Noam Chomsky y el marxismo

¿Qué tienen en común el Anarquismo y el Comunismo? ¿Qué separa y une a estas dos formas de organizar la sociedad? ¿Nuestro fin es el mismo? Stalinistas, leninistas, marxistas y marxistas libertarios. ¿En qué se diferencian entre sí? ¿Y en qué se parecen?
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oreka
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Noam Chomsky y el marxismo

Mensaje por oreka » 09 Nov 2004, 14:55

Heiko Khoo (El Militante)

Noam Chomsky se considera a sí mismo un “anarquista libertario”. Con ello quiere decir que desafía y defiende el desmantelamiento de toda autoridad y opresión injustificadas, alguien que lucha por la realización del pleno desarrollo de cada individuo y colectivo, a través de un gobierno de “organización industrial” o “comunismo municipal”.

El “anarquismo” de Chomsky debe su inspiración a varios pensadores ilustrados. Pretende que estos abarcan una tradición, que incluye a Humboldt, Jefferson, Bakunin y Rosa Luxemburgo. Aunque no encuentra una crítica específica de los escritos de Marx (Chomsky admite que no es un “erudito” en Marx), en sus escritos sí hay varias inferencias de que el marxismo representa una tradición autoritaria, aunque está cualificado por las referencias regulares a una supuesta “tradición libertaria de izquierdas” dentro del marxismo, que Chomsky ve representada por Matick, Pannekoek y Luxemburgo.

Chomsky dice lo siguiente: “Estamos en un período de corporativización del poder, consolidación del poder, centralización. Se supone que eso es bueno si eres un progresista, como un marxista leninista. De los mismos antecedentes proceden tres cosas importantes, fascismo, bolchevismo y tiranía corporativa. Todas surgen de las mimas más o menos raíces hegelianas”. (Chomsky. Class Warfare, p. 23).

La creencia de Chomsky es que la centralización de los medios de producción no era inherente a la dinámica del sistema económico capitalista. En su lugar, “abogados y tribunales designaron un nuevo sistema socio económico”. Chomsky dice que para los marxistas leninistas la centralización se “supone que es buena”. Para los marxistas la cuestión no es que la centralización sea “buena” en sí misma. Lo que Marx y sus seguidores dijeron es que para crear una sociedad socialista era necesario un mayor desarrollo de los medios de producción y la mejor forma de conseguirlo era a través de la centralización. Cuanto mayor es la capacidad productiva de la economía, más rápidamente será erradicada la esclavización económica de la humanidad.

Se puede deducir de Chomsky que el hegelianismo es un conjunto de ideas creadas que describen los procesos de centralización. La visión de Chomsky se puede conjeturar en la siguiente afirmación, los filósofos han creado el mundo en distintas formas, la cuestión es cambiar la filosofía. Chomsky escribe que en la última parte del siglo XIX, “los tribunales y los abogados llegaron juntos y crearon toda una nueva doctrina, que dio a las empresas la autoridad y el poder que nunca antes habían tenido. Si se buscan los antecedentes de eso, son los mismos antecedentes que llevaron al fascismo y al bolchevismo”. (Ibíd.. p. 23).

El marxismo no excluye la influencia del papel de los abogados y los tribunales en la formación de un marco específico de relaciones sociales, pero explica que las fuerzas económicas y el entorno dentro del cual actúan limitan su independencia. Chomsky busca elevar los antecedentes doctrinales creados por los tribunales y los abogados para convertirlos en el factor determinante en las formaciones sociopolíticas modernas.

Los marxistas ven el origen de la dinámica hacia la centralización en el modo de producción capitalista. Dado que la centralización ?mejor dicho monopolización? ha sido un proceso universal durante los últimos ciento cincuenta años independientemente de la influencia de Hegel, no queda otro remedio que asombrarse de lo que Chomsky está exactamente intentando decir. La centralización y la monopolización surgen de la economía de escala en la industrialización.

Obviamente, los seres humanos pueden moldear los sistemas socioeconómicos, pero sólo dentro de ciertos límites materiales circunscritos por las relaciones de clase y el desarrollo material de la sociedad. El resultado de la centralización de la economía capitalista es la urbanización. ¿Debemos asumir también que este es el producto de las ideas hegelianas? ¿Es el dominio mundial de las ciudades sobre el campo producto del diseño hegeliano? En realidad Chomsky, como Hegel, convierte a “la idea” en la fuerza motriz de la economía y la sociedad.

La idea de Chomsky implica que los abogados y los tribunales podrían haber diseñado cualquier otro sistema socioeconómico a finales del siglo XIX. De acuerdo con esta corriente de pensamiento parece que no hay un impulso más poderoso que las ideas, en este caso primordialmente la idea de abandonar el liberalismo clásico. Si se hubieran adherido a las ideas de liberales clásicos como “Adam Smith, Jefferson o cualquier otro como ellos” las cosas habrían sido mucho mejores y quizás los horrores del siglo XX se podrían haber evitado.

Chomsky nos dice que lo ocurrido habría “horrorizado” y “escandalizado” a los liberales clásicos. Desgraciadamente, los arquitectos del nuevo sistema socioeconómico consiguieron consolidar el poder corporativo y estatal frente a la voluntad popular.

Esa es la esencia de lo que piensa Chomsky sobre como hemos llegado a donde ahora nos encontramos. Y para redondear el argumento Chomsky dice que el capitalismo corporativo centralizado (léase todas las democracias capitalistas), el fascismo (léase todo régimen de derechas) y el bolchevismo (léase todo estado calificado de comunista) todos proceden “más o menos” de la mente de Hegel.

Que estos procesos de centralización del poder corporativo ocurrieron en todos los países capitalistas independientemente del “hegelianismo” de los agentes humanos tendería a indicar que la dinámica económica hacia la centralización era inherente a las leyes de desarrollo del capitalismo. Para ser justos, el profesor Chomsky limitaba su afirmación al declarar que la tiranía procede, “más o menos” de raíces hegelianas. Presumiblemente la centralización económica japonesa es el punto “menor” del espectro, y la pobre vieja Alemania sufrió todo el peso de la tiranía ideológica hegeliana, corporativa, fascista y estalinista.

En contraste tenemos el método utilizado por Marx. En El Capital estudió y describió las distintas fases de desarrollo del modo de producción capitalista y observó el proceso embrionario de monopolización imperialista. Lenin a principios del siglo XX a través de la observación de los procesos económicos que estaban teniendo lugar, investigó el desarrollo de la dinámica del capitalismo monopolista. El libro de Lenin El imperialismo, fase superior del capitalismo, debería proporcionar una forma de entender la dinámica del capitalismo mundial, por ejemplo, el dominio del capital financiero sobre el capital industrial, la naturaleza de las relaciones entre los países imperialistas más poderosos y los países coloniales económicamente más atrasados, y las razones de la guerra mundial.

La división mundial del trabajo convirtió el mundo en un único conjunto. El marxismo considera esto progresista porque prepara el camino, económica y culturalmente, para la unificación socialista del mundo. Sin embargo, el imperialismo mantiene la división del mundo en estados nacionales capitalistas, cada uno saqueando el botín o protegiéndolo de los demás, provocando guerras, revoluciones y contrarrevoluciones. El profesor Chomsky no se molesta en explicar por qué o cómo un “marxista leninista” supuestamente considera la “corporatización del poder, la consolidación del poder, la centralización... bueno”. Con relación a esta cuestión Chomsky da como prueba una afirmación.

El “antiautoritarismo” de Mijail Bakunin frente al marxismo

Chomsky ve en Bakunin una de las principales fuentes de su inspiración política. Bakunin “pronosticó que existirían dos formas de intelectuales modernos, los que yo llamo ‘burocracia roja’, que utilizaría las luchas populares para intentar tomar el control del poder estatal e instituir las dictaduras más violentas y despiadadas de la historia, y el otro grupo, que veía que no se puede tener acceso al poder de esa forma y por lo tanto se convierten en los sirvientes del poder privado y la democracia capitalista estatal, donde ellos, como señala Bakunin, ‘golpean a las personas con el palo popular’, hablan de democracia pero con ella golpean a las personas. Esa es realmente una de las pocas predicciones de las ciencias sociales que se ha convertido en realidad, a mi juicio en bastante perspicaz”. (Chomsky. On Democracy and Education. P. 248).

Bakunin fue un hombre pintoresco cuyas ideas eran una mezcla de inspiración perspicaz y divagaciones locas. Sin embargo, sus severos ataques a Marx y la dirección de la Primera Internacional parece ser el núcleo de la opinión que Chomsky tiene del leninismo y su alternativa anarquista. Durante la mayor parte de su vida políticamente activa Bakunin fue un paneslavista, pero pasó por varios movimientos políticos y filosóficos de la Europa del siglo XIX.

Un rápido análisis de la actividad política revela su total indiferencia por la creación de estructuras democráticas y por cualquier responsabilidad en cada una de las organizaciones en las que estuvo participando. Resulta divertido que fundara una sociedad secreta tras otra. Y el principio organizativo que aplicaba se puede resumir muy bien con el término de dictadura personal.

Daniel Guerin dice que “Su temprana y descabellada carrera como conspirador revolucionario estaba desconectada del anarquismo. No abrazó las ideas libertarias hasta 1864, después del fracaso de la insurrección polaca en la que participó. Sus primeros escritos no tienen cabida en la antología anarquista”. (Daniel Guerin. Anarchism. p. 6)

No hace falta añadir nada más a la afirmación de Guerin. E. H. Carr señala que mucho después de 1864 la “Alianza Secreta” de Bakunin trabajaba dentro de la Primera Internacional y que ésta no era otra cosa que una dictadura conspirativa personal ejercida por el propio Bakunin.

“La revolución tenía que ser dirigida, ‘no por alguna fuerza visible, sino por la dictadura colectiva de todos los miembros de la Alianza’. Para este propósito, los miembros de la Alianza debían estar dispuestos a someter su libertad personal a una disciplina tan rígida como la de los jesuitas, [Bakunin regresa en más de una ocasión a esta conspiración] cuya fuerza reside en la ‘anulación de los individual ante la voluntad, la organización y la actividad colectivas’. Bakunin no vería nada incompatible en exigir la forma más relajada posible de organización para la Internacional y la disciplina más estricta posible en la filas de la Alianza”. (E. H. Carr. Bakunin. p. 440. El subrayado es mío).

Como veremos más tarde, encontramos que este aparato dictatorial encuentra respuesta en la dirección de la FAI del movimiento anarquista español. También vemos como los movimientos anarquistas más famosos adoptan el nombre de otros hombres, en Ucrania son los ‘majnovistas’ en España los “amigos de Durruti”, apenas hay señales de un “movimiento no jerárquico” sin líderes, porque en la vida real nunca han existido.

En la asombrosa biografía de Bakunin escrita por E. H. Carr resume su obra de la manera siguiente: “Bakunin es conocido en el mundo como uno de los fundadores del anarquismo. Pero es menos recordado por ser el primer creador de la concepción de un partido revolucionario selecto y estrechamente organizado, unido no sólo por ideales comunes, sino por el lazo de la obediencia implícita a un dictador revolucionario absoluto”. (Ibíd.., p. 455. El subrayado es mío) ¡Habría que decir aquí que los anarquistas condenaban a los leninistas por el concepto de “partido de vanguardia”!

Nuestra discusión es que la mayoría sino todos, los “movimientos no jerárquicos y antiautoritarios en realidad eran muy autoritarios con conspiraciones jerárquicas secretas. Bakunin estaba totalmente obsesionado por la organización conspirativa, creía que creando organizaciones muy controladas bajo su dirección iluminada, sería capaz de guiar a los revolucionarios hacia sus objetivos, formas diferentes de nacionalismo burgués, la reforma del zarismo, el paneslavismo, al antigermanismo y el anarquismo libertario. Por supuesto en que en todos los movimientos revolucionarios hay un elemento de conspiración, porque la policía secreta y el estado intentan minar, infiltrar y controlar las amenazas revolucionarias. Sin embargo, Bakunin llevó la conspiración hasta unos niveles extremos.

En contraste con los métodos organizativos de Bakunin, el marxismo trabaja sobre la base de la adhesión a las ideas y crea formas organizativas que se corresponden con las necesidades del momento. En determinado momento la organización será abierta y muy democrática, en otro centralizada, adoptando las formas organizativas requeridas. Una característica del leninismo es que el control democrático dentro de la organización revolucionaria está diseñado para poder responder de manera flexible a las exigencias organizativas cotidianas en respuesta a la naturaleza de las tareas políticas requeridas. No se puede tener la misma forma organizativa en una democracia burguesa que en una dictadura fascista. Dirigir un movimiento de huelgas por cuestiones salariales o hacer una insurrección requieren estructuras radicalmente diferentes.

Bakunin siempre aplicó su dictadura personal a las organizaciones en las que trabajó, aunque muchas de sus organizaciones conspirativas simplemente eran una quimera. Marx y Lenin, por otro lado, siempre intentaron conseguir apoyo de los movimientos políticos que dirigían con procedimientos democráticos. Lenin pasó la mayor parte de la primera década del siglo XX luchando para ganar la mayoría para sus ideas y métodos dentro del Partido Socialdemócrata Ruso, durante la Revolución Rusa se realizaban votaciones incluso en los actos más estrictamente disciplinados como la insurrección y la prohibición de las fracciones en 1921.

Bakunin veía en el campesinado la principal fuerza motriz de la revolución venidera que dirigirían sus sociedades secretas. La revolución abarcaría a los campesinos, trabajadores y elementos criminales cuyas “pasiones socialistas” y “malas” por la destrucción, derribarían el orden existente y el estado. En su lugar no se pondría nada. Todo se autorregularía.

Lo que esto significaba en la práctica se pudo ver en Lyón en 1870. Una insurrección popular espontánea puso a los radicales burgueses al mando de la ciudad y Bakunin creó su propio “Comité por la salvación de Francia”, en un acto público el 24 de septiembre declaró entre otras cosas: “La maquinaria administrativa y gubernamental del Estado, después de convertirse en impotente, es abolida... Todas las organizaciones municipales existentes son suprimidas y sustituidas por comunas federadas por los Comités por la Salvación de Francia, que ejercerán plenos poderes bajo la supervisión inmediata del pueblo”.

A los tres días la guardia nacional asaltó los cuarteles de la insurrección. El intento aventurero de Bakunin de abolir el estado por decreto no tenía en cuenta las relaciones reales de poder, el ambiente de las masas o las fuerzas sociales en juego. Simplemente corrió a Lyón, declaró su propio “Comité por la Salvación de Francia” y la abolición del Estado.

Sin embargo, el Estado, algo que no captó la sabiduría libertaria de Bakunin, aplastó la rebelión y arrestó a sus dirigentes. Bakunin escapó para preparar en el futuro nuevos decretos y comités fantasmas. (Carr. pp. 417-22).

Lo que resulta sorprendente es que Chomsky considere a Bakunin como un liberal antiautoritario, cuando todo apunta a lo contrario. Una vez más vemos como Chomsky recurre a la afirmación para sustituir a la evidencia.

Engels escribió contra el antiautoritarismo de los seguidores de Bakunin e ingeniosamente resume todo lo que supone la locura del antiautoritarismo anarquista:

“... ninguna acción en común es posible sin imponer, a algunos, una voluntad ajena, es decir, una autoridad. Sea la voluntad de una mayoría de votantes, de un comité directivo o de un único hombre, es siempre una voluntad impuesta a los disidentes; pero, sin esa voluntad única y directora, no es posible cooperación alguna. ¡Consiga usted que funcione una de las grandes fábricas de Barcelona sin dirección, es decir, sin autoridad! O ¡gestione un ferrocarril sin la certeza de cada ingeniero, maquinista, etc., esté en su sitio en el momento exacto en el que tiene que estar! Quisiera saber si el bueno de Bakunin confiaría su corpachón a un vagón de tres si ese ferrocarril estuviese administrado por principios según los cuales nadie estaría en su puesto si no le apetecía soportar la autoridad de los reglamentos, ¡mucho más autoritarios bajo cualquier forma posible de Sociedad, que los del congreso de Basilea! Todas estas grandilocuentes frases ultrarradicales y revolucionarias no hacen sino ocultar la más completa miseria de ideas y la más completa ignorancia de las condiciones en las que se produce la vida diaria de la sociedad. ¡Suprima ‘todo tipo de autoridad, hasta la consentida’ para los marineros de un navío!”. ( Carta de Engels a Lafargue, 30 de diciembre de 1871. Construyendo el futuro. Correspondencia política (1870-1895).Madrid. Editorial Trotta. 1998. pp. 83-4).

Chomsky sobre la Revolución Rusa y el leninismo

“La doctrina leninista sostiene que el partido de vanguardia asumiría el poder estatal y llevaría a la población hacia el desarrollo económico y, por algún milagro inexplicable, a la libertad y la justicia. Es una ideología que naturalmente apela en gran medida a la intelectualidad radical, a quien ofrece una justificación de su papel como gestores estatales. No puedo ver ninguna razón ?ya sea en la lógica o en la historia? para tomarla en serio. El socialismo libertario (incluida una corriente principal sustancial de marxismo) rechaza todo esto con desprecio, muy correctamente” (Chomsky. http://www.zmag.org/chomsky/interviews/ ... chism.html)

“La intelectualidad leninista... se ajusta a la descripción de Marx de los ‘conspiradores’ que ‘se adelantan al proceso revolucionario en desarrollo’ y lo distorsionan para sus propios objetivos de dominio”.

“Desde sus orígenes, el estado soviético ha intentado aprovechar las energías de su propia población y pueblo oprimido en todas partes al servicio de los hombres que se han aprovechado del fermento popular existente en Rusia en 1917 para tomar el poder estatal”. (Chomsky. The Soviet Union Versus Socialism).

Aunque se puede encontrar muy poco escrito por Chomsky sobre Lenin o Trotsky, es imposible no sorprenderse por la audacia de Chomsky al hacer afirmaciones (falsas) relacionadas con sus ideas y acciones. Chomsky, como veremos, considera a Lenin y Trotsky fundadores y seguidores del sistema de tiranía, que los marxistas definen como estalinismo. El rechazo desdeñoso que hace Chomsky del “leninismo” está basado o en su ignorancia intelectual o en una falsificación deliberada, y parece emanar casi exclusivamente de fuentes secundarias.

La preparación de un movimiento revolucionario

El bolchevismo se desarrolló desde 1903 en adelante como ala revolucionaria de la socialdemocracia rusa, se distinguía a este respecto en la preparación ideológica y organizativa de la revolución. El concepto famoso adelantado por Lenin en 1903 fue que la socialdemocracia debía ser el “partido de vanguardia” de la clase obrera. Lenin defendía que la lucha económica no era suficiente y que los trabajadores necesitaban la lucha política.

Existía una tendencia entre algunas capas de la socialdemocracia rusa a ignorar la lucha política. Para ellos todo fluía de la lucha sindical y “económica”. La historia ha demostrado repetidamente que esto no es así. La clase obrera necesita una dirección revolucionaria, un partido revolucionario. Este no surge espontáneamente, debe ser construido conscientemente por los marxistas revolucionarios.

La “intelectualidad leninista” (es decir, el Partido Bolchevique) debía construir una base política en la socialdemocracia e influir entre los trabajadores, para que la clase obrera se convirtiera en la “vanguardia de la lucha por la democracia”. La idea de Lenin era construir un movimiento revolucionario capaz de derrotar la maquinaria estatal del zarismo ruso. Esto significaba que antes de la revolución la socialdemocracia tendría que trabajar con formas legales e ilegales. La legalidad da la oportunidad de estructuras abiertas y democráticas, la clandestinidad inevitablemente va unida a formas organizativas conspirativas que no siempre se pueden basar en la discusión democrática abierta de las acciones a emprender.

Los bolcheviques utilizaron todos los canales que se les presentaron, incluidas las oportunidades parlamentarias. Pero también tuvieron que utilizar métodos clandestinos. El trabajo revolucionario bajo una dictadura recurre a la conspiración o si no será aplastado. Una revolución triunfante también necesita preparación, incluida la preparación política, ideológica e incluso militar.

En un sentido Chomsky acepta esto, con relación a la revolución española escribe lo siguiente: “Las conclusiones de la revolución popular en España, en particular, se basaban en el trabajo paciente de muchos años de organización y formación, un componente de una larga tradición de compromiso y militancia”. Seguramente la lógica nos diría que no hay nada equivocado en la preparación de una revolución como hicieron los bolcheviques con “larga tradición de compromiso y militancia”.

Según Chomsky los bolcheviques se adelantaron “a los procesos revolucionarios en desarrollo”. La implicación es que los bolcheviques nunca deberían haber tomado el poder porque era demasiado pronto, la crisis revolucionaria habría madurado más si los conspiradores leninistas hubieran esperado hasta que los trabajadores y campesinos de Rusia instituyeran por sí mismos el “comunismo municipal”. En realidad, lo irónico de esta posición es que muchos de la vieja dirección bolchevique realmente se oponían a la insurrección propuesta por Lenin porque, al igual que Chomsky, creían que se estaban adelantando al proceso revolucionario que se estaba desarrollando. En esta cuestión Chomsky se encuentra en el mismo campo que muchos dirigentes bolcheviques como Kámenev, Zinoviev e incluso Stalin, ¡que al principio tenían dudas en esta cuestión!

La valoración de Lenin en octubre de 1917 era que el ejército se estaba amotinando, se habían extendido las revueltas campesinas, el gobierno provisional continuaba la odiada guerra, la rebelión se extendía a los ejércitos de Europa y los bolcheviques tenían el apoyo mayoritario de los consejos obreros o soviets en las ciudades.

Ya en julio de 1917 Trotsky había utilizado toda su autoridad personal y política para convencer a los trabajadores armados de que no intentaran tomar el poder, así no “se adelantarían al proceso revolucionario que se estaba desarrollando”. En aquel momento, Trotsky y Lenin creían que la insurrección habría terminado en derrota. La historia de la lucha por el socialismo se ha caracterizado por las profundas divisiones relacionadas con la decisión de tomar o no el poder del Estado con una insurrección o esperar a que el proceso estuviera “totalmente maduro”. Normalmente nos encontramos a aquellos que adoptan la actitud de esperar hasta que esté “todo maduro” y las condiciones objetivas y subjetivas para el socialismo terminan en el campo reformista.

El fundador de este movimiento “revisionista”, Eduard Bernstein, el padre ideológico de Tony Blair o Gerhard Schroeder, defendía que el capitalismo evolucionaría hacia el socialismo y, como el socialismo es lógicamente el mejor sistema, cuando las masas comprendieran esto empezaría su existencia. ¿Es esta la “principal corriente sustancial del marxismo” a la que hace referencia Chomsky?

El estado y la revolución

Chomsky cree “perverso considerar el bolchevismo como el ‘marxismo en la práctica... ‘el ala de izquierdas crítica del bolchevismo, teniendo en cuenta las circunstancias históricas que rodearon la Revolución Rusa, está más alejada de este punto”. Chomsky cita después a Paul Mattick que defiende que los bolcheviques “no fueron lo suficientemente lejos en la explotación de los levantamientos rusos por fines estrictamente proletarios”. (Chomsky. Notes on Anarchism).

Antes vimos cómo Chomsky pensaba que los revolucionarios leninistas fueron prematuros y se adelantaron “al proceso revolucionario que se estaba desarrollando”. Ahora Chomsky cambia y está de acuerdo con Mattick en que la revolución no fue prematura, y que los bolcheviques “no fueron demasiado lejos”. Ahora es el “ala de izquierdas crítica del bolchevismo” que está en este punto. Antes, debemos recordar, era la “principal corriente sustancial del marxismo”, es decir el reformismo.

Pero no nos interesamos por la consistencia. El objetivo después de todo es hacer que las ideas y acciones de Lenin y Trotsky parezcan ser despreciadas e indignas para demostrar que no se las puede tomar en serio. De este modo Chomsky adopta dos líneas en su ataque, por un lado los bolcheviques nunca deberían haber tomado el poder y, por el otro lado, no fueron demasiado lejos por “fines estrictamente proletarios”. Parece que la esencia de lo que Chomsky quiere decir es que los bolcheviques deberían haber instituido y promovido inmediatamente el comunismo libertario o el comunismo municipal.

Lenin cuando estaba escondido en el verano de 1917 escribió El estado y la revolución, que Chomsky describe “quizá como su obra más libertaria”, pero dice que fue un “desvío intelectual” hacia la izquierda en 1917. Podemos suponer entonces que Chomsky está de acuerdo con las ideas que contiene El estado y la revolución. Chomsky está defendiendo que Lenin hizo este “desvío intelectual” como un trampa. Observemos esta cuestión más de cerca.

SOBRE LAS RAÍCES DEL “AUTORITARISMO” II PARTE

¿El estado y la revolución de Lenin era una desviación intelectual?

En El estado y la revolución Lenin repetía el análisis de Marx de la Comuna de París apoyando la supresión del ejército permanente y su sustitución por el pueblo en armas, y el derecho a elección y revocación inmediata de todos los funcionarios:

“La abolición de todos los gastos de representación, de todos los privilegios pecuniarios de los funcionarios, la reducción de los sueldos de todos los funcionarios del Estado hasta el nivel del ‘salario de un obrero’. Aquí es donde se expresa de un modo más evidente el viraje de la democracia burguesa hacia la democracia proletaria, de la democracia de los opresores hacia la democracia de las clases oprimidas, del Estado como “fuerza especial” de represión de una determinada clase hacia la represión de los opresores por la fuerza conjunta de la mayoría del pueblo, de los obreros y los campesinos”... y la rotación de los deberes administrativos para que todos aprendan a administrar.

Chomsky dice que Lenin y Trotsky “se aprovecharon del fermento popular de Rusia en 1917 para tomar el poder del Estado. Una de las principales armas ideológicas utilizadas para este fin ha sido la pretensión de que los gestores estatales están dirigiendo su propia sociedad y el mundo hacia el ideal socialista; algo imposible como cualquier socialista ?seguramente cualquier marxista serio? debería haber comprendido en seguida (muchos lo hicieron), y una mentira de proporciones gigantescas como ha revelado la historia desde los primeros días del régimen bolchevique”. (Chomsky. Soviet Union Versus Socialism. 1986).

Esto es simplemente una falsificación. Los bolcheviques no pretendían que los administradores estatales dirigieran el mundo hacia el socialismo. Lenin y Trotsky como “marxistas serios” defendían que el socialismo en Rusia sólo sería posible cuando el nivel de la economía y la cultura se desarrollara hasta el nivel de los países capitalistas más desarrollados y esto no era posible sin la ayuda de la revolución mundial. Fue el atraso de la economía lo que les obligó a basarse en administradores, directores, ingenieros e incluso muchos funcionarios zaristas.

En lugar de llevar a cabo las ideas de El estado y la revolución, los bolcheviques se vieron forzados a aceptar los privilegios de estas capas. Lenin y Trotsky explicaban abiertamente que la revolución emprendió tareas contradictorias. Establecer el socialismo requería una clase obrera educada, cualificada y culta, algo que no existía en Rusia. Para desarrollar la cultura, la cualidad y la educación de las clases trabajadoras el régimen dependía de los “gestores estatales” del viejo estado zarista.

Trotsky, más que cualquier otro marxista, proporcionó un continuo análisis de los procesos de 1917 que afectaban a la revolución rusa y mundial. En 1936 escribió La revolución traicionada que proporciona un análisis de cómo y por qué la revolución degeneró, y la dirección probable que tomaría la burocracia estalinista.

Mostraré un breve esbozo de las ideas de La revolución traicionada y como están relacionadas directamente con las cuestiones planteadas por Chomsky:

“La base material del comunismo deberá consistir en un desarrollo tan alto del poder económico del hombre que el trabajo productivo, al dejar de ser una carga y un castigo, no necesite de ningún aguijón, y que el reparto de los bienes, en constante abundancia, no exija —como actualmente en una familia acomodada o en una pensión "conveniente"— más control que el de la educación, el hábito, la opinión pública”. (León Trotsky. La revolución traicionada).

La situación de Rusia era lamentable, una nación destrozada por la guerra y el hambre, la introducción inmediata del comunismo era imposible. Para desarrollar la economía al nivel requerido para la construcción del socialismo, a tal nivel de abundancia, no se podían evitar los métodos capitalistas de pagar salarios. No era “de cada uno según sus capacidades... a cada uno según sus necesidades”, sino a cada uno de acuerdo con sus trabajo.

“Después de la subversión de las clases explotadoras —explica [Lenin] y demuestra en El Estado y la Revolución—, el proletariado romperá la vieja máquina burocrática y formará su propio aparato de obreros y empleados, y para impedirles que se transformen en burócratas, tomará ‘medidas estudiadas en detalle por Marx y Engels: 1.– Elegibilidad y también revocabilidad en cualquier momento; 2.– Retribución no superior al salario de un obrero; 3.– Paso inmediato a una situación en la cual todos desempeñarán funciones de control y vigilancia, de tal forma que todos serán rotativamente ‘burócratas’ y, por lo mismo, nadie sería burócrata. Sería un error pensar que Lenin creía que esta obra iba a exigir decenas de años; no, es el primer paso: ‘se puede y se debe comenzar por ahí, haciendo la revolución proletaria’.

Con las armas, la fuerza material pasa inmediatamente a las organizaciones de trabajadores tales como los soviets. El Estado, aparato burocrático, comienza a agonizar desde el primer día de la dictadura del proletariado”. (Ibíd.,)

Trotsky veía la dictadura del proletariado como un puente entre la sociedad capitalista y la socialista. El estado obrero debe preparar su propia disolución:

“El grado de ejecución de esta tarea "derivada" verifica en cierto sentido el éxito con que se ha llevado a cabo la idea básica: la construcción de una sociedad sin clases y sin contradicciones materiales. El burocratismo y la armonía social están en proporción inversa el uno de la otra”. (Ibíd.,)

La revolución traicionada fue escrito en 1936, pero según Chomsky, Trotsky y Lenin traicionaron la revolución inmediatamente después de la toma del poder estatal. Si se leen los escritos de Lenin y Trotsky vemos que nunca abandonaron la perspectiva de una sociedad sin clases, sin aparato burocrático y sí... sin Estado. Entonces uno se ve obligado a preguntar ¿por qué Chomsky equivocadamente alega que Lenin y Trotsky querían establecer una tiranía dictatorial desde el primer día? Todas las pruebas documentales en las obras completas de Lenin y Trotsky demuestran que ellos hasta sus respectivas muertes tenían la intención de producir la sociedad perfilada en El estado y la revolución. Así que el argumento de Chomsky de que El estado y la revolución de Lenin ?su “obra más libertaria”? era una “desviación intelectual” no se puede sostener. En realidad, probablemente es una de las contribuciones más importantes al marxismo.

El atraso material y sus efectos en la Revolución Rusa

"Ustedes caballeros que piensan que tienen la misión

de enseñarnos los siete pecados mortales

deberían primero colocar el puesto de comida básica

y después de hacer eso comenzar su sermón”

(Bertold Brecht. La ópera de los tres peniques)

Rusia se enfrentaba a unas condiciones materiales reales, a parte del hambre y el atraso económico. El estado revolucionario tenía que estimular al máximo el esfuerzo utilizando métodos burgueses en el pago de salarios:

“Resulta, pues, que el derecho burgués subsiste durante cierto tiempo en el seno del comunismo y aún subsiste el Estado burgués sin burguesía.

Pero el Estado adquiere inmediatamente un doble carácter: socialista en la medida que defiende la propiedad colectiva de los medios de producción; burgués en la medida que el reparto de los bienes se lleva a cabo a través de medidas capitalistas como el valor, con todas las consecuencias que se derivan de este hecho”.

(...)

“Las tendencias burocráticas que sofocan al movimiento obrero también deberán manifestarse por doquier después de la revolución proletaria. Pero es evidente que, mientras más pobre sea la sociedad nacida de la revolución, esta "ley" deberá manifestarse más severamente, sin rodeos; y mientras más brutales sean las formas que debe revestir, el burocratismo será más peligroso para el desarrollo del socialismo”. (Ibíd.,)

Como sabe cualquier marxista serio ?y cualquier erudito serio también sabría? el punto central de por qué degeneró la revolución rusa se encuentra en la forma político-organizativa, y no en las intenciones o ideas de los dirigentes, o en sus deseos de dominar, controlar y ser tiranos. En palabras de un famoso estadounidense: “es la economía estúpido”.

En última instancia el atraso económico determinó el destino de la revolución rusa. El atraso económico tiene innumerables consecuencias, entre ellas y no menos importante es el atraso cultural, medido en alfabetización, ausencia de científicos y técnicos cualificados, etc.,

Si las masas no tienen estas capacidades no podrán dirigir la sociedad a través de los soviets democráticos (“comunismo de consejo”) o de cualquier otra forma. Alguien que tenga estas habilidades dirigirá “en nombre” de las masas. Incluso en el mejor de los casos este alguien exigiría un salario mayor, mejores condiciones y poder sobre las masas para impulsar el desarrollo económico.

Los bolcheviques no escaparon a esta realidad. La única forma de evitar este dilema habría sido con una revolución socialista triunfante en Alemania y otros países capitalistas más desarrollados. Los trabajadores más cultos y cualificados de estos países, con la tecnología más avanzada en sus manos, habrían podido ayudar a sus hermanos rusos para que desarrollaran rápidamente una industria moderna. Sobre estas bases se podría haber dado un movimiento armonioso hacia el verdadero socialismo. Desgraciadamente, la revolución en Alemania y otras partes fue derrotada. Ese es el punto de partida de la degeneración de la Revolución Rusa.

Estos “gestores estatales” a los que hace referencia Chomsky eran precisamente la “burocracia” contra la que luchó Lenin hasta su muerte. Trotsky pasó los últimos días de su vida librando un combate mortal contra este sistema de dictadura burocrática. Esta casta burocrática conservadora encontró a su representante político en la persona de José Stalin.

La primera innovación ideológica de Stalin en 1924 correspondía directamente con los intereses de la casta burocrática y fue el abandono de la revolución mundial en favor de la doctrina del “socialismo en un solo país”. A partir de ese momento ésta teoría se convertiría en la ideología de cada dictadura estalinista. Con el abandono de la revolución mundial llegaron los acuerdos con varios gobiernos capitalistas, mientras la “amenaza externa” fue utilizada para justificar la represión interna y el control dictatorial sobre las masas por parte de la burocracia, esto le permitió consolidar un sistema basado en privilegios y extendió su poder en nombre del desarrollo económico “pacífico” interno.

La contrarrevolución burocrática de Stalin

“Desde sus orígenes, el estado soviético ha intentando aprovechar las energías de su propia población y personas oprimidas en todas partes para los servicios de hombres que han tomado ventaja del fermento popular de Rusia en 1917 para tomar el poder del Estado”. (Chomsky. The Soviet Union Versus Socialism).

Chomsky parece ignorar completamente la historia rusa. Cuando habla de los hombres que tomaron el poder en 1917 debe referirse a la dirección del Partido Bolchevique, pero todo estudiante de historia sabe que en 1940 del Comité Central bolchevique de 1917 sólo quedaban vivos Stalin y Alejandra Kollontai. ¡La mayoría habían sido asesinados por el régimen estalinista! Así que, ¿cómo Chomsky puede hacer la afirmación de que el estado soviético desde el principio hasta su desaparición intentó servir a aquellos hombres que tomaron el poder en 1917? El objetivo de Chomsky es claramente presentar el estalinismo y el bolchevismo como las caras de la misma moneda. ¡Ignora totalmente los hechos históricos y distorsiona la realidad a su conveniencia!

Trotsky (y Lenin también lo entendió claramente) explicaba que el Estado en la Unión Soviética no era un estado obrero sino un estado obrero deformado, deformado debido a las circunstancias concretas de la revolución, las condiciones creadas por la guerra civil, el hambre, el atraso cultural y económico. Esto no es como Chomsky pretende decir “una mentira de proporciones gigantescas”. Trotsky y Lenin explicaron honestamente una y otra vez la doble naturaleza del estado revolucionario ruso. Explicaron el atraso no sólo del país sino también de los administradores del estado.

Con Chomsky llegamos a la posición de que toda la revolución rusa simplemente fue una absorción por “burócratas rojos”, por utilizar las palabras de Bakunin de quien Chomsky utiliza una cita de 1870. De acuerdo con Bakunin esta burocracia roja demostraría “la mentira más terrible y vil del siglo”. En realidad es este argumento el que es una mentira de proporciones gigantescas. Chomsky sencillamente repite la mentira estalinista de que el régimen de Stalin era simplemente un “molde más” del estado soviético.

Chomsky dice que “cuando los dos grandes sistemas propagandísticos del mundo se ponen de acuerdo en alguna doctrina requiere del esfuerzo intelectual para escapar a sus grilletes. Una de estas doctrinas es que la sociedad creada por Lenin y Trotsky y la nueva moldeada por Stalin y sus sucesores tienen alguna relación con el socialismo, en algún sentido significativo e históricamente exacto de este concepto. En realidad si hay algo esa es una relación de contradicción”. (Chomsky. Ibíd.,. 1986).

Un examen rápido de las diferencias entre las doctrinas y la práctica de Stalin y la burocracia, y lo que él y sus sucesores representaron, y las de Lenin, Trotsky y los bolcheviques de 1917, revela precisamente una “relación de contradicción”. Stalin defendía la idea del “socialismo en un solo país”, que no tiene “relación con el socialismo en algún sentido significativo e históricamente exacto de este concepto” surge precisamente del deseo por parte del aparato burocrático ascendente ?los “administradores estatales” por utilizar la frase de Chomsky? de consolidar su posición a través de la creación de una nueva doctrina, una que convenga y represente sus intereses materiales.

No sólo Stalin y sus sucesores cambiaron las doctrinas bolcheviques, las personas que dirigieron la revolución fueron físicamente eliminadas y sus doctrinas condenadas como “trotskismo”. Las ideas de 1917 fueron prohibidas y los dirigentes de 1917 exterminados. Se instauró un estado totalitario, millones de personas fueron encarceladas, torturadas, purgadas y asesinadas. Chomsky llama a esto “un nuevo molde”. Debemos recordar que aquí estamos tratando con uno de los profesores de lingüística más reconocidos. ¡Por lo tanto deberíamos asumir que elige cuidadosamente sus palabras!

Quizás la razón por la que Chomsky no puede distinguir entre estas doctrinas es porque cree que el socialismo se puede crear mediante una revolución donde los trabajadores y los campesinos gestionen la sociedad a través de un sistema de autogestión o comunismo de consejo, independientemente del atraso económico de la sociedad. Esta nueva sociedad se autorregulará inmediatamente sin dirección política y sin poder estatal. De este modo llegamos a la doctrina del anarquismo en un solo país. En realidad, la doctrina del propio Chomsky es la misma del “socialismo en un solo país” de Stalin. La experiencia rusa y la de China, Vietnam, etc., nos enseña que una revolución aislada en un país atrasado terminará en derrota mediante la restauración capitalista o con un régimen burocratizado.

Mitología anarquista: la revolución española

“La comuna (París) fue, por supuesto, ahogada en sangre, como las comunas anarquistas en España fueron destruidas por los ejércitos fascistas y comunistas. Se podría decir que habrían sido necesarias estructuras más dictatoriales para defender la revolución frente a tales fuerzas. Pero tengo muchas dudas sobre esto. Al menos en el caso de España me parece que una política libertaria más consistente podría haber proporcionado la única defensa posible de la revolución. Por supuesto esto se puede constatar y es una historia larga...” (Chomsky. Democracy and Education. p. 134).

Para Chomsky la revolución española es el mejor ejemplo del anarquismo en acción. Los anarquistas trabajaban en España desde los tiempos de Bakunin. En 1919 los anarquistas dirigían la Confederación Nacional de Trabajadores (CNT) y tenían más de un millón de militantes. En su congreso de ese año adoptaron la política del “comunismo libertario”.

Al principio simpatizaron con la Revolución Rusa y en 1920 enviaron representantes a Rusia, regresaron a España advirtiendo a la CNT de la “dictadura” de Lenin, Trotsky y los bolcheviques. Los anarquistas se dividieron entre las fracciones moderadas, que después de la revolución de 1936 entraron en el gobierno burgués y ocuparon cargos ministeriales, y las fracciones ultraizquierdistas, algunas de las cuales mantuvieron hasta el final su posición apolítica y antiestado.

En 1927 se formó la Federación Anarquista Ibérica (FAI). La CNT propuso: “Luchar sólo en el terreno puramente económico, es decir, a través de la acción directa, ilimitada ante cualquier prejuicio político o religioso.

Mientras que todos los miembros de la FAI eran militantes de la CNT, no todos los miembros de la CNT eran anarquistas. Aquellos en la CNT que rechazaban la idea de la revolución y un movimiento dirigido por una minoría audaz, como defendía la FAI, comenzaron a ser expulsados. El resultado fue que desde 1932 al menos la mitad del movimiento sindical español estuvo dirigido por un núcleo anarquista dedicado, el sueño de Bakunin de una vanguardia secreta se hizo realidad”. (Peter Marshall. Demanding the Impossible. P. 547)

Chomsky alaba a la FAI por adoptar hasta el fondo los métodos de Bakunin:

“La expresión ‘acción revolucionaria espontánea’ puede llevar a confusión. Al menos los anarcosindicalistas toman buena nota de la observación de Bakunin de que las organizaciones de los trabajadores deben crear en el período prerrevolucionario ‘no sólo las ideas, sino también los hechos del futuro’”. (Chomsky. Apuntes sobre el anarquismo).

Pero mientras las fracciones moderadas de la FAI rompían “criticando la dictadura de la FAI. Entre sus filas (de la FAI) había no sólo elementos criminales sino también un grupo de idealistas puritanos que fueron los primeros en defender las quemas de iglesias y la ejecución sumaria de sacerdotes y hombres que se dedicaban a la prostitución masculina durante la Guerra Civil”.

A pesar de su antiautoritarismo declarado “la FAI sin duda tenía tendencias vanguardistas”, admite Marshall. Prescindiendo de la política, la CNT se abstuvo en las elecciones de 1933 y eso “sin duda llevó a la formación del gobierno de derechas” mientras que al mismo tiempo defendía la consigna ultraizquierdista: “No a las urnas sí a la revolución social”. (Marshall. P. 458).

En 1936 se eligió el Frente Popular y la mayoría de la CNT en secreto votó a favor. Como organización obrera más poderosa las distintas tendencias existentes dentro del movimiento obrero se expresaban dentro y a través de la CNT, a pesar de la conspiración secreta llevada a cabo por la dirección de la FAI. Pero los elementos reformistas fueron readmitidos en el congreso nacional de la CNT celebrado en Zaragoza en mayo de 1936 e intentaron formar una alianza con el sindicato reformista UGT.

Pero Chomsky continúa: “La expresión "acción revolucionaria espontánea" puede llevar a confusión. Al menos los anarcosindicalistas toman buena nota de la observación de Bakunin de que las organizaciones de los trabajadores deben crear en el período prerrevolucionario" no sólo las ideas, sino también los hechos del futuro". Los logros de la revolución popular, en España en particular, se basaron en un paciente trabajo de años de organización y educación, elementos de una larga tradición de compromiso y militancia. Las resoluciones de los Congresos de Madrid, en junio de 1931, y Zaragoza, en mayo de 1936, prefiguraron de diversas maneras los actos de la revolución, tal y como sucedió también con las ideas, algo diferentes, esbozadas por Abad de Santillán en su puntual descripción de la organización social y económica que habría de instaurar la revolución. Guérin escribe que ‘La Revolución Española había alcanzado cierta madurez tanto en las mentes de los pensadores libertarios como en la conciencia popular’. Y cuando, con el golpe de Franco, la agitación de comienzos de 1936 llevó al estallido de la revolución social, las organizaciones de los trabajadores contaban ya con la estructura, la experiencia y la conciencia para emprender la tarea de la reconstrucción social. En su introducción a una recopilación de documentos acerca de la colectivización en España, el anarquista Augustin Souchy escribe: ‘Durante muchos años los anarquistas y sindicalistas españoles consideraron que su tarea suprema era la transformación social de la sociedad. En sus asambleas de sindicatos y grupos, en sus diarios, en sus panfletos y libros, el problema de la revolución social se discutía sin cesar y de forma sistemática. Todo esto se halla tras los logros espontáneos y la obra constructiva de la Revolución Española’”.

La realidad sin embargo fue que las fórmulas maravillosas del comunismo libertario en mayo de 1936 y el “trabajo paciente de organización y formación”, no evitaron que la dirección dictatorial de la FAI girara rápidamente del abstencionismo político hacia la participación directa en el gobierno capitalista.

Veamos como les iba a los anarquistas en las ciudades. Casi inmediatamente después del fracaso de la insurrección franquista encabezada por Franco podían haber tomado el poder revolucionario pero como señala el historiador Hugh Thomas:

“A los anarquistas de Barcelona se les entregó el poder y mostraron un sentido de la responsabilidad que asombró incluso a aquellos miembros de las clases medias que todavía estaban en la ciudad. La CNT ordenó a todos sus militantes que regresaran al trabajo. En ese momento el poder de la CNT era considerable. Tenía su propia emisora de radio, ocho diarios, innumerables semanarios y periódicos que trataban cada uno de los aspectos de la sociedad... Esta fue la única ocasión en la historia en que un movimiento anarquista tenía controlada una gran ciudad. Es de destacar el poco uso que hicieron las anarquistas de esta oportunidad”. (H. Thomas. La guerra civil española. El subrayado es mío).

Tras el 19 de julio de 1936 el poder en Barcelona quedó en las manos de la revolución. Se formó un Comité de Milicias Antifascistas para representar a las organizaciones obreras y a los distintos partidos y grupos políticos. Sólo siete días después: “el 26 de julio la CNT de Catalunya formalmente dio ordenes a sus miembros para ‘no mirar más allá de la victoria sobre el fascismo’”. (Ibíd..)

Este argumento fue precisamente el que utilizaron los estalinistas para justificar el aplastamiento de la acción revolucionaria cuando tuvieron el suficiente poder. Cuando se enfrentaron a la cuestión de la disolución de la Generalitat ?el gobierno provisional capitalista de Catalunya? los dirigentes d la CNT-FAI tomaron la decisión crucial de dejarlo intacto y apoyar a su presidente Lluis Companys:

“La decisión de colaborar con el gobierno catalán fue un freno para un mayor desarrollo de la revolución social. A los dos meses se disolvió el Comité de Milicias Antifascistas. El 27 de septiembre de 1936 los dirigentes anarquistas de la CNT-FAI entraron en el gobierno de la Generalitat...”. (Marshall. P. 461).

La participación de los anarquistas en el gobierno capitalista paralizó el movimiento hacia el “comunismo de consejo y control de los trabajadores”.

Guerin escribe que: “La autogestión también se probó en la industria, especialmente en Catalunya, la zona más industrializada de España”. (Guerin. Anarchism. p. 136. El subrayado es mío). Las fábricas en las que habían huido los empresarios fueron dirigidas por “comités revolucionarios de trabajadores” durante “más de cuatro meses” (El subrayad es mío).

El 24 de octubre de 1936 el ministro anarquista del gobierno capitalista de Catalunya aprobó un decreto que garantizaba “un compromiso entre el capitalismo y el socialismo” (Ibíd.., p. 137). En las fábricas autogestionadas dirigidas por comités directivos de entre 5 y 15 personas “el comité nombraba un director en quien delegaba todos o parte de sus propios poderes. En fábricas muy grandes la selección de un director requería la aprobación de la organización supervisora... se nombró también un controlador del gobierno en cada comité de administración”.

De acuerdo con Guerin: “en la práctica parecía que la autogestión de los trabajadores tendía a producir un tipo de egoísmo paranoico, una especie de ‘cooperativismo burgués’... cada unidad de producción se preocupaba sólo de sí misma y de sus propios intereses. Había colectivos ricos y pobres”

En diciembre de 1936 los sindicatos comenzaron a hacer planes “para evitar la competencia perjudicial y el derroche de esfuerzo... Sin embargo, la centralización industrial bajo el control sindical no se podía desarrollar tan rápida ya completamente como deseaban los planificadores anarcosindicalistas... Mientras tanto, el crédito y el comercio exterior seguían en manos del sector privado porque el gobierno republicano burgués así lo deseaba... la CNT era prisionera del Frente Popular y no se atrevía a separarse”. (Guerin. Ibíd.., pp. 136-7).

Sin un registro valioso y honorable en Barcelona, la mitología anarquista finalmente encuentra otra fuente de fuerza en la revolución española y la busca en... el campesinado.

Guerin escribe que en España gracias a “la educación libertaria y la tradición colectivista” los campesinos giraron “directamente hacia el socialismo... Parece que la conciencia social era incluso más alta en el campo que en las ciudades”. (Ibíd.. p. 131).

Guerin continua diciendo que incluso aunque los pueblos colectivizados “Parece que las unidades que aplicaban los principios colectivistas de salarios diarios eran más sólidas que las pocas que comparativamente intentaban establecer demasiado rápidamente el comunismo completo, no teniendo en cuenta el egoísmo todavía profundamente arraigado en la naturaleza humana, especialmente entre las mujeres... las desventajas de paralizar la autosuficiencia se dejaron sentir”.

Lo que aquí se omite es que la “educación libertaria” y la “tradición colectivista” no se correspondían con los intereses de muchos pequeños campesinos. Aunque eran loables las medidas de redistribución de la tierra, el control democrático de los comités de los pueblos que proporcionaban sistemas socializados de producción, pero a menudo no iban más allá de las medidas burguesas de la reforma agraria.

Además el “socialismo en las zonas rurales no era el trabajo sólo de los anarcosindicalistas, como muchas personas habían supuesto... los seguidores de la autogestión a menudo eran ‘libertarios sin saberlo’”. (Guerin. P. 134).

Ellos en realidad no requerían “educación libertaria y una tradición colectivista”. Los campesinos apoyaban las medidas colectivistas que convenían a sus intereses, no donde habían sido formados en el comunismo libertario por los anarquistas. En Catalunya, donde los anarquistas tenían su base más profunda, su trabajo entre los campesinos era totalmente ineficaz.

“Catalunya era una zona de pequeñas y medias granjas, el campesinado tenía una fuerte tradición individualista y por eso allí no había más de unos cuantas explotaciones colectivas”. (Ibíd.., p. 133). La base de poder de los anarquistas creó no más de “unas cuantas explotaciones colectivas” en el campo.

La revolución mundial

Sin la revolución mundial las ideas de Lenin expresadas en El estado y la revolución (es decir, el comunismo libertario, por utilizar las palabras de Chomsky) eran y son imposibles de materializar.

La revolución bolchevique en la Primera Guerra Mundial dio un poderoso impulso al descontento revolucionario dentro de las tropas y las masas, en Alemania y en otras partes. Cumplió su promesa de sacar a Rusia de la guerra.

El 9 de noviembre de 1918 la revolución estalló en Alemania. Lenin y Trotsky siempre creyeron que la revolución alemana tendría una mayor importancia que Rusia para la creación del socialismo. Alemania sería el modelo para la revolución mundial y casi ocurre según el plan previsto.

La clase obrera alemana creó soviets de trabajadores y desafiaron al poder en noviembre de 1918 y en 1923. Desgraciadamente, el asesinato de los dirigentes, Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht, tuvo una influencia muy negativa en el destino de la lucha revolucionaria. La dirección es decisiva en la revolución, tanto en la guerra de clases como en la guerra convencional.

Lenin y Trotsky lo sabían y repetidamente explicaron que no era posible crear el socialismo en Rusia, en otras palabras para los trabajadores y campesinos de Rusia dirigir por sí mismos la sociedad y elevar las condiciones de vida materiales en unas condiciones de atraso económico. Lenin y Trotsky defendían que esto sólo podría superarse con revoluciones en Europa Occidental, particularmente en Alemania.

Una Alemania soviética crearía un plan de producción unificado con la Rusia soviética. Eso ayudaría a superar el atraso económico ruso. Cuando se perdió la revolución alemana en 1923 dejó aislada a la Rusia soviética. Las masas soviéticas estaban agotadas y la idea de la democracia soviética parecía convertirse en un sueño utópico. La burocracia incrementó su poder dentro de la Unión Soviética con cada nueva derrota de la revolución mundial. Siguieron nuevas derrotas en Gran Bretaña 1926, China 1927. Finalmente, la lunática política de Stalin de dividir a la clase obrera alemana condenando a los socialdemócratas como “social fascistas”, llevó directamente a la victoria del fascismo en Alemania.

Chomsky afirma que “es esencial que para la existencia de un poderoso movimiento revolucionario en EEUU exista alguna posibilidad responsable de cambio social democrático de tipo radical en algún otro lugar del mundo capitalista, y comentarios comparables se pueden decir sobre el imperio ruso. Lenin hasta el final de su vida insistió en la idea de que es ‘una verdad elemental del marxismo que la victoria del socialismo requiere los esfuerzos conjuntos de los trabajadores en varios países desarrollados’. Al principio al menos eso requiere que los grandes centros del imperialismo mundial tengan dificultades debido a presiones internas de intervención contrarrevolucionaria. Sólo esta posibilidad permitiría una revolución que derrocara sus propias instituciones estatales coercitivas para poner a la economía bajo el directo control democrático”. (Chomsky. On Democracy and Education. P. 135).

¡Aquí por una vez parece que Chomsky está de acuerdo con Lenin! Debemos imaginar que si la revolución venezolana inmediatamente expropia los bancos y monopolios bajo el control y gestión de los trabajadores, ¿entonces Venezuela sería capaz de establecer por sí sola el socialismo?

El atraso económico comparativo de Venezuela y su aislamiento inevitablemente significaría que sería posible el surgimiento de una degeneración burocrática de la sociedad, siempre y cuando se le permitiera sobrevivir. A menos que la revolución se extienda para superar las limitaciones del estado nacional, la tendencia hacia el burocratismo surgiría tarde o temprano, no importan las buenas intenciones de su dirección. En realidad, este mismo proceso sería aplicable a una revolución aislada en EEUU, el país más poderoso del mundo.

Chomsky cuenta con mucho renombre y es admirado por muchos en la izquierda. Sin duda ha escrito muchos libros y artículos, ha pronunciado muchos discursos que proporcionan información muy útil. Sin embargo, cuando se trata de analizar las tareas a las que se enfrenta la clase obrera cae entonces en una trampa. Acepta muchas ideas sobre el marxismo y la revolución rusa que son totalmente falsas. Al hacer esto se perjudica a sí mismo y a los trabajadores y jóvenes del mundo que buscan una salida a la pesadilla actual que ha creado la sociedad capitalista. Tiene todo el derecho a defender sus ideas. Ningún comunista o socialista genuino le negaría esto. Lo que no tiene derecho es a distorsionar e incluso falsificar lo que defiende el genuino marxismo. Si hace eso sólo conseguirá ayudar a los enemigos del socialismo. Los historiadores capitalistas, los medios de comunicación capitalistas, están constantemente intentando confundir a millones de trabajadores y jóvenes. Nuestra tarea es combatir todo esto.

Octubre 2004

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subversivo
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Mensaje por subversivo » 17 Nov 2004, 00:19

jaja tío, normal que no conteste nadie...

He intentado leerlo entero, pero ya cuando iba a mitad del texto o así me estaba empezando a doler la cabeza bufff... otro día lo termino; de todas formas es el mismo debate de siempre... Sí es más fácil conseguir una revolución y consagrarla por medio de la autoridad, ¿pero luego qué? y por el otro lado está la coherencia de llegar a la libertad por métodos libertarios, sin matar a nadie como decía bakunin... ¿pero cómo?

Unos creen en la "reeducación" a priori (anarquistas) y otros a posteriori (marxistas)... en fín, el mismo tema de siempre...

Los debates se hacen eternos y ni conseguimos unidad, ni un grupo acaba decantándose por mayoría de partidarios (reales) con respecto al otro...

Saludos
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Tefnakt
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Mensaje por Tefnakt » 17 Nov 2004, 17:56

Uf mucho tocho para leer desde el ciber. Ya le echare un ojo cuando este en casa :lol:
El Poder no ve más allá de su propio ombligo (Habeas Corpus)

neo

Mensaje por neo » 25 Nov 2004, 02:34

Sin duda un buen trabajo de documentación y de intento por aclarar muchas dudas; creo que hablo en nombre de much@s a la hora de agradecer tu aportación.

Pero cual es la conclusión que debemos sacar de todo ésto?

Que debemos aprender de los errores cometidos tanto de anarquistas como de comunistas en el planteamiento revolucionario?

Que lo que palntea Chomsky es un cúmulo de contradicciones en las que no debemos caer?

Que la revolución no puede llevarse a cabo sin el compromiso de varios paises capitalistas y sus trabajadores de una forma simultánea para que sea verdaderamente global e internacionalista sin caer en la buracracia nacional-estatal?

Que es necesaria una jerarquia que organice dicha revolución para que sea productiva?

Que también hubo cenetistas que frenaron la revolución en España adoptando formas dictatoriales?

Que Bakunnin era lo más parecido al protagonista del club de la lucha?

Que cada vez estamos más lejos de intentar cambiar ésto porque ni los propios autores que nos inspiran hacerlo tenian clara la alternativa idónea?

Que los dictadores comunistas no eran tan malos como los pintan?

En mi opinión la conclusión que saco es que sólo se que no se nada, pero tengo claro una cosa, que lo que hay no me gusta, sencillamente porque perjudica a nuestra salud mental y física; y no creo que halla que entrar en el eterno debate de si comunismo o anarquismo, sino tratar de acercar posturas aprovechando toda la información aportada, e intentar aclarar cuales pueden ser los procedimientos a seguir para no caer en los mismos errores. Y para ello habría que hacer un auténtico análisis de las bases ideológicas que disponemos, y que nos inspiran, y trabajar junt@s para definir de forma clara los pasos a seguir para la realización de una revolución en nuestros días, es decir, algo asi como crear un puzzle ideológico con piezas anarquistas y comunistas, descartando las que la historia nos demuestra que no encajan, y aportando nuevas piezas para lograr hacer algo auténticamente constructivo.
Espero que si se abre un debate sobre ésto sea verdaderamente construcivo y logremos sacar algo en claro, en lugar de encerrarnos cada uno en sus filas sin ánimo de avanzar.

Lo dicho, gracias oreka por la información aportada, y empecemos a trabajar para cambiar las cosas desde éste frente.

salud y lucha!!

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oreka
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Mensaje por oreka » 25 Nov 2004, 11:54

Que Bakunnin era lo más parecido al protagonista del club de la lucha?
:D :D :D

Gracias neo. Yo tampoco creo que sea inteligente crear barricadas dentro de las barricadas o tensiones innecesarias, pero si hablamos de revolución, habrá que ser críticx con la propia revolución y aprender de las experiencias. Este texto, a parte de una interesada apología de la revolución rusa y una desmitificación de los procesos revolucionarios libertarios, es un toque, una llamada de atención a lxs marxistas que aplauden a Chomsky: ¡Formen filas! :-OO

Chomsky cuenta con mucho renombre y es admirado por muchos en la izquierda. Sin duda ha escrito muchos libros y artículos, ha pronunciado muchos discursos que proporcionan información muy útil. Sin embargo, cuando se trata de analizar las tareas a las que se enfrenta la clase obrera cae entonces en una trampa. Acepta muchas ideas sobre el marxismo y la revolución rusa que son totalmente falsas. Al hacer esto se perjudica a sí mismo y a los trabajadores y jóvenes del mundo que buscan una salida a la pesadilla actual que ha creado la sociedad capitalista. Tiene todo el derecho a defender sus ideas. Ningún comunista o socialista genuino le negaría esto. Lo que no tiene derecho es a distorsionar e incluso falsificar lo que defiende el genuino marxismo. Si hace eso sólo conseguirá ayudar a los enemigos del socialismo.
Mi impresión es que, como pasaría con la campaña de descrédito del pensamiento y la figura de Orwell (recomiendo “George Orwell ante sus calumniadores” (Likiniano Elkartea) o un ejemplo más actual), según pase el tiempo la izquierda no libertaria (por llamarla de alguna manera) irá deslegitimando el contenido teórico de Chomsky y de todx aquel/aquella que ose cuestionar la práctica política de la clase burocrática soviética. Analizando el proceso de aprobación de la Constitución Soviética, el mismo Trotski señaló que “es cierto que el proyecto se sometió en junio a la aprobación de los pueblos de la URSS. Pero en vano se buscaría, en toda la superficie de la sexta parte del globo, al comunista que se permitiera criticar la obra del comité central o, al sin partido, que se aventurara a rechazar la proposición del partido dirigente”. La crítica al comunismo autoritario (Cuba, URSS, China…) es vista por sus defensorxs como un posicionamento procapitalista
Los historiadores capitalistas, los medios de comunicación capitalistas, están constantemente intentando confundir a millones de trabajadores y jóvenes. Nuestra tarea es combatir todo esto.
Salud!

Vicente

Réplica a Chomsky

Mensaje por Vicente » 28 Nov 2004, 02:01

Reseña
Las intenciones del Tío Sam
Noam Chomsky
Txalaparta, Tafalla, 1995
153 páginas

Las intenciones del Tío Sam: Una revisión
Por Benjamin Kerstein
Traducido por Mariano Bas Uribe



Si Mr. Savage y otros imaginan que alguien puede “vencer” al ejército alemán tumbándose a esperar, dejemos que siga imaginándolo, pero hagamos que consideren si no es una mera ilusión debida a la seguridad, a tener demasiado dinero y a ignorar sencillamente cómo funcionan las cosas…
A lo que me opongo es a la cobardía intelectual de la gente que son objetiva y en cierto modo emocionalmente pro-fascistas, pero a las que se esconden bajo el argumento y no les importa decir “Yo soy tan antifascista como el que más, pero…”. El resultado de la llamada propaganda de paz es tan indecente y desagradable intelectualmente como la propaganda de guerra. Al igual que la propaganda de guerra, se concentra en presentar un “caso”, ocultando el punto de vista del oponente y evitando las cuestiones desagradables.
George Orwell.
En un mundo más sensato, sus infatigables esfuerzos por promover la justicia hace tiempo que le hubieran concedido el Premio Nobel de la Paz.
Portada de los editores a Las intenciones del Tío Sam.

Es muy raro que uno llegue a leer una obra política que sea un auténtico compendio de vileza, una obra en la que los velos de una retórica al uso y una implicación cautelosa se dejan de lado de forma que las crudas opiniones del autor aparezcan en un lenguaje claro y evidente en toda su horrible banalidad. Ciertamente, Mi lucha es la quintaesencia de este tipo de obra y el Manifiesto comunista está plagado de esta retórica sedienta de sangre, pero la política es, ante todo y sobre todo, un arte de ocultación y el tipo de descarnada brutalidad intelectual que evidencian estas obras es, como mínimo, un producto escaso. Sin embargo, puede afirmarse sin temor a equivocarse demasiado que Las intenciones del Tío Sam de Noam Chomsky es un documento de este tipo.

Como todos los libros de Chomsky, es una amalgama editada apresuradamente de entrevistas, discursos y artículos, lo que no es en absoluto digno de mención. Sin embargo, sí es notable en dos aspectos: en primer lugar, es lo más parecido que tenemos a un manifiesto chomskista, puesto que, tomado globalmente, constituye un intento de formular una crítica moral detallada de la política exterior estadounidense posterior a la Segunda Guerra Mundial. Aunque fracasa de la forma más estrepitosa, es mucho más ambicioso en su ámbito que la mayoría de los demás panfletos glorificados de Chomsky. En segundo lugar, y mucho más importante, está lo directo de su lenguaje. La mayor parte de los demás escritos de Chomsky son exhibiciones de decir y no decir algo simultáneamente, intentos que Pierre Vidal-Naquet llamó el “doble discurso” de Chomsky al cual éste dedica considerables esfuerzos y prosa para ser tan poco claro como sea posible, mientras satisface a la vez los dobles sentimientos de su también doble audiencia: los radicales que se le aproximan por su descarado extremismo y sus lectores izquierdistas moderados a los que cree que puede asustar precisamente por eso. Sin embargo, Las intenciones del Tío Sam no ofrece nada de esto. Es, en mi opinión, la única obra de Chomsky en la que éste se siente libre para explicar, en general, qué significa lo que dice, y lo que realmente significa es, sin duda, absolutamente terrible. Me parece que no exagero, y no hablo a la ligera, si digo que es un manifiesto a favor de la traición, que es el enfurecido vilipendio de un hombre que no desea nada más que la pura y simple aniquilación de su propia sociedad, que es una llamada a la venganza feroz de un Dios riguroso sobre una república del pecado. Pero también es mucho más que eso: es una masiva apología de las forma de tiranía más asesinas que la humanidad haya inventado, es un engrandecimiento antidemocrático del totalitarismo, es una rabieta infantil repleta de palabrería irresponsable a un nivel cósmico y que calumnia despiadadamente a mucha gente buena y decente, en un blanqueo del genocidio de clase y una negación de los asesinatos en masa y la opresión política, es una inversión de la moralidad que el propio Orwell hubiera encontrado difícil superar la maraña de su abuso malicioso de ideas y el lenguaje con que éstas se expresan y, por fin, y considerando lo poco que me gusta el psicoanálisis, es el lamento demencial de alguien que resulta claramente una ruina intelectual y moral, así como un ser humano profundamente afectado emocionalmente.


La América de Hitler

Lo crucial de este libro, su principal factor catalizador, no es algo raro ni sin precedentes, es la antigua línea de propaganda estalinista, posteriormente adoptada en un contexto más anarquista por la Nueva Izquierda europea, que proclama que el nazismo no resultó derrotado en la Segunda Guerra Mundial, sino que en realidad triunfó y ha llegado a dominar el mundo a través de su nueva manifestación: los Estados Unidos de América.
En 1949, el espionaje de EEUU en el Este de Europa fue confiado a una red liderada por Reinhard Gehlen, quien había encabezado la inteligencia militar nazi en el Frente Este. Esta red era parte de la alianza nazi-estadounidense que rápidamente incluyó a muchos de sus peores criminales, extendiendo sus operaciones a Latinoamérica y otros lugares.

Estas operaciones incluían un “ejército secreto” bajo las órdenes nazi-estadounidenses que buscaba suministrar agentes y suministros militares a ejércitos que estuvieran establecidos y siguieran operativos dentro de la Unión Soviética y el Este de Europa durante los primeros años 50. (Esto se conoce en EEUU, pero se considera sin importancia – aunque haría arquear algunas cejas si se volvieran las tornas y descubriéramos que, digamos, la Unión Soviética hubiera enviado agentes y suministrado armas a ejércitos establecidos por Hitler que estuvieran operando en las Montañas Rocosas.)…

Puesto que Estados Unidos estaba recogiendo lo que los nazis habían dejado, resultaba perfectamente razonable emplear especialistas en actividades antirresistencia. Más adelante, cuando resultó difícil o imposible proteger a estos tipos útiles en Europa, muchos de ellos (incluido Barbie) fueron trasladados a Estados Unidos o a Latinoamérica, a menudo con la ayuda del Vaticano y de sacerdotes fascistas.

Allí se convirtieron en asesores militares de estados policiales apoyados por EEUU que seguían el modelo, en muchos casos abiertamente, del Tercer Reich. También se convirtieron en traficantes de drogas y armas, terroristas y profesores…que enseñaban a los campesinos latinoamericanos técnicas de tortura inventadas por la Gestapo. Algunos de los estudiantes nazis acabaron en Centroamérica, estableciendo así un enlace directo en los campos y escuadrones de la muerte…todo gracias a la alianza postbélica entre EEUU y las SS.
Uno debe agradecerle a Chomsky que por fin se muestre como es y diga lo que ha venido insinuando y sugiriendo durante la mayor parte de su carrera: que Estados Unidos es la Alemania nazi. Seamos ahora lo más claros posible: Chomsky no está diciendo que Estados Unidos actúe como la Alemania nazi, o que le recuerde a la Alemania nazi, o que tengan aspectos similares a los nazis (lo que ya estaría bastante mal). Lo que dice sin ambages es que Estados Unidos es la Alemania nazi en su sentido más literal: un monstruo hitleriano que ha desplegado lentamente sus tentáculos (aparentemente, a pesar de los heroicos esfuerzos de la Unión Soviética como resistencia “antifascista”) por todo el mundo, que ahora domina como un Cuarto Reich en la sombra. Éste, a todos los efectos, es el resumen de la visión del mundo de Chomsky tal y como se expresa en este libro.

Es un error dejar esto de lado. La idea de que EEUU es igual que la Alemania nazi ha hecho considerables progresos en círculos de la izquierda, e incluso en la no izquierda, europea y en todo el mundo y leyendo este libro no es difícil ver cómo la comparación del presidente Bush con Hitler no sólo ha llegado a ser admisible, sino a ser completamente obvia para todo el movimiento contra la guerra: ha sido parte integrante de la ideología de su gurú favorito durante décadas.

Además de satisfacer la tendencia de la izquierda a creer en conspiraciones, es obvio a qué propósitos sirve el invocar este tipo de identificación: es una justificación moral, una concesión intelectual de indulgencia para embarcarse en las peores forma de antinomianismo[1]. Dicho en forma simple, una vez que se acepta esta idea, los grilletes morales desaparecen y uno no sólo está justificado, sino casi obligado a realizar actos que de otra forma serían de más terrible naturaleza posible. Porque si uno se enfrenta a la Alemania nazi, si eres ciudadano de un estado tan afectado por una maldad general, entonces no tienes otra alternativa que destruir la sociedad por cualquier medio que tengas a tu alcance. Incluso lo que se consideraría una traición a los valores propios se convierte en aceptable bajo la perspectiva de una confrontación apocalíptica de este tipo. Así, a través de la mentira original, se crea una nueva verdad, una verdad por la cual, de la forma más orwelliana imaginable, la ley se convierte en un crimen, la verdad en mentira, el amor en odio, la paz en guerra, la guerra en paz y la traición, que normalmente es el más odioso de los delitos contra el país o la comunidad de uno, se convierte en el más elevado de los actos morales. Tan pronto como uno acepta la mentira de que de alguna manera Hitler sigue vivo y su espíritu se extiende por toda la estructura de su propia sociedad, uno ya no está traicionando a sus amigos, vecinos y conciudadanos, sino salvándolos, incluso liberándolos, de una maldad que sólo tú tienes el privilegio de reconocer y combatir.

Esta mentira no es más que el eje sobre el que gira toda la carrera de Chomsky, es lo que justifica todo lo demás: las negaciones de genocidio, la apología del totalitarismo, la propaganda antiamericana, la despreocupada desestimación de las más horrendas formas de sufrimiento humano, las mentiras sobre mentiras sobre mentiras. Todo ello puede justificarse como parte de esa gloriosa cruzada antifascista que existe únicamente en la imaginación de Chomsky. Es tentador calificar simplemente su visión del mundo como un dislate, pero es un error. Chomsky no trabaja bajo una psicosis, trabaja bajo una falsedad existencial, sin ella dejaría de existir. Todo su concepto del mundo, y con ella el glorioso edificio de la reputación chomskysta, esa inefable sensación de veneración, de ser un gurú para los elegantes desafectos, se ve amenazada por una refutación de la mentira inicial y por tanto la mentira debe mantenerse, sin que pueda considerarse un dislate, ni siquiera una actitud desesperada; porque sin ella, el emperador sólo puede aparecer como desnudo, pero también como villano, y las atrocidades intelectuales acumuladas durante toda su vida podrían, al final, tener que ser aclaradas, una posibilidad que sin duda Chomsky intenta evitar a toda costa, lo que es comprensible, considerando la diversidad y variedad de estas atrocidades y el terrible coste humano que han ocasionado.


La economía política de la bancarrota moral

La mayor parte de este libro se refiere a la Guerra Fría y la historiografía de Chomsky, o la ausencia de ésta, aunque difícilmente puede calificarse de original, constituye sin embargo una visión fascinante de las contorsiones a las que los ideólogos pueden someterse con el fin de evitar afrontar el doloroso pero sin duda decisivo veredicto de la historia. La reescritura de la Guerra Fría de Chomsky es un recauchutado clásico de las distintas ficciones fabricadas a principios de los 60 por los llamados historiadores “revisionistas” de la Guerra Fría, de los que entre los más prominentes se encuentra Gabriel Kolko (que es una de las pocas fuentes que no sea él mismo que cita Chomsky en sus notas finales) y, lo que resulta irónico, al converso a la derecha David Horowitz, cuyo Free World Colossus (que el autor ha repudiado repetidas veces) fue una obra seminal de la Nueva Izquierda y a menudo una fuente de ideas para muchos otros escritores menores, entre ellos el propio Chomsky. De acuerdo con esta historiografía, la Guerra Fría no fue el resultado de la negativa de Stalin a retirar sus tropas de Europa del Este y permitir elecciones libres, sino por el contrario de las siniestras maquinaciones imperialistas de los Estados Unidos, decididos a mantener su recién fundada dominación mundial.
Los planificadores americanos –desde los del Departamento de Estado a los del Consejo de Relaciones Exteriores (un importante canal mediante el cual las grandes empresas influyen en la política exterior)– acordaron que debía mantenerse el dominio de Estados Unidos. Pero había un abanico de opiniones sobre cómo hacerlo.
Este complot de planificadores americanos (por supuesto, influenciado por los eternos y benditamente amorfos villanos conocidos como “grandes empresas”) diseñó el conflicto con la Unión Soviética (por supuesto, ayudados y jaleados por sus nuevos aliados nazis) y lo mantuvo durante los siguientes cincuenta años, contra una amenaza soviética que, en realidad, no existía:
Los planificadores americanos reconocían que la “amenaza” en Europa no era una agresión soviética (que analistas serios, como Dwight Eisenhower, no anticipaban) sino más bien la resistencia antifascista de trabajadores y campesinos con sus ideales democráticos radicales y el atractivo y poder político de los partidos comunistas locales.

Para evitar un colapso económico que aumentara su influencia y para reconstruir las economías capitalistas de los estados del Oeste de Europa, EEUU instituyó el Plan Marshall (bajo el cual se proporcionó a Europa más de 12 mil millones de dólares en préstamos y subvenciones entre 1948 y 1951, fondos que se utilizaron para comprar hasta una tercera parte de las exportaciones de EEUU a Europa en el año 1949)...

Esta “teoría de la manzana podrida” se denominó teoría del dominó para el público. La versión que se utilizó para atemorizar a la gente mostraba a Ho Chi Minh subiéndose a una canoa y llegando a California y cosas así. Quizá algunos líderes estadounidenses se creyeran este sinsentido –es posible– , pero los racionales planificadores desde luego que no.
Esta novedosa teoría, y debemos agradecerle a Noam Chomsky su audacia en exponerla de una vez tal cual es, dice que la Guerra Fría no existió. Ahora bien, esta teoría no es en absoluto una sorpresa, puesto que a Chomsky de alguna manera la encanta negar la existencia de las cosas: en años recientes ha proclamado que la guerra terrorista y el antisemitismo no existen y ha flirteado con la posibilidad de que la inexistencia del Holocausto sea un concepto que cualquier tipo de “apolítico progresista” pueda defender legítimamente. Su negación de la Guerra Fría, por el contrario, es nada menos que total y absoluta.
De acuerdo con la visión convencional, la Guerra Fría fue un conflicto entre dos superpotencias, causado por la agresividad de la Unión Soviética, en el cual intentamos contener a ésta y proteger de ella al mundo. Si esta visión fuera una doctrina teológica, no habría lugar a la discusión. Si se intenta ofrecer alguna luz a la historia, podemos fácilmente ponerla a prueba, recordando siempre un punto muy sencillo: si queremos entender la Guerra Fría, deberíamos ver los acontecimientos de la Guerra Fría. Si lo hacemos así, aparece un panorama muy diferente.

En el lado soviético, los acontecimientos de la Guerra Fría fueron repetidas intervenciones en el este de Europa: tanques en Berlín Este, Budapest y Praga. Estas intervenciones se realizan en la ruta que se utilizó para atacar y virtualmente destruir Rusia tres veces sólo en este siglo. La invasión de Afganistán es el único ejemplo de una intervención fuera de esa ruta, aunque también en la frontera soviética.

El lado de EEUU, la intervención se extiende a todo el mundo, reflejando el estatus obtenido por EEUU como en primer poder global auténtico de la historia.

En el frente doméstico, la Guerra Fría ayudó a la Unión Soviética a reafirmar en el poder a su clase dirigente burocrático-militar y dio a EEUU una vía para forzar a su población a subsidiar la industria de alta tecnología. No es fácil vender todo esto a tu gente. La técnica utilizada fue la vieja del miedo a un gran enemigo.

La Guerra Fría también ofrecía eso. No importaba lo extravagante que fuera la idea de que la Unión Soviética y sus tentáculos estaban estrangulando a Occidente, el “Imperio del Mal” era realmente malvado, era un imperio y era brutal. Cada superpotencia controlaba a su enemigo primario –su propia población– aterrorizándola con los crímenes (bastante ciertos) del otro.

Por tanto, en aspectos cruciales, la Guerra Fría consistía en una especie de acuerdo tácito entre la Unión Soviética y los Estados Unidos, bajo el cual EEUU realizaba sus guerras contra el Tercer Mundo y controlaba a sus aliados en Europa, mientras los dirigentes soviéticos mantenían un férreo control de su propio imperio interno y de sus satélites en Europa del Este –cada bando utilizando al otro para justificar la represión y la violencia en sus propios dominios.
Por tanto, no sólo no hubo Guerra Fría, sino que de hecho hubo un “acuerdo tácito” entre EEUU y la URSS (aparentemente, los aliados nazis de EEUU estaban deseando pasar por alto su antibolchevismo por oportunismo político), una especie de alianza, que Chomsky afirma condenar en términos de igualdad. Pero no lo hace. Mientras que la Unión Soviética puede ser “malvado… un imperio… brutal”, sin embargo solamente intenta proteger sus fronteras frente a la posibilidad de otro ataque en su territorio por las hordas del Oeste. EEUU, por otro lado, es un imperio que pretende dominar la Tierra y cuya “represión y violencia” se extiende por todo el mundo.

Ahora, este punto de vista no deja de tener precedentes, tiene un pedigrí largo pero en modo alguno para enorgullecerse. Sus padres espirituales auténticos fueron los seguidores de A. J. Muste, un pacifista cristiano de la época de la Segunda Guerra Mundial y durante cierto tiempo héroe de la Nueva Izquierda, que fue objeto de un hagiográfico artículo en la primera colección importante de escritos políticos de Chomsky, American Power and the New Mandarins. Muste y sus compañeros de viaje hicieron la misma afirmación que muchos izquierdistas habían hecho tras la Primera Guerra Mundial: que ambos bandos eran moralmente idénticos, o bastante moralmente idénticos en lo despreciable y que la guerra era un resultado nada más que de la competencia de ambiciones imperiales, que no hacía que ninguno de los bandos fuera digno de apoyo o fidelidad. Bajo este punto de vista, la Alemania nazi era sin duda brutal y opresora, pero sin embargo no más brutal y opresora que el Imperio Británico, y Hitler, después de todo, sólo estaba tratando de obtener su parte de la tarta imperial que era infinitamente más pequeña que la vastedad de los dominios bajo el yugo británico. El Imperio Japonés podía ser terriblemente violento a veces, pero sus tácticas no resultaban ser en modo alguno peores que las de sus predecesores europeos, y después de todo, uno difícilmente podía echarles en cara que quisieran asegurar Asia para los asiáticos, a la vista de siglos de expansionismo europeo a su costa. En lo que se refiere a las diferencias entre Hitler y Churchill, no las había: ambos eran imperialistas traficantes de guerras que intentaban obtener tanta parte del mundo como pudieran a través de métodos igualmente gangsteriles. Por tanto, la única conclusión que podía sacarse del conflicto global era que los combatientes eran por igual lamentables y reprensibles moralmente. Roosevelt, Churchill y Hitler eran, en efecto, igualmente representantes de idéntica maldad.

Aunque esta teoría pueda parecer ofensiva a los americanos –especialmente a los judíos, quienes conocen sus consecuencias con lúgubre intimidad– ha obtenido un seguimiento considerable en Alemania, Francia y otros países que colaboraron con los nazis, por razones bastante obvias de necesidad psicológica, así como entre aquellos nacionalistas del Tercer Mundo que se pusieron del lado de la Alemania nazi durante la Segunda Guerra Mundial con la miope esperanza de derrotar al Imperio Británico y obtener la independencia de un Hitler triunfador. Sin embargo, sus terribles consecuencias deberían ser evidentes, puesto que es, simplemente, una posición ideológica de una asombrosa quiebra moral. Porque si Roosevelt es Hitler, si Hitler es igual que todos, entonces nadie es Hitler y al mismo tiempo que se demoniza la democracia, se normaliza el nazismo y se consuma un horrendo crimen contra la decencia y la verdad humanas básicas. Es un terrible posibilidad que Orwell reconoció y atacó bajo la fórmula de “la cobardía intelectual de la gente que son objetiva y en cierto modo emocionalmente pro-fascistas, pero a las que no les importa decir y se esconden bajo el argumento ‘Yo soy tan antifascista como el que más, pero…’”.

Aplicado a la Guerra Fría, este razonamiento no es menos preocupante, y para analizarlo es necesario ver lo que era la Unión Soviética y cómo se diferencia de lo que Noam Chomsky dice que era.

En el momento en que empieza la Guerra Fría, la Unión Soviética era una nación gobernada por un partido político único, que regulaba despóticamente cada aspecto de la vida. Este partido había alcanzado el poder por la fuerza en un golpe de estado ilegítimo; había asesinado, encarcelado y obligado a exiliarse a sus oponentes políticos; había arruinado la economía de su país en un falso intento de imponer un sistema económico colectivista totalitario que pretendía, ente otras cosas, la eliminación del uso del dinero; había ocasionado una hambruna que mató a millones de sus ciudadanos mediante sus políticas agrarias colectivistas (que Vietnam del Norte intentó posteriormente emular, con idénticos resultados); había vuelto a someter a los antiguos dominios imperiales del zar fuera de Rusia; había reprimido brutalmente sus minorías étnicas y religiosas; había asesinado a sangre fría a la anterior casa real, que incluía, entre otros, a un adolescente hemofílico; había enviado a millones de personas al paredón o a campos de prisioneros de extraordinario sadismo y violencia; había derogado completamente todos los derechos democráticos, incluyendo el derecho a organizar sindicatos; había formalizado una alianza estratégica con la Alemania nazi; había encaminado el país a un desastre militar por culpa de su incompetencia en este campo; y finalmente había rehusado cumplir los acuerdos que había alcanzado con sus aliados sobre el estatus de los países del Este de Europa que ocupó al final de la Segunda Guerra Mundial, prefiriendo en su lugar dedicarse a crear un imperio expansionista y, merece advertirse, extremadamente despiadado y brutal.

Por el contrario, Estados Unidos acabó la Segunda Guerra Mundial con una desmovilización masiva y una ingenua confianza de sus élites en que la era de políticas de poder había acabado y que los conflictos internacionales pronto serían responsabilidad únicamente de Naciones Unidas. La causa de la Guerra Fría fue en realidad, no la agresividad o las ambiciones imperialistas de los Estados Unidos, sino el fracaso de la élite política de EEUU, especialmente en lo que se refiere a asuntos exteriores, en aprender las lecciones de Munich, que deberían haberles quedado claras después de tanta carnicería. Cegados por su era de progresismo del New Deal, no podían concebir el hecho de que Stalin estuviera interesado en mantener y proteger sus ganancias territoriales, de que las declaraciones éticas o de principios no significaban nada para él y de que sería imposible cambiarlo sin el uso, o al menos la amenaza, de la fuerza militar. En mi opinión, si se hubiera usado esa fuerza en las primeras etapas después de la guerra, antes de que la ocupación se estabilizara políticamente y antes de que la URSS poseyera la bomba atómica, Stalin probablemente hubiera cedido y se hubiera evitado toda la Guerra Fría. Para Chomsky, por supuesto, hay una estupenda respuesta inmediata a estos hechos: no existen.

Tampoco la afirmación de Chomsky de que Rusia no intervino a una escala global ajustada a su estatus de superpotencia se encuentra más cerca de la verdad. De hecho, la verdadera naturaleza de la ideología comunista de la Unión Soviética implicaba actuar agresivamente más allá de sus fronteras. Incluso en los primeros días del régimen bolchevique, actuó activamente bajo una agenda abiertamente internacionalista y expansionista. Como dice el historiador Richard Pipes:
Los bolcheviques no podían ni querían adoptar los principios de la legalidad y la diplomacia internacional que Europa Occidental había desarrollado durante los últimos 400 años. En particular, rechazaban la noción de que los estados respetaban la soberanía de cada uno y se relacionaban entre sí sólo a nivel gubernamental. Como revolucionarios, no reconocían el principio de soberanía ni la legitimidad de los gobiernos existentes…

Al tiempo que intervenían en asuntos internos de otros países, los bolcheviques rechazaban indignadamente como “imperialista” cualquier interferencia de este tipo por parte de gobiernos extranjeros en su propio país.
- A Concise History of the Russian Revolution, p. 167.
Después de su victoria en la Segunda Guerra Mundial, este expansionismo se convirtió en global. Fomentó la futura revolución en Grecia; bloqueó Berlín, violando sus acuerdos con Occidente; autorizó la invasión de Corea del Sur, armada y asesorada por el Ejército Rojo, en la errónea creencia de que Occidente no intervendría (como no lo había hecho en Europa del Este); proveyó de armas, soldados, asesores y de la cobertura protectora de su disuasión nuclear a Vietnam del Norte, Cuba, Siria y el Egipto de Nasser, entre otros; apoderó ejércitos en África y Asia; y suministró dinero, ayuda y cobertura diplomática a movimientos comunistas por todo el Tercer Mundo y también en Europa para organizar en Occidente la oposición política a medidas anticomunistas. En lo que se refiere a las “repetidas intervenciones en el Este de Europa” que Chomsky tan ligeramente resume como si fuera una tos para aclarar la garganta, es importante recordar cómo fueron esas intervenciones: imposiciones imperialistas y brutales de un sistema totalitario sobre poblaciones que no lo deseaban y la continuación de la política de la Alemania nazi de suprimir las ambiciones de libertad e independencia largamente ambicionadas y frustradas de esas naciones. La ocupación del Este de Europa fue sencillamente uno de los crímenes más largos y obscenos cometidos contra la humanidad del último y no añorado siglo. Al menos Noam Chomsky admite que existieron. Quizá eso sea lo más que podemos esperar de él.

Sin embargo, es menos generoso en relación con el final de la ocupación:
Lo más notable en relación con los acontecimientos en Europa Oriental en los 80 fue que el poder imperial simplemente no actuó. No sólo la URSS permitió organizar movimientos populares, sino que en realidad los alentó. Hay pocos precedentes históricos de esto…

En todas partes de Europa Oriental, los levantamientos fueron notablemente pacíficos. Hubo alguna represión, pero históricamente 1989 fue único. No puedo pensar en algún otro caso que se le asemeje.

Pienso que las perspectivas son bastante oscuras para Europa Oriental. Occidente tiene un plan para ella –quiere convertir partes de la misma en una nueva parte fácilmente explotable del Tercer Mundo…

Con el colapso del sistema soviético, hay una oportunidad de revivir el vivaz y vigoroso pensamiento socialista libertario que no fue capaz de resistir los asaltos represivos y doctrinales de los principales sistemas de poder. No podemos saber en qué medida hay esperanza, pero al menos ha desaparecido un obstáculo en el camino. En este sentido, la desaparición de la Unión Soviética es una pequeña victoria del socialismo, tanto como fue la derrota de los poderes fascistas.
Aparentemente, tenemos que creer que la Unión Soviética fue el más humano imperio que haya existido en la historia del mundo y, tan pronto como sus habitantes empezaron a expresar pequeños desacuerdos con la situación política, alentaron con alegría su independencia y después les permitieron irse sin problemas, como muchachos que por fin dan sus primeros y torpes pasos para alejarse de sus padres.

Esto tendría que clasificarse como una de las más obscenas e inmorales distorsiones de la historia que yo haya leído. Es un feroz y despreciable insulto a los cientos de miles de valientes –disidentes reales, no tábanos satisfechos como Chomsky– que se arriesgaron a ser ejecutados o sufrir prisión, persecución, miseria o mil otras pequeñas humillaciones y represiones a manos de los dirigentes soviéticos y sus gobiernos títeres, que intentaban suprimir, y no alentar, sus movimientos. Gente como Vaclav Havel, a quien Chomsky ha insultado, que sufrió años de prisión por sus escritos, gente como aquellos que murieron simplemente tratando de cruzar el muro que los rusos habían tenido que construir para mantener a la gente bajo su bota en Berlín Este y fueron tiroteados por crear problemas y millares de otros cuyos nombres son desconocidos o nunca se conocerán, porque desaparecieron en medio de la noche o fueron enviados a prisión para no volver nunca. Contrariamente a las continuas alabanzas de Chomsky a la tiranía izquierdista, el Imperio Soviético no ayudó a que llegara esa bella noche, cayó porque estaba agotado por la denodada resistencia de las democracias occidentales bajo el liderazgo de Estados Unidos, una resistencia que fue llamada Guerra Fría. Pero no es sorprendente que Chomsky no pueda entender la caída del Imperio Soviético, puesto que tal resistencia le aterroriza de tal forma que lo único que puede hacer es pretender que nunca existió.

Por tanto, nos corresponde hacer algún tipo de juicio sobre esta ecuación que Chomsky nos presenta con esta claridad sin precedentes. Decir que está en bancarrota quizá sea obvio. Decir que es una ilusión es quedarse sin entenderlo del todo. Decir que no es ingenuo es sólo rascar en la superficie de qué se está tratando en esta fascinante casita de argumentos intelectuales. Lo que estamos viendo, en realidad, es una nivelación de todo, una mejora en la maldad mediante una rebaja en la bondad, una rebaja en la verdad mediante un ascenso en las mentiras. Transformar un imperio totalitario brutalmente opresivo en una víctima agraviada y relativamente inocente y a su oponente democrático en señor de un imperio tiránico de apetito rapaz y sediento de sangre es, en definitiva, ser más que “objetivamente pro-fascista”, es convertirse, por acuñar una frase, en una especie de mandarín, en un compañero de viaje cómodamente asentado, de poco coraje, pero de mucha presteza. Porque a pesar de sus alegaciones de objetividad, la verdadera realidad de esa objetividad nos dice que Chomsky se dedica a elogiar la tiranía y no a enterrarla, a violentar la realidad y a apoyar mentiras y, en definitiva, a asegurarse de que, donde esta polémica vuelva a surgir (como ha sucedido ahora), aquéllos que le sigan estarán preparados no para enfrentarse a la maldad política cuando la vean, sino a verla con ecuanimidad, con escasa preocupación e incluso tal vez con simpatía.


La apología totalitaria

Chomsky se hizo famoso en la era postestalinista de la izquierda radical, en un momento es que el foco principal de las ambiciones izquierdistas ya no era la Unión Soviética, cuyas atrocidades se habían convertido en imposibles de ignorar y que por tanto se iba haciendo más y más difícil apoyar explícitamente –al menos en la sociedades democráticas– sin aparecer cada vez más como un chalado, sino en su lugar las naciones emergentes del Tercer Mundo, que generalmente evolucionaban en dirección al bloque comunista y mostraban cada vez más tendencias autoritarias colectivistas y antiamericanas. Como se ha dicho a veces: el Tercer Mundo estaba convirtiéndose en el nuevo proletariado. En efecto, la izquierda radical finalmente abandonó la posibilidad de una revolución de la clase obrera en casa y, en su lugar, depositó su fe en la venidera revolución global que estaban seguros era inevitable (si podía frustrarse la alianza EUU-nazis). Todos los sueños utópicos y desenfrenados –y, por supuesto, las ilusiones– que una vez se dedicaron a la posibilidad de una revolución doméstica se transfirieron entonces a la aún más embriagadora posibilidad de una revolución global. En muchos aspectos, las ambiciones de esta nueva era fueron aún más grandiosas y fantásticas que las de sus predecesoras, puesto que no sólo realizaban su propósito la redención mesiánica de una sola nación o clase, sino casi literalmente el mundo entero.

Sin embargo, es importante advertir que mientras esta Nueva Izquierda, como desde entonces se le ha llamado, proclamó una ruptura con las tradiciones autoritarias del pasado y con sus defectos (por decirlo suavemente), esta ruptura, en su mayor parte, existió sólo en la mente de sus partidarios. Con una casi increíble precisión, esta Nueva Izquierda reprodujo los fallos, los abusos y las atrocidades de su predecesora. Es esta discordancia, esta terrible realidad de la distancia entre la concepción de sí misma de la Nueva Izquierda y la sangrienta realidad de su historia, la que impulsa este libro y también toda la carrera de Chomsky. Porque buena parte de este libro es, en sus justos términos, poco más que una apología masiva de algunos de los regímenes más brutales y opresivos del último medio siglo. En primer lugar y por encima de todos ellos, por supuesto, está el amado Vietnam del Norte de Chomsky, del cual ha sostenido la antorcha durante casi cuatro décadas. Y en este caso, también hay muchas cosas que no existen.
En torno a 1948 el Departamento de Estado reconoció de una forma bastante clara que el Viet Minh, la resistencia antifrancesa dirigida por Ho Chi Minh, era el movimiento nacional del Vietnam. Pero el Viet Minh no cedió el control a la oligarquía local. Favoreció un desarrollo independiente e ignoró los intereses de inversores extranjeros.

Entonces, instalamos un típico estado de terror al estilo latinoamericano en Vietnam del Sur, subvertimos las únicas elecciones libres de la historia de Laos porque ganó el bando equivocado y bloqueamos las elecciones en Vietnam porque era obvio que el bando equivocado también iba a ganar aquí.
Entre estas cosas que no existen está el hecho de que el Viet Minh estaba formado por comunistas totalitarios estalinistas apoyados, en distintos momentos, por la China maoísta y la Unión Soviética; el hecho de que sólo fueran una parte de la resistencia antifrancesa, que también incluía a trotskistas y otros disidentes socialistas, así como grupos nacionalistas no socialistas, todos ellos purgados, exiliados o eliminados por el gobierno de Ho Chi Minh; el hecho de que el Norte realizó matanzas masivas durante su consolidación en el poder y causó un inmenso sufrimiento humano en el curso de de sus reformas agrícolas al estilo estalinista; el hecho de que las elecciones se cancelaron a solicitud del gobierno sudvietnamita, principalmente por dos factores: el hecho obvio de que el Norte comunista no tenía intención de permitir unas elecciones libres y limpias en las áreas bajo su control y el todavía más evidente de que la creciente violencia comunista en el Sur, siguiendo instrucciones del Norte, hubiera hecho imposible un resultado legítimo; el hecho de que fue el bloque soviético, y no los Estados Unidos, el que violó la neutralidad de Laos; el hecho de que el Norte consolidó su insurgencia en el Sur a través del asesinato de oficiales no comunistas, terrorismo y otras formas familiares de violencia totalitaria; el hecho de que más de un millón de vietnamitas huyeron del Norte al Sur no comunista durante la guerra; el hecho de que el gobierno de Diem fue considerado un modelo de régimen reformista, incluso por los periodistas e historiadores antiguerra hasta que la subversión apoyada por el Norte les hizo actuar contundentemente sobre el grueso de la población (poniéndoles así en manos de los comunistas); y, sobre todo, el hecho de que la definitiva victoria comunista, debidamente celebrada por Chomsky y sus compañeros, ocasionó matanzas masivas, exilios y una repugnante campaña de limpieza étnica, algo que cualquier estudioso de los regímenes comunistas previos que no se engañara a sí mismo, habría previsto, y en realidad vio, como el resultado obvio esa victoria. Por supuesto, el reconocimiento de uno solo de estos hechos echaría abajo el edificio cuidadosamente construido de la acusación de Chomsky a la resistencia anticomunista, ya sea de parte de Estados Unidos o de las fuerzas vietnamitas indígenas. La acusación moral de Chomsky se basa en una estudiada amoralidad: la negación de cualquier crimen cometido por aquellos a los que proclama fidelidad ideológica. Quizás sea más seguro llamarlo anti-moralidad, puesto que en su léxico, resistir a las matanzas que conlleva el totalitarismo es nada menos que el peor de los pecados, y la sumisión a la opresión el principal de sus mandamientos.

Naturalmente, el sagrado Vietnam de Chomsky no puede soportar la menor restricción, todos sus defectos se deben a maquinaciones de la potencia hegemónica:
Con el fin de desangrar a Vietnam, apoyamos a los Jemeres Romos indirectamente a través de nuestros aliados, China y Tailandia. Los camboyanos han de pagar con su sangre para que estemos seguros de que Vietnam no pueda recuperarse. Los vietnamitas deben ser castigados por haber resistido la violencia de EEUU.

Contrariamente a lo que virtualmente todos dicen –derecha e izquierda–, los Estados Unidos lograron sus objetivos principales en Indochina. Vietnam quedó en ruinas. No hay peligro de que un desarrollo exitoso allí ofrezca un modelo a otras naciones en la región...

Nuestro objetivo básico –el crucial, el que realmente importa– era destruir el virus, y lo hemos logrado. Vietnam es una cesta vacía y EEUU hace lo que puede para que siga siendo así. En octubre de 1991, EEUU de nuevo ninguneó las agotadoras objeciones de sus aliados en Europa y Japón y renovó el embargo y las sanciones contra Vietnam. El Tercer Mundo debe aprender que nadie debe atreverse a levantar la cabeza. El policía global les perseguirá sin descanso si cometen este innombrable crimen.
En realidad, fue Chomsky quien apoyó a los Jemeres Rojos, al menos mientras tuvieron algún poder político real, y los hizo, irónicamente, justo en el momento en que mostraban ciertas tendencias de estilo nazi (que, por supuesto, rechazó como invenciones de la alianza EEUU-nazis). A los camboyanos se les hizo pagar con su sangre por los Jemeres Rojos y después por la invasión y ocupación vietnamitas (ambas apoyadas por Chomsky y no mencionadas aquí, aunque puede que no existan) todo al servicio de la por entonces última visión imperialista de Ho Chi Minh de un gran imperio indochino dominado por un Vietnam comunista. Y aunque Vietnam puede ser una cesta vacía, no necesitó ninguna ayuda del imperio americano para serlo: como cualquier otra nación comunista que haya existido, fue la tiranía colectivista impuesta por el partido en el poder la que, a pesar de las masivas inyecciones de dinero y materiales de la Unión Soviética, destruyó la economía de Vietnam y convirtió a su gente en esclavos impotentes de una oligarquía osificada y corrupta. Esta opinión no es nada más que un rediseño de la Nueva Izquierda de las mismas ideas expresadas por los intelectual procomunistas desde la Revolución Rusa, con unas pocas cosas cambiadas o quitadas: que el experimento sólo falló porque nunca se llevó a cabo o por sabotaje de malvadas fuerzas externas. Es fascinante ver invocar idénticas mentiras para justificar idénticas atrocidades por gente que, según todas las trazas, incluida la suya, deberían conocerlas mejor. Uno tiene que pensar que, puesto que Chomsky puede protestar indignadamente ante la perspectiva de que Estados Unidos rechace hacer negocios con ese tipo de régimen, si se le obligara a vivir en él o ser testigo del coste humano que subyace a su palabrería, podría cambiar de opinión. Por otro lado, leyendo toda su airada denuncia y apocalíptica retórica, al servicio de matanzas masivas, tiranía y opresión, uno se ve obligado a concluir, contrariamente a la afirmación de Chomsky de que “No hay grado de crueldad demasiado alto para los sádicos de Washington”, que es más adecuado decir que ningún nivel de crueldad puede conmocionar las convicciones demagógicas de ciertos fanáticos numerarios.

Por supuesto, esto no acaba en modo alguno con la guerra de Vietnam. Eso sería impropio de una hegemonía como todo lo que acompaña a una alianza EEUU-nazis.
Las políticas de EEUU para el Tercer Mundo son fáciles de entender. Nos hemos opuesto sistemáticamente a la democracia si los resultados no pueden controlarse. El problema con las democracias de verdad es que pueden caer en la herejía de que los gobiernos respondan a las necesidades de su propia población, en lugar de a las de los inversores estadounidenses…

Los métodos no son muy bonitos. Lo que hicieron las fuerzas de la “contra” apoyadas por EEUU o lo que los terroristas de nuestro bando hacen en El Salvador o Guatemala no es simplemente matar. Un elemento importante es la tortura brutal y sádica –golpeando a niños contra rocas, colgando a mujeres por los pies con los pechos cortados y la piel de la cara arrancada para que se desangren, cortando cabezas y poniéndolas en picas. Lo que importa es aplastar el nacionalismo independiente y las fuerzas populares que podrían traer una democracia con sentido…

La isla de Granada tiene mil habitantes que producen una pequeña nuez moscada y no se encuentra fácilmente en el mapa. Pero cuando en Granada empezó una apacible revolución social, Washington actuó rápidamente para destruir la amenaza.

Desde la Revolución Bolchevique de 1917 hasta el colapso de los gobiernos comunistas en Europa del Este a finales de los 80, era posible justificar cualquier ataque de EEUU como una defensa frente a la amenaza soviética. Así que cuando los Estados Unidos invaden Granada en 1983, el presidente de la Junta de Jefes de Estado explicó que, en caso de un ataque soviético al Oeste de Europa, una Granada hostil podría dificultar los suministros de combustible del Caribe a Europa Occidental y no seríamos capaces de defender a nuestros acosados aliados. Ahora esto parece cómico, pero este tipo de historias ayuda a movilizar el apoyo público a la agresión, el terror y la subversión.

El ataque contra Nicaragua se justificó mediante la afirmación de que son no “les” deteníamos allí, se extenderían a través de la frontera de Harlingen, Texas –a sólo dos días de carretera. (Para gente con más formación, había variantes más sofisticadas, pero igual de plausibles…)

Cuanto más débil y pobre sea un país, más dañino es como ejemplo. Si un país pequeño y pobre como Granada hubiera tenido éxito en mejorar las condiciones de vida de sus ciudadanos, en otros lugares con más recursos se preguntarían, “¿por qué no nosotros?”
De nuevo somos testigos del extraordinario poder la no existencia de las cosas. Puesto que el Imperio Soviético no existe y la amenaza de hegemonía comunista tampoco, la única explicación para la resistencia de EEUU a los movimientos comunistas en el Tercer Mundo (que, según parece, no existen, o al menos no existían como movimientos comunistas) es su naturaleza nazi. Esto hace más comprensible por qué, a pesar del sádico placer que evidentemente produce a Chomsky describir actos de tortura y asesinato cuando los comete la gente correcta, no se puede encontrar aquí una sola palabra acerca de las prisiones de Castro, del terrorismo de izquierdas, de la naturaleza totalitaria del régimen sandinista, incluidos sus intentos de implantar una reforma agraria de estilo cubano a costa de los campesinos que luego formaron la “Contra”, o el hecho de que la “aplacible revolución social” en Granada era en realidad un golpe de Estado marxista. Tampoco hay mención alguna al apoyo soviético a estos movimientos y regímenes, ni a la inmensa oportunidad geopolítica para los soviéticos que supondría tener gobiernos de su cuerda tan cerca geográficamente de los Estados Unidos y el deseo perfectamente lógico (pero desafortunadamente lejos de ser nazi) de los Estados Unidos de resistir a la implantación de dichos movimientos y regímenes.

Tampoco Chomsky tiene mucha suerte con sus raídos hombres de paja, puesto que, contrariamente a las mentiras de numerosos intelectuales de izquierdas, el temor al ilegal y dictatorial régimen sandinista no era que pudiera invadir Texas, sino que podrían afectar al equilibrio geoestratégico en Centroamérica en favor del bloque soviético (como, de hecho, lo hizo durante un tiempo; igual que lo hizo la pérdida de Vietnam en el Sudeste Asiático). Sin embargo, para aclarar esta teoría haría falta un poquito de conocimiento acerca de trabajos de estrategia geopolítica y militar, dos aspectos sobre los que Chomsky tiene una comprensión lamentablemente limitada. Por eso es por lo que puede hacer una afirmación tan ridícula como la siguiente:
Si se quiere un sistema global subordinado a las necesidades de los inversores de EEUU, no se pueden dejar piezas vagando sueltas. Es sorprendente lo claro que se ve en documentos –a veces hasta en documento públicos. Tomemos Chile bajo Allende.

Chile es un lugar bastante grande, con gran cantidad de recursos naturales, pero otra vez Estados Unidos no iba a colapsar si Chile se convertía en independiente. ¿Por qué nos afectaba tanto? De acuerdo con Kissinger, Chile era un “virus” que “infectaría” la región, con efectos que llegarían hasta Italia.

Es por esto que incluso la más pequeña partícula representa una amenaza de este tipo y puede tener que ser aplastada.
Al menos Chomsky no intenta repetir como un loro la frase de propaganda de que la CIA derrocó a Allende, ni la ridícula afirmación de que Allende era un socialista demócrata, pero esto puede ser simple ignorancia, ya que, si supiera todo acerca del asunto, sabría que Allende proclamó públicamente que su intención no era hacer a Chile “independiente” –lo que, en todo caso, ya era– sino construir su sociedad en la línea de Cuba y llevarlo a la esfera de influencia soviética, dando así a los soviéticos una base de operaciones imperial en Sudamérica para complementar a su estado cliente de Cuba, una eventualidad que cualquier Secretario de Estado competente (e igualmente cualquier analista de política exterior) podría encontrar ligeramente preocupante.
Naturalmente, también aquí la hipocresía tiene su lugar:
Reagan los utilizó para iniciar una guerra terrorista a gran escala contra Nicaragua, combinada con una guerra económica que fue incluso más letal. También intimidamos a otros países para que tampoco mandaran ayuda alguna…

En tercer lugar, usamos engaños diplomáticos para aplastar Nicaragua. Como escribió Tony Abrigan es el diario costarricense Mesoamérica, “los sandinistas cayeron por una conspiración perpetrada por el presidente de Costa Rica Oscar Arias y los demás presidentes de Centroamérica, lo que les costó las elecciones de febrero [de 1990]…”

Hay que ser algún tipo de nazi o de estalinista no renegado para considerar unas elecciones realizadas bajo esas condiciones como libres y justas.
Aparentemente, es Chomsky el que no puede atenerse a unas elecciones democráticas cuando los resultados no pueden controlarse. Merece la pena preguntarse si se considera a sí mismo “algún tipo de nazi o de estalinista no renegado” por lamentarse por las elecciones abortadas en Vietnam.
Los logros de EEUU en América Central en los últimos quince años son una gran tragedia, no sólo por el terrible coste humano, sino porque hace una década había perspectivas de progreso real hacia una democracia significativa y a responder a las necesidades humanas, con algunos frutos tempranos en El Salvador, Guatemala y Nicaragua.

Estos esfuerzos podrían haber funcionado y podrían haber enseñado lecciones útiles a otros plagados de problemas similares –que, por supuesto, era lo que los planificadores de EEUU temían. La amenaza había sido abortada con éxito, quizás para siempre.
En realidad es el glorioso futuro de un gobierno colectivista totalitario lo que se abortó con éxito, y esperemos que para siempre, pero en buena medida, parece, para disgusto de Noam Chomsky.


Profetizando en la cámara del eco

Hay por supuesto un método en toda esta chaladura. Es ante todo crear un entorno ideológico herméticamente cerrado, de forma que el fanatismo no pueda prosperar en otros alrededores. La intención de Chomsky se dirige descaradamente a controlar el pensamiento de su lector, a explotar su ignorancia en su favor y a exhortarles a pensar por sí mismos mientras se les niega la posibilidad de que hagan precisamente eso, no sea que se desvíen hacia lo que la Vieja Izquierda habría llamado “desviacionismo ideológico”. Tal como el propio Orwell aclaró en 1984, esto exige control tanto del lenguaje como de la historia. Ya hemos visto cómo Chomsky trata de controlar la conceptualización de la historia de su lector mediante la ocultación, la omisión y la distorsión absoluta, pero Las intenciones del Tío Sam es asimismo una obra maestra de la perversión de la lengua inglesa con fines ideológicos. Chomsky está desesperado hasta la excentricidad por controlar la batalla intelectual. De ahí afirmaciones tan inintencionadamente hilarantes como ésta:
Por tanto debemos combatir una peligrosa herejía...“la idea de que el gobierno tiene una responsabilidad directa en el bienestar de la gente.”

Los planificadores de EEUU llaman a tal idea comunismo, sean cuales sean las posiciones políticas reales de la gente que las defiende. Pueden ser grupos de carácter eclesial u otra cosa, pero si apoyan esta herejía, son comunistas.
Por supuesto, “la idea de que el gobierno tiene una responsabilidad directa en el bienestar de la gente” podría fácilmente describir al gobierno laborista británico de la posguerra, el estado de bienestar israelí o incluso el New Deal de Roosevelt, ninguno de los cuales tiene nada que ver con las fuerzas a las que se enfrentaron los Estados Unidos en la (¿inexistente?) Guerra Fría. Aparte del hecho de que durante la mayor parte de los 70 y los 80 era imposible etiquetar nada como comunista (incluso a miembros del Partido Comunista como Angela Davis, a los que se aludía sistemáticamente como “liberales”), tanto éxito tuvo el asalto de la Nueva Izquierda al léxico político, era perfectamente claro a quién se consideraba un comunista y a quién no durante la Guerra Fría. Los regímenes y movimientos comunistas eran aquéllos que se alineaban ideológicamente con la ideología comunista y político-militarmente con la Unión Soviética. Por tanto Castro era un comunista y Nasser no lo era, a pesar de que Nasser estuvo durante un tiempo tan cerca de los soviéticos como lo estuvo Castro y se alineó con una rama del socialismo nacionalista árabe. Chomsky debería comprobar los libros de historia que, es evidente, nunca consulta antes de hacer esas afirmaciones. Tampoco es el asunto del comunismo el único al que Chomsky dispensa una ignorancia notablemente excéntrica y tozuda:
Uno puede discutir el significado del término “socialismo”, pero si quiere decir algo, significa el control de la producción por los propios trabajadores, no por propietarios y gestores que dan las órdenes y controlan todas las decisiones, tanto en las empresas capitalistas como en un estado absolutista.

El referirse a la Unión Soviética como socialista es un caso interesante de doble lenguaje doctrinal. El golpe bolchevique de octubre de 1917 puso el poder estatal en manos de Lenin y Trotsky, que se apresuraron a desmantelar las incipientes instituciones socialistas que se habían desarrollado durante la revolución popular de los meses anteriores –los consejos de fábrica, los soviets, en realidad, un organismo de control popular– y a convertir a los trabajadores en lo que llamaron “ejército de trabajadores” bajo el mando del líder. Los bolcheviques se dirigieron directamente a destruir los elementos existentes que pudieran tener alguna relación con el término “socialismo”. Desde entonces, no se ha permitido ningún desviacionismo socialista…

Los dos grandes sistemas de propaganda del mundo no estaban de acuerdo en muchas cosas, pero sí concordaban en usar el término socialismo para referirse a la inmediata destrucción de cualquier elemento socialista por los bolcheviques. Esto no es muy sorprendente. Los bolcheviques calificaron su sistema de socialista para así poder explotar el prestigio moral del socialismo.
De nuevo aparece la muy endeble excusa de los hombres de paja. En realidad, el socialismo es una ideología robusta y acompasada que incluye muchas propuestas y revisiones. Generalmente, todas abogan por una sociedad colectivista, gobernada centralizadamente, con una política mayor o menor abolición de la privacidad y que la mayor parte de los recursos y servicios básicos sean propiedad y sean dispensados por el estado o, como mínimo, no estén en manos privadas. Los bolcheviques eran muchas cosas, por supuesto, pero si eran algo, incuestionablemente eran socialistas, doctrinal, política y organizativamente. Se identificaban y otros (en realidad, todos excepto Noam Chomsky) les identificaban como tales. Suscribían sin reservas los tres principios que acabo de mencionar, así como la tradición revolucionaria e intelectual del socialismo, y especialmente del marxismo. Los métodos por los que buscaban rehacer la sociedad rusa y los objetivos finales que proclamaron y por los cuales mataron a tantos, eran los de la utopía socialista, tal y como fueron expresados por Marx y otros, guiaron los “altos designios” –como dijo Lenin– de la sociedad rusa desde el día de la Revolución hasta el del colapso de la URSS. Esta realidad tan simple, obvia y conocida por toda persona que piense, debe ser negada por Chomsky por una sencilla razón: le obligaría a responder de la acusación terrible sobre el ideal socialista que es la historia de la Unión Soviética y, una vez que la acusación se complete y resulte irrefutable, reclamaría que considerara la justicia del esfuerzo de Estados Unidos por oponerse y contener esa fuerza cuyo horrendo aspecto Chomsky no sería capaz de expurgar de la historia. La negación de Chomsky de realidades esenciales no es locura, sino necesidad ideológica: es lisa y llanamente otro ladrillo en su cámara del eco.
Tomemos la democracia. De acuerdo con el sentido común, una sociedad es democrática si la gente puede participar de una forma significativa en la gestión de sus asuntos. Pero el significado doctrinal de democracia es diferente: se refiere a un sistema en el que las decisiones se toman por los sectores de la comunidad de negocios y sus élites. El pueblo sólo llegar a ser “espectador de la acción”, no “participante”, como han explicado ilustres teóricos de la democracia (en este caso, Walter Lippmann). Se les permite ratificar las decisiones de sus dirigentes y dar su apoyo a uno u otro, pero no interferir en materias, como las políticas públicas, que no son de su incumbencia.

Si hay sectores del pueblo que se desperezan y empiezan a organizarse y a participar en la arena política, eso no es democracia. Por el contrario, es una crisis democrática en su adecuada terminología técnica, una amenaza que debe ser derrotada de una u otra manera: en El Salvador, con escuadrones de la muerte, en casa, con medios más indirectos y sutiles.
En realidad, democracia quiere decir sencillamente “poder del pueblo”, esto es, un sistema en el que el poder no se encuentra en un monarca, un dictador o una oligarquía que no sean responsables políticos de ninguna manera. En la era moderna, generalmente se ha calificado así a un sistema de gobierno representativo. La mayor parte de los países han optado por una versión parlamentarista de este sistema, los Estados Unidos tienen una república constitucional. Para mantenerse dentro de la tradición anarquista a la que de vez en cuando proclama su adhesión, tradición que siempre denuncia la democracia representativa como una conspiración burguesa, Chomsky se mofa de todo ello calificándolo de farsa, si bien está obligado a hacerlo, porque si admitiera la realidad de la democracia americana, tendría admitir que el pueblo de América ha rechazado abrumadoramente cualquier cosa que se parezca a su propia ideología desde que intentó implantarse en el Partido Demócrata en 1972. Todavía es más terrible, desde este punto de vista, que tendría que admitir que el gobierno y la sociedad que ha venido denunciando tan ferozmente, de hecho han sido elegidos legítimamente y él mismo se habría transformado de su propia idílica visión como un santo portavoz del pueblo en un tribuno de una élite fanática dedicada a mandar necesariamente sobre un populacho, que no les quiere o no les votaría, una perspectiva que, irónicamente, suena notablemente parecida a su definición de lo que no es socialismo. Quizá Chomsky después de todo no sea un socialista, aunque sólo sea por su propia definición.
O tomemos la libertad de empresa, un término que se refiere, en la práctica, a un sistema de subsidios públicos y beneficios privados, con una intervención gubernamental masiva en la economía para mantener un estado de bienestar para los ricos. De hecho, en su uso aceptable, prácticamente cualquier frase que contenga la palabra “libre” suele significar algo opuesto a su sentido real.
La libre empresa, de acuerdo con Chomsky, aparentemente lleva al Liberalismo de las Grandes Sociedades. Es difícil comentar sobre los escritos de alguien tan claramente ignorante de las leyes básicas de economía, pero el hecho de que libre empresa signifique propiedad privada y crecimiento económico parece habérsele escapado, como también que la gente debería tener libertad de elegir en lo que se refiere a sus decisiones económicas, es decir qué quieren comprar y a quién, o que la perspectiva de ser rico ha demostrado ser notablemente eficaz para motivar el progreso económico y tecnológico, como en los casos de la luz eléctrica, el automóvil o incluso el ordenador en el que estoy escribiendo esto y, seguramente, la compañía que publica a Chomsky sus libros, que estoy inclinado a pensar que no trabaja a pérdida y no publicaría el trabajo de Mr. Chomsky si no fueran a obtener beneficio alguno. A lo que se dedica aquí Chomsky es a poco más que a la afirmación desesperada de que acostumbramos a oír a los partidarios de la economía controlada, esto es, que todas las economías están controladas, así que para qué discutir sobre ello. Por supuesto, ésta es fundamentalmente una manera estúpida de razonar, puesto que de lo que se trata no es de si una economía es absolutamente libre en un sentido platónico, que es algo que sólo puede tener relevancia para un intelectual numerario, sino de si es lo suficientemente libre para generar el dinamismo requerido para proveer prosperidad y libertad económica, algo que ninguna economía controlada ha sido capaz de ofrecer. Libre empresa es simplemente la situación en la que la idea de una economía dinámica y sin trabas está presente en los altos niveles del sistema económico. No es difícil de comprender, pero, según parece, sí lo es para el buen profesor.
O tomemos la defensa frente a la agresión, una expresión que se utiliza (previsiblemente) para referirse a la agresión. Cuando EEUU atacó Vietnam del Sur, a principios de los 60, el héroe liberal Adlai Stevenson (entre otros) explicó que estábamos defendiendo a Vietnam del Sur contra una “agresión interna” –esto es, la agresión de los campesinos sudvietnamitas contra la fuerza aérea de EEUU y un ejército mercenario dirigido por EEUU, que les estaban expulsando de sus hogares y llevándoles a campos de concentración donde se le podía “proteger” de las guerrillas del Sur. En realidad, los campesinos apoyaban gustosamente a la guerrilla, mientras que el régimen títere de EEUU era una concha vacía, tal y como se había acordado por ambas partes.
Aparentemente, no hay límite para las apologías realizadas en favor del totalitarismo y, aparentemente, cuanto más sanguinario, mejor. Ya he señalado la naturaleza de la insurgencia en Vietnam del Sur, algo aceptado por todos los historiadores de prestigio del conflicto, incluso por aquéllos que los desaprobaban políticamente. No voy a comentar nada más; las ardorosas apologías de Chomsky a las matanzas en masa de aquéllos con los que discrepa políticamente son asunto suyo y de su conciencia, aunque no tengo grandes esperanzas en las capacidades de ésta última. Sólo diré que lo que ya he dicho antes una o dos veces: que si Noam Chomsky no existiera, George Orwell podría haberlo creado.
O tomemos el término proceso de paz Los ingenuos podrían creer que se refiere a esfuerzos por conseguir paz. Bajo este significado, podríamos decir que el proceso de paz en Oriente Medio incluye, por ejemplo, la oferta de un tratado de paz completo a Israel por el Presidente Sadat de Egipto en 1971, bajo las líneas maestras apoyadas por virtualmente el mundo entero, incluida la política oficial de EEUU; la Resolución de enero de 1976 del Consejo de Seguridad presentada por la mayoría de los países árabes con apoyo de la OLP, que pedía para el conflicto árabe-israelí un acuerdo en favor de dos estados en términos de un consenso internacional casi universa;, las ofertas de la OLP durante los 80 para negociar con Israel su mutuo reconocimiento y las votaciones anuales en la Asamblea General de la ONU, la más reciente de diciembre de 1990 (votación 144-2), pidiendo una conferencia internacional sobre el problema árabe-israelí, etc.

Pero la comprensión sofisticada de estos esfuerzos no forma parte del proceso de paz. La razón es que en el sentido políticamente correcto, el término proceso de paz se refiere a lo que está haciendo el gobierno de EEUU –en los casos mencionados, bloquear los esfuerzos internacionales para buscar la paz. Los casos citados no forman parte del proceso de paz, porque EEUU apoyó el rechazo israelí a la oferta de Sadat, vetó la resolución del Consejo de Seguridad, se opuso a las negociaciones y al reconocimiento mutuo de la OLP e Israel y sistemáticamente se une a Israel en oponerse –y por tanto, de hecho, vetando– a cualquier intento de acercarse a un acuerdo diplomático pacífico en la ONU o en cualquier otra parte.
Por supuesto, las mentiras absolutas son siempre útiles cuando no hay nada más disponible. Aparentemente podemos añadir el ataque sorpresa de Egipto y Siria y la subsiguiente guerra del Yom Kippur de 1973 a nuestra lista de cosas que no existen; así como la Conferencia de Jartum y los “tres noes”, incluyendo el no reconocimiento de Israel o de paz con ellos; el terrorismo palestino, incluyendo las masacres de los Juegos Olímpicos y Ma’alot y el ataque a Entebbe; y la negación del derecho de Israel a existir (que podría parecer impedir el “mutuo reconocimiento”) establecido por la Asamblea de la OLP. De todas formas, existe la comprensión sofisticada de que ninguna oferta de paz basada en la retirada total de Israel de todos los territorios antes de que empiecen las negociaciones es una oferta seria; de que una conferencia internacional estaría inevitablemente dominada por los países árabes y por tanto alineada contra Israel; y de que las Naciones Unidas –cuya élite corrupta, que de alguna manera no consigue ofender la sensibilidad ostensiblemente populista de Chomsky, puede difícilmente ser llamada un “consenso internacional casi universal”– , que mantienen a Israel en un aislamiento de cualquier grupo regional similar a un “apartheid”, son una organización tan descaradamente parcial e inmoral como para ser incapaces de desempeñar cualquier papel serio en las negociaciones más allá de repetir como loros la propaganda de los estados árabes. El proceso de paz se llama así porque es precisamente eso, el proceso mediante el cual las partes en conflicto negocian una salida a dicho conflicto entre ellas. Por supuesto también merece mencionarse lo que más claramente deja de mencionar Chomsky, su propia perspectiva de lo que constituye un “acuerdo diplomático pacífico”: la desmantelación del Estado de Israel. Basta de sofisticación, parece.
O tomemos el término interés especial. Los bien lubricados sistemas del Partido Republicano de los años 80 acusaban regularmente a los demócratas ser el partido de los intereses especiales: mujeres, trabajadores, tercera edad, jóvenes, granjeros –en resumen, de la población en general. Sólo había un sector de la población que nunca aparecía como de interés especial: las corporaciones y negocios en general. Tiene sentido. El leguaje políticamente correcto sus intereses (especiales) son los intereses nacionales, ante los que todos deben inclinarse.

Los demócratas replicaron quejumbrosamente que n

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oreka
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Mensaje por oreka » 03 Ene 2005, 20:36

Noam Chomsky, el marxismo y y HEIKO KHOO

Respuesta de Frank Mintz al artículo inicial (De Fondation Pierre Besnard)
NOAM CHOMSKY Y EL MARXISMO y HEIKO KHOO

Hola Heiko Khoo : ¿Se te ha antojado rehabilitar el marxismo - reducido al leninismo (¿acaso Pannekoek y Korsh no eran marxistas ?) - y como eso no interesa a nadie, tomas a Chomsky de gancho, para hacer pasar tu bazofia. Primero, compañero Heiko Khoo hay que saber leer : “Se puede deducir de Chomsky [...] se puede conjeturar”. Ya adelanta tu método del artículo basado en reduccionismos y sofismas. Por eso, metes los absurdos de la cita Engels sobre la autoridad con ingenuidades sobre el anarquismo, nunca definido. Un marxista serio (como te autodefines) que confunde anarquismo con anarcocomunismo y anarcosindicalismo parece un aficionado. Pero ya Lenin hacía lo mismo, agregando "la Oposición obrera" para concluir que todos eran « los enemigos de clase de la revolución proletaria. ” [marzo de 1921, publicado en 1923] en Marx, Engels Lenin acerca del anarquismo y anarcosindicalismo, p.320. Como la mentira y la calumnia ya son buena parte del análisis de Proudhon por Marx, estimado Heiko Khoo, no se te puede pedir que seas diferente. “Bakunin fue un hombre pintoresco cuyas ideas eran una mezcla de inspiración perspicaz y locas divagaciones.” Yo esperaba citas y pruebas de autores marxistas : aduces a Carr, historiador burgués y erudito a la violeta para Bakunin. Tratas de compensar con tu miopía habitual de inventar “Bakunin no vería nada incompatible”. Y te saltas la dificultad con un “Nuestra discusión es que la mayoría, sino todos, los movimientos no jerárquicos y antiautoritarios en realidad eran muy autoritarios con jerarquías conspirativas secretas.” Curioso que como buen marxista serio no conozcas esta cita : “Pero Bakunin se oponía no solamente a la dictadura política del proletariado ; era enemigo de toda dictadura : de la de las organizaciones obreras y hasta de la dictadura de la Internacional, si a esta se le antojara encargarse del gobierno y convertirse en Estado. "Si la internacional pudiera convertirse en Estado, nos convertiríamos, de adeptos convencidos y convencidos y entusiastas que somos, en sus enemigos más encarnizados. " (Bakunin - La organizacion de la Internacional, citado por Anatol Gorelik, en, La Antorcha, Buenos Aires, N°155, 31 de octubre de 1924.) Más en forma, lanzas “ vemos como los movimientos anarquistas más famosos adoptan el nombre de otros hombres, en Ucrania son los ‘majnovistas’ en España los “amigos de Durruti” Aquí también yo esperaba un análisis del anarquismo en la URSS y de la postura de Lenin sobre la Cheka (que ideó a fines de 1917), ¿verdad, amigo marxista serio ? Se te fue del tintero, ¡qué pena ! Para la URSS, te atreves a citar “Lenin repetía el análisis de Marx de la Comuna de París apoyando la supresión del ejército permanente y su sustitución por el pueblo en armas, y el derecho a elección”. Porque no explicas que nunca se aplicó. ¿Se te borraron los almacenes especiales para la nomenklatura ya ideados por Lenin ? La realidad del socialismo real, de los partidos y empresas comunistas, de la China y de la Corea de hoy vienen de raíces concretas. ¿Para qué te sirve el dichoso materialismo dialéctico ? Tu asimilación del pensamiento de Trosky a Chomsky es grotesco (pero es verdad que los dos apellidos terminan en “sky”). La idea de que la URSS degeneró porque no hubo revolución mundial no explica las traiciones leninistas previas. Pasas a España, con una cita de Chomsky « Al menos en el caso de España me parece que una política libertaria más consistente podría haber proporcionado” y escribes : “ Para Chomsky la revolución española es el mejor ejemplo del anarquismo en acción” ¿A quién vas a convencer con tu deformación de payaso ? Para la guerra civil española, te basas en pocas fuentes : Peter Marshall, Hugh Thomas, simpáticos y limitados. Guérin, mejor, pero tampoco bueno. Aquí también te faltan historiadores marxistas. Como es inútil seguir más, te propongo estos : “De este modo, en España, el anarquismo no se limitó a la propaganda de las utopías sociales y de los actos terroristas. Propagó las acciones de masas y obtuvo algunos éxitos prácticos. Después de un desarrollo de medio siglo, esta misma tradición del movimiento anarquista se convirtió en una fuerza material seria, factor del robustecimiento posterior de su influencia.” Maidanik K.L. Испански пролетариат в националъно-революционной воине 1936-1939 (el proletariado español en la guerra nacional-revolucionaria 1936-1939 Moscú4, 1960, p.35 “Los anarquistas comprendieron el problema campesino mucho antes que los socialistas, y desde los primeros tiempos arraigaron en Andalucía, crisol de la cuestión agraria española. [...] Los anarquistas eran propagandistas formidables e incansables [...] Los anarquistas comprendieron la importancia que tiene la educación de la juventud para formar los luchadores del mañana, y crearon las escuelas racionalistas. [...] Los anarquistas, perseguidos in parara, adquirieron la practica de actuar a la sombra, en la clandestinidad, mientras que los socialistas procuraban no infringir las leyes establecidas [...]Los anarquistas comprendieron antes los socialistas la conveniencia de transformar las sociedades de oficio en sindicatos de industria. La aparición del Sindicato Unico (sindicato de industria) fue revolucionaria y dio a los anarcosindicalistas un impulso tal que alrededor de la Confederación nacional del Trabajo gravitó la mayoría de la clase trabajadora española. [...]Y, por último, pero no lo menos importante, los anarquistas dieron pruebas de una imaginación de la que carecían los socialistas. “Maurín Joaquín epílogo de 1964, Revolución y Contrarrevolución París, Ruedo ibérico, 1966.

Saludos anarcosindicalistas, Frank Mintz (21-XI-2004)

Fulano

Chomsky

Mensaje por Fulano » 04 Ene 2005, 00:02

El artículo de Heiko Khoo me parece disparatado. Chomsky no tiene una teoría ni del anarquismo, ni del marxismo, ni de la revolución rusa, ni de nada parecido, y nunca ha reinvidicado que las tuviera. Heiko quiere construir una teoría supuestamente chomskiana a partir de entrevistas, pequeños artículos, etc, y eso no tiene sentido. Chomsky es un teórico del sistema de poder poder americano, punto. Que luego hable de muchas otras cosas de manera informal es otro tema, todos tenemos derecho de opinar sobre una cosa u otra, sus entrevistas son muy entretenidas, suele hablar con conocimiento y da muchas referencias en los que basa sus puntos de vista. Decir que Chomsky "recurre a la afirmación para sustituir a la evidencia" en ese contexto me parece una desatino. Es lo que hacemos todos cuando charlamos sobre algún tema, por ejemplo en este foro. Y es que hay un tiempo para todo, para construir sistemas filosóficos, para elaborar teorías científicas, y para discurrir sobre temas diversos sin más veleidades que las de expresar una u otra opinión personal sobre un tema u otro.

Zombie
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Mensaje por Zombie » 09 Ene 2005, 07:55

Chomsky es americano?

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Hayis Mc Maton
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Mensaje por Hayis Mc Maton » 09 Ene 2005, 12:08

Yo diría que sí, Norteamericano y Estadounidense para ser más exactos, es considerado el fundador de la Gramática generativa transformacional, que es un sistema original para abordar el análisis lingüístico y que ha revolucionado la lingüística, ahí es nada ... http://www.chomsky.info
“Más vale una hora de trato que cien horas de trabajo”

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