Sławomir Mrożek relatos

El arte de combate, como elemento de comunicación social y crítica radical.
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Joreg
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Sławomir Mrożek relatos

Mensaje por Joreg » 01 Oct 2021, 19:45

Releyendo este relato de Sławomir Mrożek no he podido dejar de ver lo curioso que es el tema de banderas e invenciones. Os dejo el relato, que me ha costado un rato transcribirlo. Por compartir argo.

C O L A B O R A D O R E N L A S O M B R A
Una vez me asomé a la ventana y vi pasar por la calle un cortejo fúnebre. Un ataúd sin adornos viajaba en una sencilla carroza mortuoria tirada por un solo caballo. La seguían la viuda enlutada y otras tres personas, por lo visto parientes, amigos o conocidos del difunto. El modesto séquito no me habría llamado la atención si el ataúd no hubiera estado engalanado con una pancarta roja que rezaba: «¡Viva!». Intrigado, abandoné mis aposentos y fui en pos de la comitiva.

Llegué a un cementerio. Iban a enterrar al muerto en el rincón más apartado, entre unos abedules. Durante la ceremonia fúnebre me mantuve alejado, pero acto seguido me acerqué a la viuda y, presentándole mi pésame y mis respetos, le pregunté quién era su marido. Resultó que había sido funcionario. La viuda se conmovió ante mi interés por el finado y me contó algunos detalles de sus últimos días. Se lamentó de que se hubiera dejado los hígados haciendo un trabajo voluntario muy extraño. Escribía sin cesar informes sobre nuevos métodos de propaganda.

Intuí que la propagación de las consignas al uso se había convertido en el principal objetivo de su vida. Acuciado por la curiosidad, le pedí a la viuda que me permitiera ver los últimos trabajos del difunto. Accedió y me confió dos folios amarillentos escritos con una letra regular, aunque algo anticuada. De este modo, llegué a conocer el contenido de uno de los informes. «Pongamos por caso las moscas—decía la primera frase—. Las veces que estoy de sobremesa contemplando cómo vuelan alrededor de la lámpara, se me agolpan muchos pensamientos en la cabeza. ¡Qué felices seríamos—pienso—, si las moscas estuvieran tan concienciadas políticamente como la mayoría de los ciudadanos! Atrapas a una, le arrancas las alas, la bañas en tinta y la dejas sobre una hoja de papel en blanco. La mosca va y, desplazándose sobre el papel, escribe: “¡Fomentemos la aviación!”. O alguna otra consigna».

A medida que avanzaba en la lectura, veía con mayor claridad el perfil espiritual del difunto. Un hombre sincero, profundamente entregado al proyecto de colocar consignas y pancartas por doquier. Su idea de sembrar una variedad especial de trébol era una de las más originales. «Mediante la colaboración entre artistas plásticos y agrobiólogos—decía—, podríamos desarrollar una variedad especial de trébol. De resultas de la manipulación adecuada de la semilla, allí donde esta planta tiene actualmente una flor monocolor, crecería un minúsculo retrato vegetal de un dirigente político o de un héroe del trabajo. ¡Imagínense campos enteros de un trébol así en la época de floración! Naturalmente, serían inevitables algunos errores. Por ejemplo, una persona que no gasta ni barba ni lentes, podría brotar retratada con barba y lentes por culpa de un cruce de semillas. En este caso no quedaría más remedio que segar toda la plantación y volver a sembrar».

Las ideas del vejestorio resultaban cada vez más sorprendentes. Al acabar el informe, adiviné que la pancarta «¡Viva!» había sido colocada sobre el ataúd en cumplimiento de su última voluntad. Aquel inventor desinteresado, aquel fanático de la propaganda visual, deseaba dar fe de su entusiasmo incluso en la hora final.

Hice algunas indagaciones para enterarme de cómo había abandonado este mundo. Resultó que por exceso de celo. Con motivo de una fiesta nacional, se desnudó y, con los siete colores del arco iris, se pintó siete rayas en el cuerpo. A continuación, se asomó al balcón e intentó hacer «el puente», esto es, una figura gimnástica que consiste en doblarse por completo hacia atrás apoyando las manos en el suelo de modo que el cuerpo dibuje un arco. De esta manera, pretendía crear una imagen viviente del arco iris, es decir, de un futuro prometedor. Por desgracia, el balcón estaba en un segundo piso. Fui otra vez al cementerio para encontrar el lugar de su reposo eterno. Pero busqué insistentemente en vano. No logré dar con los abedules entre los que estaba enterrado. Me sumé a una charanga que desfilaba por allí tocando una marcha gallarda.
Última edición por Joreg el 19 Oct 2021, 14:07, editado 1 vez en total.
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Re: Sławomir Mrożek y la bandera gay

Mensaje por Joreg » 02 Oct 2021, 08:55

Es cierto que Slawomir es uno de mis autores favoritos. Ya en otra ocasión puse cositas de Zoschenko, así que me animo a compartiros alguno. Todo se desarrolla en Polonia, bajo el sistema del socialismo real.
EL ÁRBOL, un cuento de Slawomir Mrozek

Vivo en una casa no lejos de la carretera. Junto a esa carretera, a la entrada de la curva, crece un árbol.
Cuando yo era niño, la carretera era aún un camino de tierra. Es decir, polvorienta en verano, fangosa en primavera y en otoño, y en invierno cubierta de nieve igual que los campos. Ahora es de asfalto en todas las estaciones del año.

Cuando yo era joven, por el camino pasaban carros de campesinos arrastrados por bueyes, y sólo entre la salida y la puesta de sol. Los conocía todos, porque eran de por aquí. Eran más raros los carros de caballos. Ahora los coches corren por la carretera de día y de noche. No conozco ninguno, aparecen de no se sabe dónde y desaparecen hacia no se sabe dónde.

Sólo el árbol ha quedado igual, verde desde la primavera hasta el otoño. Crece en mi parcela.
Recibí un escrito de la Autoridad. «Existe el peligro –decía el escrito– de que un coche pueda chocar contra el árbol, ya que el árbol crece en la curva. Por lo tanto, hay que talarlo».

Me quedé preocupado. Llevaban razón. Efectivamente, el árbol está junto a la curva, y cada vez hay más coches que cada vez corren más rápido y sin prudencia. En cualquier momento puede chocar alguno contra el árbol. Así que tomé una escopeta de dos cañones, me senté bajo el árbol y, al ver acercarse al primero, disparé. Pero no acerté. Por eso me arrestaron y me llevaron a juicio.
Traté de explicar al tribunal que había fallado únicamente porque mi vista ya no es buena, pero que si me dieran unas gafas seguro que acertaba. No sirvió de nada.

No hay justicia. Es verdad que un coche puede chocar contra el árbol y dañarlo. Pero sólo con que me dieran unas gafas y algo de munición, me quedaría sentado vigilando. ¿A qué tanta prisa por talar un árbol si hay otros métodos que pueden protegerlo de un accidente?

Y no les costaría nada, aparte de la munición. ¿Acaso es un gasto excesivo?
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Re: Sławomir Mrożek y la bandera gay

Mensaje por Joreg » 02 Oct 2021, 13:02

Uno dedicado a la Revolución, o "Virgencita, que me quede como estoy"
En mi habitación la cama estaba aquí, el armario allá y en medio la mesa.

Hasta que esto me aburrió. Puse entonces la cama allá y el armario aquí.

Durante un tiempo me sentí animado por la novedad. Pero el aburrimiento acabó por volver.

Llegué a la conclusión de que el origen del aburrimiento era la mesa, o mejor dicho, su situación central e inmutable.

Trasladé la mesa allá y la cama en medio. El resultado fue inconformista.

La novedad volvió a animarme, y mientras duró me conformé con la incomodidad inconformista que había causado. Pues sucedió que no podía dormir con la cara vuelta a la pared, lo que siempre había sido mi posición preferida.

Pero al cabo de cierto tiempo la novedad dejó de ser tal y no quedo más que la incomodidad. Así que puse la cama aquí y el armario en medio.

Esta vez el cambio fue radical. Ya que un armario en medio de una habitación es más que inconformista. Es vanguardista.

Pero al cabo de cierto tiempo… Ah, si no fuera por ese «cierto tiempo». Para ser breve, el armario en medio también dejó de parecerme algo nuevo y extraordinario.

Era necesario llevar a cabo una ruptura, tomar una decisión terminante. Si dentro de unos límites determinados no es posible ningún cambio verdadero, entonces hay que traspasar dichos límites. Cuando el inconformismo no es suficiente, cuando la vanguardia es ineficaz, hay que hacer una revolución.

Decidí dormir en el armario. Cualquiera que haya intentado dormir en un armario, de pie, sabrá que semejante incomodidad no permite dormir en absoluto, por no hablar de la hinchazón de pies y de los dolores de columna.

Sí, esa era la decisión correcta. Un éxito, una victoria total. Ya que esta vez «cierto tiempo» también se mostró impotente. Al cabo de cierto tiempo, pues, no sólo no llegué a acostumbrarme al cambio—es decir, el cambio seguía siendo un cambio—, sino que, al contrario, cada vez era más consciente de ese cambio, pues el dolor aumentaba a medida que pasaba el tiempo.

De modo que todo habría ido perfectamente a no ser por mi capacidad de resistencia física, que resultó tener sus límites. Una noche no aguanté más. Salí del armario y me metí en la cama.

Dormí tres días y tres noches de un tirón. Después puse el armario junto a la pared y la mesa en medio, porque el armario en medio me molestaba.

Ahora la cama está de nuevo aquí, el armario allá y la mesa en medio. Y cuando me consume el aburrimiento, recuerdo los tiempos en que fui revolucionario.

…………..

«Revolución» de S. Mrozek. Perteneciente a la obra La vida difícil
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Re: Sławomir Mrożek y la bandera gay

Mensaje por Joreg » 02 Oct 2021, 13:20

Más de Slawomir
*(Tomado de La mosca y otros cuentos, Barcelona, Acantilado, 2005)
El socio*

Decidí vender mi alma al diablo. El alma es lo más valioso que tiene el hombre, de modo que esperaba hacer un negocio colosal.

El diablo que se presentó a la cita me decepcionó. Las pezuñas de plástico, la cola arrancada y atada con una cuerda, el pellejo descolorido y como roído por las polillas, los cuernos pequeñitos, poco desarrollados. ¿Cuánto podía dar un desgraciado así por mi inapreciable alma?

-¿Seguro que es usted el diablo?- pregunté.

- Sí, ¿por que lo duda?

- Me esperaba al Príncipe de las Tinieblas y usted es, no sé, algo así como una chapuza.

- A tal alma tal diablo -contestó-. Vayamos al negocio.


*****

El agujero en el puente*

Érase una vez un río, y en cada una de las orillas de este río había un pueblo. Los dos pueblos estaban unidos por un camino que pasaba por un puente.


Un buen día en el puente apareció un agujero. El agujero debía arreglarse, en cuanto a esto la opinión pública de ambos pueblos estaba de acuerdo. Sin embargo, surgió una disputa sobre quién debía hacer el arreglo. Ya que cada uno de los pueblos se consideraba más importante que el otro. El pueblo de la orilla derecha opinaba que el camino conducía sobre todo a él, por lo que el pueblo de la orilla izquierda había de arreglar el agujero porque debía de estar más interesado en ello. El pueblo de la orilla izquierda consideraba que era el objetivo de cualquier viaje, de modo que el arreglo del puente debía de ser el interés para el pueblo de la orilla derecha.


La disputa se prolongaba, así que el agujero seguía allí. Y cuanto más tiempo pasaba, tanto más crecía la mutua antipatía entre ambos pueblos.

Un buen día un mendigo local cayó al agujero y se rompió una pierna. Los habitantes de ambos pueblos le preguntaron con insistencia si iba de la orilla derecha a la izquierda, o bien de la izquierda a la derecha, ya que de esto dependía cuál de los dos pueblos era responsable del accidente. Pero él no se acordaba porque aquella noche iba borracho.

Algún tiempo más tarde pasó por el puente un carro con un viajero, y cayó al agujero y se le rompió el eje. Puesto que el viajero estaba de paso en ambos pueblos -no iba ni del primero al segundo, ni del segundo al primero-, los habitantes de ambos pueblos se mostraron indiferentes con el accidente. El viajero, hecho una furia, bajó del carruaje, preguntó por qué no se arreglaba el agujero, y al enterarse de las razones dijo:

- Quiero comprar este agujero. ¿Quién es su propietario? #1

Ambos pueblos reclamaron al unísono su derecho al agujero.

- O el uno o el otro. La parte propietaria del agujero tiene que demostrar que lo es.

- Pero ¿cómo?- preguntaron al unísono los representantes de ambas comunidades.

- Es muy sencillo. Sólo el propietario del agujero tiene derecho a arreglarlo. Lo compraré al que arregle el puente.

Los habitantes de ambos pueblos se pusieron manos a la obra, mientras el viajero se fumaba un puro y su cochero cambiaba el eje. Arreglaron el puente en un santiamén y se presentaron para cobrar por el agujero.

-¿Qué agujero?- se sorprendió el viajero-. Yo no veo aquí ningún agujero. Hace tiempo que buscó un agujero para comprar, estoy dispuesto a pagar por él un dineral, pero vosotros no tenéis ningún agujero para vender. ¿Me estáis tomando el pelo o qué ?.

Subió al carro y se alejó. Y los dos pueblos hicieron las paces. Los habitantes de ambos están ahora al acecho en buena armonía en el puente y, si aparece un viajero, lo detienen y lo zurran.

*****

La soledad


Limamos la reja y saltamos al patio interior. Luego, brincamos el muro y nos encontramos en un bosque. Corrimos por el bosque. Mi compañero corría cada vez más despacio.

—¿Qué te pasa? —pregunté—. ¿Te duelen las piernas?

—No.

—¿Por qué entonces reduces la velocidad?

—Porque no nos están persiguiendo.

—Ahora empezarán, apenas se den cuenta de que hemos huido. ¡Date prisa! Pero en vez de acelerar, se detuvo.

—¿No se han dado cuenta, dices?

—Probablemente no. ¿Por qué sigues parado? ¡Muévete, rápido!

Se sentó bajo un árbol.

—Nadie se preocupa por mí —dijo melancólicamente.

—¿De qué estás hablando?

—Nadie se interesa, a nadie le importa.

—¿Quién? ¿A quién?

—Si yo les importara, me vigilarían mejor.

—¿Te estas lamentando?

—El hombre no le da importancia a otro hombre, ni siquiera cuando le pagan por ello. Podrían darse cuenta, por lo menos.

—¿Te vas a mover o no?

—No. ¿Para qué huir si nadie te persigue? ¿Para qué tener cuidado, si a nadie le importa? Ay, qué vida...
—¿Sabes qué? Tengo una pregunta para ti. ¿Por qué no regresas?

Se levantó de un salto y gritó:

—¡Oh, no! ¡Eso, no! Yo tengo mi dignidad, no voy a imponerme a nadie. ¡Me iré a mi soledad existencial!

Y con su paso lento, la cabeza levantada, se fue adelante, al bosque. Y yo tras él. En cierto modo, me daba vergüenza tener prisa.

*****

La palabra y la acción*

Nowosadecki, Majer y yo estábamos reunidos en torno a una botella abierta. A pesar de que nos habíamos tomado ya la mitad, la cosa seguía bastante aburrida.

—Es porque bebemos irreflexivamente—dijo Nowosadecki—. Discutamos algún problema intelectual y ya veréis cómo nos animamos.
—Se puede probar —accedió Majer bostezando—. ¿Qué, por ejemplo?
—Pues, por proponer algo, el problema mismo de esta botella. ¿Está medio llena o medio vacía?
—Las dos cosas. ¿Acaso no hay dos mitades? Una mitad está llena y la otra, vacía; problema solucionado.
—Esto es huir en un relativismo trivial, evitar el compromiso. El hombre debe elegir, como enseñaba Sartre, debe, a pesar de la libertad de elección. La obligación de elegir, he aquí la paradoja existencialista.
—¿Y qué tengo que elegir? —preguntó Majer.
—El punto de vista, o sea: la ideología. O miramos la botella desde arriba, o la miramos desde abajo. Si la miramos desde arriba, somos nihilistas, porque esa es la mitad vacía. En cambio, si la miramos desde abajo, mostramos una actitud positiva frente a la vida.
—Un momento —me entrometí—, y, ¿qué pasa con el cuello?
—¿Con qué cuello?
—Con el cuello de la botella. Se vierte por el cuello, y el cuello pertenece a la mitad vacía. Entonces qué, ¿el cuello también es nihilista?
—Cierto, es un nuevo problema.
—Propongo que echemos un trago. Así no habrá más problemas con lo de las mitades porque ya no estará igual y, al menos, nos habremos quitado de encima este asunto.
Mi propuesta fue aprobada por unanimidad. Y, en efecto, el nivel del líquido en la botella descendió muy por debajo de la mitad.
—Tú sí que piensas —me alabó Majer—. Empezaba a creer que no saldríamos de ésta.
—Ahora, en cambio, tenemos otra cosa —comentó Nowosadecki contemplando la botella—. A saber, el problema de la verticalidad y la horizontalidad. Parece que no pertenecen a la misma categoría conceptual.
—¿El problema de qué? —preguntó Majer.
—Hablando más claro, el problema del nivel y de la plomada.
—Tienes razón —admitió Majer. Queda ya poco.
—Exacto. Y es que el nivel puede estar más alto o más bajo, pero la plomada siempre cae igual. Observad, amigos, que la verticalidad ni se ha movido. De ahí se concluye que la horizontalidad entra dentro de la física, pues se puede influir en ella físicamente a través de la regulación del nivel (con respecto a la verticalidad, por supuesto). En cambio, la verticalidad es metafísica.
—¿Y si la inclino? —propuse.
—¿La verticalidad? Imposible. Eso ya va con la definición misma.
—No sé si la verticalidad, pero sí puedo inclinar la botella.
—Que la incline —apoyó Majer—. A ver qué pasa.
La incliné y resultó que aquel problema estaba ya también resuelto. La horizontalidad había desaparecido por completo, puesto que se vislumbró el fondo.
—¿Lo ves, Nowosadecki? —dije—. Sólo la acción cuenta. Tú ideas, debates, y yo actúo. Si no fuera por mí, estaríamos discutiendo todavía y no habríamos solucionado nada. Dejemos, pues, de discutir y entreguémonos a la acción.
—¡Sí, actuemos!—exclamó Majer con entusiasmo—. ¡Llena! ¡A la acción!
—A qué acción, so tontos —dijo Nowosadecki—. Ésta era la última botella.
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Re: Sławomir Mrożek y la bandera gay

Mensaje por Joreg » 19 Oct 2021, 14:06

Carta para Suecia

[Minicuento - Texto completo.]

Distinguido señor Nobel:

Solicito humildemente que me sea concedido el premio que lleva su nombre.

Mis motivos son los siguientes:

Trabajo como contable en una oficina estatal y, en el ejercicio de mis funciones, he escrito unos cuantos libros, a saber: el Libro de Entradas y Salidas, el Libro de Balances y el Libro Mayor. Además, en colaboración con el almacenero, he escrito una novela fantástica titulada Inventario.

Creo que le gustarían porque son libros escritos con imaginación y tienen mucha gracia (son auténticas sátiras). Si deseara leerlos, podría prestárselos, aunque por poco tiempo, porque están muy solicitados. Quien tiene más interés es el inspector de Hacienda, ya puedo oír su voz en el despacho de al lado.

Hablando del inspector, preveo que tendré ciertos gastos porque me temo que los libros no van a ser de su agrado. Precisamente le escribo a usted esta carta para que el premio me permita sufragarlos. Por favor, mande el giro a mi domicilio. Dejaré una autorización a nombre de mi mujer, por si yo no estuviera ya en casa el día que venga el cartero. En tal caso, el dinero servirá para pagar al abogado o… Espere un momento, señor Nobel, acaba de entrar el inspector.

Ya se ha marchado. ¿Sabe qué le digo, señor Nobel? Mándeme mejor dos premios. No tiene usted idea de cómo se han disparado los precios.
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