Abel Paz (1921-2009)

Diego Camacho Escámez (Almería, 12-8-1921/Barcelona, 13-4-2009), más conocido por su seudónimo literario: “Abel Paz”. Se crió en una familia campesina de jornaleros. A los 8 años emigró con su familia a Barcelona. Estudió en la escuela racional Natura del barrio obrero de El Clot. Se afilió muy tempranamente a las Juventudes libertarias, creando un grupo de militantes en el que se encontraban sus amigos: Federico Arcos, Víctor García y Liberto Sarrau. Combatió en el frente del Segre, encuadrado en los grupos de defensa confederales de El Clot.

En febrero de 1939 cruzo la frontera francesa, con la avalancha de refugiados que se produjo con la caída de Barcelona y el resto de Cataluña, tomada por las tropas franquistas. Estuvo en los campos de concentración de Saint-Cyprien, Argelés-sur-mer, Le Barcarès y Bram. Fue condenado a trabajos forzados. Consiguió huir y regresar a España, donde prosiguió su actividad política.

En septiembre de 1939, buscado por la policía, pasó a la ilegalidad con el falso nombre de Ricardo Santany Escámez, ejerciendo diversos empleos ocasionales.

Fue detenido el 8 de diciembre de 1942 por el robo de la pistola de un sereno, y por actividades clandestinas a favor de la reconstrucción de la CNT. El Consejo de Guerra de marzo de 1943 no pudo probar ningún delito, pero le condenó por rebelión militar a ocho años de cárcel. En el verano de 1944 fue castigado con el traslado al penal de Burgos. En el viaje con la cuerda de presos recibió numerosas muestras de solidaridad. En 1946 fue destinado a la cárcel de Salt (Girona), donde pudo trabajar en las oficinas. Salió el 13 de abril de 1947.

Del 13 de abril al 5 de agosto de 1947 se reincorporó a la lucha clandestina cenetista. Tras esos poco más de tres meses de libertad fue detenido de nuevo. En el Consejo de Guerra de marzo de 1950 fue condenado a ocho años de prisión. Contrajo la tuberculosis, por lo que en septiembre de 1950 fue trasladado al Sanatorio Penitenciario de Cuéllar (Segovia). Salió en libertad condicional el 28 de abril de 1952.

Volvió a Barcelona y fue huésped de una compañera que trabajaba de oficinista en el periódico Solidaridad Nacional, la misma rotativa en la que se había publicado. Solidaridad Obrera hasta enero de 1939.

Encontró muchas dificultades para conseguir trabajo, porque los vencidos no tenían derecho a la vida o la subsistencia. Finalmente, en 1952, gracias al Sindicato de Alimentación, entró a trabajar en la fábrica de cervezas Moritz. Constató que entre los trabajadores aún no se había perdido el significado ni la práctica de la solidaridad entre las personas que trabajaban allí.

Estuvo en paro desde septiembre de 1952 hasta enero de 1953, cuando entró a trabajar, como peón, en la editorial Sopena. Ante la amenaza de ser denunciado ante las autoridades por su defensa del maltrato recibido por las aprendizas de la empresa, decidió abandonar el país.

En agosto de 1953 cruzó clandestinamente la frontera francesa para acudir como delegado de la CNT al Congreso Internacional de la AIT. Viajó en bus hasta Ripoll, y luego atravesó las montañas caminando de noche y descansando de día, en una travesía que duró once jornadas. Empezó así otra fase de su exilio, en la que conoció la CNT del exterior. La mayoría de afiliados vivían con el pensamiento siempre fijo en España, participando poco o nada en las organizaciones afines francesas. El autor señalaba y destacaba cómo esta especie de “gueto español” era superado por los hijos de los refugiados, que crecían con una cultura francesa, pero mantenían los lazos entre la comunidad española mediante eventos culturales relacionados con el teatro o la literatura españolas. La oposición al régimen franquista, que se podía ejercer en el exilio, se manifestaba sobre todo con la publicación de revistas. Éstas constituyen el indicador de la fuerza y constancia de crear oposición: en París se publicaba “la Soli” y un suplemento literario, en Toulouse CNT y Cénit, en México Tierra y Libertad. Las denuncias de los abusos de poder del régimen dictatorial franquista en las publicaciones del exilio bastaban para que el Gobierno de Franco se sintiera inquieto, hasta el punto de pedir la extradición de algunos exiliados, entre ellos Abel Paz.

El primer artículo de Diego Camacho en la prensa exiliada le fue encargado por Peirats, en ese momento director del periódico CNT, que tenía varios corresponsales en Europa. Diego Camacho hablaría desde el interior de España, y su primer artículo fue “Resistencia pasiva” del 23 de agosto de 1953. En la prensa también firmó con los seudónimos “Helios”, “Xeus”, “Ibérico”, “Corresponsal” o “Luís del Olmo”, pero el más conocido fue el de “Abel Paz”, usado en sus libros.

A finales de 1953, cuando la situación parecía desesperada en el interior de España, le propusieron hacer un viaje para reorganizar a los compañeros que quedaban y volver a montar imprentas para lanzar nuevas publicaciones. A pesar de los peligros de la misión aceptó y consiguió todos sus objetivos. Cruzó los Pirineos con un guía más experto que el del último viaje y llegó rápidamente a Puigcerdá, de donde marchó a Barcelona en coche. Allí se volvieron a montar comisiones separadas para evitar caídas en cadena. Fue hasta Madrid para enlazar con otros compañeros, pero un retraso del tren no se lo permitió, y de Barcelona volvió directamente a Francia.

Empezó así un largo período de exilio del que no regresaría hasta 1977, estableciéndose otra vez en Barcelona.

En Francia solicitó y obtuvo el estatuto de refugiado político español. Trabajó en la construcción y en diversos oficios hasta febrero de 1956, cuando tuvo que ser hospitalizado. Estuvo bajo observación médica hasta mayo de 1961.

En 1956 nació su hijo Ariel, fruto de su relación con Antonia Fontanillas, de la que se separó en 1958. Posteriormente convivió con otras compañeras.

De agosto de 1958 hasta julio de 1959 vivió como clochard en las calles de París. Un día Joan Ferrer Farriol (destacado cenetista de Igualada) se lo encontró en la calle, lo sacudió amigablemente, como para despertarle de un profundo letargo y lo abrazó materialmente del hombro para arrancarlo de su vida de vagabundo. Y se lo llevó a su casa, dándole trabajo como redactor de la “Soli”.

Desde el 1 de abril de 1963 hasta el 10 de marzo de 1967 trabajó como galvanoplasta en una imprenta, de donde fue despedido por ajustes de plantilla. Tras una agotadora jornada laboral, leía y escribía hasta altas horas de la noche y los fines de semana. En febrero de 1967 publicó en castellano, en Ediciones AIT, Paradigma de una revolución, dedicado a la insurrección obrera de Barcelona en julio de 1936. Desde marzo de 1968 hasta marzo de 1975 trabajó en otra imprenta. Intervino en la lucha de barricadas parisina de mayo del 68. En 1972 publicó en francés, en Editions de la Tête de Feuilles, su primera biografía sobre Durruti: Durruti le peuple en armes. En el paro desde marzo de 1975 hasta junio de 1978, aprovechó el tiempo para obtener una licenciatura de historia en la Universidad VIII de París.

En 1978, amnistía mediante, empezó a gestionar su regreso a España.

Diego Camacho tenía una enorme personalidad, muy poco tacto social y aún menos paciencia, lo cual le podía hacer aparecer terriblemente despiadado, porque se defendía de timoratos, farsantes e incultos, sobre todo en temas históricos y políticos, convirtiéndose en horrible azote inmisericorde de la ignorancia, la incomprensión y el sectarismo. Cascarrabias, cargado de razones para serlo, mil veces plagiado, y lo que era peor, plagiado para manipular y desvirtuar sus investigaciones y conclusiones en un sentido peyorativo hacia el movimiento obrero y anarquista. Jamás fue valorado suficientemente por la historiografía catalana y catalanista, ni por la académica en general. Revistas de historia como L´Avenç, al igual que otras revistas en catalán, jamás citaban sus obras, por puro sectarismo catalanista, burgués y antilibertario, pese a ser inexcusables para entender la Guerra civil en Cataluña y estar traducidas en todo el mundo en más de 17 lenguas. Esas revistas preferían contratar plagiarios a pedirle un artículo al charnego anarquista y autodidacta, quizás por reflejos gremialistas. Mejor así, porque los campos ideológicos quedaban perfectamente delimitados, en perjuicio absoluto para la cultura oficial y académica catalanista, preñada de un profundo carácter burgués y clasista, conservador y sectario, con algunos adornos “extremistas”, tomados de socialdemócratas y estalinistas, y, en épocas electorales, incluso de algún popular locutor andaluz. Abel Paz era el Can Vies del mundillo de la historia oficial.

Consideró un enorme éxito personal la creación del Centro Ascaso-Durruti de Montpellier, archivo y biblioteca a cuya fundación y sostenimiento dedicó sus esfuerzos durante años. A este centro cedió lo mejor y la mayor parte de su biblioteca y de su archivo personal, porque no encontró en Barcelona ningún archivo ni biblioteca seriamente interesado en conseguir su cesión y custodia. Solía explicar la anécdota de cómo echó a patadas y empujones de su casa al director de un destacadísimo archivo barcelonés, cuando le ofreció una ridícula cantidad por su valiosísimo archivo y biblioteca, mientras Diego le gritaba que él había sido pobre toda su vida, pero que miserable no lo había sido, ni lo sería nunca, y que su oferta era un insulto a la inteligencia y a la honradez. Ignoro si el excelentísimo director del poderoso y adinerado archivo, sorprendido y azorado por las patadas en el culo, llegó a comprender nunca la diferencia entre ser pobre y ser un miserable. Entre les cesiones al Centro Ascaso-Durruti cabe destacar su colección de originales de octavillas, manifiestos y folletos de mayo del 68 francés, su correspondencia con militantes anarquistas, exiliados en todo el mundo, que habían tenido un destacado papel como protagonistas de la guerra y la revolución españolas, desde García Oliver hasta Federica Montseny, de Aurelio Fernández a Marcos Alcón o Abad de Santillán y tantos otros. Apreciaba especialmente su colección de libros sobre Marruecos, todos en francés. Sólo el precio de uno de esos libros superaba ya la mezquina oferta efectuada por el miserable archivero por toda la biblioteca y archivo de Diego.

Diego Camacho encarnaba la imposible asimilación del anarquismo proletario por parte del fofo catalanismo burgués, la boba progresía socialdemócrata o el pétreo dogmatismo estalinista, que no toleraban la existencia de un historiador proletario, no académico, que escribía y soltaba tacos en castellano, aunque también hablaba el impuro catalán de los inmigrantes barceloneses. Sigue siendo difícil comprender si a esos avençados (por L´Avenç) y celestes (por elevados, elitistas y divinos) estamentos de mandarines les molestaba más su origen charnego o su digna, orgullosa y pringosa naturaleza proletaria. Pero quedaba claro que la suma de ambas características, andaluza y proletaria, les resultaba asquerosamente insoportables en un historiador de “la otra historia de Cataluña” que, para colmo de males, desafíos y deslealtades, se declaraba militante anarquista. ¡Diego estaba fuera del feliz tópico del asimilable folclore de Radio-Taxi, “los otros catalanes” de Candel y la Feria de Abril del Foro, que tan felices resultados electorales puede y podía proporcionar!

Colaboró en la prensa anarquista, realizó numerosas charlas y conferencias en todo el mundo, desde Italia hasta Japón, de Grecia y Turquía a varios países americanos, de Portugal a Alemania y Suecia…

Como historiador es autor de estos libros, de los que no citamos editorial ni año de edición a causa de las profusas reediciones:

 

Durruti: el proletariado en armas (traducida a diecisiete idiomas), reeditado en 1996 como Durruti en la revolución española.

Crónica de la Columna de Hierro.

Paradigma de una revolución.

Los internacionales en la Región española.

La cuestión de Marruecos y la República española

CNT 1939-1951. El anarquismo contra el Estado franquista.

 

Quien desee profundizar en la biografía de Diego Camacho tiene a su alcance cuatro tomos de memorias, redactados por él mismo, y firmados por Abel Paz, en lo que podríamos calificar como la biografía colectiva de “el jovencísimo militante anarcosindicalista nacido hacia 1920”, que vivió la Barcelona revolucionaria con 16 años, común a Liberto Sarrau, Diego Camacho y Federico Arcos. Pero es justo advertir al lector que algún episodio de los que se narran, muy pocos, si bien siempre verídicos, a veces son apropiaciones de anécdotas y vivencias de sus amigos más íntimos, previo permiso de los interesados, como el del simulacro de ejecución con un tiro en la nuca, en un descampado cercano al puente de Vallcarca, vivido en realidad por Liberto Sarrau.

Los libros autobiográficos de Abel Paz, por orden cronológico de sus vivencias, son éstos:

Chumberas y Alacranes (1921-1936).

Viaje al pasado (1936-1939).

Entre la niebla (1939.1942).

Al pie del muro (1942-1954).

 

Falleció en Barcelona el 13 de abril de 2009.

Afable, abstemio y no fumador en su juventud. En su madurez fue hombre de carácter difícil y un fumador compulsivo, que sabía apreciar un buen vino. Ejemplo de militante anarquista e historiador proletario. Orador preciso, implacable y contundente. Exigente y brillante conversador, que en los últimos tiempos de su vida angustiaba a su interlocutor con unos larguísimos, pensativos y expresivos silencios, que parecían plantear los grandes interrogantes de la existencia y de la humanidad. Nos ha regalado sus libros, nos deja como herencia su ejemplo de cotidiano trabajo y esfuerzo, y, sobre todo, nos señala el camino del combate a proseguir.

 

Agustín Guillamón

Correspondencia entre Abel Paz y Joan García Oliver

Descontrol, Barcelona, 2016

 

 

 

 

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