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De cómo el Mercantilismo no puede hallar su nido en la difusión de Ideas Anarquistas

Enviado por Ruymán Épater l... en Jue, 30/07/2009 - 11:42

Los amigos, los buenos amigos, te regalan recomendaciones en forma de preocupación. Los amigos, esos que, parafraseando a Poe, lo saben todo de ti y aún así te soportan, son los que, impermeables a lo que puede ser “beneficioso” o “negativo” para otros, te recomiendan que hagas o dejes de hacer lo que resulta “beneficioso” o “negativo” para Ti.

Ellos te aprecian, no quieren verte pasar apuros ni penurias. Por eso, si escribes un libro, te recomiendan que lo vendas a fin de, por lo menos, no tener pérdidas. Te aconsejan también que no lo “despilfarres”, que no lo entregues a “cualquiera” con miras a que no derroches tu “talento” en los cómodos dominios de una papelera.

Hacen eso porque son tus amigos, los amigos del “escritor”…, pero uno no puede evitar preguntarse ¿qué le recomendarán los amigos del potencial lector depauperado que no puede permitirse la adquisición de ese libro? Obviamente, si el susodicho lo necesita, y no hay riesgo latente, le recomendarán Tomarlo; si no optan ellos mismos por agenciárselo y “envolverlo para regalo”. Esto sólo puede comprenderlo quien haya estado en ambas situaciones, o mejor dicho, quien siempre se haya visto prisionero de la segunda situación y quien, al aproximarse a la segunda, no quiera gravar en carne ajena el propio dolor de la insuficiencia monetaria.

Hay que saber lo que es estar hambriento de ideas, quizás ser joven y dependiente, tal vez maduro, pero empobrecido y ahogado por las “necesidades primarias”. Hay que saber lo que es no encontrar un pliego de papel libre de la criba del precio. Lo que es empezar a bucear por el mundo del pensamiento asistiendo a “benefactoras bibliotecas públicas” donde tu presencia furtiva desentona aún más que algún raído libro donde buscas con avidez la palabra “Anarquista”. Hay que saber lo que es entrar de tapadillo en Universidades y otros sitios “extraños” donde uno usa de soslayo los medios cibernéticos que de otro modo le estaría vedados. Hay que descubrirse a uno mismo copiando y trascribiendo páginas y páginas de los libros que pensamos consultar o tan sólo espetar ante algún quite dialéctico. Hay que ver los esfuerzos ímprobos de tratar de hilvanar las páginas de un ensayo con una raquítica biblioteca, aislado en un espacio físico donde el Anarquismo, y todo lo referente al mismo, parece refugiarse en tu nerviosa cabeza, donde los medios exiguos pueden más que tu habilidad de compilador y trapero. Hay que verse mirando con desconsuelo un libraco en una desvencijada librería de viejo donde 3 liberticidas euros te alejan de un oasis de conocimiento. Hay que entender el asco y la rabia que provoca descubrir cómo el libro de un “buen compañero” reluce en un estante donde la barrera territorial del precio se incrusta en tus retinas con el repulsivo impacto que produce toda señal prohibitiva. Hay que sentir la herida del labio mordido cuando, esperanzados por el descubrimiento de distribuidoras y fundaciones “afines”, volvemos decepcionados sobre nuestros pasos porque aun un precio rebajado, aun coqueteando con el costo, o incluso por debajo del mismo, sigue siendo un límite inabarcable que nuestro estómago se niega a aceptar y que nuestros bolsillos no pueden restituir.

Ése es el panorama. Ante estas circunstancias, entendiendo que muchos antes han vendido (aunque muchos también se han negado a hacerlo), y resuelto a poner fin –dentro de mis posibilidades– con las circunstancias que parecemos condenados a sufrir en el futuro, yo me consagro a No Vender ninguna forma de cultura, conocimiento o simple ripio que salga de mi pluma. Concluyo que, aunque es cierto que se compran más libros de los que se leen, el verdadero símbolo de burricie es que se compran más libros de los que se expropian.

Si el Anarquista consecuente reniega del lucro, y si, renegando del lucro, condena el farisaico mercadeo ¿Por qué consentir que subsista en nuestra forma de distribuir, propagar o compartir cultura? Si pretendemos un futuro limpio de agio, dolo y comercialismo, si confiamos en poder construir un mundo donde la satisfacción de las necesidades no dependan de la voluntad de otro, donde nuestra libertad de consumo no se vea regulada por la autoridad de quien pueda fijar un precio, donde no seamos apercollados por la extorsión o la astucia de quien tase el valor de aquello sobre lo que sólo nosotros tenemos potestad…, si creemos que ese mundo es posible y deseable, entonces, es hora de empezar a realizar aquí y ahora los actos que postergamos para el “mañana” (algo así decía el compañero Bakunin), es hora de aproximarnos los hechos del futuro y vestirlos de presente, en definitiva, es hora de “echar a los mercaderes del templo”.

La solución es sencilla: llevar la premisa Anarco comunista a sus últimas consecuencias, el “de cada uno según sus posibilidades y a cada uno según sus necesidades” trasladado también al terreno de la propaganda. Que en las publicaciones se recoja, si se quiere, el precio de costo, pero sólo con un valor informativo, referencial, que ayude al interesado a saber cuanto se han vaciado los bolsillos del propagandista para realizar tal labor, pero que no se exija la retribución de precio alguno, que todo quede a merced de las posibilidades, la voluntad y la conciencia del eventual lector. Que el lugar que se reserva a la criba del precio, a ese dígito liberticida, se reserve para esa máxima que ya recogían los Hechos de los apóstoles (es en ese libro bíblico donde por primera vez, aparentemente, se plasma la máxima Anarco comunista ya citada) y que tanto se difundió en las Comunas Individualistas de la Belle Époque.

Así, desterrado de nuestros medios cualquier límite a la hora de acceder a la cultura, el sistema no contará con nuestra connivencia involuntaria a la hora de privatizar los sentimientos y las ideas… Y así, también, nuestros amigos dormirán tranquilos sabiéndonos menos desequilibrados, y más amparados de lo que se imaginaban.


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