Por Laura Vicente [2]
La violación que se produjo en Pamplona, y que se está juzgando estos días de noviembre de 2017, tiene muchos elementos que me provocan rechazo, repugnancia e ira. Me referiré a algunos de ellos.
Que el grupo de violadores se autodenominara “la manada” me resulta denigrante para la víctima y me da una imagen bastante exacta de los victimarios: la manada es un grupo de animales que andan juntos. Y van juntos para ser más eficaces en la caza y para compartirla. Esta manada de animales humanos debía tener también otra finalidad: animarse mutuamente para llevar a cabo “la caza”, convertirla en una diversión compartida y ofrecerla como espectáculo en las redes sociales.
Las violaciones siempre se basan en lo mismo: el uso de la fuerza para imponer unas relaciones sexuales no consentidas ni aceptadas por la víctima. El abuso del número y de la fuerza de los integrantes de “la manada” respecto a una mujer sola, habla por sí misma de lo ocurrido en el portal de aquella vivienda. Que el silencio se interprete como asentimiento y aceptación es un insulto a la inteligencia y una falta de sensibilidad inaceptable.
Pero las violaciones de hoy tienen un componente nuevo que no podemos obviar, los victimarios se vanaglorian grabando la violación, compartiéndola y convirtiéndola en un espectáculo de dimensiones desconocidas. Hay una actitud de denigrar a la víctima ante otras “manadas” puesto que cada vez que un vídeo de estas características se comparte, la víctima vuelve a ser violada simbólicamente por quienes la miran.
No comparto la idea de que las feministas nos apropiemos de esa imagen de “manada”, una idea potente pero que me desagrada profundamente. Nuestra fuerza se sustenta en lo contrario del imaginario de “la manada”, una asociación para cazar, para agredir, para exaltarse mutuamente en la imposición de la fuerza bruta del grupo, la afirmación de la acción totalitaria de los agresores, de la acción irracional y de un mundo basado en la jerarquía de la brutalidad y la dominación.
A las feministas nos une el apoyo mutuo, el reconocimiento de la fuerza que nos da un comportamiento colaborativo y solidario, la afinidad electiva, la autonomía de pensamiento, la libertad de criterio... Las afinidades entre las personas toman en consideración el temperamento, las diferentes formas de sensibilidad, los diferentes rasgos de carácter y las diferentes maneras de integrarse con los demás. La asociación es el arte de despertar lo mejor de cada persona, descartando lo peor, la capacidad de movilizar recursos nuevos, positivos y portadores de libertad y de vida. Romper con los estereotipos y los roles impuestos requiere que se ponga a su servicio lo mejor de quienes se organizan por afinidad.
Eso son para mí los feminismos, esa es nuestra fuerza y nuestra manera de pensar un mundo nuevo.