La solidaridad y su fantasma

De la pluma de A. nos llega otra traducción, y aunque el texto es de 2017, como a los compas de Il Rovescio y al traductor, nos parece muy pertinente para la alarmante actualidad que estamos viviendo de represión sistemática incluso de meros editores de sitios de contrainfo, 28 años de cárcel por no causar daños en exceso en una sede del partido facista de Salvini, 12 años por unos sucesos ocurridos ¡¡en Génova 2001 y una mani antifa de 2005!!   y que obliga a reflexionar tanto sobre los tipos de ataques como en las formas de solidaridad con y contra esa represión. Correcciones de última y hora y negritas, NoticiasALB.

 

Volvemos a publicar casi integralmente un artículo publicado en el nº 3 (febrero 2017) de la revista anarquista "I giorni e le notti". Nos parecen reflexiones que no han perdido nada de actualidad. Al contrario. He aquí el punto desde el que desarrolla el razonamiento: «Evidentemente, las dos formas de represión [la «social» y la «selectiva»] se condicionan mutuamente. Atacando ciertas minorías, el dominio se allana el camino para un ataque mas generalizado, que se llama restructuración. Al mismo tiempo, cuanto mas se avanza en la reestructuración, mas aislada queda la minoría, siendo más fácil de identificar y golpear. [...] Cuanto mas rodeada de paz social esté una minoría, mas obligada se ve a encontrar en si misma las fuerzas, preservándolas para retomar el conflicto. Solo que la fuerza revolucionaria, a diferencia de la del Estado y el capital, no es algo que se acumule y se custodie con celo en una caja fuerte a la espera de tiempos mejores. Se mantiene tal solo si se practica».

Pensemos en los últimos dos años. Cuando se realiza fichaje y se discrimina en masa, suspendiendo miles de trabajadores; cuando se maltrata y arresta a estudiantes que han salido a la calle contra la alternancia escuela-trabajo; cuando inofensivos profesores universitarios se convierten en objeto de expedientes por ser críticos con el envío de armas a Ucrania, la propia represión selectiva de anarquistas da saltos cualitativos, abriendo las puertas al 41bis para un anarquista y sepultando bajo condenas desproporcionadas a este último y a otros dos compañeros. Por poner un ejemplo: el delito de «masacre política» (art. 285), que establece cadena perpetua, ni siquiera se aplicó en la masacre de plaza Fontana, sin embargo, ahora se aplica a un ataque explosivo que no causó heridos. Por poner otro ejemplo: incluso cuando cae la acusación de «masacre», el resultado son 28 años de cárcel (como en la reciente condena de Juan por la acción contra la sede de La Liga de Treviso). La legislación de emergencia – ese largo texto único de seguridad que comenzó en 1975 y que nunca ha concluido – está lista desde hace tiempo. Un sistema en guerra que la extiende hasta donde puede. Esto es, hasta donde el conflicto social y las minorías rebeldes se lo permiten.



 

La solidaridad y su fantasma

La anarquía es la solidaridad consciente y voluntaria.

Errico Malatesta

En una perspectiva revolucionaria, aunque solo de emancipación, aclararse las ideas sobre la solidaridad es fundamental. Sin el sentimiento de solidaridad no es posible la libre organización de las luchas ni de la vida. Los dos adjetivos usados por Malatesta «consciente» y «voluntaria» no están elegidos al azar. La solidaridad inconsciente no conduce a la libertad, pero puede generar espíritu de partido, o incluso de cuartel, decayendo en un mero conjunto de reacciones. «Voluntaria» apunta a que el sentimiento de solidaridad no es una pura necesidad natural o social, resultado automático de ciertas condiciones objetivas, sino un producto de la voluntad. No hay pacto, no hay método de decisión, ni declaración de intenciones que puedan prescindir de la consciencia individual y la voluntad, de la decisión firme y determinada. Sin ese sentimiento voluntario y consciente todo acuerdo se vuelve papel mojado, retórica vacía, corazón que deja de latir. En la forma en que se concibe y practica la solidaridad a partir de ahora, en el transcurso de las luchas, se diseña la vida por la que luchamos.

Se pueden distinguir dos tipos de solidaridad: entre explotados y entre compañeros. Cualquier minoría subversiva, expuesta por su propia naturaleza a los golpes y la represión, necesita tejer relaciones solidarias tanto como respirar. El pacto, explícito o secreto, que une a quienes conspiran, es la trama de su aventura, el factor discriminante que permite repudiar la abjuración y la traición. Desde el amanecer de las revueltas, el apoyo mutuo entre revoltosos está esculpido en sus corazones.

La represión no es un hecho que golpea solo a anarquistas y revolucionarios, sino una tendencia constante del dominio, una práctica que siempre acompaña a la construcción de paz social. En este sentido, no se reduce a la porra o a la cárcel, sino que es una panoplia de instrumentos cuyo objetivo es aislar a los explotados, romper sus redes de solidaridad, quebrantar o destruir su combatividad y sus bases materiales, colonizar su imaginario, debilitar o borrar su memoria, fragmentar su experiencia. La represión reemplaza ciertas imágenes por otras, vacía los conceptos, invalida el sentido de acontecimientos y palabras, cambia las intervenciones policiales, dicta la narrativas de los medios de comunicación. «El progreso nunca destruye tan a fondo como cuando construye», escribía Gómez Dávila. La represión también actúa así: ataca la vida rebelde para sustituirla por una dócil, de modo que se pierda incluso el recuerdo de la primera. Si es cierto que «el urbanismo prolonga la lucha de clases al espacio físico», basta darse un paseo por los barrios para entender cuántos golpes ha recibido nuestra clase.

Si la represión social es todo esto (es decir policías, partidos, sindicatos, medios de comunicación , educadores, urbanistas, jueces, carceleros, historiadores, curas, siquiatras, ladrillos y hormigón...), también existe una represión selectiva, reservada a la minoría de refractarios y subversivos. Evidentemente, las dos formas de represión se condicionan mutuamente. Atacando ciertas minorías, el dominio se allana el camino para un ataque mas generalizado, que se llama restructuración. Al mismo tiempo, cuanto mas se avanza en la reestructuración, mas aislada queda la minoría, siendo más fácil de identificar y golpear.

Hacer frente a la represión social es por tanto una cuestión de autodefensa para la minoría rebelde. Contrarrestar la represión selectiva es una necesidad para seguir atacando. Cuanto mas rodeada de paz social esté una minoría, mas obligada se ve a encontrar en si misma las fuerzas, preservándolas para retomar el conflicto. Solo que la fuerza revolucionaria, a diferencia de la del Estado y el capital, no es algo que se acumule y se custodie con celo en una caja fuerte a la espera de tiempos mejores. Se mantiene tal solo si se ejercita.

La solidaridad es la respiración en ese ejercicio. La larga o corta que sea esa respiración depende del ejercicio, que al mismo tiempo está profundamente ligado a la época en la que se vive. Mantenerse firmes contra viento y marea es la única cosa que se puede hacer en ciertas fases. Pero para ello hay que enviar mensajes al mundo, aunque sea para encender antorchas alrededor, en torno a las cuales puedan reunirse, ideal si no físicamente, otros que hayan abandonado la tierra firme o que tengan la tentación de hacerlo. La solidaridad es la mano que enciende la antorcha que tiene la otra; es la mano que recoge la antorcha que la otra, golpeada, deja caer.

Solidaridad contra, solidaridad con

Hacer frente a la represión – social y selectiva – no significa por fuerza que compartamos las ideas y prácticas de quien es golpeado. Quedarse en el movimiento espontáneo de simpatía es muy reductor dada la naturaleza global del acto represivo.Es mas, puede llevar a secundar involuntariamente los proyectos del poder, que con frecuencia tiene interés en experimentar ciertas prácticas represivas sobre tipos de personas preventivamente linchadas o éticamente indefendibles. Por esto es necesario saber distinguir entre la solidaridad-contra y la solidaridad-con.

Podemos ser solidarios contra la represión sin ser solidarios con los individuos o los movimientos a los que golpea. Esto significa que las modalidades de esa solidaridad serán autónomas. No tener ideas sobre como intervenir es a menudo una falta de análisis (que no se remedia de la noche a la mañana) que la coartada política viene a cubrir.

Este razonamiento no es válido sólo para determinados componentes sociales – los ultras, pongamos, o quien es acusado de delitos mafiosos –, sino también para los componentes revolucionarios autoritarios. Teniendo en cuenta que el Estado no los ataca por su condición autoritaria sino porque se interponen en sus planes, ese ataque también va dirigido a nosotros. Solidarios contra la represión que los golpea, debemos estar atentos a no alimentar sus luchas autoritarias, diferenciándonos tanto en los métodos como en el discurso.

Este razonamiento es válido también en el plano internacional, porque también es un plano sobre el que actúa la represión. Cuando falta información precisa sobre quien y cómo está resistiendo a determinados proyectos genocidas del capital, hay un modo certero de ser solidarios: atacar los intereses del capital, encontrando correspondencias entre los que matan allí y los que explotan aquí. Al mismo tiempo, el debate sobre si apoyar o no ciertas resistencias (a causa de los componentes mas o menos autoritarios que las dirigen o aparentan dirigir) debería darse antes de que las resistencias hayan sido aniquiladas; y sobre todo, las dudas o críticas sobre objetivos y formas organizativas de ciertos movimientos nunca deberían volverse una excusa para guardar silencio sobre sus verdugos.

Vayamos al ámbito de la solidaridad-con. A veces se combate la represión porque se es solidario con las experiencias de lucha o con los individuos que ésta golpea. Atacar a la represión es pues, una parte del proyecto de ampliar – tanto en sentido espacial como cualitativo – determinadas luchas sociales, cuyo carácter esencial es la autoorganización. Este carácter rara vez se presenta de forma "pura", ya que con frecuencia se mezclan componentes políticos. El ataque a la represión también tiene el sentido de fortalecer la tensión autoorganizativa presente en las luchas. La naturaleza espuria de ciertas experiencias, por desgracia, se vuelve pretexto para la inacción de quien quiere todo bien preparado antes de decidirse. El compartir aspiraciones y métodos llega, cuando llega, haciendo camino. Nuestra intervención debería ser un estímulo.

Aparentemente, la solidaridad entre anarquistas es mas sencilla.

Aparte de la banal constatación que la etiqueta no hace el vino, la solidaridad revolucionaria es realmente significativa cuando es parte integrante de la afinidad proyectual, que no necesita declaraciones públicas: es la continuación del proyecto común.

Dicho esto, afirmar que solamente existen explotados en general y afines en particular es cortar el problema con un hacha.

No plantearse el problema de la solidaridad respecto a compañeros golpeados por la represión con los que no se tiene afinidad nos parece equivocado. No tanto a nivel ético (las injusticias que sufren los anarquistas ciertamente no son las peores del mundo), como a un nivel práctico de autodefensa colectiva. La represión selectiva aumenta cada vez que no encuentra obstáculos.

Teniendo presente el razonamiento de arriba, siempre podemos responder a un ataque represivo sin remarcar una cercanía inexistente. En este caso, la expresión según la cual la mejor solidaridad es continuar las luchas es genérica y poco operativa. ¿Qué luchas? ¿Las del compañero golpeado? ¿Y si no las comparto? ¿Las luchas en general? Entonces, ¿sigo con lo que estaba haciendo hasta ahora?

Tengamos presente que las detenciones no siempre se deben a luchas específicas y que las acusaciones las formula el Estado. Podría no compartir la acción de la que se acusa a este o aquel compañero, o compartir plenamente la acción en sí y no compartir lo que dice el acusado.

Incluso puede suceder que ciertas acciones se echen a perder por los discursos con los que son defendidas. En la solidaridad cada uno incorpora su propio proyecto. Pero hacer que solidaridad y afinidad coincidan haría del movimiento específico (y del real) un conjunto de conventículos. A veces se trata simplemente de garantizar la integridad física de un compañero.

Esta palabra, «compañero», no se debe menospreciar ni sobrecargar.

Haber pensado con demasiada frecuencia solo en los "propios" compañeros ha hecho que se haya perdido el sentimiento de solidaridad, reforzando la represión.

Se trata de problemas complejos, conectados al conflicto general. Reaccionar a la represión – de verdad, no de boquilla – absorbe una valiosa energía, desviada de proyectos en los que el calendario no apremia. Demasiadas digresiones nos alejan del asunto. La división de tareas, sin especialización, puede ayudar a encontrar el justo equilibrio.

Las cosas y las palabras

La represión de actividades, de aspiraciones subversivas y mas en genéricamente de cualquier lucha, aunque sea parcial o reivindicativa, nunca es un hecho meramente militar, sino que también tiene un carácter ideológico y político. De lo contrario, no se explicaría que el Estado no maltrate por sistema cualquier manifestación, o no encierre a quienquiera que manifieste ideas de rebelión.

Si esto alcanza su máximo nivel en las democracias, ni siquiera las peores dictaduras, con su enorme inversión en propaganda, pueden prescindir de crear su propia narración de la vida y las actividades de los rebeldes, obviamente en un sentido denigrante y peyorativo.

El juego, en todas sus variantes, persigue siempre el mismo objetivo: convertir a los enemigos de la clase dominante en enemigos de todos. Por poner un ejemplo, ¿cuántas veces hemos visto como la retórica periodística arremete contra acciones claramente dirigidas contra personas o estructuras del poder, diciendo que cualquier viandante podría haber resultado herido?

El hecho de que, por elecciones operativas concretas, esto no ocurra nunca (o casi nunca), no influye lo mas mínimo en la desfachatez de estos mercenarios de la pluma, que ciertamente, no tienen la misión de hacer reflexionar, sino de anular cualquier movimiento de solidaridad o de simpatía hacia los rebeldes.

Por lo tanto, no hay represión de las luchas que no venga acompañada, y mas o menos confeccionada por una retórica que la deforma. El uso del lenguaje forma parte de esto, porque la elección de las palabras y la determinación de su significado contienen una determinada representación del mundo. Todos apoyarán las guerras si son llamadas misiones de paz. Nadie deseará la anarquía si esta palabra tan solo evoca el peligro de ser degollado por el primer desconocido que te cruces por la calle.

En el acto de nombrar ciertos hechos con ciertas palabras, uniéndolos en un vínculo casi indisoluble, se construye socialmente el significado de los acontecimientos y se determinan las mociones en los seres humanos. Más que definir conceptos, la 'lengua de madera'* del dominio pretende codificar las percepciones sociales. Por ejemplo, la aplicación sistemática de la categoría de terrorismo a los revolucionarios, no es tan peligrosa porque sea incorrecta conceptualmente – siempre que por terrorismo se entienda una violencia indiscriminada, dirigida a la conquista y mantenimiento del poder – como porque adscribe a los revolucionarios al mismo cártel que a nuestros peores enemigos (servicios secretos, fascistas, fundamentalistas religiosos...) y evoca imágenes de masacres.

En este sentido, en el plano de la percepción, el regicidio de Gaetano Bresci y la noche del Bataclán, la acción de herir a Adinolfi y la masacre de plaza Fontana se confunden en una única cortina de humo que impide distinguir la violencia dirigida de la violencia indiscriminada, la violencia liberadora de la violencia de Estado.

Por tanto, los rebeldes deben tener en cuenta que también luchamos en este nivel; lo que, desde cierto punto de vista, también juega a su favor. Si el conflicto con el Estado fuera solo entre nosotros y nuestros enemigos, y si fuera en ámbito exclusivamente militar, no tardarían mucho en vencernos, dada la enorme disparidad de personas y medios.

Si todavía podemos luchar y jugárnosla, es porque alrededor nuestro hay un mundo, concretamente miles de millones de seres humanos que, en su gran mayoría, sufren la explotación y la opresión, y pueden tener todo el interés en ponerse de nuestro lado. La percepción de nosotros y de nuestras luchas, desde este punto de vista, es más que importante: es esencialmente decisiva.

Entonces ¿tenemos que intentar presentarnos como bellos, limpios y buenos cuando el poder nos pinta como feos, sucios y malos? Para nada.

Nuestra ética no tiene nada que ver con la moral de esta sociedad fundada sobre la dominación. Pero no podemos dejar que sean sólo nuestros enemigos quienes hablen de nosotros, y por tanto, por nosotros. Mas bien obstaculizar, quebrar, subvertir la narración del poder, esforzándose en revertirla a un discurso nuestro, que no pierda de vista lo que anhelamos.

Cuando los esbirros del poder llaman a nuestra puerta para hacernos rendir cuentas, la represión no busca "solo" privarnos de libertad; sino sobretodo, encerrar nuestras perspectivas en un rincón.

Las relaciones entre maderos y dispositivos de los magistrados de turno, con la indispensable ayuda del alboroto mediático, hilvanan el espectáculo habitual. Hay para todos los gustos: casas que se transforman en 'guaridas', compañeros convertidos en "jefes" y "subordinados". Acciones dirigidas que se transforman en intentos de provocas masacres indiscriminadas... Saber restablecer algunas verdades y reafirmar con fuerza algunos principios, manteniendo esta urgencia alejada de un fácil inocentismo, debería ser lo mínimo. Pero a veces se puede hacer más y mejor: se puede salir del rincón al que la represión pretende relegarnos, eligiendo con inteligencia el ángulo de contraataque.

Puede darse, por ejemplo, que el enemigo elija golpearnos por algunas acciones ligadas a trayectorias de lucha que consideramos particularmente significativas o particularmente "incómodas" para la contraparte. Entonces, quizá sea justo de ahí desde donde conviene recomenzar. Así, si nuestra contraofensiva se desarrolla de forma correcta, no sólo el enemigo tendrá que pagar un precio, sino que el significado del dicho según el cual "combatir la represión significa continuar la lucha" se manifestará paulatinamente.

Una respuesta específica a la represión no solo ayudaría al grupo o a la "red" de compañeros golpeados a seguir su propio camino, sino que daría una indicación inteligible a todos los demás compañeros sobre cómo y dónde dirigir la propia rabia, dotando de mayor precisión y concreción a la solidaridad.

Que quede claro que no pretendemos ofrecer un recetario válido para todas las estaciones, mas bien poner sobre la mesa algunas sugerencias para empezar a razonar

Aunque, como afirmaba el poeta anarquista, quienes luchan por la libertad hablan mejor que quienes construyen prisiones, combatir a la narración represiva no significa batirse con el poder en el plano de las palabras: al contrario, se trata de una actividad preferentemente práctica, pero que encuentra sus bases en un análisis lúcido.

Tratar de entender lo que persigue el dominio en una acción represiva es la premisa necesaria para una acción dirigida, eficaz, que lo descoloque, que combine pensamiento y dinamita, iniciativa individual y encuentros, poesía y rabia.

Antes que nada, hay que saber leer la represión.

Quien ahoga todo debate en el pantano de las frases hechas, por ejemplo diciendo que no hay que sorprenderse si el poder reprime a quien lo combate, nada ayuda a la lucha por la libertad.

[...]

Cambio de signo

La fuerza del Estado deriva de la unión y la coordinación, en sentido jerárquico y autoritario, de una vasta gama de fuerzas diversas. Estado es la porra del madero o la toga del jurista, el fusil del soldado y la lección del educador, la retórica del político y el dinero de la empresa, el ataque fascista y la tinta del periodista que lo prepara y justifica, la excavadora que destruye un barrio popular y el proyecto del arquitecto que diseña la recalificación...

Si vamos a la etimología de la palabra solidaridad – del latín solidus: compacto y cohesionado – la clase dominante podría parecer bien "solidaria" internamente. La debilidad de nuestro frente contra los ataques del poder puede remontarse en gran medida a la decadencia de un sentimiento de pertenencia que, para existir, no puede dejar de solidificarse en la materialidad de la acción y la organización. Pero si en el campo del enemigo la "solidaridad" tiene el carácter frío e impersonal de ese frío monstruo que es el Estado, en nuestro campo, la solidaridad no puede sino cambiar de signo, volviéndose consciente y voluntaria. Desde este punto de vista, la resignación y la inacción con la que en ocasiones recibimos el encarcelamiento de nuestros compañeros, casi como si formara parte de una necesaria e ineluctable normalidad que introyectamos como tal, no honra mucho nuestras ideas ni nos hace especialmente creíbles dentro de nuestro campo – el de los explotados que quieren poner fin a la explotación.

¿Quién tendría interés o ganas de ponerse de nuestro lado, si no nos ve mover un dedo por los más cercanos en términos de afecto, ideas, proyectos? ¿Quién iría con nosotros a dar un paseo por un peligroso bosque, sabiendo que hemos dejado a nuestros amigos en las fauces de un oso? ¿Con qué espíritu volveríamos a recorrer esos senderos?

Movimiento anarquista específico y "ley de resistencia" se deberían reforzar y completar entre sí. Difícil relanzar una transformación revolucionaria y atacar, si sólo quedan unos pocos grupos de mohicanos combatiendo en un prado donde el enemigo ya ha dejado tierra quemada. Imposible que de la simple resistencia se llegue a la revolución, y a la larga también es difícil resistir sin el profundo aliento y las "fugas hacia delante" de los revolucionarios. La solidaridad consciente y voluntaria debería ser la savia de ambos, dotándolos de una solidez diferente, y por tanto de una fuerza diferente: la horizontalidad y la multiplicidad de los que luchan por una "sociedad de individuos", contra la sociedad que encadena a los individuos asociándolos a su pesar.

Insistir exclusivamente en las luchas sociales, dejando atrás a quien, golpeado por la represión, no puede volver a participar en esas luchas; o viceversa, entender la lucha contra la represión como la "más radical" por estatuto – una especie de equivalente a la lucha contra el Estado – son dos enfoques especularmente deficientes, hijos de la misma indiferencia hacia el movimiento. El ser movimiento específico impide no ocuparse de la suerte de los propios compañeros de ideas y de lucha, tratando de arrebatárselos al enemigo. Pero este enfoque, si se examina con detenimiento, tiene mas a menudo un carácter reivindicativo que de ataque frontal.

Reflexionemos un momento. ¿Por qué motivo no debería reprimir el Estado? Si la represión es intrínseca a la misma idea de Estado, ¿qué sentido tiene combatir la represión sin abatir al Estado? Con estas tautologías no avanzamos nada. La "cosa" Estado siempre reprime según la relación e fuerzas existentes. La lucha contra la represión, por muy radicales que sean sus formas, siempre tendrá, de forma indirecta, un carácter reivindicativo: la defensa de ciertos espacios y ciertas prácticas, la conquista de mayor libertad y la resistencia contra los intentos de restringirla. Que es lo que ocurre en todas las luchas de emancipación, hasta que no se desata un proceso insurreccional, cuando lo que se combatía por separado pasa a atacarse en bloque. Entre 2003 y 2004, en Grecia, una campaña de solidaridad anarquista – que contó con manifestaciones, ocupaciones de edificios institucionales, bombas y ataques nocturnos – consiguió poner en libertad a "los 7 de Salónica", detenidos durante una violenta manifestación contra una cumbre de la Union Europea. Grecia, donde desde hace años actúa un movimiento anarquista combativo e históricamente solidario, ofrece muchos ejemplos de este tipo. Mas recientemente, una movilización de presos en su mayoría revolucionarios, apoyados desde fuera con acciones por parte del movimiento anarquista ha conseguido abolir el delito de disfrazarse – que contemplaba penas muy duras – además de una serie de conquistas dentro de las cárceles.

Pensemos en cambio en lo que se ha hecho aquí en Italia por los detenidos de Génova 2001, y a las largas condenas que vinieron detrás. Pensemos en lo poco que se ha hecho el 15 de Octubre, o por la operación Ardire, o... la lista sería larga.. Ahora pensemos en las luchas de los presos, allí donde casi siempre falta un apoyo exterior que pueda considerarse adecuado. Uno de los pocos movimientos que ha producido efectos significativos (por citar los mas evidentes: reivindicación abierta del sabotaje, penas históricamente reducidas para el delito de portar armas de guerra, retracción del Estado sobre el agravante de terrorismo) ha sido la solidaridad con los "7 del compresor"1. Son cosas que hacen pensar, y sobre las que habrá que volver. ¿Somos capaces de producir una solidaridad concreta que consiga algún resultado, fuera de los contextos mas amplios y "sociales"? ¿Qué consecuencias tiene esto sobre nuestra percepción de nuestra potencialidad? ¿No nos arriesgamos a "refugiarnos" en contextos más "amplios", no por una evaluación y elección autónomas, sino por una simple incapacidad de avanzar de manera significativa (también contra la represión) solos? ¿Y no corremos así el riesgo opuesto, el de abanderar una solidaridad súper radical en palabras, pero muy poco consecuente en los hechos? Si no queremos "rebajarnos" a batallas parciales, ¿somos capaces de poner sobre el terreno la única alternativa posible: atacar las comisarías y las cárceles, liberar materialmente a los compañeros? Tengamos en cuenta que el tiempo también es un tirano: cuanto más pospongamos un debate serio y completo, mas difícil será intervenir.

Hacer que la solidaridad no sea un fantasma implica prepararse desde diferentes puntos de vista: recomenzar a razonar sobre la relación entre las palabras y las cosas; conocer bien al enemigo, tener bien presentes tanto sus efectivos como su logística, sus retóricas y sus infraestructuras; aprender a oler el ambiente antes de que llegue la represión, y cuando llegue, tener ya una idea de donde ir a golpear; armonizar las diferencias a partir de profundizar en los problemas que afectan a todos; redescubrir una consecuencialidad entre lo que se dice y lo que se hace; redescubrir la inteligencia, la fantasía y el coraje.

Atacar para defenderse, defenderse para seguir atacando.


1 En referencia a los 7 compañeros anarquistas (primero 4 y después otros 3) detenidos en 2014, con la acusación de un ataque incendiario contra obras del TAV en Chimonte, Valsusa, en el que entre otras cosas, se destruyó un compresor. La acusación inicial de «atentado con finalidad de terrorismo» – delito por el que el tribunal de Treviso ha condenado recientemente al anarquista Juan Sorroche a 28 años de cárcel – fue rebajada a «daños con fuego», con penas que alcanzaron los 4 años. No hay duda de que la vasta solidaridad con los acusados tuvo su peso

 

[* NdT] Adaptación de la expresión francesa langue du bois. Se refiere al uso de un lenguaje vago, impreciso, pomposo o engañoso para desviar la atención del público de los asuntos verdaderamente importantes, maquillar la realidad, ocultar las verdaderas opiniones del hablante o eludir sus responsabilidades.

 

Especial: 
Anti represivo
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https://ilrovescio.info/2022/07/19/la-solidarieta-e-il-suo-fantasma/
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