La anarquía no es una marca

 


Escrito por Alejandra Pinto   

 

En este presente de cosificaciones, todo es posible de ser transformado en marca, en icono donde el significado pierde el sentido y la relación signo-significado se remite a una serie de contenidos amparados en lógicas simplistas, reduccionismos y referencias al sentido común.


Lo “normal” es que toda complejidad sea allanada, sea desvestida y traducida a algún icono que se pueda consumir rápidamente y sin mayores mediaciones. En este sentido la anarquía también se ha visto operacionalizada en imágenes concretas y sin mayor elaboración. Por ejemplo, para definirse anarquista el énfasis está puesto en una serie de micro prácticas que remiten al significado global de “anarquista”. Sin ir más lejos, basta que en mi perfil de Facebook incorpore todos los iconos del anarquismo para ser catalogado de ácrata. Por ejemplo, cito a Bakuni, a Proudhon, a Malatesta, apoyo las “casa ocupa”, incorporo las películas que se vinculan con dicha tradición política y el resultado es que soy “muy” anarquista.

  


 

Sin embargo, me parece que no basta parecerlo y que, por otro lado, la complejidad de una práctica antiautoritaria traspasa las coordenadas de lo visible. Tampoco el activismo libertario se salva de esta práctica cosificadora y que podríamos llamar, siguiendo a nuestro amigo hernún, prácticas “identitarias” que solo nos desgastan y nos alejan de una vivencia que podría ser mucho más enriquecedora que la simple asimilación a un patrón de imagen “libertario”.
   
 


No da lo mismo estar a uno u otro lado de la frontera represiva, no da lo mismo que mi trabajo cotidiano, y con el que me gano la vida, sea ejercer la función de carcelero que ser un preso dentro del sistema judicial de cualquier país. No importa lo humanizada que esté mi práctica de carcelero ni lo radical de mi activismo al interior de una institución carcelaria, no da lo mismo. Creo que a falta de una consistencia mayor que vincule las opciones estructurales de mi vida a la coherencia antijerárquica y antiautoritaria, se cae en pequeñas prácticas identitarias que me hacen parecer “muy” anarquista.

 
 


Por eso, pienso que, como dicen los existencialistas, la esencia no me define a priori. No nazco siendo ni héroe, ni anarquista, ni ladrón, ni vago, me hago a través de mis opciones y soy responsable radicalmente por ellas. Por lo tanto no hay esencia anarquista con la cual calzar, es la coherencia de mis opciones la que me pondrá a uno u otro lado de la vereda y probablemente de la trinchera.


 

 

La marca “anarquista” tiene asociados muchos automatismos y saludos a la bandera, probablemente como cualquier otra marca, dichas microprácticas representan pequeños rituales con los cuales lograr afinidad identitaria. Desde los parches en la ropa hasta los discursos estructurados y poco creativos. Desde que irrumpieron en Seattle, en 1999, los movimientos antiglobalización, catalogados por la prensa tradicional como movimientos anarquistas y vimos por las pantallas de televisión a una serie de individuos e individuas desarrapados, rompiendo bancos y MC Donalds, algo quedó en nuestra retina que luego, con el correr del siglo, se transformó en icono. Lo legítimo y creativo de esa irrupción de autonomismo, devino, con el paso del tiempo, en prácticas ritualizadas que pierden toda su referencia a la acción unitaria y libertaria, reduciéndose a micro prácticas clausuradas en imágenes y referencias concretas de pertenencia identitaria a ese espacio contestatario. Por eso, aunque sin querer dar recetas o últimas palabras, lo que queda es la vastedad de la vida, lo irrepetible de cada uno/a y la libertad con la que definamos nuestro “ser en el mundo” y mientras menos cosificadas y naturalizadas estén nuestras prácticas más abiertos estaremos a reinventar las prácticas del sin-poder.


 
Encontrado en: elmercuriodigital.es

 

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