El honor, el honor…

El año pasado vi en el youtube la actuación en un programa de televisión de un personaje que al principio parece indignado porque no cosechó la esperada devoción por parte de su público: le tiraron cedés vírgenes de esos cuyo precio tanto ha insistido en aumentar para recaudar una parte. Poco a poco vi cómo el fuego con el que defendía su causa crecía desmesuradamente y llegué a la conclusión de que iba pasadísimo. Puede que esa sea la única forma que tiene para mirarse al espejo sin que se le caiga la cara de vergüenza, no lo sé ni realmente me importa.

Lo que sí que me importa es la forma tan desmesurada que ha demostrado tener esa persona para defender ?el honor? de su propio personaje. Casi como si a Marlon Brando le hubiese dado por demandar a quienes llamasen mafioso a don Vito Corleone. ¿Por qué digo eso?

Ramoncín es un personaje público, vive de ello, gusta de aparecer en los medios y hacer declaraciones públicas, como cuando llama ladrones y piratas a gentes que se graban cedés o comparten archivos, ambas actividades perfectamente legales mientras no se realicen con ánimo de lucro; ha sido artista y presentador de televisión: es un personaje conocido. Un personaje que despierta más antipatías que lealtades, pero que a estas alturas goza de poca simpatía en general. Comenzó subiéndose a un escenario y cantándole a quien quisiera oírle que oliera su mierda porque iba a firmarnos el culo a todos, que él era el rey del pollo frito. Hizo carrera, se precia de su amistad con un ex presidente del gobierno, Felipe González, con quien jugaba al billar, y ocupa un cargo importante en la SGAE. El señor José Ramón Julio Márquez Martínez, cuyo nombre completo descubro a raíz de una demanda que ha interpuesto contra un portal anarquista en internet y que maldito si me interesaba saberlo, se escudaba para hacerlo en su condición de artista, de personaje. No es que José Ramón Julio Márquez Martínez le fuese a cada espectador y le dijese eso de olerle el culo, sino que el personaje Ramoncín lo hacía en un contexto determinado (el concierto, la relación artista-público). Es bastante posible que no fuera diciéndole eso a la gente en un contexto diferente porque igual entonces le partían la cara. Las faltas de respeto de ese personaje que es Ramoncín se entienden como licencias artísticas. Y el señor José Ramón Julio Márquez Martínez vive de ese personaje que se ha forjado.

Sin embargo, al igual que le pasó a Béla Lugosi -de quien se cuenta que llegó a creerse realmente un vampiro; tenía problemas con la morfina- parece que el señor Márquez tiene problemas para darse cuenta de que su personaje no es él, que su personaje está sometido a determinadas reglas del juego, que si aparece en público puede obtener juicios desfavorables de gente que no sabe ni cómo se llama en realidad el señor Márquez. A raíz de ese vídeo en el youtube, alguien comentó en un hilo que menudo gilipollas. Hace más de un año. En un hilo perdido hace un año entre los miles que componen un portal anarquista de debate, en la sección de humor.

¿Le pitaron entonces los oídos a José Ramón Julio? ¿Y por qué lo denuncia ahora? No; es que, en un momento dado, contrató a un equipo de detectives para que rastrearan quién podría haberle ofendido sin saberlo él: quién había hablado mal de su personaje aunque la persona (él) no tuviese noticia del hecho. Les encargó que rastrearan hasta el más recóndito rincón de la web y parece que ahora han encontrado un par de comentarios que parecen ofenderle hasta casi hacerle perder el sueño. Ramoncín ha demostrado repetidamente su pánico a las posibilidades libertarias que ofrece internet, que parece entender como una oscura conjura contra su persona y su negocio, llena de delincuentes que comparten ficheros, anónimos y deslenguados a quienes no gusta su personaje. La SGAE pone abogados a su disposición para acabar con ese libertinaje imaginario.

Todo lo que se expone a la luz pública deja de ser propiedad exclusiva de quien ha decidido sacarlo de la esfera privada, es de cajón, pero diríase que esta persona está poseída por una noción poco sana del derecho al honor, que roza el delirio. Un honor que nos recuerda a los fantoches de capa y espada que merecían poca honra -que es cuando la sociedad te reconoce algún mérito- pero que defendían su honor a puñaladas si lo creían necesario. Ahora los hay que esgrimen abogados y no dagas, aunque, que yo sepa, el señor Márquez ya perdió los papeles en una ocasión y agredió a un cámara (también he visto el vídeo). A hostias, sí. Como un “caballero español” defendiendo su honor. ¿No es ridículo? Nos remite a la España negra, la España del ?la maté porque era mía? y los chulos de discoteca que se sienten atacados si alguien mira a ?su? chica. El mismo Ramoncín alardea en una entrevista de decirle a alguien por la calle: “Me cago en tu puta madre”.
Podéis leerlo aquí, al final de esta entrevista que, bien mirada, tiene su gracia:
http://www. rollingstone.es/asuntos/17a.html

Siempre he pensado que una manifestación de poder es hacer el ridículo en público sin que nadie se atreva a toserte, como los fantasmas del Ku-Klux-Klan, los skinheads de pantalones remangados como si saliesen a regar, los catedráticos y decanos con sus trajes de otros tiempos, los pastilleros que tunean sus coches de forma tan estrafalaria o los penitentes de semana santa con sus capuchones… Si alguien se les ríe apelan inmediatamente a su honor herido para defenderse, pero lo normal es que nadie ose hacerlo en su presencia. La violencia con la que responden, sea a patadas o a golpe de demanda, no es más que la expresión de su impotencia para ser impunemente ridículos: la demostración de que les duele que no les tomen en serio. Es una idea mía; lo cierto es que mucha gente se ríe de Ramoncín en internet y que la respuesta del señor Márquez, convencido de su propia importancia, es desaforada.

Los personajes públicos son blanco de críticas más o menos atinadas, más o menos graciosas. ¿No defendimos todos el derecho de unos caricaturistas a hacer unas representaciones muy poco afortunadas de Mahoma? Mahoma es un personaje histórico y una figura religiosa, igual que Ramoncín es un personaje del mundo del espectáculo. Los personajes no son la persona privada. Si alguien se convierte en el guardián enloquecido de su propio personaje endiosado y decide emprender una cruzada contra la blasfemia debe aguantarle quien le quiera o algún profesional, pero a los demás que nos deje en paz. Ramoncín no es nadie y no merece el respeto que merece cualquier particular, pongo por caso José Ramón Julio Márquez Martínez, cuyo nombre todos ignorábamos hasta hace dos días.

Repito: pienso que el Rey del Pollo Frito no merece más respeto que Beethoven, que Mahoma, que Vito Corleone o que Oliver Twist. ¿Sería cuerdo demandar a alguien que escribiese en un foro que Beethoven era un sordo gilipollas?

Extraido de La guerra de las salamandras

menéame menéame

3 comentarios sobre “El honor, el honor…”

  1. el_desertor dijo:

    Siguiendo desde tu conclusión, la diferencia es que Beethoven está muerto hace mucho.
    A mi me parece que llamarle gilipollas, o cualquier otra cosa del estilo es una mera apreciación subjetiva de su persona, como lo es decir que es “alto”, “bajo” etc… ¿o acaso decir que Ramoncín es un enano es un delito?… puedo esgrimir ante el señor juez que el baremo empleado se basa en la media de altura en Noruega. Yo no digo, Ramoncín es un ladrón, Ramoncín encula niños… solo digo que es un gilipollas ¿es delito ser gilipollas? Entonces no atento contra su honor calificandole subjetivamente como el mayor hipócrita subnormal que haya parido madre… es lo que a mi me parece, y estoy abierto a debatirlo.

  2. chief s. dijo:

    La cuestión es que nadie quiere debatir nada contigo, sino que sus abogados arremeten contra la página. Es una sinrazón de pies a cabeza. ¿Te has leído las aventuras del soldado Schwejk? En ellas un secreta detiene al dueño de un bar porque las moscas se cagaban en el retrato del emperador.

  3. Mateo dijo:

    “If we look candidly at the history of art, or even the little of it we happen to know, we shall see that collaboration between artists has always been the rule. I refer especially to that kind of collaboration in which one artist grafts his own work upon that of another, or (if you wish to be abusive) plagiarizes another’s for incorporation in his own. A new code of artistic morality grew up in the nineteenth century, according to which plagiarism was a crime. I will not ask how much that had to do, whether as cause or effect, with the artistic barrenness and mediocrity of the age (though it is obvious, I think, that a man who can be annoyed with another for stealing his ideas must be pretty poor in ideas, as well as much less concerned for the intrinsic value of what ideas he has than for his own reputation); I will only say that this fooling about personal property must cease. Let painters and writers and musicians steal with both hands whatever they can use, wherever they can find it. And if any one objects to having his own precious ideas borrowed by others, the remedy is easy. He can keep them to himself by not publishing; and the public will probably have cause to thank him.
    R. G. Coollingwood. Principles of Art, Oxford, 1938, p. 319-320.

    “Si miramos la historia de arte cándidamente, o incluso lo poco de ella que acertamos a saber, veremos que esa colaboración entre artistas siempre ha sido la regla. Yo me refiero especialmente a ese tipo de colaboración en la cual un artista une su propio trabajo al de otro, o (si usted desea ser abusivo) plagia a otro para incorporarlo al suyo propio. En el siglo XIX surgió un nuevo código de moralidad artística, según el cual el plagio era un crimen. Yo no preguntaré en qué medida ello tiene que ver, como causa o efecto, con la esterilidad artística y mediocridad de la época (aunque es obvio, pienso, que un hombre que puede molestarse con otro porque le roba sus ideas debe ser muy pobre en ideas, así como mucho menos preocupado por el valor intrínseco de las ideas que tiene que por su propia reputación); yo sólo diré que este engaño sobre la propiedad personal debe cesar. Permítase a pintores y escritores y músicos robar con ambas manos cualquier cosa que puedan usar, dondequiera que puedan encontrarlo. Y si cualquiera objeta que sus propias preciosas ideas han sido tomadas prestadas a otros, el remedio es fácil. Puede guardarlas para sí mismo no publicandolas; y el público tendrá motivo probablemente para agradecérselo”.

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