El Manifiesto Comunista (prólogo de Miguel Amorós)

¿Qué tienen en común el Anarquismo y el Comunismo? ¿Qué separa y une a estas dos formas de organizar la sociedad? ¿Nuestro fin es el mismo? Stalinistas, leninistas, marxistas y marxistas libertarios. ¿En qué se diferencian entre sí? ¿Y en qué se parecen?
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geronimo355
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El Manifiesto Comunista (prólogo de Miguel Amorós)

Mensaje por geronimo355 » 07 Abr 2017, 09:12

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Hace un par de meses la editorial Corazones Blindados ha publicado una nueva edición del Manifiesto Comunista de Marx y Engels (5 €) : http://www.viruseditorial.net/libreria/ ... +f.+engels

Para la ocasión, el teórico anarquista Miguel Amorós ha escrito un prefacio que explica el contexto histórico del Manifiesto y como este texto subversivo fue recuperado más tarde por las burocracias comunistas para transformarlo en catecismo ideológico.

El prefacio se puede leer a continuación :

El Manifiesto Comunista de Marx y Engels ojeado a distancia

El Manifiesto Comunista ocupa un lugar muy especial en la historia de las revoluciones, tanto en la forma, exposición clásica, tono grandilocuente, estilo cortante y revelación iluminadora, como en el contenido : la "concepción materialista" de sus autores, variante "enderezada" de la filosofía de la historia de Hegel. Manifiesto Comunista fue el título original de la obra, y no "Manifiesto del Partido Comunista" con el que ha sido conocido a partir de la edición francesa de Laura Lafargue. Si bien la fama actual es ante todo deudora del triunfo de la contrarrevolución bolchevique sobre los proletarios y campesinos rusos, que transformó el "marxismo" en una ideología de Estado, y el Manifiesto, en un documento infalible de la ortodoxia de la nueva clase dirigente, también es muy cierto que transcurridos los primeros quince años de silencio desde su primera aparición, el interés de los revolucionarios por el escrito fue en aumento, entre los cuales se encontraba Bakunin, responsable de una primera traducción al ruso. Sin embargo, aun cuando la batalla entre la burguesía y el proletariado ocupase el centro del escenario social, cosa que distaba mucho de suceder cuando fue elaborado por encargo del primer congreso de la Liga de los Comunistas, el ámbito del Manifiesto nunca sobrepasó los círculos intelectuales proletarios. Faltó un largo proceso de decadencia para que el texto se convirtiera en catecismo de una grosera religión difundida a escala mundial por los poderosos medios propagandísticos del Estado totalitario soviético. Nada más opuesto al pensamiento y a la voluntad de sus autores, Marx y Engels, pero esa es la ironía con la que acostumbra a manifestarse la historia.

El interés de sus redactores residía en la necesidad de dar un fundamento "científico" al comunismo, doctrina social derivada del igualitarismo de la Revolución Francesa, y sustraerlo a las interpretaciones moralistas, burguesas y utópicas que hasta entonces lo habían caracterizado. El Manifiesto basaba la igualdad social no en disposiciones jurídicas, experimentos altruistas o fórmulas económicas, sino en la disolución de la propiedad privada moderna y en la apropiación de los medios de producción por las futuras instituciones proletarias. La economía, es decir, el desarrollo de las fuerzas productivas y la división de la fuerza de trabajo que implicaba, determinaba "independientemente de la voluntad de los hombres" una organización concreta de la sociedad, con la burguesía a la cabeza explotando a una nueva clase, el proletariado. Burgueses y proletarios quedaban enfrentados en una lucha de clases proclamada motor de la historia en el primer parágrafo. Pero el final de la burguesía estaba implícito en el comienzo : el desarrollo de las fuerzas productivas entraría en contradicción con las relaciones de producción y, por consiguiente, con su envoltura jurídica e institucional. El proletariado sería obligado al combate ante las sucesivas crisis económicas que marcaban el declive de la clase dominante, imbuido de la misión de seguir desarrollando las fuerzas productivas libres de las trabas de la propiedad privada burguesa. La revolución proletaria tenía la última palabra, pero al revés de otras revoluciones, ésta suprimiría las clases y realizaría el comunismo. La clase obrera, al ser una clase universal, sin intereses particulares, estaba legitimada por la historia para actuar en nombre de la humanidad entera.

Poco importa que las "verdades" del Manifiesto hubieran sido dichas antes por otros, por los sansimonianos, por Sismondi, Proudhon, Karl Grün, etc.; se trataba de una magnífica síntesis donde se conciliaban - en sentido hegeliano - las férreas leyes del progreso y las de la revolución. Marx y Engels ofrecían una teoría de la sociedad que se pretendía "científica". De acuerdo con ella, la historia pasaba obligatoriamente por la revuelta de la clase oprimida; todo resultaba transparente y el pasado quedaba conectado con el presente y el futuro, sus productos necesarios, en una marcha indefectible hacia la lucha final. El factor objetivo, el desarrollo económico, iba indisolublemente ligado con el factor subjetivo, la clase obrera revolucionaria. Poco importa que la veracidad de los postulados del Manifiesto fuese relativa, que el desarrollo de las fuerzas productivas y la lucha de clases como determinantes perennes del proceso histórico fuesen una generalización abusiva de las condiciones burguesas de la época, y que la mentalidad productivista típica de la burguesía fuese proyectada sobre todas las clases dirigentes del pasado; que las relaciones entre economía, clases, poder, crisis y revuelta no fuesen tan directas ni tan simples, o que el papel del Estado y de la Religión en todo ello resultara escamoteado. Si non e vero, e ben trovato. La doctrina del Manifiesto tenía la virtud de satisfacer, al mismo tiempo, la voluntad de sistema de la crítica teórica y el mesianismo apocalíptico de los revolucionarios de 1848. El conflicto entre burgueses y proletarios, culminación de una serie de revueltas históricas encadenadas, adquiría visos de epopeya, proporcionando horizontes milenaristas a las más nobles aspiraciones obreras.

Cabe decir que la susodicha consagración de la función histórica del proletariado ocurría cuando, salvo en Inglaterra, apenas existían obreros en Europa; se trataba pues de una anticipación genial. El proletariado no constituía por entonces una clase autónoma y unificada, y sus "coaliciones" en defensa del salario o por la reducción de la jornada no eran tenidas en cuenta en el Manifiesto. En todo caso, la conducta del proletariado consciente tenía que ser fundamentalmente política, y dada la incapacidad de los comunistas de crear un "partido" propio, sus esfuerzos habían de dirigirse a la constitución del ala extremista del partido burgués más intransigente. Consciente de ello, Marx cifró sus esperanzas en una alianza de los comunistas con los burgueses radicales a fin de contribuir a la derrota de sus enemigos comunes, la aristocracia, el despotismo monárquico y la gran burguesía. En contra de parte de la Liga, Marx se negaba a reivindicar un régimen socialista, decantándose por llevar la acción de la burguesía lo más lejos posible, de forma que el nuevo régimen democrático favoreciera la acción específica proletaria en un periodo posterior. En consecuencia, Marx abandonó la idea de reforzar teóricamente al movimiento obrero, tarea para la cual se concibió el Manifiesto, y aparcó cualquier política específicamente obrera en pro de una alianza entre clases. El programa de la revolución proletaria que figuraba en el capítulo cuarto del Manifiesto, sería dejado de lado por el programa de la revolución burguesa defendido desde las páginas de la Nueva Gaceta Renana, órgano de la democracia germánica. Pero el aplastamiento en junio de 1848 de la insurrección de los obreros franceses alejó al movimiento burgués, sobre todo en Alemania, de cualquier veleidad radical, quedando los comunistas alemanes, los más influyentes, a merced de la represión. Después del juicio de sus compañeros en Colonia, Marx disolvió la Liga y emprendió el camino del exilio, la "patria de los mejores", olvidando definitivamente el trabajo formativo de los trabajadores y su desarrollo intelectual.

A pesar de todo, el Manifiesto no permaneció mucho tiempo en el desván. Construcción seductora donde las haya, lo que le confería un aura de ciencia que casaba perfectamente en un periodo capitalista posterior, más desarrollado, con las perspectivas proletarias nuevamente abiertas por la fundación de la Asociación Internacional de Trabajadores y el establecimiento de uniones, sindicatos y federaciones obreras en diversos países del orbe. Con el renacer de sus afanes emancipadores, la clase obrera superaba el horizonte burgués al que le había relegado la pasada derrota y volvía a la carga. El terreno era más propicio para el mesianismo obrero anticapitalista que antes. El proletariado era la clase de la conciencia, la clase preñada de futuro, el vehículo de la liberación universal frente al cual ninguna otra clase contaba. Ni ningún partido vanguardista, puesto que los comunistas, como decía el Manifiesto, "no forman un partido distinto enfrentado a los demás partidos obreros, ni tienen intereses distintos a los del proletariado en su conjunto; tampoco proclaman principios particulares con los que quisieran modelar el movimiento proletario". El partido, en el pensamiento de Marx, no era más que una corriente, una tendencia, que ocasionalmente podía plasmarse en distintas organizaciones. Sin embargo, un fantasma acechaba a los trabajadores, el fantasma del "marxismo", y subsidiariamente, el espectro del "partido del proletariado".

En el prólogo a la edición alemana de 1872, Marx y Engels aprobaban "en líneas generales" las ideas maestras del Manifiesto, eso sí, dejando su aplicación práctica a las circunstancias históricas imperantes, pero precisamente advertían contra la confianza en la simple posesión de la maquinaria estatal, inservible, tal como lo había demostrado la Comuna de París, para realizar los objetivos de la clase revolucionaria. Lejos estaban de imaginar que un aparato partidista organizado verticalmente, reivindicando sus enseñanzas, podía asumir parcial o totalmente las funciones del Estado y de la economía para finalmente constituir una nueva clase dominante. En fin, para sus autores, el Manifiesto era simplemente "un documento histórico", algo que legar a la posteridad junto con sus partes envejecidas, sus insuficiencias y sus exageraciones, mientras que para sus discípulos, era un evangelio impoluto. De esta forma, se preparaba el terreno para la transformación de la "concepción materialista de la historia", expresión teórica del movimiento obrero en sus inicios, tan criticable como se quiera, en una ideología obrerista blindada a la crítica con la que instruir desde fuera a un proletariado disciplinado, para el que se reservaba una esclavitud mayor en tanto que "principal fuerza productiva". Así pues, al convertirse en "marxismo" una teoría de la revolución social nacida en circunstancias históricas muy concretas, de ella empezaron a manar dogmas que, primero, armaron el inmovilismo conservador y oportunista de la socialdemocracia europea, y, después, sirvieron de base tanto a la contrarrevolución de Lenin y Trotsky, como al totalitarismo estalinista con todas sus secuelas. La liquidación de las dos grandes revoluciones obreras que consiguieron abrirse paso, la rusa y la española, se efectuaría mayormente en nombre del marxismo.

Miguel Amorós
4 de septiembre de 2016
Michel Bounan, La loca historia del mundo

geronimo355
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Re: El Manifiesto Comunista (prólogo de Miguel Amorós)

Mensaje por geronimo355 » 21 May 2020, 13:55

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El último libro del historiador del anarquismo Alexandre Skirda tiene por tema el plagio : Karl Marx plagió un manifiesto del fourierista Victor Considerant para escribir el Manifiesto Comunista.


Presentación de la editorial :

El Manifiesto Comunista, publicado anónimamente en 1848 en nombre del Partido Comunista Alemán, fue reivindicado en 1872 por Karl Marx y Friedrich Engels. Desde entonces no ha dejado de ser difundido bajo sus dos nombres, mientras que en realidad Marx fue su único redactor. El marxólogo Bert Andréas identificó y analizó 544 ediciones y traducciones, publicadas sólo entre 1848 y 1918. En una Enciclopedia del socialismo, publicada en 1912, se afirmaba que con la Biblia, es uno de los libros más difundidos en el mundo.

En cambio, su originalidad fue puesta en duda ya en 1899 por el libertario georgiano Vaarlam Tcherkessov, y luego, en 1901, por el germanista francés Charles Andler en su comentario histórico consagrado a este escrito. Desde entonces, la cuestión ha permanecido abierta. Además, el presente estudio analiza en qué medida es un plagio del Manifiesto de la Democracia en el siglo XIX de Victor Considerant, publicado en 1843.

Principal propagandista de las ideas de Charles Fourier, este pensador fue además el inventor, en junio de 1848, de la representación proporcional y el único que votó por el derecho de voto de las mujeres. Basándose también en numerosas fuentes de otros teóricos de la época, Skirda describe la genealogía de las ideas económicas y sociales que sirvieron para redactar, en circunstancias turbias, este texto usurpador. Al final del volumen figura un cuadro comparativo de los empréstitos. Un estudio que rompe un tabú y revela una mentira ocultada durante mucho tiempo.



Presentación en francés :

Le Manifeste communiste, paru anonymement en 1848 au nom du parti communiste allemand, a été revendiqué en 1872 par Karl Marx et Friedrich Engels. Il n'a pas cessé depuis lors d'être diffusé sous leurs deux noms, alors qu'en réalité Marx a été son seul rédacteur. Le marxologue Bert Andréas a recensé et analysé 544 éditions et traductions, publiées uniquement entre 1848 et 1918. Dans une Encyclopédie du socialisme, parue en 1912, il était affirmé qu'avec la Bible, c'est un des livres les plus répandus dans le monde. En revanche, son originalité a été mise en doute dès 1899 par le libertaire géorgien Vaarlam Tcherkessov, puis, en 1901, par le germaniste français Charles Andler dans son commentaire historique consacré à cet écrit. Depuis, la question est restée ouverte jusqu'à aujourd'hui. Aussi, la présente étude fait le point pour établir dans quelle mesure c'est effectivement un plagiat du Manifeste de la Démocratie au XIXe siècle de Victor Considerant, publié en 1843. Principal propagandiste du fouriérisme, ce penseur a été en outre l'inventeur, en juin 1848, de la représentation proportionnelle et le seul à voter pour le droit de vote des femmes. En s'appuyant également sur de nombreuses sources d'autres théoriciens de l'époque, l'auteur retrace la généalogie des idées économiques et sociales qui ont servi à rédiger, dans des circonstances troubles, ce texte usurpateur. Un tableau comparatif des emprunts figure en fin de volume. Une étude qui brise un tabou et dévoile un mensonge longtemps dissimulé.



Alexandre Skirda también es conocido por su excelente libro sobre la insurrección de Kronstadt, cuando los obreros sublevados contra la tiranía de Lenin fueron masacrados por el Ejército rojo en 1921, insurrección cuyo centenario se celebrará, pues, el año que viene.

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Dos ediciones del mismo libro.
Michel Bounan, La loca historia del mundo

geronimo355
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Re: El Manifiesto Comunista (prólogo de Miguel Amorós)

Mensaje por geronimo355 » 07 Sep 2021, 07:25

Contra las bazofias de la ninistra estalinista Yolanda Díaz, vale recordar el prólogo de Miguel Amorós.
Michel Bounan, La loca historia del mundo

geronimo355
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Re: El Manifiesto Comunista (prólogo de Miguel Amorós)

Mensaje por geronimo355 » 16 Sep 2021, 02:45

Artículo de Félix Ovejero: https://www.elmundo.es/opinion/2021/09/ ... b4572.html

Al leer el prólogo de Yolanda Díaz me entró la duda de si lo habría leído porque esas páginas podían prologar incluso una guía de teléfonos.

Después de leer el prólogo de Yolanda Díaz, me entró la duda de si la ministra había leído El Manifiesto Comunista. Aquellas páginas, tan plúmbeas, podían prologar cualquier cosa, incluida una guía de teléfonos. Astutamente, tiraban del recurso de la obra abierta y la cháchara de las múltiples interpretaciones, esto es, la negación de la precisión, cuya exigencia máxima es la exclusión de las vaguedades: una vaciedad es compatible con cualquier cosa.

Pero no me sorprendió. Cuando escribí La deriva reaccionaria de la izquierda utilicé el clásico panfleto para mostrar la incompatibilidad de su trasunto ilustrado con la izquierda que tan impecablemente representan Podemos y (¡ay!) el PSOE. En 23 páginas Marx criticaba los nacionalismos de raíz cultural, las religiones, las apelaciones a la tradición y defendía la ciencia, el internacionalismo, las virtudes de la globalización y el vigor circunstancialmente liberador del capitalismo. El librito, no está de más recordarlo, se publicaba en los mismos días en los que, desde las páginas de la Neue Rheinische Zeitung, su autor defendía la Revolución de 1848, el intento de unificación alemana genuinamente democrático, derrotado por la oposición de la reaccionaria Prusia que, andando el siglo, acabaría imponiendo su propio proyecto de unificación.

Lo que sí me sorprendió fue encontrar a los pocos días descalificaciones al Manifiesto entre la derecha que, apelando a mis argumentos, había criticado a la izquierda reaccionaria por reaccionaria. Si se estaba de acuerdo con los argumentos de La deriva, no se podía descalificar sin matices un texto elogiado por los mejores liberales, como Kolakowski, cuyas reflexiones sobre estos asuntos glosé en este periódico hace unos meses (Fascismo y Comunismo).

Otro asunto son las descalificaciones que apelan a los usos de El Manifiesto, según las cuales, allí estaban la momia de Lenin y el Gulag. Un asunto sin duda complicado, el de atribuir responsabilidades a conceptos e ideas, sobre el que también hay algunas cosas escritas, algunas por servidor. Yo, sin ir más lejos, no achacaría a la Biblia los crímenes cometidos por los cristianos. Incluso me costaría culpar al cristianismo de los asesinatos de Franco, por más que no olvido las invocaciones a "la cruzada" en el 36. Tampoco creo que la Biblia deba cargar con las muertes de la más salvaje guerra del siglo XIX, la de Crimea, aunque no ignore que la barbarie comenzó en Jerusalén, el Viernes Santo de 1846, cuando, en el altar de la crucifixión del Santo Sepulcro -al principio con crucifijos, candelabros, cálices, lámparas, incensarios y pedazos de madera que arrancaron de los santuarios sagrados y más tarde, con cuchillos y pistolas-, sacerdotes, monjes y peregrinos latinos y griegos convirtieron aquello en un campo de batalla, con el resultado final de más de 40 muertos regados por tan santo lugar. Más dificultades tengo para disculpar a "nuestra" herencia cristiana de acelerar el tránsito al otro mundo a sus partidarios -de uno en uno, o a miles, en las guerras de religión- por discrepancias acerca de la Santísima Trinidad, unas líneas del Credo, la virginidad o la naturaleza de María, el pecado original, la gracia, el purgatorio o la parusía. Hasta donde conozco, las disputas entre marxistas acerca de la caída tendencial de la tasa de ganancia se han resuelto de forma más civilizada.

Las historias mencionadas también forman parte de ese Occidente que los entusiastas de cualquier guerra fría elogian incondicionalmente. Hay muchas historias en nuestra historia: las guerras de religión, que llegan hasta ahora mismo, en los Balcanes; el socialismo y Lenin; Hitler y los innecesarios bombardeos sobre población civil de Hiroshima y Nagasaki; la izquierda reaccionaria, los trastornos posmodernos y el multiculturalismo. Por eso me cuesta, ante la barbarie de Afganistán, invocar la defensa de "nuestra civilización", una variante más del argumentario nacionalista: es bueno porque es mío. Algunos preferimos cribar nuestras herencias con la razón -esa que nos permite desprendernos de la tiranía del origen- y, en inexorable consecuencia, limitar nuestro compromiso a los valores de la Revolución francesa, los de la Constitución de 1793, los del Estado de derecho y, naturalmente, los de El Manifiesto.

Félix Ovejero
16 de septiembre de 2021
Michel Bounan, La loca historia del mundo

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Joreg
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Re: El Manifiesto Comunista (prólogo de Miguel Amorós)

Mensaje por Joreg » 19 Sep 2021, 09:06

geronimo355 escribió:
07 Abr 2017, 09:12
Poco importa que las "verdades" del Manifiesto hubieran sido dichas antes por otros, por los sansimonianos, por Sismondi, Proudhon, Karl Grün, etc... Poco importa que la veracidad de los postulados del Manifiesto fuese relativa, que el desarrollo de las fuerzas productivas y la lucha de clases como determinantes perennes del proceso histórico fuesen una generalización abusiva de las condiciones burguesas de la época, y que la mentalidad productivista típica de la burguesía fuese proyectada sobre todas las clases dirigentes del pasado; que las relaciones entre economía, clases, poder, crisis y revuelta no fuesen tan directas ni tan simples, o que el papel del Estado y de la Religión en todo ello resultara escamoteado.
La verdad es que resulta gracioso que se siga considerando digno de leer, reeditar, etc., un panfleto del siglo XIX que va para los 200 años (habrá entonces fuegos artificiales), que no ha dado ni una, y que si se ha hecho tan famoso es debido única y exclusivamente a que la URSS lo tuvo como catecismo durante décadas, y de camino se vendió como una especie de Biblia de Testigos de Jehová. Yo lo leí hasta en cómic viviendo Franco, y cuando lo acabé me quedé como estaba. Y otra cosa que siempre me hace gracia es la de las interpretaciones de Marx, de lo que dijo y dejó de decir, que ahí te cuentan cada película que no veas. Resulta que por lo visto, Marx no dijo nada, porque cada vez que uno habla de su obra, alguien que lo ha leído mucho salta con que "¡Marx no dijo eso!". Los que lo han leído, en cambio, sí que lo dicen todo, y afirmando que ellos sí que lo entendieron bien.
Lo que se gana en velocidad, se pierde en potencia. Lo que se gana en potencia, se pierde en velocidad.

geronimo355
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Re: El Manifiesto Comunista (prólogo de Miguel Amorós)

Mensaje por geronimo355 » 13 Feb 2022, 10:03

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La contrarrevolución no empezó con Stalin sino con Lenin como bien demuestra el libro de Jacques Baynac y Alexandre Skirda, "El terror bajo Lenin".
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