‘Las tres revoluciones que viví’, de Alejandro Gaita
‘Las tres revoluciones que viví’
mini-serie de temática sci-fi obra de Alejandro Gaita para LaMarea
Capítulo 1.
Llevo una hora despierta. Todavía no es de día. Todos roncan. Qué mala noche. Qué mal verano. Qué lento y qué maloliente es viajar como clandestina.
El pastelazo lo recuerdo como si lo estuviese estampando ahora mismo, como recuerdo los ojos de incredulidad de Johnson, su mueca congelada en el tiempo. Se me acelera el corazón al recordar los bramidos de los guardaespaldas, aterradores. Nunca he corrido tan rápido, nunca había saltado por encima de un coche en marcha. Las siguientes semanas son una colección de escenas inconexas. Manolo y yo jugándonos la vida escondidos en barcos, en camiones, caminando de noche entre un escondite y el siguiente. Y el siguiente, y el siguiente.
Todavía no perdoné a Manolo el haberme manipulado, pero de momento no me veo con otra salida práctica que viajar con él. Dice que a partir de Topeka ya nos arreglaremos para llegar a la frontera Sur, y que en territorio anarquista será todo fácil. Querría creerle. Por fin esta mañana Manolo consiguió los papeles y pudimos coger un tren hacia al oeste.
Nos juntamos ocho personas en un compartimento que es todo plástico pegajoso, todos con los zapatos fuera y doble calcetín, quien lo tiene, para evitar olores desmayantes. Aún así, anoche fue una noche de calor y poca ventilación. Tres de nuestros compañeros de vagón son obreros de la construcción en busca de trabajo en el proyecto Climate Remediation 2060 en San Francisco. Son grandes, ruidosos. Pasaron toda la tarde de gritos y risotadas sobre sus fiestas. Pastillas, la epidemia cronificada de nuestro tiempo, la vía química para la evasión de lo intolerable. Y yo toda la tarde pensando cómo convencerles de que me dejaran dormir pero con miedo a meterme en líos. En más líos.
Finalmente, los obreros callaron y dormí un rato. Pegajosa. Torcida. Asustada. Entre lo mejor del sueño y lo peor del insomnio, giré la cabeza y vi que uno de los obreros se quedó con el torso desnudo y dormía con la cabeza enterrada en los brazos, luciendo su espalda dura, curvada y pulida. Atractivo. Inquietante. Y luego, de repente, repulsivo, al fijarme en su barba gruesa y mullida como una alfombra, e igual de antihigiénica.
Increíble que siendo hija de migrante chicana nunca había pensado en lo lento y lo sucio que es el viaje. Mi mamá nunca me contó detalles de cómo llegó ella desde México. Hay muchas cosas que nunca me dijo.
¿Voy a volver a abrazar a mi mamá? ¿Mamita? ¿No te voy a volver a ver?
He pasado mi infancia con mi mamá, estudiando, preparándome. Cultivando mi ambición.
Mis cuadernitos privados desbordaban de mis pasiones: la mecánica cuántica y los negocios. Quería idear nuevos algoritmos cuánticos para análisis de datos de mercado. Desarrollar el Neuromarketing basado en Monte Carlo cuántico de cadenas post-Markov. Nada más, y nada menos. Cuadernito tras cuadernito llenos de planes para ser una gran emprendedora científica e industrial.
Pero todo eso se acabó. Todo eso, ya nunca más.
Hace ya un mes que quemé todos mis diarios de infancia. Todo mi pasado y todos mis planes de futuro. Hace ya un mes que deshice mi vida en miguitas. Los primeros 16 años de mi vida fui María Freeman, hija de Melanie Freeman. La chicana, la hija de la camarera, la hija de la mexicana. Ahora para el mundo soy «M.F., the Radical Baker Girl». Buscada por el Estado, condenada por los medios, ridícula ante la opinión pública. Por haber querido proteger mi futuro me han condenado a perderlo. Pero lo dijo Ronald Reagan: «¿si no nosotros, quién? ¿si no ahora, cuándo?»
Soy una fugitiva. No, mucho peor, soy una niña morena y pobre que le pasteló la cara a un blanco rico y poderoso. Soy una chicana que, cuando la policía le grita «para», corre. Lo que me espera no es una jaula, es una una bala en la espalda. Y lo que me vuelve loca no es que le pastelé la cara a un señor importante y que me persigan las autoridades, aunque me muera de miedo. Lo que me vuelve loca es que estuve a punto de acuchillar a un ser humano. ¿Cómo se supera eso? Todavía no estoy bien.
No duermo tres horas de un tirón desde hace un mes. No estoy segura de que vaya a volver a estar bien. ¿Me persiguen con razón? Soy un peligro para el Estado. Soy peligrosa para esta sociedad. ¿Voy a ser peligrosa para cualquier sociedad? Igual mi sitio está en una jaula.No tuve tiempo de respirar, menos aún de rehacer mis planes de futuro. Esto es lo primero que escribo en semanas. Yo, que escribía cada día. Soy una fugitiva maldormida, maloliente y malescribiente. Esto ya no es un diario. Cuando termine con esta página iré al baño químico a destruirla. Sigo necesitando escribir para calmar mis brotes de ansiedad, pero ya no me puedo permitir registrar mi propia historia.
Capítulo 2.
Hola mamita:
¡Estoy bien! Siento que no hayas podido saber de mí en tantos meses. Manolo insistía en que no era seguro. Verás que junto con esta incluyo todas las que te escribí por el camino, cuando no era seguro enviarlas. No quiero pensar en lo que habrás llorado, lo que te habrás preocupado por mí. Ahorita ya estoy bien, estoy segura, te escribo desde mi dormitorio. Te gustaría, creo. Es sencillo, pero muy bonito y muy limpio. Todo madera, una cama cómoda, una alfombra de colores vivos que le da mucha alegría y una ventana al Norte, por la que veo a la gente platicar en la placita y, cuando hay suerte, una bandada de pericos mexicanos.
Me dicen que, junto con mis cartas, alguien del «Servicio Exterior» (¿alguien como Manolo?) te hará llegar algo de dinero. No será mucho dinero, claro. Estos anarquistas son pobres. No como nosotros, pero pobres.
¿Cómo está todo por casa? ¿Sigues con Martin? ¿Te trata bien? Quiero que seas feliz, mamita. No quiero que lo que hice te estropee la vida a tí también. Espero de verdad que no te esté molestando la policía y que todos los demás ya se hayan olvidado de la Radical Baker Girl, como leí que me llamaban en las redes.
Casi no me atrevo a preguntarlo de tanto que me angustia. ¿Sigues trabajando, aunque sea en otro restaurante?
Supongo que te parecerá que soy una egoísta, o que me volví loca. Todo junto. Pues no. Lo que hice fue porque lo tenía que hacer. Lo que decía Reagan, ya sabes. Sí, parte de la culpa de todo la tuvo Manolo, mi tutor, manipulador, mentiroso, cabrón. Pero tú ya sabes que asumo la responsabilidad de todas mis decisiones. Soy la misma María que conoces, tu hijita testaruda.
Y ahora te extraño, te extraño mucho, mamita.
Lo siento, pero hoy no te puedo escribir de lo que pasó, ni de lo que perdí. Ni del futuro, tampoco. No puedo. Pero sí te puedo contar un poquito de lo que estoy viviendo aquí. Así al leerme estarás un poco conmigo.
Lo primero, te parecerá una tontería, pero uf: la lluvia, la lluvia, la lluvia. El calor, la humedad, el barro. ¿Cómo puede no parar de llover? No sé qué hacer con mi pelo ni con mi nada. Mucho peor que en casa, de verdad. Me aseguran que dentro de poquito ya llegan los meses secos, y que son bastante más secos que en New York. Ya veremos.
Otra cosa que parece una tontería pero que es alucinante. ¡No hay plástico! Sabes todo el cochino plástico que usamos en la Supremacía, ¿no? Brillante, suave, desechable, con mil propiedades distintas, con mil composiciones distintas, con mil colores distintos. Pues aquí no lo usan. ¡No tienen! No sé cómo pueden vivir. Si lo averiguo, ya te contaré.
Esto sí que lo sabrás pero te lo confirmo: prácticamente no comen carne. Te puedes figurar lo que extraño las hamburguesas con queso. ¡Ay, los placeres de la explotación animal!
De hecho, prácticamente no tienen animales domésticos tampoco. Dicen que organizaron unas campañas masivas de esterilización hace unos años. Quedan unos pocos perros, que como son omnívoros los tienen con alimentación vegana, y algún gato, que como han de comer carne tienen muy pocos, para no esquilmar la fauna local. Me dijo una compañera que perros y gatos son compañeros que se colaboran con las tareas de cuidados, sobre todo en las clínicas comunitarias. O en las casas con bebés o con ancianos o con enfermos. No sé si la entendí bien.
Una nota un poco folclórica, pero que también me llama mucho la atención: las faldas negras de las mujeres tzeltal, sus camisas blancas, sus pañuelos rojos. Y dicen que han hecho la revolución social. No sé. En algunas cosas a mí parece que estén ancladas en otro milenio. En la Supremacía vamos vestidas más modernas.
Lo más importante, o al menos lo que más impresiona, es no ver ni lujos ni miserias.
Hay una especie de dignidad que nunca había visto. Un orgullo social porque aquí nadie se humilla, ni por una limosna ni por un salario.
Pero esa dignidad es lo único que les sobra. Por lo demás, viven con lo mínimo.
Bueno, aquí lo dejo por hoy pues lo que quiero es que esto te llegue pronto.
Un abrazo y un beso muy fuertes, mamita. Te quiero. Espero de verdad que te lleguen las cartas y el dinero, y que consigas seguir trabajando.
María
Capítulo 3.

Me cae que esto sí que no me lo esperaba.
¿Tanta historia de utopías y hermandad, tanta revolución y tanta dignidad y al final aquí también matan a la gente? Pero, ¿a dónde me trajiste, Manolo, cabrón?
Me voy a poner a escribir diario otra vez, al menos de vez en cuando. Lo que me pide el cuerpo es salir corriendo y dando alaridos por la selva, y no volver. Pero sé que no. Pues escribo.
Yo llegué hace cosa de un mes a Nuevo Tecpatán. Me contaron cómo iba la cosa, más allá de las generalidades que me había explicado Manolo. Trabajo voluntario, sí, pero trabajo. Las tareas comunes (o «tequios» que dicen aquí) que son la labranza, los cuidados y los cuidados del entorno. Y para quienes tenemos ganas de trabajo más especializado, además de los tequios, están las asambleas de colectivos. Me dijeron las que había en Nuevo Tecpatán y me apunté, cómo no, a la Universidad Libre. Capitalista o anarquista, si me dejan saltarme dos años y meterme en la academia, allá voy.
Y al poco de llegar yo, no hace ni un mes, empezaron a comentar que «alguien» estaba haciendo sabotaje a las computadoras de la Universidad Libre. Y se lo tomaban muy en serio. Acá tienen pocas computadoras, y valoran mucho el conocimiento. Yo estaba fatal. Por un lado, se me desató el miedo natural a cargar yo con las culpas: ¿quién va a ser más sospechosa que la nueva? Y, ¿cómo castigarán los anarquistas a una traidora? No quise ni preguntar. ¿Me van a matar? ¿A encerrar? Pero por otro lado, un miedo mucho peor. El miedo a de verdad ser yo la saboteadora. Son muchos meses de vivir en la clandestinidad, el insomnio es muy malo, y este mundo no es el mío. Perder la cabeza es perder la identidad. Dudar de la propia cordura es el peor vértigo.
Montaron una asamblea. Aquí parece que todo lo resuelven con asambleas. Tampoco me lo creía: platicaban de todo menos de buscar a un culpable, que sería lo normal. Decían que no querían envenenar el ambiente poniéndose a sospechar de nadie. Mejor para mí, desde luego. Yo estaba tan preocupada pensando que me iban a castigar por los sabotajes que no retenía nada. Más tarde, leyendo con calma el acta de esa asamblea, me enteré de un montón de cosas importantes sobre cómo se organizan.
En cuando al sabotaje, quedaron simplemente en que llevarían cuidado, y en que trabajaríamos en parejas hasta que se resolviera el misterio. Yo estoy con Ixchel, una compañera de aquí que lleva nombre de diosa maya. Vamos juntas porque somos las dos que nos presentamos voluntarias cuando pidieron quién quería hacer un estudio sobre los libros de la biblioteca del pueblo. Dentro de lo que hay, parece que me puedo entender con ella.
Y ayer por la mañana, cuando menos lo esperábamos, oímos las voces de alarma. Era Ivana, la emigrante noreuropea, que se acababa de encontrar a Salvador degollado sobre su cama. Nunca había visto algo así. El cuerpo estaba como intentando salir de la cama en dirección a la puerta, la cabeza y brazos colgaban fuera de la cama. Estaba todo empapado de sangre. Las sábanas y la camisa, fatal, pero los tablones de madera del suelo también.
Salvador era un señor mayor, de la edad de Manolo pero sin haber salido de su continente natal. Llegó aquí huido del fascismo del Gran Chile. Feminista, por lo que decían. Un poco pesado, no callaba, eso sí me dio tiempo a verlo en las pocas semanas que le conocí. Ahora sí calla. Toda la tráquea seccionada, y una mancha de sangre en el suelo que ya no se va a quedar limpio del todo nunca, me parece. Si tuvieran suelos de plástico…
El asesinato les obligó por fin a mencionar a una sospechosa: Fidelia, la chica que compartía turno de trabajo con Salvador y que es, hasta donde se sabe, la última que le vio con vida. La pusieron en búsqueda y captura, o lo que en un Estado normal sería en búsqueda y captura. Por lo que entendí, lo que harán ellos cuando la encuentren será exiliarla.
Aquí todo son lloros, pero tiran para adelante. Está claro que tenían ya estos protocolos de actuación escritos. A falta de policía, jueces o cárceles, supongo que les sirve. Yo temo que con esto tengo insomnio para todo el verano. No es igual saber que existen los asesinatos políticos que ver uno de cerca, y encima no hago más que acordarme de lo cerca que estuve yo de cometer uno. Insomne, nerviosa y autolesionándome, arañándome las pantorrillas hasta sangrar.
Asco de sangre y de barro, asco de terapia de escritura.
Capítulo 4.
En estos meses me asombré de mil formas distintas con cómo viven aquí, pero está visto que me quedan sorpresas. Hoy tuve una tarde rara de risas con Rosario, un compañero… una compañera… une compañere un poco peculiar de la Universidad Libre.
Me puse a platicar con elle después de cenar. En parte, explicándole que llevo aquí solamente medio año pero que me voy encontrando en casa. La ausencia de ruido (que no silencio). La abundancia de verde, ¡tanta vegetación!, la ausencia de gris, la ausencia de plásticos. La biblioteca. La libertad. El compartir todo, uf. ¡Pero todo es gratis! Con lo capitalista que fui yo, y lo fácil que me estoy acostumbrando a no pasar necesidad y a trabajar en colectivo. Le conté que las primeras semanas hubo toda una fila de sorpresas, de cosas que no cuadran con las expectativas que tenía al llegar a un enclave anarquista. Las risas, el coro, los talleres de cosquillas, la hilarante riqueza conceptual del baño seco para el compostaje y de la permacultura. Que algo tan aparentemente banal y tan despreciado en la Supremacía como son las heces sea tan vital para el cuidado que mantiene fértil nuestro suelo. Trabajar en el agro, la vida en solidaridad, la satisfacción de comer lo que cultivamos entre todas.
Pero todavía estoy bastante mal por el asesinato de Salvador, no me quito de la cabeza la escena, no me deja dormir, a veces no me deja concentrarme. Al final las compas de la brigada de mantenimiento cambiaron las tablas, porque efectivamente la sangre nunca se pudo limpiar. Estoy angustiada por la violencia. El asesinato de Salvador, que por lo que me han explicado mil veces es uno más de los muchos que llevan a cabo, mediante infiltración y mediante extorsión, las distintas potencias fascistas en contra de nuestra revolución anarquista. Mi propia angustia ética, lo cerca que estuve de practicar el magnicidio para detener a Johnson, las noches que sigo pasando sin dormir, arañándome hasta sangrar, aunque esto último no se lo confesé. Expliqué a Rosario mi preocupación por la amenaza militar y medioambiental de la Supremacía. Le conté que en la Supremacía todavía nos quedan bombarderos B-52, de hace 100 años. Cacharros que queman 12 mil litros de combustible por hora. 12 mil litros por hora. 200 litros por minuto. Hay gente que conduce su coche 10 años con lo que esos monstruos gastan en una hora. Y eso es nada al lado de las fortalezas volantes modernas que se desarrollarían si la Supremacía retomara el camino de la guerra a gran escala. Podrían conquistar el mundo, pero ¿para qué? Para enfrentarse perpetuamente a poblaciones fanáticas, hostiles, ingobernables, mientras el mundo se cuece en sus propios jugos, porque el clima no resiste ni una locura más.
Yo estuve como una hora soltándole ese rollo, ¿y qué hace Rosario? Pues me mira a los ojos, me dice que la siga al comedor comunal, se pone a preparar dos cacaos con chile y empieza a platicarme sin más de los grillos y de los «grillados».
Estuvimos platicando de grillos hasta mucho después de acabarnos los cacaos y limpiar el cazo y las tazas. Se ve que aquí hay algunos poblados que tienen criaderos a pequeña escala de grillos, que luego emplean en hacer harina alta en proteínas. Los grillos se llevan las mejores partes de lo compostable, pero nutricionalmente sale a cuenta porque son proteínas de mucha calidad. Yo no sé todavía si me lo creo, pero Rosario me lo contó con la cara muy seria. Es igual que antes se comían chapulines, en realidad. Y me dijo que otros grupos y comunidades, hipersensibles ante la explotación animal, se oponen a esa industria del grillo, por lo que supone a nivel simbólico y a nivel práctico. Platican de la incoherencia entre buscar la libertad para nosotros e imponer la opresión a los grillos. Defienden que en esta sociedad sin rejas coercitivas, lo único que hace pensar en cárcel, explotación o genocidio, lo único que despierta fantasías de poder, son los criaderos de grillos. A estos idealistas los ridiculizan y los conocen popularmente como «grillados». Poniéndose más en serio, Rosario me confesó que, independientemente de que la existencia de esas jaulas le parezca repulsiva, realmente esta sociedad sigue teniendo mucho más de coercitivo y explotador de lo que nos damos cuenta, y que no tiene nada que ver con los grillos. Pero que, despacio y con nuestras contradicciones, nuestra revolución iba a poder más que cualquier número de B-52 de la Supremacía.
Me gusta platicar con Rosario, creo que no he conocido nunca a alguien como elle. Y me hace mucha gracia cuando sonríe y se le insinúan los colmillitos.
Capítulo 5.
Por fin se quedaron los despachos vacíos en la Universidad Libre. Me caen bien mis colegas, pero me gusta más trabajar sola, tranquila. Al anochecer, como casi todos los días, entré en el Departamento, elegí una silla, saqué mis papeles del archivador, me puse la radio bajita y me saqué unas tortillas de maíz dulces que había cogido por el camino. Mientras mastico, en la radio se acabó el programa semanal que escucho para aprender un poco de tzotzil y de tzeltal, y ahorita un compañero platica de la interasamblea de Chiapas. Ecología. Llevan unos meses discutiendo sobre si organizan una revolución dentro de la revolución. No más minería de las exciudades, no más expropiaciones fuera de nuestras fronteras. Veremos en qué queda todo eso.
Antes de venir a trabajar hoy he pasado la tarde echando una platicada sincera con Esmeralda, para intentar superar lo de Salvador, y mi miedo a la violencia. A sufrirla y a verme obligada ejercerla. Ella es de la misma edad que tenía Salvador, es decir que los dos nacieron a finales del XX. Esmeralda nació en Oaxaca, así que vivió desde el principio la etapa pre revolucionaria. Le estuve preguntando por la historia del proceso, y por el papel de la violencia política. Según ella, aquí más que una historia de la revolución política hay una historia de colapsos y adaptaciones. Sobre todo, el colapso del Estado: las manifestaciones y los disturbios, primero, que dieron paso a áreas de autoorganización y desconexión con el sistema estatal, con el mal gobierno. Acompañando, el colapso de los estudios, o más bien de las perspectivas profesionales. Ahí surgieron como adaptación los centros autoorganizados de capacitación, que fueron vitales para la transición. Y acompañando a todo esto, el colapso de los narcos, de los caciques y los terratenientes, por las catástrofes climáticas de los cultivos y el auge de las drogas de laboratorio de la Supremacía.
Los estertores de toda la violencia de narcos, caciques y terratenientes significó que hubo que hacer dos revoluciones paralelas, el doble de trabajo: contra el Estado y contra toda esa panda de matones no estatales. Para las mujeres, hubo que resistir contra distintos grupos de violadores armados. A Esmeralda personalmente no le pasó nada, pero sí que vio a su alrededor, y no fue capaz de evitar, algo que por ahora prefirió no detallarme. El patriarcado yo también lo conocí en la Supremacía, claro, pero desde su experiencia me explicó también su visión. Que nunca fueron solamente las violaciones, para empezar. Eran, y son, los compañeros que, pensando que te respetan, te llaman «damita». Eran, en la ciudad, los pollaviejas de la legión Holk. En el campo, es el analfabetismo de muchas, que sigue alimentando el prejuicio de padres y esposos de que las compañeras no van a saber hacer el trabajo, o que no valen para la asamblea.
Según Esmeralda, frente a toda la violencia y pese al patriarcado, la clave para superar los colapsos fue partir de un sustrato revolucionario suficiente, y un amor por el entorno. Y esto fue así pese a que los colapsos llegaron cuando el tejido social ya había sufrido daños terribles: jóvenes de un mismo ejido trabajando para cárteles rivales, vecinos que pierden la confianza. Cuando tienes miedo de que te espíen, sales menos de casa y dejas de participar en la vida en común. Llegó a haber ‘checadores’ a la entrada de muchos pueblos que actuaban como retenes informales del cártel.
Pero sí hubo una comprensión, por una parte suficiente de la población, de la necesidad vital que había de un cambio de sistema. Esta vez no era ‘socialismo o muerte’ sino ‘capitalismo o vida’. No era la revolución socialista contra el imperialismo ni contra el capitalismo, era la aspiración al Buen Vivir frente al ecocidio depredador. Lo era, y lo sigue siendo. Es verdad que justo antes del colapso más de un tercio de las hectáreas arables de México llegaron a ser marihuana y amapola, pero a la vez la riqueza biológica de las zonas indígenas ya habían hecho que México estuviera entre los primeros lugares del mundo en el panorama ambiental mundial. Buena parte del sustrato revolucionario era amor por la tierra.
Los orígenes históricos de ese sustrato revolucionario, en toda la zona azteca, fueron los campos comunales o ejidos y los trabajos colectivos o tequios. Todavía en los últimos años del siglo XX, la constitución de Oaxaca permitía la elección a los pueblos indígenas de sus representantes mediante «usos y costumbres» y sin partidos políticos. Le temblaba la voz y se le ponían los ojos jóvenes a Esmeralda cuando recordaba al Consejo de Organizaciones Oaxaqueñas Autónomas y al Comité de Defensa de los Derechos Indígenas. Organizaciones que defendían territorios indígenas y promovían la organización comunitaria. Me cuesta creerla, pero según Esmeralda el origen del Comité fue un pequeño colectivo de teatro. No me imagino yo un grupo de teatro en mi barrio allá en NY como germen de un colectivo revolucionario.
La propia Esmeralda estuvo hace casi 50 años en la histórica Comuna de Oaxaca, los tres meses que duró: más que la Comuna de París. Pocos años después participó en la recuperación de 300 hectáreas y en la creación de la «Finca Alemania». Un total de 2000 familias conviviendo y capacitando a los chavos para que pudieran luego ir a las comunidades a enseñar, y se llegaron a expandir a 50 comunidades. Me contó mil historias de la finca, pero al final fue confirmarme las mismas ideas que ya me había contado Manolo en su día. Que sí, que la historia de la revolución aquí fue una historia de violencia. Pero sobre todo de violencia sufrida, nada de magnicidios, eso me da un poco de paz. Organización, más organización, y desconexión. Y así van a seguir.
Capítulo 6.
Pues esta noche tampoco me duermo. Sudor, aparto las sábanas, me araño. Pongo la radio, cantan «El barzón». La quito. No sé ya cómo ponerme, ni qué leer, así que voy a intentar escribir. Mejor eso que seguir arañándome. Esta gente es maja: aunque no me entienden, se preocupan por mí. Hasta Ixchel, que va bastante a la suya, me mencionó lo de mis ojeras. A Esmeralda le conté mis ideas, pero dice que este tema le queda muy lejos. Rosario me mira sin decir nada.
Las ojeras es lo que se ve, pero no es lo más grave. Llevo varios días peor de los nervios, arañándome las pantorrillas hasta hacerme sangre. Y ya empecé a arrancarme las costras. Me mancho de sangre los dedos y luego lo pongo todo perdido. Tanta preocupación que he tenido siempre por la higiene, y a este paso acabaré palmándola de cualquier infección.
Llevo varias noches volviendo a pensar en la computación cuántica. Me quita el sueño que solamente la Supremacía use computadoras cuánticas. No es cosa menor. La capacidad de cálculo da a la Humanidad la capacidad de hacer ciencia, y sin ciencia no tenemos futuro. Quien posee hoy la capacidad de cálculo va a poseer mañana el futuro. Además: y si finalmente cayera el capitalismo desarrollista de la Supremacía, ¿qué? ¿La Humanidad se queda sin computación cuántica?
La mecánica cuántica, como ciencia, hace décadas que no es sorprendente. Las funciones de ondas como ecuaciones físicas que ponen sobre papel todo lo que sabemos sobre un fotón que viaja por el espacio, o sobre una molécula de glucosa, o sobre un átomo de nitrógeno enterrado en el centro de un diamante. Incluso el entrelazamiento entre sistemas cuánticos hace tiempo dejó de ser enigmático. Todo esto hoy es prácticamente trivial. En cambio la computación cuántica, como tecnología, es otra cosa. Cuando mi mamá era una niña, a principios de siglo, era poco más que un sueño que el mundo entero se dedicaba a investigar. Bueno, el mundo entero. El mundo rico, más bien: USA, Europa, China, Australia… superconductores, trampas de iones, fotones entrelazados, silicio dopado con fósforo. Probaron un montón de sistemas como qubits, pero todas esas tecnologías se apoyaban en el mismo descubrimiento revolucionario de que las leyes de la mecánica cuántica permiten algunas operaciones lógicas que con computadoras clásicas son imposibles. La raiz cuadrada del inversor, por ejemplo: si aplicas un inversor a un 0 obtienes un 1, si lo aplicas otra vez recuperas el 0. Pero ¿qué operación puedes aplicar dos veces seguidas a un 0 para obtener un 1, y dos veces más para recuperar el 0? Pues no es posible una operación lógica así con bits, pero con qubits la solución es «la raiz cuadrada del inversor». Al encontrarse nuevas operaciones lógicas fue posible diseñar nuevos algoritmos, como con ingredientes nuevos se pueden idear recetas nuevas, y algunos de esos algoritmos nos permitieron resolver de forma eficiente muchos problemas de interés comercial. Los problemas importantes quedaron sin resolver, claro. El clima y la política siguieron a peor a paso acelerado, de hecho, gracias al despegue cuántico del poder computacional.
Saltamos 40 años hacia el presente, y ahorita solamente en la Supremacía se investiga en computación cuántica. Todas las tecnologías cuánticas que se conocen tienen una huella de carbono terrible, principalmente porque están basadas en temperaturas cercanas al cero absoluto. La computación cuántica trabaja en frío, que es como decir que trabaja con helio. El helio antes parecía asequible porque no había más que sacarlo de los depósitos de gas natural en los que venía disuelto. Un despropósito cortoplacista, claro, una tecnología fósil. El helio que obteníamos de esos depósitos fósiles se nos acabó hace décadas y en estos tiempos el coste energético de obtenerlo y preservarlo es tremendo. Ya no se tira todo a la atmósfera como se hacía hace 50 años, pero los compresores para recuperarlo consumen muchisima electricidad, y siempre hay pérdidas. Ni los eco-anarquistas ni los eco-fascistas nos vamos a meter en esa locura ecocida. Socialmente no tenemos nada en común, pero coincidimos en saber que no tenemos un planeta B. Cualquier apetencia, cualquier necesidad va por detrás de la necesidad de tener un planeta en el que podamos seguir viviendo. Así que prácticamente todo el mundo renunció a la computación de alta capacidad, y hoy vivimos con computadoras de caca. De hecho, en algunos casos son literalmente computadoras de caca, porque van con la energía del metano que nos dan las bacterias anaerobias que viven en algunos casos, de nuestra propia caca.
Hoy, la Supremacía Estadounidense (económica, política, militar, medioambiental) se basa, también, en su superioridad computacional, en su Supremacía Cuántica. Son los únicos en manejar supercomputadoras clásicas de alta capacidad, porque esos también tienen una huella de carbono insostenible. El resto del mundo nos arreglamos con sus primas pequeñas. Pero ni las pequeñas ni las grandes pueden hacer gran cosa frente a las familias de problemas en matemáticas, en ciencia y en ingeniería que solamente se pueden resolver eficientemente con hardware cuántico. Hoy se conocen multitud de trucos cuánticos para resolver, al menos aproximadamente, muchos tipos de problemas que escapan de la capacidad de los mayores computadoras clásicas.
Me parece una humillación absurda estar en el bando racional del mundo, estar en el bando que trabaja por la supervivencia de lo mejor de la civilización humana, y a la vez estar en el lado condenado a la ignorancia, en el bando sin computadoras cuánticas.
¿Acaso son incompatibles computadoras cuánticas y anarquía? ¿No son los algoritmos cuánticos, al fin y al cabo, sofisticadas asambleas de qubits? Ahora que por fin conseguimos sociedades fuertes y estables basadas en un sistema de organización anarquista, resulta que las computadoras cuánticas las tienen en exclusiva los capitalistas que están cociendo el planeta.
Esto no puede ser. Y mientras lo escribo estoy dándome cuenta de que voy a hacer algo para cambiar las cosas.
Capítulo 7.
Madrugón inquieto. La tormenta tampoco ayuda a volver a la cama, aunque me iría bien descansar. Mañana va a haber que arrimar el hombro para desembarrar, el tequio de cuidados del entorno. Me apetece poco o nada, pero menos me apetece que nos coma el lodo. Hace tiempo que empiezo a sentirme dentro del «nosotres» de estos anarquistas. Y como dice siempre Rosario, aparte de los tequios que son colectivos, aquí cada une tenemos nuestras inquietudes, nuestros proyectos, nuestra aportación individual al proyecto común. Mi proyecto es ayudar a que mi sociedad, la sociedad anarquista, se dote de sus propias computadoras cuánticas. Y como total veo que no me voy a dormir, pues creo que voy a soltar lo que llevo dentro y luego bajo a un desayuno temprano. Creo que sobró algo de la cena.
Como las computadoras que tenemos ahorita, las computadoras cuánticas que deberíamos tener en el futuro quizá no sean muy numerosas, y seguro tendrán que ser de baja huella de carbono, redundantes, reparables y robustas. Es la única forma responsable de vivir, pero desde luego hoy en día no existen computadoras cuánticas que respondan a esa descripción. Al revés, las maquinas cuánticas de la Supremacía, son delicadas y voraces en energía. No podemos ni queremos aspirar a competir con ese despropósito irresponsable, pero sí que necesitamos computadoras cuánticas, aunque no sean como las suyas. Coprocesadores cuánticos, especializados en transformadas de Fourier o en el algoritmo de Grover, para empezar. Una de esas, acoplada a las mejores computadoras de las que ya tenemos, nos permitiría multiplicar su rendimiento sin aumentar la huella climática. Nuestra sociedad sufre carestías y no todo se consigue con educación ni con asambleas. A veces la única solución es obtener una respuestas numéricas fiables a problemas numéricos difíciles. A veces urge mejorar las moléculas que nos curan o predecir la dinámica atmosférica del próximo tifón, y si el resultado llega tarde, morimos.
He estado pensando en un esquema de trabajo inicial. Mi plan a largo plazo sería diseñar células que sirvan de computadoras cuánticas. Es decir, dentro de cada bacteria tener una computadora chiquita. La computadora podría alojarse en un orgánulo artificial que contuviera toda la maquinaria molecular necesaria, algo comparable al orgánulo que llaman «estigma» que usan las algas verdes para detectar la luz y moverse al punto justo, ni mucha luz ni muy poca, para optimizar su fotosíntesis. Y será dentro de ese orgánulo donde estará funcionando la computadora cuántica, que realmente será un grupo de proteínas de diseño. La limpieza del orgánulo es que, como en el caso del estigma de las algas verdes, ahí podemos meter todas las proteínas auxiliares que hagan falta para el funcionamiento y el mantenimiento de la computadora.
Cada molécula-qubit puede ser entonces una pequeña proteína capaz de manifestar efectos cuánticos: superposición de estados, interferencia cuántica, coherencia. Algo como lo que se encontró en el criptocromo del petirrojo: la brújula cuántica que llevan en los ojos muchas aves migratorias. Habrá que revisar todos los ejemplos que ya se conocen en la Biología Cuántica y tomar prestado del mundo natural alguno de ellos, o bien emplearlos como inspiración para contruir nuestros nuevos biocomponentes cuánticos sintéticos. El objetivo final, para que todo el proyecto tenga utilidad práctica, sería meter en cada procesador hasta 128 qubits entrelazados entre sí, eso bastaría para resolver multitud de problemas prácticos. Los qubits sufrirán errores durante el cálculo, y la corrección de errores es costosísima, así que para esos 128 qubits «útiles» habría que presupuestar unos 1024 qubits en términos de moléculas.
¿Y cómo manejamos un supracomplejo proteico que acople 1024 de esos biocomponentes cuánticos? El propio supracomplejo sería un monstruo sin precedentes en la Biología Sintética, pero creo que no es algo que sea imposible de preparar. Lo complicado más bien será controlarlo mediante estímulos que podamos procesar, como un código. Necesitamos que partes de la proteína actúen a modo de interruptor o conmutador, en cuanto a que tengan varios estados posibles y con eso procesen las señales. Quizá jugando con el plegamiento proteico, con las distintas formas posibles de liar el ovillo de aminoácidos. Hay mucho material de partida para este objetivo: toda la maquinaria celular se basa en motores moleculares con piezas biestables y triestables. No será fácil construir algo tan ambicioso con estas piezas, pero tampoco es algo inconcebible.
Con este supracomplejo proteico nos podremos plantar, si la cosa me sale bien, en una capacidad de cálculo un poco superior a lo que a principios de siglo llamaban «Noisy Intermediate Scale Quantum Computing». En lugar de apenas 50-100 qubits, con ruido y sin mecanismos de corrección de errores que tenían en la NISQ, nosotras tendríamos más de 100 qubits de trabajo, limpios de ruido porque podemos usar los otros 900 qubits para corregir todos los errores que se produzcan en los 100 qubits de trabajo. Claro que no podremos competir con los miles o decenas de miles de qubits que manejan los supercomputadoras cuánticas de la Supremacía. Pero estarán adaptados a nuestra forma de vida: nuestros procesadores cuánticos serán modestos pero de bajo coste, de bajo mantenimiento, robustos y autorreplicantes. Tengo miedo de que sea una aspiración demasiado ambiciosa. Tengo claro que parte de mi interés en esto es la continuación de mis sueños de gloria capitalista, cuando quería desarrollar algoritmos cuánticos para vender a la gente cosas que no necesita. Pero no se exige ni pureza ni uniformidad en el anarquismo, al revés, lo que se celebra es la diversidad. Así que no pasa nada por ser ambiciosa o haber sido educada en el capitalismo. Igual que el resto, no soy perfecta. Tengo un trabajo que hacer, ganas y capacidad de hacerlo, y el convencimiento de que es un trabajo que a la larga tendrá una gran utilidad social. Y se supone que ese es el gran reto, el averiguar dónde podemos ser más útiles, y volcarnos en ese proyecto.
Capítulo 8.
Viene huracán. De los fuertes. Hasta aquí no suelen llegar tan fuertes. Todavía nos quedan unas cuantas horas para que llegue hasta aquí, menos mal. Espero que me lleguen las fuerzas para hacer mi parte de preparar puertas y ventanas para la lluvia. Menuda noche de poco dormir y mucho discutir pasé con el compañero Guadalupe. Le sacó toditas las pegas a mi proyecto. Lo ve todo negro, qué tío, no sé si es pesimismo crónico o falta de imaginación. No es que me hiciera falta más pesimismo desde fuera. Ya estaba bien consciente de que parece imposible que algo así salga bien. Pero bueno, me vino bien platicar con Guadalupe: así voy perfilando el plan.
Toda la noche discutiendo con Guadalupe, y masticando café en grano. Y las tripas locas, claro. No salí del baño seco. La fiesta de la poposta. Entre que me recupero, voy a poner aquí en orden las notas que fui tomando a lo largo de la noche. Siguiendo con las heces, finalmente me he decidido por la Escherichia coli. Primero contemplé la Saccharomyces cerevisiae, porque lo ideal para meter mi orgánulo es emplear un organismo eucariota, o el Agrobacterium tumefaciens, porque es nuestra mejor herramienta para ingeniería genética, y es de donde sacamos la vitamina B12, con lo que ya tenemos toda la maquinaria industrial y multitud de laboratorios optimizados. Pero la E. coli sigue siendo nuestro organismo modelo por excelencia, y eso hace que problemas que aún ni se me han ocurrido probablemente ya esten resueltos en coli. Además, E. coli es la bacteria más trabajada en Biología Sintética, es decir que ya es bien conocida la mayor parte de su maquinaria genética y metabólica, lo que la hace programable. En un proyecto tan ambicioso como el mío, y encima si lo voy a emprender básicamente en solitario, me he de apoyar todo lo posible en lo que ya se sabe. Así que dejo de lado la idea del orgánulo, que me facilitaba pensar las cosas con más sencillez, pero que tampoco aportaba nada funcionalmente.
Más importante: me ha quedado claro de que la primera generación de procesadores que prepare en las bacterias habrán de ser clásicos. Es decir, como pequeñas computadoras convencionales, a las que les demos una serie de estímulos, que apliquen una secuencia de operaciones lógicas y que nos den una respuesta. Esto existe ya, claro, pero funciona con mecanismos moleculares que son lentos, grandes y ruidosos. Fundamentalmente incompatibles con la coherencia cuántica. Reproducir estos logros de la Biología Sintética a una maquinaria que nos sirva pueden ser años de trabajo, quizá décadas, pero el salto directo a las computadoras cuánticas no es realista. Cuando nuestras bacterias ya sean capaces de procesar señales clásicas de forma rápida y compacta, ya empezaremos a retocar sus proteínas para que manejen señales cuánticas.
En la primera fase, para iniciar cada experimento necesitaremos un estímulo metabólico, para codificar la información de entrada. Un estímulo metabólico podría ser aumentar o disminuir la concentración de uno o más nutrientes en el medio de cultivo, por ejemplo. Algo para lo que ya haya receptores moleculares conocidos, algo a lo que de forma natural alguna bacteria ya responda por sí misma. Entonces, emplearíamos la señal celular que detecta ese cambio en el medio de cultivo para activar alguna interacción molecular que cambie la forma de plegarse una parte específica de la proteína. Y, a partir de eso, poner en marcha algún cambio en una función celular específica. Resistencia a un antibiótico, o capacidad para metabolizar un nutriente distinto, algo que nos permita detectar el estado final del cálculo. Emplearemos el complejo proteico nuevo para mediar entre procesos que de forma natural ya existan en bacterias, pero que previamente estén desconectados. Esto no es cuántica, pero nos permitirá tener una versión rudimentaria de las mismas piezas que emplearemos después.
En la segunda fase, la entrada y salida de información deberían ser ópticas, porque para mantener las propiedades cuánticas, especialmente pensando en que vamos a trabajar a temperatura ambiente, tenemos que ser muy rápidos, y el procesamiento metabólico siempre es muy lento. Así que la información de entrada en esa etapa será un pulso corto de luz, o una serie de pulsos, que desencadenen el proceso. El mecanismo para esto podría ser el mismo de antes, cambios sutiles en la estructura de las proteínas que formen el procesador. Una serie de fogonazos de distintos colores ponen en marcha una serie de movimientos moleculares bruscos, y la computadora se pone en marcha, y al final del proceso, unos fogonazos de bioluminiscencia nos dan el resultado.
Necesitaré también poner a punto un sistema de diseño por evolución dirigida. El objetivo final es optimizar el procesado de señal evolutivamente, por selección artificial, digamos. Con cálculos muy sencillos, si yo ya conozco lo que tiene que salir, puedo premiar el resultado correcto con mayor eficacia a la hora de aprovechar nutrientes, o con resistencia a antibióticos. Las colis crecen deprisa, y quizá podamos forzar que evolucionen deprisa. Tras unos cientos o miles de generaciones donde insistentemente se recompensa el cálculo correcto y se penalizan los fallos, seguro que podemos sacar cosas verdaderamente complejas. Empleando mis tripas como chasis para esta especie de motor de cálculo biológico-cuántico, además, podré prescindir de laboratorio durante largos periodos del proyecto.
A largo plazo, supongo que podremos preparar cepas distintas, cada una cableada a un algoritmo concreto, aunque eso aún queda muy lejos. Cada vez que queramos hacer una variación, habrá que separarlas con cultivos diferenciales: mucha asa de siembra, mucha esterilización a la llama y mucho gel de agar-agar. Muy laborioso, pero son todo tecnologías robustas del siglo XX.
Capítulo 9.
Se murió Manolo. Voluntariamente, anunciado, sin dolor, pero ya no lo tenemos. La biblioteca lleva tres días llena desbordante de canciones de despedida y de poemas sobre reunirse con la Tierra. Muy bien. Los ritos de aquí. Precioso todo, pero sigue siendo un asco.
¿Cómo voy a perder, además, a Manolo? Perdemos a una persona, y pierde toda la Humanidad. Perdemos la incredulidad de Manolo por lo que le pasó al mundo que él había conocido y que ya solamente sigue vivo en libros, canciones y películas. Sus dudas sobre las probabilidades de ecofascismo y de ecoanarquismo de tener éxito, sobre si sería el fascismo o el anarquismo más eficaz a la hora de convencer a los humanos, de mantener el mundo habitable, de sobrevivir como sociedades en pugna. Toda la historia de su proceso de decisión, cómo decidió apostar por el servicio a la causa ecoanarquista, tras un recorrido vital muy lento, o al menos muy lento si lo comparo con el mío. Su culpabilidad por haberse identificado e integrado con sociedades dañinas, opresivas o tóxicas durante toda su vida, y a la vez su sensación de haber llevado una vida como víctima. Su sensación de inadaptación a los ideales anarquistas, que arrastró hasta el final. Muchos sentimientos negativos, pero en toda complejidad hay riqueza.
Esto no es vida. Tengo menos de 20 años, nací de mamá migrante, hace 3 años que escapé de la única sociedad que había conocido, y ahorita acabo de enterrar a la única figura de abuelo-tutor que todavía me unía a mi pasado, que me hacía a la vez de hermano mayor y compañero de aventuras. Por apasionada que sea una, no hay proyecto que compense esta tunda de palos.
Departamento Freire de la UL, NTec, diciembre de 2061
Ha sido una mañana fantástica, seguramente porque anoche dormí bien y esta mañana me levanté fuerte. Después de desayunar me encontré con que Ivana estaba organizando otra vez unos juegos de calistenia. Una carrera de tres piernas, una de esquí cooperativo y un rato de los ejercicios posturales que aquí llaman jocosamente «el taichí de la azada, el cedazo y la hoz». Tendría que unirme a estas actividades con más frecuencia. Me ayuda a conocer a personas con las que normalmente no tengo trato, y además así me lo pasaría mejor en los juegos que hacemos durante los intermedios de las asambleas largas. Siempre me siento un poco rara, me parece que todo el mundo lo hace mejor que yo. Pero nunca tengo tiempo, siempre estudiando y revisando mi proyecto.
Después de ducharme, pedí a Ivana que se quedara a compartir unas mazorcas conmigo y a platicar, porque quería consultarle unas cosas. Se ha ido hace un rato. Ponen por la radio comunitaria un poema de Bety Cariño:
«Aquí no más vergüenza por la piel,
por la lengua, por el vestido, por la danza,
por el canto, por el tamaño, por la historia.
Aquí el orgullo de sernos
morenitas, chaparritas, llenitas,
ñuu savis bonitas,
ñuu savos valientes,
con la frente digna
aquí no el silencio
aquí el grito
aquí la digna rabia.»
Me duele el corazón de escribirlo, porque NTec ya es mi casa y me ha dado mucha paz, pero cada vez lo tengo más claro, me tendré que ir de aquí. No se cuándo, pero voy a viajar. Voy a viajar muy lejos, casi tanto como Manolo. He de seguir adelante con mi proyecto de conseguir bioprocesadores cuánticos para nuestra sociedad, y no voy a poder hacer todo aquí.
Primero me tendré que mover por las regiones libres de Centroamérica.
Empezaré por las capacitaciones para los servicios industriales. El de bioquímica y biología molecular. El de electrónica.
O igual encuentro a los expertos que necesito en otro departamento de la universidad libre. O de la enciclopedia libre.
Viajaré, aprenderé lo que pueda y adelantaré las primeras fases del proyecto. Todo lo bio, o al menos buena parte. La programación del metabolismo de las bacterias, aunque sea la más rudimentaria.
Pero luego tengo que viajar de verdad y embarcarme hasta Europa, hacia las regiones libres escandinavas.
Allí tendrán la infraestructura que aquí nos falta para desarrollar las fases finales. Toda la parte óptica.
Y para ponerlo en marcha como servicio industrial nuevo. Pasar de que funcione en laboratorio, cuando funcione, a que llegue a todas partes, para que de verdad sea útil. A departamentos de la Universidad Libre, claro, pero también a los distintos servicios industriales, porque todos van justitos de potencia de cálculo. No quiero ni pensar en el caos climático al que tendrá que adaptarse la próxima generación, pero seguro que poder calcular fenómenos meteorológicos extremos deprisa puede salvar muchas vidas.
Capítulo 10.
Hola mamita:
¿Cómo sigue todo? Me alegré de lo que me contaste de que finalmente Martin te eligió a ti y estáis juntos. Aquí seguimos bien. Hoy te escribo desde unos bancos de la placita. La tarde es plácida y apacible. En el cielo, a lo lejos, veo una gran bandada de pericos mexicanos. Te gustarían. Mientras te escribo, oigo bajita la radio que sale por una ventana. Nuestro coro canta madrigales, como suele hacer últimamente.
Te aviso para que te prepares. No sé si lo sabes, pero esta sociedad en la que vivo, que se llama a sí misma ecoanarquista, lleva varios años platicando sobre ser más sostenibles. Mucho más que platicando, en realidad. Asambleas masivas, marchas de cientos de kilómetros, huelgas de hambre, bloqueos de la ‘minería de ciudades’ que le decimos aquí, y del transporte ferroviario. Cada vez está más claro que vamos a extinguir todas las actividades que no sean de ciclo cerrado. No tienes que preocuparte por mí, yo voy a seguir bien. ¿Las consecuencias para ti? Pues seguramente te dejará de llegar dinero, pero tampoco te preocupes mucho, porque me arreglaré para que te siga llegando algún tipo de ayuda en mi nombre. De una forma o de otra, no voy a dejar de ayudarte.
Te escribo también para contarte novedades. Yo hoy hace 4 años que llegué a NTec. A Nuevo Tecpatán, vamos. Acá todavía que se ríen de mí cuando escribo NTec o digo entec, pero luego ellos bien que usan términos inventados como cacajón, para el retrete de compostaje, o, como dicen aquí, de poposta.
Hoy anuncié por fin que me voy de NTec ante la asamblea del departamento Paolo Freire de la UL. La Universidad Libre, quiero decir, donde estuve trabajando estos años. Esta tarde lo comentaré a la gente de mi grupo de labranza, y por la noche al grupo de cuidados. Y supongo que antes de que acabe la semana me harán una entrevista de despedida en la radio comunitaria.
Creo que quien peor lo está llevando es Rosario. Rosario es especial. Me parece que no te había contado de elle. Le llevo 4 años, así que es todavía un poco niñe, aunque por la altura parece mayor. Es una persona muy interesante. Profundamente animalista, hasta el punto que te discute antes que matar un bicho. Profundamente libertarie, en el sentido de que no te acepta ni una norma social que no haya pasado explícitamente por consenso. Profundamente utopista. Pocas veces le había visto la mirada de ensoñación que me puso cuando le conté mi plan de viaje a ultramar. Yo tambien le voy a extrañar.
Ixchel apenas reaccionó. Yo creo que le doy un poco igual. Guadalupe me deseó suerte, y sonaba sincero, pero se le veía que no tenía ninguna esperanza de que me fuera bien con el proyecto. Con Ivana acabamos llorando y riendo y abrazándonos las dos, qué cariño de mujer.
He invitado a la asamblea de despedida a Citlalí y Tonatiuh, dos amigos del colectivo que lleva la biblioteca, que son casi de mi edad y que forman pareja. Ellos ven el mundo de otra forma, supongo que porque acaban de ser padres. Tonatiuh no entiende bien qué es lo que quiero hacer, pero le suena a ciencia-ficción así que le gusta. A Citlalí no le importan los detalles. Mientras tenga una potencial utilidad social le parece bien. Son buenas personas. Espero verles de nuevo pronto.
Intentaré seguir escribiéndote y mandando algo de ayuda dos veces al año.
Te quiere tu hija,
María.
Capítulo 11.
Se acerca otra vez la temporada de lluvias más fuertes. Sigo en la presa Nezahualcóyotl, en el cauce del Río Grijalva, entre lo que eran los municipios de Berriozábal, Tecpatán y Ocozocoautla de Espinosa. Aquí hay una riqueza de energía hidráulica que es para volverse loca. Loca por el contraste con la humildad energética de NTec, o por el ruido atronador, no sé. Creo que es más bien por el ruido.
La misma presa es algo fuera de lugar, contrasta con todo lo que vi en estos últimos años. Es un megaproyecto de los de antes, se ve incluso en el poblado en el que vivimos quienes trabajamos en la presa: mucho muro de concreto, poco tapial de adobe. También con las personas y con las historias que cuentan noto el contraste. Frente al punto de vista noviolento que me daba Esmeralda en NTec, ayer estuve platicando con Regina, que me transmitió las historias que le contó a ella su madre de San Diego Xayakalan, la Guardia Comunal, cómo la resistencia armada indígena de Ostula fue crucial para alejar al crimen organizado.
A veces, cuando me siento sola y fuera de lugar, juego, como cuando era niña, a perderme en los placeres del vertigo que me da el cambio de escala. Imagino mi habitación desde la escala atómica. O me imagino a la presa y a mí misma desde la perspectiva del cúmulo local de galaxias. Veo toda la riqueza genética y la biodiversidad que contiene mi cuerpo, y al fijarme en las bacterias que también son yo, las de mis tripas, las de mi piel, difumino mis propias fronteras. O empatizo con la multitud de individuos del comedor comunal, recordando toda la complejidad de mi experiencia humana y proyectándola a cien vidas igual de difíciles que la mía.
Otros ratos me dedico a mirar las aratingas verdes, nuestros pericos mexicanos, porque aquí son multitud. Se ven bandadas de cientos de ejemplares. Es una gozada mirarlos volar. La belleza de los pájaros hace que vea con algo de recelo a la pareja local de gatos, Frida y Diego, que por lo demás son adorables. Entiendo por primera vez a quienes defienden que debemos intensificar las campañas de esterilización, y conformarnos con los perros, que también son maravillosos cuidadores y que no amenazan de la misma forma a la fauna salvaje.
Mi proyecto avanza con una lentitud frustrante. Aquí estoy capacitándome para el servicio industrial de bioquímica y biología molecular, en los laboratorios de la presa hidroeléctrica. No estamos muy lejos de mi gente en NTec, en realidad. Pero, a efectos, como si estuvieran en el otro lado del mundo, porque no puedo ni platicar con elles ni sé cómo les va. Me llegan noticias mínimas por internet, pero no es lo mismo.
Pese a la abundancia local de energía hidráulica, aquí vi los nuevos modelos de neveras solares. Son cada vez más grandes, para poder acumular hielo y para tener un aislamiento térmico más eficaz, pero han hecho un buen trabajo en hacerlas modulares para facilitar su transporte y ensamblaje. Más importante aún es la calidad del compresor, que es la única parte móvil y que trabaja sellado herméticamente, porque ahorita refrigera mejor. Reaparece el síndrome de la impostora, a todo tren. Miro alrededor y la impresión es de que los proyectos de todo el mundo avanzan más deprisa que el mío.
Fuera de mis horas de trabajo industrial, y fuera de los tequios, estoy aprovechando los laboratorios para aprender a hacer cosas básicas. Ya aprendí a introducir cepas de colis en mi propio cuerpo (por vía oral, con pastillas que preparo con yo misma) y recuperarlas a partir de las heces, con cuidado y con placas de cultivo. Para eso estoy empezando a jugar con mecanismos toxina-antitoxina mazF-mazE, y a hacer selección de cepas a mano, en placas. Según yo altero la concentración en el cultivo de glucosa, fructosa y galactosa, mis colis producen la toxina MazF, primero, con lo que causan la muerte celular de sus vecinas, y la antitoxina MazE, poco después, para salvarse a sí mismas. En distintas placas, pruebo distintas combinaciones en la secuencia de variación de concentración de glucosa, fructosa y galactosa, para provocar distintos comportamientos y verificar que la cepa se comporta como debe. Esto me viene bien para poder filtrar las cepas que, ante el estímulo que sea, me den la respuesta buena, descartando a todas las que dan la mala. Con la cepa buena, preparo la siguiente tanda de pastillas. Así voy potenciando la capacidad de procesamiento más primitiva. Ahora mismo estoy con cosas básicas, pero así es como se avanza. En la próxima etapa, complicaré la secuencia de concentraciones de azúcares incluyendo también a la lactosa. Despacito, pero sí que avanzo.
Capítulo 12.
Tras la última temporada de lluvias fuertes acabé mi fase de capacitación en Nezahualcóyotl y estoy de vuelta en NTec, huyendo del ruido. ¡Qué descanso! Me han ofrecido volver al que fue mi cuarto, pero ahora lo está ocupando Ixchel, así que prefiero compartir cuarto con Rosario. Estamos teniendo… algo. No sé qué nombre ponerle. Algo bonito. Cuando está conmigo, me pierdo en sus ojos. Cuando no está, trabajo alegre imaginando que en cualquier momento pueda venir y abrazarme por la espalda.
No solamente es elle: todos los míos se alegran de verme, claro, y yo a ellos. John y Louise han tenido un chamaquito precioso. Me alegro mucho por ellos. Y la chamaquita de Citlalí y Tonatiuh está creciendo encantadora y despierta.
Ahora estoy con el grupo de la Enciclopedia Libre, para leer, porque tengo mucho que aprender, y a veces la mejor forma de asimilar lo que una lee es escribir sobre ello. En la EL estoy aprendiendo más física y más ingeniería de la que había sabido nunca. Voy a necesitar todo esto y más para diseñar los pulsos con los datos de entrada y detectores para los datos de salida, y toda la ingeniería intermedia que será necesaria para sincronizar las señales. Un montón de mecánica y electrónica, con discos cortadores de haz y amplificadores en cascada. Busco hacerlo todo con tecnología robusta, del siglo XX, fácil de mantener. Tecnología con huella de carbono relativamente baja, que es lo que necesitamos.
A veces me vence la congoja. Nací y me crié en la supuesta tierra de la libertad. Por un acto de libre responsabilidad, renuncié a todos mis sueños de infancia ¡renuncié a mi mamá! y me cerré todas las opciones menos la de huir. Me vine a una sociedad anarquista, con todas las posibilidades abiertas otra vez, y en esta etapa de mi vida me encuentro con que otra vez estoy renunciando a todas las opciones. ¿Es esto hacerse adulta, renunciar a todo una y otra vez? Me estoy encajonando a mí misma con este proyecto tan a largo plazo. ¡Y va tan lento! Pero ¿qué voy a hacer? Me da pánico la irresponsabilidad de abandonar mi proyecto vital sin un motivo, porque en realidad sí estoy avanzando. Por una cosa o por la otra, paso malas noches, estoy nerviosa, me araño los tobillos, pongo las sábanas perdidas de manchas de sangre. Me da vergüenza, pero no soy capaz de evitarlo.
Escuela comunitaria de NTec, primavera de 2067
Ya se ha ido la última estudiante. He quedado yo en el aula, sola, tranquila, satisfecha y agotada. Y ventilando, porque hoy hemos dejado una jauría de olores que no se la deseo a nadie.
Yo de maestra en la escuelita comunitaria, quién me lo iba a decir. No me siento igual que los años que investigué en la Universidad Libre o cuando estuve escribiendo en la Enciclopedia Libre, pero la verdad que también me sirve para aprender. Sobre todo porque, para no ser un tequio, se vive como una labor con una utilidad social inmediata. Lo ves cada día en la sonrisa de los ojos cuando amanece la idea para resolver un problema. O en cómo crecemos juntos, rápidos como tallos de maíz, en los días buenos, cada vez que entendemos mejor un concepto difícil. Me viene bien porque me agobia bastante el estar apostando todo mi esfuerzo vital a un proyecto de investigación que es tan a largo plazo.
Llevo poco tiempo, pero creo que el suficiente para decir que soy bastante mala maestra. No tengo paciencia, ni con los niños ni con los adultos. O con les adultes, debería decir, porque tengo a Rosario en clase. Es muy inteligente (y no es que yo sea tonta que digamos). A ver si aprende algo de física. A cambio, cuando estamos juntes en el agro, quitando malas hierbas, elle me cuenta cosas de su especialidad y su pasión, que es la organización social.
Las guardias son una experiencia nueva. Consideramos que la escuela es un servicio primario, como la biblioteca, la clínica, la brigada de mantenimiento o la radio comunitaria, así que hacemos guardias para mantenerla abierta día y noche. Es verdad que se suaviza la actividad en las horas de oscuridad, pero es bonito estar siempre disponibles para quien quiera venir a aprender con nosotres. Al ser cara al público, es un ambiente muy distinto del entorno académico que se vive en la Universidad o en la Enciclopedia. De todas formas, hay condiciones de trabajo más difíciles que la escuela, tampoco me quejo. Los artistas, como el grupo del coro o el de teatro, que casi solamente pueden trabajar juntos, o el círculo de escritores, que casi solamente pueden trabajar por separado.
Conforme platicar con Rosario me ayuda a asimilar herramientas de análisis social algo más sofisticadas, me estoy dando cuenta de que hay una competición un poco rara entre colectivos. Primero pensaba que era cosa de Nezahualcóyotl, pero ahora veo que en realidad en NTec es lo mismo, solamente que antes no tenía ojos entrenados para saber verlo. Cada grupo busca el prestigio de su actividad productiva, al menos entre las que tienen que ver con la producción de conocimiento, que son las que conozco por dentro. La EL quiere ser más importante para la sociedad que la UL, y ambas más que la capacitación para el servicio industrial. Y se extiende fractalmente hacia arriba y hacia abajo: dentro de cada rama, unos departamentos de la UL quieren quedar como mejores que otros, y dentro de cada colectivo muchas personas buscan quedar como la mejor facilitadora. Y nadie quiere quedar como un vago, un inútil, o un abusador. No sé si es un problema social, o un problema natural. Si hay solución, será social, eso seguro.
Capítulo 13.
Hola mamita:
¿Cómo te van las cosas? ¿Cómo va la salud?
Yo sigo en la escuela comunitaria de Nuevo Tecpatán, como ya te conté en mis últimas dos o tres cartas. Me gusta mi aula, muy alegre, y me gusta mi gente. Muchas sonrisas. Mucho olor a sudor, porque la humedad y el calor de aquí ya sabes cómo son. Y ahorita son un poco peor que cuando tú migraste al norte. Poco a poco, más calor y más inundaciones.
Soy profesora de todo lo que tiene que ver con mi proyecto. Microbiología, Biología Sintética, Fotónica, Computación Cuántica… todo. Si vienen dos personas, doy clase a dos. Si vienen doscientas, a doscientas. El contar lo que creo que ya domino a personas siempre distintas me ayuda a afianzar conceptos. Me planteo preguntas que se me pasaban por alto, y las que no me planteo yo me las plantean ellas.
Lo de dar clase me trae recuerdos de las historias que me contabas de cuando fuiste profesora de secundaria en Yucatán. Las historias más bonitas y las más feas. Una cosa buena de cómo están organizadas las cosas aquí es que es muy difícil que pase lo que te pasó a ti cuando tenías la edad que tengo yo hoy. No me entiendas mal. ¿Puede haber profesores que se líen con alumnas o ex-alumnas más jóvenes? Sí. ¿Y hombres que peguen a su pareja-y-alumna? Cada vez más raro, pero sí. ¿Que maten a su hijo? Llegó a pasar. Problemas hay en todas partes. Rosario es el ejemplo: se crió en una sociedad libre, pero poblada por personas autoritarias. Sus padres eran labriegos, cultivaban ágave para mezcal. Elle desde niñe, intelectual. Incomprensión mutua y violencia. Su mamá le pegaba de chamaquita, y yo creo que eso le marcó en todos los sentidos.
Lo que quiero decir es que aquello que era tan común en tus tiempos puede pasar en todas partes y en todas las épocas, pero aquí y ahora pasa mucho menos. El desequilibrio de poder es un tabú social muy fuerte entre les anarquistes. Esto lo veo yo misma, pero lo veo con otros ojos por cómo me lo cuenta Rosario. Socialmente está muy mal visto, no ya el abuso de poder, que se considera una aberración, sino incluso la apariencia de poder. Para que me entiendas: una de las formas principales de prestigio es ser mejor facilitador o más trabajador que el resto, mientras que el desprestigio más obvio es el de crear o abusar de una diferencia de poder. Y la violencia es un tabú más fuerte aún, porque se ve como la forma de coerción por excelencia. Así que no te preocupes, nunca seré ni una depredadora de alumnos ni una víctima de profesores más altos en el escalafón.
Esa es la parte buena. La mala es que, en realidad, no tengo apenas relaciones sentimentales. Un romance breve con Rosario, poco más. Mi caso no tiene nada que ver con Rosario, que es prácticamente asexual-aromántique. No sé si no tengo mucha suerte, o el exceso de trabajo, o de viajes. A este paso no te daré un nieto. Hay tiempo. Tú no te preocupes.
Te quiere tu hija
María
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Laboratorio de la UL en Chivela, primavera de 2070
Esto merece ponerse por escrito. ¡Lo estamos consiguiendo! Es increíble lo que cuesta hacer las cosas. Es increíble lo cabezona que soy. Llevo 10 años ya con el proyecto, y por fin ya obtuvimos el cultivo básico, la Escherichia coli Q0, con su complejo proteico y con su capacidad para mediar en procesos metabólicos. Este laboratorio de la Universidad Libre es formidable. El paso montañoso de Chivela, en el itsmo de Tehuantepec de Oaxaca, es un punto privilegiado para recoger energía eólica. En pocos sitios es posible el uso intensivo de energía como aquí. No es imprescindible para hacer ciencia, pero desde luego que facilita las cosas.
Ahora hemos de poner a punto a estas colis Q0. Hacer los primeros ensayos de procesamiento de información. Primero, lo que en teoría ya debería funcionar: escribir y leer un único bit clásico, con señales metabólicas. Ver qué fiabilidad tiene, establecer los rangos útiles de concentración, humedad, temperatura. Ver cómo de resistente es nuestro procesador mínimo a las mutaciones y a las condiciones ambientales adversas. Luego hemos de preparar el cultivo para su transporte en la flora intestinal. Para poder transportarlo de forma segura, y para poder seguir trabajando usando mi cuerpo como laboratorio. Además de la alegría del logro científico y vital, qué feliz me hace el equipo de gente maja que encontré para trabajar conmigo aquí en Chivela. Pablo en particular tiene una sonrisa especial. Me hace mucha gracia su barba, con mil o diezmil pelitos dibujando lineas de campo, arcos discontinuos que rodean el lóbulo de la oreja, que fluye de la patilla, cubren la mejilla y se ocultan bajo la mandíbula, desembocando en el punto del cuello donde le beso en sueños. Lo peor, lo mucho que me distrae su tacto: la memoria de los dedos tras cualquier roce leve y casual, pero anticipado y fantaseado. Aún no hubo nada con Pablo, pero me gustan los juegos sanos que practican aquí en las tierras libres. Les migrantes como yo vivimos el sexo como algo menos limpio que quienes se han educado en libertad. A cambio, disfrutamos de la emoción de lo prohibido, al venir de las reglas sociales de la Supremacía. Me imagino que para quienes vienen del fascismo será más intenso, tanto para lo bueno como para lo malo.
Capítulo 14.
Ya le di muchas vueltas y voy a hacer lo razonable. Por una vez, voy a hacer lo que recomienda todo el mundo.
No sé si voy a querer una familia, o si voy a poder tenerla. Sí sé que voy a necesitar emprender un viaje muy largo. Sé que tengo planes vitales muy ambiciosos. Y ya cumplí los 29. Así que voy a congelar óvulos y dejarlos en este laboratorio.
¿Por qué me resulta tan difícil esto? Creo que en parte es admitir que no sé a dónde va mi vida. Organicé yo sola un proyecto que es como poco incierto y que, saliendo todo bien, se extenderá por décadas y continentes. Cuando lo pienso así, me parece delirante.
Finjo todo el tiempo que sé lo que quiero, sobre todo desde que empecé a poner en orden mis ideas sobre mi proyecto científico. En realidad voy avanzando a tientas, corriendo en la oscuridad desde la noche del pastelazo a Johnson en el restaurante de mi mamita. También lo hace difícil que no sé qué va a ser de estos óvulos que voy a dejar detrás. Los congelo, ¿y luego, qué? Yo sigo corriendo a ciegas, y parte de mí se queda en el congelador.
Selva El Ocote, 7 de septiembre de 2072
Rosario y yo estamos unas semanas cuidando el macizo forestal de El Ocote, perdiéndonos por su sistema cavernario y admirando los ríos subterráneos. Es sobrecogedor, parece que esté igual que hace siglos. Más calor y humedad aún que en NTec, como me recuerda Rosario cada día. Las horas de día son poco soportables, pero pasamos los anocheceres y los amaneceres buscando en el cielo zopilotes rey, hocofaisanes y gavilanes nevados. Por gusto, pero también como parte de nuestra responsabilidad para documentar sus poblaciones y su actividad.
Pero hoy no. Hoy al amanecer tuve con Rosario la que puede haber sido la conversación más importante de nuestras vidas. El tener esa plática es el motivo real por el que volví hace unos meses a NTec a pedirle a Rosario que viniera conmigo a El Ocote.
Como me pasa siempre, mientras lo platicábamos a ratos me tuve que quitar las gafas para no distraerme. Cuando los pensamientos se me desbocan y parece que voy a perder la cabeza, ver borroso me ayuda a concentrarme y pensar justo en lo que necesito pensar.
¡Rosario se viene conmigo a Europa! La decisión y el compromiso ya son firmes: estamos juntes en esto. Aún en compañía, va a a ser arriesgado, pero mucho menos riesgo acompañada, y mucho mejor todo en general.
Es una sensación increible. Cada vez me creo más que este proyecto va a salir adelante, aunque me cueste otros diez años de trabajo. Vamos a apuntarnos ya mismo, les dos juntes, a la capacitación para el servicio exterior.
Otra ventaja de tener compañía en esta aventura es la redundancia de las muestras. Cada vez que salgo de un laboratorio y viajo, llevo una copia del proyecto en las tripas, donde siempre se llevó el contrabando. En el caso de las colis, es donde además van más seguras. Pero pensando en un viaje transoceánico, intercontinental y clandestino, en el que la continuidad de mi proyecto dependerá de mis intestinos, le tengo pánico a las infecciones digestivas, o a un estreñimiento fuerte que requiera laxantes. Siendo dos, hay menos riesgo de pérdida catastrófica.
Voy a quemar esto antes de que lo lea nadie, así que lo puedo decir claro: Rosario me cae bien pero no es todo bonito. Hubo una negociación. Lo que necesita elle frente a lo que necesito yo. No iremos directes a Escandinavia, que es lo que necesita mi proyecto. Antes, Rosario quiere que pasemos por España. Quiere ver de primera mano un ejemplo de fascismo en Europa, en su territorio original. Y quiere dar apoyo a algún grupo revolucionario por allí, si lo encontramos. Compartir nuestra utopía, dice. ¿Compartir la utopía con los fascistas? Yo veo que es perder el tiempo, y suerte si no perdemos también la vida.
Lo mejor, que no solamente ya no soy «La Hija de la Camarera» que fui en la Supremacía. Estoy incluso dejando de ser «La Niña del Proyecto Cuántico» que me llamó mi gente en NTec. Estoy creciendo.
Lo peor, que no sé cuándo volveré a esta tierra, a mi tierra. O si volveré. No sé si veré crecer a los críos de Tonatiuh y Citlalí y de John y Louise, en Nuevo Tecpatán, o qué pasará con los óvulos que dejé en Chivela. Podemos estar a punto de empezar un viaje como clandestines para morir en Europa.
Capítulo 15.
Este trabajo es sucio y asqueroso. Moralmente y medioambientalmente está bien, supongo, pero qué cantidad de grasa nautica. ¡Y qué lento es!
Estoy desesperada de impaciencia. Una cosa es trabajar durante años en un proyecto, poniendo piezas en su sitio con la ilusión que da el sentir la promesa de las E. coli Q1 en nuestras tripas, con sus cadenas de transporte electrónico rudimentarias, electrones que danzan cuánticamente por la proteína, un poco como ocurre de forma natural en la fotosíntesis, que también tiene su parte cuántica. Y otra cosa es haber perdido prácticamente dos años en los astilleros de Puerto Progreso, capacitándonos para el servicio industrial como mecániques de barcos. Casi puedo escuchar la réplica de Rosario en mi cabeza: «¡Es un rodeo necesario en el camino a Europa!». Igualmente, es ir en camino a la Europa fascista. Perder dos años, para ponernos en camino de perder más tiempo todavía.
Y ahorita dos meses más en el barco-poblado intercontinental «Consenso». Consenso es lento, y se hacen pesados los rugidos mecánicos, día y noche, y la sensación de estar aislada y no poder escapar, pero es robusto y sostenible, y a prueba de lo peor que nos tenga preparados el cielo o el océano. Más importante aún, para Rosario y para mí, es que es un barco que en los últimos años hizo los suficientes favores en alta mar como para poder colar polizones en algún barco fascista europeo que nos deje en el puerto de Valencia, en España.
Si lo pienso, qué locura de viaje y qué locura volver a migrar. Afortunadamente, las necesidades sociales facilitan la migración, incluso atravesando fronteras de dictaduras. Hace décadas que quedó claro, que es insostenible contener las olas migratorias climáticas. Incluso políticamente, para lidiar con minorías insatisfechas, se acabó aceptando que es que es más fácil dejar a los descontentos que migren que lidiar con sus levantamientos. La versión oficial es que hay un consenso internacional adoptando la migración como un derecho humano fundamental y universal. A la vez, hay una competición por el efecto propagandístico: el país al que entran más inmigrantes es el más atractivo.
«Consenso» es un barco bien hecho y bien mantenido. Es un orgullo, la verdad. Y lo bueno de la mecánica de barcos es que, cuando va todo bien, deja bastante tiempo libre. Estoy aprovechando para desarrollar las primeras etapas de la parte matemática y de ingeniería de biología sintética.
Elle está muy emocionade con el viaje. Dice que lo ve como un viaje de ampliación de la subjetividad. Que salimos del nosotres estratégico y nos vamos al nosotres empático. El nosotres estratégico, según elle, es cada colectivo, nuestra sociedad revolucionaria, les que compartimos ideales. Y el nosotres empático sería el que se extiende a la Humanidad, que vive en tragedia, miseria y mezquindad pero donde también hay belleza, amor, sencillez y sofisticación. El nosotres estratégico no tiene sentido ni proyecto vital sin el nosotres empático, y, aunque va a ser duro, está bien salir de nuestra burbujita.
Valencia (¡Europa!), 22 de enero de 2076
¿Es posible que hayan pasado 18 años? Hace más de media vida, el 2 de junio de 2057, me escondía en un sótano del puerto. Una cría de 16 años. No sabía nada, y me creía tan lista. Y ahora estoy nuevamente arriesgando la vida. Antes de salir de «Consenso» puse a reciclar todos los diarios que me guardaba, y ahora vuelvo a los diarios evanescentes de la clandestinidad, al diario que destruyo tras escribirlo, a medio camino entre el diario de papel y el diálogo interior.
Vuelvo a encontrarme en un sótano asqueroso de un puerto industrial, de olores penetrantes. Me da asco dormirme pensando en las cucarachas que salen a pasear cuando notan que no hay movimiento. Asco y miedo, porque hasta que volvamos a estar en territorio seguro Rosario y yo llevamos en las tripas a mis criaturas, a mi proyecto vital, que ahora son parte de nosotres, y una mala gastroenteritis se las puede llevar por delante.
Ahora nadie me busca, ya no soy fugitiva, pero sigo siendo clandestina. Ahora soy todavía más clandestina, porque cuando era cría solamente me perseguían por lo que había hecho una noche. Ahora, si supieran que existo, me perseguirían por lo que estuve haciendo durante casi veinte años, y por lo que planeo hacer en los próximos veinte.
La parte menos mala es que vuelvo a viajar acompañada, y esta vez sí que confío totalmente en mi compañere. La esperanza es que nadie va a ver a un par de peligroses anarquistes, en territorio fascista, lo que van a ver es a dos despreciables migrantes chicanas. Que es como decir que no nos van a ver. Las ventajas de ser percibida como mujer para la vida clandestina, y más aún como mujer racializada, en una sociedad patriarcal y racista: el pasar por tonta, el pasar por inofensiva, el pasar por sumisa. La desventaja, claro, que al no ser vistes como seres humanos completos por la ciencia oficial de aquí estamos en constante riesgo de abusos, palizas, violaciones.
El plan es hacer lo que podamos por mantenernos a salvo, encontrar trabajos legales, mantenernos a salvo de abusos del patrón, encontrar un grupo de activistas o revolucionarios, y ayudarles. Y mantenernos a salvo de ellos también, claro. Por muy revolucionarios que sean, seguirán siendo falos educados en un fascismo patriarcal.
Mientras tanto, yo seguiré avanzando en mi proyecto lo que pueda y como pueda. Sin medios, sin ayuda y en la clandestinidad. Y cuando Rosario se quede satisfeche de sus experimentos sociológicos, nos vamos al norte a seguir con mi trabajo en serio.
Capítulo 16.
Hola mamita:
¿cómo estás? ¿Cómo están tus articulaciones? ¿Te cuida Martin? Aunque supongo que él tampoco está para muchos esfuerzos. Te extraño mucho. Te confieso que intento no acordarme de ti, porque me preocupo mucho y sé que desde aquí no puedo hacer nada. Espero que te siga llegando la ayuda.
Sigo en España, pero te escribo para que sepas que estoy bien. O lo bien que se puede estar aquí. La Supremacía es ecocida y su capitalismo es opresivo, pero he pasado un año viviendo bajo el fascismo y ya veo el ecocidio como un mal menor.
He encontrado trabajo de limpiadora. El trabajo es una paliza diaria y el sueldo es una porquería. Cuando te dejé era una estudiante pobre pero una adolescente mimada al fin y al cabo. Y entre anarquistas trabajé muy duro, pero siempre en libertad. Hacer lo que una quiere, por responsabilidades libremente asumidas, pues no es lo mismo, aunque te emplees a fondo cada día. Después de media vida me hago por fin una idea de lo que es vivir del trabajo asalariado, y te compadezco. Y me doy cuenta de lo mal que está el mundo.
No entiendo la sociedad de aquí. Ecológicamente parecen tener sentido. Se llaman a sí mismos conservacionistas, y son todos mimos a la tierra y al mar. Las noticias no dejan de platicar de trabajos públicos faraónicos para mantener sano al Mediterráneo: desde Gibraltar, el Ebro y Ródano al Mármara-Bósforo y al Canal de Suez. Salvo por la forma de platicar y por cómo enfocan las cosas, en cierta medida podría pensar que estoy escuchando un reporte sobre la interasamblea de Chiapas. En cambio, socialmente están locos. Todo lo que tienen de amor y cuidados al medio ambiente, supuestamente para el bienestar de generaciones futuras, lo tienen de opresión a las generaciones presentes. Las campañas de propaganda sobre «Orden y Seguridad», que quieren decir «obedece al que lleva el uniforme y la pistola», pero también el día a día de orgullo patriótico-mítico, basado en el desprecio al extranjero. Odio-miedo a «los moros», odio-desprecio a portugueses y «sudacas», odio y sentimiento de inferioridad hacia los «gabachos», y la pesadez de los chistes tipo «van un alemán, un inglés, un francés y un español…». Me parece que el Estado se comporta con el paternalismo autoritario del padre que, sin saber de nada, piensa que entiende de todo e impone su criterio a gritos, a golpizas. Y sus súbditos, cargados de indefensión aprendida, sacan orgullo de donde no puede haberlo, del «yo soy español, español, español».
Hecha ya a una sociedad anarquista, me duelen especialmente las jerarquías. Ver constantemente a personas agachando la cabeza ante otras personas. No la humillación del dinero o el poder que había a veces en la Supremacía, o las muy ocasionales humillaciones personales de las tierras libres, sino por sistema, por jerarquía. Es agotador, es deprimente. Lo entiendes, claro, porque la violencia es como el polvo aquí, que lo llena todo. Gritos, enfados, lloros desgarradores por las noches. Miedo en las casas y miedo en las calles. Y carne en los platos.
Lo del polvo te lo digo porque aquí no está lloviendo nada, pero no es solamente que lo diga yo, que vengo acostumbrada de siempre, del clima de mi infancia en NY o de mi juventud en NTec. Las valencianas que conocí en este año largo que llevo aquí platican y no callan de lo terrible que es esta sequía. Se quejan más las más mayores, porque se ve que cada vez llueve menos: ahorita está lloviendo la mitad que hace 20 años. Un tercio de lo que llovía hace un siglo, antes de que empezara a romperse el clima. Pero afecta a todos, porque la huerta valenciana y murciana se han ido moviendo a Cataluña y sur de Francia, mientras que esta zona se ha andalucificado.
Otra curiosidad que sí te hará gracia: ¡aquí hay televisión en las casas, como me contabas que pasaba hace cien años! Es uno de los entretenimiento principales para la gente. Te parecerá un atraso, pero recuerda que en los territorios libres lo que teníamos eran radios. En realidad es un asunto más de sociología que de tecnología. En NY supongo que todo el mundo sigue enganchado a internet, con sus bases de datos y sus algoritmos compitiendo por vender lo máximo posible a cada cliente. En NTec y en el resto de las tierras libres tenemos nuestra querida radio comunitaria, órgano de participación y cohesión para colectivos pequeños. Y aquí en Valencia tenemos la tele, el organismo de propaganda estatal, pacificadora y uniformizadora de pensamiento. Tres menús distintos de comunicaciones de masas para tres regímenes políticos: comida chatarra, comida casera, rancho militar.
R no vive conmigo ahorita. Está con sus propios proyectos.
Comparto piso con V, una compañera del trabajo, aunque nos vemos poco porque ella hace el turno de noche. El piso es miserable. Más pobre que tu pisito, y más pequeño, o quizá lo recuerdo más grande de lo que era, porque soy yo la que creció desde entonces. Duermo en el sofá, frente a la tele, encogida en invierno y con las piernas colgando por fuera en verano. Por la ventana silba el viento cuando hace aire, y entra el agua a cataratas cuando llueve. Me entretengo buscando formas de plantas y animales en las manchas de moho negro que sale bajo la ventana.
Te gustaría la trenza de V. Es plana, ancha y mucho más trabajada de lo que me parece razonable. No sé cómo le dan las horas. ¿Cuántas horas a la semana le llevará mantener así de cuidado el pelo? ¿Más o menos que los brazos y los muslos? También los tiene anchos y muy trabajados. Creo que sobrevive a base de pastillas de cafeína.
Lamento mucho no darte más detalles de nada. Es la costumbre aquí, ser muy discretos con la correspondencia.
Te llevo conmigo, al otro lado del océano,
M
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