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Pícnic en Biarritz

Enviado por anonerror (no verificado) en Mié, 25/09/2019 - 10:22

 

Versión en castellano del artículo publicado en gallego en el periódico anarquista "Nordés" nº15 editado por "Ardora (s)edicións anarquistas" (Animamos a fotocopiar e difundir. Descarga:· Nordês nº15. [1]):

 

Un nuevo G7, una nueva provocación. Como todos los años, los dirigentes del planeta escenifican su poder recordándonos quienes son los que mandan. Representan su protocolaria función para que nos quede claro que, por mucha democracia que nos vendan, gobernar el mundo es cosa de muy pocos.

A veces los pobres, los nadie, los excluidos, los que jamás estarán invitados a las orgías del poder, tienen también su representación en las calles: con barricadas y disturbios. Recordándole a quién mandan que sus tronos están hechos de hambre, guerras y cadáveres. A veces son los encapuchados y los cristales rotos los encargados de señalar que la opulencia de unos pocos descansa sobre la miseria de la mayoría. Por desgracia la cumbre de Biarritz no fue una de esas veces.

La verdad es que la cosa prometía: una cumbre del G7 en el país vasco francés, a tiro de piedra (y nunca mejor dicho) de la frontera, en el año de eclosión de los chalecos amarillos y su vivificante bocanada de aire fresco en forma de guerrilla urbana. Pero no fue así. No estuvimos a la altura. Los ricos y poderosos representaron su función tranquilamente mientras el colaboracionismo pacifista y lacayo nos impidió a los subversivos aguarles la fiesta. El rodillo pactado de la inocua protesta institucionalizada arrasó con la disidencia contestataria. Un black-blok en horas bajas, incapaz de generar su propio espacio, fue rápidamente asfixiado entre la represión policial y el pacifismo totalitario de la izquierda domesticada. Un movimiento libertario en retroceso, acomplejado, amedrentado y demasiado ocupado en devorarse a sí mismo como para enfrentarse con su enemigo natural, se lo puso fácil a los apagafuegos de vocación parlamentaria. La protesta, o fue abortada a tiempo, o transcurrió por los cauces establecidos; lo que fue festejado por igual por los líderes mundiales de la cumbre y los aspirantes de la contracumbre.

Las tensiones entre “pacíficos” y “violentos” en el seno de las protestas vienen de largo en esto de las contracumbres. Yo diría incluso que están inscritas en su propio ADN. De hecho es de la satisfactoria resolución de esa dialéctica de la que depende el éxito de las convocatorias. De un lado se dota al movimiento de infraestructuras, contenidos y una cara visible; que a su vez es potenciada por la rebeldía de la revuelta, que otorga legitimidad y centra el foco del mundo en la protesta. Porque desengañémonos, si no hay disturbios, ni a los líderes mundiales, ni a la prensa, ni al común del ciudadano les importan un pito nuestras movilizaciones. De hecho una contracumbre pacífica es celebrada como un éxito hasta por aquellos contra los que va dirigida. Y así ha sido. Grupos parlamentarios como Podemos, o la descafeinada izquierda abertzale (preocupadísima por demostrar al mundo su compromiso con “la paz”, las buenas costumbres y el cabildeo electoral) supieron imponer un supuesto “consenso” de no violencia que muchísimos de los activistas allí desplazados jamás habrían consensuado. En cuanto fue cuestionado, prefirieron incluso llegar a la desconvocatoria de las acciones anunciadas antes que perder el mango de la sartén y faltar a sus compromisos con policías y autoridades.

Los libertarios y antisistema fueron incapaces tanto de sostener el tira y afloja con los reformistas dentro de la organización de la contracumbre, como de generar campamentos, infraestructuras y convocatorias propias que permitiesen desarrollar una estrategia de confrontación autónoma y eficaz.

La estrategia de amedrentamiento desplegada por el estado francés, exhibiendo músculo represivo a través de los medios con anterioridad a la cumbre, surtió efecto. Muchos activistas desistieron de acudir aduciendo que aquello iba a ser “una ratonera”. La realidad fue otra: el despliegue policial fue más o menos el de siempre, del mismo modo que la tan cacareada ola de deportaciones y detenciones preventivas quedó finalmente en una proporción exigua. Pero la estrategia del miedo les funcionó, y el número de internacionales llegados hasta los campamentos fue bastante más escaso de lo que auguraban todas las previsiones.

Las primeras protestas ya evidenciaron la clara intención de los organizadores de la contracumbre de sabotear cualquier conato de rebeldía que pretendiese rebosar los límites pactados con la “gendarmerie”. Los activistas desplazados hasta el campamento de Urrugne (único en suelo francés) pronto se rebelaron frente al “consenso” de no violencia que pretendía imponer la organización. Finalmente la plataforma organizadora se desvinculó del campamento (abandonando a su suerte a los allí concentrados) y desconvocó muchas de las protestas ya programadas. Prefirieron centrarse en una pacífica y descafeinada manifestación por Hendaya (lo más lejos posible de la zona de exclusión), que les reportase algún pequeño pié de foto en las más recónditas páginas de los periódicos. Exactamente lo que habían pactado con los estados español y francés… nadie muerde la mano que le da de comer.

La protesta convocada en Bayona, donde no había ningún campamento ni lugar alguno donde acoger a los activistas, fue un completo fracaso. La dificultad para acceder desde la lejana Urrugne, los filtros policiales dispuestos tanto en el camino como en la propia ciudad, así como una organización confusa y poco eficiente (no se hizo público el lugar de salida hasta pocos minutos antes del comienzo) contribuyeron al fracaso. Menos de un millar de personas consiguieron reunirse en la Petit Bayonne, encorsetados por camiones de agua y legiones antidisturbio, tanto a pié como motorizados. Los puentes de la ciudad estaban cortados, lo que impidió a mucha gente acceder a la protesta. Los chorros de agua, las granadas aturdidoras y la profusión de gas lacrimógeno enfriaron los ánimos de los manifestantes, llegados hasta allí con una mano delante y otra detrás. Bastante habían tenido con haber sido identificados, registrados y fotografiados varias veces en los numerosos filtros policiales que se vieron obligados a atravesar. Aunque algún espontaneo lo intentó, sin gente, ni medios, ni munición, poco se puede hacer contra hordas policiales armadas hasta los dientes y travestidas de robocop. Un auténtico desastre.

El único momento que escapó del control total (tanto de las fuerzas uniformadas como de sus amigos los pacifistas institucionales) fue la noche del viernes en el campamento de Urrugne: Los bloqueos simbólicos de carreteras de tercera regional previstos por la organización fueron rechazados y desbordados por los asistentes, lo que provocó la detención de más de una docena de manifestantes. Encontronazos entre encapuchados y antidisturbios que custodiaban las entradas derivaron finalmente en el intento de invasión policial del campamento. La improvisada defensa desplegada por los activistas degeneró en una auténtica batalla campal, que se prolongó durante varias horas. A los pelotazos y al gas lacrimógeno se respondió con barricadas y pedradas; hasta que los maderos, una vez se hubieron cerciorado de que los antisistema estaban lo suficientemente cansados como para no dar más el coñazo en toda la noche, se retiraron a sus posiciones iniciales. Todo muy vistoso y muy entretenido, pero al suceder en medio del monte, alejado de los núcleos urbanos y sin la presencia de periodistas que lo documentasen, a la postre fue tan estéril como un “coitus interruptus”.

El último día de protestas, ya con la “organización” desvinculada del campamento y las últimas movilizaciones desconvocadas por miedo a que se saliesen de madre, solo sirvió como triste colofón del desastre.

Saldo final: 119 detenidos, de los cuales al menos 6 ya estarían cumpliendo condena y otros 53 serán juzgados en diciembre. Mucho se ha hablado de un listado de 500 activistas internacionales con prohibición de permanecer en territorio francés durante la cumbre, sin embargo solo 16 fueron efectivamente deportados. Así que, a la luz de las cifras, no fue tan desproporcionado el control de accesos al país. Ni el número de efectivos policiales, ni su contundencia fueron tan diferentes a los de otras cumbres. Así que considero que el fracaso de las protestas solo se puede achacar al rodillo pacifista impuesto por los organizadores y a la incapacidad manifiesta de los antisistema de encontrar su propio espacio.

En cuanto a la izquierda abertzale, Podemos, ATTAC y el resto de convocantes de la patética contracumbre consiguieron transmitir nítidamente el mensaje que buscaban: Para mansos y pacíficos ellos; y cuando se trate de amansar y pacificar, que no se olviden de llamarlos.

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