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Todo es cultural: la boda (II)

Enviado por Acratosaurio rex en Jue, 06/07/2023 - 19:05


Todo es cultural

Bueno, ahí va, como siempre se habla de cultura popular, de que hay que salvaguardarla y todo eso de la sopa de ajo, las canciones con pandereta y la matanza del cerdo… No creo que haya cosa más cultural que una boda, y os contaba el otro día una a la que he tenido que ir. Intentaré resumir. Podéis seguir la primera parte del evento en https://www.alasbarricadas.org/noticias/node/52607 [1]

Vamos allá. Es una boda en la playa. Es un chiringuito enorme. Hay mucha gente de la clase ociosa, parientes del novio de apellido solemne. Todos los varones van con traje de chaqueta oscuro o azul, zapatos y corbata. Nadie con sombrero. Pelo con una pringue brillante. También mucho tío calvo. Las mujeres llevan trajes de alegre colorido, como de gala, tacones, pamelas, complementos, bolsitos de fiesta que dan para llevar una pistola pequeña o un puñal discreto… La comodidad de ir como más frescas la suplen con la tortura de los zapatos en suelo arenoso, porque aunque los tacones altos no son de aguja, cada vez que se salen de la tarima y entran en arena, esos pies que se hunden, esas llagas que asoman por el roce, esos desequilibrios… 

Mis sobrinas por su lado están en el grupo de las poligoneras, con trajes espectaculares comprados especialmente en las tiendas de internet, y que parecen venidas de algún almacén de los años setenta.

Total que estamos en el barullo. Mis sobrinas –para que no esté descontextualizado– me presentan a un tipo de dos metros, gordo, enchaquetado, con corbata, sudando la gota gorda. Es un tío del novio de unos cincuenta y tantos tacos. Ruido de olas. Gaviotas que me miran inquietantes. Su mujer con traje de chaqueta rosa. Muy clásico. A su lado está su hermana, a la que llama «la hippie». Rápidamente me informa el hombre de que está divorciada. Es una rubia de bote, con vestimenta de colorines y escote (de ahí el apodo de la hippie). Cara de cabreo. Me quedo con el cante.

El hombre habla mientras engulle a boca abierta una bandeja enorme de quesos que se ha agenciado y varias copas de vino… Y se lanza sobre unos langostinos. Gritan aterrorizados, y menos mal que ya han muerto. Vuelvo la vista.

Viene la Wedding Planner y me ordena muy meliflua, que nos dirijamos a la ceremonia en medio del arenal, a 100 metros del mar. Ni un árbol. Arena. Sol. El mar. Altar de palos del que hay colgado un chal. Los chavales cogiditos de la mano. Micrófonos. Altavoces. Van pasando amigos y familiares diciéndoles cosas. El sol achicharra. El grupo de gaviotas observa de forma siniestra. Yo me he puesto lejos, a la sombra, protegido con un sombrero panamá, y no me entero de nada… Mi acompañante está dando cuenta de otra bandeja enorme de chicharrones. Tragos de vino.

Una hora lo menos de oficio laico. La hostia. Creo que ha durado la comparecencia de allegados más que una misa gregoriana. Termina la ceremonia, y va toda la tropa al trote a eso de las 15 horas a la comida propiamente dicha. El calor derrite todo. Mi acompañante, que transpira como un cerdo, me insta a ir a saludar a la feliz pareja y respondo que vale vale… 

Porque el discjockey empieza con el reggaeton. O sea: calor, comida por todas partes, camareros en kimono azul sin pantalones, wedding planner hablando por micrófonos como agentes secretos, ruido, alcohol, tabaco, gente que suda mucho, sol, bandejas de comida, copas de vino, mis sobrinas gritando, gaviotas que hay que tener cuidado de no pisarlas… Y reggaeton. La muerte. Es todo cultural.

El tío este que ahora ataca unas croquetas. La mujer que le regaña. La cuñada con gestos de desprecio. La miro, me mira… Llegamos donde los novios, a los que han puesto los solomillos… Oye, que todo esto es cultural. Y de repente, el tío se pone blanco y cae sobre la mesa de los novios, tirando los solomillos. Vomita una cantidad indescriptible de cosas, entre ellas un langostino entero con cáscara y todo…

Y ya sigo en otro momento.


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