¿Autodeterminación o derecho de autodeterminación?

Anarquismo e Independentismo vs. Nacionalismo. ¿Cómo afronta el Anarquismo la existencia de "naciones" y "movimientos de liberación nacional"?
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Zirriparra
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¿Autodeterminación o derecho de autodeterminación?

Mensaje por Zirriparra » 06 Dic 2005, 20:33

Publico este texto de interés, que la distribuidora DDT ha digitalizado y colgado en su web. http://www.ddtliki.com/pub/ddt/ddt/desc ... rkarlo.pdf
Lo iré poniendo a pedazos, poco a poco.

¿Autodeterminación o derecho de autodeterminación?

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Muchos se han imaginado repúblicas
y principados que nunca se han visto
ni se ha sabido que existieran realmente;
porque hay tanta diferencia de cómo se debe vivir
que quien deja lo que se hace por lo que se deberia hacer
aprende más bien su ruina que su salvación.

Machiavelli

1 LUCHA CULTURAL.
2 COYUNTURA.
3 AUTODETERMINACIÓN.
3.1 Autodeterminación como ideología.
3.2 Autodeterminación como teoría.
3.3 Autodeterminación como práctica.
3.4 La trampa del DAD.
3.5 Autodeterminación y régimen parlamentario.
3.6 Autodeterminación y derecho.
3.6.1 Normalización: dominio de la ética del derecho.
3.7 Politización.
3.7.1 Autodeterminación y partidos.
3.7.2 Autodeterminación y ONGs.
3.7.3 La paradoja.
3.8 Autoafirmación.
3.9 Autodefinición.
3.10 Autodelimitación.
3.11 Autodisposición.
4 AUTODETERMINACIÓN ES PODER.
5 PODER POPULAR: AUTODETERMINACIÓN, INSUMISIÓN,
DESOBEDIENCIA CIVIL.

1º edición: 1995, bajo el título “Crítica del derecho
de autodeterminación” (Cuaderno Dantzaki Nº2)
2º edición revisada: verano 1999,
3ª edición octubre de 2002. Karlo Ravelli.

Sin “copyright” ni normas por el estilo.
Se sugieren citas coherentes.

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Zirriparra
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Mensaje por Zirriparra » 06 Dic 2005, 20:45

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1.LUCHA CULTURAL.

Detrás de las batallas de los conceptos y de los términos, que tienen una significación social importante -como en estos tiempos al hablar de autodeterminación, o de proceso constituyente- siempre existen factores y movimientos culturales populares. Estas batallas semánticas son un reflejo de cambios sociales reales, que se expresan culturalmente y políticamente, yque en definitiva encierran nuevas relaciones de poder y nuevas percepciones de los valores en una sociedad.
Por esta razón, necesitamos que la enorme potencialidad del independentismo se plasme más abierta y explícitmente en el contexto cultural.
Con mucho mayor vigor e incisividad de lo que aparece actualmente.
Como en sus comienzos -cuando el movimiento de liberación era el crisol de la dinamización cultural y lingüística- se tendría que reflejar mucho más nuestra dialéctica independentista, profundamente enriquecedora del desarrollo cultural, con sus incidencias y respuestas en la batalla del lenguaje y de los conceptos, en todas sus facetas.

La lengua, las lenguas, los lenguajes de todo tipo, con todas las contradicciones que se manifiestan en estos tiempos -como este escrito hecho en Euskal Herria todavía hoy en castellano, un idioma impuesto con las armas, el dinero y las instituciones autocráticas- son una expresión muy importantes de los procesos de autodeterminación.

En este texto, conjuntamente a la incidencia teórica de las aportaciones - y por lo tanto praxística y política- intentaremos justamente extendernos también en el terreno del lenguaje. Hablamos de desarrollo cultural por una razón muy simple: en la desalienación, autodeterminación y construcción social de un pueblo la dialéctica cultural es elemento fundamental, si no principal.

Si en un movimiento popular tan amplio como el nuestro, el desarrollo cultural no acompaña de una forma muy explícita y activa los demás fenómenos de lucha, y si la cultura insumisa no logra hegemonizar, o por lo menos condicionar, los procesos culturales generales, no podemos hablar de una autodeterminación radical y efectiva, suficientemente potente como para sostener un proceso de independencia general e irreversiblemente consolidado.

Por ésto también el uso acrítico del lenguaje es el reflejo más claro de la debilidad de un proceso crítico-social, y de su sumisión a determinados valores y poderes.

Mientras que una intervención explícita en el desarrollo del lenguaje político, tan fuerte como para descubrir contradicciones en las formas y en los contenidos, es su mejor garantía. Estamos hablando, naturalmente, de los términos de autodeterminación, democracia, reconstrucción nacional, proceso constituyente, normalización, poder, poder popular, alternativa democrática, derecho, poder local...

2. COYUNTURA.

Desde las entrañas de este movimiento social que han definido a veces como la insurgencia más crítica y radical de una Europa pluricultural, estamos percibiendo que nos acercamos irremediablemente -y contradictoriamente- a unas nuevas bases teóricas para una política de estado (1). Por otro lado, mientras que la izquierda abertzale desarrolla poco a poco el debate sobre la autodeterminación y la reconstrucción política nacional (2), en el campo de los politólogos sumisos a los poderes opresores se percibe una cada vez mayor conciencia de la necesidad de una determinada negociación para salvar España (3).

Es evidente que términos como “pacificación” y “normalización”, tal como analizaremos más adelante, se refieren al restablecimiento del equilibrio (de poder), es decir la “paz”, necesaria para seguir adelante en el proceso de formación y desarrollo del estado “uno” ibérico (nos centramos en este estado, siendo todavía el líder de la opresión nacional vasca). Estado “uno” aunque sea “uno federal”...
Para evitar la formación de un estado de independencia vasca, y de los demás pueblos sometidos.

Por lo tanto, cuando se habla de negociación, los que utilizan tal concepto desde la sumisión al poder dominante, no se refieren a una negociación política entre dos autodeterminaciones o dos poderes, el poder conjunto del estado español y francés y el poder opuesto del pueblo vasco.
A lo que están pensando es a una negociación que reintegre la insurgencia y punto, aunque ésto pueda pasar, según algunos, por la federación, o por un referéndum sobre la autodeterminación en el marco constitucional español en el Sur, o por cualquier otra cosa que no sea el reconocimiento de un recíproco proceso de independencia.

Posiblemente estamos entrando en una fase muy crítica, que sólo tiene pálidos reflejos con las negociaciones en el Norte de Irlanda, si consideramos lo que está en juego en Euskal Herria: el posible proyecto de construcción de una nación democrática, dando a este término un valor muy diferente al de “régimen parlamentario” y de “estado de derecho”, como veremos más adelante.

Por estas razones, si no nos situamos en esta fase sin tener muy claro lo que encierran conceptos como “democracia” y “autodeterminación” (como desgraciadamente resulta de muchos discursos de representantes políticos abertzales y nacionalistas vascos) será muy fácil que se venda gato por liebre a sectores importantes del pueblo, sobre cuyas espaldas recae y recaerá en determinados momentos la responsabilidad ‘cívica’ general del proceso. Por ejemplo a través de un referéndum, o de movimientos y propuestas institucionales de signo parecido.

En pocas palabras, entramos en una coyuntura muy delicada, disponiendo de armas teóricastodavía insuficientes, de armas políticas parcialmente subdesarrolladas, como las alianzas de clases sociales o la unidad popular, y de herramientas democráticas sociales y popularestodavía débiles.

A pesar de que esa situación fue recuperada (y probablemente también generada) en términos de alternancia parlamentaria y de consolidación del bipartidismo español, ofreció una muestra muy importante de como la intelighenzia española percibe la cuestión del estado.

***
(1) Uno de los aspectos de la batalla del lenguaje, es la insumisión a normas como las que obligan a escribir en mayúscula la primera letra de determinados términos como policía, ministerio de interior, escuela pública, su santidad el obispo de Roma,etc. El estado es una cosa o un fenómeno como un huracán, o el poder... y por lo tanto se escribe con letra minúscula. También el estado francés, o el lituano, no merecen el mismo tratamiento de nombres propios como Kossovo, Irunea o ENAM. Será cuestión de gustos, si no es un asunto de lucha cultural.
(2) Tenemos que aclarar que, como aparecerá bastante a menudo en las páginas siguientes, el uso del término ‘estado vasco’ no significa que identificamos la independencia con la formación de una institución estatal tradicional. Por otro lado, planteando el concepto de estado vasco (o navarro), nos referimos aquí a una fase y a un aspecto político de la formación nacional, sin entrar en las contradicciones de una forma institucional que, en general, ha asumido el papel determinante en las negaciones de la libertad y de antagónico radical del poder popular. En este sentido se podría anotar que “el Estado como forma exclusiva de dominación al servicio de unos intereses ha entrado en crisis, y de ahora en adelante, toda crisis tendrá el efecto de acelerar el proceso globalizador de la economía” mundial. (Ekintza zuzena 25.zkia).
(3) Véase, entre los muchos que se podrían elegir, el ejemplo muy esclarecedor del artículo de Fernando Reinlein en ‘Diario 16’ del 95.6.16 (antes del climax-GAL de julio del mismo año) sobre la necesidad de una ley de ‘punto final’ para GAL y ETA para ‘pacificar’ Euskadi, invocando una ‘verdadera política de estado’ para evitar el sálvese quien pueda, y que entonces parecía acercarse como consecuencia de la serie de escándalos de estado.

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Zirriparra
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Mensaje por Zirriparra » 07 Dic 2005, 18:08

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3. AUTODETERMINACIÓN

La bajada de tensión y de creación teórica que se ha manifestado en Euskal Herria a partir de los finales de los años ´70, después de la turbulenta y muy fértil década anterior -un fenómeno que corresponde a una situación mundial de contraofensiva capitalista y, en Hegoalde, a la instauración del sistema parlamentario español- ha producido la inevitable emergencia del papel condicionante de las ideologías, con todos los peligros que ésto conlleva para los movimientos sociales.
Uno de los carices más significativos de este proceso, es el florecer de la ideología de la autodeterminación, con todas sus consecuencia positivas y negativas.
Nos interesa sobre todo ofrecer una aportación crítica, radical, y por esto nos ocuparemos de las consecuencias negativas, intentando al mismo tiempo resituar la cuestión en un marco teórico lo más claro posible.
Para centrarnos, conviene analizar esquemáticamente la cuestión según
estas tres facetas:

- la autodeterminación como ideología.
- la autodeterminación como teoría.
- la autodeterminación como práctica.

3.1. Autodeterminación como ideología.

Para no aburrir al lector, diremos que la ideología nace y se funda en la experiencia o vivencia social del individuo, generalmente sin una reflexión crítica o un análisis profundizado, y se fija intelectualmente con unos cuantos conceptos bastante abstractos, genéricos y muchas veces irracionales.
En general, las ideologías son la base del discurso de los partidos, tal como unos trajes muy sofisticados, diferentes y originales en cada caso, pero que cubren intereses y prácticas en realidad muy parecidas. Y que se olvidan enseguida al momento de las reparticiones de poder en el marco parlamentario, después de los periódicos rituales electorales.
La autodeterminación ideológica es una idea, o un conjunto de ideas sobre algo llamado ‘autodeterminación’ no muy bien definido, pero que se percibe o se siente bastante “lógico”, necesario e importante.

3.2. Autodeterminación como teoría.

Es lo que pretendemos hacer ahora: un discurso crítico, relacionado muy directamente con la práctica, intentando dar una correcta significación a los términos y siguiendo una lógica, es decir una dialéctica de pensamiento, de análisis. Una teoría puede ser viable sólo en la medida en que mantiene una relación estrecha con la práctica. En nuestro caso, si es apta para comprender y potenciar el proceso constituyente. Sin esta relación con la práctica social, la teoría se esteriliza, se puede transformar muy fácilmente y en breve plazo en otra ideología, en una construcción de ideas abstractas y a menudo indefinidas o indefinibles prácticamente, fácil de usar y tirar.

3.3. Autodeterminación como práctica.

Es el aspecto concreto, material de la autodeterminación (y empezamos así haciendo teoría...) más allá de ideologías y teorías. Si no hay autodeterminación práctica, por mucho que se afirme la ideología de la autodeterminación, que se proclame políticamente (“proponemos el reconocimiento del derecho de autodeterminación bla, bla...”) o que se teorice y se reivindique, no existe la autodeterminación como tal.
Sin embargo, tampoco es posible una autodeterminación sólo práctica, sin una formulación teórica. La autodeterminación logra imponerse si es una praxis (es decir una dialéctica entre práctica y teoría), si es un proceso material, consciente, expresado racionalmente en todas las facetas de las contradicciones sociales y, naturalmente, en el lenguaje.
Cuando la autodeterminación se plasma directamente en un proceso constituyente, mantiene su carga crítica y creativa sólo en la medida en que, a lo largo de este proceso, persiste el debate teórico, la reflexión y la conciencia plena de todos los aspectos en juego: sociales, económicos, culturales, políticos...

3.4. La trampa del DAD.

Como fruto privilegiado de esa ideologización que citábamos antes, ha nacido una mística del sacrosanto “Derecho de Autodeterminación”, que se ha ido infiltrando en muchos marcos de la lucha independentista, con los peligros que intentaremos poner en evidencia.
En este caso, lo que tenemos que tratar en primer lugar es la traslación del fenómeno de la autodeterminación hacía el recinto esterilizador del derecho o, mejor dicho, del derecho positivo, del derecho del régimen parlamentario.
En segundo lugar, tendremos que observar con lupa la falsa politización de la autodeterminación como derecho, es decir su alienación, su substitución al proceso concreto, material y social de autodeterminación de un pueblo.
En tercer lugar, nos fijaremos en algunos aspectos secundarios, derivados de los dos primeros, para acercarnos un poco más a una praxis radical de autodeterminación.

3.5. Autodeterminación y régimen parlamentario.

Es un axioma de perogrullo afirmar que la cultura está íntimamente imbricada con los procesos de poder, aunque no siempre es fácil descubrir los fenómenos a veces sutiles con los que se articula esta imbricación. Uno de los más singulares, que hemos llamado ‘leificación’ en otros trabajos, consiste en la asunción de las normas vigentes, de las leyes emanadas de las relaciones dominantes de poder, como si fueran normas y leyes universales, naturales y objetivas.
Es decir: se acepta y se asume la medida ética (e ideológica y teórica) que está a la base del derecho positivo, de las leyes y de las normas establecidas, tomando como verdaderos valores los que se ponen más o menos en evidencia y se imponen directamente por medio de este derecho.
Esto no pasa sólo en casos tan conocidos de leyes que asumen imperativos tales como el valor de cambio de las mercancías, que se superpone a su valor de uso natural, o el valor patriarcal de la paternidad que deforma el valor de la sexualidad y reproducción natural, o el de la propiedad privada por encima de la propiedad de uso, natural y colectiva, y otros infinitos valores inducidos por unas determinadas relaciones de poder en un determinado sistema productivo, sino que se extiende hacía todos los demás conceptos fundamentales de la vida política y social.
Esto concierne directamente la idea y el término de a u t o d e t e r m i n a c i ó n que, a pesar de ser usado constantemente por sujetos y formaciones radicales o críticas (“de izquierda”, como se suele decir), padece en muchos casos de este vicio de leificación.
Por desgracia, también en el independentismo vasco se cae en continuidad en esta trampa refinada cuanto peligrosa, muy enquistada a nivel cultural y en el lenguaje, y que delata una situación de sumisión a la ética, a los principios y a las normas antidemocráticas del régimen parlamentario y del capitalismo.
Tanto es así que, para muchos, la autodeterminación es sólo un fenómeno de autolegitimación que se cierra con una legalización, con el “reconocimiento de un derecho”, el derecho de autodeterminación, cuando, al contrario, la autodeterminación sólo es real, existe realmente, si es un proceso material e inmaterial de desalineación, de reapropiación de sí mismos, de autoafirmación, de autodefinición, de autodelimitación y autodisposición (4).
Resulta a toda vista evidente que esta leificación del concepto de autodeterminación reduce enormemente su potencial político y social, recuperando su carga creativa y eversiva a favor de la misma reproducción del régimen parlamentario.

¡Muy flaco favor a la construcción de una Euskal Herria democrática y realmente libre e independiente!

Lo que queremos poner en evidencia con este texto -lo que parece a primera vista una paradoja- es el peligro encerrado en la consigna del RECONOCIMIENTO DEL DERECHO DE AUTODETERMINACION, cuando no se enmarca claramente en una línea política articulada y fundada sobre procesos reales y contundentes de autodeterminación popular.
No tenemos que olvidar que hasta partidos de solapado carácter nacionalista español, como IU, están “a favor del reconocimiento del DAD”. ¿Nos hemos parado a pensar cual es la razón de fondo de este ‘apoyo’ extraño?.

3.6. Autodeterminación y derecho.

Se ha planteado en una anterior ocasión la relación que existe entre un desarrollo democrático de la sociedad y la contradicción que une y enfrenta al mismo tiempo el derecho y el poder, llamada por ésto ‘contradicción democrática (5).
Efectivamente, en primer lugar hay que reconocer que se puede hablar de democracia sólo en el caso de colectividades que asumen una renovación continua y transparente de las relaciones de poder, popular por supuesto.
La democracia no puede ser concebida como un estado de cosas definitivo, sino como un proceso. No puede ser un régimen inmutable y codificado, por medio de un derecho llamado “positivo”, que a su vez se eleva a los niveles de una especie de mística social.
Cualquier sociedad evoluciona en continuidad y necesita de una actividad sociodinámica, de movimiento y debate cívico permanente, y naturalmente de poder popular constituyente y constituido, para lograr y mantener niveles cada ves más desarrollados de democracia.


Si el régimen parlamentario es el paradigma más perverso de la ausencia de democracia, lo es justamente también en virtud de su presunción democrática, por la subsunción totalizante que hace o pretende hacer del concepto de democracia, cuando en realidad es la negación más sofisticada y oculta del poder popular, de la democracia entendida en su sentido más lógico y natural.

El régimen parlamentario, gracias al ingenioso artificio del derecho positivo, contrabandea el poder autoritario y exclusivo de unas minorías más o menos fácticas bajo determinados formalismos pseudodemócraticos. Minorías asociales, de tipo oligárquico, que podemos llanamente identificar con las “fortunas” propietarias de los medios de producción - minorías, de paso, cada vez más reducidas y progresivamente cada vez más propietarias.
Por supuesto, alrededor de este régimen se ha venido construyendo todo el necesario soporte cultural, en el que incluimos el derecho positivo, para convencernos de que se trata de una situación de equilibrio optimal. Un equilibrio que respondería a la voluntad y soberanía popular, a un “contrato social” y a unos “principios democráticos objetivos” como los que conocemos.

Principios que alienan a la raíz el concepto de democracia como poder del pueblo y los correspondientes principios y ética democráticas naturales.
Ya entrando de lleno en la cuestión, tenemos que poner en evidencia algo que es contradictorio sólo en aparencia. Por ejemplo, cuando alguien afirma que el pueblo vasco necesita del “reconocimiento del derecho de autodeterminación”, no hace más que reproducir muchas veces, más o menos conscientemente, una trampa encerrada en la cultura política del régimen: se encorseta y se deforma un principio y un proceso social natural, en este caso él de autodeterminación de los individuos y de las colectividades, por medio de los ropajes y sofismas de un derecho, anteponiendo el valor del derecho al valor del poder de autodeterminación.
Es decir, anteponiendo el valor de unas normas-principios de un régimen histórico determinado a procesos naturales y reales de autoafirmación, de autodefinición, de autodelimitación y de autodisposición de los sujetos y de las colectividades.

Las consecuencias de esta traslación son muy importantes, como veremos también más adelante. Y lamentablemente muy perniciosas.
La primera de ellas es que, para que se desarrolle y se afirme una autodeterminación, se obvia la necesidad de un proceso continuo y profundo de desarrollo de la democracia, que rompa justamente el actual dominio del derecho positivo, de las normas establecidas del régimen, de la ley estática y mecánica -y de su estado garante- para conformar una sociedad abierta a la satisfacción de sus necesidades y armónicamente integrada en todo el biosistema (6).
Reducir la autodeterminación al reconocimiento del “Derecho de Autodeterminación”
(DAD) es ahogarle en sus raíces. Una autodeterminación real se manifiesta concretamente como un proceso de desarrollo del poder popular.
No de una ley. Ni necesaria y exclusivamente de una nueva Constitución de estado, como lo demuestra a diario la situación de muchos países, a pesar de representar un elemento a veces significativo en el marco de un proceso de autodeterminación.
Más en general, una autodeterminación real, material, se opone contradictoriamente y a menudo radicalmente al dominio de un derecho positivo, de por su necesidad de someterle a la ética y a los procesos de poder popular.
La contradicción democrática por excelencia, es decir la contradicción derecho-poder, se revela así fundamental a la hora de entender y desarrollar el concepto de autodeterminación en una línea política popular e independentista consecuente.

3.6.1. Normalización como dominio de la filosofía del derecho.

La utilización del término de “normalización” es un ejemplo interesante para la fenomenología del lenguaje político. A partir del trabajo crítico sobre este vocablo desde la insumisión vasca (7), se han revelado interesantes contradicciones encerradas en su utilización, tanto como para que representativos organismos “pacifistas” o “propulsores del diálogo” hayan abandonado su empleo masivo.

Sólo hace pocos meses hablar de “normalización” parecía una panacea muy conveniente para su aplicación al mal llamado “contencioso” vascoespañol.
Un término que parecía más atragantable que “pacificación”, por el evidente desprestigio de esta última palabra.
Sin embargo, algunos siguen y seguirán reproduciendo este tipo de pensamiento.
Invocando la normalización, expresan su consciente o inconsciente sumisión a las ideologías dominantes, en donde la Norma, la Ley escrita o no escrita (8) del régimen parlamentario, del estado de derecho, del poder establecido, está por encima de las contradicciones y de los procesos culturales, sociales y naturales.
Para estos normalizadores, sería un hecho positivo el restablecimiento íntegro y general de La Norma, del Derecho Oficial, de la Ley del Régimen Parlamentario -que llamarán impunemente “Democracia”- contrabandeando la idea de que la resolución de las contradicciones tiene que pasar por el aplanamiento y por la integración en la lógica del derecho dominante. O por el sometimiento a ese supuesto ‘contrato social’ - que segun ellos existiría al origen de lo que llaman ‘democracia’ - y por la conformización con un ‘consenso social’ y una no muy definida ‘soberanía popular’ que pretenden reconocer como base natural del régimen parlamentario.

Esto es comprensible, si pensamos que aquellos que admiten la etiqueta de ‘democrático’ para un régimen profundamente antidemocrático, padecen de forma aguda esa afección crónica que hemos llamado leificación.
Aunque, por supuesto, puede que reconozcan algunos límites de su ‘democraticidad’, invocando defectos, déficit o imperfecciones de esta mal denominada ‘democracia representativa’, ‘democracia formal’ u otros artilugios terminológicos mistificadores.
Hablamos también de los que se reconocen y se someten al estado de derecho como “mal necesario”.
Por ésto, entendemos la leificación como un avasallamiento a las normas y a la ley establecida de valores, instintos, pensamiento, ética, moral, actitudes, gestos y costumbres, como si el derecho positivo estuviera que situarse por encima de la libertad de pensamiento y de los procesos culturales y sociales espontáneos y naturales.
La normalización puede ser asumida como hecho positivo sólo cuando se sufre de una ideología parlamentarista muy grave, y puede ser propuesta en Euskal Herria únicamente cuando se ha perdido el norte crítico de los procesos violentos más sutiles y perniciosos que emanan del poder establecido.

Cuando se adhiere consciente o inconscientemente a los fundamentos éticos de lo que llaman algunos ‘pensamiento único’ -o ‘integración ideológica’ como se usaba decir hace pocos años- admitiendo como absolutas las leyes del poder dominante, las leyes del mercado capitalista, del ‘tener’ por encima del ‘ser’(9), del individualismo por encima de la socialización, de la autoridad por encima de la autodeterminación.
En esta visión normalizadora, otorgar o admitir “la autodeterminación” por parte del poder, sería reconocer - por medio de la ley - una voluntad autodeterminada de alguien, en este caso el Pueblo Vasco. Para lograrlo sería necesaria una presión (política) suficientemente fuerte sobre este poder, hasta que decida aceptar un nuevo estado de normalización en beneficio de su propia estabilidad.

Esto es muy distinto al logro de un propio poder, de un poder autodeterminado, suficientemente potente para que el poder hegemónico pierda el dominio o la determinación sobre el sujeto en cuestión, con independencia de las leyes y de las normas dominantes.
Es decir: un poder que corresponda al desarrollo general y autónomo de todas las potencialidades de tal sujeto social y/o individual.
La diferencia entre las dos posturas es grande y cualitativa: en el primer caso, con la normalización, se modifican y reconducen algunas formas de control del poder y de los subpoderes dominantes, en el segundo, se niega cualquier control de un poder dominante en el proceso de desarrollo de los sujetos autodeterminados.
En el primer caso, se logra a lo máximo una independencia formal, por ejemplo una nueva parcela de régimen parlamentario. En el segundo, se posibilita la independencia democrática, de poder popular, de autoorganización social, económica, cultural e institucional.

***
(4) Utilizaremos aquí estas cuatro categorías propuesta por Obieta Chalbot en el texto “El derecho humano de la autodeterminación de los pueblos”, Ed. Tecnos, 1985, Madril. Véase también más adelante, a partir del punto 3.8.
(5) Véase por ejemplo punto 1. del texto “Desarrollo de la democracia” (Symposium HB “Ezkerra Iraulka”, 1993, Getxo).
(6) Lo que los ecologistas llaman desarrollo integral o “desarrollo democrático del ecosistema” (EGA, Eguzki, 1993). No olvidemos que en este pequeño texto, donde el colectivo social Eguzki ofrece para el debate, por la primera vez en Euskal Herria, la idea de “construcción nacional”, destapa con gran acierto el tema de la recuperación popular del término “democracia”, dos ideas fundamentales de trabajo que serán asumidas en los años siguientes por la Izquierda abertzale y en parte también por el nacionalismo durante la tregua y el acuerdo Lizarra-Garazi.
(7) Utilizaremos a veces en este texto el término de ‘insumisión’ en substitución de ‘izquierda’, siguiendo una idea crítica reciente.
(8) Muchas normas relacionadas con la partitocracia, por ejemplo.
(9) ¿Tener autodeterminación o ser autodeterminado?

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Zirriparra
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Mensaje por Zirriparra » 01 Abr 2006, 12:34

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3.7. Falsa politización.

Uno de los aspectos negativos de la alienación de la autodeterminación en el DAD, es la subordinación cultural y política de las luchas de autodeterminación a las pautas internas del régimen.
Es decir que, después de haber priorizado el aspecto de “derecho” sobre el aspecto real y material de la autodeterminación, se asimila o se subordina la lucha por la autodeterminación a la lucha política (10) parlamentaria.
Esto es, el cretinismo parlamentario.
Un cretinismo que ha asumido un extraordinario status de respetabilidad en el área metropolitana del planeta, aquí dondo parécen haberse algo amortiguado las contradicciones sociales, y donde resulta que el mundo virtual creado por los mass media ha asumido el papel de referencia -y hasta de medida- de la realidad social.
Todo ésto en un planeta donde existe una horrible miseria social de masa cada vez más extendida, una degradación creciente y dramática del ecosistema, y un progresivo embrutecimiento imperialista de las relaciones internacionales.

Por consiguiente, los procesos populares de autodeterminación -y los procesos constituyentes- se enfocan y se instrumentalizan en función de lo que se considera prioritario, lo “político”, entendido de esta forma degenerada y conservadora.
Y precisamente no es éste un aspecto secundario de la lucha de formación nacional de un pueblo que padece varias formas de opresión desde hace muchos siglos.

El ejemplo más claro lo encontramos en la relación con la lucha armada, que hay que considerar un hecho de autodeterminación evidente, frente a una opresión violenta como la que sufren naciones como Euskal Herria.
Cuando se tiende a subordinar una lucha armada (en todas sus formas) a la lucha interna al régimen -la lucha parlamentarista, la lucha “política” como la llaman algunos- se hace el mayor favor posible a los poderes dominantes, que exigen que los procesos sociales se subordinen al derecho, al régimen parlamentario y a sus principios. Es decir, que los procesos sociales no sean procesos de poder, sobre todo en las ciudadelas del imperio.

Sobre este punto es interesante observar que el contenido subliminal de la expresión utilizada en la propaganda del régimen a propósito de ETA, citada a veces como “brazo armado” de los independentistas, responde también al interés de negar la autonomía política de una insurgencia armada o, más aún, su papel político central de autodeterminación, en determinadas fases históricas. Un papel no subordinado a la lógica y a la ética del régimen, de los procesos institucionales, del derecho positivo.
La misma aptitud se manifiesta a propósito de los movimientos populares, que el institucionalista verá siempre como peones de lo ‘verdaderamente político’, de lo que a su parecer es lo único eficaz para la autodeterminación.

Hablaremos más adelante de ésto, sin olvidarnos de que una concepción parecida de lo “político” se encuentra también en todas esas izquierdas residuales de lejano origen “marxista ortodoxo”, es decir en los que han hecho del marxismo una doctrina y una ideología.
Por el momento lo que nos interesa subrayar es que esta falsa politización de la autodeterminación, esta reducción al ámbito parlamentarista –aunque sea con precauciones y declaraciones aparentemente críticas, que salven formalmente la presunción de un papel popular- reduce enormemente el mismo potencial de las formaciones políticas “de izquierda” que operan en estos niveles institucionales.

3.7.1. Autodeterminación y partidos.

Nos encontramos de frente a una paradoja importante. Aquellos que asimilan la autodeterminación al reconocimiento de un determinado derecho legal, y que por lo tanto asumen el régimen parlamentario y el estado de derecho como marco principal de su intervención (a pesar, naturalmente, de reconocer ciertos “déficit” del sistema, o de admitir que sean “marcos constitucionales” no suficientemente ‘democráticos’ y otras delicatessen por el estilo) se encuentran impotentes para desarrollar o ampliar su lucha en ese terreno, enredados en la cuestión nunca resuelta de la “participación” institucional.

¿Qué es lo que les impide desempeñar un papel líder en la autodeterminación popular?
¿La contradicción que encierra la autodeterminación como ideología?
¿La variable incontrolable de algún tipo de lucha popular radical?
¿La insumisión social espontánea e imprevisible?

La paradoja, además, se manifiesta dolorosamente en ciertos debates, en los que a veces se encuentra con muchas dificultades un compromiso entre lo que tendría ser el papel de una formación política radical, actuante en las entrañas del régimen (parlamento, elecciones, etc), y su función como síntesis y representación de lo político de un proceso de autodeterminación.
Un compromiso más aún difícil de asumir, en el caso de ONGs y de movimientos sociales como Elkarri, o de muchos “pacifistas” y “antimilitaristas” y hasta sindicalistas, que teorizan sutilmente o descaradamente la normalización desde la presunción de la misma barricada ideológica de la autodeterminación nacional.
Para desenredarse en este berenjenal teórico y político, tenemos que dar algunos pasos más.
Empezaremos justamente con un ejemplo curioso, a través de un rápido examen de las bases teóricas del organismo Elkarri, que ha representado una de las facetas más sofisticadas, y alguna vez activa, del amplio y variado abanico “pro-autodeterminación”.

3.7.2. Autodeterminación y ONGs.

A pesar de las apariencias, de los símbolos y del lenguaje que genera el sistema, el régimen parlamentario no es el nivel real en donde se forma y se organiza la sociedad, como el marxismo y el libertarismo han logrado poner muy bien en evidencia desde hace mucho tiempo. Ni en el Centro, ni en la Periferia del “Nuevo Orden Mundial”.

La real producción de relaciones sociales, de riqueza, de valores y de símbolos se desarrolla en otros ámbitos, esencialmente en el instintivo y económico (productivo, laboral, de mercado/consumo, de comunicación y cultura), mientras que el régimen de gobierno viste y da forma a este muchas veces contradictorio y violento substrato de base, apoyándose en el deterrente armado (el “monopolio de la violencia organizada”), y en un control judicial, mediático e institucional-administrativo de las continuas tensiones dialécticas entre todos estos factores.
Entonces: las relaciones de poder, elemento esencial de todos los procesos sociales, económicos, culturales, sexuales y ambientales, se forman y se desarrollan a partir o en relación con el ámbito productivo y reproductivo social. Mientras que el régimen institucional y mediático tienen la función imprescindible de trasladarlas y encauzarlas fuera del marco del enfrentamiento concreto, material, social, creando las condiciones para el mantenimiento y la reproducción del sistema de valores y poder existente.

No tenemos nunca que perder de vista este hecho fundamental: las relaciones de poder del régimen parlamentario (como la aparente dialéctica entre ‘poderes’ legislativo, judicial y ejecutivo), forman un subsistema de poder y son como mucho un reflejo de las anteriores.
Por ésto necesitan de la imposición imperativa del derecho positivo, un derecho conforme a las exigencias de reproducción de las bases de este subpoder y del poder dominante en general: la apropiación y acumulación privada de la plusvalía, el valor de cambio, las leyes del mercado del trabajo, el control mercantil del tiempo social e individual, del tiempo de trabajo, de reproducción y de “ocio”, la familia nuclear/patriarcal, la educación estatal planificada y obligatoria, etc.

Por lo tanto, los que piensan que las mayores contradicciones de la sociedad se manifiestan a nivel de enfrentamientos políticos parlamentarios, olvidan que en su origen existen otras mucho más importantes y profundas: por ejemplo las contradicciones de la propiedad de los bienes de producción, del ecosistema, del trabajo y de sus productos, o todas las demás contradicciones en donde domina, comunica, informa y crea cultura... una exi- gua minoría que goza del bienestar y del poder.
Elkarri, como otros presuntos o reales “movimientos sociales” y ONGs, se mueve en este platónico mundo de las contradicciones secundarias instaladas por encima de las principales.

En definitiva, acepta el dominio ético, ideológico y cultural del poder dominante.
Un poder que afirma que la violencia de las relaciones de trabajo y de explotación no existe y no está a la base de otros tipos de violencia mucho más visibles, como la violencia judicial, política (de cualquier signo) e institucional. Por lo tanto, pide también normalización y pacificación a nivel de estas segundas, para poder seguir obrando con fuerza en el terreno determinante. También la calle, la comunicación y la representación social son suyas, nos repiten los corifeos del poder dominante.

Justamente cuando, para la libertad de los pueblos y de las personas, es indispensable abrir al máximo todas las contradicciones, decapar lo más posible los estratos de cal viva que encubren las relaciones fundamentales, liberar los instintos y generar los máximos niveles de insumisión material e inmaterial en todos los terrenos al alcance de la creatividad popular, para llegar a poner en crisis la estructura determinante del poder y facilitar su implosión o, mejor dicho, su superación.
Una necesidad vital, podríamos decir ecológica, frente a cualquier régimen del que se han dotado las clases dominantes: régimenes militares y de dictadura directa (más fáciles de desenmascarar) o régimenes parlamentarios, que ‘el poder’ se permite y desarrolla cuando los anteriores le resultan poco efectivos o poco dialécticos e improductivos.


En relación a lo que nos ocupa en estos párrafos, el hecho de poner el acento sobre un diálogo en relación a la autodeterminación mira a torpedear el núcleo principal de cualquier fenómeno de autodeterminación, que consiste en la búsqueda autónoma y a la puesta en evidencia, a partir de una autoafirmación, de las contradicciones sociales.

Más aún: este “diálogo” implementa obstáculos y procesos de frenaje para evitar que aparezca claramente el antagonismo social, para impedir que las relaciones de poder se puedan realmente manifestar y modificar, para eludir que la autodelimitación y la autodisposición sólo se puedan establecer desde posturas colectivas y naturales de poder socializado, a partir de la búsqueda de los máximos contenidos sociales y de las máximas potencialidades populares.

Este diálogo aparece como subsunción del antagonismo y como reducción de las contradicciones, en unas condiciones de estructura opresora y explotadora como la que padecemos, y consiste prácticamente en ponerse en manos del poder dominante, de su cultura y de su lenguaje; de someterse al derecho positivo, a la norma establecida y autoritaria.
Un diálogo, puede valer sólo como arma dependiente y subordinada a los procesos de poder popular, nunca como herramienta autónoma o intermediaria,
a menos que se reconozca una paridad de poder, y de derechos - hablamos de derecho crítico natural, en este caso... - al opresor y al oprimido, al poder exclusivo y al poder popular, y, por supuesto, a menos que se reconozca la validez social universal del régimen parlamentario...


3.7.3. La paradoja en las “formaciones populares”.

Encuentra su origen en la crítica al régimen desde planteamientos esencialmente ideológicos, con escasos fundamentos teóricos.

El fetiche de la ideologización y más aún el ídolo insaciable de la
“homogeneización ideológiac” - han absorbido muchas veces enormes energías que hubieran tenido que estar dirigidas al trabajo teórico y a la denominada ‘formación’ de los voluntarios sociales.
Por lo menos desde la conquista castellana del Reino, en nuestra sociedad existe un instintivo y atávico rechazo de los régimenes de estado, un rechazo del que nace esa ideología insumisa a la ‘democracia española’ y francesa, pero que no se plasma casi nunca a nivel político- en la formulación de una crítica materialista desarrollada y en una actividad insumisa de masas consecuente y planificada. Si hacemos abstracción del surgimiento de ETA y del desarrollo político, social y cultural del independentismo (“liberación nacional”) de los años ‘60-80. Al margen de una continua generación espontánea de movimiento popular, entre miles dificultades, raras veces asistimos a plasmaciones sociales firmemente radicales, de gran amplitud y proyección en el tiempo y en el espacio. Son muy raros los fenómenos de desobediencia civil ofensiva generalizada y permanente, aunque asistimos en continuidad a grandes manifestaciones puntuales, como no pocas huelgas generales, que a veces no hacen sino que atestiguar (cuando no desgastar...) el potencial encerrado en las entrañas del pueblo.

Es verdad que podemos registrar (a pesar de los lavados mediáticos de masa) un gran apoyo instintivo, cuanto a veces irracional, a la inevitable crítica de las armas o a algún que otro proceso de poder popular que se genera puntualmente en la sociedad vasca, pero son todavía muy insuficientes las herramientas políticas radicales que hemos desarrollado para superar las determinaciones globales que padecemos. Por estas razones, muy a menudo el poder consigue encerrarnos en tácticas defensivas, de resistencia, para evitar el desarrollo de una estrategia de poder social autodeterminado, de poder constituyente popular.

Como recientes teorías de la “desobediencia civil”, que llegan a plantear esta expresión de poder popular como simple complemento o instrumento de la lucha “política”, en vez de reconocerla como forma de lucha constituyente, como posible camino autónomo y complementario de poder, ofensivo, autodeterminado.
Una formación política que intenta asumir un proceso radical de autodeterminación se encuentra a menudo en medio de esta difícil contradicción.
Su papel fundamental como arma de ruptura interna del régimen se diluye muchas veces en la confusión del debate sobre la participación, arrastrando el proceso de autodeterminación en los cauces del poder, cuando no lo inmola en el altar de una lucha por el sacrosanto “reconocimiento del Derecho de Autodeterminación”.
De esta manera, cuando se abren perspectivas concretas de proceso constituyente institucional, gracias también a acuerdos tácticos o puntuales con otras fuerzas políticas nacionales, puede resultar muy fuerte la tentación de debilitar todavía más los aspectos reales -de poder popular- de la autodeterminación, para adherir con menos defensas aún a las dialécticas internas del régimen. Cayendo así bajo el dominio de esa dinámica perversa y estéril del “reconocimiento del derecho” de autodeterminación.

¿La solución?

Considerado el alcance de este texto, dejamos que el lector saque sus propias conclusiones en base a los demás puntos tratados. Una función primordial de esta aportación es justamente la de intentar contribuir a la asunción y superación de estas contradicciones.

***


(10) El término de ‘política’ es otra discriminante importante para la lucha cultural.
Uno de los logros del régimen parlamentario, es el de haber expropiado el valor político de las luchas populares, de la insurgencia popular - “violenta” o menos – o de todos los fenómenos de insumisión organizada o espontánea, cuando tiene que ser justamente lo contrario: los procesos internos al régimen, son los menos políticos de un desarrollo democrático. Son procesos del ‘bureau’ más que de la ‘polis’.
"Kaletan kriston kaña / sartzen ari dira. Bertan gaztea izatea / a zer mobida!"
"Están metiendo / una caña del copón en las calles. / ¡Qué movida / ser joven allí!."

juanjo
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Mensaje por juanjo » 11 Abr 2006, 23:52

Interesante texto escrito por afines a la izquierda abertzale, del que puedo decir que en principio estoy de acuerdo en la diferenciación que se hace entre DAD (Derecho de Autodeterminación) de caráter legalista y parlamentario y la autodeterminación popular, ajena a los poderes legales.
Escrito desde la perspectiva de los que defienden "la construcción nacional de Euskal Herria", se despacha a gusto contra todas las demás organizaciones que no son de la Batasuna, sin distingos de ningún tipo.
Personalmente, me sobran todos los partidos políticos y sindicatos institucionalizados, pero no por el hecho de que sean enemigos de Euskal Herriak, que pudieran serlo, sino porque lo son de todas las demás expresiones populares y enemigos de la autodeterminación de todas las demás regiones habidas y por haber, auténticos alineadores de toda la población de Euskal Herriak.
Se ataca a organizaciones que se declaran internacionalistas, tachándolos de “falsos internacionalistas”.Insisto, no tengo ningún interés en defender a esas organizaciones políticas y sindicales institucionales como ELA, PNV, Izquierda Unida, CCOO, Eusko Alkartasuna ,UGT, Aralar, PSOE, Elkarri y demás mafias. Pero es curioso como con Batasuna, el “único internacionalista genuino”, los obreros españoles que residen en Euskal Herriak no tienen ninguna afinidad.
Sobre el internacionalismo: Yo ese problema lo tengo resuelto, porque estoy con la CNT, adherida a la AIT (Asociación Internacional de Trabajadores) que como todo el mundo sabe, nació antes que ETA y Batasuna, y que por cierto, usa los mismos colores de la CNT, rojo y negro. Es decir, lo toma como referencia.
Sobre la autodeterminación: en la provincia de Bizkaia, sin ingerencias de Madrid, Washington, Moscú ni Berlín, hemos sido capaces los trabajadores del Metal, de firmar ningún convenio. Ni la diputación, ni el gobierno autonómico se han entrometido en el juego democrático entre trabajadores y patronal.
Conclusión: aquí el único sujeto que se autodetermina y se autodeterminará, es la patronal.
"Cuanto más viejo,más libre; y cuanto más libre más radical".Cenetero.

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Zirriparra
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Mensaje por Zirriparra » 13 Jun 2006, 17:18

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3.8. Autoafirmación.

Cualquier formación política -nos viene a la mente el efímero fenómeno regionalista español de Unidad Alavesa- puede afirmar que es representante de un pueblo más o menos existente. Pero, para que el fenómeno responda a una autoafirmación real de un colectivo, tiene que existir alguna manifestación social realmente popular que asuma y explicite esta autoafirmación.
Sin movimientos populares que se autoafirmen materialmente, en terrenos concretos de lucha y de necesidades sociales e individuales, no existe la autoafirmación, que es uno de los elementos imprescindible de la autodeterminación.

Es sólo en el terreno del poder donde es posible una autoafirmación que pueda ser considerada como tal. Y por ‘poder’ no entendemos algo abstracto, o una entidad global dominante, sino la manifestación o la puesta en acto de potencialidades individuales o colectivas; es decir un fenómeno que podemos registrar materialmente, en todos los momentos y niveles de la vida social e individual.
Lo que haga o proponga un partido que se mueve en el mundo de las sombras platónicas, a la zaga de los artículos de ley del régimen parlamentario, no tiene ningún valor de poder, si no se apoya y subordena a una realidad popular activa que también se reconozca en él, en alguna medida o por lo menos para cuestiones concretas.

De lo contrario, su valor político está ligado a algún tipo de reconocimiento del régimen, por integración o por negación ‘de derecho’. Como su financiación.
Los espejismos cuantitativos, numéricos, medidos electoralmente, muy poco tienen de poder popular o de “representatividad” - como los casos de EA o PNV demuestran - si no se apoyan sobre manifestaciones reales de sectores sociales materialmente autodefinidos. Sólo pueden compartir subsistemas del poder dominante, cuando y como los mecanismos de éste lo admitan o lo necesiten.
Al contrario, fenómenos cualitativos de aparentemente reducido alcance cuantitativo, numérico -según los parámetros de mayoría adoptados por el régimen parlamentario- como la lucha armada, la lucha ofensiva de calle o la desobediencia civil activa y ofensiva, pueden tener un impacto político y social determinante, en virtud del poder de autoafirmación, correspondiente a la realidad social en la que están enraizados.

La autoafirmación es real cuando es elemento de poder, cuando es una puesta en acto de potencialidades concretas en una dirección determinada, es decir, cuando es sociodinámica o, como dice el antes citado José Obieta, cuando responde a una realidad sociológica objetiva.
Ninguna ideología puede obviar o crear una realidad práctica y teórica (considerando como teórico el aspecto “para sí” de la autoafirmación), con fundamento lógico, consciente y razonado.
Ninguna ideología puede obviar o crear una realidad práctica y teórica (considerando como teórico el aspecto “para sí” de la autoafirmación), con fundamento lógico, consciente y razonado.

3.9. Autodefinición.

En este segundo aspecto de la autodeterminación, la autodefinición, es todavía más evidente el papel de la teoría crítica, contraria a los automatismos y tautologías ideológicas.
En efecto, esta auto/definición de los propios elementos característicos no se puede plasmar sin un análisis materialista, ajeno a cualquier divagación ideológica y metafísica.
Es el nacionalismo, considerado justamente por lo que es, una ideología, el que propone como base de la autodefinición justamente unos elementos ideológicos tan ”reales” como ‘la españolidad’, ‘La France’, el ‘Jaingoikoa eta Legezarrak’ o la raza, para determinar la existencia de pueblos materialmente inexistentes.

Además, para que la autodefinición sea un elemento real de autodeterminación, más allá de las definiciones teóricas, tiene que contener o corresponder a hechos de poder social, a manifestaciones de factores o potencialidades reales.
Tiene que presentarse en base a algo muy distinto de una definición ideológica hecha por un partido, una corriente de pensamiento o un movimiento social interclasista y sin raíces en la dialéctica social concreta (como el nacionalsocialismo alemán y tantos otros fascismos nacionales).
Para descubrir hasta dónde puede derivar la ideologización de la autodefinición, y en definitiva de la autodeterminación, podríamos releernos a Wilhelm Reich -con
Marx probablemente el ‘teórico’ hasta ahora más odiado por el pensamiento hegemónico- cuando analiza los orígenes del fascismo. Descubriríamos así como la ideología, la neurosis social e individual y la plaga emocional que están en sus orígenes - hablamos también del fascismo actual- pueden llevar hacía fenómenos sociales –y movimientos sociales!- de gran alcance, pero totalmente opuestos a los procesos de autodeterminación de las personas y de los pueblos!

La base de poder popular de la autodeterminación se manifiesta tanto más claramente en la autodefinición que en los demás tres aspectos de
auto-afirmación, auto-delimitación y auto-disposición.

Un partido puede proclamar una lengua como base de la autodefinición de un pueblo -por hacer otro ejemplo cercano y más concreto- pero sin un movimiento popular real que asuma la lengua como eje colectivo de lucha, esta determinación se quedaría en el terreno de las ideas, de lo futurible.
En Euskal Herria, si desde o con ETA no se hubiera generado el movimiento popular de reeuskaldunización, si no hubiesen existido luego organismos populares que hubieran desarrollado una lucha social concreta por/con el euskara, por muchos proclamas de ‘autodeterminación’ de la organización armada u de cualquier partido, no existiría un proceso real de autodeterminación euskaldun, y ni tan siquiera hubiéramos tenido bases praxísticas generales de la autodefinición del pueblo vasco.
No sólo por la ausencia de reeuskaldunización concreta, sino por la ausencia de un proceso de autodeterminación práctica y teórica basado en la lucha colectiva de autodefinición y formación euskaldun.
Muchos pueblos han desaparecido y siguen desapareciendo - a pesar de las voluntades ideológicas e individualistas de recuperación de la lengua - justamente por la ausencia de procesos de poder popular como los que han podido representar hasta ahora y/o en determinados momentos, fenómenos como las ikastolas, AEK-Korrika, EHE, Egunkaria Sortzen, concentraciones populares masivas de todo tipo, etc.

Ningún derecho positivo, ninguna norma, puede substituir los procesos de poder, y menos aún ninguna ideología. No hay autodefinición real sin procesos de poder popular.

3.10 Autodelimitación.

¿Tenemos que esperar a que las huestes españolas ‘balcanicen’ a Euskal Herria, para entender que una autodelimitación territorial, social y económicamente aceptable, sólo es posible en base a un trabajo político de poder popular, de organismos y movimientos populares y de un conjunto de luchas sectoriales específicas muy concretas?
Nos referimos, por supuesto, a las medidas que podría tomar paulatinamente el poder español -en la línea, por ejemplo, de las ‘instrucciones’ dadas en su tiempo al PSOE por Jauregi/Karadijz para desarrollar el movimiento ideológico del lazo azul hacia la formación de “grupos de defensa”, o el caso posterior de la estrategia del Foro de Ermua (foro del nacionalismo español en Hegoalde)- en el caso de que no consiguiera controlar el proceso basándose en dinámicas mediaticas, parlamentarias y partitocráticas, o hasta con un referéndum ‘democráticamente’ controlado.
La autodelimitación tampoco es un reconocimiento de derechos o una admisión previa desde el exterior.
Un mapa no es ninguna base concreta, si no corresponde a hechos de poder, por muchos tratados o convenciones internacionales que se puedan firmar.
Tenemos en los ojos el mapa “clásico” de Euskal Herria, o el mapa de
Krutwig en Vasconia (que incluye territorios más antiguos de Euskal Herria), pero no son exactamente los mismos que estarían dispuestos a aceptar Madrid-París-Belgrado-Washington. Un mapa puede ser como una ideología: reflejo de intuiciones y de sensaciones, de informaciones y de referencias más o menos antiguas, pero sin correspondencia en la realidad social y en el análisis de la situación concreta actual.
Ya vemos como todas las “potencias” se pasan desde hace siglos por el mapa nacional de Kurdistan, que concierne a 40 millones de Kurdos, seguramente la nación sin estado más importante del planeta!

Este ejemplo nos puede valer para entender cómo también en el caso de la autodelimitación, ni el derecho positivo ni la ideología pueden resolver la cuestión. No hay autodeterminación sin poder, estamos repitiendo constantemente, y tampoco en la cuestión territorial no hay excepciones, y ésto sin entrar en una cuestión fundamental del poder político: la cuestión militar. Que no acaba ciertamente en ETA...

Reclamar el DAD (o la unidad territorial) es tiempo perdido y muchas energías desgastadas, si no hay por debajo -y por encima- un proceso de luchas populares, que es algo muy distinto de luchas electorales, campañas de propaganda, luchas y manifestaciones ideológicas, etc. Unas luchas que planteen abiertamente la discriminante nacional.
Para entender ésto es necesaria una crítica a fondo de todas las formas de pseudointernacionalismo presente en determinados grupos que actúan en Euskal Herria por medio de organismos ‘populares’ a hoc, imponiéndoles una desvirtuación de la función principal de autodeterminación nacional, y acaso revistiéndoles con la brillante piel del cordero izquierdista -izquierdismo sólo ideológico, por supuesto- como es el caso de corrientes izquierdistas, ecologista, “internacionalistas” muy conocidas.
Un ejemplo para explicarnos mejor en clave territorial: dejar la lucha de las Bardenas “en manos” de partidos no precisamente independentistas, es un índice de esta enfermedad ideologicista.

Y ésto significa que si primamos sistemáticamente determinados esfuerzos, los electorales por ejemplo, en detrimento de procesos, movimientos u organismos populares, por hacer otro ejemplo, estamos haciendo el juego a los estados hegemónicos y a sus quinta columnas.
La autodeterminación es real, si el poder popular va por delante del derecho, del parlamentarismo y del partidismo, también en la fundamental cuanto extremadamente compleja -para Euskal Herria- cuestión territorial.

3.11. Autodisposición.

“Todo pueblo, como grupo humano organizado, tiene necesariamente que tener la capacidad de dirigirse a sí mismo y de tomar decisiones encaminadas a su fin y bien propio”, dice nuestro jesuita Obieta. Dos facetas componen este cuadro: la autodisposición interna y la externa.

Interna: la facultad que tiene una colectividad de darse el régimen de gobierno que quiere.

Externa: consiste esencialmente en la facultad que tiene el pueblo de determinar por sí mismo su status político y su futuro colectivo en relación a otros (pueblos y estados).

Llegados a este punto, merece la pena fijar la atención sobre otro de los enemigos más peligrosos de la autodeterminación: los huérfanos de esa ideología estalinista o criptoestalinista, heredera de un denominado “marxismo ortodoxo”, con todas sus corrientes y variaciones revisionistaseurocomunistas-gauchistas- internacionalistas o/y tercer/cuartointernacionalistas- etc-etc-etc, y que en nuestro caso se han planteado muchas veces como únicos herederos de la crítica antinacionalista en Euskal Herria.

¿Cual es su planteamiento en relación a la autodisposición y, más en general, a la autodeterminación de los pueblos?

Por autodefinición se reconocen (o reconocían) en unos presuntos o verdaderos intereses internacionales de los trabajadores, intereses que tendrían que estar por encima de las “divisiones” nacionales: un internacionalismo ideológico.

Por ésto se dicen antinacionalistas, aunque sea en presencia de manifiesto nacionalismo (español, por supuesto) como en el caso del PCE/IU.
Esta visión presuntamente internacionalista llega a tener en algunas pocas ocasiones bases teóricas muy desarrolladas y argumentadas, esencialmente en la línea del economicismo marxista, lo que nos exigiría otra vez un trabajo de crítica muy detallado -un trabajo en parte ya hecho por parte de la izquierda abertzale hace muchos años-. Nos limitaremos a la fenomenología del asunto, para poner en evidencia el papel sutilmente antiautodeterminista de estas formaciones.
Y, para ser más explícitos, hablaremos del caso a veces más difícil de entender: el de los herederos de Komunistak (así se llamaban desde la expulsión de ETA), siendo esta corriente todavía bastante activa al interior mismo de la IA.
Aquí resulta evidente en la práctica que el discurso por la autodeterminación se reduce en definitiva al asunto del ‘reconocimiento del DAD’. Toda la actividad de esta tendencia política ha estado dirigida a desactivar los procesos de poder popular, sobre todo cuando se expresaban y se manifestaban claramente como autodeterminación nacional.

Podemos hablar tranquilamente de una labor muy sutil de torpedeo sistemático de muchas opciones sociales organizadas que se enmarcaban en un terreno específico de autodeterminación nacional vasca (cultural, ecologista, política, obrera, internacionalista, etc), obligando a una falsa confrontación ideológica -explícita o menos- sobre el eje “izquierda/nacionalismo”, creando división en el movimiento popular, formando barreras de contención hacía los movimientos sociales exteriores (españoles), cuando no se trataba de proponer una hegemonía exterior (española) en determinados terrenos (Insumisión / MOC, AEDENAT-CODAEcologistas en acción, Greenpeace, temas internacionales como el FMI, Nicaragua, etc). Su presencia ideológica en nuestros medias ha sido particularmente activa a estos efectos, últimamente sobre ejes bastante más difuminados.

La directriz de actuación es la desamortiguación de los contenidos de poder, de autodeterminación, para insertar los procesos en la falsa dialéctica del debate ideológico “izquierda-nacionalismo”, además de una labor muy sutil y continua en contra de la autodeterminación armada.
Todas las batallas ideológicas y organizativas iban en esta dirección: así se explica su progresiva e inevitable reintegración en los procesos y dinámicas del régimen parlamentario.
La autodisposición de los pueblos - y con ellos naturalmente la de todos los sectores y clases sociales en relación a los sectores sociales correspondientes de los demás pueblos - es inaceptable para el estalinismo, en todas sus versiones light, hard, soft, de camuflaje o de hoz y martillo versión siglo XXI.
Se trata, en definitiva, de un trabajo en profundidad y de largo alcance que ha causado hasta ahora sensibles daños al proceso de liberación, gracias también al oportunismo y ceguera parlamentarista con los que se ha solido mirar hacia esta política desde sectores independentistas.
Una ceguera que encuentra su origen justamente en el ideologismo, que acepta, para autoreproducirse, de medirse con estas corrientes a nivel del espejismo y de la mal planteada contradicción “izquierda-nacionalismo”.
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Zirriparra
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Mensaje por Zirriparra » 17 Jun 2006, 16:13

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4. AUTODETERMINACIÓN ES PODER.

Estamos repitiendo que se comete un grave error político cuando se desarrolla una lucha de liberación nacional centrada en el eje del “reconocimiento del derecho de autodeterminación”, sin tener en cuenta que lo fundamental no es el derecho, sino el hecho autodeterminante, el desarrollo y manifestación concreta de la potencialidad real de ese colectivo que toma conciencia de su existencia para si.
Hay que entenderse bien. No se trata de rechazar la lucha por “el reconocimiento etc, etc...”, en la medida en que esta lucha hace parte, como una más, de los aspectos del mismo proceso de autodeterminación, cuando se mantiene sometida a su dinámica.

Es decir, cuando es una lucha de afirmación, de iniciativa política e ideológica contra un adversario que rechaza y combate la autodeterminación, y cuando es parte integrante de una lucha política -de propaganda y lucha ideológica- de amplio espectro. Parlamento inclusive, considerado como un terreno más de lucha.
Sin embargo, una lucha de autodeterminación desarrollada prioritariamente en el ámbito del régimen de derecho, que pone el DAD al centro de su estrategia, está destinada al fracaso. No puede servir como base de un proceso constituyente, ni tan siquiera de un simple proceso constituyente institucionalista.
Conlleva el arrastre de las demás dinámicas de autodeterminación, y a veces de las mismas energías de los movimientos populares, hacia las relaciones y mecanismos dominantes del poder.
Por esta razón, formaciones en no pocas ocasiones declaradamente antivascas y antidemocráticas como se ha demostrado IU en años anteriores, pueden permitirse el lujo de apoyar al reconocimiento del DAD. Y por la misma razón, partidos atados estratégicamente al poder oligárquico, español y europeo, como el PNV, quieren que se desmarque el DAD de la lucha armada, que ha sido muchas veces la más clara expresión de la autodeterminación de Euskal Herria.
Estos políticos de ideología nacionalista vasca y demasiadas veces de total praxis española, que arrastran a unas bases a veces sólo algo ideologizadas en relación al hecho nacional real, son conscientes de que una correcta relación autodeterminación-lucha armada-poder popular es la dialéctica más potente para el proceso independentista.
Lo que nos recuerda otra vez que cualquier base ideológica, como el nacionalismo, puede servir también para fines totalmente opuestos a los que afirma defender en su expresión. Es la característica de la ideología, y es por ésto que, en una contradicción sólo aparente, nacionalismo e independentismo pueden estar enfrentados, y lo han estado en muchos momentos decisivos!
Es fundamental penetrar en el corazón de la relación ‘poder-derecho’ y dominar las funciones de la normalización y del derecho positivo en contra de los procesos de autodeterminación. Sólo de esta forma, frente a un régimen muy desarrollado y sofisticado como el actual -el mejor régimen jamás conocido, por eficacia y solidez, para institucionalizar el dominio de una minoría sobre la mayoría- es posible desarrollar una dinámica democrática real, un proceso sociodinámico (11).

Por este camino podemos así también liberar el concepto de libertad de la nefasta ideologización, para que pueda recobrar todo su potencial material. Y sólo de este modo se podrá construir esa nación libre, realmente libre, que todos necesitamos para vivir.
La libertad no deriva de un derecho, o peor aún de su reconocimiento por parte del poder, sino de la puesta en acto autónoma de las propias potencialidades, proyectos, deseos e instintos. La libertad se manifiesta y se resuelve en relaciones de poder y no de derecho!
Como se deduce claramente de estas tesis expresadas en 1993 (año de la redacción original del texto), la batalla semiclandestina abierta por el EGA sobre la recuperación popular y abertzale de la idea de democracia, va mucho más allá de lo que revelan las expresiones superficiales de no pocos políticos vascos, cuando utilizan ahorael término “democracia” en función parlamentaria.
Se trata posiblemente de una ola de fondo que a nuestro juicio sólo acaba de empezar a manifestarse, en sintonía con otros procesos de signo parecido, perceptibles en muchos más paises, de expresión de nuevos valores y de una nueva ética social, dirigida a relanzar la batalla para la superación de un sistema de desarrollo, un modo de producción y reproducción, y un modelo de régimen institucional, “poco adecuados” para la libertad de los pueblos, la justicia social y la misma supervivencia del ecosistema planetario.

*****


(11) Para reanudar un poco más explícitamente el discurso sobre la lucha del lenguaje, merece la pena citar aquí dos fragmentos del texto “UNA PRAXIS PARA UNA REVOLUCION DEMOCRATICA” presentado en el primer encuentro de Eguzki sobre el EGA (94.11.7, Gasteizko EHU).
El primero, extraído del punto “2. Desarrollo democrático del ecosistema”, donde se afirma que “en segundo lugar, hay que subrayar la necesidad de la crítica democrática de los procesos de desarrollo, recuperando este término -democracia- prostituido por el régimen parlamentario cuando se autodenomina sistemáticamente “democracia”.
Al contrario, “democracia” tendría que seguir representando la única gran categoría política tradicional recuperable para el futuro, una vez descontaminada de la experiencia patológica del régimen parlamentario.
La democracia aplicada al ecosistema, en esta visión ecodinámica de la que el EGA es portador, significa establecer o restablecer entre todos los factores, aspectos, fenómenos y contradicciones que se manifiestan en el ecosistema planetario, unas relaciones de poder natural y popular. Relaciones que sean más fuertes que las estructuras apoyadas en las ideologías y en los partidos, en el derecho positivo, en la religión y en el militarismo, en el interés particular y económico de las minorías hegemónicas, en definitiva en todas las formas de poder vertical, ideológico y autoritario”.
El segundo, extraído del punto “3. Democracia y régimen parlamentario” del mismo texto, allí donde afirma que “el régimen parlamentario es una etapa subdesarrollada y obsoleta de cara a un proceso de democratización del ecosistema. Este sistema sociopolítico es esencialmente antidemocrático, a pesar de las apariencias reproducidas por la cultura dominante.
La contradicción fundamental que subyace a este régimen, es decir, el antagonismo entre derecho y poder, se soluciona permanentemente en sentido reaccionario, primando el aspecto del “derecho positivo” -un aspecto teórico e ideológico- sobre el aspecto del “poder del pueblo” que, al contrario, tendría que ser la base concreta del concepto de democracia.
La democracia no puede ser otra cosa que desarrollo del poder de todo el pueblo, y no del estado de derecho, por muchas toneladas de tinta que se hayan empleado desde Rousseau hasta estos días, pasando por todos los teóricos y filósofos del derecho y por la infinidad de escribanos del régimen que han intentado subsumir la contradicción y destilar teorizaciones contrarias. Teorizaciones que sustentan la horrible ecuación alquimista égimen parlamentario = democracia”.
Este engaño se explica con la necesidad de consolidación de un sistema de mercado, dirigido por una élite económica cuyo poder no tiene que ser cuestionado para mantener su desarrollo. Es la historia del capitalismo. Tanto que hemos llegado a deformar totalmente el sentido del término “poder”, tanto cuanto el de “democracia”, reduciéndolo a una manifestación vertical de las energías y procesos sociales, a un componente de la estructura piramidal de la sociedad, cuando al contrario el poder existe y tendría que desplegarse totalmente en dirección horizontal, en todas las contradicciones sociales, liberando ó concentrando todas las energías humanas en contra de ese dominio vertical que las oprime”.
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Zirriparra
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Mensaje por Zirriparra » 18 Jun 2006, 19:43

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5. PODER POPULAR: AUTODETERMINACIÓN, INSUMISIÓN, DESOBEDIENCIA CIVIL.

Si concebimos la democracia como un proceso de desarrollo de las relaciones de poder, es decir un proceso sociodinámico, centrado en la autodeterminación nacional -en esta fase de reconstrucción social- y si sometemos el derecho positivo al poder popular, tenemos que disponer de todas las armas críticas necesarias para desbaratar al régimen parlamentario y al estado de derecho capitalista.

Este trabajo teórico -y cultural- tiene que servir también para la crítica de los conceptos cuantitativos electorales de mayoría y minoría, para superar los procesos políticos basados en la ideología totalitarista de las elecciones partitocráticas y en la dinámica del parlamento del estado “de derecho”.
Esto es necesario para quitar a los partidos la hegemonía política de la sociedad y a las minorías sociales propietarias el control del poder económico, de la información y de la comunicación. Para recuperar dinámicas culturales colectivas, socializantes, libres. Para substituir la esterilidad social de las ideologías con el debate teórico y político; y la homogeneización del pensamiento con la formación crítica, la investigación real y el debate teórico.
En definitiva: para liberar la ética y la cultura de las cadenas de la normalización y de los valores del mercado, de los símbolos del poder jerárquico, patriarcal y economicista.


En esta línea, tendríamos que reflexionar urgentemente sobre el primero de los puntos citados: la cuestión minorías-mayorías, determinante a la hora de plantear temas como un referéndum institucional en Hegoalde. O una asamblea nacional constituyente.

En realidad, corremos el peligro de enfrascarnos una vez más en la dinámica perversa de sondeos propaganda-sociometría-votaciones y vuelta a empezar, profundamente dominada por las leyes del mercado parlamentario, con sus imperios omnipotentes de la difusión de masas, olvidando la fuerza popular real, los movimientos sociales reales, que no admiten una algebrización de minorías y mayorías.
Frente a un régimen que favorece su reproducción con mecanismos políticos, culturales y electorales patológicos, que aseguran el gobierno de la sociedad a profesionales del poder, gracias justamente a cuantificaciones de minorías y mayorías abstractas y negociadas, teledirigidas y gerontocráticas, tenemos que oponer procesos populares activos, viables y efectivos. La lógica del régimen parlamentario no puede ser derrumbada y substituida por una dialéctica democrática enfocada sólo y principalmente desde su interior.
Los mecanismos de circuito cerrado “elecciones-parlamento-partidos-campañas electorales-formación de la opinión pública-derecho positivo” pueden ser debilitados pero no inutilizados sin un proceso general sociodinámico de autodeterminación, es decir sin un desarrollo del poder popular -desde desde la insumisión y la desobediencia civil generalizada y ofensiva, inclusive en su forma materialmente más desarrollada de violencia popular organizada, cuando fuera necesario- que regenere la interactividad social en base a valores y éticas de autodeterminación. En contra de la interactividad fundad en leyes y valores individualistas y de mercado, de la comunicación y competencia monopolista y de los demás subsistemas de poder, de información y de difusión autoritarios.

Experiencias tan conocidas de procesos tendencialmente sociodinámicos (como la antigua lucha en contra de la central de Lemoiz y la OTAN, las luchas sociales de reeuskaldunización y, para llegar a un ejemplo actual, la rebelión juvenil y la insumisión a los ejércitos ocupantes), experiencias que han impuesto su dialéctica a las falsas “mayorías” del régimen, tienen que ser estudiadas mucho más, y desarrolladas.
Hay que expresarse y comunicar abiertamente el pensamiento crítico y atacar a la dictadura moral, teórica y cultural de las minorías dominantes.
No se justifican tantos silencios, miedos y prudencias en un proceso abierto de autodeterminación, como a menudo constatamos en nuestro país. El pensamiento crítico radical y autodeterminado tiene que asumir su aparente minorización, y los costes que ésta pueda generar.

Para ésto, también es necesaria la apuesta teórica y práctica decisiva por el poder local y por el poder popular constituyente, potenciando todos los ejes que permitan una práctica eficaz, en la línea de mejorar el grado de disgregación que la resistencia-insumisión-insurreción vasca ya ha causado al estado opresor de Hegoalde desde hace 40 años.
Esto es un real proceso constituyente!

Es posible. Si abandonamos la ideologización de la autodeterminación y si trabajamos para una autodeterminación basada sobre el desarrollo práctico y también teórico (es decir praxístico) de las propuestas que continuamente y espontáneamente surgen desde la sociedad:

Ahora la lucha en contra de la precariedad y la pobreza, por la reapropiación y repartición del tiempo individual y colectivo, del trabajo y de la vivienda, la insumisión institucional en todas sus facetas posibles de desobediencia civil, la más generalizada y eficaz que se pueda ir asumiendo socialmente, las propuestas juveniles de ocupación y socialización de la vivienda y de los locales públicos (gaztetxe, centros sociales), los planteamientos radicales de sectores productivos como el agrícola, los nuevos ejes y lucha ecologista, cultural y educativa que surgen de la sociedad euskaldun, el internacionalismo activo y efectivo, empezando por las nuevas migraciones, la lucha por la desmilitarización, las formas más socializadas de autodefensa y de respuesta en contra de la represión, del control policial, del mercenariado informativo, comunicativo, universitario......, dedicando para ello muchas energías que se desgastan en dinámicas participacionistas en el régimen.

Es decir: poniendo la lucha institucional, y el mismo proceso constituyente institucional, bajo las perspectivas de las luchas populares, empezando por el poder local, municipal. Hablamos de luchas que por supuesto hay que favorecer, activar, redescubrir, impulsar, sin encorsetarlas en grandes manifestaciones puntuales de unas horas o de un día o en campañas de propaganda instrumentalizadoras, electorales o coyunturales.
Sólo sobre estas bases tiene sentido un proceso de construcción nacional, de autodeterminación y de poder que se refleje y se desarrolle también en el frente institucional y que pueda transformar esta lucha ‘paralela’ en el interior del régimen en un hecho más de autodeterminación, transitoriamente más sintético y hasta representativo en aquellas determinadas e inevitables fases coyunturales que lo necesiten.
Sólo procesos autodeterminados, radicalmente enfrentados en el fondo con el poder opresor de los superestado de la UE y de los EEUU -desde el armado-militar-policial hasta el económico y administrativo, o el simbólico e ideológico- es decir solamente con luchas, movilizaciones, iniciativas, acciones, planteamientos de expulsión del poder ajeno en todos los campos y niveles vivenciales, podemos construir en la dirección de una sociedad libre, al margen de lo que se pueda implementar tácticamente entre las sombras platónicas parlamentarias.
Por supuesto, hablamos de un planteamiento de fondo, de largo alcance, que tenga sus bases de apoyo en el poder local, el más cercano y directamente controlable. El único, probablemente, que permite una democracia real, total y permanente.
La sociedad vasca, es decir todo el conjunto de individuos y grupos que pueden abarcar un proyecto de formación de Euskal Herria Independiente, tiene que remontar una pendiente espantosa de siglos de desintegración política.

Madrid y París -y nuestros milenarios jauntxos navarro/neguríticos- han tenido mucho tiempo para inducir todos los procesos posibles de substitución, empezando por los simbólicos, tanto que hoy, desgraciadamente, para no pocos habitantes de estas tierras siguen existiendo fronteras y juegos internos más reales y simbólicos que los que nos unen/separan de otras culturas y pueblos como el castellano, el occitan o el andaluz.
La formación de un partido o de una ideología nacionalista más “moderna”, no hará más que alargar esta situación.
Estamos entrando en una nueva fase histórica, en la que se presentan grandes contradicciones de resistencia y de reconstrucción social nacional.
E internacional.
Mientras el “Estado” en su forma tradicional de subpoder regional ha entrado en una crisis probablemente progresiva e irreversible, y mientras contradictoriamente el independentismo plantea o empieza a plantear la necesidad de un proceso constituyente de estado, Euskal Herria ha alcanzado un nivel muy avanzado de integración en el proceso de mundialización y globalización capitalista.

Por estas mismas razones, los conceptos de independencia y de autodeterminación están asumiendo valores más complejos y más difíciles de plasmar en la lucha política y popular tradicional.
El eje “lucha por el reconocimiento del DAD” no nos hace adelantar mucho, en estos terrenos determinantes. Puede ser útil sólo y únicamente como una faceta más de un proceso radical de autodeterminación social, expresión de los nuevos valores éticos, culturales y sociales que lentamente están emergiendo en toda la sociedad a nivel planetario.
Nación, independencia, internacionalismo, autodeterminación, estado: son términos cuyos contenidos reales, no ideológicos, desde el punto de vista de una ética social democrática y ecológica, están evolucionando muy rápidamente.
En Euskal Herria/Navarra siglo XXI tenemos una nueva gran tarea por delante: conjugar estas palabras con los procesos de fondo de todo el planeta. No nos confrontemos únicamente con ese zombi imperial carpetovetónico y proyecto históricamente fracasado y superado llamado españa.

FIN.
"Kaletan kriston kaña / sartzen ari dira. Bertan gaztea izatea / a zer mobida!"
"Están metiendo / una caña del copón en las calles. / ¡Qué movida / ser joven allí!."

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