Verano en el Badajoz de 1936
Verano en el Badajoz de 1936
En un día tal como hoy 14 de agosto, entraban las tropas de Varela en Badajoz, tras una brutal batalla que sería considerada la primera de la Guerra Civil. La milicia ocasionó cerca de cincuenta muertos a la Legión Espñola, que pretendió tomar la plaza al asalto. Finalmente la artillería, la superioridad en materia de fuerzas y armamento, haría retroceder a los milicianos que tendrían que ser desalojados en los diversos puntos en los que se hicieron fuertes: Gobierno Civil y diversas torres y edificios. No se hicieron prisioneros. Los que eran capturados eran fusilados sobre el terreno. En el Gobierno Civil, en la Catedral de San Juan, una pila de muertos permaneció expuesta al sol varios días para escarmiento; en la Calle del Obispo la sangre coagulada cubría toda su superficie.
Cuando finalmente los Regulares Marroquíes de refuerzo consiguieron tomar la ciudad, comenzó la represión.
Las detenciones se realizaban tanto en la calle como en los domicilios. Falangistas, curas, empresarios, comenzaron a señalar a los ejecutables: todos los funcionarios al servicio del gobierno republicano, todos los miembros significados mínimamente de los partidos del Frente Popular y de la UGT y de la CNT, todos los miembros de organizaciones como Juventudes Libertarias, Comunistas, Socialistas... A los varones se les quitaba la camisa y se les examinaba el hombro para saber si habían disparado. Ninguno se salvó. A las mujeres se les daba el paseo antes de asesinarlas, o se las rapaba y purgaba públicamente. Bastaba con alguna pequeña desafección, con alguna pequeña liberalidad, una falda algo más corta de lo normal, con no ir a misa, con leer libros de autores malditos..., para que aquellas mujeres fueran humilladas en los paseos y plazuelas.
En la Plaza de Toros comenzaron los fusilamientos. Con ametralladoras, de diez en diez, de veinte en veinte, treinta, cuarenta..., hombres, mujeres, adolescentes, ancianos, sin distinción de ideología, se vieron abrazados por la muerte. Los camiones traían incansables nuevas víctimas de los pueblos de los alrededores. Gente que no había resistido, pagaba con la vida por un comentario ya olvidado sobre algún patrón, o era delatado por una herencia. Nadie estaba seguro. El tableteo de las máquinas resonaba por toda la ciudad. Nadie salia a la calle.
Los periodistas portugueses destacados en Badajoz, estaban horrorizados. La dictadura portuguesa de Salazar nunca actuó con tanta brutalidad. Entrevistado Varela por la prensa lusitana declaró "que no podía dejar enemigos en la retaguardia". No contentos con esto, a algunos de los detenidos se les picó, banderilleó y toreó en la plaza, muriendo a espada.
Catorce mil muertos es la cifra que ha quedado grabada en la memoria y en los relatos que se contaban en voz baja. Cuatro mil los muertos oficiales. Enterrados en fosas comunes. Abandonados en cunetas, los caminos estaban llenos de cadáveres que eran devorados por perros y alimañas. Fue el Terror, que duraría en los supervivientes el resto de sus días.
Se acababa así con toda una generación que generosamente se había puesto al servicio de una Revolución Social. Decenas de pueblos en los que se habían ocupado tierras, creado cooperativas y colectividades, antes incluso de la guerra, experiencias de todo tipo, artísticas, culturales, económicas, fueron borradas por medio del asesinato. ¿Qué pedían aquellas gentes sino Tierra, Libertad, Cultura, Paz? ¿Quiénes fueron los brutales asesinos, inhumanos, carentes de sentimientos que amasaron su fortuna sobre un río de sangre?
Que tomen nota quienes nos llaman utópicos. Que piensen que este sistema fue puesto en duda por gente sencilla, y que la respuesta de los poderosos, de las personas respetables y civilizadas, de los curas, empresarios y gente de orden y fuerza bruta, fue el pisoteo de sus propias leyes, el crimen y la muerte organizada.
Cuando finalmente los Regulares Marroquíes de refuerzo consiguieron tomar la ciudad, comenzó la represión.
Las detenciones se realizaban tanto en la calle como en los domicilios. Falangistas, curas, empresarios, comenzaron a señalar a los ejecutables: todos los funcionarios al servicio del gobierno republicano, todos los miembros significados mínimamente de los partidos del Frente Popular y de la UGT y de la CNT, todos los miembros de organizaciones como Juventudes Libertarias, Comunistas, Socialistas... A los varones se les quitaba la camisa y se les examinaba el hombro para saber si habían disparado. Ninguno se salvó. A las mujeres se les daba el paseo antes de asesinarlas, o se las rapaba y purgaba públicamente. Bastaba con alguna pequeña desafección, con alguna pequeña liberalidad, una falda algo más corta de lo normal, con no ir a misa, con leer libros de autores malditos..., para que aquellas mujeres fueran humilladas en los paseos y plazuelas.
En la Plaza de Toros comenzaron los fusilamientos. Con ametralladoras, de diez en diez, de veinte en veinte, treinta, cuarenta..., hombres, mujeres, adolescentes, ancianos, sin distinción de ideología, se vieron abrazados por la muerte. Los camiones traían incansables nuevas víctimas de los pueblos de los alrededores. Gente que no había resistido, pagaba con la vida por un comentario ya olvidado sobre algún patrón, o era delatado por una herencia. Nadie estaba seguro. El tableteo de las máquinas resonaba por toda la ciudad. Nadie salia a la calle.
Los periodistas portugueses destacados en Badajoz, estaban horrorizados. La dictadura portuguesa de Salazar nunca actuó con tanta brutalidad. Entrevistado Varela por la prensa lusitana declaró "que no podía dejar enemigos en la retaguardia". No contentos con esto, a algunos de los detenidos se les picó, banderilleó y toreó en la plaza, muriendo a espada.
Catorce mil muertos es la cifra que ha quedado grabada en la memoria y en los relatos que se contaban en voz baja. Cuatro mil los muertos oficiales. Enterrados en fosas comunes. Abandonados en cunetas, los caminos estaban llenos de cadáveres que eran devorados por perros y alimañas. Fue el Terror, que duraría en los supervivientes el resto de sus días.
Se acababa así con toda una generación que generosamente se había puesto al servicio de una Revolución Social. Decenas de pueblos en los que se habían ocupado tierras, creado cooperativas y colectividades, antes incluso de la guerra, experiencias de todo tipo, artísticas, culturales, económicas, fueron borradas por medio del asesinato. ¿Qué pedían aquellas gentes sino Tierra, Libertad, Cultura, Paz? ¿Quiénes fueron los brutales asesinos, inhumanos, carentes de sentimientos que amasaron su fortuna sobre un río de sangre?
Que tomen nota quienes nos llaman utópicos. Que piensen que este sistema fue puesto en duda por gente sencilla, y que la respuesta de los poderosos, de las personas respetables y civilizadas, de los curas, empresarios y gente de orden y fuerza bruta, fue el pisoteo de sus propias leyes, el crimen y la muerte organizada.
Última edición por Jorge. el 27 Sep 2006, 11:36, editado 3 veces en total.
Estupendo texto, Jorge. Copipasteo por completar ( http://hispanianova.rediris.es/recensiones/R03_008.htm ):
Francisco ESPINOSA, La columna de la muerte. El avance del ejército franquista de Sevilla a Badajoz, Barcelona, Crítica, 2003, 559 págs, recensión por Sergio Gálvez (Universidad Complutense de Madrid).
Entre las grandes novedades editoriales aparecidas en el 2003 hay que destacar la obra de Francisco Espinosa La columna de la muerte, ya que supone uno de los ejercicios historiográficos más completos y serios, que sobre la Guerra Civil Española se ha realizado en los últimos años. El profesor Josep Fontana nos avisa en el prólogo de la extraordinaria importancia que tiene el libro, para recuperar una parte de la historia de la Guerra Civil, como es la toma de Badajoz en agosto de 1936, apenas conocida a través de las leyendas y tópicos, que la historiografía (neo) franquista ha transmitido, y sigue manteniendo.
La columna de la muerte parte de una preocupación básica, a parte de la estrictamente histórica, como es recuperar para la actual sociedad democrática los lugares de la memoria (o como denomina el autor para el caso de España, los lugares del olvido). En el caso estudiado se trata de la plaza de toros de Badajoz (recientemente derribada para usos inmobiliarios), en donde se llevó a cabo una de las mayores matanzas de la Guerra Civil Española, por parte de las tropas fascistas sublevadas, todo ello dentro de un plan de exterminio meticulosamente elaborado.
El libro consta de cinco capítulos, y un anexo impresionante, que ocupa más de la mitad de la obra, con los nombres de miles de personas que estuvieron implicadas en los hechos relatados, y que supone, por si mismo, una labor titánica para una obra que no contó en ningún momento con ayudas o becas. La presencia de esta enorme cantidad de nombres y apellidos de los personajes en el relato de los hechos, introduce un factor de realidad y cercanía a los mismos, raramente practicado en la historiografía.
En la primera parte, se desarrolla el objetivo propuesto por el autor (ampliamente conseguido), que es explicar el funcionamiento de la columna militar del ejército franquista, que recorrió la ruta de Sevilla a Badajoz, dirigida a Madrid en última instancia. F. Espinosa explica magistralmente tanto sus orígenes, su composición (donde el elemento clave serán las fuerzas militares de los legionarios y moros, trasladados a la Península Ibérica a los pocos días del golpe de estado), como la evolución de los acontecimientos, pueblo a pueblo, dando en cada uno los nombres de todos aquellos que se vieron involucrados. Demostrando, a pesar de la amplia aceptación historiográfica que ha tenido hasta ahora la idea opuesta, que ni mucho menos fue un camino fácil de recorrer, sino que por el contrario la columna encontró una fuerte oposición, en aquellos pueblos donde después del golpe del 18 de julio se mantuvo la legalidad republicana. Esta exposición de acontecimientos, ocupa el primer y cuarto capítulo del libro, donde se termina supeditando el recorrido geográfico al cronológico.
En este recorrido, se muestra las dos formas de concebir la guerra por parte de cada uno de los bandos implicados. Entre los frentepopulistas la represión se limitó a la detención de los caciques, falangistas, curas y demás elementos antilegalistas, en donde no hubo nunca, salvo las excepciones señaladas, voluntad de exterminio. Incluso se puede afirmar que el relato que hace el autor, sobre las penas a cumplir por los detenidos, muestra la falta de iniciativa y de realismo político, en el comienzo de la Guerra Civil, que tuvo las autoridades republicanas, lo que provoca al lector una sensación de impotencia.
Mientras que la columna de la muerte nunca necesitó de violencia para iniciar la primera matanza, como refleja el autor. Pero como señala F. Espinosa es precisamente esta inexistencia del "terror rojo", la que obligó al ejército franquista a la creación de las leyendas y tópicos mantenidos durante los largos años de la dictadura y buena parte del periodo democrático actual.
En la segunda parte (capítulo segundo y tercero), el autor desarrolla el núcleo del trabajo, expone el camino recorrido por la columna de la muerte, su paso por los diferentes pueblos, así como la ocupación de la ciudad de Badajoz. Dejando para el último bloque (capítulo quinto), un balance sobre la matanza de Badajoz, y el tratamiento historiográfico dado a la cuestión.
Detengámonos ahora en el capítulo V, "El 14 de agosto en Badajoz, entre la historia y la leyenda", eje vertebrador del libro, en mi opinión. F. Espinosa comienza haciendo un repaso de las únicas pruebas documentales existentes sobre lo que ocurrió tanto el 14 de agosto como en los siguientes días, como fueron los relatos de los periodistas que cubrieron la noticia, especialmente las crónicas del periodista portugués Mário Neves. De tal modo que, como señala F. Espinosa "la conclusión es siempre la misma: la operación sobre Badajoz fue magnificada con el objetivo de justificar la masacre" (pp. 255).
El recorrido que hace el autor por las crónicas (que terminarían siendo censuradas a los pocos días ante la gravedad de los sucesos, por los mandos militares dirigidos por Yagüe), son tan extremadamente duras, dada la barbarie ocurrida en la matanza de Badajoz, que hasta el lector más experimentado, tiene que parar por unos momentos la lectura, y reflexionar sobre la condición humana, y el odio que demostraron los vencedores con sus enemigos. La crudeza del relato de los ametrallamientos de cientos de prisioneros en la plaza de toros, con los mandos militares y autoridades asistiendo al evento, acompañados de banda de música, son tan espeluznantes como muchos de los relatos ofrecidos por los supervivientes de los campos nazis.
Pero el capítulo V aporta otras dos cuestiones esenciales. La primera de ellas es un estado de la cuestión sobre el tema de análisis, incidiendo especialmente en la crítica de las obras (la gran mayoría publicadas en los años 80 y 90, véase al respecto el de Ramón Salas Larrazábal, La represión roja en Badajoz) que siguen negando la matanza de Badajoz, mediante juegos de malabares con las cifras.
La Columna de la muerte, junto con el capítulo "Los mitos de la sangre: la Plaza de Badajoz" de Alberto Reig Tapia en su obra Memoria de la Guerra Civil. Los mitos de la tribu (Madrid, Alianza, 1999, pp. 107-147), han clarificado dentro de lo posible (recordemos la falta de documentación disponible), las principales dimensiones del acontecimiento.
Por último, el autor se centra en clarificar la particular lucha de cifras en torno a la guarnición de defensa y a las victimas de cada uno de los bandos. Tras numerosos y laboriosos recuentos de las cifras del Libro de Registros de Entradas del cementerio y los libros de Registro de Defunciones del Juzgado de Badajoz, se ha llegado a un total de 1.349 personas fallecidas, con nombres y apellidos. Pero como avisa el autor, sólo estamos ante la punta del iceberg una vez más, y teniendo en cuenta otras fuentes, estas cifras podrían ascender como mínimo a más de 3.800 personas asesinadas. Simplemente con la primera de las cifras dadas por F. Espinosa, se trataría del asesinato del 33% del total de la población de Badajoz, cifra ostensiblemente superior a otras ciudades, por donde pasó la columna de la muerte, como en el caso de Sevilla (4%) o de Huelva (10%).
Si algo sobresale especialmente de la Columna de la muerte, es la inmensa documentación manejada, en donde F. Espinosa nos deja constancia del estudio de los archivos de 85 Juzgados de los partidos judiciales, que abarcan la totalidad de las poblaciones estudiadas, junto con otra inmensa labor de búsqueda de información en cuatro archivos (Archivo General Militar de Ávila, Archivo Histórico Nacional de Salamanca, Archivo del Tribunal Militar Territorial Segundo de Sevilla y Archivo Histórico Nacional de Madrid). La búsqueda realizada, a pesar de las dificultades conocidas de trabajar en archivos relacionados tanto con la Guerra Civil como con la represión franquista, debido a los expurgos e impedimentos legales aún existentes, consigue finalmente tantas "evidencias" (aunque de modo fragmentado), para sus tesis, que se convierte en un excelente ejemplo de investigación, senda por la hay que continuar. A lo que hay que sumar una amplia bibliografía sobre el tema, donde la influencia, ya citada, del profesor Albert Reig Tapia está presente.
Algunas palabras merecen también el amplio anexo del libro, que constituye otro conjunto de evidencias que vienen a desterrar la leyenda de Badajoz. Constituido por varios bloques, el primer de ellos se dedica a los gastos en alimentos de la milicia, a partir de los cuales el autor calcula el número de milicianos reales, que se hicieron cargo de la defensa de la ciudad, rebajando la cifra de los mismos ostensiblemente. La segunda parte del anexo, aporta datos generales sobre esa misma cuestión. El siguiente es un listado completo de la composición de los comités frentepopulistas de defensa creados en los diferentes pueblos, en un intento del autor por recuperar la memoria y la dignidad de aquellos que defendieron la legalidad republicana.
Especialmente hay que reseñar los dos últimos bloques, porque proporcionan las fuentes necesarias para hacer el balance de la represión de un bando y otro. En el primero, queda reflejado un listado de los detenidos derechistas durante los días rojos en los pueblos estudiados, cuya principal diferencia con el siguiente, es que la inmensa mayoría de los detenidos conservaron la vida durante el breve cautiverio. El segundo y último gran bloque, presenta una inmensa lista con los miles de nombres y apellidos, junto a las profesiones (mayormente jornaleros) de los represaliados en los años 1936-1945, que viene a mostrar la inmensidad de la represión llevada a cabo.
Por último, hay que mencionar la tésis básica mantenida por F. Espinosa, que siempre ha sido fuente de conflictos y debates no solamente historiográficos, como es que la política franquista durante la Guerra Civil constituyó un auténtico plan de exterminio del adversario político: "La prueba de que existía un plan establecido es que allí donde triunfó el golpe se actuó siempre de igual manera, variando únicamente la intensidad de las acciones represivas en razón a las particularidades de cada zona" (pp. 251). Es tal el conjunto de evidencias, de documentos aportados que de un modo u otro tratan el tema, que vienen ampliamente a avalar las hipótesis de partida de la investigación.
En resumen, la lectura de este excelente libro termina produciendo una sensación agridulce. Por un lado nos encontramos ante una obra historiográfica de primer nivel, que consigue clarificar muchos de los aspectos nunca conocidos de la represión franquista en Badajoz, pero por el otro, tal como reconoce F. Espinosa solamente estamos ante la punta del iceberg del funcionamiento del plan de exterminio del ejército franquista.
Es cierto que gracias a obras como La columna de la muerte, junto con las iniciativas de las diferentes asociaciones en el Estado español para recuperar la memoria histórica (Foro por la Memoria o Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH)), la progresiva apertura de los Archivos Militares o colecciones como la dirigida actualmente por el profesor J. Fontana (Crítica Contrastes), unidas al laborioso trabajo de una nueva generación de investigadores sobre la represión franquista, estamos más cerca de entender y comprender lo que sucedió en ese periodo de la Historia de España.
Francisco ESPINOSA, La columna de la muerte. El avance del ejército franquista de Sevilla a Badajoz, Barcelona, Crítica, 2003, 559 págs, recensión por Sergio Gálvez (Universidad Complutense de Madrid).
Entre las grandes novedades editoriales aparecidas en el 2003 hay que destacar la obra de Francisco Espinosa La columna de la muerte, ya que supone uno de los ejercicios historiográficos más completos y serios, que sobre la Guerra Civil Española se ha realizado en los últimos años. El profesor Josep Fontana nos avisa en el prólogo de la extraordinaria importancia que tiene el libro, para recuperar una parte de la historia de la Guerra Civil, como es la toma de Badajoz en agosto de 1936, apenas conocida a través de las leyendas y tópicos, que la historiografía (neo) franquista ha transmitido, y sigue manteniendo.
La columna de la muerte parte de una preocupación básica, a parte de la estrictamente histórica, como es recuperar para la actual sociedad democrática los lugares de la memoria (o como denomina el autor para el caso de España, los lugares del olvido). En el caso estudiado se trata de la plaza de toros de Badajoz (recientemente derribada para usos inmobiliarios), en donde se llevó a cabo una de las mayores matanzas de la Guerra Civil Española, por parte de las tropas fascistas sublevadas, todo ello dentro de un plan de exterminio meticulosamente elaborado.
El libro consta de cinco capítulos, y un anexo impresionante, que ocupa más de la mitad de la obra, con los nombres de miles de personas que estuvieron implicadas en los hechos relatados, y que supone, por si mismo, una labor titánica para una obra que no contó en ningún momento con ayudas o becas. La presencia de esta enorme cantidad de nombres y apellidos de los personajes en el relato de los hechos, introduce un factor de realidad y cercanía a los mismos, raramente practicado en la historiografía.
En la primera parte, se desarrolla el objetivo propuesto por el autor (ampliamente conseguido), que es explicar el funcionamiento de la columna militar del ejército franquista, que recorrió la ruta de Sevilla a Badajoz, dirigida a Madrid en última instancia. F. Espinosa explica magistralmente tanto sus orígenes, su composición (donde el elemento clave serán las fuerzas militares de los legionarios y moros, trasladados a la Península Ibérica a los pocos días del golpe de estado), como la evolución de los acontecimientos, pueblo a pueblo, dando en cada uno los nombres de todos aquellos que se vieron involucrados. Demostrando, a pesar de la amplia aceptación historiográfica que ha tenido hasta ahora la idea opuesta, que ni mucho menos fue un camino fácil de recorrer, sino que por el contrario la columna encontró una fuerte oposición, en aquellos pueblos donde después del golpe del 18 de julio se mantuvo la legalidad republicana. Esta exposición de acontecimientos, ocupa el primer y cuarto capítulo del libro, donde se termina supeditando el recorrido geográfico al cronológico.
En este recorrido, se muestra las dos formas de concebir la guerra por parte de cada uno de los bandos implicados. Entre los frentepopulistas la represión se limitó a la detención de los caciques, falangistas, curas y demás elementos antilegalistas, en donde no hubo nunca, salvo las excepciones señaladas, voluntad de exterminio. Incluso se puede afirmar que el relato que hace el autor, sobre las penas a cumplir por los detenidos, muestra la falta de iniciativa y de realismo político, en el comienzo de la Guerra Civil, que tuvo las autoridades republicanas, lo que provoca al lector una sensación de impotencia.
Mientras que la columna de la muerte nunca necesitó de violencia para iniciar la primera matanza, como refleja el autor. Pero como señala F. Espinosa es precisamente esta inexistencia del "terror rojo", la que obligó al ejército franquista a la creación de las leyendas y tópicos mantenidos durante los largos años de la dictadura y buena parte del periodo democrático actual.
En la segunda parte (capítulo segundo y tercero), el autor desarrolla el núcleo del trabajo, expone el camino recorrido por la columna de la muerte, su paso por los diferentes pueblos, así como la ocupación de la ciudad de Badajoz. Dejando para el último bloque (capítulo quinto), un balance sobre la matanza de Badajoz, y el tratamiento historiográfico dado a la cuestión.
Detengámonos ahora en el capítulo V, "El 14 de agosto en Badajoz, entre la historia y la leyenda", eje vertebrador del libro, en mi opinión. F. Espinosa comienza haciendo un repaso de las únicas pruebas documentales existentes sobre lo que ocurrió tanto el 14 de agosto como en los siguientes días, como fueron los relatos de los periodistas que cubrieron la noticia, especialmente las crónicas del periodista portugués Mário Neves. De tal modo que, como señala F. Espinosa "la conclusión es siempre la misma: la operación sobre Badajoz fue magnificada con el objetivo de justificar la masacre" (pp. 255).
El recorrido que hace el autor por las crónicas (que terminarían siendo censuradas a los pocos días ante la gravedad de los sucesos, por los mandos militares dirigidos por Yagüe), son tan extremadamente duras, dada la barbarie ocurrida en la matanza de Badajoz, que hasta el lector más experimentado, tiene que parar por unos momentos la lectura, y reflexionar sobre la condición humana, y el odio que demostraron los vencedores con sus enemigos. La crudeza del relato de los ametrallamientos de cientos de prisioneros en la plaza de toros, con los mandos militares y autoridades asistiendo al evento, acompañados de banda de música, son tan espeluznantes como muchos de los relatos ofrecidos por los supervivientes de los campos nazis.
Pero el capítulo V aporta otras dos cuestiones esenciales. La primera de ellas es un estado de la cuestión sobre el tema de análisis, incidiendo especialmente en la crítica de las obras (la gran mayoría publicadas en los años 80 y 90, véase al respecto el de Ramón Salas Larrazábal, La represión roja en Badajoz) que siguen negando la matanza de Badajoz, mediante juegos de malabares con las cifras.
La Columna de la muerte, junto con el capítulo "Los mitos de la sangre: la Plaza de Badajoz" de Alberto Reig Tapia en su obra Memoria de la Guerra Civil. Los mitos de la tribu (Madrid, Alianza, 1999, pp. 107-147), han clarificado dentro de lo posible (recordemos la falta de documentación disponible), las principales dimensiones del acontecimiento.
Por último, el autor se centra en clarificar la particular lucha de cifras en torno a la guarnición de defensa y a las victimas de cada uno de los bandos. Tras numerosos y laboriosos recuentos de las cifras del Libro de Registros de Entradas del cementerio y los libros de Registro de Defunciones del Juzgado de Badajoz, se ha llegado a un total de 1.349 personas fallecidas, con nombres y apellidos. Pero como avisa el autor, sólo estamos ante la punta del iceberg una vez más, y teniendo en cuenta otras fuentes, estas cifras podrían ascender como mínimo a más de 3.800 personas asesinadas. Simplemente con la primera de las cifras dadas por F. Espinosa, se trataría del asesinato del 33% del total de la población de Badajoz, cifra ostensiblemente superior a otras ciudades, por donde pasó la columna de la muerte, como en el caso de Sevilla (4%) o de Huelva (10%).
Si algo sobresale especialmente de la Columna de la muerte, es la inmensa documentación manejada, en donde F. Espinosa nos deja constancia del estudio de los archivos de 85 Juzgados de los partidos judiciales, que abarcan la totalidad de las poblaciones estudiadas, junto con otra inmensa labor de búsqueda de información en cuatro archivos (Archivo General Militar de Ávila, Archivo Histórico Nacional de Salamanca, Archivo del Tribunal Militar Territorial Segundo de Sevilla y Archivo Histórico Nacional de Madrid). La búsqueda realizada, a pesar de las dificultades conocidas de trabajar en archivos relacionados tanto con la Guerra Civil como con la represión franquista, debido a los expurgos e impedimentos legales aún existentes, consigue finalmente tantas "evidencias" (aunque de modo fragmentado), para sus tesis, que se convierte en un excelente ejemplo de investigación, senda por la hay que continuar. A lo que hay que sumar una amplia bibliografía sobre el tema, donde la influencia, ya citada, del profesor Albert Reig Tapia está presente.
Algunas palabras merecen también el amplio anexo del libro, que constituye otro conjunto de evidencias que vienen a desterrar la leyenda de Badajoz. Constituido por varios bloques, el primer de ellos se dedica a los gastos en alimentos de la milicia, a partir de los cuales el autor calcula el número de milicianos reales, que se hicieron cargo de la defensa de la ciudad, rebajando la cifra de los mismos ostensiblemente. La segunda parte del anexo, aporta datos generales sobre esa misma cuestión. El siguiente es un listado completo de la composición de los comités frentepopulistas de defensa creados en los diferentes pueblos, en un intento del autor por recuperar la memoria y la dignidad de aquellos que defendieron la legalidad republicana.
Especialmente hay que reseñar los dos últimos bloques, porque proporcionan las fuentes necesarias para hacer el balance de la represión de un bando y otro. En el primero, queda reflejado un listado de los detenidos derechistas durante los días rojos en los pueblos estudiados, cuya principal diferencia con el siguiente, es que la inmensa mayoría de los detenidos conservaron la vida durante el breve cautiverio. El segundo y último gran bloque, presenta una inmensa lista con los miles de nombres y apellidos, junto a las profesiones (mayormente jornaleros) de los represaliados en los años 1936-1945, que viene a mostrar la inmensidad de la represión llevada a cabo.
Por último, hay que mencionar la tésis básica mantenida por F. Espinosa, que siempre ha sido fuente de conflictos y debates no solamente historiográficos, como es que la política franquista durante la Guerra Civil constituyó un auténtico plan de exterminio del adversario político: "La prueba de que existía un plan establecido es que allí donde triunfó el golpe se actuó siempre de igual manera, variando únicamente la intensidad de las acciones represivas en razón a las particularidades de cada zona" (pp. 251). Es tal el conjunto de evidencias, de documentos aportados que de un modo u otro tratan el tema, que vienen ampliamente a avalar las hipótesis de partida de la investigación.
En resumen, la lectura de este excelente libro termina produciendo una sensación agridulce. Por un lado nos encontramos ante una obra historiográfica de primer nivel, que consigue clarificar muchos de los aspectos nunca conocidos de la represión franquista en Badajoz, pero por el otro, tal como reconoce F. Espinosa solamente estamos ante la punta del iceberg del funcionamiento del plan de exterminio del ejército franquista.
Es cierto que gracias a obras como La columna de la muerte, junto con las iniciativas de las diferentes asociaciones en el Estado español para recuperar la memoria histórica (Foro por la Memoria o Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH)), la progresiva apertura de los Archivos Militares o colecciones como la dirigida actualmente por el profesor J. Fontana (Crítica Contrastes), unidas al laborioso trabajo de una nueva generación de investigadores sobre la represión franquista, estamos más cerca de entender y comprender lo que sucedió en ese periodo de la Historia de España.
Muchas gracias por la recensión Curioso. Me rechina el alma cuando leo que se debate (no aquí), sobre pretendidos historiadores como Pío Moa, que afirma, tan pancho, que en Badajoz, en agosto del 36, "sólo" murieron cien personas. A algunos aún nos queda memoria. Estos autores como Francisco Espinosa, que careciendo de medios, de financiación, de público, dedican años de su vida a desenterrar la histora de las víctimas, merecen todo nuestro respeto. Si lee esto Francisco Espinosa, muchas gracias en nombre de quien murió en Badajoz en agosto del 36: el pueblo.
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Invitado
Y con magníficas relaciones con la Conferencia Episcopal, añado.Anonymous escribió:Carlos Dávila es un ultraderechista de mucho cuidado. En su columna en el ABC ha criticado más de una vez a personajes como Ruiz Gallardón o Celia Villalobos por su "izquierdismo". Espero no volver a verle la cara en televisión nunca más...
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Invitado
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Invitado
El carnicero de Badajoz
El General que mandaba esa columna era Yague.
Su lugar de nacimiento tomo su nombre San Leonardo (de Yague) Soria.
Y en ese pueblo tiene una estatua en su honor con los lemas de PAZ (imagino que la de los cementerios) y Trabajo.
Lo de Pio Moa es revisinismo puro y duro. Al final resultara que Franco no mato a casi nadie.
Su lugar de nacimiento tomo su nombre San Leonardo (de Yague) Soria.
Y en ese pueblo tiene una estatua en su honor con los lemas de PAZ (imagino que la de los cementerios) y Trabajo.
Lo de Pio Moa es revisinismo puro y duro. Al final resultara que Franco no mato a casi nadie.
- Invectiva Incendiaria
- Mensajes: 727
- Registrado: 30 Nov 2008, 00:33
- Ubicación: A la vera del viento solano
Re: Verano en el Badajoz de 1936
Sirva para recordar a tantísimes españoles que fueron asesinados por las intentonas fascistas en nuestro país.


- lobo estepario
- Mensajes: 612
- Registrado: 31 Dic 2006, 13:59
Re: Verano en el Badajoz de 1936
También he leído por otros lados:Jorge. escribió:a algunos de los detenidos se les picó, banderilleó y toreó en la plaza, muriendo a espada.
Supongo que encontrar fotografías de un acontecimiento así es difícil, pero ¿hay más pruebas de una muestra de sadismo de tal magnitud?Entre los más despiadados destacó un sargento moro de nombre Muley que se colocó un traje de torero encima del suyo y comenzó la “faena”: usaba la bayoneta como estoque contra los prisioneros y los mataba clavándoles el hierro en la cara y en el cuello. Mientras, la gente de ley y orden daba los olés y los correspondientes aplausos cuando los prisioneros eran banderilleados.
El espectáculo duró toda la noche. Durante las primeras horas del día 15, el miliciano Juan Gallardo Bermejo le arrebató la bayoneta a uno de los legionarios-toreo y lo mató. En ese momento se retiraron de la arena moros y legionarios y comenzó un ametrallamiento masivo.
Resulta paradójico llamar "radical" a quien destroza un cristal, y "demócrata" a quien destroza el mundo.
http://rincondelloboestepario.blogspot.com/
http://rincondelloboestepario.blogspot.com/
Re: Verano en el Badajoz de 1936
Un poco de revisionismo:
Código: Seleccionar todo
http://historiademonesterio.blogspot.com/2010/04/la-matanza-de-badajoz-ante-los-muros-de.htmlHay muchos problemas y pocas soluciones.
Muchas críticas, lo sé, y pocas son constructivas.
Kery James - Déséquilibre
Muchas críticas, lo sé, y pocas son constructivas.
Kery James - Déséquilibre
Re: Verano en el Badajoz de 1936
La verdad es que no hay pruebas que yo sepa. Yo solo lo he escuchado de gente mayor, y siempre se me hizo algo increíble y muy difícil de creer. Ahora, que quien hizo la represión fue el ejército de África, que era un ejército colonial acostumbrado a llevar a cabo atrocidades. También hablé una vez con uno de los legionarios que entró en Badajoz, y el hombre fue muy reticente a contar nada. Los estudios de Espinosa y otros historiadores al menos han dejado al descubierto las cifras de la represión, que fueron de miles de personas.lobo estepario escribió:Supongo que encontrar fotografías de un acontecimiento así es difícil, pero ¿hay más pruebas de una muestra de sadismo de tal magnitud?
- lobo estepario
- Mensajes: 612
- Registrado: 31 Dic 2006, 13:59
Re: Verano en el Badajoz de 1936
Intentando recordar el nombre del periodista que acabó en un psiquiátrico tras presenciar los hechos de Badajoz (Mario Pires), he topado con las crónicas de Jay Allen, periodista que vivió de cerca la Guerra Civil española.
El siguiente artículo es la continuación de las notables crónicas del Sr. Allen sobre su reciente viaje a Portugal, para informar del papel que juega ese país en la presente Guerra Civil española y de los sucesos que tienen lugar en España a lo largo de la frontera portuguesa:
Elvas, Portugal, 25 de agosto
Esta es la historia más dolorosa que me ha tocado escribir. La escribo a las cuatro de la madrugada, enfermo en cuerpo y alma, en el hediondo patio de la Pensión Central, en una de las tortuosas calles blancas de esta empinada ciudad amurallada. Nunca más encontraré la Pensión Central, y nunca querré hacerlo.
He llegado aquí desde Badajoz, ciudad a unos kilómetros de distancia, en España. Subí a la azotea para mirar atrás. Vi fuego. Están quemando los cuerpos. Cuatro mil hombres y mujeres han muerto en Badajoz desde que los moros y los legionarios rebeldes del general Francisco Franco treparan sobre los cuerpos de sus propios muertos para escalar las murallas tantas veces empapadas en sangre.
Historia de una mujer que llora
He intentado dormir. Pero no se puede dormir en una cama sucia e incómoda, en una habitación con la temperatura de un baño turco, castigado por mosquitos y chinches, y atormentado por el recuerdo de lo que has visto, con el olor de la sangre en tu pelo, y con una mujer llorando en la habitación de al lado.
—¿Qué le pasa? —pregunté al paisano adormilado que ronda el lugar por la noche haciendo guardia.
—Es española. Vino aquí creyendo que su marido había escapado de Badajoz.
—¿Y no es así?
—Sí —dijo, y me miró, no sabiendo si seguir hablando—. Sí, y lo mandaron de vuelta. Lo fusilaron esta mañana.
—¿Quién lo mandó de vuelta? —Lo sabía, pero lo pregunté de todos modos.
—Nuestra policía internacional.
Había visto antes la vergüenza y la indignación en los ojos de un hombre, pero no de este modo. De pronto, ese ser sudoroso y adormilado cuya misma presencia era un miseria añadida al momento, adquirió esa dignidad y nobleza propias de un buen perro y de la que muy a menudo carecen los seres humanos.
Me rendí. Bajé al sucio patio, con sus gallinas, conejos y cerdos, para escribir esto y acabar de una vez
(...)
Hablaron en susurros. Este fue el resultado: miles de milicianos y milicianas republicanos, socialistas y comunistas, fueron asesinados al caer Badajoz, por el crimen de defender a su República contra el embate de los generales y los terratenientes.
Cientos de personas devueltas para morir
Desde entonces, cada día se ejecuta a 50 o 100 personas. Los moros y los legionarios lo saquean todo. Pero lo más siniestro es que la «policía internacional» portuguesa está contraviniendo las normas internacionales y devolviendo a cientos de refugiados republicanos a una muerte segura bajo los pelotones de fusilamiento rebeldes.
(...)
Diputado entregado a los rebeldes
El día anterior, entregaron a los rebeldes a Madronero, alcalde de Badajoz, y al diputado socialista Nicelau de Pablo. El martes, escoltaron a 40 refugiados republicanos hasta la frontera de España. Treinta y dos de ellos fueron fusilados a la mañana siguiente. Cuatrocientos hombres, mujeres y niños fueron conducidos con una escolta de caballería desde el puesto fronterizo de Caia hasta las líneas españolas. Cerca de 300 de ellos fueron ejecutados.
Cuando volvimos al coche, condujimos hasta Campo Mayor, a sólo siete kilómetros de Badajoz, al otro lado de la frontera de Portugal. Un policía fronterizo muy charlatán dijo:
—Claro que los enviamos de vuelta. Son peligrosos. No podemos tener rojos en Portugal en un momento como éste.
—¿Y qué pasa con el derecho de asilo?
—Oh, Badajoz solicitó su extradición.
—No hay extradición para los delitos políticos.
—Están siendo extraditados por toda la frontera, siguiendo órdenes de Lisboa —dijo en tono beligerante.
(...)
Algunas notas sobre Badajoz
Fuimos directos hasta el centro de Badajoz. Estas son mis notas: la catedral está intacta. No, no lo está. Al pasar junto a ella en coche veo que ha desaparecido una parte de la torre cuadrada.
—Los rojos tenían allí ametralladoras y nuestra artillería se vio obligada a actuar —dijeron mis amigos.
Ayer tuvo lugar allí un fusilamiento ceremonial, simbólico. Siete importantes miembros del Frente Republicano fueron fusilados al son de una banda de música y demás fanfarria, ante 3000 personas. Todo ello para probar que los generales rebeldes no fusilan sólo a obreros y campesinos; con el Frente Popular no hay favoritismos que valgan.
Nos detuvimos en una esquina de la calle de San Juan, demasiado estrecha para el tráfico. Por ahí huyeron los milicianos para refugiarse en la fortaleza mora de la colina al ver que los descendientes de sus arquitectos conseguían cruzar la puerta de la Trinidad. Fueron sorprendidos por los legionarios que consiguieron entrar desde el río y que los mataban, a montones en las esquinas de las calles.
Tiendas saqueadas por conquistadores
Todas las tiendas parecían destrozadas. Los conquistadores las saqueaban al pasar. Los portugueses llevan toda la semana comprando relojes y joyas por prácticamente nada. Muchas de esas tiendas pertenecen a gente de derechas. Es el impuesto de guerra que pagan por su salvación, me dijo con gesto huraño un oficial rebelde.
Las enormes paredes del Alcázar asoman al final de la calle de San Juan. Fue allí donde los defensores de la ciudad, refugiados en la torre de Espantaperros, fueron asfixiados con humo y tiroteados.
Pasamos ante una gran tienda de alimentación que parecía haber sufrido un terremoto.
—La Campana era propiedad de don Mariano, partidario de Azaña —dijo uno de mis amigos—. La saquearon ayer, tras fusilar a Mariano.
Marcas de rifle reveladoras
Pasamos junto a la oficina de la reforma agraria, donde conocí al ingeniero Jorge Montojo el pasado mes de junio, que se ocupaba de redistribuir las tierras, ganándose el odio de los terratenientes, además de la enemistad de los socialistas por actuar como un técnico, siguiendo cánones legales estrictamente burgueses. Había tomado las armas para defender a la República, así que...
De pronto vimos que dos falangistas detenían a un hombre robusto con ropa de campesino, sujetándolo mientras un tercero le tiraba de la camisa para desnudarle el hombro derecho. Allí podía verse la marca azulinegra de la culata de un rifle. Seguía siendo visible una semana después. El informe fue desfavorable, y acabó en la plaza de toros.
Pasamos junto a las paredes de la plaza en cuestión. Sus paredes de piedra miraban al fértil valle del Guadiana. Es una plaza de ladrillo rojo y yeso blanco. En ella vi antes de la guerra al torero Juan Belmonte, en una noche como esta, vigilando la llegada de los toros. Esta noche también llevaban a la plaza a la carne de cañón de la fiesta del día siguiente. Filas de hombres con los brazos en alto.
Recibidos por ametralladoras
Los «rojos» eran jóvenes, en su mayoría campesinos con camisa azul y mecánicos vistiendo monos de trabajo. Todavía los estaban reuniendo. A las 4 de la madrugada los hicieron entrar en la plaza por la puerta por donde solía entrar el desfile inicial de toreros. Dentro les esperaban las ametralladoras.
Dicen que la primera noche la sangre alcanzó un palmo de profundidad. No lo dudo. Allí se asesinó a mil ochocientos hombres y mujeres en un plazo de doce horas. En 1.800 cuerpos hay más sangre de la que uno imagina.
Durante las corridas, cuando el toro o algún pobre caballo sangra mucho, aparecen los monosabios para esparcir arena limpia sobre la sangre. Pero en las tardes soleadas todavía puede olerse la sangre. Es un olor revigorizante.
Trepando sobre cuerpos de muertos
Los falangistas nos detuvieron en la entrada principal de la plaza y mis amigos hablaron con ellos. La noche era calurosa. Había un olor en el aire. No puedo describirlo y no lo describiré. Los monosabios tendrán mucho trabajo para hacer presentable la plaza para la siguiente corrida. En cuanto a mí, no volveré a ver una corrida. Jamás.
Llegamos a la puerta de la Trinidad atravesando las antaño invencibles fortificaciones. La luna lo iluminaba todo. Una semana antes, entró por ella un batallón de 280 legionarios. Sólo veintidós vivieron para contar la historia de cómo se encaramaron a los cuerpos de sus propios muertos para silenciar con granadas de mano y cuchillos dos ametralladoras asesinas. ¿Dónde estaba la aviación del gobernador? Es un misterio. Hace que uno se estremezca pensando en Madrid.
Volvimos a la ciudad, pasando con el coche ante la nueva escuela y el nuevo Instituto de Salud. Los hombres que las construyeron están muertos, fusilados como «rojos», por querer defenderlas.
Cadáveres que pasan días sin ser tocados
Doblamos una esquina.
—Hasta ayer, allí había una piscina ennegrecida por la sangre —dijo uno de mis amigos—. Allí fusilaron a los militares leales y no se llevaron sus cuerpos en varios días, para que sirvieran de ejemplo.
Les habían dicho que salieran de las casas y, cuando salieron para recibir a los conquistadores, los tirotearon y luego saquearon sus casas. Los moros no hacían favoritismos.
En la plaza de toros, Mario Pires perdió la cabeza durante las ejecuciones. Intentó salvar a una preciosa niña de 15 años a la que sorprendieron con un rifle en la mano. El moro fue inflexible. Mario vio como la disparaban. Ahora Mario está recibiendo cuidados médicos en Lisboa.
Sé que en el otro bando también han tenido lugar muchos horrores. El derechista Almendralejo1 fue crucificado, empapado en gasolina y quemado vivo. Conozco a gente que ha visto los cuerpos carbonizados. Lo sé. Sé que han muerto cientos, incluso miles, de personas a manos de las masas vengativas. Pero también sé quién se alzó para «salvar España» provocando así que las masas se encarnizaran en una defensa tan valiente como salvaje.
De todos modos, ahora estoy informando sobre Badajoz, donde, durante el asedio, se ejecutaba cada día a una media docena de derechistas, pero, aún así...
Historia de dos hermanos
De vuelta en el casino de Elvas pregunté diplomáticamente:
—¿Cuántos murieron cuando los rojos quemaron la cárcel?
—Pero si no quemaron la cárcel.
Yo había leído en la prensa de Lisboa y de Sevilla que sí lo habían hecho.
—No, lo impidieron los hermanos Plá.
Conocí a los hermanos Luis y Carlos Plá, jóvenes ricos de buena familia, dueños del mejor garaje del sudoeste de España. Eran socialistas porque creían que el partido socialista era el instrumento para acabar con el poder de los señores feudales españoles.
—Justo antes de que entraran los moros, se enfrentaron a la multitud que quería quemar a los 300 derechistas que había dentro de la cárcel, diciendo que iban a morir en defensa de la República, pero que no eran asesinos. Ellos mismos les abrieron las puertas para que escapasen.
—¿Qué fue de los Plá?
—Los fusilaron.
—¿Por qué?
Sin respuesta.
No hay respuesta. Podían haber dejado que esas personas escaparan a Portugal, que estaba a sólo cinco kilómetros de distancia. Pero no les dejaron.
Los rojos sufren el rigor de la justicia
Oí por la radio al general Queipo de Llano decir que habían tomado Barcarrota y que trataron a los rojos con «el rigor de la justicia». Conozco Barcarrota. En junio pasado pregunté a los vecinos de allí si, ahora que les daban tierras, no se convertirían en capitalistas.
—No —respondieron indignados.
—¿Por qué?
—Porque sólo recibiremos la suficiente para nuestro uso, no la suficiente para explotar a los demás.
—Pero será vuestra.
—Por supuesto.
—¿Qué le pedís ahora a la República?
—Dinero para semillas. Y escuelas.
Recuerdo que entonces pensé:
«Dios proteja a todo el que intente impedirlo».
Estaba equivocado. ¿O no? En el casino, frecuentado sobre todo por ricos comerciantes y terratenientes, se me ocurrió preguntar cuál era la situación antes de la rebelión.
—Terrible. Los campesinos cobraban 12 pesetas por una jornada de 7 horas, y nadie podía pagarlas.
Eso es cierto. Era más de lo que podía pagar el país. Pero antes de eso cobraban entre 2 y 3 pesetas por trabajar desde el amanecer hasta el anochecer. En el casino había una veintena de españoles con banderitas rojigualdas en la solapa, y el hecho de que estuvieran allí me hizo pensar que no creían que Franco hubiera convertido ya a España en un lugar seguro.
En las calles bañadas por la luna olía a jazmín, pero yo tenía otro olor en mi nariz. Un olor dulzón, horriblemente dulzón.
Canción de amor a la luz de la luna
Al pie de la plaza blanca, junto a una fuente, había un joven apoyado contra la pared, con los pies cruzados, tocando la guitarra mientras cantaba con suave voz de tenor una cálida canción de amor portuguesa.
En junio, los jóvenes de Badajoz aún cantaban bajo los balcones. Pasará mucho tiempo antes de que vuelvan a hacerlo.
De pronto, un coche con una bandera roja y amarilla cruzó la plaza. Nos detuvimos. Nuestros tamborileros vinieron a nuestro encuentro.
—Están registrando el hotel.
—¿A quién buscan?
—No lo sé.
Nos iremos en cuanto haya luz. La gente que hace preguntas no es muy popular en esta frontera. Si es que se la puede llamar frontera.
Resulta paradójico llamar "radical" a quien destroza un cristal, y "demócrata" a quien destroza el mundo.
http://rincondelloboestepario.blogspot.com/
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Re: Verano en el Badajoz de 1936
en el enlace de Bo dice que jay allen es un farsante.
Esto es el signo de que el entendimiento humano pretendiendo la ruptura de los posibles del ser ha generado una lógica ambivalente inferida de la dialéctica transcendental del ser- "con" secularizado en la dinámica productiva reificadora de la carne multitudinaria en estado mesianíco y violento.
Martin Heidegger.
Martin Heidegger.