
Como estamos en fase de evocar películas del recientemente fallecido Kirk Douglas, lo haré con una de mis favoritas: la película del oeste El último atardecer (Robert Aldrich, 1961). El director, Robert Aldrich, es un curioso personaje del cine USA: estaba implicado a base de bien en usar un estilo de Orson Welles en pastiche -lo que hacía que sus western fuesen, a pesar de los espacios abiertos, más bien claustrofóbicos, con sus retorcidas angulaciones de cámara- y estaba implicado sobre todo en traer a colación personajes sórdidos y sin glamour. Su trazo era tan grueso que no estaba claro hasta qué punto esa implicación fue coherente o más bien, como la línea ecológica de los supermercados, un pequeño espacio de la industria para dar a entender que ella te podía aportar de todo, y no sólo los brillantes espectáculos habituales. Películas tan buenas como La venganza de Ulzana o La banda de los Grissom podrían inclinar la balanza en favor de Aldrich, pero otras muchas lo hacen dudar.

Esto del trazo grueso vale para El último atardecer, culebrón camuflado de película del oeste cuya historia no puede contarse en voz alta sin ataques de risa, de rocambolesca y dramona que es. A pesar de esto, las excelencias del equipo técnico y de los actores hacen que, a pesar de este punto de partida tan renqueante, la película sea digna de ver. Las prestaciones de actores y actrices, de Kirk Douglas pero no sólo de él, hacen perdonar lo grotesco de la historia y hacen del visionado una experiencia estimulante y emocionante; ya quisiéramos mantener el tipo como lo mantiene Dorothy Malone frente a quienes patalean por el derrumbe de su mundo de ilusión.

Aquí algunos datos sobre la película de Miradas de cine:
Es cierto que Douglas se solía reservar en las películas producidas por él, como esta, personajes que morían "con honor" -Los vikingos, Espartaco-, pero en este caso al menos tanto necrofilia puede parecer superflua -salvo como forma de borrarse definitivamente de la vida de los personajes que le aman-. En todo caso, a lo que se ve abocado Douglas es a aceptar que los fetiches no son personas y que el tiempo y la adultez conducen -y tiene que ser así- a un desierto donde sólo la hipocresía puede ver borrones y cuentas nuevas.En su autobiografía El hijo del trapero, Kirk Douglas menciona dos razones que hicieron de El último atardecer (The Last Sunset, Robert Aldrich, 1961) una película, a su juicio, decepcionante. La primera constituye en sí misma un ataque directo a la actitud con la que su director se tomó un filme que, de acuerdo con Douglas, no era para él más que un mero encargo del estudio. Según este, Robert Aldrich aterrizó en México —lugar de rodaje de la película— con cinco guionistas, encargados de otros tantos proyectos en los que el director estaba trabajando simultáneamente. La segunda razón esgrimida por Douglas coincide con la principal traba de la que se quejó el guionista Dalton Trumbo con respecto a The Last Sunset. Si bien, a los pocos meses del estreno del filme de Aldrich, Trumbo fue extremadamente crítico con el resultado final —que tildó de «abominación»—, su valoración sobre el mismo acabó por matizarse con el paso de los años. En su artículo Dalton Got His Film, escrito para la revista Cinéma en 1971, Trumbo habla del proceso de redacción del guión como «un estado permanente de crisis», refiriéndose a la presión que ejerció la productora Universal sobre el mismo, en especial en lo tocante al personaje que iba a ser interpretado por Rock Hudson. En palabras de Kirk Douglas, la ambición de Universal por hacer de la unión del tándem Douglas-Hudson un producto extremadamente taquillero llevó al estudio a insistir en una equiparación en la importancia de los papeles de ambas estrellas: «Fue necesario hinchar el papel de Rock, ponerlo en escenas que en realidad no cuajaban en el relato, solo para satisfacer a Universal».
No obstante, los incidentes mencionados —por otra parte, habituales en los filmes de estudio de la época, que rara vez satisfacían a todas las partes creativas implicadas en ellos— no minimizan el interés ni la maestría que Aldrich puso nuevamente de manifiesto en The Last Sunset, western personal donde los haya, que plantea, desde un prisma novedoso para el género, cuestiones tales como el honor o el incesto (cuestiones ambas que resultarán determinantes de cara al final del personaje interpretado por Kirk Douglas). Si bien el tema del incesto se trata con cierta delicadeza, su carácter explícito viene favorecido por una cierta apertura en los contenidos temáticos del cine norteamericano de la época de estreno del filme. No parece casual que un año después de la aparición de The Last Sunset, Stanley Kubrick estrenase un filme como Lolita (1962), en el que la relación sexual de Humbert Humbert (James Mason) —que acaba siendo padrastro de Lolita (Sue Lyon)— con esta se convierte en el tema fundamental de la trama. Sin embargo, a diferencia de lo que hacen Nabokov y Kubrick con el personaje de Lolita, Trumbo y Aldrich no presentan a Missy (Caron Lynley) como un niña desarrollada, sino como una joven mujer. Desde la noche de la llegada de O’Malley (Kirk Douglas) a la granja Breckenridge, va a quedar claro que Missy —a la postre, hija de O’Malley y su antiguo amor Belle (Dorothy Malone)— ya es una mujer y que, como tal, puede enfrentarse incluso a su madre por la conquista de un hombre. A pesar de esto último, van a ser la constatación por parte de O’Malley de la pérdida de Belle unida a la visión fetichista del vestido amarillo que su hija ha heredado —y que, al ponérselo Missy, para O’Malley, esta se convierte en su madre, la mujer a quien realmente ama[5]—, lo que lleve al pistolero a entregarse por completo a la joven de la que final y trágicamente descubrirá que es su propia hija, algo cuyo férreo sentido del honor jamás podrá soportar.
















