Mensaje
por Stalker » 25 Abr 2008, 13:11
Cuando yo era un adolescente pensaba que lo de la democracía directa era ....como en la revolución cultural china, las asambleas de los guardias rojos.
Estoy confesando un pecado de juventud, pero espero que se me comprenda que ya he cambiado de opinión.
Cuando uno es adolescente e ingenuo, como era mi caso, uno tiende a hacer juicios exagerados guiado por la emotividad.
Por aquella época yo admiraba a Jean-Paul Sartre. Algunos libros suyos como La náusea, la trilogía Los caminos de la libertad (aunque su último volumen fuese muy flojo, los otros dos me gustaron mucho) o El existencialismo es un humanismo me revelaron un modo de afrontar la vida que entonces a mi me parecía totalmente novedoso, valiente y a contracorriente de todo lo que me rodeaba. El existencialismo era un postura ética radical que partiendo de la sensación de angustia, soledad e incertidumbre, tan frecuentes en la adolescencia, prometía hacer de esas emociones inevitables en una vida humana, el punto de partida hacia una vida plena, en tanto que ya no habría que huirlas porque se considerasen una debilidad, sino que podían ser al contrario la gasolina que alimentase la propia fortaleza interior.
Pero bueno, no venía aquí a hablar tanto de existencialismo sino de la democracia directa en la revolución cultural china.
Siguiendo la estela dejada por Sartre, me encontré con imágenes suyas, alentando a la rebelión a los estudiantes y a los obreros en el mayo parisino del 68. Y un poco más tarde repartiendo propaganda de un grupo maoísta , la Gauche Proletarienne, junto con su amiga-compañera-amante-cómplice de siempre, Simone De Beauvoir, por las calles de París.
Así, que mentalmente hice de la ética, la metafísica y de la política un continuum y empecé a interesarme por qué era eso del maoísmo, que había seducido a ese maestro que entonces me parecía tan inspirador.
Busqué y encontré que a partir de 1966, en China, los estudiantes habían comenzado a hacer asambleas en sus clases proponiéndose llegar por sí mismos a un comunismo que, pese a que la República Popular China ya se había proclamado varios años antes, todavía no creían haber llegado a alcanzar.
Empezaban por cuestionarse a sus profesores que en el curso de las asambleas dejaban de ser considerados como una figura de autoridad y acabaron cuestionándose a los cuadros del Partido en el poder que los habían mandado allí.
En realidad, detrás de todo eso había una lucha sorda en la que estaban estratégicamente siendo manipulados por Mao. Tras el fracaso económico del Gran Salto Adelante, que había provocado una hambruna, los funcionarios del Partido habían dejado de lado a su líder carismático que los condujo durante la Larga Marcha, y proponían una suavización del régimen. Mao no se resignaba y ya que no tenía ya suficientes apoyos dentro de los comisarios políticos del Partido apeló a los jóvenes deseosos de aventura y emocion, de una revolución que fuese una tormenta que lo transformase todo, contra estos.
Los funcionarios comunistas, empeñados en gran medida en estabilizar la situación de su país, no sabían que hacer con aquel club de fans que por millares, por millones pelegrinaba hasta Pekín para ver de lejos a su héroe Mao y escuchar su incitaciones a la lucha sin tregua. Pronto esos jóvenes se autoorganizaban en las escuelas, en las fábricas, en las comunas, y citando incansablemente a su fuente de inspiración El Pequeño Libro Rojo, se disponían a llevar la revolución hasta donde no se atrevían sus mayores, si era necesario pasando por encima de sus mayores.
La asambleas de jóvenes guardias rojos pronto empezaron a señalar a sus profesores como reaccionarios, ya no podían ser una autoridad que les obligase, o se resignaban a ser uno más de la asamblea de guardias o se les aplicaba directamente "la postura del reactor", o se les ponía orejas de burro, o se les apalizaba si se resistían hasta morir.
Los funcionarios de policía o del Partido que acuden diciendoles que es ilegal retener a las personas, en la mayoría de los casos pasan a hacerles compañía, acusados de lo mismo. Hay un momento en el algunos altos mandos del Ejército y del Partido intentan oponerse a la deriva salvaje, pero como los soldados no los respaldan, los admiradores de Mao les saltan al cuello como partidarios del capitalismo opuestos a la revolución cultural.
Hay que barrer el pasado, a "las antiguas ideas, la antigua cultura, las antiguas costumbres y los antiguos hábitos".
Suceden episodios tan pintorescos como que en Pekín los guardias rojos deciden que es abominable que el color rojo de los semáforos indique parar y que la derecha sea el carril porque se ha de circular, y proponen volverlo al revés, ante los estupefactos guardias urbanos, que no se atreven a contradecir a los jovencitos embravecidos. El caos que se origina a los pocos días les hace rectificar, pero la sensación de poder que han conseguido es impagable.
Sobre éste periodo es especialmente interesante el libro autobiográfico Cisnes salvajes de Jung Chang, que fue guardia roja hasta que sus padres --altos funcionarios del Partido que en un momento dado intentan parar el desmadre juvenil --son señalados como derechistas contrarios a Mao.
Chang dice que en esas asambleas inevitablemente los más vehementes, los más radicales, los que más alto hablaban, los con menos escrúpulos éticos, los más partidarios de la soluciones extremas invariablemente, se hacían con el control de la asamblea logrando arrastrar casi siempre a una mayoría con miedo a no ser lo suficientemente revolucionarios.
Los grupos de guardias rojos acaban enfrentándose entre sí ---no sólo verbalmente, también con las armas ---acusándose unos a otros de no ser auténticamente revolucionarios.
Cuando Mao ha descabezado ya a sus oponentes dentro del Partido (entre ellos en entonces Presidente de China, Li Shaoqi, es arrastrado por el vendaval), el desorden asambleario ha de ser reconducido al nuevo orden y ordena a los guardias rojos ---un fenómeno predominantemente urbano ---que marche hacia la inmensa China rural como maestros para enseñar a los pobres campesinos y desista de sus acciones violentas. Mao había jugado una estrategia peligrosa que podía haberle llevado a él también al abismo, pero sabiendo calcular bien los tiempos consigue recuperar el control del partido cuando la gran mayoría de sus cuadro ya no creían en él, apoyándose en las bases.
Bueno, yo también quería una revolución en el instituto donde estudiaba. También quería transformar la realidad de un modo integral. Aunque no era tan radical como los chinos, porque sentía aprecio por muchos de mis profesores, pero deseaba plantear una comunidad donde fuesen unos más ---quizá con una mayor experiencia y conocimientos --- que podrían aportar en plano de igualdad con los estudiantes.
El rol de profesor me parecía y me sigue pareciendo una figura autoritaria, teñida de ambigüedad, que por un lado podía abrir muchas puertas y enriquecer la vida definitivamente a los estudiantes y por otro ---especialmente en los casos en que los profesores eran dogmáticos, doctrinarios y prepotentes ---eran los encargados por el sistema para perpetuarse a sí mismo con todas sus desigualdades y sus jerarquías.
Cuando comunicaba a mis compañeros y amigos mi ideal comunista chino y de las asambleas estudiantiles purificadoras se reían de mí, ahora yo también me río. "¿Quieres ser como los chinos?"
A ellxs lo que les importaban eran sobre todo que su équipo de fútbol ganase a sus rivales o que lxs especímenes sexys de la clase les hiciesen concesiones amorosas. Cuando yo proponía el amor libre y erradicar la posesividad monogámica y entrar en una colectivización de la vida sexual me respondían "eso se te pasará cuando te eches una novia de verdad"...
Me comparaban con Don Quijote, que a fuerza de leer libros raros había perdido el sentido de la realidad.
Seguramente en una asamblea con mis compañeros y profesores, habría perdido todas las votaciones, hubiese sido una voz que siempre queda en minoría. Mis aspiraciones, mis sueños más o menos descabellados, no dejaban de ser una rareza exótica en el ambiente que me rodeaba.
Claro la democracia directa, no es eso del maoísmo-existencialista, que yo me imaginaba con quince años, qué iluso era entonces, pero quizá a alguien le haga gracia leer sobre mis desvarios juveniles.