Melchor Rodríguez, el ángel rojo
Melchor Rodríguez, el ángel rojo
Melchor Rodríguez, el ángel rojo. Recuperar públicamente a un anarquista sevillano
CGT-A
Martes 20 de junio del 2006.
Por segunda vez, el grupo “Recuperando la Memoria de la Historia Social de Andalucía” de CGT.A, intentará realizar un acto/conferencia sobre Melchor Rodríguez -el ángel rojo- en la ciudad en que nació, Sevilla.
El pasado otoño se tuvo que aplazar su realización, al no recibir contestación de las instituciones a las que se solicitó apoyo logístico -no económico- ya que dicho acto se pretendía -y se pretende- realizar en la antigua prisión de Ranilla (antes de su demolición) y de la cual fue “usuario” en los años treinta, concretamente en la “suite” nº 34.
Este grupo de trabajo ya tiene las autorizaciones pertinentes por parte de Instituciones Penitenciarias, así como el conferenciante, el periodista Alfonso Domingo, que está trabajando en su Biografía. En los últimos días se ha solicitado el apoyo al Ayuntamiento sevillano para que ceda los materiales necesarios (sillas, megafonía, etc.) para poder hacer esta actividad que se enmarca en la Recuperación de la Memoria Histórica, y de la que este grupo de trabajo ya ha trabajado -y coeditado- otros trabajos sobre sevillanos -naturales o de adopción- en los últimos casos, tales como el Dr. Pedro Vallina (1999) y José Sánchez Rosa (2004).
Esta petición de apoyo al Ayuntamiento tiene, entre sus argumentaciones, no solo en el origen del personaje, sino también en su vinculación a la política municipal, ya que formaba parte de la corporación municipal de Madrid en 1939 y fué quien hizo entrega de dicha institución a los golpistas, tras la toma de esa ciudad.
Una breve biografía la pueden encontrar en: http://www.todoslosnombres.org (sección micro-biografías)
CGT-A
Martes 20 de junio del 2006.
Por segunda vez, el grupo “Recuperando la Memoria de la Historia Social de Andalucía” de CGT.A, intentará realizar un acto/conferencia sobre Melchor Rodríguez -el ángel rojo- en la ciudad en que nació, Sevilla.
El pasado otoño se tuvo que aplazar su realización, al no recibir contestación de las instituciones a las que se solicitó apoyo logístico -no económico- ya que dicho acto se pretendía -y se pretende- realizar en la antigua prisión de Ranilla (antes de su demolición) y de la cual fue “usuario” en los años treinta, concretamente en la “suite” nº 34.
Este grupo de trabajo ya tiene las autorizaciones pertinentes por parte de Instituciones Penitenciarias, así como el conferenciante, el periodista Alfonso Domingo, que está trabajando en su Biografía. En los últimos días se ha solicitado el apoyo al Ayuntamiento sevillano para que ceda los materiales necesarios (sillas, megafonía, etc.) para poder hacer esta actividad que se enmarca en la Recuperación de la Memoria Histórica, y de la que este grupo de trabajo ya ha trabajado -y coeditado- otros trabajos sobre sevillanos -naturales o de adopción- en los últimos casos, tales como el Dr. Pedro Vallina (1999) y José Sánchez Rosa (2004).
Esta petición de apoyo al Ayuntamiento tiene, entre sus argumentaciones, no solo en el origen del personaje, sino también en su vinculación a la política municipal, ya que formaba parte de la corporación municipal de Madrid en 1939 y fué quien hizo entrega de dicha institución a los golpistas, tras la toma de esa ciudad.
Una breve biografía la pueden encontrar en: http://www.todoslosnombres.org (sección micro-biografías)
esto mas bien debería ir en la sección de historia 
"Queremos personas capaces de destruir, de renovar sin cesar los medios y de renovarse ellas mismas; personas cuya independencia intelectual sea su mayor fuerza, que jamás estén ligados a nada... aspirando a vivir vidas múltiples en una sola vida".
Francisco Ferrer i Guardia
Francisco Ferrer i Guardia
- Manu García
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- Registrado: 27 Ago 2004, 21:32
Otro hilo sobre Melchor Rodríguez: http://www.alasbarricadas.org/forums/vi ... hp?t=14120
"No más derechos sin deberes, no más deberes sin derechos"
Re: Melchor Rodríguez, el ángel rojo
Melchor Rodríguez, el Schindler de la FAI
Rafael Cid / http://www.radioklara.org/spip/spip.php?article746
Gentes como Schindler, el próspero comerciante judío que utilizó su influencia entre el mando nazi para poner a salvo a compatriotas en peligro de ser enviados a los campos de exterminio, ha habido en la reciente historia de los conflictos bélicos. Aunque no es habitual y sí muy elogiable, entra en lo razonable que alguien se esfuerce por ayudar a los suyos. Pero lo que ya no es tan frecuente es que en plena guerra civil, con una población casi inerme ante un amenazante ejército sublevado, haya personas con responsabilidades públicas que pongan sus vidas en peligro por impedir el linchamiento de sus enemigos presos. Sobre todo cuando los militares golpistas se encuentran a las puertas de Madrid y su aviación lleva días bombardeándola criminalmente sin distinguir objetivos militares de civiles.
Eso representa otro nivel ético. Pero en la revolución española existe un precedente de semejante calibre, aunque su autor fuera un simple obrero y no tenga ni pedestal ni película que lo glorifique. Hablamos de un novillero de 43 años, afiliado a la CNT-FAI, que por aquello de encontrarse en el momento inoportuno en el lugar inadecuado actuó como le dictaba su conciencia libertaria sólo ante el peligro. Este hombre sencillo pero firme en sus ideas se llamaba Melchor Rodríguez, y siendo director general de Prisiones en 1936 se echó a la calle pistola en mano para detener la matanza de miles de prisioneros en Paracuellos, mientras los responsables del departamento de Orden Público de la Junta de Defensa, integrado por los dirigentes de las JSU-PCE, Santiago Carrillo, Serrano Poncela y Fernando Claudín, miraban para otro lado. Esos sangrientos “paseos” se produjeron durante las jornadas del 6 y 7 de noviembre de 1936, aniversario de la Revolución Rusa.
El anarquista Melchor Rodríguez acabó de raíz con las ejecuciones clandestinas y dos años más tarde, cuando la troika stalinista ponía tierra por medio ante la inevitable capitulación de la ciudad a manos de Franco, como alcalde Madrid en funciones sería la persona encargada de realizar un traspaso ordenado de poderes a los sublevados para intentar evitar que los fascistas cobraran su temida revancha en vidas humanas. Melchor Rodríguez, sevillano de nacimiento y oficial chapista de profesión, pagó su osadía con una condena a muerte, reducida luego a 20 años y un día de cárcel, dictada por un tribunal militar que desoyó los testimonios a su favor de algunos influyentes falangistas a los que había salvado del pelotón (Muñoz Grandes, Fernández Cuesta, Martín Artajo y Blas Piñar, entre otros) Este faísta de reconocido prestigio entre el movimiento libertario, convencido de que “por las ideas se podía morir, pero nunca matar”, falleció pobre de solemnidad el 14 de febrero de 1972 en Madrid enterrándosele con la bandera anarquista casi al mismo tiempo en que el secretario general comunista Santiago Carrillo preparaba para entrar en la historia en el cadillac regalado por Ceaucescu como una de las personalidades que mejor encarna el espíritu de concordia de la transición.
Mientras esperamos el libro que le he dedicado Alfonso Domingo, sirva el recuerdo de Melchor Rodríguez para enmarcar el tsunami revisionista que nos invade, quizá para conmemorar el 70 aniversario de la guerra civil desatada por el golpe homicida franquista reconviniéndonos de que fueron las víctimas quienes “sublevaron” a los verdugos. Perverso axioma éste que ha constituido la piedra de toque sobre la que se fraguó la famosa amnistía semigeneral de 1977. Porque ya no son sólo conversos ex maoístas como Federico Jiménez Lozanitos, ácratas de la rive gauche como Carlos Semprún Maura o marxistas-leninistas rama búlgara como Pío Moa los que nos vienen con esos cuentos. La historiografía del martirologio patriótico tiene en este momento protagonistas mucho más emblemáticos. Desde periodistas metidos a historiadores, como Jorge Martínez Reverte, que en su libro La batalla de Madrid deriva la acusación del caso Paracuellos hacia la CNT interpretando a la tremenda una curiosa acta donde se habla del caso, sin que por el contrario en sus páginas haga la más mínima alusión a su íntimo amigo Claudín, uno de los que sí estaba en el secreto de la masacre, que aún es un misterio envuelta en un enigma. Hasta historiadores doblados de tertulianos en Telemadrid, como Antonio Elorza, que tuvo la ligereza de asumir en una tribuna de El País la pieza de una investigación panfletaria sobre “el terrorismo anarquista” financiada por la Comunidad de Madrid, que preside la neocons Esperanza Aguirre (a más Aguirre menos Esperanza) y la Fundación Policía Española. Incluyendo en la nómina al ex honorable Jordi Pujol, quien ahora afirma que en Catalunya se mató a mucha más gente de derechas que de izquierdas ("casi tres veces más").
Y uno en si infinita ignorancia se pregunta de qué va este juego de espejos deformados, cuando no contentos los vencedores con contarnos en exclusiva durante decenios cómo pasó pretenden ahora convencernos también de que debemos ponernos en primer acto de contrición por los pecados cometidos. ¿Será que el atado y bien atado que inauguró esto que llaman democracia y no lo es está en crisis? ¿Será que aquella promesa que hizo Felipe González al general Gutiérrez Mellado de no exigir responsabilidades políticas a los sicarios de la dictadura ha caducado para las últimas generaciones? ¿Será, en fin, que la nueva consigna es invertir la carga de la prueba para que los vencidos sigan otros puñado de años cargando con el mochuelo? No sabemos muchas cosas, es verdad, pero sabemos que sólo entre el 16 y el 17 de marzo de 1936 la aviación de Mussolini mató en Barcelona a 979 personas, dejó 1.200 heridos y destruyó completamente 76 edificios durante sus ataques indiscriminados. Que el Alzamiento fue santificado como Cruzada por la jerarquía de una Iglesia cómplice. Que terminada la guerra y diezmado el pueblo en armas, la España de Franco, católica, apostólica y romana, se alió con Hitler regalándole una división azul. Que los campos de concentración se llenaron de “enemigos del régimen” hasta casi los infelices cincuenta (el tristemente célebre de Miranda de Ebro se cerró en el año 47). Que Franco y su corte de los milagros ejecutaron fríamente a opositores hasta la víspera misma de la extinción física del Caudillo en 1975. Y que parte de aquel clero alzado sirvió gustosamente como carcelero en las mazmorras de la dictadura (caso las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl, Premio Concordia de la Fundación Principie de Asturias 2005).
Y del otro bando sabemos, es verdad, que se cometieron excesos y barbaridades sin paliativos que merecen cerrada repulsa. Pero también sabemos que Durruti eligió como secretario particular al cura de Aguinaliu (mosén Jesús Arnal) para protegerle de fanáticos e incontrolados. Que los cenetistas Juan Saña y el que habría de ser ministro de Comercio de la República, Juan Peiró (luego entregado por los nazis y fusilado por Franco, como el católico general Escobar o el democristiano catalán Carrasco i Hormiguera) salvaron a 17 monjas de clausura que vivían en la calle de la Coma de Mataró al estallar la revolución del 36 en Catalunya.
Sabemos todas estas pocas e insignificantes cosas, porque en la democracia de percepción en que estamos lo que cuenta al fin y al cabo es la verdad oficial. Y ese karaoke legal nos repite –la letra con sangre entra- que aquella democracia republicana fue el error de nunca jamás y que el consenso y la generosidad de la Corona trajeron la libertad y la democracia del 18 de Julio de que ahora disfrutamos. Y entonces, cuando me cuentan cómo paso y que de otra vez intentan endosar la macabra factura del osario en el balance de quienes sufrieron persecución por la injusticia, pienso como León Felipe en las verdades de místicos y poetas. Y recuerdo al viejo trotamundos libertario Abad de Santillán cuando al regresar a España tras la muerte del licántropo de El Pardo dijo aquello de “si San Juan de la Cruz viviera hoy sería de la FAI”. Como Melchor Rodríguez, el Schindler de paisano que tenía su propia fe.
Rafael Cid / http://www.radioklara.org/spip/spip.php?article746
Gentes como Schindler, el próspero comerciante judío que utilizó su influencia entre el mando nazi para poner a salvo a compatriotas en peligro de ser enviados a los campos de exterminio, ha habido en la reciente historia de los conflictos bélicos. Aunque no es habitual y sí muy elogiable, entra en lo razonable que alguien se esfuerce por ayudar a los suyos. Pero lo que ya no es tan frecuente es que en plena guerra civil, con una población casi inerme ante un amenazante ejército sublevado, haya personas con responsabilidades públicas que pongan sus vidas en peligro por impedir el linchamiento de sus enemigos presos. Sobre todo cuando los militares golpistas se encuentran a las puertas de Madrid y su aviación lleva días bombardeándola criminalmente sin distinguir objetivos militares de civiles.
Eso representa otro nivel ético. Pero en la revolución española existe un precedente de semejante calibre, aunque su autor fuera un simple obrero y no tenga ni pedestal ni película que lo glorifique. Hablamos de un novillero de 43 años, afiliado a la CNT-FAI, que por aquello de encontrarse en el momento inoportuno en el lugar inadecuado actuó como le dictaba su conciencia libertaria sólo ante el peligro. Este hombre sencillo pero firme en sus ideas se llamaba Melchor Rodríguez, y siendo director general de Prisiones en 1936 se echó a la calle pistola en mano para detener la matanza de miles de prisioneros en Paracuellos, mientras los responsables del departamento de Orden Público de la Junta de Defensa, integrado por los dirigentes de las JSU-PCE, Santiago Carrillo, Serrano Poncela y Fernando Claudín, miraban para otro lado. Esos sangrientos “paseos” se produjeron durante las jornadas del 6 y 7 de noviembre de 1936, aniversario de la Revolución Rusa.
El anarquista Melchor Rodríguez acabó de raíz con las ejecuciones clandestinas y dos años más tarde, cuando la troika stalinista ponía tierra por medio ante la inevitable capitulación de la ciudad a manos de Franco, como alcalde Madrid en funciones sería la persona encargada de realizar un traspaso ordenado de poderes a los sublevados para intentar evitar que los fascistas cobraran su temida revancha en vidas humanas. Melchor Rodríguez, sevillano de nacimiento y oficial chapista de profesión, pagó su osadía con una condena a muerte, reducida luego a 20 años y un día de cárcel, dictada por un tribunal militar que desoyó los testimonios a su favor de algunos influyentes falangistas a los que había salvado del pelotón (Muñoz Grandes, Fernández Cuesta, Martín Artajo y Blas Piñar, entre otros) Este faísta de reconocido prestigio entre el movimiento libertario, convencido de que “por las ideas se podía morir, pero nunca matar”, falleció pobre de solemnidad el 14 de febrero de 1972 en Madrid enterrándosele con la bandera anarquista casi al mismo tiempo en que el secretario general comunista Santiago Carrillo preparaba para entrar en la historia en el cadillac regalado por Ceaucescu como una de las personalidades que mejor encarna el espíritu de concordia de la transición.
Mientras esperamos el libro que le he dedicado Alfonso Domingo, sirva el recuerdo de Melchor Rodríguez para enmarcar el tsunami revisionista que nos invade, quizá para conmemorar el 70 aniversario de la guerra civil desatada por el golpe homicida franquista reconviniéndonos de que fueron las víctimas quienes “sublevaron” a los verdugos. Perverso axioma éste que ha constituido la piedra de toque sobre la que se fraguó la famosa amnistía semigeneral de 1977. Porque ya no son sólo conversos ex maoístas como Federico Jiménez Lozanitos, ácratas de la rive gauche como Carlos Semprún Maura o marxistas-leninistas rama búlgara como Pío Moa los que nos vienen con esos cuentos. La historiografía del martirologio patriótico tiene en este momento protagonistas mucho más emblemáticos. Desde periodistas metidos a historiadores, como Jorge Martínez Reverte, que en su libro La batalla de Madrid deriva la acusación del caso Paracuellos hacia la CNT interpretando a la tremenda una curiosa acta donde se habla del caso, sin que por el contrario en sus páginas haga la más mínima alusión a su íntimo amigo Claudín, uno de los que sí estaba en el secreto de la masacre, que aún es un misterio envuelta en un enigma. Hasta historiadores doblados de tertulianos en Telemadrid, como Antonio Elorza, que tuvo la ligereza de asumir en una tribuna de El País la pieza de una investigación panfletaria sobre “el terrorismo anarquista” financiada por la Comunidad de Madrid, que preside la neocons Esperanza Aguirre (a más Aguirre menos Esperanza) y la Fundación Policía Española. Incluyendo en la nómina al ex honorable Jordi Pujol, quien ahora afirma que en Catalunya se mató a mucha más gente de derechas que de izquierdas ("casi tres veces más").
Y uno en si infinita ignorancia se pregunta de qué va este juego de espejos deformados, cuando no contentos los vencedores con contarnos en exclusiva durante decenios cómo pasó pretenden ahora convencernos también de que debemos ponernos en primer acto de contrición por los pecados cometidos. ¿Será que el atado y bien atado que inauguró esto que llaman democracia y no lo es está en crisis? ¿Será que aquella promesa que hizo Felipe González al general Gutiérrez Mellado de no exigir responsabilidades políticas a los sicarios de la dictadura ha caducado para las últimas generaciones? ¿Será, en fin, que la nueva consigna es invertir la carga de la prueba para que los vencidos sigan otros puñado de años cargando con el mochuelo? No sabemos muchas cosas, es verdad, pero sabemos que sólo entre el 16 y el 17 de marzo de 1936 la aviación de Mussolini mató en Barcelona a 979 personas, dejó 1.200 heridos y destruyó completamente 76 edificios durante sus ataques indiscriminados. Que el Alzamiento fue santificado como Cruzada por la jerarquía de una Iglesia cómplice. Que terminada la guerra y diezmado el pueblo en armas, la España de Franco, católica, apostólica y romana, se alió con Hitler regalándole una división azul. Que los campos de concentración se llenaron de “enemigos del régimen” hasta casi los infelices cincuenta (el tristemente célebre de Miranda de Ebro se cerró en el año 47). Que Franco y su corte de los milagros ejecutaron fríamente a opositores hasta la víspera misma de la extinción física del Caudillo en 1975. Y que parte de aquel clero alzado sirvió gustosamente como carcelero en las mazmorras de la dictadura (caso las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl, Premio Concordia de la Fundación Principie de Asturias 2005).
Y del otro bando sabemos, es verdad, que se cometieron excesos y barbaridades sin paliativos que merecen cerrada repulsa. Pero también sabemos que Durruti eligió como secretario particular al cura de Aguinaliu (mosén Jesús Arnal) para protegerle de fanáticos e incontrolados. Que los cenetistas Juan Saña y el que habría de ser ministro de Comercio de la República, Juan Peiró (luego entregado por los nazis y fusilado por Franco, como el católico general Escobar o el democristiano catalán Carrasco i Hormiguera) salvaron a 17 monjas de clausura que vivían en la calle de la Coma de Mataró al estallar la revolución del 36 en Catalunya.
Sabemos todas estas pocas e insignificantes cosas, porque en la democracia de percepción en que estamos lo que cuenta al fin y al cabo es la verdad oficial. Y ese karaoke legal nos repite –la letra con sangre entra- que aquella democracia republicana fue el error de nunca jamás y que el consenso y la generosidad de la Corona trajeron la libertad y la democracia del 18 de Julio de que ahora disfrutamos. Y entonces, cuando me cuentan cómo paso y que de otra vez intentan endosar la macabra factura del osario en el balance de quienes sufrieron persecución por la injusticia, pienso como León Felipe en las verdades de místicos y poetas. Y recuerdo al viejo trotamundos libertario Abad de Santillán cuando al regresar a España tras la muerte del licántropo de El Pardo dijo aquello de “si San Juan de la Cruz viviera hoy sería de la FAI”. Como Melchor Rodríguez, el Schindler de paisano que tenía su propia fe.
"Queremos personas capaces de destruir, de renovar sin cesar los medios y de renovarse ellas mismas; personas cuya independencia intelectual sea su mayor fuerza, que jamás estén ligados a nada... aspirando a vivir vidas múltiples en una sola vida".
Francisco Ferrer i Guardia
Francisco Ferrer i Guardia
Re: Melchor Rodríguez, el ángel rojo
Melchor Rodríguez García,”El ángel rojo”, ya tiene calle en Sevilla
Sevilla recordará para siempre a Melchor Rodríguez García, el ángel rojo, un trianero anarquista que se convirtió en uno de los principales líderes de la Confederación Nacional del Trabajo (CNT) en la guerra civil y la postguerra.
La figura de Rodríguez concilia el reconocimiento de la izquierda y la derecha. Nacido en Triana en 1893, hijo de maquinista del puerto y de cigarrera sevillana, a los 13 años, al morir su padre, comenzó a trabajar de calderero. Afiliado a la CNT desde 1920, en la sección de Madera, compaginó su oficio con los toros hasta los 25 años. Trasladado a Madrid, fue un “agresivo anticomunista, orador fogoso, partidario del anarquismo pacifista y muy humanista”, como lo pinta Alfonso Domingo, periodista que prepara un documental con su historia.
Se convirtió en Director de Prisiones de la II República y con su “dignísimo” comportamiento evitó el linchamiento de los reclusos de derechas, eliminando incluso las sacas indiscriminadas de presos que debían ser asesinados en Paracuellos del Jarama. De ahí que los nacionales le llamaran el ángel rojo. Una de las actuaciones más destacadas de Melchor Rodríguez tuvo lugar durante unos disturbios, después de que el Ejército nacional bombardease el campo de aviación de Alcalá de Henares. Una concentración de protesta, en la que participaban milicianos armados, llegó a la prisión de Alcalá de Henares donde exigieron la apertura de celdas para linchar a varios presos. Rodríguez acudió a la prisión y enfrentándose al grupo salvó del linchamiento a numerosos presos.
Al acabar la guerra civil Melchor Rodríguez fue detenido, juzgado y condenado por sus actividades anarquistas y su actuación en la administración republicana. Lo defendieron en aquel juicio algunos influyentes falangistas a los que había salvado del pelotón de fusilamiento (Muñoz Grandes, Fernández Cuesta, Martín Artajo y Blas Piñar, entre otros) que recordaron cómo había defendido la vida de sus rivales políticos, logrando que fuera puesto en libertad al cabo de un año y medio.
Pese al favor de Franco, que nunca disimuló sus simpatías por él, siempre mantuvo en la clandestinidad su lucha obrera. Murió en 1.972
Sevilla ha sido más rauda que Madrid a la hora de hacer justicia con el ángel rojo, ya que el Consistorio de Alberto Ruiz Gallardón aún se está pensando si le concede una calle y, más aún, si le otorga el título de alcalde honorífico por ser el hombre que entregó la capital a los nacionales, el último edil republicano de la ciudad.
Anarquismo y Falange
Han sido muchos los contactos entre falangismo y anarquismo. Quizá el más famoso caso sea el de Marciano Pedro Durruti, hermano de Buenaventura.
Quince años más joven que Buenaventura, Marciano Pedro, ingresó en la Falange a comienzos de 1936 despuès de pasar por el Ateneo Libertario. Trató de mediar entre José Antonio Primo de Rivera y el propio Buenaventura y acabó fusilado en 1937. El poeta Victoriano Crémer dedica un cálido espacio a Marciano Pedro Durruti -él lo define como «anarco-falangista»- en su memorial El libro de San Marcos.
Otro detalle de los intentos de contacto entre Falange y los anarquistas lo describe el líder de la Federación Anarquista Ibérica, Diego Abad de Santillán que escribe , refiriéndose a los años 1931-1936 , precedentes a la guerra : “En diversas ocasiones se acercaron a nosotros gentes de la Falange para que tuviésemos un encuentro con Jose Antonio Primo de Rivera y se nos hizo llegar cartas y manifiestos en los que había muchos objetivos comunes. No quise acceder… Lo único que puedo decir es que estoy arrepentido de no haber querido aceptar el encuentro , pero eso es la historia que pudo ser y no fué… ”
Carta a Carlos Rojas, 1 de Diciembre de 1970.
http://www.minutodigital.com/actualidad ... n-sevilla/
Sevilla recordará para siempre a Melchor Rodríguez García, el ángel rojo, un trianero anarquista que se convirtió en uno de los principales líderes de la Confederación Nacional del Trabajo (CNT) en la guerra civil y la postguerra.
La figura de Rodríguez concilia el reconocimiento de la izquierda y la derecha. Nacido en Triana en 1893, hijo de maquinista del puerto y de cigarrera sevillana, a los 13 años, al morir su padre, comenzó a trabajar de calderero. Afiliado a la CNT desde 1920, en la sección de Madera, compaginó su oficio con los toros hasta los 25 años. Trasladado a Madrid, fue un “agresivo anticomunista, orador fogoso, partidario del anarquismo pacifista y muy humanista”, como lo pinta Alfonso Domingo, periodista que prepara un documental con su historia.
Se convirtió en Director de Prisiones de la II República y con su “dignísimo” comportamiento evitó el linchamiento de los reclusos de derechas, eliminando incluso las sacas indiscriminadas de presos que debían ser asesinados en Paracuellos del Jarama. De ahí que los nacionales le llamaran el ángel rojo. Una de las actuaciones más destacadas de Melchor Rodríguez tuvo lugar durante unos disturbios, después de que el Ejército nacional bombardease el campo de aviación de Alcalá de Henares. Una concentración de protesta, en la que participaban milicianos armados, llegó a la prisión de Alcalá de Henares donde exigieron la apertura de celdas para linchar a varios presos. Rodríguez acudió a la prisión y enfrentándose al grupo salvó del linchamiento a numerosos presos.
Al acabar la guerra civil Melchor Rodríguez fue detenido, juzgado y condenado por sus actividades anarquistas y su actuación en la administración republicana. Lo defendieron en aquel juicio algunos influyentes falangistas a los que había salvado del pelotón de fusilamiento (Muñoz Grandes, Fernández Cuesta, Martín Artajo y Blas Piñar, entre otros) que recordaron cómo había defendido la vida de sus rivales políticos, logrando que fuera puesto en libertad al cabo de un año y medio.
Pese al favor de Franco, que nunca disimuló sus simpatías por él, siempre mantuvo en la clandestinidad su lucha obrera. Murió en 1.972
Sevilla ha sido más rauda que Madrid a la hora de hacer justicia con el ángel rojo, ya que el Consistorio de Alberto Ruiz Gallardón aún se está pensando si le concede una calle y, más aún, si le otorga el título de alcalde honorífico por ser el hombre que entregó la capital a los nacionales, el último edil republicano de la ciudad.
Anarquismo y Falange
Han sido muchos los contactos entre falangismo y anarquismo. Quizá el más famoso caso sea el de Marciano Pedro Durruti, hermano de Buenaventura.
Quince años más joven que Buenaventura, Marciano Pedro, ingresó en la Falange a comienzos de 1936 despuès de pasar por el Ateneo Libertario. Trató de mediar entre José Antonio Primo de Rivera y el propio Buenaventura y acabó fusilado en 1937. El poeta Victoriano Crémer dedica un cálido espacio a Marciano Pedro Durruti -él lo define como «anarco-falangista»- en su memorial El libro de San Marcos.
Otro detalle de los intentos de contacto entre Falange y los anarquistas lo describe el líder de la Federación Anarquista Ibérica, Diego Abad de Santillán que escribe , refiriéndose a los años 1931-1936 , precedentes a la guerra : “En diversas ocasiones se acercaron a nosotros gentes de la Falange para que tuviésemos un encuentro con Jose Antonio Primo de Rivera y se nos hizo llegar cartas y manifiestos en los que había muchos objetivos comunes. No quise acceder… Lo único que puedo decir es que estoy arrepentido de no haber querido aceptar el encuentro , pero eso es la historia que pudo ser y no fué… ”
Carta a Carlos Rojas, 1 de Diciembre de 1970.
http://www.minutodigital.com/actualidad ... n-sevilla/
"Queremos personas capaces de destruir, de renovar sin cesar los medios y de renovarse ellas mismas; personas cuya independencia intelectual sea su mayor fuerza, que jamás estén ligados a nada... aspirando a vivir vidas múltiples en una sola vida".
Francisco Ferrer i Guardia
Francisco Ferrer i Guardia

