Fabula es una novela o sátira del escritor made in Spain Félix Grande, publicada en 1991, que me ha sorprendido bastante. No digo del todo "novela" porque realmente no hay una progresión argumental, sino un ir y venir en torno a la misma situación: cómo se retuerce el lenguaje para dar una versión oficial que haga sentir aceptables los horrores de la vida cotidiana. La novela recuerda a la fantasía del soviético Zamiatin que se tituló 'Nosotros' al usar un recurso parecido para criticar la opresión social: estar narrada en primera persona por alguien que ensalza ridículamente el ridículo poder con el que se identifica, tanto más ridículo cuanto más se identifica. Ésta de Felix Grande, de todas formas, es más exagerada y simbólica.
El libro se llama Fábula, lo que no da demasiadas pistas sobre su contenido. En algunos diccionarios "fábula" se define a veces como relato protagonizado por animales dotados de habla; quizás Grande quiere dar a entender que detrás del lenguaje exageradamente culto y técnico y lleno de consignas y extorsiones con el que se expresan los personajes - relatores del libro no hay más que algo que aún no ha evolucionado a lo humano, y que eso ocurre también con los lenguajes cultos y técnicos y consigneros y extorsionadores de la vida real sin exageración.
Me llama la atención que esta descripción de pesadilla, escrita en 1991, se podría aplicar a ciertos aspectos de las redes sociales en Internet de hoy, aunque entonces no había redes sociales.El proyecto común de cacería nos hermanaba de manera deslumbradora: nos mirábamos por las calles y descubríamos cada uno en el otro a un cazador: nos sonreíamos, y en esa sonrisa significábamos siglos de orden, amistad y progreso... Ya todos teníamos ficha, y cualquiera de nosotros, de acuerdo con nuestras estructuras democráticas, podía ir al fichero y consignar cualquier irregularidad que hubiese o creyese haber descubierto en otro. Fue preciso habilitar todas las dependencias del Museo de Antropología, algunas salas de la catedral, el Edificio de Telecomunicaciones (ET) y tres monasterios para dar cabida a los ficheros... El crecimiento de los ficheros fue un respiro en la atmósfera general de rencor; amantes de la organización como somos desde hace siglos, la contabilización de las sospechas y de las amenazas era una nueva forma de instalarnos en los alivios y honores de la tradición. Visitar cualquiera de las dependencias abarrotadas por otros convecinos que habían acudido con el mismo cometido nos aliviaba; buscábamos apresuradamente una ficha y en la premura de nuestro convecino reconocíamos la empresa común; entonces hacíamos un alto de uno o dos segundos para sonreírnos: de nuevo éramos una sociedad, de nuevo resultábamos indestructibles. Esta gratificadora sensación duraba poco, pues no podíamos permanecer en las dependencias de los ficheros sino el tiempo justo para registrar nuestras denuncias y sonreírnos los unos a los otros con una prisa que demostraba una vez más nuestro civismo; pero luego teníamos que salir a la intemperie, en donde éramos asaltados de nuevo por la desazón y la necesidad de denunciar irregularidades en los otros y de evitar ser denunciados... Pero llegó un momento en que los ficheros ya apenas nos satisfacían. La actividad de denuncia, otrora tan reconfortante, lentamente se tornaba monótona, ya no resultaba ser aquel esplendido espectáculo de los primeros tiempos de su creación, incluso solía haber cierta abulia en los denunciantes, abulia que era registrada por algún otro denunciante también con cierta abulia: no, ya no era -la denuncia mancomunal- una fuente de revitalización social, hay que atreverse a señalarlo. Añádase a esto la general miseria, y aquella situación se verá con la tristeza de la que era merecedora; en efecto, los conciudadanos habíamos ido consumiendo nuestros haberes en visitar ficheros y ya muy de tarde en tarde disponíamos de dinero para estas visitas, de modo que la solución de este problema no tenía más que una salida: denunciar más que antes, para así poder permanecer al calor, aunque un poco disminuido, de las dependencias de los ficheros.