Mensaje
por Charles_Gallo » 22 May 2007, 13:46
La ilegalidad
Teoría del ilegalismo anarquista desarrollada bajo diferentes aspectos
(Algunos fragmentos de la opinión de Emile Armand)
Un cierto número de anarquistas, haciendo consciente y deliberadamente tabla raza de los escrúpulos tradicionales y de la honradez codificada, deciden resolver por su propia cuenta el problema económico de modo extra-legal, o sea por medios atentatorios a la propiedad, por las diferentes formas de la violencia o de la astucia, infracciones todas que las leyes castigan más o menos severamente.
Se comprende perfectamente que un anarquista no se acomode al yugo del salario y a la odiosa servidumbre del cuartel, que repudie al patrón y al jefe militar, que no se preste a producir sin saber por qué y para quién y que no se deje matar en la guerra. Prisión, cuartel, producción asalariada y ciega son para él tres efectos de la misma causa, tres símbolos de un mismo estado de cosas de esclavitud. Por tanto, instintivamente rehuye su nefasta influencia y cuando se somete forzosamente es siempre a pesar suyo.
La tendencia ilegalista ha tenido serios teóricos del anarquismo y es preciso examinarla para poder emitir un juicio, tanto más cuanto que unos cuantos desaprensivos pudieran aprovecharse de la confusión consiguiente para justificar actitudes poco recomendables, amparándose del calificativo anarquista…
Si un anarquista en verdad se resuelve a vivir al margen del código no es sólo por este hecho de cumplir ilegalidades que merece tal nombre. El anarquista ilegal comprende perfectamente que no destruye las condiciones económicas existentes como tampoco las destruye el que sufre los rigores del trabajo impuesto, ni el propagandista, orador o escritor, ni mucho menos el terrorista…
Los ilegalistas convencidos reconocen que sus gestos dependen de su propio temperamento, que su vida es una experiencia poco recomendable y que no todos los anarquistas son aptos para seguirla. En todo caso, el que la adopta no por eso se verá disminuido intelectual o moralmente. Con este criterio podemos reconocer siempre al verdadero camarada y no otorgaremos nuestra confianza al falso…
El proceso de los bandidos trágicos, por los hechos que en 1911 aterrorizaron a París y que costó la vida a una docena de anarquistas, demostró claramente el peligro de la práctica ilegalista. Por románticas que hayan parecido las hazañas de Bonnot, Callemin, Garnier, Vallet y compañía, no se debe olvidar que el ilegalismo paroxismal no puede ser en modo alguno la consecuencia obligada del anarquismo individualista, pues éste es en principio una actitud moral e intelectual, una deliberada rebeldía individual de temperamento y reflexión, una filosofía crítica de propia defensa y negativa de la ley, de la moral y de la sociedad actuales.
El ilegalismo puede ser una de las formas o modalidades anarquistas, pero lo que nos interesa sobre todo, no es esta peligrosa táctica, sino el empleo de las facultades cerebrales, del tiempo y de los recursos de que disponen los que se dicen anarquistas...
El mejor camarada es el que dentro o fuera de la legalidad, consagra su actividad y su fuerza a la difusión de las ideas y a la escultura de su individualidad.
Reflexionando fríamente, no hay heroicidad en la muerte de los desgraciados camaradas ilegalistas, arrastrados, empujados y lanzados sobre la guillotina, bajo las miradas de magistrados satisfechos, de periodistas bufos y de policías astutos, como tampoco la hay en la actitud del anarquista, refractario intelectual y moral que vive legalmente, lo que no es óbice para que en el terreno económico también llegue a actos contrarios a la ley. Creemos que el negarse a pagar impuestos o a servirse del dinero o de los valores financieros en las transacciones o en el cambio de productos del trabajo personal, son actos interesantes por sí mismos y por su repercusión. Tampoco faltan los gestos enérgicos, como son: rehusar el servicio militar, la obediencia a toda prescripción de la autoridad que limita la libertad de escribir o de hablar, la comparecencia ante cualquier tribunal y por cualquier causa, la sujeción de los pequeños a una educación de Estado, de iglesia, etc.; las ocasiones abundan para ser un luchador. Algunos camaradas han sido encarcelados o enviados a presidio por haber adoptado esas actitudes, que difieren sobre todo de ciertas famosas hazañas porque son menos ruidosas, aunque necesitan el mismo coraje para realizarlas, sin provecho alguno para los que las llevan a cabo.
Hemos de confesar que sentimos gran simpatía por los irregulares, o sea los que viven al margen de la sociedad, y creemos que no se debe ser la víctima, sino el beneficiario moral y materialmente de las teorías que cada uno profesa.
No podemos, sin embargo, dejar de observar que hay actitudes de rebeldía tan nobles y valerosas como pueden serlo las del refractario que hace oficio de ilegalismo económico, actitudes terminantes que no se prestan a equívocos, puesto que solo los anarquistas son capaces de efectuarlas.
Cuando los anarquistas cometen acciones que les colocan, no moral o intelectualmente, sino materialmente bajo la sanción social, nada más fácil para defenderles y excusarles, que poner en evidencia ante los que les vilipendian, que el conjunto social perpetra continuamente crímenes mayores que los que algunos individuos pueden llevar a cabo aisladamente.
Es innegable que el medio tolera o aprueba una infinidad de atentados a la libertad individual o a la vida de los humanos, que no tienen punto de comparación con la nimiedad que representan los más atroces crímenes del ilegalismo anarquista.
Cualquiera comprende, que en el estado en que vivimos, el derecho de matar es ejercido sin restricción por los más fuertes y privilegiados (razas, grupos, individuos) en detrimento de los más débiles y desposeídos.
Sin piedad, las razas llamadas superiores, persiguen a sangre y fuego a las pretendidas inferiores, y en el océano de crímenes sociales, los calificados de anarquistas no representan más que una imperceptible gota de agua…
Los mutilados, los descuartizados, los quemados, los estropeados, los empobrecidos en nombre del progreso occidental. ¡Qué triste figura la del homo sapiens ante esta teoría infinita de hombres, mujeres y niños resucitados y viniendo de todos los puntos del mundo atrasado! La máscara de hipocresía y de moralidad caería delante de esta masa sangrienta sacrificada; demostrando que las grandes palabras de justicia, de paz, de orden público, no son sino encubridoras de la más exaltada avidez y ferocidad…
¿En qué se fundan, pues, nuestras modernas sociedades para recriminar a los pobres bandidos contemporáneos que actúan por su propia cuenta?...
¡Pobres bandidos aislados! ¡Lástima que no poseáis temperamento de explotadores! Establecidos fabricantes de cristal en el Este o en el Norte de Francia, o tejedores en Rouen, o en Lille, o vendedores de conservas en Chicago o contratistas de confecciones en Londres, hubierais podido matar lentamente, a fuego lento, sin riesgos, con la impunidad más completa; más aún: patentados, condecorados, honorables comerciantes, industriales, filántropos, hubierais juzgado a los mediocres criminales, enviándolos al presidio o al patíbulo y lamentándoos todavía de que existe demasiada indulgencia para los delincuentes.
No. La sociedad en particular y en general, no vale más que los que han roto violentamente el contrato social. No es este un hecho nuevo. El carpintero de Nazareth empleó el mismo argumento con la desgraciada adúltera a quien los honestos israelitas querían perseguir a pedradas y a quienes Jesús dijo que el que estuviera libre de pecado lanzase la primera piedra, sin que ninguno se atreviese a hacerlo. Verdadera o imaginaria, esta historia prueba que en todos los tiempos los guardianes de las conveniencias sociales no han sido mejores que quienes las han infringido.
Pero este es un argumento que no podemos aprovechar en la obra educativa que perseguimos, y ya que no podemos hacer declarar a los que execran el ilegalismo anarquista que ellos interiormente se sienten inferiores, a lo menos hagamos constar que en nuestro fuero interno, los que sabemos juzgar con libre criterio nos sentimos valer más...
Ahora bien; si de acuerdo con los teóricos más serios hemos tratado de razonar, explicar, comprender y limitar la práctica del ilegalismo, es decir, el ejercicio de los oficios escabrosos no inscritos en el registro de los tolerados por la policía, queriendo demostrar que el anarquista ilegal puede sernos simpático, en cambio nos parece injustificable el ilegalismo paradológico bajo el punto de vista anarquista individualista. Porque no queriendo directamente dominar ni explotar, el anarquista individualista no consentirá jamás en hacer sufrir más todavía a las víctimas del estado económico. Sería ilógico e indigno. No se pondrá, pues, al lado de los que esquilman al rebaño, sino que se separará, demostrando así su superioridad mental…
En todo caso, el anarquista individualista, adversario de la violencia, salvo el caso de legítima defensa, bien establecida, no se hará solidario de los ilegales, que no dudan en llegar hasta el atentado personal o el crimen.
En conclusión, hemos de hacer constar que no somos en absoluto refractarios al ilegalismo. Consideramos que es cuestión de temperamento, pues lo mismo que hay anarquistas con inclinaciones artísticas, los hay con predisposiciones ilegalistas. Por tanto, aunque no los aprobemos, juzgamos a los anarquistas ilegalistas como de nuestro mundo.
(Opinión de Armand muy controvertida, muchos aunque no compartieron sus criterios lo entendieron como un gesto de solidaridad… otros lo llamaron simplemente “cobarde”, por no atreverse a “llevar a la practica su propia predica, creer que no había que respetar la legalidad sin atreverse a realizar actos ofensivos contra ella”, también se dijo “proclama la resistencia, simplemente reaccionar contra el medio, contra el poder, pero nunca atacarlo… solo responder a sus ataques, pero jamás lanzarlos por nosotros mismos… eso se llama pasividad”. Que cada cual saque sus conclusiones.)