Encuentro en la Casa Blanka de Murcia

Enterado de que la Casa Blanka celebraba un encuentro para promocionar el espacio y la lucha, y teniendo un permiso en la Comunidad Terapéutica, me dispuse a asistir al mismo en riguroso incógnito. Tras leer unas instrucciones que parecían la búsqueda del Santo Grial, decidí seguir mi intuición de aparcar y buscar la Casa por mi cuenta ya que el inicio de las instrucciones parecía prometedor: La Avenida de Juan Carlos I, debe ser el centro -me dije-. 

Lo que pasa es que esa avenida es más larga que un día sin pan y sale de la ciudad propiamente dicha, atravesando una zona de hoteles, industrias y parcelas agrícolas. Tras una hora andando, tragando polvo, llegado el atardecer, caí en un zarzal lleno de maleza y pinchos. Insensible al desaliento me puse a dar vueltas preguntando a la población autóctona, y también a la gente del lugar por el lugar del evento, siendo expulsado a voces limpias de un hotel-torre por los botones, y de una bodega de vinos por un sereno con escopeta y tres mastines. Muy desagradable. Finalmente, cuando ya desfallecía, por un camino de tierra di con la vivienda, decorada con una inconfundible mujer rana verde amistosa en pelotas, que en un pie tiene seis dedos y en otro cuatro para compensar. Y entonces, me hice invisible para salvaguardar mi individualidad, nadie me conoce, no hago preguntas, me limito a mirar y a escuchar.

Al entrar, un patio amplio y bonito con árboles a modo de techo. Había verdor, limpieza, y daba el aspecto del ágora griega, donde la juventud escuchaba a los filósofos, y los debates sobre el ser y su esencia acababan el combates a hostias limpias. El resplandor fulgurante del ocaso. Una marquesina de moreras... O de lo que fuera cubría mis cabellos. Mosquitos. La gente estaba o sentada en sillas o de pie (la mayoría). El conferenciante era un tío con barba y gafas de sol, que teniendo en cuenta que se caía la noche le daba un aspecto inquietante. Porque para más abundamiento, le habían puesto una especie de linterna apuntándole a la cara, con lo cual parecía que iba a contar historias de fantasmas y muertos vivientes. Muy raro.

Como observé que seguía llegando gente que se abría paso con machetes entre la vegetación, fui a investigar el entorno, que es siempre primordial: estudia el terreno por si hay que salir corriendo. Una ventaja de ser invisible, es que no te ve nadie y pasas desapercibido. La desventaja de caminar de noche por un espacio rural ignoto es que te puedes caer en la letrina, como así ocurrió. Una letrina muy bien hecha por cierto.

En cuanto al público se reunieron unas doscientas personas, la mitad de ellas mujeres y casi todas jóvenes. Detecté en las conversaciones acentos de Granada, Málaga, Barcelona, Alicante, Lorca, Cartagena, la propia Murcia... Los de Alicante fueron sorprendentes, porque la misma charla se iba a repetir luego en su ciudad, y fueron para verla dos veces. Y es que hay... hay gente pa tó. Los que organizaban el evento tenían las manos hechas polvo. Supongo que o bien habían estado cavando la letrina, o bien habían estado quitando zarzas o ambas cosas. Pero vaya, ánimo, las ampollas se curan cavando trincheras.

Me embosqué en unos matorrales y el tipo empezó a hablar. La megafonía y el sonido, muy buenos. Se hizo de noche. Silencio, estrellas y grillos. La voz flotaba dulcemente. Cuarenta minutos de conversación. Muchos chavales tomaban notas. Flipé porque la charla más que teórica, era práctica. Y luego un montón de preguntas que se resumían en "cómo podemos aplicar la experiencia en..." o "en Lorca ya hacíamos eso pero no teníamos referentes y da gusto saber que..."

El contenido de la charla es lo que todas sabemos: que el anarquismo considera que quien mejor está capacitado para gestionar sus problemas es la gente que los tiene; que el anarquismo tiene que apartarse del elitismo e implicarse con el pueblo, para que el lumpen, la purria obrera, los marginados por etnia, color de piel, clase social, profesión estigmatizada... Hagan de su capa un sayo; que tenemos que quitarnos ese complejo de inferioridad y derrotismo que nos reduce a hablar de cuestiones internas; que la fuerza revolucionaria está en el lumpen, que es el que monta las barricadas en las calles cuando llega la hora de la batalla, y eso fue lo que dijo Aurelio Fernández de la CNT-FAI tras el 19 de Julio: "al ejército lo hemos derrotado los de siempre: los piojosos".

¿Cómo se desenvuelven los y las anarquistas en la lucha social? Dando el ejemplo, dando la cara, asumiendo responsabilidades, dotando de fuerza y contenido a las organizaciones. Interviniendo en las necesidades básicas: techo, abrigo, comida, precariedad, indigencia, exclusión. Esa es la Propaganda por el Hecho. Creciendo en el conflicto, en la disputa, en la guerra social abierta y declarada. Esa es la Acción Directa. No idealizando ni la pobreza ni los barrios, asumiendo que las cosas que nos repugnan responden a una causa principal: el capitalismo, el autoritarismo, la acumulación de riqueza en unas pocas manos que lleva a marginar a millones. Por ello entrar en un barrio es entrar en un lugar crudo, inclemente, brutal. Y ahí está nuestro puesto: crudo, inclemente, brutal, sabiendo que recibiremos en muchas ocasiones la represión de la autoridad, y la incomprensión de los afectados. Y que a pesar de ello, prevaleceremos en las condiciones más complicadas.

El entrar en esta dinámica de lucha, ha hecho que en una década hayamos pasado de ser un núcleo de teóricos dedicados a actividades de autoconsumo, a ver organizados a través de nuestra acción a miles de familias en colectivos ocupados, sindicatos de vendedores ambulantes, de kellys, de inmigrantes, de gente marginada. Y ello sin tener que dar las gracias a ninguna institución, a quienes estas personas les traen al fresco. Este anarquismo es simple, inmediato, mira a la persona concreta y busca dejarla en mejor situación de como estaba antes. Es un anarquismo que se mancha, que está tan sucio como yo tras caer en la letrina, pero duro y resistente como una piedra. Durante este parlamento, el conferenciante fue enumerando los colectivos y sindicatos creados con esta dinámica. Cientos, miles.

Y ese fue más o menos el discurso. Dije antes que los chavales cogían apuntes bajo las estrellas, que yo no sé cómo cuando no se veía ni un carajo más que la fantasmal jeta del conferenciante... Pero lo que más me impresionó es escuchar a la gente que reía, que sollozaba y que lloraba. Joder, que había gente llorando más que si hubieran matado a la mamá de Bambi. Las caras brillaban, los ojos resplandecían, el cielo estaba despejado y la temperatura era agradable.

Cuando acabó la charla y las preguntas, hubo gente que pidió que se le firmaran los libros o que intentaron hacerse fotos con el conferenciante, que declinó de esa tarea, y a eso de las doce de la noche la peña joven se largó a cenar, o a lo que fuera.

Y quedó allí una pequeña banda de puretas de edades en torno a los cincuenta años, que a base de dieta líquida empezó a quejarse amargamente de lo mal que ven a esta organización o a la otra, y batallitas de los cócteles que habían tirado en los años noventa. Mi consejo: muchachos, pasad página, que a nadie interesan ya esas machangadas de vuestra juventud. Aún tenéis la posibilidad de ser felices. Yo no más vi el cariz del asunto, me compadecí del pobre conferenciante y salí a escape, una vez cumplida mi misión.

Por supuesto, me perdí a oscuras. Empleando mi visión nocturna acabé en otro matorral lleno de pinchos, los perros me ladraban... Una gata me atacó con profusión de bufidos porque estaba pasando al lado de su camada de gatitos, y me dio un susto que eché a correr llegando al coche como una hora después y luego conduciendo hasta la Comunidad Terapéutica.

Gracias a los miembros y miembras de la Casa Blanka por este hermoso acto, al público por haberme dado la oportunidad de ver gente llorando, y les deseo de todo corazón que cuando vuelvan a sus lugares, sigan desarrollando ese anarquismo de barro y de sangre, sucio pero resistente. 

Y sabedlo siempre, que aunque por mi timidez no me conozcáis ni me veáis, estoy entre ustedes. Creced, y multiplicaos. Cread ahora un mundo sin sometimiento ni dominación, y a vuestro paso nada podrá deteneros: se abrirán los mares, se derrumbarán los castillos, se romperán las cadenas. Tened claro que esto es una guerra,  y que la vamos a ganar.

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