Tiempo de elecciones. Proliferan las propuestas ‘alternativas’ y las campañas por el voto en blanco como muestra del descontento con la política tradicional, con los políticos al uso y su incapacidad para solucionar los problemas de la gente. Se presentan a las elecciones en los ayuntamientos asociaciones de vecinos, agrupaciones de viudas, ciudadanos por la paz y la ecología y un larguísimo etcétera. Son muchísimas las personas que, equivocadas desde mi punto de vista, deciden tomar parte en el espectáculo democrático que son las elecciones, pensando que de esta manera sí van a hacer de sus localidades lugares apacibles donde reinen la justicia y la igualdad. Muchas de estas nuevas agrupaciones electorales alternativas se presentan con buena voluntad. De las intenciones de otras muchas mejor no hablar. Pero independientemente de los intereses de estos grupos, lo que está claro es que uno de sus efectos es la amortiguación del descontento de la población con la clase política. No hay manera más cómoda y más ineficaz para mejorar la sociedad que maquillarla. Es esto lo que consiguen estos grupos que se jactan de ser ‘más cercanos a los ciudadanos’, ‘gente del barrio’… Cuando el problema es precisamente la existencia de la clase política como tal, la solución no pasa por entrar en su juego, por competir en su terreno con los culpables de la situación, sino por rechazar de lleno su espectáculo y empezar desde ya la transformación de la sociedad mediante la autoorganización y la autogestión.
Otra propuesta, que también parece guiada por buenas intenciones, es la del voto en blanco. Su argumento es que la abstención es vista como una muestra del pasotismo de la sociedad y que los políticos entonces no la tienen en cuenta y que, por lo tanto, no cambiarán su manera de hacer política. Al final es más de lo mismo. Es cierto que los políticos mandan ese mensaje a la sociedad. Nos dicen continuamente que la abstención es provocada por la falta de interés de la gente en la política. Y en parte es cierto: mucha gente pasa completamente de su política; saben que su voto no vale absolutamente nada y deciden no participar. No es pasotismo, señorías; es una decisión racional y muy acertada, por cierto.
En muchos movimientos sociales y en todas estas iniciativas alternativas que proliferan en tiempo de elecciones falta dar un paso decisivo, según mi punto de vista. Este paso consiste en ver a los políticos de todos los colores no sólo como personas ineptas y corruptas sino además como poseedores de un puesto de trabajo innecesario en la sociedad pero imprescindible para el mantenimiento del orden democrático y las estructuras del poder capitalista. Mientras el voto en blanco se presenta como una protesta por la ineptitud de los políticos actuales, la abstención rechaza este sistema, que no sirve más que para limitar la satisfacción de nuestras necesidades y nuestra participación en la economía y en la toma de decisiones, además de tranquilizar a quienes sienten la rabia que provoca este mundo y apaciguar las ansias de libertad de las personas oprimidas.
Dando este paso que yo considero imprescindible, el voto en blanco sobra. Es una propuesta tan limitada como perfectamente aceptada por la clase política. Al ser nada más que una muestra del descontento con los políticos, éstos pueden solucionarlo intensificando la comunicación corporativa o poniendo muchas flores en los parques el mes anterior a las elecciones.
En definitiva, estas son las razones por las que muchos optamos por la abstención. Es rechazar este sistema lo que queremos, no reformarlo para que todo siga igual. No sirve de nada decir ‘no me gustan los políticos’ a la vez que se participa en su juego, aceptando que, si fuesen mejores, el voto no sería en blanco. La opción que realmente clama por la transformación radical de la sociedad es la no participación en su espectáculo y, por lo tanto, el rechazo a la idea de que los políticos son necesarios. Es también el rechazo a la democracia por ser la cara amable de un sistema económico injusto, autoritario y asesino.
Como conclusión y volviendo a la cuestión de cómo se ve la abstención, de cómo es percibida: si bien es cierto que gran parte de las personas que no votan tampoco participan, nosotros sabemos que muchas otras se abstienen por convicción, porque saben que la lucha no está ahí y que ésta, la lucha, es el único camino. Y, sinceramente, el hecho de que en los medios nos vayan a intentar engañar y manipulen el sentido de nuestra decisión, es algo que nos tiene que importar bien poco… sabiendo como sabemos que de lo que cuentan poco es verdad y que, de cualquier manera, van a intentar tapar todo intento de transformación social.
Lanzo desde aquí un llamamiento a los libertarios para que no caigamos en la argumentación fácil y limitada al defender la abstención. No es sólo que todos los políticos sean unos corruptos, sino que la política y la democracia son instrumentos del capital para oprimir a la gente, para mantener un orden que beneficia a unos pocos. Quedándonos en el ‘son todos unos corruptos’ o ‘todos son iguales’ no hacemos más que favorecer la aparición de grupos marginales, propuestas limitadas como el voto en blanco o, incluso, partidos populistas de extrema derecha. Seguramente haya mucho más que decir acerca de la abstención y muchos más argumentos para defenderla. Este artículo se propone simplemente dejar algo más clara cuál es la diferencia entre el voto en blanco y la abstención, el salto cualitativo que supone el optar por una u otra manera de actuar el día de la fiesta de la democracia.