Crédito a Muerte

Autor / es: 
Anselm Jappe

Resumen de un debate en el Alto Palancia

El 29 de junio del mes pasado tuvo lugar en el Ateneo Octubre del 36 un debate sobre el libro de Anselm Jappe, Crédito a muerte. La descomposición del capitalismo y sus críticos (Pepitas de Calabaza: Logroño, 2011). Consideramos que la charla fue bastante fructífera y estamos muy satisfechos con la participación de los asistentes y el tono riguroso pero ameno que adquirió el debate. Se discutieron los aspectos fundamentales de la obra, pero también hubo lugar para otras aportaciones y matices que dieron pie a la confrontación dialéctica entre opiniones diversas, así como al acercamiento en las tesis que eran apreciadas por todos. Queremos agradecer tanto a los asistentes como a aquellos y aquellas que adquirieron el libro, pero no pudieron asistir al coloquio, su participación. La idea del debate no era otra que acercar posturas y discutir de forma común algunos de los aspectos de la sociedad actual que nos atormentan, tarea para la cual, la obra de Anselm Jappe nos parecía la excusa perfecta. Os anunciamos que ya se está organizando un nuevo debate para este otoño (aceptamos propuestas de lectura). Uno de nuestros objetivos es acercar el Ateneo a la gente para que pueda compartir en este espacio sus inquietudes y que sirva de refugio para todos los que quieran luchar de alguna manera contra decadencia de la que somos testigos. Hoy más que nunca es necesario debatir, compartir ideas y pensar para burlar las hostiles fronteras impuestas por el “Gran Hermano”.

El debate comenzó con una pequeña introducción sobre la evolución de la «crítica radical» hasta asumir la «crítica del valor». La crítica radical es la búsqueda del ser humano para encontrar las respuestas a la dominación que sufre y combatirla. Ha experimentado diversas fases, desde los planteamientos de Karl Marx, pasando por la Revolución Española, Mayo del 68 o la Escuela de Frankfurt entre otros. Anselm Jappe fue miembro del grupo Krisis y, junto a Robert Kurz, revisó la obra de Marx para finalmente, a partir de la teoría del valor elaborar una crítica al marxismo clásico (leninismo, trotskismo y otros derivados), que según ellos se encuentra estancado en la interpretación histórica de lucha de clases, un análisis que no plantearía una salida real del capitalismo, sino una redistribución de la propiedad sin poner en cuestión fundamentos tan elementales de la sociedad capitalista como el «valor» o el «fetichismo de la mercancía». Es por eso que esta interpretación marxista clásica no permitiría una correcta definición y comprensión del capitalismo actual y, por tanto, se habría quedado obsoleta para combatirlo.

El grupo krisis pone el acento en la teoría del valor de Karl Marx, la cual manifiesta que la única forma de generar valor (dinero) en el sistema capitalista es a través del trabajo vivo (trabajo desempeñado por el humano de forma directa en un tiempo determinado), por tanto, al ser sustituido este trabajo vivo por tecnología (máquinas) se reduce la necesidad de mano de obra humana para producir y, de este modo, también mengua el valor que se obtiene de cada unidad de un producto. Así explican que la única manera de compensar ese decrecimiento del valor es aumentar exponencialmente la producción, es decir, si antes costaba dos semanas fabricar unos zapatos, su valor se ajustaba a las horas de trabajo que se habían gastado durante esas dos semanas, en cambio, si ahora gracias a la tecnología cuesta un día hacer esos mismos zapatos, el precio de éstos disminuirá, porque el trabajo vivo que se emplea para su producción es mucho menor, conclusión: será imprescindible producir más para seguir ganando lo mismo que antes o incluso más. Esto tiene unas consecuencias claras, al incrementar la producción se necesitará que aumenten los consumidores para dar salida al excedente generado. La producción sin límite y el consumismo que se convierte en una religión a la que es estrictamente necesario adscribirse para que se pueda colocar ese producto, son los principales focos de toda la crítica que desarrolla la revisión de la «teoría del valor», contra el sistema capitalista y la sociedad que se ha generado en torno a él. Por un lado, la producción desmedida propicia la destrucción del planeta como fuente de materia prima finita, por eso, cualquier posibilismo, ecologismo o izquierdismo que no rechace rotundamente el capitalismo es un movimiento estéril. En segundo lugar, el consumismo desmedido ha creado el perfil social del perfecto insatisfecho, un ser humano infeliz rodeado de productos que no necesita pero que el sistema le dice que debe comprar, de aquí nacen otras críticas igualmente interesantes lanzadas por Anselm Jappe contra la sociedad actual, muy inspirado por el Situacionismo y el concepto de sociedad del espectáculo, o por la idea marxiana del fetichismo de la mercancía.

Anteriormente, algunos trabajos de Anselm Jappe habían sido criticados con dureza por ser estrictamente teóricos, dejando de lado la importancia de la práctica. Como bien dicen algunos de sus detractores, parecía que Jappe había encontrado en Marx la piedra filosofal, el episodio definitivo, una estructura teórica que lo explicaba «todo». Este fundamentalismo teórico, muy acusado sobre todo en las obras anteriores a «Crédito a muerte», se había basado en interpretar la práctica y la teoría como dos campos separados que no tenían por qué coexistir, algo que fue visto como una aberración y le costó suspicaces críticas por parte de intelectuales como Jaime Semprún.

En «Crédito a muerte», Jappe nos habla de un capitalismo que va directo al abismo, por tanto, cualquier expresión política o ideológica que no se salga de él y rompa con él de forma radical, sino que trate de reformarlo o adaptarlo seguirá siendo un ejercicio que le permita obtener el aliento que necesita para seguir viviendo. En ese sentido también ha criticado al movimiento obrero como promotor de una lucha que no ha reivindicado realmente una emancipación del sistema capitalista, sino una redistribución de los beneficios que producía el propio sistema capitalista. Por lo tanto, se ha atrevido a afirmar que el proletariado realmente nunca pudo ser una fuerza emancipadora de la forma que proponían los marxistas: como si a través de las «fuerzas de la historia» y la lucha de clases el proletariado estuviese llamado a ser el verdugo del nuevo sistema burgués. El movimiento obrero ha querido colectivizar lo que ha creado el capitalismo, pero, de forma habitual, no ha pretendido destruir la industria que le asfixia y le oprime, más bien ha deseado y luchado por otra forma de propiedad. (esta idea fue discutida con intensidad durante el debate). Así que Anselm Jappe critica la visión marxista que defiende que el capitalismo generaría en sus entrañas el sujeto emancipador que lo destruiría. Su visión es bien distinta y pone en cuestión que cualquier sujeto creado por este sistema pueda plantear una salida radical de los vicios que ha implantado el capitalismo, ya que el sujeto actual en sí mismo está hecho a imagen y semejanza del sistema en el que vive. Jappe asegura que nos dirigimos en caída libre hacia la barbarie, aunque en el debate quedó reflejado a través de distintas intervenciones que ya nos encontramos de lleno en la barbarie.

Hay una regresión antropológica, el ser humano es cada vez más individualista y competitivo, lo que dificulta la aparición del sujeto revolucionario. Podemos constatar que hoy ya no hay sujeto, hay masa. El ser humano cada vez es más prescindible, no es necesario como fuerza de trabajo, por lo que se están creando formas de entretener a las masas para tenerlas amansadas y que no planteen problemas a la superestructura. Algunos ejercicios cotidianos que posiblemente no percibamos como nocivos, son muy prácticos para la distracción y la dominación. Se trata de actividades infantilizantes como los videojuegos, el consumo de prensa, la adicción a los teléfonos móviles… Debido a la individualización de la sociedad actual, el ser humano ha pasado, dentro del consumismo extremo, a un estado narcisista, donde el «ser» sólo busca su propia satisfacción, una satisfacción mediante el consumo. Se ha abandonado cualquier tipo de inquietud, saber o planteamiento crítico. Además, el poder, en su escalada maximalista ha globalizado nuevas áreas y nuevas actividades que antes no estaban dentro del mercado del «valor» capitalista. La infantilización supone estar en brazos del poder dominante, que nos proporciona los «placeres» que hemos de consumir y nos amamanta con sus productos de consumo fácil. Por eso, es interesante comprobar cómo Jappe adapta a su discurso el concepto de narcisismo de Sigmund Freud. Esto se vincula con la infantilización y el narcisismo de la sociedad, así el ser humano vive en un estado permanente de saciar sus apetitos de niño. Esto sirvió de telón para discutir sobre la mercantilización de la cultura. En el centro se situó la polémica sobre la cultura de nuestros días, entendida como producto de un mercado, lo cual no es cultura sino mercancía. La gente de hoy cree, a modo de autoengaño (o autoelogio ¿?), que es más culta, pero realmente es más consumista.

Estas apreciaciones sirvieron de excusa para que los tertulianos pusieran sobre la mesa algunos asuntos candentes que afectan a nuestra comarca. En el Alto Palancia la historia y la naturaleza, entre otros, se están convirtiendo en una mercancía. El capitalismo cada vez necesita conquistar nuevas esferas, todo se convierte en mercancía, es su escalada hacia la conquista total de cualquier ámbito de la vida, dirigiendo la forma de relacionarse entre los humanos y delimitando los espacios a los que estos pueden acceder. Al mismo tiempo, suministra un discurso, unos valores y una justicia que legitima totalmente su forma de actuar y excluye a todo aquel que no actúe bajo sus patrones de conducta. Aquellos a los que podríamos denominar como «falsos amigos», entre los que destacan la izquierda y los ecologistas, hacen propuestas que en vez de ir orientadas a la destrucción del capitalismo han ayudado a perfeccionarlo para que siga explotando el mundo de nuevas formas «ecológicas» o «de izquierdas». Al no plantear una ruptura real y radical con el sistema capitalista permiten que se creen nuevos espacios donde el capitalismo penetra perfectamente y adapta su juego a “lo verde” o “lo social” sin que apenas se perciba, pero a fin de cuentas sigue actuando como el monstruo voraz e insaciable que es.

El capitalismo ha creado las estructuras perfectas para su completa imposición, nadie puede escapar de su juego cruel. Los trabajos artesanales o la agricultura de pequeños propietarios no pueden competir con la gran máquina industrial capitalista que se apodera de todas las esferas y endurece la competencia, asfixiando a los pequeños productores. De este modo, ha creado el entorno perfecto para que no sea viable cualquier oficio que esté fuera de su lógica mercantilista. Un pequeño agricultor, o un artesano, no podrá cobrar por su trabajo el valor que le corresponde de acuerdo con el tiempo que ha invertido para hacer su producto, por eso, no podrá sobrevivir a través de esa actividad productiva dentro de los parámetros del mundo moderno, a no ser que se adapte de algún modo a las leyes del mercado capitalista con el que no puede competir en condiciones de igualdad. Este es el claro ejemplo por el cual el capitalismo acaba extinguiendo cualquier esfera que esté al margen de su juego, puesto que la convierte en una forma de vida obsoleta que no permite ni tan siquiera una mínima y precaria supervivencia.

También hubo tiempo para polemizar sobre algunas de las reivindicaciones más emblemáticas de la izquierda, como la exigencia de la renta básica. En realidad, este colectivo acostumbra a plantear paradigmas que ofrecen soluciones cortoplacistas y que en la mayoría de los casos se ciñen a fines electorales. Siendo francos, se trata de una demanda que simplemente exige más dinero para el individuo y, cuyo fin, no es otro que permitir que éste pueda seguir consumiendo dentro de una dinámica capitalista que no tiene fin. Por eso no es de extrañar que personalidades del mundo empresarial como el presidente de Mercadona, Joan Roig, sean partidarios de estas medidas de «izquierdas». No nos engañemos, de este modo jamás se podría terminar con el sistema de trabajo ni la sociedad de clases y mucho menos con el agotamiento de los recursos del planeta, porque los beneficios de la renta básica serían esencialmente en beneficio del propio sistema, que lograría incorporar más consumidores. La renta básica no impediría que la gente continuase con sus problemas de infelicidad, frustración y explotación, frutos directos e inseparables del capitalismo.

El cambio real, si viene, debe ser un cambio de civilización, no una reforma del sistema, porque el reformismo sólo permite seguir con la misma dinámica de destrucción maquillando o disfrazando las formas en las que se lleva a cabo el desastre en un intento hipócrita de limpiar conciencias. La izquierda trata de hacer pequeñas reformas para que cambien algunas cosas y que, finalmente, como se puede comprobar no cambian nada, es más, a la larga empeoran. Muchos critican los sueños utópicos de aquellos que rechazan el sistema político actual, pero ¿no es el capitalismo la mayor de todas las utopías construido sobre la injusticia, la explotación, la dominación y la destrucción del mundo y los seres humanos? Algunos defienden que este cambio es muy plausible, y llevado a la práctica tendría dos vertientes:

  1. En positivo: aprender a producir para satisfacer las necesidades básicas (agricultura, oficios tradicionales) y aprender a consumir.
  2. En negativo: conflicto y lucha, defensa del territorio contra el proceso de urbanización masivo, contra la imposición burocrática…

Esto quizás hoy sea una utopía, ya que la salida del capitalismo será muy difícil si no es de forma generalizada. Por eso es necesario trabajar desde nuestras posibilidades. Debemos poner en valor de uso la agricultura, los oficios tradicionales, el apoyo mutuo y en general crear una red de conciencia contra la nocividad del capitalismo. Todo esto será útil para un posible futuro emancipador Es necesario ir tomando conciencia y crear espacios de discusión como el Ateneo. A pesar de las limitaciones para realizar un cambio real, efectivo y eminente, estos espacios de socialización son fundamentales para debatir ideas que más pronto que tarde habrá que poner en práctica. Hoy en día, antes que cualquier teoría revolucionaria, posiblemente sea más útil tener un manual de agricultura (Jaime Semprún).

Desde la política se pueden cambiar pequeñas cosas, pero nada cambia de lo fundamental, la política «democrática» es la gran estafa de nuestro tiempo. Nosotros planteamos desarrollar un espacio crítico donde trabajar para crear una alternativa, que si bien sabemos que a día de hoy es una utopía que no nos permite aspirar a la inmediatez pensamos que, a largo plazo, toda la actividad que se desarrolla en espacios como el Ateneo aportará el grano de arena necesario para crear una conciencia emancipadora y ofrecerá algunas ideas tanto prácticas como teóricas que podrán ser aprovechadas por las generaciones futuras. La teoría es el cimiento de cualquier crítica, por eso es importante para luchar y debe usarse como fundamento de la praxis, pero la teoría por sí misma no es nada si no se le da vida en la práctica, deben ser dos caras de la misma moneda en constante dialéctica.

Grupo de debate del Alto Palancia

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