El caso Huertas: la libertad de expresión en el final del fr

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Joreg
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El caso Huertas: la libertad de expresión en el final del fr

Mensaje por Joreg » 19 Jul 2015, 09:01

Me he encontrado por casualidad un artículo referido al "caso Huertas", que recuerdo vagamente como un caso más de los que en la última parte del franquismo, llevó a prisión a un periodista, dándose el caso de que desencadenó una huelga de solidaridad con él... Algunos pormenores los había olvidado, y otros los desconocía, y puede ser curioso ver cómo se manejaba el personal faltando poco para la muerte del General Franco, qué intereses movían a los militantes, y las corrientes ideológicas en boga. El artículo, sea o no cierto todo lo que dice, me ha parecido interesante por diversos motivos, por ejemplo la descripción que hace de las redacciones de los periódicos, en un tiempo en que se escribía en olivetti, y corregir algún error era complicado.
El caso Huertas, cuarenta años de la primera batalla por la libertad de expresión

El 23 de julio de 1975, el periodista Josep Maria Huertas Clavería fue detenido y encarcelado en Barcelona por orden de un juez militar. Meses después sería llevado ante un Consejo de Guerra y condenado a dos años de prisión. Y todo por una frase contenida en un artículo publicado en el diario Tele/eXprés. Una frase que decía: “Un buen número de meublés estaban regentados por viudas de militares, al parecer por las dificultades que para obtener permiso para abrir alguno hubo después de la guerra”. Pero detrás de esa condena latía un ajuste de cuentas de los militares contra el periodismo, que en los últimos coletazos del franquismo iba ganando poco a poco parcelas de libertad. Lo que no esperaban los militares fue la reacción de los periodistas de toda España ante una decisión que unánimemente se consideró arbitraria e injustificada. Huertas fue condenado por injurias, porque ni siquiera se atrevieron a decir que su afirmación fuera falsa. Este es el relato de aquellos hechos de los que ahora se cumplen 40 años. Era la primera vez desde la guerra civil en que un colectivo plantaba cara al estamento militar.

Vida erótica subterránea

Una mañana de principios de junio de 1975, Josep Maria Huertas llegó a la redacción de Tele/eXprés y puso sobre la mesa las cuartillas amarillentas con el texto de un reportaje que había escrito en su casa. Huertas dormía poco, apenas cuatro horas, y tenía una capacidad de trabajo extraordinaria. Escribía en una Olivetti de letra menuda, apretada. Era muy pulcro y el texto apenas tenía correcciones a mano y cuando las había eran muy precisas y claras. Tele/eXprés era un diario de tarde, lo que significaba que algunas secciones (España e Internacional, básicamente) empezaban a trabajar a las seis de la mañana y a la hora en que llegó Huertas ya estaba cerrada la edición.

De modo que era la hora de la tranquilidad. La redacción del diario ocupaba una planta de un edificio de la calle Tallers, en el centro de Barcelona, y de un vistazo se abarcaba toda la sala. En aquellos momentos Tele/eXprés era propiedad del Conde de Godó y estaba situado en la parte trasera de La Vanguardia, a la que se accedía por la calle Pelayo. Tele/eXprés, dirigido por Manuel Ibáñez Escofet, era uno de los pocos periódicos ‘progres’ de España. Allí trabajaba Manuel Vázquez Montalbán, por ejemplo, que había cumplido prisión, y profesionales que se habían exiliado tras la guerra civil. Ibáñez Escofet había recuperado para la profesión a personalidades como el escritor y dibujante Tísner (que publicaba una viñeta diaria) o el periodista Josep Maria Lladó.

Lladó era un personaje singular. Respetado por sus colegas y muy apreciado por sus compañeros de redacción, siempre andaba con un puro en la boca y era capaz de mantener una conversación y escribir un artículo al mismo tiempo mientras sacudía la ceniza que le caía sobre la corbata. Era muy bajito y siempre que saludaba, aún estando de pie, decía: “Perdone que no me levante”.

Ibáñez Escofet y Lladó, los veteranos de la redacción, se sintieron atraídos por el reportaje de Huertas, titulado “Vida erótica subterránea” y que llevaba por subtítulo “De los burdeles históricos a las pocas ‘habitaciones’ que persisten, pasando por los ‘meublés’ de fantasía”. En torno a Huertas se formó un grupito de redactores que devino en ambiente de recuerdos y ocurrencias. Pero mientras el jolgorio crecía, Huertas se mostraba cada vez más preocupado. Al fin expresó sus inquietudes en voz alta. Tenía dudas sobre una frase, la que decía que algunos ‘meublés’ (casas de citas) estaban regentados por viudas de militares. Y no porque hubiera sospechas sobre su veracidad, sino por la repercusión que podía tener entre los militares. Franco aún vivía y el periodismo no era fácil. Huertas era uno de los periodistas más reconocidos y respetados. En Barcelona y en Catalunya, posiblemente el que más. Tanto, que sucesivas generaciones de periodistas siguieron sus pasos en lo que el escritor Joan de Sagarra calificó como ‘huertamaros’, inspirada definición derivada de los ‘tupamaros’.

Huertas era un periodista combativo, reivindicativo, que siempre daba voz a los más débiles y trataba de ensanchar los estrechos márgenes de la libertad de expresión. Su mentor, su ‘padre espiritual’, como se decía en broma en aquella época, era Manuel Ibáñez Escofet. Ibáñez siempre le lanzaba puyas a Huertas a propósito de su querencia por los temas de los más desfavorecidos y tenía una broma recurrente que Huertas encajaba con resignación: “Només se t’aixeca quan vas a un barri de barraques!” (¡Sólo se te levanta cuando vas a un barrio de barracas!)”. El aprecio mutuo era más que evidente.

En medio de las risas y los comentarios sarcásticos, los reparos de Huertas apenas tuvieron eco. Lladó incluso recordó que en Cartagena había un ‘meublé’ al que llamaban ‘la generala’ y otros redactores aportaron detalles y recuerdos, más o menos vividos, de algunos de esos singulares establecimientos tan barceloneses.

El reportaje se publicó el sábado 7 de junio de 1975 y ocupaba una página entera. Y no pasó nada. Ninguna reacción. Así que los temores de Huertas parecían infundados.

Movimiento en los cuarteles

Pero algo se estaba cociendo en los cuarteles. Huertas tuvo noticias de primera mano cuando un amigo periodista que hacía la mili en Capitanía, Jordi Montaner, le advirtió que le habían pedido con urgencia que buscase el artículo de Tele/eXprés. Montaner, vecino de Poblenou, al igual que Huertas, se apresuró a contárselo. También otros periodistas recibieron señales de que algo estaba pasando cuando durante unas maniobras, un oficial comentó a cuatro de ellos que se encontraba muy a gusto, pero que había otros periodistas que eran unos indeseables y que pronto empapelarían a alguno. El militar no recordaba el nombre y tuvo que echar mano de un papel que llevaba en el bolsillo para confirmar que se trataba de Huertas.

El propio periodista no dio mucha importancia a estos avisos cuando fue llamado por primera vez por el juez militar. Sólo se lo dijo al director y al subdirector del diario y ni siquiera lo consultó con un abogado. Gracias a su amigo del barrio, ya sospechaba de qué podía tratarse y lo confirmó en cuanto el juez le preguntó si era el autor del artículo y si consideraba que el párrafo era ofensivo. Huertas argumentó que era un reportaje costumbrista, que se refería a los años cincuenta y que en absoluto pretendía ofender a nadie. A pesar de la insistencia del juez militar, Huertas se negó a revelar sus fuentes, amparándose en el secreto profesional, y recordando que sólo estaba obligado en caso de que significara el encubrimiento de algún delito. Huertas preguntó reiteradamente los motivos de que le interrogaran acerca de sus fuentes, pero el juez replicó que eso no era de su incumbencia.

Cuando recibió la segunda citación, Huertas tomó ciertas precauciones y consultó con Octavio Pérez Vitoria, abogado penalista de la Asociación de la Prensa y catedrático de Derecho Penal de la Universidad de Barcelona. De entrada, le dijo que se podía haber ahorrado aquél fragmento, pero tampoco pareció darle mayor importancia. Aventuró que iba a ser procesado y le dijo que cuando acudiese al juzgado militar probablemente le entregarían el auto de procesamiento. La muestra de que Huertas también estaba tranquilo ante esa segunda comparecencia es que tenía previsto acudir al pleno municipal que se celebraba aquella misma mañana.

Pero no tuvo opción. Huertas declaró brevemente ante el juez y salió de allí flanqueado por dos policías, con las manos esposadas y conducido a la cárcel Modelo.

Reacción inmediata

La respuesta de la profesión fue contundente. Al día siguiente, cinco periódicos de Barcelona no salieron a la calle: Tele/eXprés, Mundo Diario, El Correo Catalán, Diario de Barcelona y El Noticiero Universal . Sólo aparecieron La Vanguardia y los diarios del Movimiento (La Prensa y Solidaridad Nacional). En la mayoría de medios el paro fue inmediato, pero en alguno, como en El Noticiero Universal, fueron los trabajadores de la imprenta los que se negaron a procesar los textos que habían enviado unos pocos redactores.

Los periodistas de Barcelona desplegaron todos sus recursos y a las pocas horas llegaban mensajes de solidaridad de toda España. Aquella capacidad de movilización sólo se entiende por el hartazgo de la profesión ante la falta de libertades y porque había un sustrato previo, representado por el clandestino Grup Democràtic de Periodistes, del que Huertas había sido uno de los impulsores. Al otro lado, el caso Huertas significaba el fracaso de los tímidos intentos aperturistas de sucesivas leyes de prensa y la demostración palpable de que los sectores involucionistas del régimen no veían con buenos ojos el llamado “espíritu del 12 de febrero” impulsado por el franquista Carlos Arias Navarro.

Los efectos de la movilización

La movilización disgustó al abogado Octavio Pérez Vitoria, que pidió a la esposa de Huertas, Araceli Aiguaviva, que frenase todas las acciones, por considerar que podían complicar el caso. Pero no estaba en manos de Araceli Aiguaviva, entonces abogado y hoy juez, parar esa movilización. Huertas, muy a su pesar, se había convertido en un símbolo. En unas notas que iba tomando sobre la marcha y que luego Araceli leía a Huertas a través de las rejas, el periodista Ferran Sales describía en pocas líneas lo que estaba ocurriendo.

"Todo esto quizá vale para clarificar posturas.

"Hay gente que ante el ‘merder’ ha decidido quedarse en Barcelona y no hacer vacaciones.

"Otros han continuado con sus vacaciones.

"Y unos terceros han preferido tomárselas.

"De todo hay.

"La izquierda tradicional no hace nada. Para eso es tradicional.

"Los gauchistas dicen que hay que ir más allá.

"Pero de verdad, de verdad, los únicos que trabajan en el lío este son los de la base, el ‘lumpen’. Y junto a éstos, los de siempre.”

Uno de los que decidió quedarse fue Carlos Sentís, presidente de la Asociación de la Prensa. Huertas había formado parte de las candidaturas del Grup Democràtic de Periodistes que pretendía sustituir a Sentís al frente de la Asociación. Pero a pesar de eso, el veterano periodista, de quien se decía que había espiado para los franquistas durante la guerra civil, no se escondió, a diferencia de otros miembros de la Junta. De hecho, movió sus influencias y fue la primera persona que pudo ver a Huertas en prisión. En el libro “La presó: quatre morts, vuit mesos i vint dies” (Agustí de Semir, Ferran Sales, Humbert Roma, Sussi Morell y Josep Maria Huertas), el propio Huertas explica que en ese primer encuentro Sentís le dio 10.000 pesetas y recuerda que le dijo: “No sé para qué te pueden servir aquí dentro, pero mejor que las tengas”. Luego, Sentís siempre rechazó los intentos de Huertas de devolverle aquél dinero.

Aún hoy es difícil saber cómo influyó la huelga en el devenir de los acontecimientos, pero lo que es seguro es que irritó enormemente a los militares, nada acostumbrados a que ningún colectivo les plantase cara. Pasado un tiempo se hizo llegar a Araceli Aiguaviva el mensaje de que inicialmente pensaban mantener a Huertas sólo unas doce horas en prisión preventiva y que un juicio de esas características podía saldarse con un arresto domiciliario de unos quince días.

ETA aparece en escena

El caso Huertas daría un giro sorprendente unos días después, cuando la policía informó de la detención de Pedro Ignacio Beotegui, ‘Wilson’, y de Juan Paredes Manot, ‘Txiqui’ (que coincidiría con Huertas en prisión y fue fusilado poco después, a finales de septiembre). En la nota de la Dirección General de Seguridad se decía textualmente: “De forma clara y rotunda, el ‘Wilson’ ha declarado que en varias ocasiones ha mantenido contactos personales con el periodista José María Huertas Clavería, quien se comprometió a proporcionarle un ‘piso franco’, pero, dado que por circunstancias ajenas a su voluntad, esta operación falló en los últimos días al no quedar libre el que pretendía conseguir, le presentó a un sacerdote que había de encargarse de tal cometido”.

Esa era la versión policial, pero la realidad era mucho más simple. Un amigo de Huertas, Quico Bofill, que había sido novicio en Montserrat, le pidió si podía alojar a unos amigos de Euskadi, bajo estado de excepción en aquellos días. Al cabo de un tiempo, cuando Huertas ya se había olvidado prácticamente del tema, recibió una llamada de una persona que le recordó la conversación con Quico Bofill. Huertas preguntó a compañeros de redacción y a amigos del barrio si tenían sitio para acoger a unas personas un par de noches. Lo hizo sin darle demasiada importancia. Todos se brindaron, pero finalmente optó por otra solución: Huertas se puso en contacto con Joan Soler, sacerdote de la parroquia de Santa Maria del Taulat, próxima a su casa y donde se celebraban las reuniones de la revista “Quatre Cantons”, una publicación del barrio de la que era el máximo impulsor. En aquella parroquia había un joven sacerdote, Joan Enric Vives, amigo de Huertas, que hoy es Obispo de la Seu d’Urgell y Copríncipe de Andorra y que puede convertirse en el próximo arzobispo de Barcelona. Joan Soler aceptó acoger a los amigos del visitante, Huertas volvió a su domicilio, donde el desconocido había comido una tortilla y un poco de fruta, y le acompañó a coger un taxi. No lo volvió a ver nunca más.

Huertas supo todo eso cuando dos jóvenes acudieron a la prisión y empezaron a hacerle preguntas mientras leían un grueso fajo de folios. Como todos los periodistas que han trabajado en la imprenta, Huertas sabía leer al revés con soltura, de modo que se avanzaba a los policías y sabía exactamente lo que había declarado Wilson. Lo primero que hizo Huertas cuando acabó el interrogatorio fue decirle a su esposa que avisaran a Joan Soler, pues ya intuía, a la vista de lo dicho por Wilson, que podía tener problemas. Y así fue, porque el sacerdote también fue llamado a declarar y posteriormente detenido y encarcelado, a pesar de la reiterada oposición del cardenal Jubany a que fuera procesado (el Concordato obligaba a solicitar a la autoridad eclesiástica autorización previa cuando se trataba de encausar a un sacerdote).

Los diarios del Movimiento y la prensa franquista no dejaron pasar la oportunidad de cargar las tintas. “4 monjas y Huertas Clavería, contactos en Barcelona del asesino de Carrero Blanco”, era el subtítulo del diario La Prensa. Fueron la excepción, porque la mayor parte de los medios mantuvieron una actitud prudente y sus compañeros de Tele/eXprés ratificaron su apoyo incondicional con un contundente “nuestro mejor compañero”. Los primeros momentos de desconcierto se disiparon en cuanto Araceli Aiguaviva publicó una carta en la que explicaba con detalle cómo se desarrollaron los hechos durante la visita de ‘Wilson’. Firmas como Manuel Jiménez de Parga se sumaron a esa defensa en un artículo publicado en Diario de Barcelona y firmado únicamente con iniciales, como la mayoría de textos que aparecían en los periódicos, en solidaridad con Huertas.

Todo ocurría a una velocidad de vértigo: Huertas fue incomunicado (aislado en una celda, con la luz encendida noche y día); la policía detuvo al sacerdote Joan Soler; Araceli Aiguaviva empezó a ser seguida por agentes policiales; el presidente de la Asociación de Vecinos de Poblenou, Josep Maria Prochazka, amigo personal de Huertas, pasó una noche en comisaría y tuvo que declarar ante el general auditor a consecuencia de una carta dirigida al Capitán General. También el concejal del Ayuntamiento de Barcelona Jacint Soler Padró fue encarcelado un mes por la autoridad militar a raíz de una carta dirigida al alcalde de la ciudad, Enric Masó, en la que solicitaba la intervención municipal ante el encarcelamiento del periodista y expresaba su inquietud por el desamparo en que la legislación situaba a la profesión periodística.

Primera manifestación autorizada

Las movilizaciones por Huertas se prolongarían durante todo el tiempo que permaneció en prisión. Fueron los periodistas catalanes los que protagonizaron la primera manifestación autorizada en España desde la guerra civil. Y lo hicieron en defensa de la libertad de expresión. Huertas fue, aún ausente, el gran protagonista de aquella marcha del 18 de marzo de 1976.

Manuel Vázquez Montalbán publicó en ‘Triunfo’ una crónica del acontecimiento. “Por las aceras laterales se conformó una manifestación espontánea de manifestantes por lo libre que nos aplaudía y a los balcones se asomaban los espíritus más libres para secundar con sus aplausos la reivindicación de nuestra libertad, de su libertad”. Vázquez Montalbán calificaba la manifestación de “marcha de pioneros democráticos” y recogía los “gritos de ‘Som periodistas, no confidents’ (‘Somos periodistas, no confidentes’), de ‘Llibertat d’expressió’, de ‘Huertas’ (nombre cantado a la manera de los campos de fútbol, recordándole que existe, que es de los nuestros, que nos cercenan y crecemos cuantas veces haga falta)”.

Despliegue policial ante el Consejo de Guerra

El 26 de agosto Josep Maria Huertas compareció ante un Consejo de Guerra en el Gobierno Militar de Barcelona. El despliegue policial en torno del cercano monumento a Colón fue impresionante. En lo alto del monumento se habían apostado tiradores de élite, otros agentes controlaban las alcantarillas y había numerosos antidisturbios alrededor del edificio. El acceso al juicio fue muy restrictivo y todos los asistentes fueron minuciosamente cacheados. Algunos abogados vestidos con toga vieron denegado el acceso. La policía no permitía permanecer quieto en los alrededores y hostigaba a los presentes con el consabido “circulen, circulen”. De modo que los amigos de Huertas se turnaban en las mesas de la calle de la cafetería más cercana mientras el resto caminaba de un lado a otro, en una singular procesión en torno a Colón.

Se intuía que aquello pintaba mal. El Tribunal había revocado todos los testimonios de la defensa excepto el del director del diario, Manuel Ibáñez Escofet, y se había mostrado inflexible respecto a los argumentos que sostenían que no había ningún ánimo de injuriar. Ese era el eje de la defensa, como lo había sido en artículos que habían aparecido esos días. El escritor Manuel de Pedrolo se preguntaba cómo podía considerarse insultante la atribución de una actividad perfectamente legalizada y reglamentada. Y Francisco Candel, otro buen amigo de Huertas, recordaba que el escritor Juan Marsé a punto estuvo de ser procesado por decir que un ministro se parecía, físicamente, a un guitarrista de flamenco. ¿Le hubiera pasado lo mismo si hubiera dicho que se parecía a un arquitecto? Y concluía Candel: “José María Huertas Clavería nunca hubiera podido imaginar que elegía una profesión tan resbaladiza, que su interés en ser útil a la colectividad a través de la pluma tenía que meterle en este laberinto, porque lo que le está ocurriendo es algo increíble, ya que vas viendo que en lugar de desenredarse la madeja, la madeja se va transformando en una tupida y envolvente tela de araña”.

Envuelto en esa tela de araña que cada día se enredaba más y más, con los militares dispuestos a dar un escarmiento, apareció Huertas ante el tribunal: tranquilo, sin un gesto, de pie en medio de la sala, con sus escasos metro sesenta y cinco de altura, un traje marrón que le había prestado quien esto firma y una camisa amarilla de su suegro. Tiempo después bromearía recordando que su madre parecía más preocupada por el hecho de que no tuviera nada apropiado para vestir un día como ese que por el juicio en sí mismo.

La sentencia fue contundente: dos años de prisión por esa frase que decía que después de la guerra “un buen número de ‘meublés’ estaban regentados por viudas de militares”.

Ocho meses en prisión

Huertas pasó en la cárcel ocho meses y veinte días. Tiempos duros. Huertas echaba de menos a su hijo Guillem, nacido un año antes. Y fue una de las últimas personas que habló con Txiki antes de ser fusilado. Como bibliotecario de la cárcel le llevaba un par de libros cada dos días y la tarde anterior a su muerte, sin saber lo que iba a ocurrir, le ofreció los dos volúmenes de rigor: ‘No gracias, con uno tendré suficiente esta vez’. Ese último libro fue ‘Te veré en el infierno’. Txiki fue fusilado en el cementerio de Collserola la misma madrugada del 27 de septiembre en que eran fusilados en Burgos y Hoyo de Manzanares (Madrid), otro militante de Eta, Ángel Otaegui, y tres del Frap, José Humberto Baena, José Luis Sánchez Bravo y Ramón García Sanz. El dictador agonizaba y de nada valieron las movilizaciones internacionales. Apenas dos meses después fallecería Franco y desde entonces la pena de muerte no se ha vuelto a aplicar en España. El recuerdo de aquella madrugada inspiró la canción ‘Al Alba’ -“maldito baile de muertos, pólvora de la mañana”-, de Luis Eduardo Aute.

La muerte de Franco, en noviembre de 1975, propició el indulto de la condena por injurias, pero Huertas siguió en prisión provisional a la espera del juicio por sus ‘contactos’ con Wilson. Con el tiempo, aquello también quedó en nada. La jurisdicción militar pasó la causa al Tribunal de Orden Público, que cambió la calificación de terrorismo por la de asociación ilícita y le concedió la libertad provisional bajo fianza de 25.000 pesetas. Huertas nunca fue llevado a juicio por esta causa.

Josep Maria Huertas dejó la Modelo el 12 de abril de 1976, el lunes previo a la Semana Santa. Era medianoche y centenares de amigos, vecinos de Poblenou y ciudadanos anónimos le esperaban al otro lado de la calle Entença. Huertas incluso reconoció a un funcionario de la prisión sin su uniforme, que le sonrió. Instantes antes de que se abriera la puerta de madera de la prisión un guardia civil le advirtió: “Hay gente esperándole en la calle. Que no se les ocurra venir a esta acera. En la de enfrente pueden hacer lo que quieran”. De ahí que Huertas, cargado con sus maletas y del que impresionaba su cabello, completamente cano, tratara de cruzar apresurado la calzada. Pero le resultó imposible, porque sus amigos se abalanzaron sobre él y lo llevaron en volandas. Sólo tuvo un momento de tregua, cuando el personal del bar Modelo, situado frente a la cárcel y desde donde le llegaba la comida habitualmente, le invitó a entrar para descorchar una botella de cava en su honor.

Los ‘huertamaros’

Al salir de la prisión Huertas no dejaba de preguntar por José Martí Gómez, uno de sus mejores amigos. “¿Dónde está Martí, dónde está Martí?” Pero Martí, siempre discreto, se mantenía a distancia del jaleo, semioculto en un zaguán, fumando su pipa, redactando ya mentalmente la crónica de aquel acontecimiento. Martí decía que había una cosa que nunca le había podido perdonar a Huertas: “Que altere mis nervios cuando en el encuentro en cualquier bar pida invariablemente cacaolat con berberechos” (una ‘acusación’, por cierto, siempre negada por Huertas). Con toques magistrales, Martí Gómez describió aquella noche en Cuadernos para el Diálogo. Allí recordaba unas palabras de Carmen Balcells, la agente literaria del boom latinoamericano: “Este Huertas es el tío más áspero, molesto, maleducado, grosero e inaguantable que he conocido nunca, pero no sé si será por todo eso, es un chico que se hace querer”.

“¡Ay Josep Maria! –exclamaba Martí en Cuadernos-. ¿Ves como tengo yo razón cuando te sostengo que la gente tiene necesidad de mito? Es lo que gritaban algunos, después de subirle a hombros y zarandearle de aquí para allá: ‘¡Otra foto a los huertamaros!’. Se había marchado ya Joan de Sagarra, el que acuñó el término a raíz de una violenta polémica entre el periodismo social-realista de los redactores de El Correo Catalán y el periodismo imaginativo reivindicado por algunos colaboradores de Tele/eXprés. Yo creo que Joan de Sagarra hubiese repudiado el grito.

“Huertas –proseguía Martí- es algo más que un huertamaro. Huertas son quince años de periodismo de este país (…). Los huertamaros, como tantas y tantas cosas, murieron. Jaume Fabre, de los de la primera hora, vino a decir esto, mientras con las manos en los bolsillos y los ojos muy húmedos caminábamos hacia el bar cercano en las primeras horas de la madrugada feliz:

-Las cosas pasadas no pueden volver –dijo casi con letra de tango.”

Huertas, Martí i Fabre formaban un trío profesional y de amistad de largo recorrido. Mientras estaba en prisión, Fabre i Huertas recibieron un permiso especial para acabar de escribir algunos capítulos de los siete volúmenes de “Tots els barris de Barcelona”. Aunque el funcionario encargado de leer las cartas se quejaba de lo difícil que le resultaba descifrar la letra menuda de Fabre.

Implicación social y profesional

Muchos periodistas prefieren pensar que Jaume Fabre se equivocó en su diagnóstico y que aquel modelo que defendía Huertas aún pervive. Fue una persona alejada de los dogmas. Si políticamente podía simpatizar con los socialistas, en cambio su sindicato era Comisiones Obreras. Y si su implicación con los movimientos cristianos de base era firme, no dudaba en criticar a la jerarquía de la iglesia. Huertas se multiplicaba para estar presente en los movimientos sociales y periodísticos. Formaba parte de la Asociación de Vecinos de Poblenou y era el ‘alma mater’ de la revista ‘4 cantons’, también del barrio. Cuando fue encarcelado, los periodistas de ‘4 Cantons’ (varios de ellos trabajaban en Tele/eXprés, en ‘Avui’, en ‘La Vanguardia’) confeccionaron un número especial dedicado al periodista, pero una vez impreso fue destruido por consejo de los abogados. Alguien rescató algunos números y años después, en 2013, se realizó una edición facsímil. Tras salir de prisión mantuvo su compromiso social. En los últimos años formó parte del programa de parejas lingüísticas creado para enseñar catalán a inmigrantes.

Como periodista, la agenda de Huertas siempre estaba disponible, al alcance de cualquier compañero. Respetaba a los veteranos y ayudaba a los novatos. Y aunque creó escuela, nunca quiso dar lecciones a nadie. Era un referente moral pero no porque lo pretendiera, sino porque siempre fue consecuente. Con el tiempo, pudo ver cómo el periodismo se hacía menos solidario y más competitivo. Cómo la unanimidad que rodeó la protesta por su detención parecería hoy impensable. Presenció cómo los periodistas se mimetizaban con las empresas. Expresó su decepción al ver que la independencia, la honestidad profesional y los valores que siempre defendió dejaban de ser prioritarios. Constató decepcionado que ser veterano dejaba de ser un factor de reconocimiento, para convertirse a ojos de algunos en todo lo contrario, en un lastre. Y se inquietó ante la creciente falta de escrúpulos de algunos jóvenes periodistas que no veían problema alguno en copiar la agenda de su jefe.

Pese a todo, nunca dejó de pensar y repetir que el periodismo es la profesión más bella del mundo.

Josep Maria Huertas falleció en 2007 y en el 2013 el Ayuntamiento de Barcelona acordó dedicarle una plaza en Poblenou. Y fue Jaume Fabre el que en un intercambio de ‘mails’ a propósito de qué leyenda había que incluir en la placa, comentó: “De hecho, lo más preciso sería poner: Josep Maria Huertas. Buena persona”.

http://www.eldiario.es/catalunya/Huerta ... 09119.html
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