POR UNA DEMOCRACIA SUSTANCIAL

 Estos días las plazas de nuestras ciudades han sido ocupadas por la juventud. Reclaman “democracia real”, reivindican otra sociedad. La dictadura feroz y autista de los mercados ha sido puesta en cuestión por la movilización masiva y asamblearia de un pueblo entero que, ahíto de tanta mansedumbre, al fin ha decidido hacerse dueño de su propio destino.

 
            Este movimiento, y las gentes que nos hemos sumado a sus actividades con mayor o menor decisión, reclaman un profundo desarrollo de la fundamentación democrática de la sociedad española. Más allá del bipartidismo juancarlista, del ordeno y mando de unos mercados financieros internacionales a quienes nadie ha elegido, se impone un auténtico proceso constituyente que delimite la arquitectura de una sociedad muy otra, donde la ciudadanía pueda expresar con plena libertad sus ideas e inquietudes, y hacerlas realidad.
 
            Superando el cerco mediático y el forzado “consenso” que, inaugurado en la transición, ha impedido durante décadas el pleno ejercicio de los derechos democráticos por parte de los ciudadanos, la toma de decisiones participativa y asamblearia ha demostrado ser un excelente cimiento común.
 
            Pero algo más ha de ser tenido en cuenta: la nueva democracia real no funcionará ni se volverá posible sin una base social suficientemente extensa. Y esto nos empuja a encarar el problema de lo social y de lo laboral: no hay democracia si esta se detiene a las puertas de los centros de trabajo, si hay una enorme disparidad entre las posibilidades económicas de los distintos sectores productivos, que empuja a los “perdedores del mercado” a la miseria, la precariedad o el abandono. Sin resolver la “cuestión social”, sin un contenido claro al respecto, la democracia política no será más que un frágil juego de espejos, siempre en la cuerda floja.
 
            Hemos de reclamar, por tanto, el fin de la dictadura neoliberal y del saqueo efectuado por la oligarquía financiera con la misma fuerza e ímpetu con que se reclaman otras cosas: la llamada deuda externa (y, sobre todo, la privada de las entidades financieras) debe ser sometida a una auditoría rigurosa que imponga una quita sustancial o, simplemente, repudiada; las privatizaciones deben detenerse y revertirse; la banca debe de ser sometida a un control público exhaustivo o nacionalizada. Incluso debemos ir más allá, si de verdad buscamos y defendemos una democracia sustancial: la cogestión, la recuperación de empresas por los propios trabajadores, el cooperativismo, el emprendimiento autogestionario y la economía social deben ser decididamente apoyados por las nuevas fuerzas democráticas.
 
            Sin una recomposición económica de la sociedad que detenga el vértigo flexibilizador y desregulador del neoliberalismo, tanto en el plano económico como en el laboral, cualquier derecho democrático que se pretenda defender será nulificado y laminado por los amos del dinero y sus capataces.
 
            Por tanto, toda la arquitectura antisocial de las ETTs, las agencias de rating, la contratación temporal y precaria, el despido libre subvencionado y demás inventos que sólo favorecen a las grandes empresas transnacionales que únicamente quieren trabajo barato y servicial, ha de ser totalmente abandonada; y la participación de los trabajadores en la vida laboral ha de pasar a formar parte del contenido de nuestros reclamos.
 
            Y ello, mucho más allá de los “patriotismos de organización” y los resquemores y mezquindades de ciertos sectores de la izquierda que han sido incapaces de entender que, cuando la gente se levanta, sobran todos los catecismos.
 
            Si queremos construir una nueva sociedad, una democracia sustancial, hemos de buscar las raíces del árbol de la desigualdad y arrancarlas con decisión. Es la hora de la gente, de quienes estudian, trabajan y sueñan (tengan o no lo que llaman un “empleo”), de quienes deben decidir.
 
            Es la hora de que el pueblo tome la palabra.
 
 
                        José Luis Carretero Miramar.
 

Comentarios

Supongamos que se conserva el actual sistema parlamentario, pero se prescinde de la clase política. Que los presupuestos generales del Estado, y las leyes relativas a impuestos, trabajo, educación, sanidad, pensiones, etc., son propuestos y votados por TODA la sociedad, y no por esa minoría bienpagá de profesionales de la representación (al servicio del crimen organizado).
¿Cómo evolucionaría, entonces, la pirámide de rentas? ¿Y la sociedad?

Conclusión: Es evidente que para conseguir una “democracia sustancial” es imprescindible haber conquistado, previamente, una democracia directa. Ahí está la lucha del siglo XXI.

Saludos.

PD: ¡ Ánimo a todas las asambleas populares !

 

El problema es que el asunto no puede ir más allá sin paralizar la producción. No se puede hacer una revolución en los ratos libres. La gente joven que está en las acampadas todo el día se verá sola tarde o temprano si los demás sólo podemos ir, haciendo un sobre-esfuerzo, al salir del trabajo. Y para paralizar la producción hace falta asumir reivindicaciones laborales-sociales de ese ente llamado "clase obrera" (que hay quien dice que no existe). Tanto en Túnez como en Egipto, junto alas plazas estaban las huelgas, y en todas las revoluciones históricas también, Aunque eso, claro, asusta a la clase media... (esa es la gran contradicción de todas las revoluciones!!)

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