Rafael Barrett, un anarquista brillante, falseado

En su reciente libro “Asombro y búsqueda de Rafael Barrett” (Anagrama, 2007) el periodista Gregorio Morán pretende negar la condición de anarquista del gran escritor hispanoparaguayo.

Francisco Corral / Periódico CNT Nº344

Dice Augusto Roa Bastos en “Rafael Barrett, descubridor de la realidad social del Paraguay” que “Barrett nos enseñó a escribir a los escritores paraguayos de hoy; nos introdujo en la luz rasante y al mismo tiempo nebulosa, casi fantasmagórica, de la realidad que delira, de su mitos y contramitos históricos, sociales y culturales”. Borges, por su parte, (tan poco amigo de halagos como era) le calificó de
“genial”.

Es Rafael Barrett un escritor subterráneo que periódicamente aflora con fuerza en ediciones esporádicas desde su muerte en 1910. Tras una reciente y magnífica antología de Santiago Alba
Rico (“A partir de ahora el combate será libre”, Ladinamo, Madrid, 2003) el libro de Gregorio Morán vuelve a traer a las librerías la obra de este escritor excepcional.

Pero, lamentablemente, este libro de Morán viene a ser una gran ocasión malograda por la superficialidad, por los desenfoques y por los graves errores de bulto que contiene. Sus mejores páginas son, sin duda y con diferencia, los brillantes fragmentos de textos del propio Barrett, su escritura precisa y penetrante. La pena es que Morán concede más espacio a sus propias e intrascendentes anécdotas personales que a los escritos y a la obra de Barrett.

Rechaza Morán con saña el que Barrett haya sido catalogado como pensador anarquista (“un explícito acratismo que jamás será su opción política o intelectual” (p. 43), “apelaron a
su supuesta anarquía como quien pone un posavasos” (p. 54), “se me descomponen las meninges ante tan retórica mediocridad” (p. 219)). Y con ello pretende rebatir la opinión general de todos los comentaristas de Barrett que siempre le han considerado anarquista. Y pretende también rebatir… ¡al propio Barrett! Porque el hecho incontestable es que Barrett se declaró anarquista, actuó como anarquista y escribió como anarquista.

¿Cómo no considerar anarquista a un escritor que propugna la supresión del Estado, la supresión de todo Gobierno, la supresión de las leyes, la eliminación del dinero, que ensalza
conceptos como “la Aurora” y “la Idea”, que propone la Huelga General (el “paro terrestre”, escribe Barrett) como el paso clave en la acción revolucionaria y que define esa huelga como
“el anárquico ejército de la paz”, un pensador que afirma “el pensamiento en sí es una energía anarquista” y que califica como “héroes” y “mártires” a los anarquista de acción, un escritor que crea una revista con el nombre de “Germinal” en cuyo primer número expone su Programa y dice “suprimid el principio de autoridad donde lo halléis” y “combatamos al jefe, a todos los jefes”?

Pero es que además Barrett se declaró expresamente anarquista y detalló sus ideas libertarias en un artículo titulado Mi anarquismo; así de claro y con todas las letras, para que nadie pudiera llamarse a engaño. Todo es tan explícito, que no hay cómo entender la postura de Morán salvo que pretenda simplemente llamar la atención y decir algo diferente y “original” a toda costa.

El anarquismo de Barrett es, ciertamente, muy cuestionador y nada esquemático, profundamente reflexivo y ajeno a cualquier encuadramiento en ideas simplistas ya que, como rasgo esencial a su propia condición antiautoritaria, niega y rechaza todo tipo de imposición doctrinaria por mínima que sea. Barrett es un pensador penetrante, radicalmente crítico que se debate en el torbellino de la “crisis de fin de siglo” y que considera el anarquismo como la punta de lanza de la corriente general revolucionaria que conmovía su tiempo.

La rabiosa vigencia del pensamiento de Barrett ha sido destacada por Roa Bastos que resalta el carácter “precursor” de su obra y más recientemente por Santiago Alba Rico en una frase rotunda: “la actualidad de Barrett es la actualidad del mal que combatió”. Barrett, por ejemplo, pone en entredicho la idea de Progreso con reflexiones que se adelantan claramente
a su época y que resultan de una notable modernidad. Y asume también sin reservas las tensiones implícitas en el anarquismo de su tiempo. El tema de la violencia es uno de los puntos en los que Barrett vive de forma dramática esas tensiones: “La violencia homicida del anarquista es mala, es un espasmo inútil; mas el espíritu que lo engendra es un rayo valeroso de
verdad” -escribe; “…y seguirá en nosotros el vago remordimiento de lo irremediable”.

Repudia Barrett los enfrentamientos entre anarquistas y socialistas que empezaron a producirse tras el Congreso de La Haya, convencido de sólo favorecerían al capitalismo y advierte que “el antagonismo entre socialistas y anarquistas
es la última carta de la burguesía”. Con ese criterio, Barrett expresa una opinión en general positiva hacia el socialismo y el marxismo, pero siempre desde una posición anarquista explícita y notoria: “El anarquismo, extrema izquierda del alud emancipador, representa el genio social moderno en su actitud de suma rebeldía”- escribe.

Se asombra Morán de que Barrett no tenga un lugar en la literatura española. Y la razón es bien simple: donde se le incluye sistemáticamente es en la literatura paraguaya. Nació Rafael Barrett en 1876 en Torrelavega (Cantabria), hijo de padre inglés y madre española, pero fue en Paraguay donde se instaló, donde forjó el compromiso social que le llevó al anarquismo, donde se implicó vitalmente hasta el punto de
afirmar que Paraguay era “el único país mío, que amo entrañablemente” y donde produjo la mayor parte de su obra literaria. Resulta, por tanto, absolutamente lógico que siempre haya sido considerado un escritor paraguayo; y no puede sorprender que no figure en la literatura española quien nada literario escribió en España. Morán confiesa en las primeras páginas (p.16) no saber nada del Paraguay. Y tal vez sea por eso que el libro está plagado de errores en cantidades
tales que sobrepasan de lejos los límites mínimos del rigor:

- Asegura que el mitin del 1 de mayo de 1908 es “muestra evidente del nacimiento del movimiento obrero paraguayo” (p. 161). Será que el movimiento obrero paraguayo nació con quince
años de edad por lo menos, porque entre 1892 y 1893 se habían organizado ya los gremios de carpinteros, sastres, panaderos, albañiles, hojalateros, peones del ferrocarril, etc., se habían realizado varias huelgas e incluso se había publicado el “Manifiesto anarquista” en el diario “La democracia”. Y dos años antes de la fecha que Morán anuncia como su nacimiento, el movimiento obrero paraguayo era ya mayor de edad al confederarse (el 1 de mayo de 1906) los distintos gremios en la Federación Obrera Regional Paraguaya (FORP).
- Afirma que la nieta de Barrett, Soledad, murió “en combate” (p. 219) siguiendo la versión oficial de la dictadura militar; cuando está probado y documentado que fue detenida, torturada
y asesinada.
- De la notabilísima escritora hispanoparaguaya, Josefina Plá, dice que “marcha a Paraguay en 1938, de donde no saldrá hasta su fallecimiento en 1999, a los noventa años” (p. 34), lo cual es rigurosamente falso. Josefina Plá salió de Paraguay en diversas ocasiones a Estados Unidos, a España, a Brasil, a Argentina, e incluso presentó exposiciones y dictó conferencias en varios de esos países. Y además no murió a
los noventa años, sino a los noventa y cinco.
- Confunde el mitin obrero del 1 de mayo de 1908 con el golpe de estado del coronel Albino Jara, que fue el 2 de julio.
- Cita de forma equivocada los nombres de lugares y de personas, etc., etc., etc.

Enumerar tan sólo los errores más graves del libro sería tarea pesadísima e interminable, vayan
pues como botón de muestra dos de ellos, de tal calibre que merecerían con todo derecho figurar en cualquier antología del disparate:
- Barrett habla en una carta de sus colaboraciones “en las principales revistas orientales”.

Y Morán de nuevo lanza anatemas contra los anteriores comentaristas de Barrett porque “Hasta hoy nadie ha escrito una maldita línea sobre las tales revistas, ni cuáles eran ni qué sacó en ellas” (p. 219). Pues bien, tanto esas revistas como lo que Barrett publicó en ellas, todo está perfectamente
documentado en el libro “Barrett en Montevideo” de Vladimiro Muñoz (al que, por cierto, Morán trata de “biógrafo asilvestrado” y que “su cultura está en la franja que marca
la voluntad de pasar del analfabetismo a manejar conceptos que no entiende” p. 24).

Resulta realmente grotesco que Morán despotrique e insulte desde su desconocimiento de esos datos. Pero el asunto llega al más espantoso ridículo cuando nos percatamos del verdadero
origen del problema: ¡Morán ignora que por “revistas orientales” Barrett se está refiriendo a revistas del Uruguay (las documentadas por Vladimiro Muñoz)! ¡E imagina que se
trata de revistas de la China, o algo así! Y desde tan notable incultura todavía tiene la desvergüenza de tachar de “retórica mediocridad” a autores de la talla de Mario Benedetti y Daniel
Viglietti.

-Pero Morán se supera a sí mismo en pedantería cuando pretende rectificar al propio Barrett ¡sobre su propia esposa! Barrett llama a Panchita “menuda”, y en otra ocasión “estrechita”;
pero Morán le corrige, sí, sí, asegurando que era “rechoncha” y que lo de “menuda” es una “corrección autobiográfica” (p. 137). ¿Y cómo puede Morán estar tan seguro de conocer a Panchita mejor que su propio cónyuge? Pues ¡porque ha visto una foto! Y lo más divertido es que es una foto de su hermana Angelina ¡a la que Morán toma por Panchita! Parece un chiste, pero es verdad; está en el libro, basta ver el pie de la séptima foto con los nombres confundidos.

Éste es el tipo de rigor que destila todo el libro de Morán. El mismo que pretende negar el anarquismo de Barrett contra toda la evidencia y contra el propio Barrett, que resulta, así, intelectualmente manipulado y maltratado.

Los lectores interesados en conocer más acerca de la magnífica obra de Barrett y de su apasionante personalidad (y juzgar así por sí mismos) encontrarán bastante información en las páginas: http://www.ensayistas.org/filosofos/
paraguay/barrett/ donde aparece también íntegro, entre otros, el artículo “Mi anarquismo”, escrito y publicado en 1909.


Mi anarquismo

Rafael Barret

Me basta el sentido etimológico: “ausencia de gobierno”. Hay que destruir el espíritu de autoridad y el prestigio de las leyes. Eso es todo.

Será la obra del libre examen. Los ignorantes se figuran que anarquía es desorden y que sin gobierno la sociedad se convertirá siempre en el caos. No conciben otro orden que el orden exteriormente impuesto por el terror de las armas.

Pero si se fijaran en la evolución de la ciencia, por ejemplo, verían de qué modo a medida que disminuía el espíritu de autoridad, se extendieron y afianzaron nuestros conocimientos.

Cuando Galileo, dejando caer de lo alto de una torre objetos de diferente densidad, mostró que la velocidad de caída no dependía de sus masas, puesto que llegaban a la vez al suelo, los testigos de tan concluyente experiencia se negaron a aceptarla, porque no estaba de acuerdo con lo que decía Aristóteles. Aristóteles era el gobierno científico; su libro era la ley. Había otros legisladores: San Agustín, Santo Tomás de Aquino, San Anselmo. ¿Y qué ha quedado de su dominación?
El recuerdo de un estorbo. Sabemos muy bien que la verdad se funda solamente en los hechos.

Ningún sabio, por ilustre que sea, presentará hoy su autoridad como un argumento; ninguno pretenderá imponer sus ideas por el terror. El que descubre se limita a describir su experiencia,
para que todos repitan y verifiquen lo que él hizo. ¿Y esto qué es? El libre examen, base de nuestra prosperidad intelectual. La ciencia moderna es grande por ser esencialmente anárquica. ¿Y quién será el loco que la tache de desordenada y caótica?

La prosperidad social exige iguales condiciones. El anarquismo, tal como lo entiendo, se reduce al libre examen político. Hace falta curarnos del respeto a la ley. La ley no es respetable. Es el obstáculo a todo progreso real. Es una noción que es preciso abolir.

Las leyes y las constituciones que por la violencia gobiernan a los pueblos son falsas. No son hijas del estudio y del común asenso de los hombres. Son hijas de una minoría bárbara, que se apoderó de la fuerza bruta para satisfacer su codicia y su crueldad.

Tal vez los fenómenos sociales obedezcan a leyes profundas. Nuestra sociología está aún en la infancia, y no las conoce. Es indudable que nos conviene investigarlas, y que si logramos esclarecerlas nos serán inmensamente útiles. Pero aunque las poseyéramos, jamás las erigiríamos en Código ni en sistema de gobierno. ¿Para qué? Si en efecto son leyes naturales, se cumplirán por sí solas, queramos o no. Los astrónomos no ordenan a los astros. Nuestro único papel será el de testigos.

Es evidente que las leyes escritas no se parecen, ni por el forro, a las leyes naturales. ¡Valiente majestad la de esos pergaminos viejos que cualquier revolución quema en la plaza pública aventando las cenizas para siempre! Una ley que necesita del gendarme usurpa el nombre de ley. No es tal ley: es una mentira odiosa.

¡Y qué gendarmes! Para comprender hasta qué punto son nuestras leyes contrarias a la índole de las cosas, al genio de la humanidad, es suficiente contemplar los armamentos colosales,
mayores y mayores cada día, la mole de fuerza bruta que los gobiernos amontonan para poder existir, para poder aguantar algunos minutos más el empuje invisible de las almas.

Las nueve décimas partes de la población terrestre, gracias a las leyes escritas, están degeneradas por la miseria. No hay que echar mano de mucha sociología, cuando se piensa en las
maravillosas aptitudes asimiladoras y creadoras de los niños de las razas más inferiores, para apreciar la monstruosa locura de ese derroche de energía humana. ¡La ley patea los vientres de las madres!

Estamos dentro de la ley como el pie chino dentro del borceguí, corno el baobab dentro del tiesto japonés. ¡Somos enanos voluntarios! ¡Y se teme el caos si nos desembarazamos del borceguí, si rompemos el tiesto y nos plantamos en plena tierra, con la inmensidad por delante! ¿Qué importan las formas futuras? La realidad las revelará. Estemos ciertos de que serán bellas y nobles, como las del árbol libre.

Que nuestro ideal sea el más alto. No seamos prácticos. No intentemos mejorar la ley, sustituir un borceguí por otro. Cuanto más inaccesible aparezca el ideal, tanto mejor. Las estrellas guían al navegante. Apuntemos enseguida al lejano
término. Así señalaremos el camino más corto. Y antes venceremos.

¿Qué hacer? Educarnos y educar. Todo se resume en el libre examen. ¡Que nuestros niños examinen la ley y la desprecien!

[Publicado en La Rebelión, Asunción, el 15 de marzo de 1909. Recogido en Obras Completas, RP-ICI, Asunción, vol. II, p. 132.).


La saga de los inquisidores de Barrett

Euclides PERDOMO

¿Qué es un arión?: en Malacología, un género de gasterópodos; en Mitología, un caballo anfibio con doble personalidad y también el poeta que inventó el ditirambo. En la Historia de España, una dinastía ducal especialmente innoble que alcanzó la cumbre de la mugre en 1902, cuando su octava reencarnación buscó la ruina de Rafael Barrett.

En efecto y como es sabido, el 24.abril.1902, en plena función del Circo Parish, Barrett se vio obligado a apalear al octavo duque de Arión (en adelante, Arioncito). Éste pijo chismorreaba que Barrett era homosexual y, por tanto, indigno
de batirse en duelo con ningún aristócrata. Para denunciar la calumnia, Barrett se hizo examinar por seis médicos pero de nada le sirvieron los informes forenses: pese a ser un Álvarez de Toledo (casas de Alba y de Medina Sidonia), siguió
siendo in-noble y ningún entorchado petimetre recogió su guante. Ahí comenzaron su desclasamiento y su marginación. Un año después, Barrett se exilia en las Américas. Siete años después moriría sin volver a pisar el corral patrio. Por su parte, hasta mediados del siglo XX, Arioncito continuó impunemente las trapacerías que caracterizaron a la casa de Arión a través de los siglos.

Esta dinastía fue inaugurada por Baltasar de Zúñiga y Guzmán, virrey de México (1716-1722), colonia donde “ordenó que enseñen a los indios agricultura” –léase, les obligó a cambiar de cultivos- y “civilizó a los indios de Nayarit” –léase, los masacró-. En lugar de ocuparse de las epidemias de viruela, tabardillo (tifus) y paludismo que asolaban México, se empeñó en construir conventos. El joven Nicolás J. Camacho intentó
acuchillarle pero fue detenido a (des)tiempo.

Vistos los comienzos, es evidente que los finales no podían ser de otra manera a como los entendió Arioncito, por nombre Joaquín Fernández de Córdoba y Osma (1870-1957), exhibidor
de una larga sarta de títulos, entre ellos el de duque de Cánovas del Castillo (¡viva Michele Angiolillo!) y senador “por derecho propio” (1905-1907). Desde su puesto de cacique perpetuo de media Extremadura, conspiró contra la República hasta el extremo de prestar su palacio en Plasencia para que sirviera de cárcel de exterminio. En este siniestro lugar fue torturado el alcalde republicano Julio Durán -fusilado en 1937; sus restos, vertidos en un regato, no aparecieron hasta 1982-.

Por lo tanto, si alguna vez visitan Plasencia y se encuentran con el llamado Museo de Caza del Duque de Arión –o Palacio del marqués de Mirabel, otro de sus títulos-, recuerden que es
un lugar maldito. Podrán apreciar a Arioncito en algunas fotos en color que recogen sus hazañas venatorias pues se vanagloriaba de haber abatido más de mil piezas de caza mayor, muchas de ellas en compañía de Franco quien le nombró su Montero Mayor. Incluso se encontrarán con Arioncito reconvertido de franquista en ecologista gracias a que transformó su finca Valero (en Serradilla, cerca de Plasencia)
en un “coto conservacionista” –a costa de matar de hambre y humillaciones a toda la comarca-.

Cosas veredes: los conservadores políticos transmutados en padres del conservacionismo biológico, curiosa invención a la que ayudó el exquisito hablador Ortega y Gasset desde su
ocaso como prologuista de los libros decrépitos –perdón, cinegéticos- que firmaban los amigos de Arioncito.

Barrett murió a los 34 años en la absoluta pobreza material. Arioncito, a los 87 en la absoluta miseria espiritual. ¿Y sus respectivos descendientes? Soledad Barrett Viedma, nieta de
Barrett, fue torturada y asesinada en 1973 por los militares brasileños; tenía 28 años. Por su parte, ¿qué suerte han corrido los nietos de Arioncito?

Pues muy distinta. El heredero de Arioncito como noveno duque es, precisamente, su nieto Gonzalo Fernández de Córdoba y Larios (Málaga, 1934). A su vez, será heredado por sus tres hijos (Marina, nacida en 1960; Joaquín, n. 1961 y Fernando, n. 1963). Además de sus latifundios de siempre, esta familia feliz posee sustanciosas empresas agrarias, entre ellas la
Agropecuaria Los Jarales [otrora con la cuenta 43108CR gestionada por el escandaloso trapisondista Manuel de la Concha] y la Agrícola Conservera de Malpica (Acomsa), miembro de Asaja, explotadora de temporeros y mayorista en tomate y maíz dulce, cuyas marcas comerciales son Castillo de Malpica e Il Duca –el desagravio de Barrett exige su boicot-.

Para la Historia Oficial, Barrett es un desconocido casi decimonónico mientras que Arioncito es un Prócer moderno, precursor del ecologismo y de empresas de tecnología punta.
Sin embargo, los indios mexicanos, los temporeros y los otros nietos de Barrett, sabemos que la Otra Historia es la verdadera, la posible y la necesaria.


Ver el debate en los foros de Alasbarricadas.org sobre la figura de Rafael Barret en la que participó Francisco Corral.

Comentarios

¡Qué genial escritor! Me ha entusiasmado cómo escribía este hombre en 1909. ¡qué fuerza y qué amplitud de ideas!
Y el tal Morán ya tiene delito para decir que no era anarquista. Los hay que por llamar la atención y decir algo nuevo son capaces de negar que Marx fuera marxista.

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