El Manifiesto Comunista (prólogo de Miguel Amorós)
Publicado: 07 Abr 2017, 09:12
Hace un par de meses la editorial Corazones Blindados ha publicado una nueva edición del Manifiesto Comunista de Marx y Engels (5 €) : http://www.viruseditorial.net/libreria/ ... +f.+engels
Para la ocasión, el teórico anarquista Miguel Amorós ha escrito un prefacio que explica el contexto histórico del Manifiesto y como este texto subversivo fue recuperado más tarde por las burocracias comunistas para transformarlo en catecismo ideológico.
El prefacio se puede leer a continuación :
El Manifiesto Comunista de Marx y Engels ojeado a distancia
El Manifiesto Comunista ocupa un lugar muy especial en la historia de las revoluciones, tanto en la forma, exposición clásica, tono grandilocuente, estilo cortante y revelación iluminadora, como en el contenido : la "concepción materialista" de sus autores, variante "enderezada" de la filosofía de la historia de Hegel. Manifiesto Comunista fue el título original de la obra, y no "Manifiesto del Partido Comunista" con el que ha sido conocido a partir de la edición francesa de Laura Lafargue. Si bien la fama actual es ante todo deudora del triunfo de la contrarrevolución bolchevique sobre los proletarios y campesinos rusos, que transformó el "marxismo" en una ideología de Estado, y el Manifiesto, en un documento infalible de la ortodoxia de la nueva clase dirigente, también es muy cierto que transcurridos los primeros quince años de silencio desde su primera aparición, el interés de los revolucionarios por el escrito fue en aumento, entre los cuales se encontraba Bakunin, responsable de una primera traducción al ruso. Sin embargo, aun cuando la batalla entre la burguesía y el proletariado ocupase el centro del escenario social, cosa que distaba mucho de suceder cuando fue elaborado por encargo del primer congreso de la Liga de los Comunistas, el ámbito del Manifiesto nunca sobrepasó los círculos intelectuales proletarios. Faltó un largo proceso de decadencia para que el texto se convirtiera en catecismo de una grosera religión difundida a escala mundial por los poderosos medios propagandísticos del Estado totalitario soviético. Nada más opuesto al pensamiento y a la voluntad de sus autores, Marx y Engels, pero esa es la ironía con la que acostumbra a manifestarse la historia.
El interés de sus redactores residía en la necesidad de dar un fundamento "científico" al comunismo, doctrina social derivada del igualitarismo de la Revolución Francesa, y sustraerlo a las interpretaciones moralistas, burguesas y utópicas que hasta entonces lo habían caracterizado. El Manifiesto basaba la igualdad social no en disposiciones jurídicas, experimentos altruistas o fórmulas económicas, sino en la disolución de la propiedad privada moderna y en la apropiación de los medios de producción por las futuras instituciones proletarias. La economía, es decir, el desarrollo de las fuerzas productivas y la división de la fuerza de trabajo que implicaba, determinaba "independientemente de la voluntad de los hombres" una organización concreta de la sociedad, con la burguesía a la cabeza explotando a una nueva clase, el proletariado. Burgueses y proletarios quedaban enfrentados en una lucha de clases proclamada motor de la historia en el primer parágrafo. Pero el final de la burguesía estaba implícito en el comienzo : el desarrollo de las fuerzas productivas entraría en contradicción con las relaciones de producción y, por consiguiente, con su envoltura jurídica e institucional. El proletariado sería obligado al combate ante las sucesivas crisis económicas que marcaban el declive de la clase dominante, imbuido de la misión de seguir desarrollando las fuerzas productivas libres de las trabas de la propiedad privada burguesa. La revolución proletaria tenía la última palabra, pero al revés de otras revoluciones, ésta suprimiría las clases y realizaría el comunismo. La clase obrera, al ser una clase universal, sin intereses particulares, estaba legitimada por la historia para actuar en nombre de la humanidad entera.
Poco importa que las "verdades" del Manifiesto hubieran sido dichas antes por otros, por los sansimonianos, por Sismondi, Proudhon, Karl Grün, etc.; se trataba de una magnífica síntesis donde se conciliaban - en sentido hegeliano - las férreas leyes del progreso y las de la revolución. Marx y Engels ofrecían una teoría de la sociedad que se pretendía "científica". De acuerdo con ella, la historia pasaba obligatoriamente por la revuelta de la clase oprimida; todo resultaba transparente y el pasado quedaba conectado con el presente y el futuro, sus productos necesarios, en una marcha indefectible hacia la lucha final. El factor objetivo, el desarrollo económico, iba indisolublemente ligado con el factor subjetivo, la clase obrera revolucionaria. Poco importa que la veracidad de los postulados del Manifiesto fuese relativa, que el desarrollo de las fuerzas productivas y la lucha de clases como determinantes perennes del proceso histórico fuesen una generalización abusiva de las condiciones burguesas de la época, y que la mentalidad productivista típica de la burguesía fuese proyectada sobre todas las clases dirigentes del pasado; que las relaciones entre economía, clases, poder, crisis y revuelta no fuesen tan directas ni tan simples, o que el papel del Estado y de la Religión en todo ello resultara escamoteado. Si non e vero, e ben trovato. La doctrina del Manifiesto tenía la virtud de satisfacer, al mismo tiempo, la voluntad de sistema de la crítica teórica y el mesianismo apocalíptico de los revolucionarios de 1848. El conflicto entre burgueses y proletarios, culminación de una serie de revueltas históricas encadenadas, adquiría visos de epopeya, proporcionando horizontes milenaristas a las más nobles aspiraciones obreras.
Cabe decir que la susodicha consagración de la función histórica del proletariado ocurría cuando, salvo en Inglaterra, apenas existían obreros en Europa; se trataba pues de una anticipación genial. El proletariado no constituía por entonces una clase autónoma y unificada, y sus "coaliciones" en defensa del salario o por la reducción de la jornada no eran tenidas en cuenta en el Manifiesto. En todo caso, la conducta del proletariado consciente tenía que ser fundamentalmente política, y dada la incapacidad de los comunistas de crear un "partido" propio, sus esfuerzos habían de dirigirse a la constitución del ala extremista del partido burgués más intransigente. Consciente de ello, Marx cifró sus esperanzas en una alianza de los comunistas con los burgueses radicales a fin de contribuir a la derrota de sus enemigos comunes, la aristocracia, el despotismo monárquico y la gran burguesía. En contra de parte de la Liga, Marx se negaba a reivindicar un régimen socialista, decantándose por llevar la acción de la burguesía lo más lejos posible, de forma que el nuevo régimen democrático favoreciera la acción específica proletaria en un periodo posterior. En consecuencia, Marx abandonó la idea de reforzar teóricamente al movimiento obrero, tarea para la cual se concibió el Manifiesto, y aparcó cualquier política específicamente obrera en pro de una alianza entre clases. El programa de la revolución proletaria que figuraba en el capítulo cuarto del Manifiesto, sería dejado de lado por el programa de la revolución burguesa defendido desde las páginas de la Nueva Gaceta Renana, órgano de la democracia germánica. Pero el aplastamiento en junio de 1848 de la insurrección de los obreros franceses alejó al movimiento burgués, sobre todo en Alemania, de cualquier veleidad radical, quedando los comunistas alemanes, los más influyentes, a merced de la represión. Después del juicio de sus compañeros en Colonia, Marx disolvió la Liga y emprendió el camino del exilio, la "patria de los mejores", olvidando definitivamente el trabajo formativo de los trabajadores y su desarrollo intelectual.
A pesar de todo, el Manifiesto no permaneció mucho tiempo en el desván. Construcción seductora donde las haya, lo que le confería un aura de ciencia que casaba perfectamente en un periodo capitalista posterior, más desarrollado, con las perspectivas proletarias nuevamente abiertas por la fundación de la Asociación Internacional de Trabajadores y el establecimiento de uniones, sindicatos y federaciones obreras en diversos países del orbe. Con el renacer de sus afanes emancipadores, la clase obrera superaba el horizonte burgués al que le había relegado la pasada derrota y volvía a la carga. El terreno era más propicio para el mesianismo obrero anticapitalista que antes. El proletariado era la clase de la conciencia, la clase preñada de futuro, el vehículo de la liberación universal frente al cual ninguna otra clase contaba. Ni ningún partido vanguardista, puesto que los comunistas, como decía el Manifiesto, "no forman un partido distinto enfrentado a los demás partidos obreros, ni tienen intereses distintos a los del proletariado en su conjunto; tampoco proclaman principios particulares con los que quisieran modelar el movimiento proletario". El partido, en el pensamiento de Marx, no era más que una corriente, una tendencia, que ocasionalmente podía plasmarse en distintas organizaciones. Sin embargo, un fantasma acechaba a los trabajadores, el fantasma del "marxismo", y subsidiariamente, el espectro del "partido del proletariado".
En el prólogo a la edición alemana de 1872, Marx y Engels aprobaban "en líneas generales" las ideas maestras del Manifiesto, eso sí, dejando su aplicación práctica a las circunstancias históricas imperantes, pero precisamente advertían contra la confianza en la simple posesión de la maquinaria estatal, inservible, tal como lo había demostrado la Comuna de París, para realizar los objetivos de la clase revolucionaria. Lejos estaban de imaginar que un aparato partidista organizado verticalmente, reivindicando sus enseñanzas, podía asumir parcial o totalmente las funciones del Estado y de la economía para finalmente constituir una nueva clase dominante. En fin, para sus autores, el Manifiesto era simplemente "un documento histórico", algo que legar a la posteridad junto con sus partes envejecidas, sus insuficiencias y sus exageraciones, mientras que para sus discípulos, era un evangelio impoluto. De esta forma, se preparaba el terreno para la transformación de la "concepción materialista de la historia", expresión teórica del movimiento obrero en sus inicios, tan criticable como se quiera, en una ideología obrerista blindada a la crítica con la que instruir desde fuera a un proletariado disciplinado, para el que se reservaba una esclavitud mayor en tanto que "principal fuerza productiva". Así pues, al convertirse en "marxismo" una teoría de la revolución social nacida en circunstancias históricas muy concretas, de ella empezaron a manar dogmas que, primero, armaron el inmovilismo conservador y oportunista de la socialdemocracia europea, y, después, sirvieron de base tanto a la contrarrevolución de Lenin y Trotsky, como al totalitarismo estalinista con todas sus secuelas. La liquidación de las dos grandes revoluciones obreras que consiguieron abrirse paso, la rusa y la española, se efectuaría mayormente en nombre del marxismo.
Miguel Amorós
4 de septiembre de 2016