¡Ay! ¡Cómo apesta la utopía!


Utopistas explicando la doctrina

No he dejado de pensar en todas estas décadas, desde que descubrí la primera utopía, lo peligrosísimas que son. Porque para construirlas los dominados se han de dejar la piel del escroto, o del suelo pélvico si son mujeres, restregada sobre el asfalto, lo cual deja un rastro de fluidos malolientes producto de la fricción, y un dolor indescriptible que impide una correcta fornicación. Estás tan tranquilo, y ¡zas!, una utopía, y te ves sin saber cómo levantándote a las tres de la mañana. A rezar como un capullo.

Respecto a la primera utopía conocida por mí, una comuna jipi, recuerdo con melancolía, cabizbajo y meditabundo, cómo el dirigente se follaba a todos los adeptos, cómo entrando en crisis económica envió al moro a un adepto, cómo el adepto fue pillado en la frontera y un juez con su pavorosa majestad le condenó a presidio, cómo para pagar los abogados y gastos un par de adeptas optaron por la prostitución, y cómo finalmente se disolvió el invento. Eso sí, el dirigente no dejó de follar ni un solo día, ya que tenía dos vocaciones fundamentales: dirigir, y follar. Todo el mundo lo sabía, y todo el mundo se calló, porque se estaba gestando la utopía. Mientras que yo, que trabajaba en los albañiles, creo que vivía bastante mejor entre sacos de cementos, carretillas y pico y pala, porque a fin de semana recibía un salario con el que podía ir a la discoteca a beber como un cosaco, a dar saltos escalofriantes, y a ligar como un descosido porque mi vocación era follar, y no dirigir. Y nunca se me ocurrió llamar a eso "utopía". Aunque, eso sí, me acusaban los sabios ideólogos, de alineado.

Así que cuando de vez en cuando me dicen con mucho entusiasmo que hay una utopía en Kosovo, en Azerbayán o en Katmandú, pienso que sus entusiastas defensores lo son fundamentalmente porque: a) queda a tomar por saco; b) son incapaces de cambiar el entorno del barrio, y ni que decir tiene, familiar.

Pongamos una utopía a la baja, en la cual la propaganda afirma que no hay paro, todo lo decide la asamblea y la gente trabaja gratis en pro de la comunidad. Y a continuación miro el anuario estadístico y veo que al desempleo están apuntadas setecientas personas, que la tierra colectivizada es propiedad del Estado, que el poder del Ayuntamiento es omnímodo y que los y las trabajadoras no tienen vacaciones, porque hay que compartir la miseria… Pues menuda mierda de utopía, que da menos derechos laborales que la Carpintería Metálica de Hermanos del Poyo en San José de la Rinconada. Por las vacaciones me refiero, y porque si a los trabajadores les piden que trabajen gratis por bien de la empresa, la peña pondría el grito en el cielo. Pero está clarísimo que eso es la utopía: un par de tipos mandando y organizándolo todo, mientras los dominados se arrancan los huevos, o los ovarios si son mujeres, currando por la utopía, o sea, por el mando del jefe, que jura que el Futuro va a ser la hostia puta.

Desde luego se puede estar en misa y repicando. Se puede defender la estabilidad en el empleo, y la precariedad en la utopía para evitar que se hunda. Vamos allá: sí se puede. Nada en contra de la mentira (la verdad está sobrevalorada). Todo a favor de los trabajadores. Así que, sindicalistas del mundo, cuando os llegue un o una trabajadora pidiendo sus derechos laborales, así sea un nazi recién parido de mil años de antigüedad, hay que echarle cuenta a la demanda, porque los derechos laborales se defienden aunque los utopistas aseguren que subir un poquito el salario, o descansar el domingo, va a dar al traste con el invento. No son más que excusas. Porque me parece que ¡snif!: la utopía, cualquiera, apesta.

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