¿Qué es el comunismo de consejos?
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Invitado
Quiero creer "paul_mattic" que tus afirmaciones son fruto del desconocimiento hacia el anarcosindicalismo y no interesasdas manipulaciones, te invito a que conozcas cómo se organiza internamente el anarcosindicalismo.
Asambleas horizontales, autónomas y autogestionadas, sin cargos con poder ejecutivo (solo realizan tareas rutinarias a mandato de la asamblea), sin nadie a sueldo de la organizacion para hacer sindicalismo (ni el secretario general cobra un duro), y sin tener liberados sindicales, en cada conflicto las que toman las decisiones de como se maneja son exclusivamente las trabajadoras afectadas. Creo que las anarcosindicalistas compartimos TODAS las críticas que haces sobre los sindicatos verticales, pero te estamos diciendo que despues de ese analisis que has hecho tú, nosotras tenemos esta propuesta. No puedes seguir criticando a los sindicatos verticales como lo estás haciendo pero en este caso es una conversación entre pareces, no nos tienes qeu convencer de lo que dices ya que ya estamos convencidas.
Asambleas horizontales, autónomas y autogestionadas, sin cargos con poder ejecutivo (solo realizan tareas rutinarias a mandato de la asamblea), sin nadie a sueldo de la organizacion para hacer sindicalismo (ni el secretario general cobra un duro), y sin tener liberados sindicales, en cada conflicto las que toman las decisiones de como se maneja son exclusivamente las trabajadoras afectadas. Creo que las anarcosindicalistas compartimos TODAS las críticas que haces sobre los sindicatos verticales, pero te estamos diciendo que despues de ese analisis que has hecho tú, nosotras tenemos esta propuesta. No puedes seguir criticando a los sindicatos verticales como lo estás haciendo pero en este caso es una conversación entre pareces, no nos tienes qeu convencer de lo que dices ya que ya estamos convencidas.
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Invitado
- Ricardo Fuego
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¿Es que no se puede estar en desacuerdo con el anarcosindicalismo?Anonymous escribió:Quiero creer "paul_mattic" que tus afirmaciones son fruto del desconocimiento hacia el anarcosindicalismo y no interesasdas manipulaciones
Según tú, ¿si no soy un ignorante soy un malintencionado?
El anarcosindicalismo tuvo su oportunidad en la revolución y ya vimos lo que pasó. Un poco de humildad y de mentalidad abierta hacia las críticas sería una actitud seria.
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Invitado
Es que todas las críticas qeu he leido de tihacia el anarcosindicalismo (teoricas, no historicas, ahí incluso te puedo dar la razón, incluso la CNT te da la razón que fué la más furiosa de sus criticas en el primer congreso de postguerra) fueron criticando a un anarcosindicalismo con dirigentes, que quiere hacer de intermediario, vertical etcetc y eso simplemente es mentira. el anarcosindicalismo es simplmente una red de solidaridad de obreras iguales, en donde las decisiones se toman de abajo arriba (asamblea, pleno regional de asambleas, pleno nacional de asambleas) y en donde en un conflicto únicamente las afectadas deciden y el resto de la red se solidariza.
Me identifico muchisimo con tus críticas, pero son las que llevamos haciendo las anarcosindicalistas años criticando el sindicalismo vertical de servicios.
Me identifico muchisimo con tus críticas, pero son las que llevamos haciendo las anarcosindicalistas años criticando el sindicalismo vertical de servicios.
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Invitado
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Roi Ferreiro
A Manu Garcia
La discusión escolástica consiste en discutir a partir de conceptos y argumentos abstractos en lugar de sobre hechos y centrando la discusión conceptual en la visión de la práctica.
La perspectiva anarcosindicalista del problema de los sindicatos se basa en experiencias minoritarias o relativamente breves históricamente. En cualquier caso, la historia de la CNT hasta el 36 corrobora nuestros análisis. Luego, la CNT no ha sido más que una corriente minoritaria. La cuestión más importante no es si la CNT se convertirá en un "sindicato burocrático o vertical", sino si la CNT defiende una práctica de lucha revolucionaria hoy. Si no, lo de "sindicato revolucionario" es sólo un reclamo ideológico. Entonces el tema es, ¿en qué consiste la lucha revolucionaria de la clase obrera, o, mejor, su orientación en tal sentido, incluso a nivel de las luchas por mejoras inmediatas que ciertamente son indispensables?
Entonces planteo lo siguiente: ¿El sindicalismo revolucionario que tu predicas se opone a la negociación y opone a la misma la lucha hasta la imposición de las reivindicaciones, buscando siempre la ampliación y radicalización del conflicto? ¿El sindicalismo revolucionario de la CNT es capaz de hacer que el grueso de su afiliación sean proletarios conscientes, que se desarrollen a este nivel como sujetos revolucionarios? Yo pienso que mediante la simple democracia directa formal, que no real -pues no es un requisito para ser afiliado de la CNT ir a las asambleas-, llegará un punto en que ni siquiera la mayoría de la afiliación de las uniones sindicales participe realmente en la toma de decisiones. Pero esto, claro, es un problema de dinámica interna determinada por la forma de organización, que no se ve cuando la organización es minoritaria y está infradesarrollada.
Por otra parte, todas vuestras polémicas y toda la trayectoria del anarcosindicalismo señala la incapacidad para concebir la transformación de las luchas por reformas en lucha revolucionaria, de modo que el "sindicalismo revolucionario" se puede resumir en: "mejores condiciones de trabajo+democracia directa (en el sindicato)+fraseologia revolucionaria".
Por otra parte, el apoliticismo de la CNT hace que no plantee la formación de órganos unitarios de contrapoder frente al Estado y la patronal, de modo que, en la práctica, no representa ningún antagonismo radical para la existencia del capitalismo. Por eso es hoy en día una organización legal y su práctica está igualmente integrada en los esquemas del capitalismo, en lugar de promover abiertamente su subversión, que es lo que haría una organización realmente -prácticamente- revolucionaria.
La perspectiva anarcosindicalista del problema de los sindicatos se basa en experiencias minoritarias o relativamente breves históricamente. En cualquier caso, la historia de la CNT hasta el 36 corrobora nuestros análisis. Luego, la CNT no ha sido más que una corriente minoritaria. La cuestión más importante no es si la CNT se convertirá en un "sindicato burocrático o vertical", sino si la CNT defiende una práctica de lucha revolucionaria hoy. Si no, lo de "sindicato revolucionario" es sólo un reclamo ideológico. Entonces el tema es, ¿en qué consiste la lucha revolucionaria de la clase obrera, o, mejor, su orientación en tal sentido, incluso a nivel de las luchas por mejoras inmediatas que ciertamente son indispensables?
Entonces planteo lo siguiente: ¿El sindicalismo revolucionario que tu predicas se opone a la negociación y opone a la misma la lucha hasta la imposición de las reivindicaciones, buscando siempre la ampliación y radicalización del conflicto? ¿El sindicalismo revolucionario de la CNT es capaz de hacer que el grueso de su afiliación sean proletarios conscientes, que se desarrollen a este nivel como sujetos revolucionarios? Yo pienso que mediante la simple democracia directa formal, que no real -pues no es un requisito para ser afiliado de la CNT ir a las asambleas-, llegará un punto en que ni siquiera la mayoría de la afiliación de las uniones sindicales participe realmente en la toma de decisiones. Pero esto, claro, es un problema de dinámica interna determinada por la forma de organización, que no se ve cuando la organización es minoritaria y está infradesarrollada.
Por otra parte, todas vuestras polémicas y toda la trayectoria del anarcosindicalismo señala la incapacidad para concebir la transformación de las luchas por reformas en lucha revolucionaria, de modo que el "sindicalismo revolucionario" se puede resumir en: "mejores condiciones de trabajo+democracia directa (en el sindicato)+fraseologia revolucionaria".
Por otra parte, el apoliticismo de la CNT hace que no plantee la formación de órganos unitarios de contrapoder frente al Estado y la patronal, de modo que, en la práctica, no representa ningún antagonismo radical para la existencia del capitalismo. Por eso es hoy en día una organización legal y su práctica está igualmente integrada en los esquemas del capitalismo, en lugar de promover abiertamente su subversión, que es lo que haría una organización realmente -prácticamente- revolucionaria.
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Invitado
Yo no diria apoliticismo de CNT, más bien apartidismo, puedes ver sus acuerdos aquí, a mi me parecen interesantes:
http://www.ecn.org/a.reus/cntreus/cong/indice.html
falta el ultimo congreso, pero no hay cambios significativos
http://www.ecn.org/a.reus/cntreus/cong/indice.html
falta el ultimo congreso, pero no hay cambios significativos
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Roi Ferreiro
Comunismo de consejos versus anarcosindicalismo,
un resumen provisional del debate en curso en este foro.
El objeto del presente texto es clarificar la discusión sobre el tema del sindicalismo revolucionario que se ha estado desarrollando hasta ahora en el foro de alasbarricadas.
Mi objetivo no es realizar en absoluto un resumen de los distintos comentarios, sino solamente tomar nota de las argumentaciones más relevantes. Tampoco voy a adoptar un enfoque pretendidamente imparcial, sino que tomo parte abiertamente por la defensa de las posiciones del comunismo de consejos frente al anarcosindicalismo, que para mi no son posiciones excluyentes sino que, de hecho, plantean una exigencia de desarrollo teórico y práctico a aquell@s que se reclaman del anarquismo. No voy a explicar de nuevo la crítica general del comunismo de consejos a los sindicatos, pues ello ya lo ha hecho perfectamente el compañero "paul mattick" y además existen textos de sobra para ello en el archivo del Círculo Internacional de Comunistas Antibolcheviques (http://members.fortunecity.com/cica).
ALGUNOS PUNTOS SOBRE LA HISTORIA DEL COMUNISMO DE CONSEJOS
El compañero "Mattick" ha iniciado el debate de comunismo de consejos y anarquismo publicando un texto, "Los orígenes del comunismo de consejos", que es de mi autoría, aunque no sea en lo esencial más que un breve resumen histórico. Contestaré ahora brevemente a varios comentarios.
En primer lugar, no hablamos de la Federación Comunista Anti-Parlamentaria británica porque sería un error definirla como una organización comunista-consejista, pese a sus muchas proximidades. La APCF está a medio camino entre la tradición del socialismo antiparlamentario británico y la crítica consejista de las viejas formas de organización y acción del movimiento obrero. Lo mismo ocurre, por ejemplo, con la cuestión del parlamentarismo. La APCF no asumió la perspectiva histórica de que, durante la época de ascenso del capitalismo, los agrupamientos revolucionarios debían integrarse en las organizaciones reformistas de masas, para el caso en los grandes sindicatos y partidos socialdemocratas, que entonces tenían un papel progresivo en la mejora de las condiciones de existencia de la clase obrera. La APCF seguía la tradición revolucionaria británica inspirada en el anarquismo y en una interpretación antiparlamentarista del marxismo (William Morris y la Liga Socialista inicial). Requeriría un largo análisis la dilucidación de cual táctica, si la integración en el movimiento obrero reformista, o si el antiparlamentarismo y la resistencia grupuscular, fue la correcta, pero, desde un punto de vista histórico-práctico, podemos afirmar que prácticamente en ningún país esa última táctica permitió la subsistencia de grupos revolucionarios significativos entre 1890 y 1920, incluida Gran Bretaña. La otra táctica, sin embargo, permitió su subsistencia en el movimiento obrero, aunque a costa de una inertización práctica y deformación teórica cada vez mayores.
Sólo en casos excepcionales el movimiento obrero revolucionario pudo mantenerse bajo las formas de su primera época, siguiendo la táctica de separación del reformismo, como en el Estado español (intentando desarrollar sindicatos y partidos verdaderamente revolucionarios en oposición a los reformistas, como la CNT y la FAI). Todo esto no obsta para que el estudio de la tradición revolucionaria británica tenga todo su interés y aportaciones. El que escribe ha leido diversos textos y conoce su historia. Pero la APCF no fue una organización comunista consejista, sino todo lo más próxima a esta tendencia, y siempre se definió como una organización "anarco-marxista".
En segundo lugar, otro comentario anónimo dice que "el comunismo de consejos se desarrolló en paises en los que el anarcosindicalismo y el sindicalismo revolucionario era inexistente o por lo menos muy marginal como Alemania o Gran Bretaña. Por otro lado los primeros consejistas estaban todavia influidos por la revolución rusa -soviets- y por las teorias antisindicalistas de Lenin. Y si juntamos esto con el rechazo a los sindicatos reformistas de aquellos paises, podremos entender por qué fueron más o menos antisindicalistas.
Por cierto, que los consejistas alemanes muchas veces salieron, o vinieron de la FAUD sin mayores problemas ideológicos."
Como se verá en esta y otras afirmaciones sobre la práctica de los comunistas alemanes, se prescinde de toda consideración acerca del contenido práctico de la experiencia revolucionaria en Alemania entre 1918 y 1923. Primero, el sindicalismo revolucionario siempre ha sido minoritario salvo en unos pocos países y durante una época relativamente breve. Segundo, Lenin no sostuvo nunca "teorías antisindicalistas", sino en todo caso teorías antiproletarias que se resumen en la dominación de un partido elitista sobre el movimiento de clase. Tercero, del rechazo del sindicalismo reformista el autor del comentario deduce que lo que la clase obrera rechazaba era el reformismo y no los sindicatos como tales. Bueno, resulta que en la época revolucionaria la afiliación sindical reformista se multiplicó, mientras que se producía a su vez un movimiento de ruptura hacia la formación de Uniones Obreras que querían romper la división entre organización económica y política y suprimir el carácter burocrático y reformista de los sindicatos. Por consiguiente, debería decirse que de lo que se trataba era de un movimiento que rompía a la vez con la forma sindicato y con el reformismo, pero que iba todavía a contracorriente del movimiento general (dominado por la socialdemocracia). De lo contrario, no se habría roto con el término sindicato que, en un principio (por el año 20) aún se venía utilizando.
Las Uniones Obreras fueron una creación espontánea del proletariado en la que participó el sector más avanzado de la clase obrera alemana, no un sindicato revolucionario creado bajo las directrices "consejistas" (recordemos que las posiciones fundamentales del comunismo de consejos a respecto de las formas de organización estubieron en desarrollo contínuo durante las décadas de los 20 y los 30). En las Uniones Obreras participaron miembros de la FAUD, lo que demuestra que no se trataba de un sindicato revolucionario más, sino de algo diferente y más amplio; pero, por otro lado, los comunistas consejistas nunca se asimilaron a la FAUD, sino que desde 1919 (constitución del KPD) marcaron una línea política antisindicalista y antiparlamentarista (en oposición a la minoría espartaquista liderada por Rosa Luxemburg, cosa que poca gente sabe).
El caso de la participación del grupo en torno a Paul Mattick en los Industrial Workers of the World de EEUU tuvo como contexto una evolución insuficiente. De hecho, ese agrupamiento intentó por esa época formar un partido político revolucionario, lo cual ilustra suficientemente la diferencia con las posiciones de entonces de Anton Pannekoek, Otto Rühle o los Comunistas Internacionales holandeses. Pero, finalmente, la pretensión de transformar los IWW en una organización económico-política revolucionaria fracasaron.
Pasemos ahora al grueso del tema.
CRÍTICA DE LAS POSICIONES DE MANU GARCIA
-- I --
Según M. Garcia las posiciones del comunismo de consejos se resumirían en una continuación de "la posición del marxismo en general sobre los sindicatos y el sindicalismo", porque lo consideran
"-como un instrumento de segundo orden en la lucha de clases, válido como correa de transmisión del Partido y/o
-como una forma organizativa que sólo es capaz de conseguir pequeñas reformas dentro del sistema, en ningún caso de superarlo o
-directamente como una forma contrarrevolucionaria
Hay otros marxistas que consideran que la lcuha de partidos y sindicatos pudo tener sentido hasta la I Guerra Mundial, pero después no, convirtiéndose claramente en contrarrevolucionaria, ante la nueva fórmula que representan los consejos de fábrica."
Marx nunca consideró los sindicatos como una correa de transmisión del partido o como una forma limitada al sistema. Estas ideas son propias del leninismo. Marx tampoco desarrolló un análisis crítico de las formas de organización del movimiento obrero, ya que su perspectiva fundamental se orientaba a otros problemas. Era el movimiento obrero mismo el que, desde su punto de vista, encontraba y desarrollaba sus formas de organización a medida que la clase obrera despertaba a la autoactividad y maduraba como sujeto revolucionario. Por esta razón tampoco asumió nunca posiciones antiestatistas a la manera anarquista, ya que pensaba que el desarrollo de la autoactividad y la conciencia de la clase a través de la lucha la prepararía para resolver por sí misma esas cuestiones, y era suficiente con que la clase misma hubiese encontrado en la Comuna de París de 1871 la forma general "flexible" para constituirse en poder revolucionario. Las tareas que Marx asumía para sí y para su grupo de seguidores fueron siempre ayudar a la clase obrera en sus propias iniciativas y luchas y ayudarla a desarrollar su conciencia revolucionaria (a lo que dedicó sus obras más importantes, en especial El Capital). Las imprevisiones teóricas de Marx sumadas a ciertas ilusiones prácticas ofrecieron la posibilidad del surgimiento del leninismo como supuesta actualización del pensamiento marxiano original.
La posición de que los sindicatos son una forma contrarrevolucionaria y que ha dejado de ser históricamente progresiva con el declive tendencial del capitalismo después de la I Guerra Mundial, es la posición del comunismo de consejos. Pero García se equivoca por completo cuando pretende atribuir a los "consejos de fábrica" el papel de sustitutos de los sindicatos. Esta concepción de que una cosa ha de ser reemplazada por otra que cumpla un papel similar es propia de un pensamiento lineal y superficial, que funciona por analogía.
Lo que el comunismo de consejos plantea es que los sindicatos corresponden a la autoactividad de la clase obrera en su nivel y amplitud propias de su posición de clase dominada en la sociedad burguesa. Cuando su autoactividad de clase, movida por los antagonismos sociales objetivos, se ve impulsada hasta un nivel y extensión tales que se vuelven incompatibles con la existencia del capitalismo (o sea, hacia la autonomia consciente), entonces se genera por fuerza una situación revolucionaria y las formas anteriores del movimiento obrero se vuelven incompatibles con el movimiento real de la clase.
Quienes ven en las formas de organización una especie de espacio vacío a rellenar a voluntad y según la ideología en voga, esta gente no considera que lo determinante del carácter de una organización es la práctica y las relaciones sociales efectivas establecidas por, y entre, el conjunto de sus miembros -no un regulamiento organizativo por democrático que sea, ni unas orientaciones programáticas por radicales que sean-. Si una organización que se dice revolucionaria se nutre de elementos no revolucionarios, bien porque se equivoca de medios, bien porque no es capaz de impulsar su desarrollo en un sentido revolucionario-consciente, bien porque en realidad no aspira a una revolución, entonces esa organización tiene que acabar siendo, cada vez más, en la práctica una organización reformista. Y cuanto más se desarrolle, más se hará presente su verdadero carácter a todos los niveles de la vida de la organización: en la acción exterior, en sus planteamientos teóricos y en su vida interna. El resultado: reducción de la lucha de clases a la lucha por reformas, abandono del pensamiento revolucionario práctico por los discursos utopistas, burocratización (jerarquización por arriba, aborregamiento por abajo).
En otro comentario, el señor García nos ilustra con su sabiduría barata al afirmar que nosotros (en este caso, el compañero "Mattick") consideramos "toda acción coordinada de los trabajadores en el terreno de la lucha de clases concreta y diaria (sindicalismo, te pongas como te pongas) como reformista. Lo cual es lisa y simplemente falso. Todo avance en la condició obrera ha venido por ese camino. Y así continuará siendo."
Aquí tenemos la confirmación clara de nuestras críticas a los "sindicalistas revolucionarios". Resulta que, una vez nos situamos en el terreno de la práctica, afloran las verdaderas concepciones detrás de la ideología radical. Según García, lo que él quiere es sindicalismo revolucionario. Según su visión de la práctica, toda lucha de clases "concreta y diaria" es una lucha por reformas. Con semejante escisión entre la teoría y la práctica es imposible desarrollar una praxis revolucionaria individual y mucho menos desarrollar una organización de masas revolucionaria.
Pero, por si esto no fuese suficiente, García nos viene con que "La CNT fue la que hizo posible la revolución española. Y es la mejor manifestación de accionar autónomo de los trabajadores que ha existido por el momento." Según este individuo, resulta que las revoluciones las determinan las organizaciones, o, sería mejor decir, las dirigen. No es la clase la que desarrolla su conciencia. Son los revolucionarios los que difunden la "Idea" y luego la clase la asimila y la pone en práctica. Esto no es otra cosa que sustitucionismo ideológico, o sea, sustitucionismo "por las buenas" (libertad para elegir a los amos en función de su inteligencia).
También García nos ilustra con sus analogías entre el sindicato y los consejos obreros. Según él, "no necesariamente los consejos son autónomos, autogestionados e independientes. Al igual que los sindicatos." El señor García no sale de sus casillas mentales. Oye el término "consejismo" y se acuerda de la versión ideológica popularizada del mismo. No ve que el compañero Mattick, como yo, somos comunistas de consejos reales y no unos iluminados que ahora han descubierto la "verdad" en los escritos de Pannekoek. Nosotros hemos llegado al comunismo de consejos mediante nuestro propio desarrollo teórico autónomo y a partir de nuestra propia experiencia. No rendimos culto a la forma consejo. Además, por otro lado cualquiera debería entender que, cuando hablamos de "comunismo de consejos", nos referimos a que somos partidarios de la organización del poder proletario mediante consejos, pero solamente en tanto éstos se constituyen en un medio para el comunismo, sólo cuando son consejos obreros revolucionarios.
Siguiendo la corriente a otros comentaristas mal informados, el señor García aprovecha para arremeter contra nosotros por nuestras posiciones "antirreformistas", dejando caer que, como nos oponemos al reformismo, para nosotros es preferible no luchar por cambiar las condiciones laborales y de vida del proletariado. El señor García pretende hacernos pasar por ultrarrevolucionarios infantiles, insinuando que lo que pensamos es que "ya se sabe 'cuanto peor, mejor'. Sino, nos 'aburguesamos'."
Y continúa sus argumentos estúpidos por otros derroteros.
En primer lugar, la teoría de que "el capitalismo sólo dejará paso al socialismo cuando haya llegado al máximo de su desarrollo" ha quedado demostrada por el curso de la historia hasta hoy, a no ser, claro, que el señor Garcia considere la historia como un proceso conspirativo determinado por las luchas entre ideologías y organizaciones y no por la dinámica de la lucha de clases masiva, determinada por el desarrollo material de la sociedad -que es la base que determina, a su vez, la formación y el desarrollo de las ideologías y las organizaciones-. Desde la perspectiva de García, claro, se puede justificar la continua repetición de lo mismo hasta la saciedad, independientemente de las condiciones históricas, ya que el problema no es la efectividad transformadora de la práctica propia -que está limitada por las condiciones históricas totales-, sino la magnitud de las fuerzas ajenas -entre ellas el "marxismo"- que se oponen a la "práctica de la teoría" que García desea. Así se explica el estado actual del movimiento anarquista.
Más adelante, el "alquimista loco" plantea otra cuestión, citando el texto de Pannekoek "Para luchar contra el capital hay que luchar también contra el sindicato":
"Cuando los trabajadores empiezan a darse cuenta de que los sindicatos son incapaces de dirigir su lucha contra el capital, le tarea más inmediata es la de descubrir y aplicar nuevas formas de lucha (...); en este nuevo marco, los obreros deben encargarse ellos mismos de hacer propaganda, de extender el movimiento y de dirigir la acción." (he reducido la cita a lo necesario)
El "alquimista" se plantea: "¿Los sindicatos son incapaces de dirigir? ¿Y si el propósito de un sindicato concreto es ser una herramienta dirigida por sus trabajadores, y no al revés?
¿No se pueden reunir los trabajadores bajo el nombre de sindicato para hacer la huelga salvaje? ¿Ni para dirigir la acción directa? Veo más incompatibilidad a título nominal que a nivel de praxis."
De hecho, puede haber, excepcionalmente, huelgas salvajes dirigidas por sindicatos. Pero esto no es esencial para entender el problema sindical. La cuestión de si los sindicatos dirigen a la clase obrera o son dirigidos por ella no se determina por el "propósito" teórico que los sindicatos se dan a sí mismos, sino por su "propósito" práctico -que hasta cierto punto es inconsciente (al menos, inconsciente de sus limitaciones, que sólo se pueden descubrir en el curso de la práctica histórica, como las de cualquier teoría)-. Y ocurre que la motivación práctica puede estar en contradicción con la teoría. La gente se hace ilusiones sobre su propia actividad real y atribuye a prácticas reformistas una trascendencia revolucionaria. De este modo, la historia del viejo movimiento obrero es la historia de las desilusiones revolucionarias y de la afirmación del reformismo. Y la CNT, que es parte de ese movimiento, no es una excepción. Simplemente, sus contradicciones no se han desarrollado al nivel en que lo han hecho en los sindicatos más grandes.
García sigue la corriente al "alquimista" afirmando que toda la confusión se debe a que "los consejistas tienen la concepción de que un sindicato es siempre un ente heterogestionado. Niegan así los hechos."
Sí, efectivamente, nosotros tenemos esa concepción, sólo que nosotros no hablamos de "heterogestión" en oposición a "autogestión", sino de un proceso de alienación en el que las creaciones de la clase obrera se convierten, a través del desarrollo de su actividad colectiva, en fuerzas autonomizadas que se le oponen y le son hostiles. La naturaleza de este proceso es lo que hay que clarificar, porque los "hechos" carecen de significación para interpretar los procesos históricos; sólo en su sucesión e interrelación histórica los hechos de cada momento pueden adquirir significación. Al no considerar el problema desde el punto de vista del desarrollo histórico de las organizaciones obreras, García, como la mayoría de los anarquistas, tiene que acabar por atribuir los errores y traiciones en su propio movimiento a la casualidad, a la malicia personal, o a la ignorancia, en lugar de ver que la historia de la CNT demuestra que no es ajena a ninguna de las tendencias que existen en los demás sindicatos y que, además, se ha demostrado que la democracia directa no es suficiente para impedirlo.
Para profundizar en este tema es recomendable el artículo de Helmut Wagner "El anarquismo y la revolución española", de 1939, publicado en el libro "Expectativas fallidas", editado hace algunos años en el Estado español. La burocratización y degeneración reformista de la CNT durante la guerra civil no fue algo casual, y, efectivamente, tuvo su base de masas en el proletariado mismo -la burocracia no es un ente realmente independiente de su base social-; pero lo importante es que demuestra que todas las convicciones libertarias no van a frenar las tendencias prácticas creadas por las formas de organización junto con su correspondiente forma de conciencia y de lucha. O sea, nosotros no entendemos el problema de las formas de organización como separable del estadio de desarrollo general del movimiento obrero, sino, al revés, como expresión del mismo, aunque también vemos que, llegado a un punto, lo que era una fuente de impulso a su desarrollo reformista se convierte en una traba a la revolución y se opone a los intereses del proletariado mismo.
-- II --
Más adelante, el señor García nos revela que su falta de perspectiva histórica la resuelve él con una filosofía evolucionista y gradualista: "siempre estamos (siempre hemos estado) en periodo de transición hacia la sociedad de l@s trabajador@s libres asociad@s, hacia la sociedad autogestionaria."
De este modo: "No hay un "gran día" que acabe abruptamente con la dominación.
Sí períodos de evolución más rápida, períodos de evolución más lenta, períodos de retrocesos.
Sí pequeñas o grandes conquistas que derriban obstáculos, que ponen cimientos, que le abren paso a la libertad colectiva. Una libertad siempre inestable que hay que defender del retroceso. Y buscar siempre llegar más lejos, abriendo los caminos que conducen a una vida mejor. Tarea sin fin."
Con esta repetición de las doctrinas reformistas el señor Garcia nos vuelve a demostrar la verdadera naturaleza de su pensamiento práctico. Según él, la lucha por reformas conduce por sí misma a la revolución social, sólo hace falta la ideología anarquista para conducirla a allí. El problema no es, pues, el contenido mismo de la lucha obrera, de la autoactividad de la clase en un sentido amplio (acción, pensamiento, organización), sino la "dirección". Mientras la revolución no llegue, García ya tiene clara su tarea: luchar contra los enemigos de la clase obrera. Pero esto no es más que sentimentalismo romántico; la clase obrera se sabe defender, y sólo puede defenderse, por sí misma; la función de l@s revolucionari@s conscientes no es luchar contra sus enemigos, sino esforzarse por impulsar y acelerar el desarrollo de esa autoactividad de la clase mediante la propaganda constructiva, mediante su difunsión y entrega a la discusión entre l@s trabajadores/as para contribuir a la autoclarificación y autodirección de la clase.
Como intelectualillo político vulgar, Garcia quiere coronar su demostración de conocimiento histórico con una frase lapidaria: "No hay meta, sólo camino". En realidad, esta afirmación recuerda mucho a la del socialdemócrata netamente colaboracionista Bernstein: "El movimiento lo es todo".
Sin objetivo tampoco hay principios, sin objetivo los principios se difuminan y los medios se convierten en una falsedad. Las organizaciones obreras sólo pueden ser revolucionarias si sus principios constitutivos prácticos y toda su autoactividad es, al menos en lo fundamental, revolucionaria. La afirmación de García es una síntesis de la ideología anarcosindicalista: "democracia directa+acción directa+lucha por reformas" = "actividad revolucionaria".
Toda la confusión de este debate se produce porque, efectivamente, se distute la significación práctica del sindicalismo y, por ello, del concepto "sindicato" como categoría histórica de la organización obrera, y poco de esto se ha aclarado con las diversas intervenciones. No obstante, hay que decir que la confusión al respecto es más una confusión propia del anarcosindicalismo. Es el anarcosindicalismo el único que cree que un sindicato puede ser otra cosa, por sí mismo, que una organización reformista.
Pero la confusión de fondo queda más claramente formulada por M. García cuando critica al compañero "Mattick" afirmando que: "Si la CNT no era más que un instrumento del pueblo trabajador, en lo que estoy de acuerdo ¿cómo pudo ésta traicionar a los trabajadores? ¿o los trabajadores se traicionaron a sí mismos?". Pues en esta paradoja aparente reside el secreto de la alienación. Igual que es el trabajo el que produce el capital, es la actividad productiva del obrero lo que crea tanto la relación social económica como su producto resultante, del mismo modo es la actividad alienada del proletariado en la lucha de clases la que convierte sus productos (sus organizaciones, sus realizaciones) en entes "hererónomos", con una existencia independiente de su voluntad.
En realidad, por supuesto, las organizaciones obreras no pueden nunca ser absolutamente independientes de la clase; en todo caso, pueden pasar a ser organizaciones de la clase enemiga, una vez se integran completamente en el capitalismo (integración a nivel económico y no sólo político o ideológico-jurídico).
-- III --
Los sindicatos toman el capitalismo, la explotación obrera, la condición obrera, como un hecho dado. Este es, pues, su principio práctico, real, y por eso se trata de organizaciones de naturaleza burguesa -en el sentido de que pertenecen a la sociedad burguesa y son expresión de la existencia alienada de la clase dentro de ella-. Este principio práctico e histórico tiene, necesariamente, que entrar en contradicción con cualquier pretensión de suprimir el capitalismo.
Las organizaciones realmente revolucionarias tienen que partir de la negación de la sociedad burguesa, pues el peso de la dominación espiritual que ésta ejerce sobre el proletariado (el peso de las relaciones sociales y de la tradición que lo alienan y oprimen, y particularmente el peso de los poderes e ideologias de la clase dominante) no puede superarse mediante la "autogestión" de las organizaciones obreras ni mediante la creación de "espacios de libertad", sino sólo mediante el despligue de la autoactividad masiva de la clase en la lucha. Para ello se requiere de la democracia directa, de la iniciativa desde abajo, de la lucha contra el autoritarismo, pero esto no es suficiente. Y al decir que esto no es suficiente debe entenderse de modo dialéctico: no es condición suficiente ni para permitir el desarrollo de esa autoactividad ni para su propio mantenimiento.
Es el compromiso consciente, fruto de la maduración histórica de l@s proletari@s a través de la lucha de clases, con la participación organizada, el sentimiento activo de comunidad, la conciencia de las propias capacidades transformadoras latentes, lo que hace posible que se desarrollen formas revolucionarias de organización, que, aún así, dependen para adquirir una extensión de masas de que su necesidad se haya hecho inmediata para la clase en general.
Los sindicatos, incluso los revolucionarios, no parten de ese compromiso activo y consciente como condición para ser miembro, pues toda su ideologia es funcional al sistema y se basa en la negociación. Su objetivo es ganar las fuerzas necesarias para lograr mejoras inmediatas y eso mismo constituye el criterio de la afiliación sindical, por mucho que, como en el caso de la CNT, cuando existe una separación entre la ideologia del sindicato y la conciencia de las masas, la organización sindical tenga que recurrir a la táctica de orientarse a ganar la afiliación de los sectores más próximos a sus concepciones sindicales particulares. Además, la elevada ideologización de la CNT actual, que crea la apariencia de que las convicciones ideológicas tienen un peso determinante en el curso del desarrollo de la organización, es un producto, por un lado, de su aislamiento en un contexto de regresión del movimiento de clase (al que la CNT no ha sabido responder), y por otro un instrumento necesario para diferenciarse y competir con los otros sindicatos.
El agrupamiento indiscriminado de la clase obrera en los sindicatos no sirve para que la clase se desarrolle como sujeto revolucionario sino, al contrario, para adormecerla en la lucha por reformas y mantenerla encerrada en el cuadro del capitalismo. No sirve para potenciar realmente la participación consciente y organizada, a menos que la misma nazca ya de una maduración previa, independiente del sindicato, lo cual es siempre un proceso minoritario salvo en el marco de un ascenso revolucionario de la lucha de clases.
Si para algo sirve la organización desde el punto de vista del desarrollo subjetivo, es para impulsar el desarrollo de la conciencia de clase a través de la cooperación colectiva y libre. Pero esto no es posible cuando los sujetos que se afilian son pasivos -y a esta actitud les inducen todas las fuerzas de su vida ordinaria como esclavos asalariados-. El salto a la autoactividad consciente de la clase obrera, que en un principio puede llevar a la formación de nuevos sindicatos más radicales o a la afiliación a los mismos, se diluye luego dentro de esos sindicatos, porque estos -como ninguna forma de organización por sí misma- no pueden alterar las tendencias subjetivas del proletariado dentro de la sociedad capitalista. La única solución es crear organizaciones de nuevo tipo sobre el principio de la cooperación consciente y autoorganizada como algo irrenunciable y cotidiano para tod@s, e impulsar a su vez el desarrollo de la lucha de clases para que nuevos sectores de la clase se unan a esas nuevas organizaciones.
Entonces se reconoce abiertamente que el desarrollo de la organización revolucionaria es un producto de la lucha de clases y no de la propaganda ideológica, en lugar de pretender crecer a toda costa y sin criterios firmes. En esta elección por una opción u otra se pueden reconocer las prioridades prácticas que están en juego detrás de las posiciones enfrentadas en este debate.
Donde la participación es una opción y no un deber lo que hay es democracia burguesa, no democracia proletaria, y esto vale tanto para las organizaciones obreras como para la organización política de la sociedad. Ya lo decían en la AIT original: "No más deberes sin derechos, no más derechos sin deberes".
La cuestión es, pues: o organización militante basada en los principios prácticos de la cooperación revolucionaria, o agrupamiento indiscriminado basado en los principios prácticos del capitalismo. Y lo mismo que hablamos a respecto de la forma de organización vale también para la práctica. No se puede aceptar la organización capitalista del trabajo y organizarse por empresas -entes jurídicos-, ramos industriales -identidad de oficio-, Estados, etc.. Ni plantearse negociar con los capitalistas, sino luchar hasta la imposición de las reivindicaciones o hasta que el capital ceda lo suficiente valorando la correlación de fuerzas, buscando siempre la mayor extensión de la lucha independientemente de los marcos de negociación, uniendo abiertamente la lucha inmediata a la lucha por la revolución proletaria, impulsando la formación de órganos de contrapoder frente a la patronal y al Estado. De todo esto los anarcosindicalistas o no saben, o no quieren saber, y si alguna vez llegaron a estas prácticas no constituyen, desde luego, algo irrenunciable para ellos, sino que dependen de la "dirección", o sea, en la práctica, de la minoría que tiene el poder moral para dirigir a la mayoria inerte.
Nada de esto se resuelve sólo con asambleas y acción directa, pero tampoco simplemente sumandoles "ideologia revolucionaria", "dirección revolucionaria", etc.. Las asambleas de aborregad@s no son una expresión de la democracia obrera mejor que el delegacionismo convencional. En la práctica, no es la mayoria la que tiene la soberania y dirige, sino una minoria, que además no ha sido elegida (lo cual sería, al menos, un signo de autoactividad de las bases). De ahí a la consolidación, en la práctica, de una burocracia, pues esa minoria tiende entonces a monopolizar la organización, sólo hay un paso.
-- IV --
De cualquier modo, otro compañero trotskista responde muy concretamente a las posiciones de García cuando dice:
"Al pueblo trabajador anarquista no le interesaba entrar en el gobierno burgués español, a la burocracia reformista de la CNT sí.
El pueblo trabajador levantó barricadas contra el regimen burgues-republicano, la burocracia de la CNT mandó quitarlas." (OBR3RO 1NT3RN4CION4LIST4)
La respuesta de García no tiene desperdicio: "En todo caso, era ese mismo pueblo trabajador el que tenía que haberlo manifestado, desautorizando a los comités que se estaban extralimitando en sus funciones."
O sea, si hay burocracia, es culpa de l@s proletari@s. Todo se resuelve con las decisiones asamblearias... y así hasta el ridículo. Pero sigue: "El fallo no fue ser anarquistas ante la guerra y la revolución, sino no serlo lo suficiente. Por tanto, quien quiera cargar en el debe del anarquismo o el anarcosindicalismo las desviaciones y errores de sus organizaciones durante el periodo, debería comenzar reconociendo que vienieron provocados, precisamente, por olvidar las lecciones que el movimiento obrero independiente había venido asimilando desde tiempos de la Primera Internacional, con la lucha frente al autoritarismo y centralismo de Carlos Marx y sus acólitos".
O sea, para García la teoría abstracta puede separarse de los errores y desviaciones de la práctica real. Nada hay de relación directa entre el pretendido sindicalismo revolucionario y su versión del anarquismo y esas desviaciones y errores. Es la misma teoría que la burocracia sindical "de izquierda" utiliza contra los sindicatos mayoritarios: los últimos son los "traidores", los primeros los "defensores" de la clase obrera. Y con la mistificación de los procesos de degeneración de los sindicatos como debidos a causas externas o, al menos, a causas no inherentes a los sindicatos mismos, queda encubierta la naturaleza burguesa del sindicalismo. Por otra parte, resulta que García resuelve todo el problema en la cuestión del autoritarismo: ¡la culpa del fracaso de una revolución es la intervención de fuerzas "autoritarias"!. Francamente ridículo hasta vomitar.
La cosa no mejora mucho cuando García responde a mi intervención en el foro, que precisamente se orientó a poner en claro qué contraponemos los comunistas de consejos a los sindicatos (a parte, naturalmente, de las formas asamblearias y autónomas creadas para la lucha inmediata).
En primer lugar, dice García que ha habido sindicatos revolucionarios. ¿Cuales? Ya sabemos lo que nos contestará. García no sabe distinguir entre lo ideológico y lo práctico. Para él un sindicato revolucionario es un sindicato que sostiene y predica una ideologia revolucionaria y se esfuerza por llevarla a la práctica. No ve que la práctica sindical misma está en contradicción con el objetivo revolucionario, no porque mejore las condiciones de existencia de la clase obrera, sino porque sirve para integrarla mejor en el capitalismo. Porque el sindicalismo funciona como un mecanismo de autorregulación del sistema al actuar sobre el precio de la fuerza de trabajo. En esto mismo reside el interés del capital por controlar los sindicatos, tanto más cuanto mayor sea el poder de los mismos sobre la economía del país.
Pero, en sentido estricto, puede decirse que García tiene razón en algo: una organización que sostiene y predica una ideologia revolucionaria, o bien es también revolucionaria, o tampoco lo es su ideología. Y, evidentemente, de la crítica del sindicalismo se deduce que cualquiera que apoye el sindicalismo como tal está introduciendo una concepción reformista en el pensamiento revolucionario. Pero este problema es algo natural en la historia del movimiento proletario. El pensamiento revolucionario no es algo estancado, formulado de una vez por todas. Sólo puede existir como algo vivo y en desarrollo permanente, no sólo de modo lineal, sino también mediante saltos y especialmente a través de rupturas. Sólo siguiendo este proceso complejo el pensamiento revolucionario se libera de la conciencia dominante y, por tanto, del reformismo, y se eleva a la comprensión concreta de cómo realizar el comunismo. Pero para García su anarquismo ya está acabado. Sólo hay que aplicarlo. Todo lo más quedarán por desarrollar cuestiones "secundarias". Entonces, atacar su medio, la CNT y el anarcosindicalismo, es atacar el centro de su forma de pensar: García piensa, sin saberlo, como un burócrata, para el cual la organización lo es todo, los principios son sólo una moralidad interna y las finalidades últimas un recuerdo mitológico.
García no es capaz de ver que las Uniones Obreras alemanas no tienen nada que ver con una organización compuesta por "revolucionarios convencidos" tal y como García la entiende. El compromiso con derrocar el capitalismo no significa tener una conciencia revolucionaria concreta, significa lo que significa y punto. Evidentemente, siempre tiende a implicar una serie de líneas generales de lo que será la revolución proletaria, pero nada más y sin que ello sea esencial. Es García quien interpreta mis afirmaciones en el sentido de que lo más importante es la conciencia y, por consiguiente, la organización compuesta por comunistas convencidos (esto, por otra parte, fue así en la experiencia de las AAUD alemanas, pero sólo porque nacieron y se desarrollaron ya dentro de un proceso revolucionario abierto; no hubiese sido así si la maduración y autoactividad de la clase se encontrasen a un nivel mucho más bajo).
Lo que hay que destacar de la experiencia de las Uniones Obreras alemanas es que no eran uniones creadas para defender los intereses laborales, sino uniones creadas explícitamente para luchar por el poder de los consejos obreros. Su actividad diaria no consistía en luchar por reformas, sino en luchar por la revolución proletaria en curso. Esta finalidad determinaba su carácter y, por ello, no eran organizaciones apolíticas ni toleraban la afiliación indiscriminada. Tampoco, como insinúa García más adelante, tienen que ver con la experiencia de la Federación Obrera Regional Argentina (FORA), pues no eran uniones basadas en una comunidad de ideología, sino en una comunidad de lucha práctica por la revolución que estaba desarrollándose en esos momentos.
-- V --
García da muestras de su enorme falta de conciencia de clase práctica cuando nos ilustra con su mediocridad reformista: "Un sindicato es una agrupación de trabajadores para luchar por sus intereses de clase. Si se transforma en un ente burocrático y al margen de la vida real de la clase, es otra historia.", responde a la necesidad de "Unir mediante vínculos de clase a l@s trabajador@s para luchar frente a la patronal."
García diferencia entre intereses y vínculos de clase y "creencias socio-políticas". ¿Acaso el pensamiento político no tiene también un carácter de clase? ¿Acaso los "intereses de clase" tal y como se formulan en los sindicatos no implican una forma de pensamiento determinada que debe ser compartida -en teoría- por sus afiliad@s?
Por otra parte, ante la crítica de la forma indiscriminada de afiliación, García reacciona como ante algo inverosimil y se convierte en un apologeta de la unidad por la unidad. Sin embargo, quienes piensan que la unidad de la clase obrera puede construirse gracias a los sindicatos, y únicamente gracias a la lucha y la maduración del conjunto de la clase -para cuyo desarrollo los sindicatos no son ni mucho menos indispensables-, lo que demuestran con esta posición es su incapacidad para ir más allá de la vieja ideología reformista, que hace de la unidad de los sindicatos su estandarte y, es más, reduce la unidad de la clase obrera a una unidad de los sindicatos -lo que en la práctica acaba siendo una unidad o bloque reformista contra la lucha de clase radical y finalmente contra la revolución-.
Cuando García responde a la crítica de la negociación, él intenta presentarla como una crítica a l@s trabajadores/as que luchan por mejorar sus condiciones de existencia, en lugar de rebatirla como tal. Su propia definición del sindicalismo es una descripción, no una definición: el sindicalismo no es un conjunto de métodos de lucha o prácticas obreras universales, como la solidaridad, la coordinación, la huelga, etc., sino una forma determinada de las mismas. En realidad, Garcia subsume todo bajo el concepto de sindicato, hasta la idea de los consejos obreros. Pero es natural: la CNT tampoco fue capaz de diferenciar entre los comités antifascistas y sindicales en los que se integraban organizaciones burguesas y se repartían los puestos entre las organizaciones, y los comités y consejos obreros elegidos directamente y concebidos como expresión de la voluntad de la base (que es lo que han sido originalmente allí donde han surgido espontaneamente, que no fue el caso del Estado español).
Otra necedad reformista de García la encontramos en lo siguiente: "un sindicato que de verdad lo sea, no delega en nadie las luchas y las lleva hasta donde sus fuerzas y el nivel de conciencia y de cohesión de clase lo permiten. En condiciones como las actuales sule tratarse de luchas durísimas, extremadamente largas y penosas."
García piensa aquí como un dirigente que debe determinar cual es el mejor modo de llevar una lucha. Cuando dice "un sindicato... no delega en nadie las luchas" está expresando, inconscientemente, su verdadero pensamiento práctico, más allá de los argumentos abstractos en que todo puede difuminarse. En realidad, Garcia piensa que el sindicato, los dirigentes sindicales -o, si se quiere, las secciones sindicales "asamblearias"-, tienen que dirigir las luchas del conjunto de la clase, en nombre de su mayor conocimiento o lo que sea, y de este modo plantea que las luchas deben desarrollarse hasta donde sus fuerzas, conciencia y cohesión de clase lo permitan. Pues nosotros afirmamos justamente lo contrario: la fuerza, la conciencia y la cohesión de clase se desarrollan mediante la lucha y no meramente antes de la lucha; es necesario, entonces, impulsarlas más allá de sus limites preexistentes mediante métodos de lucha, actividades de discusión y formación, buscar la extensión de la lucha. Esta es la tarea de los sectores avanzados de la clase, no dirigir a sus compañer@s. Y a nosotros nos la suda si se trata de dirigir mediante formas de autoridad explícitas o mediante el recurso de la "autoridad moral" -o sea, apoyándose en la inferioridad de conciencia de los otros para que acepten de buena gana sus directrices (¡¡¡pero, por supuesto, aprovándolas asambleariamente!!!). Alguien que sólo quiere luchar a partir de las condiciones dadas sólo puede, en la práctica, ser un reformista. Lo que hay que hacer, en cambio, es luchar de tal modo que se creen nuevas condiciones de partida radicalmente distintas, revolucionarias.
Lo que el anarcosindicalismo aporta a la clase obrera es una nueva mistificación de sus problemas actuales. No es diferente de los demás "sindicatos de izquierda", que vienen a recuperar a l@s obrer@s que abandonan los sindicatos, cansados de sus traiciones.
La clase obrera no ha necesitado de los anarcosindicalistas para aprender la democracia y la acción directas, ni para recharzar los partidismos y la burocracia. Ha sido su maduración histórica la que lo ha logrado. Lo que el anarcosindicalismo hace, a estas alturas, no es impulsar estas prácticas, sino más bien mistificarlas como panaceas que resolverían todos los problemas. En el fondo, recuperan esas prácticas para convertirlas en su fuente de legitimidad ante la clase como alternativa sindical, lo cual nada tiene que ver con la revolución sino con la competencia con el resto de sindicatos.
Luego, García sale con sus balbuceos sobre los "partidos encubiertos". Lo que yo digo es que, en lo esencial, las organizaciones anarquistas específicas no son otra cosa que partidos, esto es, grupos ideológicos que luchar por autoridad sobre la clase, en este caso en forma moral y no en forma jerárquica. No se dan cuenta de que ambas formas de autoridad son las dos caras de la misma moneda, y que una engendra a la otra. Todo esto nada tiene que ver con las disputas de la I Internacional, pero García no se entera. Así afirma que, según mi razonamiento, los grupos comunistas consejistas serían también "partidos encubiertos". Pero esto no es así.
Nuestra concepción del papel de los grupos revolucionarios no es ganar ninguna forma de autoridad sobre la clase obrera, sino ayudarle en su reflexión sobre su propia experiencia e impulsarla a la lucha. Se trata de grupos de opinión que mantienen vivo el pensamiento revolucionario, que lo difunden y desarrollan adaptandose a las condiciones históricas y al curso de la lucha de clases, no de grupos creados en torno a una ideologia.
Su propaganda persigue contribuir a la autoclarificación de la clase, no ganar adeptos a sus ideas. Ellos son los primeros dispuestos a aprender de la clase obrera, de su capacidad creativa revolucionaria, y de hecho esta es su base permanente. Basan sus análisis en la experiencia história de la clase y su forma de pensamiento es el resultado de esta comprensión, siempre sujeta a la prueba del curso subsiguiente de la historia. Nada de esto se encuentra en los grupos de afinidad anarquistas en general, pues su propia definición como "grupos de afinidad", organización "específica", no hace más que declarar su verdadero principio práctico: la comunidad de ideología, no la comunidad de trabajo para el desarrollo de la conciencia de clase revolucionaria.
Roi Ferreiro, 15.08.05
un resumen provisional del debate en curso en este foro.
El objeto del presente texto es clarificar la discusión sobre el tema del sindicalismo revolucionario que se ha estado desarrollando hasta ahora en el foro de alasbarricadas.
Mi objetivo no es realizar en absoluto un resumen de los distintos comentarios, sino solamente tomar nota de las argumentaciones más relevantes. Tampoco voy a adoptar un enfoque pretendidamente imparcial, sino que tomo parte abiertamente por la defensa de las posiciones del comunismo de consejos frente al anarcosindicalismo, que para mi no son posiciones excluyentes sino que, de hecho, plantean una exigencia de desarrollo teórico y práctico a aquell@s que se reclaman del anarquismo. No voy a explicar de nuevo la crítica general del comunismo de consejos a los sindicatos, pues ello ya lo ha hecho perfectamente el compañero "paul mattick" y además existen textos de sobra para ello en el archivo del Círculo Internacional de Comunistas Antibolcheviques (http://members.fortunecity.com/cica).
ALGUNOS PUNTOS SOBRE LA HISTORIA DEL COMUNISMO DE CONSEJOS
El compañero "Mattick" ha iniciado el debate de comunismo de consejos y anarquismo publicando un texto, "Los orígenes del comunismo de consejos", que es de mi autoría, aunque no sea en lo esencial más que un breve resumen histórico. Contestaré ahora brevemente a varios comentarios.
En primer lugar, no hablamos de la Federación Comunista Anti-Parlamentaria británica porque sería un error definirla como una organización comunista-consejista, pese a sus muchas proximidades. La APCF está a medio camino entre la tradición del socialismo antiparlamentario británico y la crítica consejista de las viejas formas de organización y acción del movimiento obrero. Lo mismo ocurre, por ejemplo, con la cuestión del parlamentarismo. La APCF no asumió la perspectiva histórica de que, durante la época de ascenso del capitalismo, los agrupamientos revolucionarios debían integrarse en las organizaciones reformistas de masas, para el caso en los grandes sindicatos y partidos socialdemocratas, que entonces tenían un papel progresivo en la mejora de las condiciones de existencia de la clase obrera. La APCF seguía la tradición revolucionaria británica inspirada en el anarquismo y en una interpretación antiparlamentarista del marxismo (William Morris y la Liga Socialista inicial). Requeriría un largo análisis la dilucidación de cual táctica, si la integración en el movimiento obrero reformista, o si el antiparlamentarismo y la resistencia grupuscular, fue la correcta, pero, desde un punto de vista histórico-práctico, podemos afirmar que prácticamente en ningún país esa última táctica permitió la subsistencia de grupos revolucionarios significativos entre 1890 y 1920, incluida Gran Bretaña. La otra táctica, sin embargo, permitió su subsistencia en el movimiento obrero, aunque a costa de una inertización práctica y deformación teórica cada vez mayores.
Sólo en casos excepcionales el movimiento obrero revolucionario pudo mantenerse bajo las formas de su primera época, siguiendo la táctica de separación del reformismo, como en el Estado español (intentando desarrollar sindicatos y partidos verdaderamente revolucionarios en oposición a los reformistas, como la CNT y la FAI). Todo esto no obsta para que el estudio de la tradición revolucionaria británica tenga todo su interés y aportaciones. El que escribe ha leido diversos textos y conoce su historia. Pero la APCF no fue una organización comunista consejista, sino todo lo más próxima a esta tendencia, y siempre se definió como una organización "anarco-marxista".
En segundo lugar, otro comentario anónimo dice que "el comunismo de consejos se desarrolló en paises en los que el anarcosindicalismo y el sindicalismo revolucionario era inexistente o por lo menos muy marginal como Alemania o Gran Bretaña. Por otro lado los primeros consejistas estaban todavia influidos por la revolución rusa -soviets- y por las teorias antisindicalistas de Lenin. Y si juntamos esto con el rechazo a los sindicatos reformistas de aquellos paises, podremos entender por qué fueron más o menos antisindicalistas.
Por cierto, que los consejistas alemanes muchas veces salieron, o vinieron de la FAUD sin mayores problemas ideológicos."
Como se verá en esta y otras afirmaciones sobre la práctica de los comunistas alemanes, se prescinde de toda consideración acerca del contenido práctico de la experiencia revolucionaria en Alemania entre 1918 y 1923. Primero, el sindicalismo revolucionario siempre ha sido minoritario salvo en unos pocos países y durante una época relativamente breve. Segundo, Lenin no sostuvo nunca "teorías antisindicalistas", sino en todo caso teorías antiproletarias que se resumen en la dominación de un partido elitista sobre el movimiento de clase. Tercero, del rechazo del sindicalismo reformista el autor del comentario deduce que lo que la clase obrera rechazaba era el reformismo y no los sindicatos como tales. Bueno, resulta que en la época revolucionaria la afiliación sindical reformista se multiplicó, mientras que se producía a su vez un movimiento de ruptura hacia la formación de Uniones Obreras que querían romper la división entre organización económica y política y suprimir el carácter burocrático y reformista de los sindicatos. Por consiguiente, debería decirse que de lo que se trataba era de un movimiento que rompía a la vez con la forma sindicato y con el reformismo, pero que iba todavía a contracorriente del movimiento general (dominado por la socialdemocracia). De lo contrario, no se habría roto con el término sindicato que, en un principio (por el año 20) aún se venía utilizando.
Las Uniones Obreras fueron una creación espontánea del proletariado en la que participó el sector más avanzado de la clase obrera alemana, no un sindicato revolucionario creado bajo las directrices "consejistas" (recordemos que las posiciones fundamentales del comunismo de consejos a respecto de las formas de organización estubieron en desarrollo contínuo durante las décadas de los 20 y los 30). En las Uniones Obreras participaron miembros de la FAUD, lo que demuestra que no se trataba de un sindicato revolucionario más, sino de algo diferente y más amplio; pero, por otro lado, los comunistas consejistas nunca se asimilaron a la FAUD, sino que desde 1919 (constitución del KPD) marcaron una línea política antisindicalista y antiparlamentarista (en oposición a la minoría espartaquista liderada por Rosa Luxemburg, cosa que poca gente sabe).
El caso de la participación del grupo en torno a Paul Mattick en los Industrial Workers of the World de EEUU tuvo como contexto una evolución insuficiente. De hecho, ese agrupamiento intentó por esa época formar un partido político revolucionario, lo cual ilustra suficientemente la diferencia con las posiciones de entonces de Anton Pannekoek, Otto Rühle o los Comunistas Internacionales holandeses. Pero, finalmente, la pretensión de transformar los IWW en una organización económico-política revolucionaria fracasaron.
Pasemos ahora al grueso del tema.
CRÍTICA DE LAS POSICIONES DE MANU GARCIA
-- I --
Según M. Garcia las posiciones del comunismo de consejos se resumirían en una continuación de "la posición del marxismo en general sobre los sindicatos y el sindicalismo", porque lo consideran
"-como un instrumento de segundo orden en la lucha de clases, válido como correa de transmisión del Partido y/o
-como una forma organizativa que sólo es capaz de conseguir pequeñas reformas dentro del sistema, en ningún caso de superarlo o
-directamente como una forma contrarrevolucionaria
Hay otros marxistas que consideran que la lcuha de partidos y sindicatos pudo tener sentido hasta la I Guerra Mundial, pero después no, convirtiéndose claramente en contrarrevolucionaria, ante la nueva fórmula que representan los consejos de fábrica."
Marx nunca consideró los sindicatos como una correa de transmisión del partido o como una forma limitada al sistema. Estas ideas son propias del leninismo. Marx tampoco desarrolló un análisis crítico de las formas de organización del movimiento obrero, ya que su perspectiva fundamental se orientaba a otros problemas. Era el movimiento obrero mismo el que, desde su punto de vista, encontraba y desarrollaba sus formas de organización a medida que la clase obrera despertaba a la autoactividad y maduraba como sujeto revolucionario. Por esta razón tampoco asumió nunca posiciones antiestatistas a la manera anarquista, ya que pensaba que el desarrollo de la autoactividad y la conciencia de la clase a través de la lucha la prepararía para resolver por sí misma esas cuestiones, y era suficiente con que la clase misma hubiese encontrado en la Comuna de París de 1871 la forma general "flexible" para constituirse en poder revolucionario. Las tareas que Marx asumía para sí y para su grupo de seguidores fueron siempre ayudar a la clase obrera en sus propias iniciativas y luchas y ayudarla a desarrollar su conciencia revolucionaria (a lo que dedicó sus obras más importantes, en especial El Capital). Las imprevisiones teóricas de Marx sumadas a ciertas ilusiones prácticas ofrecieron la posibilidad del surgimiento del leninismo como supuesta actualización del pensamiento marxiano original.
La posición de que los sindicatos son una forma contrarrevolucionaria y que ha dejado de ser históricamente progresiva con el declive tendencial del capitalismo después de la I Guerra Mundial, es la posición del comunismo de consejos. Pero García se equivoca por completo cuando pretende atribuir a los "consejos de fábrica" el papel de sustitutos de los sindicatos. Esta concepción de que una cosa ha de ser reemplazada por otra que cumpla un papel similar es propia de un pensamiento lineal y superficial, que funciona por analogía.
Lo que el comunismo de consejos plantea es que los sindicatos corresponden a la autoactividad de la clase obrera en su nivel y amplitud propias de su posición de clase dominada en la sociedad burguesa. Cuando su autoactividad de clase, movida por los antagonismos sociales objetivos, se ve impulsada hasta un nivel y extensión tales que se vuelven incompatibles con la existencia del capitalismo (o sea, hacia la autonomia consciente), entonces se genera por fuerza una situación revolucionaria y las formas anteriores del movimiento obrero se vuelven incompatibles con el movimiento real de la clase.
Quienes ven en las formas de organización una especie de espacio vacío a rellenar a voluntad y según la ideología en voga, esta gente no considera que lo determinante del carácter de una organización es la práctica y las relaciones sociales efectivas establecidas por, y entre, el conjunto de sus miembros -no un regulamiento organizativo por democrático que sea, ni unas orientaciones programáticas por radicales que sean-. Si una organización que se dice revolucionaria se nutre de elementos no revolucionarios, bien porque se equivoca de medios, bien porque no es capaz de impulsar su desarrollo en un sentido revolucionario-consciente, bien porque en realidad no aspira a una revolución, entonces esa organización tiene que acabar siendo, cada vez más, en la práctica una organización reformista. Y cuanto más se desarrolle, más se hará presente su verdadero carácter a todos los niveles de la vida de la organización: en la acción exterior, en sus planteamientos teóricos y en su vida interna. El resultado: reducción de la lucha de clases a la lucha por reformas, abandono del pensamiento revolucionario práctico por los discursos utopistas, burocratización (jerarquización por arriba, aborregamiento por abajo).
En otro comentario, el señor García nos ilustra con su sabiduría barata al afirmar que nosotros (en este caso, el compañero "Mattick") consideramos "toda acción coordinada de los trabajadores en el terreno de la lucha de clases concreta y diaria (sindicalismo, te pongas como te pongas) como reformista. Lo cual es lisa y simplemente falso. Todo avance en la condició obrera ha venido por ese camino. Y así continuará siendo."
Aquí tenemos la confirmación clara de nuestras críticas a los "sindicalistas revolucionarios". Resulta que, una vez nos situamos en el terreno de la práctica, afloran las verdaderas concepciones detrás de la ideología radical. Según García, lo que él quiere es sindicalismo revolucionario. Según su visión de la práctica, toda lucha de clases "concreta y diaria" es una lucha por reformas. Con semejante escisión entre la teoría y la práctica es imposible desarrollar una praxis revolucionaria individual y mucho menos desarrollar una organización de masas revolucionaria.
Pero, por si esto no fuese suficiente, García nos viene con que "La CNT fue la que hizo posible la revolución española. Y es la mejor manifestación de accionar autónomo de los trabajadores que ha existido por el momento." Según este individuo, resulta que las revoluciones las determinan las organizaciones, o, sería mejor decir, las dirigen. No es la clase la que desarrolla su conciencia. Son los revolucionarios los que difunden la "Idea" y luego la clase la asimila y la pone en práctica. Esto no es otra cosa que sustitucionismo ideológico, o sea, sustitucionismo "por las buenas" (libertad para elegir a los amos en función de su inteligencia).
También García nos ilustra con sus analogías entre el sindicato y los consejos obreros. Según él, "no necesariamente los consejos son autónomos, autogestionados e independientes. Al igual que los sindicatos." El señor García no sale de sus casillas mentales. Oye el término "consejismo" y se acuerda de la versión ideológica popularizada del mismo. No ve que el compañero Mattick, como yo, somos comunistas de consejos reales y no unos iluminados que ahora han descubierto la "verdad" en los escritos de Pannekoek. Nosotros hemos llegado al comunismo de consejos mediante nuestro propio desarrollo teórico autónomo y a partir de nuestra propia experiencia. No rendimos culto a la forma consejo. Además, por otro lado cualquiera debería entender que, cuando hablamos de "comunismo de consejos", nos referimos a que somos partidarios de la organización del poder proletario mediante consejos, pero solamente en tanto éstos se constituyen en un medio para el comunismo, sólo cuando son consejos obreros revolucionarios.
Siguiendo la corriente a otros comentaristas mal informados, el señor García aprovecha para arremeter contra nosotros por nuestras posiciones "antirreformistas", dejando caer que, como nos oponemos al reformismo, para nosotros es preferible no luchar por cambiar las condiciones laborales y de vida del proletariado. El señor García pretende hacernos pasar por ultrarrevolucionarios infantiles, insinuando que lo que pensamos es que "ya se sabe 'cuanto peor, mejor'. Sino, nos 'aburguesamos'."
Y continúa sus argumentos estúpidos por otros derroteros.
En primer lugar, la teoría de que "el capitalismo sólo dejará paso al socialismo cuando haya llegado al máximo de su desarrollo" ha quedado demostrada por el curso de la historia hasta hoy, a no ser, claro, que el señor Garcia considere la historia como un proceso conspirativo determinado por las luchas entre ideologías y organizaciones y no por la dinámica de la lucha de clases masiva, determinada por el desarrollo material de la sociedad -que es la base que determina, a su vez, la formación y el desarrollo de las ideologías y las organizaciones-. Desde la perspectiva de García, claro, se puede justificar la continua repetición de lo mismo hasta la saciedad, independientemente de las condiciones históricas, ya que el problema no es la efectividad transformadora de la práctica propia -que está limitada por las condiciones históricas totales-, sino la magnitud de las fuerzas ajenas -entre ellas el "marxismo"- que se oponen a la "práctica de la teoría" que García desea. Así se explica el estado actual del movimiento anarquista.
Más adelante, el "alquimista loco" plantea otra cuestión, citando el texto de Pannekoek "Para luchar contra el capital hay que luchar también contra el sindicato":
"Cuando los trabajadores empiezan a darse cuenta de que los sindicatos son incapaces de dirigir su lucha contra el capital, le tarea más inmediata es la de descubrir y aplicar nuevas formas de lucha (...); en este nuevo marco, los obreros deben encargarse ellos mismos de hacer propaganda, de extender el movimiento y de dirigir la acción." (he reducido la cita a lo necesario)
El "alquimista" se plantea: "¿Los sindicatos son incapaces de dirigir? ¿Y si el propósito de un sindicato concreto es ser una herramienta dirigida por sus trabajadores, y no al revés?
¿No se pueden reunir los trabajadores bajo el nombre de sindicato para hacer la huelga salvaje? ¿Ni para dirigir la acción directa? Veo más incompatibilidad a título nominal que a nivel de praxis."
De hecho, puede haber, excepcionalmente, huelgas salvajes dirigidas por sindicatos. Pero esto no es esencial para entender el problema sindical. La cuestión de si los sindicatos dirigen a la clase obrera o son dirigidos por ella no se determina por el "propósito" teórico que los sindicatos se dan a sí mismos, sino por su "propósito" práctico -que hasta cierto punto es inconsciente (al menos, inconsciente de sus limitaciones, que sólo se pueden descubrir en el curso de la práctica histórica, como las de cualquier teoría)-. Y ocurre que la motivación práctica puede estar en contradicción con la teoría. La gente se hace ilusiones sobre su propia actividad real y atribuye a prácticas reformistas una trascendencia revolucionaria. De este modo, la historia del viejo movimiento obrero es la historia de las desilusiones revolucionarias y de la afirmación del reformismo. Y la CNT, que es parte de ese movimiento, no es una excepción. Simplemente, sus contradicciones no se han desarrollado al nivel en que lo han hecho en los sindicatos más grandes.
García sigue la corriente al "alquimista" afirmando que toda la confusión se debe a que "los consejistas tienen la concepción de que un sindicato es siempre un ente heterogestionado. Niegan así los hechos."
Sí, efectivamente, nosotros tenemos esa concepción, sólo que nosotros no hablamos de "heterogestión" en oposición a "autogestión", sino de un proceso de alienación en el que las creaciones de la clase obrera se convierten, a través del desarrollo de su actividad colectiva, en fuerzas autonomizadas que se le oponen y le son hostiles. La naturaleza de este proceso es lo que hay que clarificar, porque los "hechos" carecen de significación para interpretar los procesos históricos; sólo en su sucesión e interrelación histórica los hechos de cada momento pueden adquirir significación. Al no considerar el problema desde el punto de vista del desarrollo histórico de las organizaciones obreras, García, como la mayoría de los anarquistas, tiene que acabar por atribuir los errores y traiciones en su propio movimiento a la casualidad, a la malicia personal, o a la ignorancia, en lugar de ver que la historia de la CNT demuestra que no es ajena a ninguna de las tendencias que existen en los demás sindicatos y que, además, se ha demostrado que la democracia directa no es suficiente para impedirlo.
Para profundizar en este tema es recomendable el artículo de Helmut Wagner "El anarquismo y la revolución española", de 1939, publicado en el libro "Expectativas fallidas", editado hace algunos años en el Estado español. La burocratización y degeneración reformista de la CNT durante la guerra civil no fue algo casual, y, efectivamente, tuvo su base de masas en el proletariado mismo -la burocracia no es un ente realmente independiente de su base social-; pero lo importante es que demuestra que todas las convicciones libertarias no van a frenar las tendencias prácticas creadas por las formas de organización junto con su correspondiente forma de conciencia y de lucha. O sea, nosotros no entendemos el problema de las formas de organización como separable del estadio de desarrollo general del movimiento obrero, sino, al revés, como expresión del mismo, aunque también vemos que, llegado a un punto, lo que era una fuente de impulso a su desarrollo reformista se convierte en una traba a la revolución y se opone a los intereses del proletariado mismo.
-- II --
Más adelante, el señor García nos revela que su falta de perspectiva histórica la resuelve él con una filosofía evolucionista y gradualista: "siempre estamos (siempre hemos estado) en periodo de transición hacia la sociedad de l@s trabajador@s libres asociad@s, hacia la sociedad autogestionaria."
De este modo: "No hay un "gran día" que acabe abruptamente con la dominación.
Sí períodos de evolución más rápida, períodos de evolución más lenta, períodos de retrocesos.
Sí pequeñas o grandes conquistas que derriban obstáculos, que ponen cimientos, que le abren paso a la libertad colectiva. Una libertad siempre inestable que hay que defender del retroceso. Y buscar siempre llegar más lejos, abriendo los caminos que conducen a una vida mejor. Tarea sin fin."
Con esta repetición de las doctrinas reformistas el señor Garcia nos vuelve a demostrar la verdadera naturaleza de su pensamiento práctico. Según él, la lucha por reformas conduce por sí misma a la revolución social, sólo hace falta la ideología anarquista para conducirla a allí. El problema no es, pues, el contenido mismo de la lucha obrera, de la autoactividad de la clase en un sentido amplio (acción, pensamiento, organización), sino la "dirección". Mientras la revolución no llegue, García ya tiene clara su tarea: luchar contra los enemigos de la clase obrera. Pero esto no es más que sentimentalismo romántico; la clase obrera se sabe defender, y sólo puede defenderse, por sí misma; la función de l@s revolucionari@s conscientes no es luchar contra sus enemigos, sino esforzarse por impulsar y acelerar el desarrollo de esa autoactividad de la clase mediante la propaganda constructiva, mediante su difunsión y entrega a la discusión entre l@s trabajadores/as para contribuir a la autoclarificación y autodirección de la clase.
Como intelectualillo político vulgar, Garcia quiere coronar su demostración de conocimiento histórico con una frase lapidaria: "No hay meta, sólo camino". En realidad, esta afirmación recuerda mucho a la del socialdemócrata netamente colaboracionista Bernstein: "El movimiento lo es todo".
Sin objetivo tampoco hay principios, sin objetivo los principios se difuminan y los medios se convierten en una falsedad. Las organizaciones obreras sólo pueden ser revolucionarias si sus principios constitutivos prácticos y toda su autoactividad es, al menos en lo fundamental, revolucionaria. La afirmación de García es una síntesis de la ideología anarcosindicalista: "democracia directa+acción directa+lucha por reformas" = "actividad revolucionaria".
Toda la confusión de este debate se produce porque, efectivamente, se distute la significación práctica del sindicalismo y, por ello, del concepto "sindicato" como categoría histórica de la organización obrera, y poco de esto se ha aclarado con las diversas intervenciones. No obstante, hay que decir que la confusión al respecto es más una confusión propia del anarcosindicalismo. Es el anarcosindicalismo el único que cree que un sindicato puede ser otra cosa, por sí mismo, que una organización reformista.
Pero la confusión de fondo queda más claramente formulada por M. García cuando critica al compañero "Mattick" afirmando que: "Si la CNT no era más que un instrumento del pueblo trabajador, en lo que estoy de acuerdo ¿cómo pudo ésta traicionar a los trabajadores? ¿o los trabajadores se traicionaron a sí mismos?". Pues en esta paradoja aparente reside el secreto de la alienación. Igual que es el trabajo el que produce el capital, es la actividad productiva del obrero lo que crea tanto la relación social económica como su producto resultante, del mismo modo es la actividad alienada del proletariado en la lucha de clases la que convierte sus productos (sus organizaciones, sus realizaciones) en entes "hererónomos", con una existencia independiente de su voluntad.
En realidad, por supuesto, las organizaciones obreras no pueden nunca ser absolutamente independientes de la clase; en todo caso, pueden pasar a ser organizaciones de la clase enemiga, una vez se integran completamente en el capitalismo (integración a nivel económico y no sólo político o ideológico-jurídico).
-- III --
Los sindicatos toman el capitalismo, la explotación obrera, la condición obrera, como un hecho dado. Este es, pues, su principio práctico, real, y por eso se trata de organizaciones de naturaleza burguesa -en el sentido de que pertenecen a la sociedad burguesa y son expresión de la existencia alienada de la clase dentro de ella-. Este principio práctico e histórico tiene, necesariamente, que entrar en contradicción con cualquier pretensión de suprimir el capitalismo.
Las organizaciones realmente revolucionarias tienen que partir de la negación de la sociedad burguesa, pues el peso de la dominación espiritual que ésta ejerce sobre el proletariado (el peso de las relaciones sociales y de la tradición que lo alienan y oprimen, y particularmente el peso de los poderes e ideologias de la clase dominante) no puede superarse mediante la "autogestión" de las organizaciones obreras ni mediante la creación de "espacios de libertad", sino sólo mediante el despligue de la autoactividad masiva de la clase en la lucha. Para ello se requiere de la democracia directa, de la iniciativa desde abajo, de la lucha contra el autoritarismo, pero esto no es suficiente. Y al decir que esto no es suficiente debe entenderse de modo dialéctico: no es condición suficiente ni para permitir el desarrollo de esa autoactividad ni para su propio mantenimiento.
Es el compromiso consciente, fruto de la maduración histórica de l@s proletari@s a través de la lucha de clases, con la participación organizada, el sentimiento activo de comunidad, la conciencia de las propias capacidades transformadoras latentes, lo que hace posible que se desarrollen formas revolucionarias de organización, que, aún así, dependen para adquirir una extensión de masas de que su necesidad se haya hecho inmediata para la clase en general.
Los sindicatos, incluso los revolucionarios, no parten de ese compromiso activo y consciente como condición para ser miembro, pues toda su ideologia es funcional al sistema y se basa en la negociación. Su objetivo es ganar las fuerzas necesarias para lograr mejoras inmediatas y eso mismo constituye el criterio de la afiliación sindical, por mucho que, como en el caso de la CNT, cuando existe una separación entre la ideologia del sindicato y la conciencia de las masas, la organización sindical tenga que recurrir a la táctica de orientarse a ganar la afiliación de los sectores más próximos a sus concepciones sindicales particulares. Además, la elevada ideologización de la CNT actual, que crea la apariencia de que las convicciones ideológicas tienen un peso determinante en el curso del desarrollo de la organización, es un producto, por un lado, de su aislamiento en un contexto de regresión del movimiento de clase (al que la CNT no ha sabido responder), y por otro un instrumento necesario para diferenciarse y competir con los otros sindicatos.
El agrupamiento indiscriminado de la clase obrera en los sindicatos no sirve para que la clase se desarrolle como sujeto revolucionario sino, al contrario, para adormecerla en la lucha por reformas y mantenerla encerrada en el cuadro del capitalismo. No sirve para potenciar realmente la participación consciente y organizada, a menos que la misma nazca ya de una maduración previa, independiente del sindicato, lo cual es siempre un proceso minoritario salvo en el marco de un ascenso revolucionario de la lucha de clases.
Si para algo sirve la organización desde el punto de vista del desarrollo subjetivo, es para impulsar el desarrollo de la conciencia de clase a través de la cooperación colectiva y libre. Pero esto no es posible cuando los sujetos que se afilian son pasivos -y a esta actitud les inducen todas las fuerzas de su vida ordinaria como esclavos asalariados-. El salto a la autoactividad consciente de la clase obrera, que en un principio puede llevar a la formación de nuevos sindicatos más radicales o a la afiliación a los mismos, se diluye luego dentro de esos sindicatos, porque estos -como ninguna forma de organización por sí misma- no pueden alterar las tendencias subjetivas del proletariado dentro de la sociedad capitalista. La única solución es crear organizaciones de nuevo tipo sobre el principio de la cooperación consciente y autoorganizada como algo irrenunciable y cotidiano para tod@s, e impulsar a su vez el desarrollo de la lucha de clases para que nuevos sectores de la clase se unan a esas nuevas organizaciones.
Entonces se reconoce abiertamente que el desarrollo de la organización revolucionaria es un producto de la lucha de clases y no de la propaganda ideológica, en lugar de pretender crecer a toda costa y sin criterios firmes. En esta elección por una opción u otra se pueden reconocer las prioridades prácticas que están en juego detrás de las posiciones enfrentadas en este debate.
Donde la participación es una opción y no un deber lo que hay es democracia burguesa, no democracia proletaria, y esto vale tanto para las organizaciones obreras como para la organización política de la sociedad. Ya lo decían en la AIT original: "No más deberes sin derechos, no más derechos sin deberes".
La cuestión es, pues: o organización militante basada en los principios prácticos de la cooperación revolucionaria, o agrupamiento indiscriminado basado en los principios prácticos del capitalismo. Y lo mismo que hablamos a respecto de la forma de organización vale también para la práctica. No se puede aceptar la organización capitalista del trabajo y organizarse por empresas -entes jurídicos-, ramos industriales -identidad de oficio-, Estados, etc.. Ni plantearse negociar con los capitalistas, sino luchar hasta la imposición de las reivindicaciones o hasta que el capital ceda lo suficiente valorando la correlación de fuerzas, buscando siempre la mayor extensión de la lucha independientemente de los marcos de negociación, uniendo abiertamente la lucha inmediata a la lucha por la revolución proletaria, impulsando la formación de órganos de contrapoder frente a la patronal y al Estado. De todo esto los anarcosindicalistas o no saben, o no quieren saber, y si alguna vez llegaron a estas prácticas no constituyen, desde luego, algo irrenunciable para ellos, sino que dependen de la "dirección", o sea, en la práctica, de la minoría que tiene el poder moral para dirigir a la mayoria inerte.
Nada de esto se resuelve sólo con asambleas y acción directa, pero tampoco simplemente sumandoles "ideologia revolucionaria", "dirección revolucionaria", etc.. Las asambleas de aborregad@s no son una expresión de la democracia obrera mejor que el delegacionismo convencional. En la práctica, no es la mayoria la que tiene la soberania y dirige, sino una minoria, que además no ha sido elegida (lo cual sería, al menos, un signo de autoactividad de las bases). De ahí a la consolidación, en la práctica, de una burocracia, pues esa minoria tiende entonces a monopolizar la organización, sólo hay un paso.
-- IV --
De cualquier modo, otro compañero trotskista responde muy concretamente a las posiciones de García cuando dice:
"Al pueblo trabajador anarquista no le interesaba entrar en el gobierno burgués español, a la burocracia reformista de la CNT sí.
El pueblo trabajador levantó barricadas contra el regimen burgues-republicano, la burocracia de la CNT mandó quitarlas." (OBR3RO 1NT3RN4CION4LIST4)
La respuesta de García no tiene desperdicio: "En todo caso, era ese mismo pueblo trabajador el que tenía que haberlo manifestado, desautorizando a los comités que se estaban extralimitando en sus funciones."
O sea, si hay burocracia, es culpa de l@s proletari@s. Todo se resuelve con las decisiones asamblearias... y así hasta el ridículo. Pero sigue: "El fallo no fue ser anarquistas ante la guerra y la revolución, sino no serlo lo suficiente. Por tanto, quien quiera cargar en el debe del anarquismo o el anarcosindicalismo las desviaciones y errores de sus organizaciones durante el periodo, debería comenzar reconociendo que vienieron provocados, precisamente, por olvidar las lecciones que el movimiento obrero independiente había venido asimilando desde tiempos de la Primera Internacional, con la lucha frente al autoritarismo y centralismo de Carlos Marx y sus acólitos".
O sea, para García la teoría abstracta puede separarse de los errores y desviaciones de la práctica real. Nada hay de relación directa entre el pretendido sindicalismo revolucionario y su versión del anarquismo y esas desviaciones y errores. Es la misma teoría que la burocracia sindical "de izquierda" utiliza contra los sindicatos mayoritarios: los últimos son los "traidores", los primeros los "defensores" de la clase obrera. Y con la mistificación de los procesos de degeneración de los sindicatos como debidos a causas externas o, al menos, a causas no inherentes a los sindicatos mismos, queda encubierta la naturaleza burguesa del sindicalismo. Por otra parte, resulta que García resuelve todo el problema en la cuestión del autoritarismo: ¡la culpa del fracaso de una revolución es la intervención de fuerzas "autoritarias"!. Francamente ridículo hasta vomitar.
La cosa no mejora mucho cuando García responde a mi intervención en el foro, que precisamente se orientó a poner en claro qué contraponemos los comunistas de consejos a los sindicatos (a parte, naturalmente, de las formas asamblearias y autónomas creadas para la lucha inmediata).
En primer lugar, dice García que ha habido sindicatos revolucionarios. ¿Cuales? Ya sabemos lo que nos contestará. García no sabe distinguir entre lo ideológico y lo práctico. Para él un sindicato revolucionario es un sindicato que sostiene y predica una ideologia revolucionaria y se esfuerza por llevarla a la práctica. No ve que la práctica sindical misma está en contradicción con el objetivo revolucionario, no porque mejore las condiciones de existencia de la clase obrera, sino porque sirve para integrarla mejor en el capitalismo. Porque el sindicalismo funciona como un mecanismo de autorregulación del sistema al actuar sobre el precio de la fuerza de trabajo. En esto mismo reside el interés del capital por controlar los sindicatos, tanto más cuanto mayor sea el poder de los mismos sobre la economía del país.
Pero, en sentido estricto, puede decirse que García tiene razón en algo: una organización que sostiene y predica una ideologia revolucionaria, o bien es también revolucionaria, o tampoco lo es su ideología. Y, evidentemente, de la crítica del sindicalismo se deduce que cualquiera que apoye el sindicalismo como tal está introduciendo una concepción reformista en el pensamiento revolucionario. Pero este problema es algo natural en la historia del movimiento proletario. El pensamiento revolucionario no es algo estancado, formulado de una vez por todas. Sólo puede existir como algo vivo y en desarrollo permanente, no sólo de modo lineal, sino también mediante saltos y especialmente a través de rupturas. Sólo siguiendo este proceso complejo el pensamiento revolucionario se libera de la conciencia dominante y, por tanto, del reformismo, y se eleva a la comprensión concreta de cómo realizar el comunismo. Pero para García su anarquismo ya está acabado. Sólo hay que aplicarlo. Todo lo más quedarán por desarrollar cuestiones "secundarias". Entonces, atacar su medio, la CNT y el anarcosindicalismo, es atacar el centro de su forma de pensar: García piensa, sin saberlo, como un burócrata, para el cual la organización lo es todo, los principios son sólo una moralidad interna y las finalidades últimas un recuerdo mitológico.
García no es capaz de ver que las Uniones Obreras alemanas no tienen nada que ver con una organización compuesta por "revolucionarios convencidos" tal y como García la entiende. El compromiso con derrocar el capitalismo no significa tener una conciencia revolucionaria concreta, significa lo que significa y punto. Evidentemente, siempre tiende a implicar una serie de líneas generales de lo que será la revolución proletaria, pero nada más y sin que ello sea esencial. Es García quien interpreta mis afirmaciones en el sentido de que lo más importante es la conciencia y, por consiguiente, la organización compuesta por comunistas convencidos (esto, por otra parte, fue así en la experiencia de las AAUD alemanas, pero sólo porque nacieron y se desarrollaron ya dentro de un proceso revolucionario abierto; no hubiese sido así si la maduración y autoactividad de la clase se encontrasen a un nivel mucho más bajo).
Lo que hay que destacar de la experiencia de las Uniones Obreras alemanas es que no eran uniones creadas para defender los intereses laborales, sino uniones creadas explícitamente para luchar por el poder de los consejos obreros. Su actividad diaria no consistía en luchar por reformas, sino en luchar por la revolución proletaria en curso. Esta finalidad determinaba su carácter y, por ello, no eran organizaciones apolíticas ni toleraban la afiliación indiscriminada. Tampoco, como insinúa García más adelante, tienen que ver con la experiencia de la Federación Obrera Regional Argentina (FORA), pues no eran uniones basadas en una comunidad de ideología, sino en una comunidad de lucha práctica por la revolución que estaba desarrollándose en esos momentos.
-- V --
García da muestras de su enorme falta de conciencia de clase práctica cuando nos ilustra con su mediocridad reformista: "Un sindicato es una agrupación de trabajadores para luchar por sus intereses de clase. Si se transforma en un ente burocrático y al margen de la vida real de la clase, es otra historia.", responde a la necesidad de "Unir mediante vínculos de clase a l@s trabajador@s para luchar frente a la patronal."
García diferencia entre intereses y vínculos de clase y "creencias socio-políticas". ¿Acaso el pensamiento político no tiene también un carácter de clase? ¿Acaso los "intereses de clase" tal y como se formulan en los sindicatos no implican una forma de pensamiento determinada que debe ser compartida -en teoría- por sus afiliad@s?
Por otra parte, ante la crítica de la forma indiscriminada de afiliación, García reacciona como ante algo inverosimil y se convierte en un apologeta de la unidad por la unidad. Sin embargo, quienes piensan que la unidad de la clase obrera puede construirse gracias a los sindicatos, y únicamente gracias a la lucha y la maduración del conjunto de la clase -para cuyo desarrollo los sindicatos no son ni mucho menos indispensables-, lo que demuestran con esta posición es su incapacidad para ir más allá de la vieja ideología reformista, que hace de la unidad de los sindicatos su estandarte y, es más, reduce la unidad de la clase obrera a una unidad de los sindicatos -lo que en la práctica acaba siendo una unidad o bloque reformista contra la lucha de clase radical y finalmente contra la revolución-.
Cuando García responde a la crítica de la negociación, él intenta presentarla como una crítica a l@s trabajadores/as que luchan por mejorar sus condiciones de existencia, en lugar de rebatirla como tal. Su propia definición del sindicalismo es una descripción, no una definición: el sindicalismo no es un conjunto de métodos de lucha o prácticas obreras universales, como la solidaridad, la coordinación, la huelga, etc., sino una forma determinada de las mismas. En realidad, Garcia subsume todo bajo el concepto de sindicato, hasta la idea de los consejos obreros. Pero es natural: la CNT tampoco fue capaz de diferenciar entre los comités antifascistas y sindicales en los que se integraban organizaciones burguesas y se repartían los puestos entre las organizaciones, y los comités y consejos obreros elegidos directamente y concebidos como expresión de la voluntad de la base (que es lo que han sido originalmente allí donde han surgido espontaneamente, que no fue el caso del Estado español).
Otra necedad reformista de García la encontramos en lo siguiente: "un sindicato que de verdad lo sea, no delega en nadie las luchas y las lleva hasta donde sus fuerzas y el nivel de conciencia y de cohesión de clase lo permiten. En condiciones como las actuales sule tratarse de luchas durísimas, extremadamente largas y penosas."
García piensa aquí como un dirigente que debe determinar cual es el mejor modo de llevar una lucha. Cuando dice "un sindicato... no delega en nadie las luchas" está expresando, inconscientemente, su verdadero pensamiento práctico, más allá de los argumentos abstractos en que todo puede difuminarse. En realidad, Garcia piensa que el sindicato, los dirigentes sindicales -o, si se quiere, las secciones sindicales "asamblearias"-, tienen que dirigir las luchas del conjunto de la clase, en nombre de su mayor conocimiento o lo que sea, y de este modo plantea que las luchas deben desarrollarse hasta donde sus fuerzas, conciencia y cohesión de clase lo permitan. Pues nosotros afirmamos justamente lo contrario: la fuerza, la conciencia y la cohesión de clase se desarrollan mediante la lucha y no meramente antes de la lucha; es necesario, entonces, impulsarlas más allá de sus limites preexistentes mediante métodos de lucha, actividades de discusión y formación, buscar la extensión de la lucha. Esta es la tarea de los sectores avanzados de la clase, no dirigir a sus compañer@s. Y a nosotros nos la suda si se trata de dirigir mediante formas de autoridad explícitas o mediante el recurso de la "autoridad moral" -o sea, apoyándose en la inferioridad de conciencia de los otros para que acepten de buena gana sus directrices (¡¡¡pero, por supuesto, aprovándolas asambleariamente!!!). Alguien que sólo quiere luchar a partir de las condiciones dadas sólo puede, en la práctica, ser un reformista. Lo que hay que hacer, en cambio, es luchar de tal modo que se creen nuevas condiciones de partida radicalmente distintas, revolucionarias.
Lo que el anarcosindicalismo aporta a la clase obrera es una nueva mistificación de sus problemas actuales. No es diferente de los demás "sindicatos de izquierda", que vienen a recuperar a l@s obrer@s que abandonan los sindicatos, cansados de sus traiciones.
La clase obrera no ha necesitado de los anarcosindicalistas para aprender la democracia y la acción directas, ni para recharzar los partidismos y la burocracia. Ha sido su maduración histórica la que lo ha logrado. Lo que el anarcosindicalismo hace, a estas alturas, no es impulsar estas prácticas, sino más bien mistificarlas como panaceas que resolverían todos los problemas. En el fondo, recuperan esas prácticas para convertirlas en su fuente de legitimidad ante la clase como alternativa sindical, lo cual nada tiene que ver con la revolución sino con la competencia con el resto de sindicatos.
Luego, García sale con sus balbuceos sobre los "partidos encubiertos". Lo que yo digo es que, en lo esencial, las organizaciones anarquistas específicas no son otra cosa que partidos, esto es, grupos ideológicos que luchar por autoridad sobre la clase, en este caso en forma moral y no en forma jerárquica. No se dan cuenta de que ambas formas de autoridad son las dos caras de la misma moneda, y que una engendra a la otra. Todo esto nada tiene que ver con las disputas de la I Internacional, pero García no se entera. Así afirma que, según mi razonamiento, los grupos comunistas consejistas serían también "partidos encubiertos". Pero esto no es así.
Nuestra concepción del papel de los grupos revolucionarios no es ganar ninguna forma de autoridad sobre la clase obrera, sino ayudarle en su reflexión sobre su propia experiencia e impulsarla a la lucha. Se trata de grupos de opinión que mantienen vivo el pensamiento revolucionario, que lo difunden y desarrollan adaptandose a las condiciones históricas y al curso de la lucha de clases, no de grupos creados en torno a una ideologia.
Su propaganda persigue contribuir a la autoclarificación de la clase, no ganar adeptos a sus ideas. Ellos son los primeros dispuestos a aprender de la clase obrera, de su capacidad creativa revolucionaria, y de hecho esta es su base permanente. Basan sus análisis en la experiencia história de la clase y su forma de pensamiento es el resultado de esta comprensión, siempre sujeta a la prueba del curso subsiguiente de la historia. Nada de esto se encuentra en los grupos de afinidad anarquistas en general, pues su propia definición como "grupos de afinidad", organización "específica", no hace más que declarar su verdadero principio práctico: la comunidad de ideología, no la comunidad de trabajo para el desarrollo de la conciencia de clase revolucionaria.
Roi Ferreiro, 15.08.05
- chief salamander
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- Ubicación: Home is where your heart is: en busca del Tercer Ornitorrinco
Escogido al azar como quien pone el dedo en un versículo de la Biblia:
Menuda ayuda al debate.
EDIT: vaya, parece que en el prólogo de la sarta de insultos y descalificaciones avisa de que no va a ser objetivo.
Rectifico pues.
¿Todo el resumen es así de objetivo?García da muestras de su enorme falta de conciencia de clase práctica cuando nos ilustra con su mediocridad reformista
Menuda ayuda al debate.
EDIT: vaya, parece que en el prólogo de la sarta de insultos y descalificaciones avisa de que no va a ser objetivo.
Rectifico pues.
a "faji tisztátalanság" határozottan jótékony hatású...
decididamente, la "impureza racial" tiene un efecto benéfico...
(bartók 1942)
decididamente, la "impureza racial" tiene un efecto benéfico...
(bartók 1942)
- Alquimista loco
- Mensajes: 2317
- Registrado: 23 Feb 2005, 17:41
¿Quién dijo heterogestión versus autogestión? La tergiversación de mis palabras no es buena herramienta para convencerme de nada.

La autonomía y la heteronomía moral o de gestión nada tienen que ver con el simple hecho de que bajo la palabra sindicato pueden existir cosas diametralmente opuestas, debido a la mencionada variedad de posibilidades de funcionamiento. Punto.
No por mucho madrugar verás a las vacas en camisón.

La autonomía y la heteronomía moral o de gestión nada tienen que ver con el simple hecho de que bajo la palabra sindicato pueden existir cosas diametralmente opuestas, debido a la mencionada variedad de posibilidades de funcionamiento. Punto.
No por mucho madrugar verás a las vacas en camisón.