El camino hacia abajo : Consideraciones de un revolucionario alemán sobre una gran época (1900-1950)

Año publicación: 
2017 (1961)
Autor / es: 
Franz Jung
Editorial: 
Pepitas de Calabaza
ISBN: 
978-84-15862-97-0
Páginas: 
504
Tamaño del libro: 
14x21 cms
Web: 
http://www.pepitas.net/libro/el-camino-hacia-abajo

 

Franz Jung es considerado como una de las personalidades más intrépidas, contradictorias y extraordinarias de la literatura alemana. En esta crónica, relato de sus días, describe de forma despiadada las grandes convulsiones del siglo pasado y las somete a un agudo análisis. Jung estuvo en todo momento implicado en la búsqueda de nuevos horizontes, lo que le llevó a oponerse con ánimo irreconciliable a los espejismos de la época. Pocas veces alguien ha relatado con mayor rigor su propia vida.

Afilada como una hoja de papel, e impredecible como pocas, esta autobiografía, que se publica por primera vez en español, es, a nuestro juicio, uno de los relatos de la primera mitad del siglo xx europeo (el expresionismo, el dadá alemán, la Primera Guerra Mundial, la revolución rusa y su desarrollo, la república de los Consejos de Baviera, el ascenso y caída del nazismo, la Segunda Guerra Mundial…) más importantes de cuantos podemos leer hoy en nuestro idioma, gracias a la traducción de Richard Gross.

Sobre este libro:

"Memoria del siglo XX" (Iñigo Corraje, El Correo, enero de 2018).

"El camino hacia abajo" (El Karma, noviembre de 2017).

Apenas sí se algo sobre la forma en que los fundamentos de la República de Weimar se derrumbaron bajo el impacto de la oleada parda en aquellos meses… El pánico y la inseguridad general se habían apoderado en Alemania de esas capas ambiguas de la intelectualidad de las que en definitiva yo también formaba parte. Mientras uno aprecie una oportunidad de salvar el pellejo, no estará dispuesto a ayudar al otro ni tan siquiera a declararse solidario con él.

… Naturalmente, durante aquellos meses y también en los años que siguieron a menudo pensé en suicidarme, pero para ello hace falta un juicio claro, una gran fuerza y mucha fe. Yo estaba ya tan hundido que no poseía ninguna de esas virtudes. Además, las humillaciones que me tenían reservadas amigos y enemigos me afectaban cada vez menos… Estaba ya tan manifiestamente destinado a ser liquidado que no valía la pena hacer algo por mí.

Muchas personas de mi índole debieron sentir como yo que una pesadilla se hacía súbitamente realidad. Corrían como gallinas espantadas y buscaban cobertura en cuanto alguien sólo tosía fuerte. Quien tenía dinero compraba un billete para largarse al extranjero. El nuevo régimen arrancaba despacio, aún no se habían firmado decretos especiales.

Diría que observé los sucesos como un espectador, muy pegado a la boca del escenario, pero indiferente y sin ser molestado. Aunque para dar en el clavo debiera decir: no observaba en absoluto. Estaba ocurriendo algo que simplemente ya no percibía, ya no podía percibir, de lo alejado que estaba interiormente del mundo exterior. Lo había visto venir, lo había pronosticado, no sólo yo sino también todos los que se agitaban ahora como aquejados del baile de San Vito, … y nada había ocurrido.

Habiendo pasado a la clandestinidad mucho antes del incendio del Reichstag, la dirección del partido comunista se había fragmentado en un sinnúmero de aparatos especiales que, igualmente clandestinos, habían creado un tremendo embrollo al lanzar consignas contradictorias –ya a favor, ya en contra de la resistencia abierta- y sus preparativos de una guerra civil, imposible de llevar a cabo con los grupos de a cuatro completamente desorientados y casi de fábula. ¡Cuidado con los provocadores! ¡Hay espías en nuestras filas!... El que manifestaba su contrariedad sobre la inactividad de la directiva era de entrada sospechoso y, aunque ya encarcelado, lo seguía siendo por mucho tiempo, lo que proporcionaba motivo suficiente al Socorro Rojo para poder ahorrarse los subsidios a las familias.

Es el momento de repetir con insistencia mi llamamiento: Hace falta alguien que, desde el punto de vista del Partido Comunista, describa y, de ser posible, justifique ideológicamente aquel caos total de directrices, miles y miles fueron arrojados a campos de concentración, y miles de miles terminaron en las filas de las SA, donde muchos sobrevivieron a la guerra… Uno podía encontrarse a tales camaradas como compañeros en los campos de concentración, utilizados preferentemente como kapos o decanos de barracón, pero también entre los guardias, con o sin nombre de guerra. ¿Quién, además, se sentía autorizado para dictar las directrices o velar él mismo por su cumplimiento? ¿Y de quién –la pregunta se plantea, incluso, a mi juicio, incluso si ese cuadro fue liquidado posteriormente- había recibido el mandato?

Bastaba con que una parte del aparato se encallara para que, de forma automática, se produjera cierto relajamiento en la moral. ¿Qué hacer si, por ejemplo, nadie venía a recoger las octavillas recién impresas a la hora convenida? ¿Dónde meter veinte mil octavillas? Esa cuestión se convertía en uno de los problemas irresolubles. Es imposible echar veinte mil octavillas en la taza del wáter… Tampoco se puede quemar una cantidad tan grande de papel en una pequeña estufa sin hacerse notar. Queda en todos los implicados la desagradable sensación de haber participado en una acción completamente descabellada, de antemano condenada al fracaso y sin otro significado que simular todavía cierta actividad. Es un dolor amargo renunciar a una cosa que nació de una fe candente en la victoria final, de una creencia fuerte y una buena parte de espíritu de sacrificio y entrega, ver cómo degenera en cinismo y deriva hacia la cobardía y el engaño. El aparato competente, instalado en el anonimato y con el misterio que le rodeaba, tampoco hacia otra cosa que dar aviso de misión cumplida a una cúpula, sin haberse cerciorado de tal cumplimiento ni haber estado en condiciones de hacerlo.

La Federación General de los Sindicatos Alemanes había dado instrucciones a los sindicatos libres asociados para que participaran en bloque en el primero de mayo de 1933, al que estaban convocados desde el gobierno para un desfile todos los integrantes de las empresas alemanas.    El objetivo táctico consistiría en demostrar a los dirigentes nazis la buena voluntad de cooperación de los sindicatos, guiados por la esperanza de que el gobierno no los suprimiera. ¡Adelante, marchen! Avanzaban con el miedo en las tripas y el corazón en los pantalones, ¡Sieg Heil!

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