Sobre "Hegemonía y estrategia socialista" de Laclau y Mouffe

¿Qué tienen en común el Anarquismo y el Comunismo? ¿Qué separa y une a estas dos formas de organizar la sociedad? ¿Nuestro fin es el mismo? Stalinistas, leninistas, marxistas y marxistas libertarios. ¿En qué se diferencian entre sí? ¿Y en qué se parecen?
Cualquiera
Mensajes: 52
Registrado: 19 Mar 2003, 22:50
Ubicación: Madrid

Sobre "Hegemonía y estrategia socialista" de Laclau y Mouffe

Mensaje por Cualquiera » 09 Ago 2014, 10:57

Hola, he estado leyendo un poco “Hegemonía y estrategia socialista” de Ernesto Laclau y Chantal Mouffe (1985), que puede descargarse de internet por el momento en: http://perio.unlp.edu.ar/catedras/syste ... ista_3.pdf .

El libro de Laclau y Mouffe parece en principio un sólido intento de reconducir la tradición socialista devolviéndola a los planteamientos de la democracia radical, recuperando un concepto amplio de ciudadanía frente al limitado de clase obrera, y tratando de aunar una pluralidad de luchas sociales y políticas de izquierdas, entre las que también estaría el anti-capitalismo.
Aunque en principio lo de aunar fuerzas pueda sonar bien, y la crítica a la ortodoxia marxista y el giro hacia la democracia radical pudiera resultar paralelo a algunos planteamientos libertarios, ni su intención ni su sensibilidad lo asocian a ningún proyecto de este tipo.

Laclau, en un giro de marxista suicida, propone sustituir el antagonismo de clase por la construcción de una hegemonía de izquierdas. Por lo visto, fueron contestados por Norman Geras, en una polémica publicada en la revista “New Left Review” en 1987 (de la que no he encontrado traducción castellana en internet), que acusaba a los autores de caricaturizar la tradición marxista.

Los autores sostenían que trataban de adaptar la tradición marxista de la que procedían a los debates actuales en torno a la crítica del esencialismo filosófico, la importancia del lenguaje en la estructuración de las relaciones sociales, y la repercusión de la deconstrucción del sujeto en la constitución de identidades colectivas.

El libro contenía también un esfuerzo de re-interpretación de la historia del marxismo (que no me atrevo a valorar), recurriendo a aquellos planteamientos que prefigurarían su propia propuesta; y concluía señalando la falsedad de un antagonismo social basado en la lucha de clases, lo ilusorio de un determinismo social cuyo fin necesario es el progreso o el socialismo, la simplificación que supone pensar que se puede cambiar una sociedad con un golpe revolucionario... Es decir, cuestionando aquellos elementos y estrategias marxistas que desde el libertarismo se venían tachando de “dogmáticas”.

Al parecer tomaban el concepto de “hegemonía” de Gramsci que, abandonando el determinismo histórico de una sociedad definida en términos de lucha de clases, introduce un valor de contingencia en la formación de las sociedades que permitiría la rearticulación de la política incluyendo la diversidad de luchas sociales. Y a pesar de que para Gramsci el núcleo fundamental para la constitución de dicha hegemonía seguía siendo la clase social.

Y es que por más que pretendan que su idea de “hegemonía social” parta de un concepto amplio de sociedad contingente y dinámica, sigue significando literalmente que la construcción de una sociedad se hace a costa de los excluidos. Lejos todavía de una concepción democrática radical como, por ejemplo, la idea de un consenso social fundado en la participación.

Laclau y Mouffe conservan la concepción de una sociedad construida sobre antagonismos, que era la idea básica de las “clases sociales” y que rechazan sólo por su formación a partir de las condiciones económicas. Y aunque desde el anarquismo a menudo se ha denunciado la pretensión marxista de reducir el análisis social a la economía, creo que sigue siendo indudable la influencia de ésta en aquel.

Y si de lo que se trataba era, no tanto de describir sociológicamente los “acuerdos” sociales sino, como parece, en propiciar políticas “hegemónicas”, no veo porqué habría que renunciar a posicionamientos derivados de la economía. Una cosa es rechazar generalizaciones teóricas “dogmáticas”, pero seguramente no debamos obviar los hechos que dieron origen a tales teorías y que siguen vigentes. Al contrario, si frente a concepciones “esencialistas” de la sociedad, valoramos la relevancia de lo coyuntural, las condiciones económicas siguen mostrándose muy influyentes en la construcción de lo político. Este trabajo sí representaría una “actualización” del marxismo.

Porque, en efecto, aunque en principio este concepto de “hegemonía” parecía querer referirse a un amplio ámbito de acuerdos o convenciones sociales como el lenguaje, que podríamos relacionar, por ejemplo, con la importancia dada en el anarquismo a la educación como medio de transformación social, en realidad Laclau y Mouffe parecen utilizar el concepto de “hegemonía” sobre todo como un sustituto “social” de la toma del poder político.

Por más que se sigan declarando “anticapitalistas”, su propuesta vacía de contenido la lucha por una hegemonía “de izquierdas” que, reducida a un esquema sociológico de dinámica social, aparecerá des-ideologizada, mientras se mantiene, ahora desde el concepto de “hegemonía”, la lucha por el poder político, que es precisamente lo que más ha desprestigiado, desde el punto de vista libertario, al proyecto marxista.

Y “de izquierdas” por propia declaración de los autores, porque ese esquema de confrontación social es también el típico de la derecha, que suele considerar a su propia imagen a la izquierda como un intento “populista” de quitarles el poder. Estrictamente hablando el único contenido político que se defiende en el libro es el referente a la resistencia colectiva a las relaciones de subordinación y opresión, que para Laclau parte concretamente del imaginario igualitario de la Revolución francesa.

Los “nuevos movimientos sociales”, que amalgamarían “una serie de luchas muy diversas: urbanas, ecológicas, antiautoritarias, anti-institucionales, feministas, antirracistas, de minorías étnicas, regionales o sexuales” (p. 179), habrían sido posibles sólo gracias al “imaginario igualitario constituido en torno al discurso liberal-democrático”, que habría “proporcionado la matriz necesaria para el cuestionamiento de las diferentes relaciones de subordinación y la reivindicación de nuevos derechos” (p. 186). Es decir, Laclau sencillamente obvia, como hacía antes el marxismo, las motivaciones particulares de estos movimientos. Y según Laclau, las posteriores reivindicaciones socialistas, que significarán un desplazamiento desde la crítica de la desigualdad política a la económica, “deben ser vistas como un momento interior a la revolución democrática, y sólo son inteligibles a partir de la lógica equivalencial que esta última instaura” (p. 175). Pero, a pesar de la cobardía y el servilismo, con derechos o sin ellos, siempre ha habido cuestionamientos de la subordinación y la opresión.

El sentido de remarcar el dinamismo social y el “pluralismo” de la democracia, no deriva sólo del imaginario igualitario de la revolución francesa, sino que consiste precisamente en el reconocimiento social de todos aquellos que escapan a la “hegemonía” de turno. Recuerdo la propuesta de Ranciere, para quien lo propiamente político (y “democrático”) es la subversión contra las hegemonías ideológicas; y son precisamente los excluidos del poder los portavoces de la universalidad del pueblo, porque aluden a reivindicaciones comunes no cubiertas por “derechos”.

Para Laclau, al contrario, la democracia es algo formal sin contenido específico, salvo por su lógica equivalencial, en la que se fundamentan las protestas. Pareciera que la derecha ha definido en papel que pueda tener la izquierda. Todo esto muy lejos de la “democracia radical” y muy lejos del anarquismo.

Responder