Violencia antagonista: Aproximaciones a la vía armada en entornos urbanos desde la perspectiva anarquista (II)

El año de 1976 y sobre todo, la primavera del 77 italiana y los denominados “días de reflexión” de enero de 1978, marcaron la profundización de la crítica en torno al tema de la guerrilla. La irrupción de “Azione Rivoluzionaria” (A.R.) y de su estructura feminista: “Acción Revolucionaria-Autonomía Feminista” (ARAF), recontextualizaría en Italia el tema de la guerrilla urbana anarquista. Si bien estas estructuras reconocen en su “Primer documento teórico”, fechado en enero de 1978, que nacían con un ojo puesto en la experiencia de la RAF y el desarrollo de las luchas en Alemania Federal y, el otro, centrado en las particularidades del movimiento antiautoritario italiano que no encontraba identificación alguna con las diferentes vanguardias armadas que conducían la guerra de guerrillas por aquellos días. Así mismo, profundizaban la crítica al papel dirigente que desplegaban estos grupos del tipo Brigadas Rojas y dejaban constancia de una propuesta organizativa diferente, basada en la coordinación informal y en los grupos de afinidad donde «los vínculos tradicionales son reemplazados por relaciones fundadas en la simpatía, caracterizadas en un máximo de intimidad, consciencia y confianza recíproca entre sus miembros», recomendando que los mismos se mantuvieran como núcleos pequeños para poder conservar las características que hacían viable la organización basada en la afinidad y evitar las posibles infiltraciones, garantizando un máximo de efectividad con un mínimo de riesgos.

En el mismo texto, reafirmarían –a manera de actualización de las luchas y como prueba fehaciente de la profundización de la crítica– que «el nuevo movimiento no sólo refuta al monstruo histórico del marxismo soviético  y el híbrido del marxismo italiano» sino que también «rechaza el mito del proletariado como clase revolucionaria, mito que ha conducido a un callejón sin salida al movimiento desde 1968 a nuestros días.» Lo realmente trascendental, es que esto lo aseveran los compañeros de AR en un documento de ¡LA DÉCADA DEL SETENTA! Asegurando que el haberse “librado” de tamaño mito «desprenderá energías de las cuales el movimiento del 77 es tan sólo un anuncio». Igualmente, “Acción Revolucionaria” dejaría constancia en este “Primer documento teórico”, que el nuevo movimiento no relega el combate a “las clases” sino que «lo asume en primera persona» subrayando que «la acción directa regresa a los individuos conscientes de sí mismos en cuanto individuos que pueden transformar su destino y retomar el control de su propia vida». Así mismo «reconoce la inadecuación del viejo proyecto socialista en sus diferentes versiones» y destaca que «todas las instituciones y valores de la sociedad jerarquizada han agotado sus funciones»,  insistiendo en que no existe «ninguna razón social» para salvarlas. «Estas instituciones y valores –recalcan–, junto a la ciudad, la escuela, etc., han alcanzado sus límites históricos. Es todo el universo social el que está en el túnel de la crisis […] Pero, precisamente, en la medida en que la crisis ahora invierte todos los campos contaminados por el dominio, más se evidencian los aspectos reaccionarios del proyecto socialista, ya sea maoísta, sea trotskista, sea stalinista, que conserva los conceptos de jerarquía, de autoridad y de Estado, como parte del futuro post-revolucionario y, como consecuencia, también conserva los valores de propiedad “nacionalizada” y de clase “dictadura del proletariado”».

Como si hubiesen redactado su documento esta mañana, “Acción Revolucionaria” puntualiza atinadamente: «La presencia crítica, constructiva y utópica, es una condición necesaria pero no es suficiente, tal presencia hoy no puede ser hegemónica, paralelamente hay que desarrollar una presencia crítica negativa, destructiva de los procesos en curso. La crítica destructiva, la crítica de las armas es la única fuerza hoy capaz de hacer creíble y fidedigno cualquier proyecto emancipador […] Las fuerzas sociales y políticas están cada vez más atomizadas en las masas y cada vez son más dependientes del Estado, no tienen más arma que el consenso forzado, impuesto por el terror para encausar de cualquier forma posible el creciente antagonismo. Papá capital ha llamado a sus fieles a la recuperación. La defensa a ultranza del Estado, mejor dicho, de su reforzamiento terrorista, es el motivo que los junta.» (Fin de la cita).

Por si pudiera parecernos poco esta contundente crítica de los primeros días de 1978, Acción Revolucionaria distribuiría un llamado durante el III Congreso de la IFA (Internacional de Federaciones Anarquistas), celebrado del 23 al 26 de marzo de ese mismo año en la ciudad de Carrara, donde propondría una “renovación” teórico-práctica y una actualización de “los métodos de intervención” anarquista que bien vale la pena repasar; sobre todo, para esos compañeros que siempre insisten en las propuestas “concretas”, entendiendo las proposiciones a manera de “lineamientos a seguir” ya que no acaban de asumir la crítica y la reflexión como herramientas indispensables para poner en práctica la acción directa, renunciando a decidir a partir de la crítica reflexiva el camino a seguir. En dicho volante, AR especificaría: «Lanzamos un llamado a todos los compañeros anarquistas, reunidos en este enésimo congreso, que aún no están escleróticos y envejecidos antes de tiempo, debido a la constante y fatigosa tarea de frecuentar la escena, unos en calidad de actores, otros como espectadores, de la representación asamblearia congregacional, y a los compañeros que todavía no hayan agotado todo su espíritu y su energía revolucionarias en una práctica que hace de la espera y la defensa sus principales prerrogativas.» Compañeros, insisto –no vaya a ser que alguien piense que esto se repartió en el último Congreso Anarquista celebrado en la Universidad Nacional Autónoma de México– este volante fue elaborado en marzo de 1978.

En esa misma tesitura, exhortaban a los anarquistas reunidos en Carrara, a reubicar el andamiaje teórico-práctico acorde a las necesidades del momento: «Compañeros, tratemos de renovarnos de una vez, de marchar al paso con los tiempos o mejor aún, intentemos prevenir los tiempos. Cómo esperamos ser incisivos si nuestros métodos de intervención, por demás pequeña propaganda teórica, resultan tan obsoletos y agotados que reducen al anarquismo a un estéril e infructuoso movimiento de opinión, capaz de actuar únicamente en el terreno defensivo cada vez que el poder lanza sus flechas represivas […] Compañeros, abandonemos la política de las consignas, de los esquemas, de la información generada, de hecho, hace cien años […]»

Sin dudas, 33 años después de aquél histórico llamado de Acción Revolucionaria, el abandono de nuestros viejos diagramas de organización y acción y, la renovación teórico-práctica del anarquismo, sigue siendo una de nuestras asignaturas pendientes. Este hecho nos muestra, sin matices, como, desde siempre los anarquistas hemos buscado la forma de actualizar el andamiaje teórico-práctico que nos sustenta y de configurar nuevas estructuras organizativas, superando las precedentes –toleradas o ignoradas por la dominación al considerarlas inofensivas– con el objetivo de reconfigurarnos de acuerdo al contexto que nos toca vivir para dotar con las armas necesarias a la lucha frontal contra el sistema de dominación.  

A pesar de los adversos intereses del oficialismo “anarquista”, aquellos planteamientos de finales de la década del setenta, generarían una intensa polémica al interior de nuestras tiendas que iría cobrando forma hasta comenzar a delinear la tendencia insurreccional actual. El debate en torno a la crítica destructiva del sistema de dominación mediante el empleo de la violencia antagonista, de la vía armada, la propaganda por el hecho, la expropiación y el ataque directo a los representantes del poder, como estrategia conducente a la autogestión de la lucha y la extensión de la insurrección, se generalizaría en amplios sectores del anarquismo antagonista, alcanzando una dimensión internacional. “Apuntes para una discusión interna y externa”, sería el documento que sintetizaría las inquietudes y reflexiones del primer momento del debate y se publicaría íntegro en Anarchismo y en Contrainformacione. Estas profundas reflexiones, conducirán inevitablemente a cuestionarse la pertinencia de la “guerrilla” como concepto y como método de lucha, desde la perspectiva anarquista.

El término guerrilla, hace referencia a “guerra pequeña” o “conflicto menor” o “de baja intensidad”. Por eso, está implícito en el término, la referencia a “tropa ligera” o “partida” dedicada a realizar breves escaramuzas de acoso a las fuerzas regulares. Comenzó a utilizarse como táctica en España durante la invasión napoleónica. Conformándose pequeños agrupamientos de civiles entrenados y comandados por militares experimentados para asegurar el ataque constante contra las tropas francesas de ocupación. Desde entonces, la guerrilla, como táctica y estrategia, se utilizó para librar cualquier guerra asimétrica. A partir de esas fechas, el término se empleo para designar a esos pequeños grupos de civiles entrenados militarmente, convertidos en “tropa” irregular, dedicados a hostigar al ejército, en operaciones rápidas, teniendo a su favor el conocimiento del terreno de operaciones, la movilidad y el factor sorpresa. A diferencia de las guerras convencionales, la “guerra de guerrillas” es flexible, menos geométrica y muchísimo más móvil.

En el caso particular de la “guerrilla urbana”, como mencionamos al comienzo, esta táctica tiene sus inicios en el ataque anarquista al sistema de dominación, con el claro objetivo de infligir daño sistemático a las instalaciones del Poder (Estado-capital y clero) y a los representantes de la dominación, a las personas que ejercen el poder y a sus lacayos. Su estrategia se centra en el ataque al corazón del Estado y el capital: la ciudad. La actuación de la guerrilla urbana está destinada a afectar el “buen funcionamiento” del sistema. El conjunto de sus ataques estarán planeados contra las instituciones represivas (policías, judicatura, militares, etc.), combinando la “propaganda armada”, el ajusticiamiento, el acopio de armas y municiones, las expropiaciones, el sabotaje al aparato productivo, la destrucción de la mercancía, la solidaridad con los presos y el ataque a los medios de alienación masiva. Esta combinación de ataques buscan su extensión y reproducción, desplegando el combate en superficie contra la dominación, estando concebido para desarrollar la “consciencia revolucionaria” entre la multitud alienada. Según esta estrategia, la “gente común” abandonaría su acostumbrada pasividad sumándose a la insurrección, una vez que comprobara la vulnerabilidad del sistema de dominación. Sin embargo –y he aquí la crítica anarquista contemporánea–, la puesta en práctica de la “guerrilla urbana” clásica, requiere el concurso de “especialistas”, de “técnicos” especializados y esto trae consigo la aceptación del denominado “revolucionario profesional”, el culto a las armas y una serie de “necesidades” particulares a atender(las casas de seguridad, los sistemas de inteligencia y contrainteligencia, las jerarquías, etc.) que terminan por abandonar por completo las ideas anarquistas.

En este sentido, Alfredo Bonanno, nos recuerda en “El goce armado”, que para las organizaciones guerrilleras tradicionales es inevitable caer en el peligro tecnocrático, ya que, más temprano que tarde, terminan imponiendo a sus “técnicos”. En este folleto, nos señala que la estructura insurreccional que encuentra el gozo en la acción dirigida a la destrucción de la dominación «considera los medios utilizados para llevar a cabo tal destrucción como instrumentos, como medios. Quiénes emplean estos instrumentos no deben convertirse en sus esclavos. Así como quienes no saben usarlos no deben transformarse en esclavos de los que sí saben utilizarlos.
La dictadura de los medios es la peor de las dictaduras […] Es necesario desarrollar una crítica de las armas. Hemos visto demasiadas sacralizaciones de la metralleta y de la eficiencia militar.
La vía armada no es algo que concierne únicamente a las armas. Las armas no pueden representar, por sí mismas, la dimensión revolucionaria. Es peligroso reducir la compleja realidad a una sola dimensión y a un sólo objeto. De hecho, el juego envuelve este riesgo, de reducir el experimento vital a juguete, convirtiéndolo en algo mágico y absoluto. No por casualidad la metralleta aparece como símbolo de muchas organizaciones revolucionarias combatientes.
Debemos ir más allá para comprender el profundo significado de la lucha como placer, escapando a las ilusiones y a las trampas de la representación del espectáculo mercantil a través de objetos míticos o mitificados». Por eso, nos sugiere rechazar todos los roles, incluso el de “revolucionario profesional” con el objetivo de: «romper el cerco mágico de la dramaturgia mercantil», consciente de que la vía armada tiene que eludir la división de las tareas y la asignación de roles impuestos por la ideología de la producción, rehusando la “profesionalidad”.

La moraleja que subyace en esta reflexión, volvemos a repetirlo, no sitúa el problema en las armas sino en quién las usa, cómo las utiliza y para qué las emplea; lo centra en el tipo de estructura que se desarrolla y en el rol que desempeñen las minorías insurreccionales. Lo obsoleto de la “guerrilla urbana” clásica es su “especialización técnica”, es decir, el papel preponderante que se le atribuye al conocimiento de las armas, la sacralización de las mismas y al rol del “revolucionario profesional”, junto a toda la infraestructura que esto presupone. Esta reflexión nos deja en claro que no es suficiente con extender la lucha a todos los confines sino que hay que extenderla, además, a cada faceta de nuestra vida cotidiana. Ahí radica la autogestión de la lucha y el desarrollo de los “grupúsculos” antagonistas, de las minorías activas. Desde la reflexión anarquista –a partir de la experiencia de las luchas–, hemos percibido el rol recuperador de las viejas estructuras leninistas, por lo que hemos reafirmado nuestros principios de acción directa frente a los anquilosados esquemas de “profesionalización” de la lucha, invalidados de antemano en la guerra social contemporánea contra la dominación renovada.

Estamos conscientes que las minorías antagonistas corren el riesgo de transformarse en el espectáculo radical de las luchas si en el impulso de la confrontación permanente no son capaces de articular la extensión de la lucha a través del desarrollo de la consciencia antagonista. La toma de consciencia antiautoritaria pasa, indiscutiblemente, por un proceso de secesión. Por un punto de ruptura total con el sistema de dominación. El sistema ha penetrado el ADN del “ciudadano”. El Estado y el Capital son parte de nuestro cuerpo. Por eso existen, porque los reproducimos a cada paso. Esa es la razón por la que encontramos con tanta frecuencia entre nosotros la defensa inconsciente de la dominación, la defensa del Estado-capital. Cada vez que pedimos más trabajo en vez de luchar por la destrucción del trabajo: pedimos más capitalismo. En cada ocasión que demandamos “seguridad”, que exigimos “mayor presupuesto” para salud, educación, vivienda, etc.: reclamamos más Estado. Esa vía no conduce a la liberación total sino se reduce a la suplica por unos cuantos eslabones que hagan un poco más larga la cadena.

La “ORGANIZACIÓN”, así con mayúsculas, que tanto preocupa a todos y que en la práctica se reduce a siglas, cofradías y sectas, será fruto del desarrollo de la consciencia antagonista y   de la extensión de las luchas. La guerra social impondrá la necesidad de organización, ese es el verdadero avance del movimiento real. El antagonismo permanente de las minorías actuantes es la propuesta de ataque, aquí y ahora, a las estructuras de dominación y a sus personeros, para destacar, en primer lugar, que el enemigo si es vulnerable y para demostrar que nuestr@s compañer@s secuestrad@s por el Estado, no están solos sino que cuentan con toda nuestra solidaridad. El peso específico de las minorías antagonistas, de los grupos de afinidad en conflictividad permanente, no se registra en el número de ataques ni en los daños que ocasionen al enemigo las cada vez más potentes explosiones, la gravitación de estas minorías actuantes radica en el contagio, en la expansión geométrica de la lucha y en la toma de consciencia antiautoritaria. Por eso, detrás de cada explosión, en cada bala percutida, de la mano de cuanta expropiación se lleve a cabo, en la puesta en práctica de cualquier manifestación de violencia antagonista, tiene que estar siempre presente nuestro ideal, dejando manifiesto que nuestra lucha es por la liberación total, por la destrucción definitiva del sistema de dominación, por la Anarquía.

*Charla de Gustavo Rodríguez, en el Centro de Información Anarquista (CEDIA), México, D.F. Sábado 8 de octubre de 2011.

CEDIA Manuel Carpio 117, Esquina Jaime Torres Bodet, Col. Santa María la Ribera, México, DF.

 

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