La Enfermedad Como Arma

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Xell
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La Enfermedad Como Arma

Mensaje por Xell » 28 Abr 2014, 13:25

SPK
Patientenfront/Sozialistisches Patientenkollektiv(H)
http://www.spkpfh.de/
http://www.spkpfh.de/index_spain.html

acceso auténtico a la práctica y los contenidos del SPK: enfermedad como arma del conocimiento y del cambio, como arma ofensiva contra el poder médico, por consiguiente contra todo poder.

El SPK, en desarrollo ya desde 1965, se presentó al público por primera vez en febrero de 1970. La característica distintiva del SPK con respecto a otros grupos que tienen que ver algo con enfermedad es, que el SPK hasta hoy es el único colectivo a favor de la enfermedad: En las condiciones reinantes que están totalmente bajo la responsabilidad de la clase médica, es decir la clase iatrocapitalista, todos están enfermos, sin excepción alguna. Todos tienen que hacer de por sí de la enfermedad un arma, un arma de la clase de pacientes contra la clase iatrocapitalista. Esta no es una cuestión de opinión sino una cuestión de supervivencia, formando la todavía no existente especie humana cuyo secreto es la enfermedad.

Con esto queda claro que el SPK no tiene nada que ver ni con la antipsiquiatría ni con intentos de mejorar la medicina, ni con tentativas de recuperación camuflada bajo la apelación a los Derechos humanos, ni con los ideologismos de la psicosomática ni con sociologismos, ni con un así llamado socialismo internacional y también español (Felipismo) que entrega a todos y a todo al médico, su Dios. El SPK, existiendo continuamente y sin interrupción, luchando y desarrollándose hasta hoy día, ha estado siempre a favor de la enfermedad y contra toda terapia.


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Colectivo Socialista de Pacientes (Sozialistisches Patientenkollektiv), “Haz de tu enfermedad un arma”
http://lahorca.cl/2013/10/08/sozialisti ... kollektiv/

Wolfang Huber trabajaba en el hospital psiquíatrico de la Universidad de Heidelberg desde 1964. Siendo científico y psiquiatra, este hombre se tomaba muy en serio la pretensión de “hacer ciencia para los humanos”, pero asumía esta máxima como una labor social: Huber solía destacarse entre sus pacientes, porque sin ninguna reserva los atendía con toda disposición, utilizando todas sus habilidades y el equipo material que celosamente ocultaba la clínica universitaria.

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Hospital Psiquiatrico de Heidelberg

Gracias a lo comprometido que estaba , el doctor Huber estimuló exitosamente una situación donde sus pacientes dejaban de verse así mismos como objetos. Bajo esta perspectiva de “ciencia para los enfermos”, los pacientes de Huber manifestaban no ser conejillos de indias sacrificados en pos del prestigio académico y los beneficios de la investigación científica. Objetivos que suelen ser orgullosamente defendidos por muchas casas de estudio.

Con el tiempo, la adherencia que había en los pasillos hacia la visión de Huber, se convirtió en un paradigma político que chocaba con los mecanismos de opresión promulgados por la propia clínica universitaria.

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Por aquellos años de 1965, la clínica psiquiátrica de Heidelberg había tocado fondo: la administración del hospital deseaba la ocupación total de las camas y los cuartos; mientras que los pacientes eran rechazados de forma masiva. Para desalojar a estos enfermos sólo hacía falta una orden arbitraria del médico que estuviese de turno y se decía que el destino de los enfermos dependía del ánimo que tuviese el doctor tratante.

El conflicto se hizo evidente cuando Huber fue sancionado (con amenaza de despido) por la dirección de la Universidad, pues se negaba a colaborar con el resto del Departamento de Psiquiatría. Esto conllevó a una protesta masiva del grupo de terapia de los pacientes de Huber, quienes tomaron los espacios de la administración de la Universidad e iniciaron una huelga de hambre. Mientras esta transcurría, Huber advirtió al Director que algunos de los pacientes (con severos problemas psiquíatricos) querían suicidarse. El Director reinstaló a Huber, le dio paga completa de su sueldo de la suspensión y le asignó cuatro salas para los pacientes durante un año completo.

Aquella circunstancia permitió la organización formal de los sublevados, y en consecuencia la fundación de “El Colectivo Socialista de Pacientes”, Sozialistisches Patientenkollektiv (SPK, por sus siglas en alemán). En él se agruparon 4 médicos (incluyendo al propio Huber y su esposa), y 40 ex pacientes del hospital. El SPK utilizó el espacio que había quedado bajo las órdenes de Huber para la “terapia política”, que re-definía la enfermedad como una contradicción causada por el capitalismo, la cual podía ser abrazada para acabar el sistema que le había dado vida.

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Logo Oficial

El SPK establecía que los enfermos formaban una clase revolucionaria de personas desposeídas, que podían ser radicalizadas para luchar contra la opresión. Antes que las clases socioeconómicas, este colectivo se organizaba en torno a las enfermedades. Aquél factor permitió la inclusión de muchos estudiantes izquierdistas de clase media, quienes articularon sus propios sentimientos sobre la opresión física y política; a la vez que luchaban contra el status quo en su propio derecho, solidarizando con otros grupos de persona oprimidas. De acuerdo al SPK, las enfermedades tenían la ventaja de ser familiares para todos, entonces toda persona era un potencial revolucionario mientras renegara de la ideología medicinal imperante.

Como otros experimentos antipsiquiátricos en la historia, el SPK cuestionaba el paradigma del paciente/doctor, hasta que finalmente el grupo hizo el llamado de derrocar a la “clase de los doctores”.

Dentro de sus actividades, el colectivo producía panfletos y sostenía charlas, al punto de que la propia universidad estudió reconocer al SPK como parte de la institución. El SPK conducía “agitaciones” que se dividían en “solitarias” (acciones individuales) o “agitaciones grupales” (acciones colectivas), y trabajaban desde la 9 am hasta las 10 pm. Su lema y bandera de lucha era: “haz de tu enfermedad un arma”.

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Sin embargo el experimento SPK, recibía críticas de muchos sectores, tanto en la Universidad de Heidelberg como en la propia clínica psiquiátrica. El conservadurismo no veía con buenos ojos esta revolución de locos y enfermos. un tal profesor Hafner declaró:” en el SPK hay más mentalidad de sectarios o de cruzada medieval que psiquiatría moderna.”


De pronto, los aportes monetarios al colectivo y el uso del espacio común se vieron amenazados. A pesar de la oposición que existía al SPK, en el otoño de 1970 , la Universidad convocó a un panel de 3 expertos que recomendaron institucionalizar el colectivo dentro de la universidad de Heidelberg. Para contrarrestar esta sugerencia, la facultad de medicina en Heidelberg (donde estaban los principales enemigos del SPK) pidió el establecimiento de una contraparte, que resultó en un panel de 3 críticos. El ministro encargado de hacer el juicio sobre los dos paneles, terminó inclinándose hacia la opinión de los críticos. Los fondos que sustentaban los trabajos del colectivo fueron cortados y el grupo fue expulsado del campus universitario.

La decisión provocó un enfrentamiento abierto entre el SPK y la Universidad, lo que llevó a una “toma” del campus y atrajo la atención de una audiencia más amplia, incluyendo a la hipervigilante policía de la Alemania Federal, que andaba a la caza de cualquier grupo radical de izquierda. Finalmente el colectivo debió abandonar la universidad para retirarse a los hogares de sus propios miembros.


El 24 de junio de 1971, un misterioso tiroteo en la estación de policía de Heidelberg fue atribuido al Baader-Meinhof (la famosa “Fracción del Ejército Rojo”, un grupo guerrillero armado alemán) y bajo esa débil presunción, comenzaron a allanar los domicilios de los miembros del SPK, a quienes se les atribuía un vínculo con los guerrilleros, por mero consenso ideológico. La tarea de encontrar al o los tiradores, fue encomendada a trescientos cincuenta policías.

En su mejor momento, el SPK contaba con 500 miembros. El 21 de julio de 1971, siete de ellos fueron arrestados durante las redadas, incluyendo el Dr. Huber y su esposa Ursula Schaefer . En una primera instancia el SPK fue falsamente vinculado al grupo Baader-Meinhof, pero nunca se logró comprobar esta presunción. A ninguno de los pacientes del SPK, se les pudo condenar por el supuesto vínculo con la guerrilla alemana. Durante sus declaraciones en la corte, los detenidos evidenciaron con su testimonio la brutalidad utilizada por la policía, las irregularidades legales y un sinfín de abusos que rodearon el caso. Además, los imputados acusaron “una campaña de desinformación hacia el SPK por su posiciones revolucionarias” y “la criminalización de la organización, como parte de una persecución política”.

La retórica del gobierno alemán denunciando al SPK de estar comprometido en actividades terroristas, resucitó después de la detención de uno de sus miembros, Kristina Berster, quien trató de entrar ilegalmente en los Estados Unidos desde Canadá, pidiendo asilo y protección al gobierno norteamericano por las operaciones de contraterrorismo que hacía la Alemania Occidental. Berster posteriormente fue absuelta de todos los cargos de conspiración por los que se le acusaba. Según Berster, “el único propósito de Sozialistisches Patientenkollektiv era averiguar por qué las personas se sienten solas, deprimidas y aisladas y las circunstancias que causan estos problemas”.

Incluso antes de la detención de Wolfang Huber en 1971 (que estuvo un año y medio en prisión junto a su esposa), el SPK se había “autodisuelto” para proteger a los pacientes que estaban siendo vorazmente buscados por la policía.

Actualmente, los trabajos del colectivo aún siguen siendo difundidos como literatura formal. Mientras tanto, la bandera antisistémica de los enfermos todavía aguarda debajo de cada camilla y algún día ondeará en todo hospital, cuando la propia salud se libere de su enfermedad: el capitalismo.

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Re: La Enfermedad Como Arma

Mensaje por Xell » 28 Abr 2014, 13:55

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Los clanes de la luna Alfana
Philip K. Dick (1964)
reseña: http://rescepto.wordpress.com/2010/03/2 ... na-alfana/

Dick en estado puro.

En principio, no haría falta más para reseñar “Los clanes de la luna alfana” (“Clans of the alphane moon”, Phillip K. Dick, 1964). Sin embargo, supongo que algo más tendré que escribir, por eso de no cargarme la media de palabras por entrada.

Entre las obsesiones de PKD, es la locura la que toma el papel protagonista, aunque ni mucho menos excluyente, en esta novela (la primera de un muy prolífico, literariamente, año 1964, durante el cual concluyó media docena). La acción se va alternando entre la Tierra (Terra) y la susodicha luna, un enclave humano en el sistema de Alfa Centauro (hogar de un imperio alienígena que ha no mucho ha protagonizado, y posiblemente perdido, un conflicto armado con la humanidad). Lo peculiar de esta colonia es que sus habitantes son los antiguos pacientes (y sus descendientes) de un hospital psiquiátrico, que se han distribuido en clanes según patología (maníacos, depresivos, paranoicos, esquizofrénicos, obsesivos-compulsivos…) y han erigido una especie de inestable sociedad caracterizada por la separación de funciones (los paranoicos, por ejemplo, son los planificadores, mientras que los mans, o maníaticos, son creativos y guerreros y los esquizofrénicos místicos).

El protagonista principal, sin embargo, es terrano: Chuck Rittersdorf, empleado de la CIA como programador de simulacros, una especie de androides indistinguibles de hombres de carne y hueso, propagandísticos (los EE.UU. están rodeados por estados comunistas, incluyendo Canada), en proceso de divorcio de una reputada psicóloga matrimonial, una arpía cuya insatisfacción ante la baja consideración económica y social del trabajo de Chuck le ha llevado a convertir la relación en un infierno. Añadamos a la trama a Bunny Hentman, un cómico televisivo, con sospechosas relaciones con los alfanos, que a instancias de su mujer ofrece un lucrativo trabajo como guionista a Chuck; y a Lord Running Clam, un hongo ganimedano metomentodo y telepático, vecino de Chuck en su nuevo y ruinoso apartamento junto con Joan Trieste, una colaborada psi de la policía, capaz de hacer retroceder a alguien cinco minutos atrás en el tiempo; por no mencionar a los líderes alfanos, como el santo hebefrénico Ignatz Ledebur o el político paranoico Gabriel Baines. Un sinfín de personajes, de cuya salud mental cabe dudar siempre, sobre todo si no están reconocidos como locos.

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La novela se articula como un juego de espejos. Chuck odia a su ex-mujer y planea matarla empleando un simulacro de la CIA que la acompañará en su visita oficial a la luna alfana (para reclamarla en nombre de Terra y, con suerte, convencer a todos sus habitantes para que acepten someterse a terapia). Al mismo tiempo, Hentman, en su segundo trabajo (que le obliga a administrarse psicofármacos ilegales para poder rendir veinticuatro horas sin descanso) le propone una comedia en la que un incompetente agente de la CIA se propone matar con un simulacro a la arpía de su esposa para poder estar con su amante. Las cosas se lían, Patty, la actriz elegida para interpretar a la amante, y Joan, la hipotética amante, lo mantienen en un lío constante. Sus jefes de la CIA recelan de las verdaderas intenciones de Hentman, y Chuck acaba como protagonista de planes y contraplanes urdidos con una lógica circular tan insustancial como irrebatible.

Al final, claro, todos acaban en la luna alfana, tratando de encontrar una salida, cualquier salida, al monumental embrollo.

“Los clanes de la luna alfana” suele considerarse un Dick menor, y tal vez sea cierto (no he leído lo suficiente de su obra para poder refrendarlo o rebatirlo), pero no por ello deja de ser una lectura interesante y muy entretenida. El juego de espejos no se limita a la ficción. En 1964 Phillip K. Dick estaba en proceso de divorcio de su tercera mujer (con la que al parecer mantenía una relación tan tensa como la de los Rittersdorf, y a la que, de hecho, consiguió que ingresaran en un psiquiátrico previniendo que le enviaran a él a otro), trabajando a destajo, a menudo bajo el efecto de estimulantes, pues el reconocimiento crítico (dentro del mundillo de la ciencia ficción) que acababa de conquistar gracias al Hugo de “El hombre en el castillo” no se traducía en mejores condiciones de edición. Por otra parte, se encontraba a diez años del presunto brote psicótico que convertiría su vida en una sucesión de alucinaciones y le sumergiría en el misticismo y la paranoia, por lo que su interés en las alteraciones mentales quizás fuera señal de que empezaba a detectar que algo andaba mal.

Dick utilizó esta novela para mofarse de todo y de todos. Los montajes paranoicos de la CIA ficticia son indistinguibles de los de su contrapartida real (recordemos que se escribió en plena guerra fría, aunque no es que hayamos avanzado mucho desde entonces), y ambos se ven fielmente reflejados en las elucubraciones de los esquizofrénicos paranoides de la luna alfana. Además, según este interesante artículo en la página PKD de Kepler, es posible que Dick, representado claramente por Chuck, estuviera confesándole crípticamente a su mujer infidelidades, al tiempo que tildaba a sus editores de payasos.

A la postre, todos los personajes de “Los clanes de la luna alfana” son unos lunáticos. Juega, por ejemplo, con el concepto de los viajes literales a satélites, ya sean efectivos, deseados o por nacimiento (pongamos, por ejemplo, el caso de Lord Running Clam, que de todos los lugares del universo posibles tenía que ser originario de una luna de Júpiter). Algunos están diagnosticados y otros no, pero nadie se salva… o casi nadie, pero mejor me reservo esta información, que supone la broma final de Dick.

Literariamente, existen otros detalles curiosos, como el típico tratamiento temporal de Dick, que, ante una sucesión aparentemente cronológica de acontecimientos, juega con ir fraccionando sutilmente esta presunta línea entre los distintos capítulos para adelantar hechos, volver atrás para explicar detalles o simultanear acciones y puntos de vista. Además, en una novela en la que buena parte de los personajes alucinan, resulta difícil discernir si lo que se nos cuenta cuando asumimos su punto de vista es físicamente real o producto exclusivo de una mente enferma.

No, enferma no, distinta, o más distinta de lo habitual. La tesis final (un poco emborronada por culpa de todas las neuras autobiográficas que cuela) es que todos tenemos nuestras alteraciones, y que la morbidez viene determinada por encontrarnos a un lado u otro de una arbitraria frontera trazada sobre una distribución continua.

La clasificación de las alteraciones mentales se ha visto profundamente redefinida desde su escritura (los que califica como maniáticos parecen más bien sociópatas, y faltan trastornos como el bipolar), pero la esencia del mensaje sigue vigente, y más allá de la aplicabilidad a la vida personal de Dick, invita a la reflexión sobre nuestra propia sociedad y sobre la salubridad de algunos de los valores sobre los que se asienta y de los supuestos que asumimos como inevitables.

Otras opiniones: ver enlace
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Re: La Enfermedad Como Arma

Mensaje por Xell » 28 Abr 2014, 14:06

La revolución de los ángeles: enfermos terminales asesinan a políticos corruptos
viewtopic.php?f=25&t=57695
http://www.20minutos.es/noticia/2108103 ... corruptos/

[youtube]?v=cvAmVBJDpV0[/youtube]

En una España no muy lejana triunfa una revolución liderada por personas que ya no tienen nada que perder. Enfermos terminales que no podrán ser castigados penalmente porque les queda demasiado poco tiempo de vida. Individuos que se rebelan contra el sistema para dar un sentido a su muerte natural.
http://www.larevoluciondelosangeles.c­om
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David Llibertari
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Re: La Enfermedad Como Arma

Mensaje por David Llibertari » 28 Abr 2014, 14:41

Molt molt interessant la història del SPK.
Traductor català -> castellano: http://www.softcatala.org/traductor

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