordinación a nuestra contraparte, la aceptación de la marginación política y social para contentarse con gestionar la reproducción en pequeños espacios urbanos compatibles, intercambiando esta reproducción por el arraigo o bien exaltándola con cantidades numéricas de aspirantes contadores y cálculos de burócratas empedernidos. En resumen, nunca se debe apostar en dar el salto hacia adelante, para algunas de nosotras porque el enemigo es demasiado fuerte, para otras porque es probable que se pierda el nicho de identidad. Quien llora por la represión pinta una contraparte invencible e infalible, para terminar voluntaria o involuntariamente apelando a ella para que sea bondadosa y magnánima. ¿Y por qué lo debería ser si las relaciones de fuerza comportan que no lo sea? Quienes permanecen callados, para difundir una ideología de fuerza que oculta una realidad de debilidad o, peor, por miedo a perder lo poco que tienen, renuncian a atacar y dislocar la fuerza del enemigo, a veces a cambio de algo, tal vez una vida tranquila, quizá una salida individual.

Por lo tanto, el enemigo no es invencible ni infalible; por el contrario, es a menudo mucho menos potente y compacto de lo que pensamos. Al mismo tiempo, sin embargo, no será nuestro silencio y nuestra sumisión lo que lo derrotará, sino que así sólo se lo puede reforzar. Entonces, si no queremos ser aplastados por la dialéctica entre la queja inútil y el silencio temeroso, tenemos que convertir estos dispositivos en un campo de batalla. Eso significa que debemos atacarlos, desarticularlos, romperlos. Tal es la lección que en los últimos años hemos aprendido del movimiento NO TAV.

Si bien sabemos que en la guerra es importante defender las propias posiciones y el propio ejército cuando el enemigo ataca, ¿cómo hacerlo? No con las lágrimas o la auto-conciencia de los reprimidos, ya lo hemos dicho. Ni siquiera con el desempeño de las condiciones de víctimas sociales que apelan a los buenos sentimientos de la opinión pública que, una vez más, o no existe, o es parte del problema. A uno se le conmueve con el sufrimiento de los condenados de la tierra y de los niños migrantes en Facebook, y luego se alivia su conciencia herida con un buen aperitivo. Cuando los espacios de mediación están áridos, nuestra contraparte sabe que la gestión del orden público puede actuar libremente: donde no hay relaciones de fuerza, despliega el exceso de las fuerzas. Y no mira a nadie a la cara, ni siquiera a los que obstinadamente continúan buscando la mediación, tanto en el orden político como en la calle con la policía.

Para atacar al enemigo en este campo, tenemos entonces que hacerle pagar los costes de sus propios dispositivos.[…] Sólo desde el valor de la ruptura, los otros niveles que seamos capaces de desplegar pueden llegar a ser funcionales y eficientes. Una campaña de garantías radicales y la participación de diferentes sujetos puede así ponerse al servicio de un proceso de ataque. Si ésta no conlleva el valor de la ruptura, sin embargo, seguirá siendo sólo una débil expresión democrática, mendigando con la sociedad civil, o – peor aún, si cabe – una simulación de los medios de comunicación. Sabemos que las luchas, como las guerras, se componen de muchas cosas, que suceden en diferentes niveles y deben ser operadas de diversas maneras. Por cualquier medio necesario, dijo alguien. Tener bien claro que es la voluntad de atacar y de ruptura lo que vuelve a reunir estos diferentes niveles.[…]

3. Transformar la dificultad en oportunidad, he aquí nuestra tarea. Sin embargo, por desgracia, demasiado a menudo se convierte la oportunidad en dificultad, sin impulsar las luchas cuando hay disponibilidad social y subjetiva de hacerlo, conformándonos con autoproclamaciones de victoria obedientes a una estructura simbólica que creíamos que pertenecía a las fases de un reciente pasado del que ya no sentimos nostalgia. Sólo a través del impulso de las luchas, de hecho, afirmando y profundizando la realidad de la amenaza – poniendo énfasis en la calidad por encima de la cantidad, la capacidad de golpear donde duele y no en la exposición de los números inofensivos – podemos desarticular los dispositivos de la contraparte. Las fases de dificultad de los enemigos son contingencias limitadas temporalmente: si no se aprovechan, se pierden para siempre. Y después seremos aún más débiles que antes.

Tal vez también hay que tener claro lo que significa ganar. La obtención de resultados concretos que mejoren las condiciones de vida de los sujetos sociales que luchan, por supuesto. Pero no son suficientes si estos resultados no acompañan la profundización de las contradicciones, o incluso si las resuelven y las vuelven compatibles. El capital mismo no necesariamente apunta al empeoramiento de las condiciones de vida; en realidad, a menudo las mejora, porque él es el amo de esas condiciones de vida, las utiliza, decide cómo deben ser. No sólo queremos mejorar las condiciones de vida, queremos transformar radicalmente lo que significa condiciones de vida. Así que la victoria no consiste en propagar algunos resultados inmediatos, aún menos cuando són más simbólicos que reales. La unidad de medida del revolucionario no es la del sindicato: se da por la forma en que se avanza y se fortalece en la construcción de contrasubjetivación y ruptura. Las disputas, el generar controversia, es una función del desarrollo de las luchas, no lo contrario. En Francia, por ejemplo, los movimientos no han ganado, si entendemos por victoria el bloqueo de Loi Travail (una ley formal que no cambia mucho de la realidad sustancial). Pero si se tiene en cuenta la Loi Travail como útil desencadenante de las luchas y no su objetivo, podemos decir que los movimientos han logrado buenos resultados en la medida en que fueron capaces de profundizar el marco del conflicto y ensanchar el espacio de ingobernabilidad en el cual se determina la batalla contra Macron.

Por otro lado, pensar que las relaciones de fuerza dependen exclusivamente de la cantidad y el consenso numérico, tal vez para seducir mostrándose buenos y cercanos a los más débiles, significa asumir el punto de vista electoralista de la democracia representativa. En consonancia con este enfoque, debemos decir que el PD tiene plena legitimidad social porque tiene muchos miembros dispuestos a amontonarse codo a codo para hacer salchichas (perdon, para el tofu!) a la fiesta del partido. Los números no son despreciables, eso es obvio. Sin embargo, lo que es políticamente decisivo es la capacidad de romper la reproducción de la mediocridad que nos quieren imponer para formar en conjunto una calidad subjetiva contra el empobrecimiento de nuestras capacidades, exasperar y hacer saltar las contradicciones de nuestra contraparte atacando intensamente los puntos centrales. Nosotras revolucionarias, somos y seremos siempre una minoría, pero hay que aspirar a ser una minoría no minoritaria. Lo contrario de minoría no es mayoría, sino voluntad hegemónica.

Así que cuando intentan reducirnos a la defensiva, tenemos que revertir la situación a la posibilidad de un ataque, articulando continuamente la guerra de movimientos con la guerra de trincheras, el salto del tigre y la paciencia de la mole. Por desgracia, demasiado a menudo hoy en día las enseñanzas de Mao citadas al principio se han perdido, y se acaba con batirse en retirada cuando el enemigo está cansado y con ser seguidos cuando el enemigo ataca. Sí, porque el arte de la lucha es muy similar al arte de la guerra: avance, mantenimiento, estocada, expansión, irrupción, consolidación – ésa es la máquina que hay que llegar a ser. Una máquina de guerra, de hecho. Para transformar la resistencia social en una fuerza política de ataque, este es el verdadero significado de autonomía.

Enlaces relacionados / Fuente: 
https://comitedisperso.wordpress.com/2017/07/17/quien-no-lucha-ya-ha-perdido/
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