Qué hacer mientras pasa la tormenta

Cuando estás en la cima parece que siempre va a ser así. Te sientes invencible, imparable. Entonces viene la caída: juicios, desintegración, depresión.

Cuando ya has pasado por esto varias veces el proceso se vuelve familiar. Es posible incluso reconocer este ritmo como los latidos de algo más grande que cualquier movimiento aislado.

A lo largo de los últimos seis años, ciudades de todo el mundo han sido escenario de disturbios: Atenas, Londres, Barcelona, El Cairo, Oakland, Montreal, Estambul. Hace una década, anarquistas de todo el mundo se unían para participar en las protestas contra la Cumbre. Hoy en día muchos han participado en acciones que han durado meses en sus propias ciudades, y seguramente veremos más casos similares.

¿Pero qué hacemos tras la cresta? Si una sola lucha no derribará el capitalismo, tenemos que plantearnos qué es lo que importa de estos puntos álgidos en la lucha: qué esperamos sacar de ellos, qué papel tienen en nuestro planteamiento a largo plazo, y cómo aprovechar al máximo el periodo de decrecimiento posterior. Esto es especialmente importante hoy en día, ya que podemos estar seguros de que veremos más convulsión social en el futuro.

Con este fin, hemos organizado un diálogo con anarquistas de varias ciudades que han pasado por estos picos de conflicto, incluyendo Oakland, Barcelona y Montreal. Esta es la primera de una serie de reflexiones extraídas de dichos debates.

Prácticamente todos los participantes en estas discusiones expresaron de forma independiente que era muy difícil para ellos responder a la pregunta: "No sé por qué, pero cada vez que me siento para trabajar en ello, me deprimo." Esto sugiere un problema más amplio. Muchos anarquistas dependen de un discurso triunfalista, en el que se debe ir de victoria en victoria para tener algo de que hablar. Pero los movimientos sociales también tienen ciclos de vida. Alcanzan su apogeo y luego mueren. Si nuestras estrategias están basadas en el crecimiento sin fin, nos estamos condenando a un fracaso inevitable. Esto es aún más importante en el discurso que determina nuestra moral.

Movimiento - Un misterioso fenómeno social que aspira al crecimiento pero que, al ser observado, siempre parece estar en declive.

Cuando el cambio social está cobrando fuerzas es cambiante y por lo tanto invisible; sólo cuando se estabiliza en una cantidad fija es posible etiquetarlo, y desde ese momento sólo puede descomponerse. Esto explica por qué los movimientos impactan como cometas contra la conciencia pública en el punto álgido de su innovación, seguido de una larga cola de rendimiento decreciente. El ojo experto puede ver el fermento social tras estas explosiones, permanente e ilimitado, atrayendo nuevos participantes y emitiendo nuevas oleadas de actividad.

En Occupy Oakland, tres semanas de ocupación dieron lugar a un declive de seis meses. Esto confirma lo que ya decíamos: los movimientos se pasan la mayor parte de su tiempo en declive. Por lo tanto, se vuelve aún más importante considerar como sacar el máximo provecho de esta fase.

Dado que todos los movimientos inevitablemente alcanzan sus límites, no tiene sentido lamentar su final, como si pudieran seguir creciendo indefinidamente si sus participantes fueran lo suficientemente estratégicos. Si asumimos que el objetivo de cualquier táctica es siempre mantener la fuerza del movimiento en cuestión, nunca seremos capaces de hacer nada más que reaccionar quijotescamente contra el inexorable paso del tiempo. En lugar de luchar para evitar la disolución, deberíamos actuar pensando en el futuro.

Esto podría significar consolidar las conexiones que se han desarrollado durante el movimiento, o asegurarse de encontrar el estallido que inspire a futuros movimientos, o revelar las contradicciones internas que el movimiento nunca solucionó. Quizá, una vez que un movimiento ha llegado a sus límites, la cosa más importante que hacer en el periodo de declive posterior es preguntarse qué podría hacer un futuro movimiento para ir más allá de esos límites.

Habíamos ocupado el edificio durante casi 24 horas, y estábamos empezando a creer que podríamos resistir de alguna forma. Estaba a punto de ir a por aprovisionamiento para fortificar el lugar cuando algo me llamó la atención. Allí, en el polvoriento garaje abandonado, había una insignia del capó de un coche que se dejó de fabricar hace 40 años. Me agaché para recogerla, y dudé: siempre podía echarle un vistazo después. En un impulso, la cogí de todas formas. Media hora después, un escuadrón de los SWAT rodeó completamente el edificio. Nunca nos devolvieron nada de lo que allí hicimos o llevamos. Más de un centenar de personas nos conocimos, bailamos y dormimos en ese edificio, fuera de los límites de todo lo que antes habíamos podido imaginar en nuestro pequeño pueblo, y esa pequeña insignia es todo lo que tengo para demostrar que fue real.

Cuando visité a mis amigos en el Área de la Bahía la semana siguiente, estaban en el mismo estado de euforia que yo había experimentado cuando dejé el edificio: "Caminamos por cualquier sitio y la gente nos ve y nos grita OCC-U-PY! Esto va a crecer y a seguir creciendo!"

 

Mantener la perspectiva

Durante la intensificación de las luchas sociales puede ser difícil mantener la perspectiva; algunas cuestiones parecen principales y luego resultan ser transitorias, mientras que otras que se quedan al margen más tarde resultan ser esenciales. A menudo, perdemos oportunidades de fomentar las conexiones a largo plazo, asumiendo que no son necesarias por la urgencia de responder a los eventos inmediatos. Pero después de ese momento no sabemos como encontrarnos unos a otros; o no tenemos razones para ello, después de haber quemado nuestros lazos en situaciones de alto estrés. ¿Qué es más importante, el éxito táctico de una acción concreta, o la fuerza de las relaciones que surgen de ella?

Asimismo, rara vez es fácil decir cuál es tu posición en la trayectoria de eventos. Al principio, cuando la ventana de posibilidades está completamente abierta, es incierto cuán lejos pueden ir las cosas; a menudo los anarquistas esperan para involucrarse a que otros determinen el carácter del movimiento. Más tarde, en el punto álgido, puede parecer que los participantes están en el umbral de un increíble y nuevo potencial, cuando en realidad la ventana de posibilidades ya ha empezado a cerrarse. Esta confusión dificulta reconocer el momento de cambiar de marcha hacia una nueva estrategia.

Estábamos fuera de un café en el centro de Oakland un par de meses después. Me estaba preguntando cuáles eran las perspectivas de mis amigos para el futuro. "Volverá a ser como antes cuando llegué la primavera", me aseguraban.

Al principio les creí. ¿No estaba todo el mundo diciendo lo mismo a lo largo y ancho del país? Entonces me di cuenta: ahí estábamos sentados al sol, con nuestras camisetas, en la ciudad que había visto la acción más intensa de todo el movimiento Occupy. Si no había habido otra ocupación ya, no iba a suceder.

 

Mantener la ventana de posibilidades abierta mientras sea posible; si hay que separarse, hacerlo en tus propios términos

Los movimientos normalmente empiezan con una explosión de incertidumbre y potencial. Mientras los límites son difusos un amplio abanico de participantes tienen motivos para involucrarse, mientras las autoridades deben permanecer a la espera, sin estar seguras de las consecuencias de la represión. ¿Cómo mantenemos esta ventana de posibilidades abierta tanto tiempo como sea posible sin eludir los desacuerdos? (Pensad en Occupy Wall Street, justo después de despegar toda clase de tendencias radicales y reaccionarias se mezclaron en él.) ¿Es mejor posponer los enfrentamientos ideológicos -como la no violencia contra la diversidad de tácticas- o provocarlos? (Recordad el controvertido bloque negro en Occupy Oakland del 2 de noviembre de 2011).

Una de las formas de afrontar este desafío es intentar clarificar las cuestiones a debatir sin dibujar márgenes inamovibles de identidad política en el proceso. Tan pronto como un desacuerdo táctico o ideológico se entiende como un conflicto entre distintos grupos, el horizonte empieza a desvanecerse. El potencial del movimiento reside en su fluidez, en la circulación de ideas fuera de sus lugares habituales, en la emergencia de nuevas configuraciones sociales, y en la voluntad de transformación personal de sus participantes. El atrincheramiento en posiciones estáticas es contrario a todas estas ideas.

Este problema se ve agravado por el hecho de que la mayor prioridad de toda autoridad es siempre dividir los movimientos -normalmente sirviéndose de los mismos temas que dividen a los participantes. Puede ser mejor no intentar precipitar una fractura permanente hasta que el horizonte de posibilidades se haya cerrado, y entonces asegurarse de que la separación se hace en unos términos propios, no en los de las autoridades o los involuntarios siervos del sistema. (N del T.: «unwitting liberal stooges» en el original, que enlaza a un artículo muy crítico con el bloque negro, al que acusa de ser el cáncer de Occupy).

 

Ampliar los límites

¿Qué se puede hacer cuando ya hemos alcanzado nuestro horizonte? En un movimiento agonizante uno aún puede ampliar los límites, sentando nuevos precedentes para el futuro de modo que posteriores luchas puedan imaginarse yendo incluso más allá. Esta es una buena razón para no evitar confrontaciones ideológicas indefinidamente; para legitimar prácticas necesarias en el futuro, habitualmente se tiene que empezar actuando fuera del consenso imperante.

Por ejemplo, después del 2 de noviembre de 2011, los participantes de Occupy Oakland intentaron ocupar un edificio, no sin polémica. La acción provocó un gran malestar, pero sentó un precedente para todas las ocupaciones posteriores que permitieron a Occupy empezar a cuestionar la santidad de la propiedad privada durante su larga etapa de declive -dándole a Occupy un legado mucho más radical del que habría dejado de no haber sucedido.

 

Los grandes logros de un año son las limitaciones del siguiente

Durante la fase de crecimiento de un movimiento, los participantes a menudo se centran en ciertas tácticas. Hay una tendencia a tratar de repetir nuestros éxitos más recientes; a largo plazo, esto sólo puede producir conservadurismo y victorias cada vez menos importantes. Siguen siendo victorias, por supuesto, y una táctica que ya no es eficaz en su contexto original puede ofrecer un potencial enorme en otras circunstancias -no hace falta más que ver la ocupación de la Plaza Taksim in Junio de 2013, cuando nadie en EEUU podía imaginarse ocupando nada nunca más. Pero las tácticas y la retórica acaban desgastándose. Una vez nadie espera nada nuevo de ellas, los mismos eslóganes y estrategias que generaban una gran fuerza se convierten en obstáculos.

Tan pronto como Occupy estuvo en las noticias, cualquiera que tuviera una ocupación en mente hizo bien en darse prisa por realizarla antes de que la ventana de oportunidades se cerrara y nadie quisiera ocupar ya nada en absoluto. En un ejemplo cómico de esta tendencia de obcecarse con ciertas prácticas, después de que Occupy Oakland fuera desalojado, Occupy Wall Street envió un gran número de tiendas de campaña a todo el país como un gesto de apoyo. Estas tiendas acabaron ocupando espacio en un almacén durante los siguientes meses mientras el movimiento de Oakland llegaba a su fin en otro terreno.

 

No regresar a estrategias obsoletas

A veces, después de que una nueva estrategia que está relacionada con la situación actual haya creado un nuevo impulso, hay una tendencia a volver a enfoques previos que dejaron de funcionar hace tiempo. Cuando gente con poca experiencia previa converge en un movimiento, en ocasiones requieren que aquella gente que tienen un historial más largo les guíe; más a menudo son los propios veteranos quienes quieren ejercer esta función de guía. Desgraciadamente, aquellas personas que llevan mucho tiempo siendo activistas frecuentemente rescatan viejas tácticas y estrategias, utilizando la nueva oportunidad para recuperar los proyectos derrotados del pasado.

Por ejemplo, hace catorce años, la asistencia desde todos los lugares del mundo a las protestas contra las reuniones de la cumbre ofrecía una forma de ejercer una fuerza transnacional contra la globalización capitalista, ofreciendo un modelo para reemplazar la organización sindical local y nacional, que había quedado desbordada por la movilidad internacional de las corporaciones. Aún así, cuando los activistas sindicales se implicaron, criticaron a los asistentes a dichas protestas por vagar alrededor del mundo en lugar de organizarse localmente a la antigua usanza. Asimismo, Occupy consiguió despegar porque ofrecía un modelo nuevo para una población cada vez más precaria que le permitía ponerse en pie sin posiciones económicas estables desde las que movilizarse. Pero de nuevo, los activistas sindicales de la vieja escuela vieron este movimiento sólo como una masa de apoyo potencial en sus luchas laborales, y canalizaron sus esfuerzos hacia callejones sin salida.

Tras el fin de cada movimiento deberíamos estudiar qué nos enseñan sus éxitos y sus fracasos sobre el contexto actual, siendo conscientes de que cuando seamos capaces de utilizar esas conclusiones la situación habrá cambiado una vez más.

 

Cuidado con las expectativas demasiado altas

Cuando un movimiento está en su apogeo se vuelve posible actuar en una escala anteriormente inimaginable. Esto puede ser debilitante después, cuando el rango de posibilidades se contrae y los participantes ya no pueden llevar a cabo las mismas tácticas que poco tiempo atrás. Una de las formas de conservar el impulso es establecer objetivos asequibles y dirigir hasta el esfuerzo más humilde hacia ellos.

La trayectoria de la lucha de los anarquistas verdes en Oregon al final del siglo pasado ofrece un ejemplo dramátio de este tipo de euforia. Al principio, las metas eran pequeñas y concretas: proteger una especie de árbol o una zona concreta de bosque. Después de las protestas contra la Organización Mundial del Comercio en Seattle, las aspiraciones de los anarquistas verdes en la región se hipertrofiaron hasta llegar a un impás táctico. Cuando tu objetivo inmediato es “hacer caer la civilización industrial”, prácticamente todo lo que puedas hacer te hará sentir vacío.

De hecho, durante la fase de decadencia, puede ser importante resistir la tendencia a llevar las cosas al siguiente nivel. Cuando la campaña SHAC se encalló, Root Force intentó aplicar la misma estrategia contra un objetivo mucho mayor, pasando de una única empresa que realizaba pruebas en animales a las infraestructuras subyacentes en el capitalismo transacional. Una campaña similar a la SHAC dirigida contra una corporación más pequeña podría haber tenido éxito, animando a una nueva generación a aplicar la nueva estrategia, pero Root Force ni siquiera llegó a ponerse en marcha.

 

Retírate mientras vas ganando

El declive de un movimiento puede ser un periodo peligroso. A menudo, el apoyo popular ha desaparecido y las fuerzas represivas han recuperado terreno, pero los participantes siguen teniendo altas expectativas y un sentimiento de urgencia. A veces es mejor cambiar de objetivo antes de que algo realmente debilitante suceda.

Aún así, retirarte mientras vas ganando es complicado. Si las conexiones que han tenido lugar se basan en la acción colectiva, puede ser muy difícil mantenerlas sin permanecer juntos en la calle.

Meses después de que Occupy Oakland terminara definitivamente, la policía atacó brutalmente una manifestación aanrquista contra el Columbus Day (N.d.T.: 12 de Octubre), realizando numerosos arrestos y presentando cargos criminales. Es una cuestión para el debate si esto mostró que esos anarquistas se habían extralimitado, pero tras una acción de respuesta la siguiente noche en Oakland, la actividad en las calles del Área de la Bahía murió durante prácticamente un año. Por otro lado, después de que el movimiento de estudiantes en el Reino Unido se paralizase, el estallido violento de los disturbios en agosto del 2011 sugirió que muchos de los participantes de clase baja se sentían abandonados por el cese de la actividad en las calles por parte de sus antiguos aliados activistas. Es posible que, si el movimiento hubiera continuado de alguna forma, los disturbios podrían haberse convertido en algo distinto; en un punto de partida para otra ola de lucha colectiva, en lugar de un acto desesperado de la población marginada, que se alza ruinosamente contra la sociedad misma.

 

Prepárate para el desgaste y la depresión

Después de alcanzar la cima, cuando la euforia haya pasado, muchos participantes sufrirán depresión. Dado que los eventos que regularmente los unían han cesado, están aislados y son más vulnerables. Otros pueden acabar en la adicción: el uso de sustancias puede ser una forma de mantener la intimidad con otras personas y con una dosis de peligro cuando ya no hay fuego en las calles. Los simples placeres con los cuales la gente celebraba sus victorias se pueden expandir para llenar el espacio dejado por el cesar de las acciones, convirtiéndose en algo autodestructivo. Esta es otra razón para establecer nuevos espacios que mantengan la camaraderia y la conexión mientras la ventana de posibilidades se cierra.

 

Ahorra energía para las consecuencias

Todos estos problemas están a menudo intensificados por la explosión de discordia que normalmente acompaña al declive de un movimiento. Una vez está claro que el movimiento está definitivamente acabado, ya no hay ninguna razón para seguir posponiendo todos los conflictos que los participantes han estado ocultando. Son habituales el resentimiento y las diferencias ideológicas, junto con serias acusaciones de abuso de poder y violaciones del consenso. Aprender de estos conflictos es una parte esencial del proceso que allana el camino a futuros movimientos: por ejemplo, el anarquismo conteporáneo desciende en parte del auge feminista que siguió a la Nueva Izquierda americana de los años 60. Pero los participantes rara vez piensan en ahorrar energía para esta fase, y puede sentirse como trabajo poco agradecido, ya que la acción terminó hace mucho.

Fue unas noches antes del desalojo del campamento de Occupy Philly (NdT: Filadelfia), y habíamos organizado una asamblea general para decidir qué hacer. Había una gran tensión entre los residentes de la acampada, en su mayoría gente sin hogar, y aquellos que participaban dirigiendo grupos de trabajo. Esa noche, un hombre sin techo interrumpió la asamblea general para acusar a muchos de aquellos que ocupaban posiciones de liderazgo de estar asociados con la policía, de ser racistas y de traicionar a las personas sin hogar. El moderador intentó ignorar la interrupción, pero el hombre enfadado lo arrastró a la discusión y acabó irritando a varias personas que también empezaron a gritar. En este momento de caos y disputa, tuvimos una ocasión única. Podríamos haber centrado nuestra atención no en la amenaza a la que el gobierno quería que reaccionáramos, sino en las tensiones dentro de nuestro propio grupo con la esperanza de construir una fuerza que pudiera sobrevivir a la siguiente etapa de lucha. En lugar de eso, el moderador intentó reestablecer el orden sugiriéndonos que nos dividiéramos en pequeños grupos y discutiéramos que significa “respeto”. Mi corazón se hundió. Nuestra energía común era explosiva; teníamos que canalizarla, no suprimirla.

Esa fue la última vez que vi a muchos de los compañeros que conocí durante los meses anteriores. El desalojo no era la mayor amenaza a la que nos enfrentrábamos, después de todo.

 

La represión golpea más duro al final

La represión estatal normalmente no golpea con todas sus fuerzas hasta que el movimiento pierde su fuerza. Es más conveniente para el gobierno atacar a gente cuando sus redes de apoyo se han derrumbado y su atención está en otra parte. La Operación Backfire tuvo lugar años después de que el punto álgido del Frente de Liberación de la Tierra hubiera pasado, cuando muchos de los participantes habían seguido adelante y las comunidades que los apoyaron se habían desintegrado ya. Del mismo modo, las autoridades esperaron hasta mayo del 2012 para contraatacar a Occupy con una serie de montajes.

El objetivo final de la represión es evidenciar las divisiones, entre el cuerpo social señalado y la sociedad pero también dentro del mismo, aislándolo y forzándolo a una posición reactiva. Idealmente deberíamos responder a la represión de manera que sea posible establecer nuevas conexiones y nos deje en posición de llevar a cabo nuevas ofensivas.

 

Mantén tu terreno

¿Cómo hacemos la transición hacia otras formas de relación cuando las circunstancias excepcionales que nos unieron han terminado? Las conexiones que surgen sin esfuerzo durante el punto álgido de un movimiento rara vez sobreviven. Mientras los nuevos eventos así lo exigían, había un motivo evidente para dejar a un lado las diferencias e interrumpir las rutinas por tal de actuar unidos. Cuando eso termina, los grandes grupos que se formaron lentamente se desintegran en grupos más pequeños, mientras que los que ya eran pequeños se desvanecen. El cambio en las alianzas que tiene lugar en este periodo es vital, pero es igualmente vital no perder compañeros en este cambio.

Durante la cresta de un movimiento, los participantes muchas veces asumen que los dejará más allá de donde ahora están cuando termine. Pero esto rara vez es así. Esta podría ser la pregunta más importante de las que afrontamos mientras nos acercamos a la próxima ola de protestas: ¿cómo ganamos y mantenemos el terreno? Los partidos políticos pueden medir su efectividad en relación con cuantos nuevos miembros mantienen, pero los anarquistas debemos concebir el éxito de una forma distinta.

Al final, no sólo las organizaciones con listas de contactos permanecerán tras la cresta, sino especialmente las nuevas preguntas, las nuevas prácticas, los nuevos puntos de referencia para saber cómo la gente puede actuar por sí misma. Transmitir estas memorias a la nueva generación es una de las cosas más importantes que podemos hacer.

 

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