Mika Etchebehere

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Mika Etchebéhère: una heroica y desconocida combatiente de nuestra guerra civil

Luis Portela

Artículo publicado en la revista Historia y vida, febrero 1977.


Hippolyte y Mika Etchebéhère, llegan a España cinco días antes de que estalle la guerra civil. Se proponen escribir un libro sobre la Commune asturiana, después de que terminen el que tienen entre manos sobre Alemania en 1933, Quieren conocer los lugares en donde han luchado los mineros asturianos en 1934. El es un vasco- francés nacido en la República Argentina; ella, de origen argentino, ha adquirido la nacionalidad francesa por su matrimonio.


Muy jóvenes aún, los dos se han consagrado a la acción revolucionaria. Ella procede del campo anarquista y ha evolucionado luego hacia el comunismo. Finalmente, ambos han adoptado las concepciones de Trotsky. Viven, antes de nuestra guerra civil, en Paris, donde forman parte del grupo que edita la revista Que faire? Ella gana algunos francos dando a domicilio lecciones de español. Él está tuberculoso. Mika le cuida con toda su inmensa ternura. Ambos se han desposado con la revolución. Para que nada les ponga trabas en la tarea a la que han consagrado sus vidas, han renunciado de común acuerdo a tener hijos. Alguna vez, no obstante, él ha de ponerse a la defensiva. "Tenemos -le dice a Mika- que preservar nuestro amor. Compraremos menos libros para que puedas tener un bonito vestido... La política ocupa toda nuestra vida; debemos evitar que nos devore...".


Hippolyte cae en Atienza


Hippolyte Etchebéhère tiene una sólida formación marxista, pero no es un teorizante, y mucho menos un repetidor de fórmulas revolucionarias. Por eso, desde que, a los dieciocho anos, ha decidido ponerse al servicio de la revolución, simultáneamente con su capacidad doctrinal se ha preocupado de adquirir conocimientos militares. Ellos van a serle útiles apenas llegado a España. Un oficial de Intendencia es miembro de la sección madrileña del POUM. Sus compañeros le piden que se ponga al frente de las milicias que están organizando, pero rehúsa aceptar el mando que le ofrecen porque, por su formación profesional, desconfía de la eficacia de las unidades de voluntarios que partidos y sindicatos ponen en pie en pocas horas para hacer frente a la rebelión militar.


Se recurre a Etchebéhère, ese extranjero recién llegado, pero no desconocido, que asume el mando de la recién formada tropa miliciana. Tarea difícil, que desempeña con tacto, con inteligencia, con valor. Pero por poco tiempo. No ha transcurrido aún un mes desde el comienzo de la contienda cuando, el 16 de agosto, en los alrededores de Atienza, un proyectil de ametralladora siega su vida. "Ha hallado la muerte escribe Mika- para ganar la confianza de esos hombres recelosos cuya obediencia só1o se obtiene desafiando locamente el peligro". "Aquel fue para Hippo -añade Mika- el tiempo más bello de su vida.» «Pero mi alegría estaba llena de angustia, pues yo sabía que Hippo estaba condenado, sin tener derecho a ponerle en guardia. Solamente me atrevía a decirle que no se hiciera matar demasiado pronto". Murió como deseaba morir: en el fragor del combate. Después de haber sufrido un vómito de sangre, había intentado disipar la angustia de Mika con estas palabras; "No te preocupes... Me siento mejor. Tú sabes, por otra parte, que estoy decidido a no morir de enfermedad".


Capitana de una compañía de fusileros


Cuando muere Hippolyte Etchebéhère, Mika, su joven viuda, que hasta ese momento ha desempeñado en la columna del POUM de Madrid un papel secundario, pasa a ocupar en ella un lugar cada vez más relevante. "No he aceptado sobrevivir a Hippo -escribe-, sino con la condición de continuar nuestro combate".


Lucha primero en Sigüenza. Una orden estúpida encierra a los combatientes en la catedral. Alguien ha pretendido que las milicias repitan en la catedral de Sigüenza lo que los franquistas lograron en el Alcázar de Toledo; pero este edificio tiene una estructura distinta de aquél. La artillería franquista abre enormes boquetes en los muros de la catedral. La situación es insostenible. Para los sitiados, el dilema es rendirse o intentar romper el cerco. Con un puñado de hombres, Mika lo logra.


Tras un breve descanso en Madrid y una corta estancia en Paris, Mika Etchébèhere retorna a España, a Madrid. La ciudad asediada, mártir y heroica, a las trincheras. Los hombres del POUM han formado dos compañías. La primera está casi enteramente constituida por madrileños, supervivientes de los combates de Atienza y de Sigüenza; la segunda, por fugitivos de Extremadura, miembros o simpatizantes del POUM no pocos de ellos. Se confía el mando de esta compañía a Mika Etchebéhère, a la que se confiere el grado de capitán. La trinchera que ocupa esta unidad está en la Moncloa, a dos pasos del Hospital Clínico y de la fábrica Gal, en donde los milicianos se proveen de jabón en abundancia.


Elogios para los combatientes del POUM


A fines de 1936, el de Madrid no es precisamente un frente de reposo. Los hombres que manda la capitana Etchebéhère resisten, con tenacidad y valor admirables, bombardeos y ataques repetidos. Llega un momento en que es forzoso relevarlos. Tras un breve descanso van a relevar, a su vez, a las fuerzas que ocupan las trincheras de la Pineda de Húmera. Más tarde, nombrada adjunto al comandante del batallón, la compañía que hasta entonces había mandado Mika es escogida, con otras unidades, para realizar una operación difícil: desalojar al enemigo del cerro del Águila. En este ataque sucumben muchos de los hombres del POUM.


Los militares profesionales que mandan las grandes unidades aprecian la disciplina, la resistencia, el valor, de los hombres del POUM que combaten a las órdenes de Mika Etchebéhère y la valía de ésta. Cuando, con dos delegados del POUM, va a pedir que se releve a sus hombres. tras no pocos días de resistencia en la trinchera de la Moncloa, es recibida por el teniente coronel Ortega. "La acogida es calurosa -escribe Mika-. Se le habla hablado muy bien de la columna del POUM, pero nuestro comportamiento supera sus esperanzas. Me encarga que felicitemos a los milicianos en su nombre, y espera poder hacerlo personalmente cuando dejemos nuestros puestos...". "Que vuestros milicianos se detengan un momento aquí antes de entrar en la ciudad: quiero decirles cuánto he apreciado su valor".


Este teniente coronel Ortega fue, pocos meses después, el director general de Seguridad que presidió en unos casos y encubrió en otros la represión contra el POUM. Él fue quien ordenó la detención del comité ejecutivo de este partido, el asalto al local del POUM de Valencia, el encarcelamiento de cuantos en él se hallaban y la detención del comandante de la XXIX División, José Rovira, a quien hubo de poner en libertad ante la tajante orden de Prieto.


Ignorancia de las cosas militares


El jefe del sector al cual pertenece la Pineda de Húmera es el teniente coronel Perea, uno de los mejores jefes del ejército republicano y al que jamás pudieron conquistar los comunistas. Perea tiene de los milicianos del POUM y de Mika Etchebéhère, personalmente, inmejorable opinión. "Veo una vez más -le dice a Mika-, como lo ha dicho el general Kléber, que usted es el mejor oficial del sector y que logra mantener en su compañía una moral ejemplar. Nos ha impresionado, tanto al general KIéber como a mí, ver que, incluso enfermos, sus hombres no quieren abandonar el frente".


Y esa elevada moral la consigue Mika Etchebéhère a pesar de que cree que las estrellas -todavía no se habían sustituido en las milicias por las barras- le vienen anchas por múltiples razones: "La primera -escribe- por mi falta de conocimientos militares y por mi escaso deseo de adquirirlos. Y después, por mi preocupación excesiva por la salud de mis hombres, por la responsabilidad que me abruma ante los heridos y los muertos y por esa necesidad enfermiza que experimento de sentirme aprobada en toda circunstancia". No trata de ocultar, ni de disimular siquiera, su ignorancia del arte militar. "Ante el mapa del Estado Mayor -nos dice- vuelvo a experimentar el viejo espanto ante mi ignorancia de las cosas militares. Si al general Kléber se le ocurre sondear mis conocimientos, quedará aterrado. Para no tener que enrojecer y para que no crean que me importan demasiado mis galones de capitán, les tomo la delantera: Que no vayan a pedirme detalles de táctica o de estrategia, porque no sé prácticamente nada. No sé tampoco mandar; mejor dicho. tampoco lo necesito, porque los hombres tienen confianza en mi. Cuando llega una orden la comunico a la compañía y la ejecutamos todos juntos. Hago todo lo posible para que no pasen hambre, y cuando no tienen nada que comer se aguantan, sin protestar, porque conocen mi monomanía por alimentarlos".


Jarabe para la tos


Mika y sus hombres comparten las penalidades de las trincheras y los riesgos del combate en estrecha camaradería. "Los protejo y me protegen -escribe-. Son mis hijos y al mismo tiempo son mi padre. Les preocupa lo poco que como y lo poco que duermo y, a la vez, encuentran milagroso que resista tanto o más que ellos los rigores de la guerra".


Vive Mika pendiente de sus hombres. Lucha con tesón por conseguir que, al menos una vez al día, se les sirva una comida caliente. Reclama con insistencia para ellos ropas de abrigo. Cuando su compañía se halla en un sector relativamente tranquilo organiza una biblioteca: recorre 188 librerías de Madrid pidiendo libros, que los libreros ceden generosamente. Crea una escuela. Las bajas temperaturas de aquel primer invierno de guerra y el hielo de las trincheras hacen estragos entre los combatientes: muchos sufren catarros y bronquitis. Mika se esfuerza en aliviar sus molestos efectos. "Frasco de jarabe y cuchara en la mano -escribe-. Me acerco a cuatro patas a los hombres que tosen. Echan un poco la cabeza hacia atrás, abren la boca Y. cuando han ingerido el jarabe, reímos un momento ante esta faceta bastante cómica de la guerra". Pero, a su vez, cuando en si curso de un feroz bombardeo enemigo un proyectil derriba parte de la trinchera y queda Mika sepultada bajo un montón de tierra del que sólo queda al descubierto el talón de una de sus botas todos los hombres corren a desenterrarla, retirando la tierra con sus manos para evitar lastimarla.


No hay en ella la menor vanidad. Cuando algunos de sus hombres, que se sienten orgullosos de estar bajo sus órdenes, la cubren de elogios, responde simplemente: "Lo que pasa es que soy mujer y que aquí, en España, llama la atención que una mujer pueda conducirse como un hombre en situaciones que son generalmente situaciones de hombres". Y en otro momento escribe: "... Me digo que no es con madera tan frágil como la mía como se tallan los conductores de hombres. Pero agrego, para consolarme, que es preciso que me contente con la madera de que estoy hecha".


Algo grande


Los hombres de Mika Etchebéhère admiran su gesto y el de tantos otros extranjeros venidos a combatir en España. "Que en esta guerra, que es la nuestra, mueran españoles me parece normal -dice Mateo-; pero que extranjeros como tu marido, como El Marsellés, como tú misma, vengan aquí a luchar por nosotros, a morir por nuestra causa, eso es algo grande". Pero para Mika y para tantos hombres nacidos en otras tierras: "Los trabajadores españoles habrán lavado la vergüenza de la derrota sin combate de los trabajadores alemanes y escrito en los anales de las luchas obreras las páginas más fulgurantes de su historia".

(Mika Etchebéhère muere en 1992, habiendo publicado Mi guerra de España)