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por Exposito » 27 Jul 2012, 16:04
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Mahoma y sus problemas con las mujeres (III): Aisha y el matrimonio infantil
27/06/201010 comentarios
Cuando muere su primera esposa, Jadiya, hace nueve años que Mahoma ha recibido la primera de una larguísima serie de revelaciones que, a través del arcángel Gabriel, le son transmitidas por Alá y que constituirían con el tiempo las bases doctrinales, jurídicas y sociales de una nueva religión, el Islam, de la cual Mahoma se había convertido en profeta. Habiéndose casado con Jadiya a los 25 años, siendo un joven de La Meca sin apenas educación, huérfano y sin ningún recurso económico, Mahoma mantuvo una estricta monogamia con su primera esposa, que le llevaba 10 años y que era una mujer rica, emprendedora, bien relacionada socialmente y una pujante empresaria. Jadiya, aunque es considerada como la primera conversa al Islam, nunca se cubrió para salir de su casa, no fue recluida, tuvo total libertad para relacionarse con los hombres y tomó sus propias decisiones sin interferencias ni imposiciones masculinas. Es decir, todo lo contrario a lo que, revelación tras revelación, Mahoma, siguiendo los dictados divinos, iba a convertir en prototipo de mujer musulmana.
Sawda y Aisha fueron las dos primeras esposas del profeta después de que éste recibiera la revelación que le permitía estar casado con hasta cuatro mujeres de manera simultánea (no olvidemos, sin embargo, que tiempo después, el mismo Alá, por boca del arcángel, lo eximió de este límite numérico). Sawda era una viuda. Aisha, una niña de seis años. A la pequeña, hija de Abu Bakr, uno de los mejores amigos del profeta y su lugarteniente, en consideración a su corta edad, se le permitió quedarse en su casa. La tradición islámica dice que Aisha estaba jugando en un columpio el día que Mahoma decidió que ya era hora de llevársela y consumar el matrimonio. La madre de Aisha la hizo entrar en la casa, le limpió la cara y la colocó en el regazo de uno de los amigos de su padre. Ese hombre era Mahoma y la niña que se sentaba en sus rodillas, la esposa con la que estaba a punto de consumar el matrimonio concertado tiempo atrás tenía nueve años.
Como ya venía siendo habitual, las indicaciones que Dios iba dando a Mahoma estaban en estrecha y oportuna consonancia con los hechos y decisiones de su vida personal. El arcángel Gabriel le había revelado que una mujer, a partir de los nueve años, podía ser considerada una esposa a todos los efectos. El profeta, pues, sólo se limitó a cumplir lo que Alá le pedía. Mahoma se casó con la pequeña Aisha en 622 de la era cristiana (primer año de la Hégira o huída a Medina, según el cómputo musulmán).
Si algunos de los matrimonios que contrajo Mahoma en los últimos diez años de su vida respondían a una política de alianzas matrimoniales con tribus vecinas o, según relatan los hadiths, a su benevolencia al hacerse cargo de mujeres viudas o sin recursos, la elección de Aisha como esposa es obvio que no tiene nada que ver con estos dos motivos. Ni era una viuda de guerra ni estaba desamparada y sola en el mundo. Los musulmanes no dan motivos claros acerca de la elección de esa niña como esposa, pero sí que sabemos que ella fue su esposa predilecta, que ejerció una gran influencia en la primera comunidad musulmana, que fue amada y venerada por unos y odiada por otros, y que Mahoma murió en sus brazos cuando Aisha contaba sólo diecinueve años.
Para Fátima, la única hija superviviente de Jadiya, la primera mujer de Mahoma, no debió ser fácil aceptar que su padre llevara a casa como esposa a una niña de nueve años. Su padre, además, concertó el matrimonio de Fátima con Alí, su sobrino, en el momento mismo de llegar con Aisha a los aposentos que rodeaban la mezquita y que en los años siguientes habrían de albergar a sus sucesivas esposas. Desde el preciso instante en que Aisha se convierte en la esposa del profeta, la rivalidad y el odio entre las dos niñas (Fátima tenía pocos años más que Aisha) fue evidente, así como la diferencia entre sus temperamentos, que no podían ser más distintos: Fátima era tranquila, sumisa, devota, mientras que Aisha era habladora, divertida, sensual y alegre. Además, el hecho de que Alí, marido de Fátima, y Abu Bakr, padre de Aisha, mantuvieran posturas contrarias acerca de cómo debía ser la sucesión en la jefatura de la comunidad islámica, provocó que se crearan dos partidos alrededor de las dos mujeres, que con el tiempo darían lugar al cisma entre musulmanes shiítas (rama minoritaria del Islam, partidarios de Alí y de Fátima y defensores de una sucesión familiar en el califato o jefatura islámica) y musulmanes sunnitas (que constituyen la mayoría de musulmanes del mundo, partidarios de Abu Bakr y de Aisha, que pensaban que quien debía suceder a Mahoma en la dirección espiritual y militar del Islam no tenía que ser un descendiente directo de éste, sino el más capaz y preparado de entre los musulmanes).
Si en la actualidad preguntásemos a un musulmán sunní quién era Aisha, nos respondería que fue la esposa más amada de Mahoma, su gran amor, una maestra del Islam y una mujer valiente que dio muestras de heroismo en las batallas que a menudo enfrentaban a los musulmanes con sus vecinos infieles. Pero si esa misma pregunta se la formulamos a un shií, nos la pintará con tintes totalmente diferentes: nos dirá que fue una intrigante y una espía, una mujer celosa y sensual en exceso, que dominó al profeta y lo enfrentó con su familia y que provocó una lucha fraticida que acabó dividiendo la gran nación musulmana en dos facciones. Aisha significa Vida en árabe, y es uno de los nombres femeninos que se imponen con más frecuencia a las niñas musulmanas sunnitas. Pero entre los shiíes, es una palabra que se utilitza como insulto. Pero lo que es fácil percibir es que en ese harén de ocho o nueve esposas, con sus historias a veces más propias de un culebrón televisivo de amor, celos, intrigas y luchas por el poder, Aisha fue siempre la estrella indiscutible.
Las vidas de las mujeres del profeta no debieron ser fáciles. La mayoría de las revelaciones coránicas acerca de las mujeres le llegan a Mahoma inmediatamente después de que en su propia casa se hubiera producido cualquier incidente que pusiera en peligro la paz familiar. Pero no es de extrañar que se produjeran esos problemas, cuando estas mujeres vivían en un hogar polígamo, con los celos y rencillas que esto ocasionaba, sometidas a una tensión constante derivada de la guerra, subsistiendo entre privaciones y, más tarde, sometidas por designio divino a la reclusión y al uso del hijab. Y el motivo por el cual Aisha tuvo absoluta preeminencia entre el resto de esposas, incluso entre aquéllas que ejercían sobre Mahoma una irresistible atracción física, como Umm Salamah, o Maria, la cristiana que le dio un hijo varón, continúa siendo un misterio. O no.
Mahoma, siguiendo la orden divina de ser equitativo en el trato con sus esposas, las visitaba por turnos rigurosos. Cada día recibía el nombre de la esposa con quien pasaba la noche: así, había el “día de Umm Salamah”, el “día de Zeinab” o el “día de Aisha”. La esposa favorita del profeta no estaba de acuerdo con ese arreglo. Según un hadith, le preguntó un día a su esposo: Dime, si tú acabas de comprar dos camellos, uno que ya ha pastado y el otro no, ¿a cuál de ellos alimentarás primero? Mahoma contestó que, por supuesto, al que todavía no había pastado. Pues yo no soy como el resto de tus esposas, le replicó Aisha. Todas ellas han estado casadas antes, pero yo no. Por otra parte, si Mahoma quería pasar la noche con una de sus esposas a la que no le correspondía la visita según el turno establecido, podía pedir a la que debía ser visitada su permiso para alterar el orden de visitas. Según los hadiths, Aisha nunca cedió su turno a ninguna de las otras mujeres, y mucho menos a Umm Salamah, hacia la cual sentía unos celos terribles. Sawla, que ya era una mujer madura, parece ser que finalmente le cedió a Aisha su turno de manera permanente, sensible, dicen los hadiths, a las necesidades de la joven.
Los musulmanes que se acercaban a la morada del profeta para hacerle alguna petición, sabían que era mejor acudir a él en el “día de Aisha”, ya que era cuando se encontraba más relajado y de mejor humor. Todos eran conscientes del ascendiente de Aisha sobre su marido: los fieles, el resto de sus esposas y su hija Fátima. Umm Salamah, que conocía la aversión de Fátima por la jovencísima Aisha, buscó en ella una aliada y la hija de Mahoma prometió que hablaría a su padre sobre ese favoristismo que contradecía la orden divina de tratar a todas las esposas por igual. Pero Mahoma le contestó: Querida hija ¿no amas a quien yo amo? Y viendo que Fátima quería continuar insistiendo sobre el tema, la cortó: Aisha es la más amada de tu padre.
El número creciente de esposas y concubinas que Mahoma incorporaba a su harén dispersaba su atención y a menudo Aisha se sentía desatendida. Además, a causa de la complejidad de su vida familiar, las revelaciones que el fundador del Islam recibía acerca de las mujeres parecían más destinadas a solucionar sus conflictos personales que a constituir las bases de una nueva religión. La misma Aisha le dijo un día: Me parece que tu Dios se apresura a satisfacer todos tus deseos. Las normas sobre la reclusión de la mujer musulmana y sobre el uso del hiyab, por ejemplo, son resultado de incidentes domésticos que provocaron sus esposas.
Aisha, que no había tenido un marido anterior a Mahoma, nunca tuvo hijos. Eso significaba que no podía usar la kunya, o distinción que reciben las mujeres musulmanas cuando han dado a luz a un hijo varón, y que consiste en que cambian su nombre y adoptan el de “Umm” (madre de…) seguido del nombre de su hijo. Así “Umm Yassin” sería la kunya que recibiría una mujer cuyo hijo varón se llamase así, y la mujer no volvería a ser llamada por su propio nombre. Mahoma, consciente de la pena que soportaba su joven esposa por la falta de hijos, le asignó la kunya de Umm Abdulah, por el hijo de su hermana, al que Aisha amaba y cuidaba como a un hijo propio.
Cuando Mahoma enfermó, conscientes de que estaba viviendo sus últimos momentos, todas las esposas cedieron su turno de visita a Aisha, pues sabían que era con ella con quien el esposo quería pasar el tiempo que le quedaba de vida. Mahoma murió en los brazos de Aisha y fue enterrado en la estancia de la joven. Cuando su esposo fallece, Aisha tenía sólo diecinueve años y debía enfrentar el futuro en soledad, sin hijos y sin la posibilidad de contraer nuevo matrimonio, ya que a las esposas del profeta se les negó que volvieran a casarse. Lo único que le quedaba era su ascendiente entre un sector de los fieles y lo utilizó. Por otra parte, había quedado en la más absoluta pobreza, ya que Mahoma había entregado todos sus bienes a la caridad, pero los creyentes le pagaron una generosa asignación por el privilegio de visita a la sepultura del profeta que estaba en la habitación privada de Aisha.
La muerte de Mahoma provocó el estallido franco de la guerra entre Alí, el yerno de Mahoma, y Abu Bakr, el padre de Aisha. Fátima, la hija del profeta, defendió los intereses de su marido y de sus hijos porque estaba convencida que su padre había cedido el liderazgo del Islam a su familia. Los Shiat Alí (los futuros shiíes) cerraron filas en torno a Fátima para apoyarla. Pero la mayoría de la comunidad pensaba que el califato tenía que recaer en uno de los compañeros más significados del profeta, Abu Bakr. Se inicia aquí la separación entre shiíes y sunníes. Aisha intervino en cuestiones políticas y usó su influencia para apoyar a Omar, el padre de Hafsa y segundo califa después de Abu Bakr, aunque sabía que Omar era un hombre cruel y misógino que dictó una serie de leyes que hicieron más invisibles, si cabe, a las mujeres musulmanas. Finalmente, Aisha se reconcilió con Alí y esperó la muerte retirada ya de la vida pública.
La historia de Mahoma y Aisha, que bien podría constituir la base del guión de un culebrón islámico, no esconde, por mucho romanticismo con que se aderece, una dura realidad: Mahoma contrajo matrimonio con una niña de seis años y éste fue consumado cuando ella tenía nueve. Si bien el matrimonio infantil estaba bastante extendido en Arabia antes de la llegada del Islam, es con esta religión que su práctica se convierte en jurícamente “halal” (permitida), incluso “mubtala” (recomendable), ya que el hombre y la mujer que contraen un matrimonio de esas características, no hacen más que emular al profeta del Islam y a su bienamada Aisha.
Actualmente, el matrimonio infantil es frecuente en el África subsahariana y en el sur asiático. Pero el impulso del Islam más radical ha llevado esta práctica hasta zonas en donde parecía erradicado, como Pakistán, Irán, Bangladesh y otros países que años atrás se habían adherido a protocolos y convenciones de protección de los derechos del menor.
Cuando en 1979, después del triunfo de la Revolución Islámica, Jomeini regresa a Irán, lo primero que hace es abolir la Ley de Protección familiar del sha de 1975, que había prohibido los matrimonios infantiles y la poligamia. Hoy en día, en Irán, una niña puede contraer matrimonio legal a partir de los nueve años. Él mismo se casó en 1931 con Jadiya Saqafi, cuando ella contaba quince años y Ruholá Jomeini había llegado a la treintena. Jomeini consideraba el matrimonio con una niña que todavía no haya tenido su primera menstruación como “una bendición divina”, y aconsejaba a los creyentes: “Haz todo lo posible por asegurarte de que tus hijas no vean su primera sangre en tu casa“. En Irán, la edad mínima para que una niña pueda contraer matrimonio es de nueve años, mientras que para los niños es de catorce. En 2000 el Parlamento iraní votó una ley para elevar la edad mínima para las niñas a catorce años, pero en 2001 un grupo de clérigos tradicionales encargados de la supervisión legislativa en ese país vetó la medida. En Yemen se pudo frenar el intento de los islamistas radicales de abolir la edad mínima de las niñas para poder contraer matrimonio, que en ese país es de quince años. De todas maneras, ese mínimo raramente se esgrime a la hora de pactar matrimonios y últimamente han salido a la luz casos de niñas yemenitas de diez y doce años, casadas y maltratadas por sus esposos.
A nadie pueden pasarle por alto los gravísimos riesgos psicológicos y físicos que corre una niña que mantenga relaciones sexuales con un adulto, cuando todavía no ha llegado a su madurez emocional y fisiológica. Tal como apunta el informe que UNICEF publicó en 2000 sobre los matrimonios infantiles, estos no son otra cosa que una forma de abuso sexual y de esclavitud para las niñas. En unas sociedades en donde el marido tiene el control sobre la vida de la esposa, puede castigarla físicamente y ejercer sobre ella cualquier tipo de violencia psicológica, estos matrimonios constituyen para ellas un verdadero infierno. Se las separa de sus familias, de su entorno y amigos, se las somete a la custodia de la familia del esposo, asumen pesadas tareas domésticas, se las priva de la oportunidad de continuar su educación y se las pone en riesgo de muerte afrontando embarazos y partos para los cuales sus cuerpos no están todavía preparados.
Muchas de las familias que pactan un matrimonio para sus hijas todavía niñas lo hacen por razones económicas: si la hija se casa, es una boca menos que mantener. Pero también pueden apelar a cuestiones morales, como asegurarse la obediencia de la niña en casa del esposo, o evitar con un casamiento temprano un embarazo no deseado y fuera de la legalidad matrimonial. Sea como fuere, esta práctica encuentra apoyo legal en la sharia y en el fiq islámicos. Los estudiosos del Islam justifican el matrimonio infantil posiblemente para justificar a su profeta, que es el modelo de vida a seguir.
Como siempre que se trata de discutir cuestiones relacionadas con la ley islámica, las diferentes escuelas tienen sus propias opiniones al respecto. Incluso cada experto en la materia puede dar su visión particular. En general, se acepta que un matrimonio infantil es perfectamente legal cuando la novia ha cumplido los nueve años. Esto quiere decir, ni más ni menos, que la unión puede consumarse a partir de ese momento y que la esposa es responsable de todas las obligaciones que conlleva su nueva condición. Eso es lo que prescribe el Corán y ésa es la ley. Aparte, existen opiniones e interpretaciones diversas que admiten que un matrimonio puede ser pactado incluso con una niña de uno o dos años, eso sí, sin que haya sexo. Ante esta opinión, supongo que todos respiramos aliviados y el hecho de que se obligue a una niña de nueve años a mantener relaciones sexuales con un hombre adulto nos debería parecer un mal menor. Pero no es extraño escuchar a ulemas e imanes explicar que, si bien la penetración no está permitida antes de la edad establecida en el Corán, sí son admisibles otras formas de sexo con esas niñas.
Por otra parte, ante las críticas que les llueven acerca de la permisibilidad islámica ante el matrimonio infantil, muchos musulmanes intentan cuestionar la validez de la transmisión de los hadiths que sostienen que Aixa tenía nueve años en el momento de su matrimonio con Mahoma. Explican al mundo que esos hadiths sólo están validados por un transmisor y que, por lo tanto, podría ponerse en duda su autenticidad. O justifican la elección que hizo Mahoma de una niña para convertirla en esposa aduciendo que era una práctica común y aceptada en la zona antes de la llegada del Islam, por lo tanto, su profeta no hizo nada que no fuera normal en el siglo VII. Ante esto, sólo puedo decir que sus explicaciones me resultan ridículas y cínicas, de la misma manera que tratan de justificar la ablación del clítoris como una práctica pre-islámica. De acuerdo, pero entonces ¿por qué el Islam no sólo tolera sino que da categoría de norma jurídica al matrimonio infantil? No creo que sea importante si Aisha se casó con Mahoma cuando tenía nueve o diecinueve años o si los hadiths que tratan el tema son fiables o no. La única realidad es que los musulmanes creen que Aisha tenía nueve años y que si su profeta contrajo matrimonio con una niña de esa edad, eso es correcto y perfectamente legal. El resto, son discusiones bizantinas para acallar la boca a los críticos. El Corán deja bien claro que el hombre tiene derecho a tomar como esposa a una niña, habrá musulmanes que lo hagan y muchos otros, espero, que no lo harán. Pero es legal y, según algunos expertos en ley islámica, recomendable. Y lo mismo digo en relación a los diferentes tipos de mutilación sexual que sufren miles de mujeres cada año: no es una práctica avalada por el Corán, pero la inmensa mayoría de niñas que la sufren viven en países de mayoría musulmana. Así que en lugar de intentar justificarse, tal vez sería hora que abandonasen su actitud de silencio culpable.
La pregunta final que me hago es si el Islam, apoyando el matrimonio infantil, avalando una práctica en la cual se compromete la salud física y mental de las niñas, está justificando una cultura de la pedofilia entre sus seguidores. Si no es así, me gustaría que algún experto en jurisprudencia islámica me explicara qué ventajas pueden obtener los musulmanes varones al casarse con niñas que ni siquiera están maduras fisiológicamente. ¿Garantizar la obediencia absoluta por parte de la esposa, que no es otra cosa que una niña sola y atemorizada? ¿No correr riesgos acerca de la virginidad de la novia, tan apreciada en el Islam, eso sí, en las mujeres? Sencillamente, no lo e
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