Comunista integral escribió:Amo a mi país, a mi patria, es un "amor natural", desarrollado "sin querer", sin que nadie lo impusiera y a pesar de que "España" lo negara. Amo a mi país y detesto al Estado español que me obliga e impone... Y, a través de ese odio concretado, lo extiendo a cualquier Estado que existe o pretendan hacer existir.
Amo lo que soy y a los que "somos", a los que nos reconocemos diferentes y oprimidos y ansiamos liberarnos. Quisiera libertad para ser, para que seamos de verdad, sin imposiciones.
Conste que lo que yo hablo es de amor. Y voy a daros una serenata porque ando dándole unas vueltas al asunto…
Eso de que el amor puede compartirse es complicado, a mi entender. El amor es entrega sin reservas. Al menos en esta sociedad lo es. En otra sociedad a lo mejor el amor es un número concreto de camellos. Pero aquí, eso de amar dos mujeres a la vez (como soy hombre hablo de mujeres, pero a vuestro gusto), que decía Machín, es más que cuestionable. Decía el tío de las dos mujeres amadas, que una era el amor sagrado y otra el amor prohibido. Es decir, una era la que vivía con él y le lavaba la ropa, y la otra la que quedaba con él con finalidades romántico/follatorias. Y si cuela, cuela. Pero no es a eso a lo que voy.
A lo que voy es a que pienso —es de mi cosecha—, que el amor al país se funde con el amor a la libertad
en el texto que abre el tema. Él no lo dice, pero yo lo supongo. Podría amar a su país y podría no amar la libertad. La libertad podría ser como el adorno en el vestido de la dama… En fin, que es un comecocos. Doy por supuesto que se puede amar a las dos abstracciones: país y libertad. Aunque a mí se me hace dificilísimo amar dos cosas a la vez, porque sería agotador…
Entonces sucede que si uno ama la libertad, es porque se ha dado cuenta de que carece de ella, y ansía tenerla. Porque, la verdad, es muy raro hoy día que alguien libre la haya perdido. Y como decían los antiguos, el que la tiene y la pierde, mejor que se muera —pero ellos estaban vivitos, ¿eh?—. La cuestión, tal como la veo, es esa: no tenemos la libertad, nunca la hemos tenido y la deseamos. Pero además amamos la Patria, el País. Nos hemos identificado —por lo que sea—, con un país, con un territorio, —por ejemplo—, que va desde el río tal al mar cual. Y nos hemos identificado tanto —por lo que sea—, que decimos que lo amamos. En este caso no carecemos de país, pero vemos que no es libre. Porque hay un tipo de opresión nacional…, lingüística tal vez. O tal vez sea una actividad industrial de un Estado opresor que destruye paisaje y costumbres. Total, que ni el país, ni nosotros somos libres. Y deseamos la libertad, la amamos.
Pero la cuestión —pienso— es que se puede dar la situación en que debamos de elegir entre país y libertad. Y me pregunto yo, dado que el amor establece una jerarquía, —a mí me parece que es así—, ¿qué va primero?, ¿país o libertad? ¿Amo mi libertad? ¿Amo la libertad del país? ¿O el país de la libertad? Qué complicado rediós.
Y qué agotador. El amor es una fuerza primordial, muy física. Un verdadero torbellino de neurotransmisores, de hormonas, de sedantes, de excitadores…, dando vueltas por la sangre y llegando al cerebro bum bum bum...
Y la cuestión es que mientras más se carece de lo que se ama, más loco se vuelve uno. Un amor se consuma, empiezas a mear las hormonas, y en unos años puedes tener un hastío que te cagas. Todos los divorcios comienzan siendo grandes amores. Pero mientras se ama, uno se diría que está dispuesto a cualquier cosa, a morir por ejemplo. Por eso digo que es una fuerza muy poderosa, porque es una de esas cosas que pueden mover a alguien a hacer una barbaridad. Como ya dije, amar es perder la chaveta.
Entonces uno ama a su patria libre, y ama la libertad. Algo que no tiene y que probablemente no tenga nunca, con lo cual el amor puede prolongarse décadas. Suspiros, planes perpetuos que vienen y se van… Y odia al Estado opresor. Amor y odio, ya es un cóctel excesivo. Es el cóctel que ha fundamentado un montón de delirios y disparates. Es bastante nocivo, diría yo. Y por ahí anada gente dando gritos exaltando ese amor para hacer esto o lo otro...
O sea, si bien podría admitir, con mucha buena voluntad y viagra, que se puedan amar a la vez varias cosas, me parece, opino —por lo que ya he explicado—, que amar establece una jerarquía, una escala entre lo mejor y lo menos mejor. Y si bien uno puede amar la libertad propia y la de cualquiera (personas o países), amar a un país excluye al resto, que pasan de inmediato a ser “menos mejores” que el que uno ama. Vamos, que o amas a todos los países, o amas al tuyo y menos a los demás.
Pero miro todo ese enredo, y la verdad, no me identifico con el amor. ¿Amo la anarquía? Ni de coña. Soy anarquista ¡desde hace la tira!, ¡qué horroroso horror!, y quiero (qué manía) una sociedad sin poder ni autoridad. Pero me reservo mis sentimientos y valoro mis intereses. Me reservo la mirada sarcástica al objetivo final, porque no lo amo. Sólo lo quiero. Lo mismo es eso lo que le falta al anarquismo: mucho amor. Pero ¡qué casualidad! ahora que lo pienso: la gente que he conocido que más lo amaba, lo ha acabado abandonando. Porque el amor es un sentimiento efímero. Sí, eso es, lo razonable me parece más duradero… Si arriesgo, que sea fríamente… ¡Anda! Mira por donde, he clarificado mis ideas. Tanto amor y tanta leche en vinagre.
Así pues, prefiero darle un enfoque racional a la anarquía, al país, a la libertad, al dinero, a las relaciones sexuales o a lo que sea. Porque para amar (y odiar) y estar predispuesto a morir, o a sufrir, o a quién sabe qué por la abstracción…, antes de que se te pase el calentón, pues como que no quiero papeletas de esa rifa. Dejo pues el amor a los demás. El amor al país, a la libertad y a Bernarda la de Utrera. Si alguna vez digo “amor”, que sea mera propaganda.