En 1975 Paul Verhoeven había tenido bastante éxito como director en Holanda como para que le encargasen una superproducción de época:
Katie Tippel (1975). En ella queda claro que ya entonces una industria pequeña como la de Holanda podía hacer cine con un acabado profesional más que comparable con el de las multinacionales yanquis. La película sigue los pasos de una joven de clase infraproletaria que a finales del siglo XIX consigue salir de los barrios bajos de Amsterdam e instalarse entre la alta burguesía a base de coraje e iniciativa: como cabe suponer, los medios que tiene Katje para lograr esto pasan por dedicarse a la prostitución, y en la película pasa por todas las modalidades posibles de esta dedicación, del callejeo a la condición de mantenida de lujo.
La historia puede parecer poco edificante, pero a mí me ha parecido una película más veraz, eficaz y didáctica sobre la historia de la clase obrera que, por ejemplo, la coetánea y para mí detestable 'Novecento' (1975). Si bien lo único que se nos muestra es cómo Katje mejora su propia vida sin combatir al mundo cruel que la explota en el barrio, ese mundo deja pocos horizontes para lo que no sea crueldad -y Verhoeven lo retrata muy bien con detalles cotidianos, sin necesidad de personajes que suelten discursos-: las canciones revolucionarias ya sólo sirven allí para que los proletarios diviertan a los burgueses cantándolas -y reciban unas monedas a cambio-, y cuando se quiere que sirvan para otra cosa, la represión es brutal.
En este contexto, la historia de Katje es la historia de un personaje que, en vez de adaptarse a su miseria con el masoquismo y / o el alcoholismo, tiene bastante instinto de superación para navegar en medio de una sociedad que no es más que una jauría de otros instintos -más punzantes y feroces que los que reconocen la educación y la cultura burguesa-. La película no es demagógica, sino una serie de preguntas inteligentes sobre cómo gestionaríamos nuestros deseos en una cuadro como ese, y sobre cuál es la materia de esos deseos -tanto más elocuente en el se diría que vampírico beso final-.
Como digo, la película es muy inteligente, pero no me lo parece tanto el mundo que la hace posible: un torpe mundo en el que cien años después de los hechos relatados todo el poder técnico del cine parece no dar de sí más que para vender las emociones de una mujer poniéndola en los mismos lances que un animal salvaje de un documental de fauna - proporcionando a quien ve la película satisfacciones análogas a las que puede sentir cuando el chimpancé escapa del leopardo.
Visto el cine posterior de Paul Verhoeven, parece que el tipo acepta con gusto que el mundo sea así, en una versión más o menos neoliberal de la cantinela según la cuál no somos más que animalitos que hemos de seguir viviendo como en la prehistoria, donde todos tenemos derecho a comer lo que no pueden quitarnos los demás - es un mundo parecido al de las películas de Sam Peckinpah, aunque Verhoeven no lo viste de violencia sino de erotismo (una constante en su cine desde que dio un taquillazo en Holanda mostrando a los burgueses sexo jipi fotogénico en 'Delicias turcas' -1973-). En cualquier caso, de ese mundo que combina técnica avanzada y moral primitiva trata la última película de Verhoeven y en él se desenvuelve perfectamente su protagonista, una empresaria de éxito en el mundo de los vídeojuegos violentos:
Elle (2016).
Después de haberse exportado a Estados Unidos junto a buena parte de su estupendo equipo holandés -con películas (sí) tan buenas como
Desafio Total,
Robocop o
Instinto básico-, Verhoeven parece haberse especializado en un papel de niño malo que escandaliza a los grupos de interés volviendo a vender, con mucho apoyo publicitario, su visión del mundo. Al final, las películas de Verhoeven parecen reducirse a chistes ofensivos, muy bien contados -como
El libro negro (2004), casi un tratado sobre la forma en que el cine engaña a los espectadores ofreciéndoles imágenes de violencia o de triunfo- o penosos hasta la nausea -
Starship Troopers (1997)-. Hay críticos como
Rubén Lardín que hacen ostentación de reirle esas gracias -como pulgas que se quieren sentir fuertes sobreviviendo entre el pelaje del macho dominante- y gente que se toma muy a mal que unos chistes tan poco progresistas tengan tanta audiencia. Con
Elle cada sector lo tiene fácil, poniendo en el centro la historia de una mujer que empieza por no buscar ayuda ante la amenaza de un violador y al poco parece sentirse espontaneámente atraida porque su acosador y violador la acose y la viole. Quizás 'Elle' no ha traido polémica en Spain porque quienes se alimentan de polémica tienen mucho entretenimiento estos días vapuleando a Amarna Miller, que es más fácil y vistoso.
No sé si Verhoeven me cae simpático, pero acepto que su cine intenta dirigirse a la inteligencia del espectador, seducirle activando su inteligencia con la exhibición inteligente de brutalidades. El personaje de Isabelle Huppert vive de vender a los clientes de sus videojuegos historias similares a la suya, y esa profesión no es de otro mundo sino una que mueve millones en éste: ¿sería buen final de su historia, más aceptable para el espectador, que despanzurrase a su violador como en un vídeojuego?. En el fondo, la conducta poco racional de la protagonista es escandalizadora por haber violencia por el medio, pero no es menos racional que la del resto de personajes -profesionales de clase media en ejercicio, embrión o decadencia-, que aceptan cosas igual de irracionales y explotadoras pero que no llevan el signo de la violencia explícita y son iguales a las que toda la gente profesionalmente instalada acepta todos los días.
El chiste de la película es lograr un tono en el que violaciones y sumisiones de todos los días son indistinguibles; pone ante los ojos como quien no quiere la cosa un mundo en el que los hechos aburridos resultan violentos y los violentos aburridos, y en el que confesar una violación no acaba difiriendo mucho en sus consecuencias de presumir de un safari en África. Así, el chiste de la película consiste en reirse de la barrera entre lo normal y lo excepcional. A mí para chistes me valen los del bar y gastar millones de inversión en un chiste cinematográfico me parece prescindible -aunque sean buen alimento para el negocio del morbo y la polémica-. Pero sí, la película, sin duda, está bien hecha.
¿E Isabelle Huppert, qué tal? Mostrar una violación con fondo de música clásica puede ser un contraste fácil para consumo de gente malota; la interpretación de Isabelle Huppert, su economía de gestos, lo convierte en algo lleno de sugerencias sobre las muchas cosas que hacen nauseabundo al mundo.
