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Crítica de un heterodoxo al anarquista

Enviado por Ruymán Épater l... en Sáb, 28/11/2009 - 17:49

Danzando por estos mundos de la Libertad, un Anarquista con una clara premisa (ninguna autoridad), puede llegar a una conclusión amarga: en el mundo “libertario” hay demasiada autoridad.

No se alarme querido lector, no coja su hacha de decapitar “herejes” y se lance sobre este pobre “plumilla”. Es usted un ser al que se le presupone, por ser Anarquista, una gran amplitud de miras. Trague un poco del ajenjo que le ofrezco y después de saborearlo, hágame entonces gárgaras en la cara, pero mientras tanto sólo escúcheme. Es un pequeño consejo; tómelo o quémelo.

Coja mis palabras como las de un viajero, como un Gulliver moderno que le va relatando los ambientes, monstruos y bienhechores con los que se ha encontrado. Le habla alguien que, siendo Anarquista, y con no menos errores que usted en su haber, observa el mundo circundante con cierto tesón y, a veces, desamparo.

Criticaré a continuación al “anarquista” (permítanme la minúscula para no confundirnos a lo largo del texto), pero no al sujeto que, con taras, problemas y meteduras de pata, se opone a la Autoridad con cada fibra de su deshilachada alma. Sino a otra serie de “fenotipos” bien diferenciados. Conste antes que nada que no trato aquí de separar “la mies de la paja”, de pontificar quién es el “buen” y el “mal” Anarquista (un resultado así se alejaría bastante de mi cometido inicial). Sólo trato de derribar cualquier icono con el que nos topemos; lleve los ropajes que lleve.

En mi humilde calidad de observador, he percibido que ser “idealista” (usando la acepción grosera de esta palabra y no la filosófica, la que le daba Bakunin) está hoy muy mal mirado en ciertos ambientes que se dicen “anarquistas”. Un chaval, con tantas dudas como corazón, se acerca a un colectivo humano que se dice “libertario”. El chico o chica tiene el pecho repleto de hermosas “utopías”: el mundo acabará mañana, una gran noche lo cubrirá todo y empezará la Anarquía, habrá Libertad ilimitada, mayúscula, y se acabará la dinámica de “leones y corderos”. Este pensamiento es simple, es tremendamente básico ¿pero no es acaso hermoso?, ¿no es la esencia del espíritu Anarquista aún no filtrado por el tamiz duro de la militancia? Algunos “anarquistas” le dirán rápido a este chaval que es “tonto”, que el Anarquismo no es ninguna “simpleza” (como quieren sus detractores) que es algo muy “científico” muy articulado. El chico o la chica, recogiendo el alma del suelo, puede hacerse un desubicado “artístico”, un Anarquista instintivo, emocional, que nunca se bautizará con tal nombre, o puede seguir con sus nuevos “compañeros” convencido de que le enseñarán algo que él desconoce.

El grupo al que se acerque, y el corolario que siga después, puede ser muy distinto, pero podemos glosarlo grosso modo (yendo de lo general a lo particular). El Anarquista “amateur” puede dar con un grupo que, paradójicamente, estando compuesto por Libertarios, puede ser homogéneo y monolítico. Allí se le dice al joven que para ser Anarquista hace falta adscribirse a una tradición, conocer una teoría y ser aceptado por el “grupo”. Para el “anarquista” gregario el campesino andaluz que alzaba la hoz y la horquilla no podía ser Anarquista si antes no se había empapado de teoría. Al “anarquista” mimético no se le puede explicar que los “pioneros” no encontraron tradición alguna a la que adscribirse ¿A cuál se adhirieron Proudhon o Godwin?, ¿a cuál los Libertarios “pre-históricos” de Lao- Tsé o Faigny? Para el “anarquista” arribista sólo vale la “verdad colectiva”; la Individual puede ser sacrificada. El grupo, la mayoría. Siempre tiene razón; si discrepas sólo conseguirás ser “Un Enemigo del Pueblo”. Usan el “organízate y lucha” como una amenaza. “¿No te organizas, no te dejas absorber por el conglomerado? Entonces no eres un verdadero Anarquista”. Eso parecen decir.

La dinámica entonces parece estribar entre “organizados” y “desorganizados”, “formales” e “informales”, pero esto no es más que una falacia. ¿Puede alguien censurar a quien cree que es más productiva la actividad colectiva que la individual? ¿Es peor querer colaborar con un gran grupo que con uno pequeño? La militancia con colectivos mayestáticos no dista demasiado de la actividad grupúscular (la individual si guarda ciertas distancias, pero ese es otro tema). El círculo vicioso que aplasta la potestad Individual se da tanto en un caso como en otro. El sujeto es reprimido por la opinión de una mayoría cuantiosa o por la de una pírrica ¿acaso importa? Unos oprimen en pos de la ortodoxia y otros en pos de la “modernidad y renovación” ¿Qué diferencian hay en ello? El inexperto se acerca a estos grupúsculos con una bella sensibilidad y quizás con cuatro frases de Bakunin mal asimiladas; de repente, se le censuran los aspectos más estrambóticos de una conducta que él ni siquiera sabía que mantenía. Se deleitó en discutir un silogismo que no entendía y al rato se convirtió, para sus “nuevos compañeros”, en un “anarquista de salón”. “Basta de teorías anquilosadas le dicen”, y mientras Zerzan o Bonanno son cacareados aquí o allá, se olvidan de que los “amorfistas”, los “atomistas”, los “antiorganizzatore”, los “desorganizados”, ya habían expuesto opiniones anti-grupales, a través del acervo Individualista, desde hacía más de un siglo (y sin que tuvieran que dejarse babear por ningún “neo-marxista”). Se habla de “primitivismo” con el “sursum corda”, cuando Henri Zisly y los Individualistas llevaban mascándolo desde el XIX. Idea viejas con nuevos nombres, y la censura de siempre. Así se desenvuelve el “poseur”.

Quizás opte, ese joven al que antes hicimos referencia, por incrustarse en el Anarco sindicalismo. Embebido de 1936, seducidos por los libros que le hablan de la más grande Revolución Anarquista de la Historia, el pobre se dice: “he aquí mi palanca”. En cuanto el chico o la chica llegan al sindicato le cae el jarro de agua fría: otra vez es tonto. Le sueltan un soniquete ya sabido: “Hoy no es posible repetir el 19 de Julio del 36, las circunstancias son otras, el proletariado también, y hay que adaptarse al nuevo momento político-histórico”. Se le aducirá además que “hoy no hay la miseria de antes, el trabajador se ha hecho ‘comodón’ y es más difícil convencer a la gente”. El joven, si fuera perspicaz y un lector curioso, podrá espetarles: “¿Está más lejos ahora la Revolución que cuando un italiano reunió a un grupo reducido en Madrid? ¿Más complicada que cuando se recorría en pollino todos los cerros y secarrales difundiendo la ‘Idea’? ¿No existen hoy día carestía y crisis de subsistencia? ¿Acaso estoy ciego y es falsa la miseria que salpica mi ventana y mi televisión?”. Pero se callará y recibirá con dolor aquello de que “no puede confundirse Anarquismo con Anarco sindicalismo, pues no son lo mismo”. El joven, confuso, se preguntará, como nosotros “¿Es el sindicalismo el adjetivo del Anarquismo o es el Anarquismo el adjetivo del sindicalismo? ¿Quién adjetiva a quién?”.

Todo se le tornará claro cuando, precisamente por ser partidario de un sindicalismo entendido como Anarquismo, impugne la legalidad. Entonces las pléyades de abogados y manifestaciones legales le chocarán en la cara. Los “anarquistas” lo tomarán por un provocador, por un traidor, y a él le tocará doblar el palio.

La actitud dogmática, la frívola, la autoritaria, conviven sin dificultad en esta clase de “anarquista”. Todo convierte al Anarquismo en un agregado de algo: del grupo, de la post-modernidad, del sindicato. No puede el Anarquismo subordinar a estas figuras y herramientas; él debe claudicar.

Ante esta coyuntura todavía hay quien se extraña de los múltiples epítetos antagónicos que suelen acompañar al “Anarco”. La Autoridad ha desarmado a estos “anarquistas”. Puede que alguien, un individuo cerrado, inflexible, marcadamente autoritario, se haya adherido al Anarquismo por la fuerza que tiene el razonamiento “antigubernamental”. Así, este individuo, avasallador y sancionador, redució el Anarquismo al anti-estatismo. De tal modo, es posible que un buen día se le haya presentado un marxista que se dijera libertario, y puede que le hablara de lo imperativo del pragmatismo, de la gran relevancia que tiene el pensamiento unitario y rigurosamente estructurado. Este “anarquista” y aún otros, distintos a él pero también convencidos de que el Anarquismo es sólo oposición al Estado, se acomplejaron ante el fatuo cientifismo y la dialéctica férrea y encopetada (a la par que grosera). Por si les quedaba algún resquemor en su interior bastó que el marxista se reconociera opositor al Estado para que él, y su teoría, fueran ahora “libertarios”. Mientras se oponga al Estado “es de los nuestros”. Poco importa si la estructura social que propugna se basa en una férrea jerarquía, si la autoridad de los hombres “preparados” sigue superponiéndose a la voluntad de los “inaptos”, si su clasismo sigue relegando a los “sin-clase” (lumpen, así lo bautizaron) o al campesinado, si la Ciencia se vestirá, según sus deseos, de Religión y será la nueva “madre eterna”, poco importa si una férrea red de comités ocupa el lugar del Estado y reproduce sus funciones coactivas… Nada importa mientras se oponga al Estado.

Así se abre la vía de la Patria. El nacionalista toca a la puerta y el discurso del “anarquista” queda en agua de borrajas mientras este último se oponga al Estado. Se habla de las luchas nacionales bakunianas y se desoye su “todo patriotismo es un egoísmo en masa”. La cuestión de la Nación orbita y brilla con gran importancia, y mientras en ella no haya Estado todos se complacen en admirarla. Pero si el Individuo es inmolado ante la abstracción colectiva, si quien nace lo hace con una carta otorgada, si hemos de ser o de parecer tal y como agrada al lugar donde nos han arrojado al mundo, si hemos de estar sujetos a una “identidad innata”, si somos alumbrados con una cultura de serie y la Patria se hace mayestática, si persiste la Autoridad que supone estar condenado a ser absorbido por una postura general sin más prerrogativa que el nacimiento y la imposición educativa, si la Nación no puede reducirse a nuestros zapatos y tiene que aglutinar al Individuo hasta hacer de este pueblo, y del pueblo masa… Nada importa mientras no haya Estado.

En tal tesitura, tanto la Autoridad marxiana como la homicida abstracción “españa”, pueden ser libertarias con tan sólo oponerse al Estado.

¿Por qué nos extrañamos entonces de la cantidad de reaccionarios que deambulan con su A circulada? La caterva capitalista que se reclama Anarquista, son el producto descompuesto de esta circunstancia. Aquéllos que defienden el “homo homini lupus”, el “¡vae victis!”, el “struggle for life”, el dominio de un hombre sobre otro, el darwinismo social, la supeditación de la Voluntad a la abstracción dinero, la rendición del obrero al patrón, la sujeción del explotado ante el explotador, la represión para-policial, la subordinación de las necesidades a la potestad del propietario, quienes prohíben el libre acceso al consumo tratan de llamarse ahora “anarcas”… Porque mientras se opongan al Estado, aún ciegos de Autoridad, nada importa.

No obstante, parece que ante esta eventualidad muchos han reaccionado, aunque no sepan por qué. Saben que el Capital es opresivo, pero les desconcierta el pretendido antigubernamentalismo del que hablan los capitalistas. Aún no han captado que la Autoridad puede darse aun sin Estado (como puede darse aun sin capitalismo). La opresión genérica y racial, la tiranía nacional o la individual, la de la mayoría sobre el sujeto aislado o la del autarca sobre el pueblo, puede darse sin estructura de gobierno convencional.

Puede que los “anarquistas” abandonen las vías autoritarias antes de que les hablen de un “Dios Anarquista” y de misas alrededor de una bandera negra. Pero si aceptamos la autoridad del colectivo, la de las poses, la de cierto sindicalismo reformista, también la del individuo estrella, la del marxismo, la de la patria ¿cómo oponernos a una “religión anárquica”, a un “dogma de fe libertaria” o incluso a las aberraciones que van mutándose en el campo fascistoide?

Ésta es la opinión de quien no ha intentado sentar cátedra. Sin aseverar quien sigue el fantástico “manual” del “Anarquista correcto”, sólo constato que existen ese tipo de “anarquistas” que tratan de conciliar reformismo, sentido interno de la legalidad y autoridad con Anarquía. Y el problema no es que se ahoguen en su legalismo, su amarillismo y su cerrazón, sino que nos obligan a sojuzgarnos a los demás a la ortodoxia de turno (los trinos que dan el poder a las mayorías, a la retórica marxiana o la grandeza de la patria son los que pasan hoy por ortodoxia; en otro tiempo hubieran sido el detritus minoritario). No condeno aquí a los que tienen una voz moderada. Muchos son buenos compañeros, y su canto sosegado no asfixia su espíritu radical. Gente que como el Noi del Sucre, que pueden ser timoratos en las ideas pero estar dispuestos a disolver un mitin reaccionario a tiros. Yo hablo de los que disuelven el mitin de sus propios compañeros con una sola voz de reproche y desagrado. No hablo tampoco de quienes claman por una Patria unipersonal y un Dios privado, de quienes se delectan profundizando en los recovecos marxianos, o quienes buscan en las “nuevas tendencias” un reflejo de sí mismos; hablo de quienes condenan al hedonista al martirologio del “militante consciente” o de quienes hostigan al melancólico por no ser lo suficientemente “lúdico”. Hablo de quienes tratan de poner en connivencia sus prejuicios culturales, sexuales y étnicos con la “liberación humana” o de quienes imitando a un inflamado Nietzsche nos condenan a la ergástula por la vía de la “moral esclava”. Hablo de quienes estrangulan, en colectivos cerrados, toda la potencialidad que reside en la queja del Hereje.

Se quejaba Anselmo Lorenzo (así constata Manuel Buenacasa en la reseña que le dedicó al “abuelo”) que en este “mundillo” nuestro hay muchos rencores. Ojalá el rencor naciera y muriera con el rencoroso ¡Cuán bueno sería eso! El problema es que el rencoroso se inserta en una sensibilidad que desconoce, y trata de convertirla en escuela y de hacer del rencor Iglesia. Es a ese “anarquista”, al que lo es sólo de nombre (y que me perdonen los que disientan) y, quizás, por el beneplácito de la mayoría, al que le dedico todo el veneno de este humilde artículo.

Pero nada está perdido, el asunto no es tan grave. En posteriores artículos hablaremos de las virtudes del Anarquista (con mayúsculas), pero eso, por ahora, tendrá que esperar.


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