En un momento crítico y asfixiante

 

Crónica de TPTG sobre las recientes manifestaciones en Atenas contra el plan de austeridad, incluidos los acontecimientos que llevaron a la trágica muerte de tres trabajadores del banco Marfin, así como sus implicaciones para el movimiento de oposición a las medidas.

Lo que sigue es una crónica de la manifestación del 5 de mayo y de la del día siguiente, así como algunas reflexiones generales sobre la crítica situación del movimiento en Grecia en el momento actual

Pese a estar en un período de  intenso terrorismo fiscal creciendo día a día, con amenazas constantes de una bancarrota estatal y llamadas a “hacer sacrificios”, la respuesta del proletariado en vísperas de la votación de las nuevas medidas de austeridad en el parlamento griego ha sido impresionante. Probablemente ha sido la mayor manifestación de trabajadores desde la caída de la dictadura, incluso mayor que la manifestación de 2001 que llevó a la retirada del plan de reforma de las pensiones. Estimamos que había más de 200.000 manifestantes en el centro de Atenas y unos 50.000 más en el resto del país.

Hubo huelgas en casi todos los sectores del proceso de (re)producción. Una multitud proletaria similar a la que había tomado las calles en diciembre de 2008 (también llamada despectivamente “juventud encapuchada” por los medios de propaganda oficiales) que también estaba equipada con hachas, mazos, martillos, cócteles molotov, piedras, máscaras antigás y palos. Aunque hubo ocasiones en las que manifestantes encapuchados fueron abucheados cuando intentaron o atacaron violentamente edificios, en general, encajaban bien en esta variopinta, colorida y furiosa riada de manifestantes. Las consignas iban desde las que rechazaban el sistema político como un todo, como “Quememos el burdel parlamentario” a consignas patrióticas como “Fuera FMI”, o populistas como “¡Ladrones!” y “La gente quiere que los sinvergüenzas vayan a la cárcel”. Las consignas agresivas contra los políticos en general se están volviendo cada vez más y más dominantes en estos días.

En la manifestación de GSEE-ADEDY[1] la gente empezó a llenar la plaza por miles y el presidente de la GSEE fue recibido con carcajadas cuando empezó a hablar. Pocos siguieron al liderazgo de la GSEE cuando repitió el atajo que habían hecho por primera vez el 11 de marzo para evitar el grueso de la manifestación y ponerse al frente…

La manifestación convocada por el PAME (el “frente obrero” del KKE) también era grande (más de 20.000) y llegó primero a la plaza Syntagma. Su plan era quedarse allí un rato e irse justo antes de que llegase la manifestación principal. Sin embargo, sus miembros no se fueron sino que se quedaron cantando consignas contra los políticos. Según la líder del KKE, eran provocadores fascistas (de hecho, acusó al partido LAOS, un revoltijo de ultraderechistas y nostálgicos de la Junta) que llevaban pancartas del PAME incitando a los miembros del KKE a entrar en el parlamento y así desacreditar la lealtad del partido a la constitución. Aunque esta acusación tiene alguna validez, ya que algunos fascistas fueron vistos por allí, la verdad es que, según los testigos, los líderes del KKE tuvieron algunas dificultades para conseguir que sus miembros se fueran de la plaza y dejasen de gritar consignas contra  el parlamento. Quizás sea demasiado imprudente tomarlo como un signo de una desobediencia gradual a las reglas de acero de este partido monolítico, pero en estos tiempos tan inciertos, nadie sabe… 

Los setenta o más fascistas que se pusieron frente a los antidisturbios estaban insultando a los políticos (“Políticos, hijos de puta”), cantando el himno nacional e incluso lanzando algunas piedras contra el parlamento, probablemente con la intención, vana, de evitar cualquier escalada de violencia, pero fueron pronto absorbidos por las enormes oleadas de manifestantes que se acercaban a la plaza.

 Pronto, multitudes de trabajadores (electricistas, trabajadores de correos, trabajadores municipales, etc.) intentaron entrar en el edificio del parlamente por cualquier acceso posible, pero había unos miles de antidisturbios dispuestos por toda la explanada delantera y las entradas. Otro grupo de trabajadores de diferentes edades y ambos sexos se pusieron a insultar y amenazar a los policías que estaban delante de la tumba del soldado desconocido. A pesar de que la policía antidisturbios hizo un contraataque masivo con gas lacrimógeno que consiguió dispersar a la gente, nuevos grupos de manifestantes llegaban constantemente al Parlamento a la vez que los primeros grupos que habían sido forzados a retirarse se reorganizaban en la calle Panepistimiou  y la avenida Syngrou. Allí empezaron a destrozar todo lo que podían y atacaron a los antidisturbios que estaban en las calles cercanas. Aunque la mayoría de los grandes edificios del centro de la ciudad estaban cerrados con persianas metálicas, consiguieron atacar algunos bancos y edificios públicos. Se produjo una extensa destrucción de la propiedad, especialmente en la Av. Syngrou, ya que la policía no tenía efectivos suficientes para reaccionar inmediatamente contra esa parte de manifestantes, puesto que tenía órdenes de dar prioridad  la protección del parlamento y la evacuación de las calles Panepistimiou y Stadiou, las dos avenidas principales a través de las cuales, la gente volvía constantemente al parlamento. Coches de lujo, una oficina de hacienda y la prefectura de Atenas fueron incendiados e incluso algunas horas más tarde todavía parecía una zona de guerra. 

Los enfrentamientos duraron casi unas tres horas. Es imposible contar todo lo que pasó en las calles. Sólo un incidente: algunos profesores y otros trabajadores consiguieron rodear a unos pocos antidisturbios del grupo Delta –un nuevo cuerpo de antidisturbios que van en moto- y arrasar con ellos mientas los policías gritaban “Por favor, no, nosotros también somos trabajadores”

Los manifestantes que habían sido empujados a la calle Panepestimiou volvieron en grupos al parlamento, enfrentándose constantemente con la policía. La gente se mezcló otra vez y no se iba a ir. Un trabajador municipal de mediana edad con piedras en las manos nos contaba, emocionado, lo mucho que le recordaba la situación a los primeros años tras la caída de la dictadura cuando estuvo presente en la manifestación de 1980 que conmemoró los sucesos del politécnico, cuando la policía asesinó a una mujer, la trabajadora de 20 años Kanellopoulou.

Pronto, las terribles noticias de las agencias de noticias extranjeras llegaron a través de los móviles: 3 o 4 personas muertas en el incendio de un banco.

Hubo algunos intentos de quemar bancos en algunos sitios, pero en la mayoría de los casos la gente no fue más allá porque había esquiroles encerrados dentro. Sólo el edificio del Banco Marfin en la calle Stadiou fue finalmente incendiado. Sólo unos pocos minutos antes de que empezase la tragedia, sin embargo, no eran “hooligans encapuchados” los que gritaban “esquiroles” a los empleados del banco, sino grupos organizados de huelguistas, quienes les gritaban e insultaban para que abandonasen el edificio. Dado el tamaño de la manifestación y su densidad, el jaleo  y el ruido de los cánticos, es obvio que cierto grado de confusión –común en tales situaciones- hace difícil relatar fielmente lo ocurrido en este trágico incidente.  Lo que parece más cercano a la verdad (juntando los  trozos de información de testigos) es que en este banco en concreto, justo en el corazón de Atenas en un día de huelga general, unos 20 empleados fueron obligados a trabajar por su jefe, encerrados “por su protección” y finalmente tres de ellos murieron asfixiados. Inicialmente, se lanzó un cóctel molotov por un agujero hecho en las lunas del banco, sin embargo, cuando se vio a algunos empleados salir a los balcones, algunos manifestantes les dijeron que saliesen e intentaron apagar el fuego. Lo que realmente sucedió entonces y cómo en un instante el edificio estaba en llamas, sigue sin conocerse. La macabra serie de acontecimientos que siguieron, con los manifestantes intentando ayudar a los que estaban atrapados dentro, los bomberos tardando demasiado en sacar a algunos de ellos, el sonriente banquero multimillonario siendo perseguido por una multitud enfurecida probablemente ya han sido bien contados. Tras algún tiempo, el primer ministro anunció la noticia en el parlamento, condenando la “irresponsabilidad política” de aquellos que se resisten a las medidas tomadas y que llevan “a la gente a la muerte” mientras que las “medidas de salvación” del gobierno, por el contrario, “promueven la vida”. El cambio tuvo éxito. Pronto siguió un gran operativo de los antidisturbios: la multitud fue dispersada y perseguida, todo el centro fue acordonado hasta última hora de la noche, se puso Exarjia bajo asedio, una okupa anarquista fue desalojada y muchos de sus ocupantes arrestados, se arrasó un local de inmigrantes y se dejó una persistente nube de humo sobre la ciudad, así como una sensación de amargura y atontamiento…

Las consecuencias fueron visibles el mismo día siguiente: los buitres de los media explotaron las trágicas muertes presentándolas como una “tragedia personal”, disociada de su contexto general (como meros cuerpos humanos aislados de sus relaciones sociales) y algunos llegaron tan lejos como para criminalizar la resistencia y la protesta. El gobierno ganó algún tiempo cambiando el tema de discusión y de conflicto y los sindicatos se vieron liberados de cualquier obligación de convocar una huelga el mismo día que las nuevas medidas eran aprobadas. Sin embargo, en semejante clima general de miedo, decepción y bloqueo, unos pocos miles se concentraron fuera del parlamento por la tarde en una manifestación convocada por los sindicatos y las organizaciones de izquierda. La cólera aún estaba allí, se alzaron los puños, se lanzaron botellas de agua y algunos petardos a los antidisturbios y se cantaron consignas contra el parlamento y los policías. Una anciana pedía a la gente que cantase “¡que se vayan! (los políticos)”, un chaval meó en una botella y se la tiró a la policía, se vio a algunos antiautoritarios y cuando oscureció y los sindicatos y la mayoría de organizaciones de izquierda se fueron, la gente, bastante corriente, gente normal con las manos desnudas, no se fueron. Al ser atacados ferozmente por los antidisturbios, perseguidos y pisoteados por los escalones de la plaza Syntagma, los jóvenes y viejos, aterrorizados pero furiosos, se dispersaron por las calles cercanas. Todo estaba de nuevo en orden. Sin embargo, no sólo se veía el miedo en sus ojos, también se veía el odio. Y es seguro que volverán.

 

Ahora, algunas reflexiones más generales:

1.       Las duras medidas contra los anarquistas y antiautoritarios ya han empezado y serán más intensas en un futuro. La criminalización de todo un movimiento socio-político, llegando incluso a las organizaciones de extrema izquierda, siempre ha sido una estrategia de distracción utilizada por el Estado y será usada incluso más ahora que el ataque homicida crea condiciones tan favorables. Sin embargo, incriminar a los anarquistas no hará que los cientos de miles que se manifestaron, e incluso esos muchos más que no lo hicieron pero que están preocupados, se olviden del FMI y del “paquete de salvación” que les ofrece el gobierno. Hostigar a nuestro movimiento no pagará las facturas de la gente ni garantizará su futuro, que sigue siendo incierto. El gobierno pronto tendrá que incriminar a la resistencia en general, y  ya ha empezado a hacerlo, como indican claramente los incidentes del 6 de mayo.

2.       El Estado hará algún modesto esfuerzo de “echar la culpa” a ciertos políticos para apaciguar el “sentimiento popular” que bien podría convertirse en “sed de sangre”. Algunos casos descarados de “corrupción” puede que sean castigados y algunos políticos sacrificados para calmar las aguas.

3.       Hay una referencia constante a una “desviación constitucional”, que viene tanto del LAOS (extrema derecha) como del KKE en un espectáculo de recriminaciones, revelando los temores crecientes de la clase dominante de una profundización de la crisis política, una profundización de la crisis de legitimidad. Se reciclan diferentes escenarios (un partido de hombres de negocio, un régimen tipo “Junta de los coroneles”) que reflejan los miedos de una insurrección proletaria, pero que en realidad son usados para sacar el tema de la crisis de deuda de las calles y llevarlo al escenario político central bajo la pregunta banal de “¿quién será la solución?” en vez de “¿cuál es la solución?”

4.       Habiendo dicho todo esto, es tiempo de meterse en asuntos más cruciales. Está más que claro que ha empezado el juego enfermizo de  transformar el miedo-culpa de la deuda en miedo-culpa de la resistencia y del alzamiento (violento) contra el terrorismo de la deuda. Si la lucha de clases se intensifica, las condiciones pueden parecer más y más las de una verdadera guerra civil. La cuestión de la violencia ya se ha vuelto central. De la misma forma que analizamos la gestión estatal de la violencia, estamos obligados a analizar también la violencia proletaria: el movimiento tiene que tratar con la legitimación de la violencia rebelde y su contenido en términos prácticos. En cuanto al propio movimiento anarquista-antiautoritario y su tendencia dominante insurreccionalista, la tradición de una glorificación machista y fetichizada de la violencia ha sido demasiado larga y consistente como para permanecer indiferente ahora. La violencia como un fin en sí mismo en todas sus variantes (incluyendo la propia lucha armada) ha sido propagada constantemente durante años hasta ahora y,  especialmente tras la rebelión de diciembre, un cierto grado de descomposición nihilista se ha hecho evidente (hicimos algunas referencias en nuestro texto “El viaje rebelde de una minoría proletaria…”), extendiéndose por el propio movimiento. En la periferia de este movimiento, en sus márgenes, un número creciente de gente muy joven se ha hecho visible promoviendo una violencia nihilista sin límites (vestida de “nihilismo de diciembre”) y la “destrucción”, incluso si esto también implica “capital variable” (en forma de esquiroles, “elementos pequeño-burgueses”, “ciudadanos respetuosos con la ley”). Que tal degeneración surge de la rebelión y de sus límites, así como de la propia crisis es claramente evidente. Hasta cierto punto había comenzado a oírse algunas condenas de estas actitudes y una cierta autocrítica (algunos críticas anarquistas incluso han llamado a los responsables “matones parásitos”) y es bastante posible que los anarquistas y antiautoritarios organizados (grupos u okupas) intenten aislar política y operativamente tales tendencias. Sin embargo, la situación es más complicada y está sobrepasando la capacidad de (auto)crítica teórica y práctica del movimiento. A posteriori, se puede decir que estos trágicos incidentes, con todas sus consecuencias, podrían haber ocurrido en la rebelión de diciembre: lo que lo evitó no fue sólo suerte (la gasolinera que no estalló junto a los edificios incendiados el sábado 7 de diciembre, el que los disturbios más fuertes tuvieran lugar de noche con la mayoría de los edificios vacíos), sino también la creación de una esfera pública proletaria (aunque limitada) y de comunidades de lucha que encontraron su camino no sólo a través de la violencia sino a través de su propio contenido, discurso y otros medios de comunicación. Fueron estas comunidades pre-existentes (de estudiantes, de ultras de futbol, de inmigrantes, de anarquistas) las que se convirtieron en  comunidades de lucha por los propios sujetos de la rebelión que dieron a la violencia un sentido. ¿Surgirán tales comunidades de nuevo ahora que no sólo una minoría proletaria está implicada? ¿Surgirá una forma práctica de autoorganización en los centros de trabajo, barrios o las calles para determinar la forma y el contenido de la lucha y, por tanto, situar la violencia en una perspectiva liberadora?

Son cuestiones incómodas y urgentes, pero tendremos que encontrar la respuesta luchando.

 

TPTG 

9 de mayo

   

Traducido por Editorial Klinamen

Extraído de: 

http://libcom.org/news/critical-suffocating-times-tptg-10052010

[1]  NdT: La GSEE (Confederación General de Trabajadores Griegos) y ADEDY (Confederación de Funcionarios) son las confederaciones de sindicatos “de segundo grado” (federaciones por sector) en el sector privado y el público respectivamente. Estas confederaciones aglutinan a todas las tendencias políticas.

 

 

Comentarios

Hemos intentado cambiar el formato y dejarlo todo bien (mismo tipo de letra, etc.), pero hemos sido incapaces. ¿Vosotros podéis hacerlo?

aveces me impresiona como algunos analisis tratan de ver trabajadores en todos lados, que facil puede ser admirar y respetar la violencia revolucionaria cuadno es ejecutada por "profesionales" de la sociedad o por trabajadores.

Pero se aisla , invisiviliza a quienes pasan al ataque en nuestro territorio mas cercano. Acaso ellos no trabajaran? no estudiaran? y si no lo hacen...nos parece mal?.

Una nueva idealizacion de los trabajadores, y de paso sirve para distanciar la violencia revolucionaria que ocurre en grecia a la que puede estar ocurriendo en cualquier territorio cercano.

 

 

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