La posibilidad política del socialismo

¿Qué tienen en común el Anarquismo y el Comunismo? ¿Qué separa y une a estas dos formas de organizar la sociedad? ¿Nuestro fin es el mismo? Stalinistas, leninistas, marxistas y marxistas libertarios. ¿En qué se diferencian entre sí? ¿Y en qué se parecen?
semprellibertat
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La posibilidad política del socialismo

Mensaje por semprellibertat » 30 May 2008, 10:06

Aquí está el resto del capítulo que colgué en Economía Política y Ciencias Sociales (La posibilidad económica del socialismo). Es una crítica al socialismo marxista, pero en muchas cuestiones el anarquismo también queda afectado por ella.

En lo que resta de sección, cambiando de tercio, intentaremos responder a una segunda y obligada pregunta sobre la posibilidad del socialismo, a saber: ¿es políticamente posible? Una de las características más sorprendentes del modelo de socialismo marxista es la asimetría entre la total centralización económica en el proceso de asignación de recursos productivos y bienes de consumo, por un lado, y la radical descentralización en el proceso de toma de decisiones políticas, por otro (Kelsen, 1923). A nosotros, sin embargo, no nos preocupará aquí si estos dos procesos pueden coexistir, si son compatibles. Analizaremos, más modestamente, el problema de la posibilidad de una democracia participativa en una sociedad compleja, independientemente de cómo organize la actividad económica. La transformación institucional que la tradición marxista propone tiene, a nuestro entender, dos ejes fundamentales, ambos en radical oposición al "parlamentarismo burgués": 1)eliminación de la mediación de los partidos políticos y 2) democracia consejista piramidal. En otras palabras, los consejos locales se constituyen en la unidad celular del poder popular (básicamente obrero). De sus delegados, nacerá una Asamblea General que ejercerá tanto el poder legislativo como el poder ejecutivo. Sus miembros no serán elegidos periódicamente sino que serán permanentemente revocables. Los demás órganos del antiguo aparato del Estado -magistratura, ejército y policía- también son transformados en el mismo sentido: sus miembros son elegidos desde las bases del poder político y son controlados por él. Pues bien ¿es posible una democracia así en una sociedad altamente compleja tanto demográfica como económica y geográficamente?
En nuestra opinión hay tres tipos de problemas inherentes a la participación política directa y permanente: temporales, informacionales y periciales. Una democracia participativa exige a cada individuo, en otras palabras, una dedicación a, y un control de, la cosa pública que requieran tiempo, información y conocimientos técnicos. Pero éstos son recursos escasos y, por lo tanto, no son universalmente accesibles. Sabido es que esta obviedad fue tenida en cuenta por la tradición marxista revolucionaria. Lenin (1917) pensó que el Estado socialista funcionaría -al igual que el serivicio postal- a base de la mera "contabilidad y control". Como cualquier obrero podría realizar tan simplificadas funciones. se podía prescindir de todo tipo de política del trabajo. Cabe pensar que ni siquiera la más avanzada tecnología informática y de telecomunicaciones haría posible la quimera. Aun suponiendo que cada individuo tuviera una terminal de ordenador en su casa, como apunta Macpherson (1981), primero, alguien tendría que formular las preguntas y, segundo, éstas serían en la mayoría de los casos tan intrincadas que el ciudadano medio no sabría que responder.
Por otra parte, para Marc el Estado no es más que una excrecencia de la "prehistoria de la humanidad" y de las sociedades de clase. La emancipación final de la humandad sería a la vez la emancipación social del Estado: es ésta una dimensión anarquista de la que nunca se desprendió la bella utopía marxista. Por ello, el socialismo -un Estado democrático de clase (obrero y campesino), no un Estado (burgués) de derecho -no sería más que un período de transición. De transición, pero necesario. En efecto, era necesario armar una dictadura del proletariado -democráticamente organizado- con el fin de combatir al enemigo interior de la nueva república. Una vez superado este escollo, neutralizada la amenaza burguesa, y con ello las relaciones capitalistas de explotación, sin embargo, reinará el consenso proletario. El Estado se extinguirá, y tampoco será necesario garantizar constitucionalmente ningún tipo de derechos fundamentales de libertad personal. La sociedad emancipada -la sociedad comunista- se situará "más allá de la justicia". esto que podríamos llamar el "déficit jurídico-constitucional" del pensamiento político marxista -basado a su vez en un notable optimismo antropológico y psicosocial- constituye una diferencia básica con respecto a la concepción liberal-burgesa del Estado.
Tanto el pensamiento marxista como el liberal conciben el Estado como un aparato coercitivo. Ahora bien, esta coincidencia superficial esconde razones de fondo totalmente divergentes. En efecto, el marxismo descubrió la naturaleza de clase del Estado, aunque, a mi entender cometió el exceso de reducir su función a la de mero intrumento de dominación y la explotación de la burguesía o, por extensión, de toda clase dominante. Este exceso explica por qué el marxismo consideró que el Estado sería superfluo una vez desaparecidas las divisiones de clase. Por el contrario, el liberalismo -construyendo sobre los cimientos del "individualismo posesivo" (Macpherson, 1979) -intentó siempre defenderse del Estado y limitar sus funciones mediante el derecho: el Estado tenía que garantizar el ejercicio de los derechos de propiedad y autopropiedad del individuo, y no más, al tiempo que éstos protegían al individuo contra posibles arbitrariedades de la intervención estatal. Obviamente, el liberalismo camufló las relaciones de dominación aparentemente universalista y neutral. Pero ello no quita para que podamos detectar un excesivo optimismo en el marxismo con respecto a la futura sociedad sin Estado y sin conflicto. Hoy sabemos que el conflicto social no es reductible a un conflicto de clase, como de ello dan fe los conflictos de origen racial, o sexual, o nacionalista. De igual modo, podemos decir también que las funciones del Estado no pueden reducirse -no al menos sin caer en el hiperfuncionalismo- a las de instrumento de clase dominante. Por ello, no podemos seguir abrigando la esperanza, como hiciera el marxismo decimonónico, de la futura extinción del Estado -una vez superadas las condiciones sociales de explotación- ni prescindir de la función "defensiva" del derecho. Mas, por otra parte, una vez ampliadas las bases del conflicto social, es legítimo asignar nuevas competencias al Estado y concebirlo como un instrumento relativamente autónomo de técnica social (Kelsen, 1924) capaz de servir a intereses diversos, de mediar el conflicto y seguramente susceptible de perfeccionamiento dependerá de las transformaciones orientadas a superar los conflictos -también los de clase- del sociedad civil. Y es aquí donde el ideal socialista -libre ya de utopías antiestatistas- recobra su centralidad emancipatoria.

Por Andrés de Francisco, profesor titular de Sociología de la Universidad Complutense de Madrid
Pensa globalment, actua localment

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