Un viaje a Alemania


Por fin un viaje familiar

Como mis sobrinas andan viviendo en Alemania, me han pagado un viaje en avión para que vaya a verlas. Así que tras recibir el oportuno permiso de los siquiatras, me pongo en camino sin equipaje y os cuento mis impresiones.

Cuando entré en el Aeropuerto, lo primero que me llamó la atención es que aún habiendo mucha gente, reinaba el silencio. Lo atribuí a que todo el mundo estaría cagado de miedo. Me monté sin mayores problemas, despegamos, se me revuelven un poco las tripas y llega la escala en Barcelona, en el aeropuerto de Jusep Tarradellas. El del Prat. Aquí el silencio era superiormente mayor, aún habiendo como diez veces más personas. Mucha gente y nadie pegaba voces. Muy sospechoso. En mi pueblo se juntan tres en un bar o en un puesto del mercao, y llegan las voces al barrio alto de San Juan de Aznalfarache. Y ojo, que el que se oigan las voces no quiere decir que te enteres de un pijo. En mi pueblo la gente habla como si estuviesen mascando una telera, y básicamente lo que expresan es un «estoy aquí, soy alguien y conozco a todo el mundo hasta la octava generación». Mi sobrina me explica que es por la cosa de la costumbre, que en el pueblo se aúlla y aquí no. Yo, no me lo trago. Tiene que haber una explicación.

Total, que me subo otra vez en el avión. Y se me revuelve la tortilla de patatas y vomito… Como tres veces. Observo por la ventanilla y compruebo que Francia y Alemania están llenas de montañas y de nieve. O sea, que son inexpugnables y el cambio climático no les ha afectado. Y llegamos a Alemania. Montones de campos verdes recortados en polígonos irregulares que seguramente son campos de golf. Compruebo además desde lo alto que la Tierra es un disco plano. El avión aterriza. Voy a coger el metro. Busco la M de Metro y no aparece. Pregunto gritando si alguien habla español y todo el mundo huye. 

Veo una máquina de tickets. O sea, hay transporte público. Y se puede poner en español. Compro un billete de metro. Espero que salga el billete y la máquina pita. Pi pi pi. Miro la máquina como si fuera a levitar. La señora que está tras de mí me dice por señas que saque la tarjeta de crédito. La saco. La señora me dice que coja el tíket. Lo cojo. Y como veo que esta mujer es simpática, delgada, morena de setenta años y ojos claros… Le pregunto con mi mejor alemán… «Main Frau, Wojín Metro?». La señora me mira, se echa a reír como una loca y me señala unas escaleras. Me dice por señas que está abajo y a la derecha. Y me muestra la señal de «metro», que no es una M, si no una S. Le digo «Ij Bin agradesido. Bite main Frau, ainladen mojte Kafi?». Por señas le digo de beber café. Se descojona y me dice que nain porque tiene que ir a no sé donde, pero me da su teléfono. Me refiero al número. Yo hago lo mismo. Me despido. Dankensen Aufidersen, ij anrufen sie». Me vuelve a mirar y se ríe otra vez tan campante y se va temblando. Yo cojo el metro.

Otra vez el silencio. Muy sospechoso. Me bajo en la estación correspondiente. Pongo el navegador y llego a casa tan campante. Besos, abrazos, llantos… Y de inmediato, salgo a ver Alemania.

Comentarios

Por lo que relatas, se me ocurre la remota posibilidad que quienes se inventaron la negación del cambio climático, estaban muy habituados a viajar en avión e imaginar el mundo "terriplano" desde las alturas. Debe ser una sensación como la de estar por encima de todo y de todos, incluso de los miles de informes de científicos que alertan desde hace años sobre el peligro del calentamiento global.

El cambio climático, no significa que de golpe la nieve vaya a desaparecer en todas las montañas del mundo, sino que afecta de manera desigual, según las zonas del planeta que, oh casualidad!, las más perjudicadas suelen coincidir con las menos industrializadas y más contaminadas, deforestadas, con extractivismo de todo tipo e intensa explotación de reservas naturales y diversidad de flora, fauna, recursos hídricos, tierras raras y cualquier materia sólida, líquida y gaseosa que se pueda utilizar en la industria y para la comodidad de las grandes ciudades. Es esa desmesura en la acaparación de recursos para la acumulación capitalista, la que nos puede llevar a ese posible "colapso" de la naturaleza y las vidas que la habitan. Colapso no significa obligada extinción, sino sujeta a nuevas reglas de supervivencia.

Cada vez más, desde hace un tiempo, tengo la necesidad de separar de cualquier forma de vida a lxs serxs humanxs, porque solemos ser lxs máximxs representantes de las más diversas formas de muerte, voluntaria, involuntaria, consciente, inconsciente o irresponsablemente.

No cabe duda que el progresivo cambio climático es producido por la actividad humana, especialmente la industrial y por su devastación de grandes extensiones para las actividades productivas de agricultura, ganadería y ocio. Sí, siempre que se hace mención al abuso de la huella de carbono, se ignora y olvida el tremendo papel que tienen todas las actividades masificadas de la industria del ocio, que sirven a este sistema para llenar el vacío de una vida sin sentido y que niega la propia vida llenándola de momentos y mercancías artificiales, así como de ruido.

Un elemento importante en todo ese proceso de abuso, aparece muy bien reflejado en tu relato. Vienes a decir que en tu pueblo se juntan tres en un bar o puesto del mercado y llegan las voces hasta el barrio alto. Es esa normalización del abuso, la que hace que se extienda la falta de conciencia acerca de un mundo en el que, llegamos a creernos que es para nuestro uso personal exclusivo, sin pensar que en él habitamos una inmensa diversidad de vidas que se ven invadidas y afectadas por esas actividades humanas, que solo aportan plusvalía al sistema reforzando sus estructuras opresivas y alienantes. 

A diferencia de lo que expresas, en las ocasiones que he pisado algún aeropuerto, mi sensación sobre la gente, no ha sido precisamente la de silencio, sino las que más se asemejan a un inquieto caos, un tumultuoso o eufórico nerviosismo o las de una desesperante espera para saber si va a despegar o aterrizar un vuelo, o si aparecerá la gente que esperas.

Es muy probable que esa atribución a una "diarrea mundial" por una hipotética sensación de "miedo", sea más cercana a tu propia realidad que a la de "todo el mundo", de ahí los retortijones y vomiteras. La percepción de silencio en los aeropuertos o el bullicio de "tu pueblo", no son comparables. San Juan de Aznalfarache ha dejado de ser un pueblo, y si no fuera por la frontera fluvial del Guadalquivir, sería un barrio más de Sevilla, por ello la gran cantidad de comercios grandes, pequeños e hipergrandes, bancos, prostíbulos, ferreterías, farmacias, centros deportivos, restaurantes, discotecas, cafeterías, peluquerías, iglesias, teatros, comisarías, etc... Los pocos pueblos que aún siguen siendo pueblos, es decir, esos que se sitúan en la mal llamada "España vaciada", apenas tienen algo de todo eso, y cuando disponen de algo, no se sabe muy bien lo que es porque suele servir para casi todo.

Parece que tu pueblo hace tiempo que dejó de ser pueblo para ser devorado, como todas las localidades colindantes, Tomares, Bormujos, Mairena, Gelves..., por esa gran ciudad monstruo que es Sevilla. Ese no darse cuenta de una realidad, se sustenta en la misma estructura cognitiva que impide darnos cuenta de los síntomas del cambio climático. A menudo normalizamos lo traumáticamente insoportable y devastador para seguir manteniendo esa falsa idealización de que apenas ha cambiado nada, ya sea el pueblo que ya no es como era antaño el pueblo, o el clima que tampoco es como el clima de antaño. Y no digo esto por devoción a Parménides y desear que en su esencia nada cambie, sino más bien todo contrario. Heráclito decía que "nada permanece" porque todo fluye, y no ponía ejemplos de aeropuertos, sino del agua de un río. Hoy Heráclito tal vez tuviera que buscarse otros ejemplos, pues ese agua que fluía, ha desaparecido, aunque el Guadalquivir todavía contenga el líquido elemento. La desproporción entre los cauces, sus cuencas y los caudales de los ríos, son más que evidentes y lxs docentes, en las escuelas, deberían replantearse la rotundidad de su navegabilidad hasta Sevilla.

Sobre la explicación de esa particular sensación de "silencio" en los aeropuertos, a mi se me ocurren otras razones que suelen ser antesala de miedos o no tienen nada que ver con ellos. El silencio es muy subjetivo, sobretodo en una sociedad en la que siempre nos acompaña con la banda sonora de su ruido de fondo, como en los surcos de los viejos vinilos. Incluso en los hospitales es improbable que el silencio haga acto de presencia, salvo en los ignorados rótulos que lo reclaman. Probablemente a mi, que siempre me acompañan voces en el interior de la cabeza y acúfenos en los oídos, cualquier ruido me habría parecido desagradable por temor a anticipar la posible aparición de otras voces mucho más inquietantes. En ocasiones esos sonidos o voces que no provienen de fuentes externas, reclaman tanta atención que pueden llegar a aislarme de todo lo que sucede a mi alrededor y, para intentar ignorarlas, procuro concentrarme en todo lo que se mueve fuera o poner en marcha aparatos de los que salen otras voces. Pero más allá de las vivencias personales, en un mundo en el que nos alertan sobre danas, vendavales e inundaciones por inusuales causas meterológicas, que impiden o limitan la actividad aeronaútica, o cohetes chinos a la deriva por el espacio aéreo, sí que entiendo que pueda aparecer cierta incertidumbre, inquietud, desasosiego y expectación. Nadie deja de utilizar el coche pese a la cantidad de heridxs y muertes diarias por accidente de tráfico, porqué renunciar a viajar en avión. No somos conscientes de la enorme cantidad de tráfico aéreo volando por los cielos, si no fuese así, tal vez tendríamos la precaución de buscar otras formas alternativas para desplazarnos y no hacer caso a las conspiraciones de los chemtrails. Sin embargo, sí que hemos visto las largas colas de vehículos en autovías y carreteras, y eso nos provoca otra percepción distinta del riesgo a la de viajar en avión. Nos creemos que es más rápido porque no contamos con los desplazamientos de ida y vuelta a los aeropuertos y las incómodas esperas en sus diversas salas o dentro del avión. En los aeropuertos me intimidan más los controles de pasaportes y equipajes a la llegada y a la salida, que cualquier otra cuestión, y eso puede darme la sensación de que es normal y que todxs sienten miedo al pasar esos controles, cuando las razones de esos temores son tan distintas como particulares.

Nos ha tocado ser parte de una civilización que, en su anhelo de equipararse a los dioses, ha necesitado confundirlo todo, pretendiendo evitar que nos demos cuenta que nunca hemos sido el centro de nada, aunque sí lxs responsables de todo lo que provoca que el delicado equilibrio de las vidas del planeta se quiebre y la naturaleza reaccione frente a ello intentando vanamente restaurar ese frágil equilibrio, porque para ello debería reaccionar frente a toda vida humana que intente domeñarla para beneficio de las grandes corporaciones y sus grupos de poder.

No tengo medios, ni conocimientos suficientes, como para evaluar quién contamina más, si el transporte público del ferrocarril o el privado de las líneas aéreas. El tren también separa y crea líneas divisorias en los territorios con sus extensas infraestructuras. Dicen que cuando los seres humanos llevaban una vida nómada y se desplazaban haciendo largas travesías en busca de alimento o climas más templados, caminando o a lomos de algún animal domesticado, los senderos no daban largos rodeos más que para salvar accidentes geográficos. Hoy perforamos montañas y, pese a ello, seguimos con los rodeos para superar las grandes infraestructuras del tráfico rodado para el transporte terrestre y ferroviario, o evitar los polígonos industriales y rara vez sentimos que nos molestan, aunque puedan ser ensordecedoras, contaminantes y se apropien de terrenos que son de todxs. 

Hemos normalizado nuestras formas comerciales, productivas y socializadoras de existencia, pese a lo perniciosas que puedan ser y las asociamos a ideas como "avance", "desarrollo" o "progreso", hasta constatar que no es posible seguir explotando, consumiendo, acumulando mercancías y derrochando más recursos naturales para elaborar cosas inútiles, y que las respuestas más reclamadas son las del decrecimiento, es decir, volver a estadios anteriores, o las absurdas huidas hacia adelante que buscan planetas en los que recrear la desfasada y excluyente idea que, con los avances tecnológicos, podrán reproducir las condiciones de habitabilidad en algún ignoto lugar del espacio. Por el momento, y para que la cadena productiva y depredadora del extractivismo siga al máximo funcionamiento, se aumentan desmesuradamente los precios para reducir consumos de hidrocarburos, gas y electricidad, de los grupos de poblaciones con menos recursos.

Lo que está por venir, si se sobrepone a la destrucción, al caos y a las probables revueltas, va a necesitar de una producción eléctrica que las expectativas de esas llamadas energías renovables, difícilmente podrán satisfacer. Es por ello que, como la excusa de energía de transición, se recalifica a la denostada nuclear como energía verde. En ese sentido, China se impone como primera potencia de esa producción energética con el aumento en la construcción de reactores nucleares. Rusia y Estados Unidos, para no perder más potencialdad, intentan seguirle de cerca.

El "nuevo mundo" que nos preparan, si no acaba desmoronándose, tendrá una total dependencia de la energía eléctrica, y es por eso que las grandes potencias y las corporaciones que las dirigen, tienen tanto interés en buscar nuevas fuentes para su producción, con el engaño de la "sostenibilidad", la "limpieza" o ser "renovables".

Nada se sostiene o renueva con el capitalismo, y eso es lo único que no tienen ningún interés en erradicar. Piensan que es más rentable cambiar la vida de ocho mil millones de personas, que su infame modelo de explotación productiva, y para empezar, aparte de ese desproporcionado aumento de precios, promueven la publicidad y los mercados para el consumo de productos de "segunda mano" y alimentos al límite de su fecha de caducidad (*), el reciclado, etc..., así como la utilización de ropa de abrigo en el interior de las viviendas, para afrontar el rigor de las inclemencias del invierno, en vez del uso de sistemas de calefacción. Otra de sus urgentes propuestas, es la demanda en la reducción del consumo de agua, por la falta de lluvias, la sequía y el penoso estado de unos embalses medios vacíos, permitiendo que las eléctricas vaciaran algunos pantanos. Paradójicamente, aunque ya eran conscientes de la escasez y agotamiento de los recursos acuíferos, en verano nadie se privó de llenar las piscinas, particulares o de instalaciones para el ocio y el turismo, porque la finalidad no es preservar nada, sino conseguir que los beneficios empresariales no detengan su crecimiento mientras eistan unos mínimos recursos por agotar. ¿Quién invocó a cagarse de miedo en los aeropuertos?

Nota, más que nota!

* Esos alimentos al límite de su fecha de consumo, ahora ya se venden en muchas superficies comerciales de alimentación (colmados, grandes superficies, restaurantes, fruterías, etc...). No hace tanto, se arrojaban a los containers y muchas personas con excasos recursos económicos o sin ellos, iban a dichos containers a reciclar los alimentos que parecían que aún estaban en estado para su consumo. Hoy, hasta para ser pobre se necesita tarjeta de crédito, aunque sea la "Visa hojalata". 

Imagen de Acratosaurio rex

Bastante más caro. Da miedo preguntar cuánto vale un tubo de silicona para el baño.

 

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