Se busca líder y anarquista

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Llobu
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Re: Se busca líder y anarquista

Mensaje por Llobu » 03 Sep 2015, 08:14

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Blinky
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Re: Se busca líder y anarquista

Mensaje por Blinky » 03 Sep 2015, 13:19

Creo recordar que existen tribus donde el líder tiene que ser siempre el más humilde, esto es siempre es el último en comer, en sentarse, vamos que si a alguien le falta ropa de abrigo él se quedaría desnudo... pero ya no me acuerdo bien de qué tribu era, si alguien sabe algo de este tema estaría bien que lo recordase.
Atribuído a nuestra sociedad estaría bien que si alguien establece una norma, como por ejemplo un sueldo mínimo cobrase ese mismo sueldo y ni un céntimo más.
Creo que es la mejor forma de liderazgo que existe, pero solo utilizada como algo temporal, en ciertos casos en los que haya que tomar decisiones rápidas, tendiendo siempre a un fin de inexistencia de jerarquías.
Lo de los portavoces es otro tema, siempre puede haber personas con la suficiente elocuencia y capacidad de criba para realizar ese trabajo comunicativo. Y en tal caso podría tratarse de un grupo de personas y no de una sola la que prepare los discursos, aunque sea una sola la que lo exponga para minimizar las personalizaciones de los mismos. Siempre teniendo en cuenta lo decidido por todos en cada caso.
Echa un vistazo a mi libro "La realidad" y cuestiónalo para perfeccionarlo al máximo nivel.

Versión 3.0

https://www2.slideshare.net/MercroMina1/larealidad3

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Joreg
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Re: Se busca líder y anarquista

Mensaje por Joreg » 03 Sep 2015, 15:53

Blinky escribió:Creo recordar que existen tribus donde el líder tiene que ser siempre el más humilde, esto es siempre es el último en comer, en sentarse, vamos que si a alguien le falta ropa de abrigo él se quedaría desnudo... pero ya no me acuerdo bien de qué tribu era, si alguien sabe algo de este tema estaría bien que lo recordase.
Harris describe a ese elemento en bandas de cazadores recolectores. En ellas todo el mundo sabe lo mismo, todo el mundo tiene lo mismo. y el líder solo da órdenes que sabe que van a ser obedecidas, porque son de cajón. O sea, que se abstiene de dar órdenes. Clastres describe al líder de las bandas de forrajeros como alguien que es separado del grupo. Su discurso no espera respuesta.
En tanto deudor de riqueza y de mensajes, el jefe no traduce otra cosa que su dependencia en relación al grupo, y la obligación en la que se encuentra de manifestar en cada momento la inocencia de su función. Podríamos pensar en efecto, en medir la confianza con la que el grupo acredita a su jefe, que a través de esa libertad vivida por el grupo en relación con el poder se abre paso, subrepticiamente, un control, más profundo por ser menos aparente, del jefe sobre la comunidad. Pues, en ciertas circunstancias, singularmente en períodos de carestía, el grupo se remite totalmente al jefe: cuando amenaza la hambruna, las comunidades del Orinoco se instalan en la casa del jefe, a expensas del cual deciden vivir, hasta días mejores. Asimismo, la banda Nambikwara, cortos de comida después de una dura etapa, espera del jefe, y no de sí misma, que la situación mejore. En este caso, parece que el grupo, no pudiendo prescindir del jefe, depende integralmente de él. Pero esta subordinación no es más que aparente: de hecho enmascara una suerte de chantaje que el grupo ejerce sobre el jefe. Pues, si este último no hace lo que se espera de él, su aldea o su banda simplemente lo abandona para unirse a un líder más fiel a sus deberes. Solamente mediante esta dependencia real es que el jefe puede mantener su status. Esto aparece muy nítidamente en la relación del poder y de la palabra: pues, si el lenguaje es el opuesto mismo de la violencia, la palabra debe interpretarse, más que como privilegio del jefe, como el medio que el grupo se otorga para mantener el poder al exterior de la violencia coercitiva, como la garantía que se repite a diario de que esta amenaza es alejada. La palabra del líder oculta en sí la ambigüedad de estar desviada de la función de comunicación inmanente al lenguaje. Es tan poco necesario que el discurso del jefe sea escuchado que los indígenas no le prestan a menudo ninguna atención. El lenguaje de la autoridad-dicen los Urubu- es un ne eng hantan: un lenguaje duro, que no espera respuesta. Pero esta dureza no compensa para nada la impotencia de la institución política. A la exterioridad del poder responde el aislamiento de su palabra que trae- de ser dicha duramente para no hacerse oír- el testimonio de su dulzura.

La poliginia puede interpretarse del mismo modo: más allá de su aspecto formal de puro y simple don destinado a plantear el poder como ruptura del intercambio, se dibuja una función positiva análoga a la de los bienes y del lenguaje. El jefe, propietario de valores esenciales del grupo, es-por eso mismo- responsable ante él y, por intermedio de las mujeres él es – de cierto modo- prisionero del grupo.

Ese modo de constitución de la esfera política puede comprenderse-pues- como un verdadero mecanismo de defensa de las sociedades indígenas. La cultura afirma la prevalencia de lo que la funda- el intercambio- precisamente encarando en el poder la negación de ese fundamento. Pero además es necesario señalar que esas culturas, privando a los “signos” de su valor de intercambio en el área del poder, arrebatan a las mujeres, a los bienes y a las palabras justamente su función de signos a intercambiar; es así cómo esos elementos son aprehendidos como puros valores, ya que la comunicación deja de ser su horizonte. El estatuto del lenguaje sugiere- con fuerza singular- esta conversión del estado de signo al estado de valor: el discurso del jefe, en su soledad, recuerda la palabra del poeta para quien las palabras son valores más que signos. ¿Qué puede significar pues ese doble proceso de de-significación y de valorización de los elementos del intercambio? Expresa quizás- más allá del apego de la cultura a sus valores- la esperanza o la nostalgia de un tiempo mítico en el cual cada quien accedería a la plenitud de un goce no limitado por la exigencia del intercambio.

Culturas indígenas, culturas inquietas por rehusar un poder que las fascina: la opulencia del jefe es el sueño animado del grupo. Y está bien expresar a la vez la inquietud que conllevan- tanto la cultura como el sueño- de sobrepasarse, que el poder, paradójico en su naturaleza, es venerado en su impotencia: metáfora de la tribu, imago de su mito, he aquí al jefe indio.

(*) Pierre Clastres ( 1962) La Societé contre l’Etat, Les Edicions de Minuit, Paris, 1974, Cap. 2
Viene el texto en http://alasbarricadas.org/forums/viewto ... 13&t=43145

La web de caosmosis, donde podían descargarse este tipo de textos, murió.
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Sindelar
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Re: Se busca líder y anarquista

Mensaje por Sindelar » 18 Sep 2015, 18:28

¿Liderazgo?

Cuando se habla de la ideología libertaria, es difícil abordar el tema del liderazgo. En algunas ocasiones se parte de la base de que el liderazgo consiste en el poder de una persona que asume la autoridad y decide por un grupo. En mi opinión esta es una postura equivocada, una postura que hace confundir el liderazgo con la autoridad, conceptos que pueden ir ligados, pero no necesariamente.

En un grupo de personas, el liderazgo realiza la función de coordinación y dirección, pudiendo ser asumida ésta por una o varias personas. El liderazgo se puede realizar de varias maneras. Dentro de lo que yo he estudiado, he conocido el liderazgo autoritario, el democrático y el permisivo.

En el liderazgo autoritario, el líder acapara las decisiones del grupo y no informa a este del proceso, ya sea por potenciar el beneficio propio o por tener una postura paternalista, en la que se busca ayudar a los demás sin hacerlos partícipes de las decisiones. En el liderazgo democrático, el líder trata de estimular la participación del grupo, informando del proceso a todos, y facilitando que sea el grupo en consenso, y no su propia figura la que tome las decisiones. En el último liderazgo, el permisivo, el líder no trata de acaparar el poder sobre sí, ni estimula la participación del grupo; con este tipo de liderazgo, un grupo no suele ir hacia ningún lado.

Aunque esa es la versión de manual, me gustaría hacer tres valoraciones:

La palabra liderazgo es sólo una palabra. Para algunas, esta palabra tiene connotaciones negativas. Lo que subyace en el fondo es entender que todo grupo necesita resolver la necesidad de coordinarse y dirigirse hacia algún lado. El comunismo libertario es una forma de organización, y como tal tiene que coordinarse para afrontar sus luchas. El nombre que utilicemos para denominar esta función es indiferente, siempre que se entienda esta necesidad.

En los manuales aparece el término liderazgo democrático. Se podría entrar en un profundo debate acerca de qué es exactamente la democracia y si las formas básicas de democracia coinciden con la teoría y la práctica libertaria. Basándome en la experiencia, y en que los sistemas democráticos han demostrado poder convivir con aparatos represores como la policía y el ejército, y estructuras verticales, mi propuesta es que se entienda el liderazgo que promueve el consenso y la participación de todos como liderazgo libertario, puesto que es una práctica que facilita y promueve la autonomía individual y grupal, así como las relaciones horizontales.

Quedarse en la definición simplemente, sin embargo, es quedarse corto. El fin del comunismo libertario no es que tengamos que depender de líderes, como figuras de autoridad. Aspiramos a un mundo libre, por lo que siempre tenemos que promover nuestra propia autonomía y la de los demás y no seguir ciegamente a figuras en las que confiamos.

Por último, me gustaría remarcar que el liderazgo existe, nos guste o no. Cualquiera puede observar cualquier grupo y darse cuenta que hay personas que tiran más del grupo que otras. Pienso que negar este fenómeno conlleva el riesgo de caer en liderazgos que no somos capaces de ver, precisamente por negarlo. Como siempre, hay que ser críticos, y percibir con claridad el mundo que nos rodea.
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Sindelar
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Re: Se busca líder y anarquista

Mensaje por Sindelar » 18 Sep 2015, 18:28

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tarugo
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Re: Se busca líder y anarquista

Mensaje por tarugo » 12 Dic 2015, 12:07

Por último, me gustaría remarcar que el liderazgo existe, nos guste o no. Cualquiera puede observar cualquier grupo y darse cuenta que hay personas que tiran más del grupo que otras. Pienso que negar este fenómeno conlleva el riesgo de caer en liderazgos que no somos capaces de ver, precisamente por negarlo. Como siempre, hay que ser críticos, y percibir con claridad el mundo que nos rodea.
En las organizaciones anarquistas, por muy horizontales que pretendan ser, también debe haber personas que tiran más del grupo que otras, me imagino, no lo se. Personas hiperactivas, que se hacen con su grupito de afines, y que pretender ser los garantes de la fidelidad a los principios básicos como el que ellos mismos contradicen, el de la horizontalidad. Me imagino, no lo sé.

Esa sospecha mía es lo que me ha parecido ver detrás de algunas expresiones de cenetistas descontentos en este foro. A lo mejor sólo vienen aquí buscando un desahogo que no encuentran en sus agrupaciones locales.

Una organización anarquista debería saber lidiar con esos intentos de ciertos pequeños núcleos de querer hacer de policía anarquista, con los iluminados que creen saber en todo momento cual es la linea recta y cual la torcida, que saben distinguir perfectamente entre amigos y enemigos infiltrados que quiere destruir la organización desde dentro. Pero supongo que mantener unos niveles óptimos de horizontalidad no debe ser fácil.

De todas formas yo no creo en las organizaciones anarquistas como salvación ni salvaguarda de nada, ni como coordinadoras ni leches, coordinar desde unas ideas prefijadas es dirigir, señalar el camino correcto, y nadie está en posesión de la verdad. Yo creo en la remota posibilidad de que sean las mismas bases las que encuentre su camino sin ningún tipo de guía "espiritual", o "ideológica" como la de una organización anarquista o de cualquier otro tipo. Y creo que esa posibilidad remota es la única real de que se produzcan cambios que vayan mas allá de cuestiones cosméticas. O de simplemente cambiar la titularidad del amo, como ha ocurrido en las revoluciones marxistas.

fudoken
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Re: Se busca líder y anarquista

Mensaje por fudoken » 16 Dic 2015, 23:40

Veo bastante incompatible la idea de un lider como tal en el movimiento anarquista, nosotros que estamos contra toda autoridad, ¿Cómo vamos a reconocer a alguien que pretenda mandar o dirigir el movimiento?
Estoy de acuerdo. Un anarquista jamás se dejaría dar ordenes por nadie.

No hay que confundir los movimientos socialistas-comunistas con los anarquistas.

Otra cosa es que un grupo de anarquistas se reunan y pongan a alguien de portavoz, para hacer comunicados, dar charlas, conferencias, etc.

El liderazgo depende de la persona. Tiene que ofrecerse voluntaria. Y tiene que tener personalidad y caracter.

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Sindelar
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Re: Se busca líder y anarquista

Mensaje por Sindelar » 05 Ene 2016, 00:00

AGRUPACIÓN DE LOS AMIGOS DE DURRUTI

A la clase trabajadora:

1. Constitución inmediata de una Junta Revolucionaria integrada por obreros de la ciudad, del campo y por combatientes.
2. Salario familiar. Carta de racionamiento. Dirección de la economía y control de la distribución por los sindicatos.
3. Liquidación de la contrarrevolución.
4. Creación de un ejército revolucionario.
5. Control absoluto del orden público por la clase trabajadora.
6. Oposición firme a todo armisticio.
7. Una justicia proletaria.
8. Abolición de los canjes de personalidades.

Atención trabajadores: nuestra agrupación se opone a que la contrarrevolución siga avanzando.
Los decretos de orden público, patrocinados por Aiguadé no serán implantados.
Exigimos la libertad de Maroto y otros camaradas detenidos.

Todo el poder a la clase trabajadora.
Todo el poder económico a los sindicatos.
Frente a la Generalidad, la Junta Revolucionaria.
Además de ser unos linces, esto sí es muy de líderes.
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NihilistaLibertario
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Re: Se busca líder y anarquista

Mensaje por NihilistaLibertario » 05 Ene 2016, 13:57

Buenas, soy nuevo en el foro y la verdad aún no sé muy bien como funciona. Pero se intenta :D
Lo primero que quería decir, es que la palabra líder se contradice un poco con la concepción anarquista/nihilista. Ya que promover un "sistema" igualitario no es compatible con tener personas "privilegiadas", y los líderes solo por tener el título de líder lo son. También hay que tener mucho cuidado con los líderes, porque pasan de ser meros inspiradores a la CPU (el cerebro) de las masas que lo siguen, dejando de lado muchas veces todo lo que creían para adaptarse a lo que dice su líder, véase Pablo Iglesias.

Ahora bien, es innegable que el efecto que puede causar un líder, y la capacidad de persuasión que alcanza es inigualable. El ser humano está educado para seguir a un líder y a su vez a las masas. Desde este punto de vista un líder sería óptimo para cualquier difusión e implicación de la ciudadanía. ¿Pero qué tipo de líder podemos aceptar? Pues en mi opinión, una persona que tenga una buena orativa, que explique bien las cosas tanto lo bueno como lo malo, que llame a sus oyentes a criticar sus palabras y pensar por si mismos y no a aceptarlas sin más, etc. ese sí será un buen líder. Aunque más que líder, jefe, etc. prefiero la palabra portavoz, icono, etc.

Yo por ejemplo, en varios de mis artículos de opinión suelo empezar: "si no está usted dispuesto a pensar por sí mismo y/o tomarse a mí y a mis palabras como únicas referencias, le recomiendo que se vaya usted a ver la televisión que es más entretenida a la hora de comer la mente."

Gracias! Un saludo!

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El Errabundo
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Re: Se busca líder y anarquista

Mensaje por El Errabundo » 19 Ene 2016, 18:22

El Liderazgo en los colectivos anarquistas


“Estimo a aquellos que están con la conspiración y no conspiran ellos mismos; pero no siento más que desprecio por aquellos que no quieren hacer nada pero se complacen en blasfemar y maldecir a aquellos que actúan” (Carlo Pisacane).



Carecer de una base bien pegada al terreno, a la realidad, nos ha hecho complicar la cuestión del liderazgo de una forma completamente innecesaria. Si al asunto le añadimos además una buena dosis de bajas pasiones, ya no hay quien extirpe el quiste.

Tenemos por un lado gente que quiere sofisticar tanto el tema que acaba cayendo en los galimatías marxistas, intoxicándolo todo con unos argumentos que la propia realidad, desde la crisis de la Primera Internacional a 1917, se ha encargado de desmontar, dejándonos bien claro a dónde nos lleva el concepto de “autoridad roja”. Por otro tenemos la voz de los desencantados y desesperados, gente que ante el cacao imperante une su voz a la de Ortega y Gasset a la búsqueda de “un hombre fuerte”, como si alguien pudiera hacer por nosotros lo que somos incapaces de hacer por nosotros mismos.

Estas incongruencias han sido cíclicamente rebatidas por un acerbo bien razonado y articulado que data desde antes de Godwin; este acerbo, sin embargo, no encuentra tristemente continuidad cuando confronta con gran parte de la militancia libertaria y los colectivos que lo componen.

La enajenación de la realidad, sumado a las filias y fobias propias de nuestra humanidad, nos ha hecho detectar autoridad donde no suele haberla, dejando intacto no obstante el verdadero edificio de la jerarquía.

Es cierto que en nuestros colectivos hay actitudes autoritarias y de liderazgo, personas que, al llevar la voz cantante, pueden absorber y engullir a una organización. No entraré ahora a valorar la responsabilidad de los engullidos, pues sólo quería constatar un hecho y no hablar de la “servidumbre voluntaria” que es algo que transciende de los límites de este artículo. Esto, sin embargo, es lo que ocurre en la mayoría de colectivos humanos, una tendencia propia de una formación verticalista cimentada en lo que Nietzsche defendía como “voluntad de poder”. La mayoría de errores que se producen en grupos y comunidades libertarias no son más que la mayoría de errores que surgen en el resto de grupos y comunidades no libertarias; así de simple. Evidentemente lo que llama la atención es que en ambientes que se dicen anarquistas, con gente que se dice anarquista, surjan roles de dominación y obediencia, y esto es algo que deberíamos corregir con un trabajo constante que parta de uno mismo sobre sí mismo; sin embargo, siendo falibles y vulnerables, como somos, no podemos esperar que denominarse anarquista suponga ser metahumano. Mientras nuestros propios mimbres no se rebelen contra lo que impera y sigamos nutriéndonos de identidades pre construidas, nuestros errores no diferirán de los de nuestro entorno.

Reconocido lo dicho, entro en el quid de este texto: ¿sabemos identificar bien los anarquistas el liderazgo en nuestros colectivos?

Dada la situación de nuestro movimiento, en los grupos anarquistas solemos ser pocos. Cuando un grupo se decide a dejar de teorizar y a llevar lo que predica a la práctica, esto significa que hay poca gente para realizar mucho trabajo. Tenemos otro problema además, y es que no hemos dado con lo que llamo el “militante integral”. Tendemos, como nos marca la educación y el mercado laboral, a la especialización. Nos enseñan que hay unos que trabajan con la mente y otros con las manos, que unos saben hablar y otros escuchar. Como ya dije, de estos males no quedan excluidos los colectivos libertarios sólo porque se den ese nombre. Nuestra tendencia debería ser la de generar una actividad integral, formándonos de esa misma manera: potenciar una militancia en la que, entendiendo las circunstancias y preferencias personales, no haya unos que se dedican a labores auxiliares, otros a hablar en público, otros al trabajo de trastienda, otros a escribir, etc.; sino en la que cada uno se sintiera capacitado de realizar cualquier labor, manual o intelectual. Sin embargo, la realidad es otra. En un grupo activista comprometido hay muchas funciones a desempeñar y, lastrados por un modo de actuar adquirido, solemos repartir las tareas en función de la especialidad de cada uno: el que tenga más dotes artísticas se encargará de la cartelería; el que tenga más formación, de redactar los documentos; el que tenga más habilidades sociales, de hablar con la gente, etc. ¿Y si surge el “militante integral”? Estamos tan poco acostumbrados a que el mismo que escribe los artículos sea el que trabaja en la huerta, el que sabotea una máquina en una huelga o el que abre una casa, que visto desde fuera solo podemos adecuar la fórmula capitalista a la militancia social y pensar: trabajo intelectual: líder; trabajo manual: subalterno. Sin pararnos a pensar que el que desarrolla ambas labores sea la misma persona, y sin plantearnos la influencia del medio en esa ecuación que separa el cerebro del brazo.

Si el grupo trabaja bien y hace cosas grandes que tengan repercusión mediática, se plantea entonces el problema crucial de hablar en público. Puede que esto ya se haya planteado en otras actividades, como charlas, talleres o mítines, pero la cosa se endurece cuando lo que se plantea es exponerse. Si el grupo desestima esta vía el problema parece subsanado, pero cuando la naturaleza de la lucha requiere necesariamente la concurrencia mediática (como por ejemplo en el caso de los desahucios) el debate en torno a quién hablará se torna muy revelador. Más allá de cuestiones banales, sobre vergüenza y complejos, está el tema de la exposición pública, de dar la cara, de perder un refuerzo a nuestra seguridad como es el anonimato. Visto desde fuera, diseccionamos al “portavoz” como el líder, el cabecilla, el cerebro, el ideológo, y no somos conscientes de si ese puesto le tocó sacando la pajita más corta o si se vió obligado ante el miedo y la negativa del resto; menos conscientes somos todavía de que lo mismo que pensamos nosotros lo estará pensando la brigada de información respectiva, que podrá añadir un nombre a su lista para cuando llegue el momento de “descabezar”.

A veces llamamos líder al que simplemente se sacrifica por una causa concreta, y da la cara cuando a todos los demás les conviene taparla. Por otro lado, hay que cuidarse mucho de no confundir al líder del grupo con el esclavo del grupo, porque a veces la línea se difumina bastante. Hay gente más comprometida que el resto, que no sólo está dispuesta a jugársela sino también a realizar todos los trabajos desagradables que nadie quiere. Hay personas que siempre se ofrecen, que avanzan cuando otros se detienen, que alientan la actividad y se arriesgan a enredarse en problemas que la mayoría de la gente rehuiría. Hay que ser honestos: cuando en la FAGC se nos planteó la posibilidad de la Comunidad “La Esperanza” la magnitud del trabajo apabulló a muchos. El nivel de implicación de todos los miembros no fue la misma. Algunos se sintieron superados, otros prestaron valiosas labores de soporte y los menos se la jugaron a tiempo completo por el proyecto. El que comparece ante los medios, juzgado desde el exterior por gente que no conoce los pormenores del asunto, puede parecer un aspirante a jefe, pero por dentro nadie sabe la loza que le está presionando el pecho.

Estas personas comprometidas, que como mucho son organizadores, dinamizadores, cuando no pobres mulas que cargan con el trabajo colectivo, son confundidas como líderes por el desconocimiento general de lo que suponen las atribuciones del mando, por los prejuicios sociales que ya mencioné, pero también por la mala baba imperante.

Esa persona que desarrolla un discurso, que lo manifiesta públicamente en base a hecho reales, que no puede ser acusado de vender humo, supone una amenaza para nuestro estatus de “sosiego revolucionario”. Su actividad amenaza nuestro quietismo y los objetivos que alcanza nuestra mediocridad. Una persona que demuestra que se pueden hacer cosas más allá de hablar del pasado o de celebrar actos endogámicos, de retro alimentación y auto complacencia, está indicándonos simultáneamente que no hacemos nada más práctico porque no queremos, y no porque no se pueda. Tildamos de líder, ya que no conocemos otro insulto peor, no al comisario, al jefe de partido o de secta, si no a aquel que hace destacar su voz y nos recuerdo que el anarquismo no es un acto de contemplación monacal. Si alguien nos escupe en la cara que el asamblearismo, el apoyo mutuo y la acción directa, no son mantras que repetir machaconamente, ni productos de consumo interno, ni lemas desgastados que añadir a cada cartel y a cada comunicado, sino que son respectivamente un órgano para que la gente de a pie gestione sus recursos y sus propios barrios; un instrumento para tejer redes de soporte y servicios mutuos; una forma de actuar que pasa por expropiar sin intermediarios bienes y recursos y no por hablar; esa persona es un enemigo, y al enemigo se le insulta y caricaturiza. Si alguien con sus hechos, y con el discurso que sirve de soporte teórico a los mismos, entra en tu zona de confort, desmantela tu verborrea cristiana de predicador, da un manotazo al santuario repleto de velas a Bakunin y Durruti, y te fuerza a la acción, no es raro que lo identifiques con un líder, porque siempre es más fácil reducir al absurdo que encajar un golpe.

Es por eso que todo el que en nuestros medios y ambientes hace algo, mueve algo o hace que algo destaque, pasa a ser instantáneamente, para una capillita muy bien acomodada en la estabilidad de la disidencia verbal, un aspirante a caudillo, un tipo con ínfulas de grandeza, un líder. Se logra así que la quietud genere quietud.

Esto no es nuevo, hoy las figuras de un Bakunin, Malatesta, Seguí o Durruti nos llegan casi regulares, sin aristas alarmantes, sin mácula de duda. En su época fueros acusados de papas, de dictadores del movimiento, de personajes sospechosos con deseos de fagocitar al anarquismo. Hoy los valoramos y respetamos porque ya no existen, porque están muertos; si existieran y nos obligaran a cuestionarnos nuestra inactividad, ya los estaríamos despellejando. Hubo personajes como Tomás González Morago, de cuya gran labor como organizador nos da constancia Anselmo Lorenzo en El Proletariado Militante (1901, 1923), que corrieron peor suerte y murieron solos en prisión orillados por sus propios compañeros. Hoy, como buen difunto, se le recuerda como uno de los fundadores de la AIT española, pero no como el ilegalista que murió marginado por los suyos. Parece ser entonces que lo único que hace falta para ahorrarse dichos ataques es llegar a la venerable vejez o morirse: pero lo primero para algunos aún está lejos, y lo segundo lo considero un precio excesivo para tan poco premio.

Ante el papanatismo imperante no podemos recular. Sólo nos queda seguir trabajando, cada vez más fuerte y con más ganas; saber discriminar las críticas razonadas de los ataques nacidos de las heridas al amor propio; y esperar que el Movimiento Libertario aprenda a distinguir entre los líderes que intentan controlar nuestras vidas y los revolucionarios que sólo tratan de organizar la resistencia.



Ruymán Rodríguez

http://www.anarquistasgc.net/2016/01/el ... tivos.html
Última edición por El Errabundo el 19 Ene 2016, 23:12, editado 1 vez en total.
"Me asombraba la estupidez de mi especie que no se alzaba como un solo hombre y se sacudía unas cadenas tan ignominiosas y una miseria tan insoportable. En cuanto a mí, decidí, –y jamás he desviado el pensamiento de esta decisión– zafarme de esa odiosa situación, y no asumir jamás ni el papel de opresor ni el de oprimido".

William Godwin

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Joreg
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Re: Se busca líder y anarquista

Mensaje por Joreg » 19 Ene 2016, 22:42

El Errabundo escribió:Esa persona que desarrolla un discurso, que lo manifiesta públicamente en base a hecho reales, que no puede ser acusado de vender humo, supone una amenaza para nuestro estatus de “sosiego revolucionario”.
Je, qué bueno, esa actitud de descalificar a un militante, que con sus virtudes y defectos es usado cuando conviene, y puesto a parir cuando fastidia demasiado, me ha recordado a un montón de gente bastante buena a la que se ha descuartizado con diversas etiquetas: reformista, insurreccionalista, infiltrado policial, autoritario, marxista... Recuerdo a un chaval hace años, del que se contaba estaba al servicio de la policía, y me pasé como un gilipollas un mes haciéndole seguimientos de la universidad a casa, de casa a la okupa porque me pusieron los pelos de punta con la posibilidad de que el tipo nos metiera un puro. Y ná, era una persona voluntariosa, que estaba todo el día haciendo cosas y que ponía en evidencia a los demás, que no hacían si no beber grandes cantidades de cerveza u otras sustancias. U otro caso, que venía estupendo para meter miedo a la patronal, pero cuando se ponía violento con el entorno libertario, ya era un plasta. Y otro más, que era un krak metiendo en líos a todo el mundo y sabiendo salir de ellos, pero le ponían tibio porque tomaba demasiadas decisiones en lugar de aguardar a que se reuniera la sagrada asamblea...

Y luego resulta que al infiltrado de verdad no se le detecta. Y que cuando hace falta tomar acuerdos graves, muchos criticones brillan por su ausencia.

Claro, así a ver quién es el guapo que aguanta. Hace unas semanas me lo comentaba un compañero: sales de trabajar a las tantas, te vas a treinta kilómetros a hablar con las trabajadoras de una empresa, te estudias el caso, planteas un conflicto bien complicado, y no es que te tengas que enfrentar al patrón, a sus esbirros, a los municipales, al desánimo de las trabajadoras, gastando tu dinero y tu escaso tiempo de descanso. Es que encima te dicen en el faceboock, en el blog de "petróleo y dinamita" y en un informe supersecreto que lee todo dios, que eres un liberado y un trepa, y que hay que deliberar sobre el porcentaje de la cuota.

Pa volverse loco o cortarse las venas.
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Re: Se busca líder y anarquista

Mensaje por Sindelar » 08 Jun 2016, 22:33

UNA MIRADA LIBERTARIA AL LIDERAZGO

INTRODUCCIÓN

El anarquismo, como filosofía política, se caracteriza por el rechazo al Estado y a la autoridad. Sin embargo, la necesidad de organización del movimiento anarquista ha dado lugar al surgimiento de líderes históricos no institucionalizados. Un ejemplo es Buenaventura Durruti (1896-1936).

A su pesar, Durruti fue un líder que “representaba para el pueblo la encarnación de sus anhelos revolucionarios” (Paz, 2004a: 725). Pero el suyo no fue nunca un liderazgo vertical, basado en la autoridad de un cargo, ni siquiera cuando estuvo al mando de una columna militar durante la revolución española. Su condición de líder vino dada por su carisma y ejemplaridad, su capacidad para conectar con el pueblo y la coherencia entre sus ideas y sus acciones.

¿Cómo se explica la aparición de líderes carismáticos, que actúan como catalizadores de la insubordinación de las masas, en organizaciones horizontales, no jerarquizadas ni institucionalizadas? El objetivo de este capítulo es aportar algunas ideas que ayuden a resolver esta cuestión, y contribuir de este modo al debate teórico del problema del liderazgo dentro de las organizaciones anarquistas. Para ello, en primer lugar, realizo un breve repaso de los conceptos de autoridad, organización y liderazgo en la teoría anarquista. En segundo lugar, delimito el marco teórico sobre liderazgo carismático y selecciono el estudio biográfico como técnica metodológica. En tercer lugar, examino la vida de Durruti para analizar su condición de líder carismático. Finalmente, expongo las conclusiones y las perspectivas de futuro.

AUTORIDAD, ORGANIZACIÓN Y LIDERAZGO EN LA TEORÍA ANARQUISTA

El anarquismo o libertarismo se define como la teoría política, de inspiración obrera, que defiende la desaparición del Estado, del gobierno y de la autoridad como condición para la libertad del individuo. A diferencia del marxismo, en la teoría anarquista los términos gobierno y revolución son incompatibles. Proudhon, Bakunin y Kropotkin fueron los primeros filósofos anarquistas. Según Proudhon, ser gobernado equivale a
  • […] estar vigilado, ser inspeccionado, espiado, estar dirigido, legislado, regulado, ser encerrado, adoctrinado, sermoneado, controlado, valorado, mandado por seres que carecen de título, de conocimiento y de virtud [...] Ser gobernado es ser, en cada operación, en cada transacción, en cada movimiento, anotado, registrado, inventariado, tarifado, sellado, mirado de arriba abajo, acotado, cotizado, patentado, licenciado, autorizado, sellado, apostillado, amonestado, impedido, reformado, enderezado y corregido (Proudhon, 1923: 293-294).
Bakunin y Kropotkin propugnan el rechazo a la autoridad de Dios, del Estado y del Gobierno. Para el primero, “gobierno y explotación son dos términos inseparables, son la misma cosa” (Bakunin, 1908: 61), así como el segundo (Kropotkin, 1885a: 7) defiende que la autoridad tiende a destruir la libre voluntad del pueblo y nada bueno puede ser ajeno a su voluntad.

Fabbri (1980: 17), por su parte, define el anarquismo como “el ideal que se propone abolir la autoridad violenta y coactiva del hombre sobre el hombre, así como otra prepotencia sea económica, política o religiosa”. No obstante, Taibo (2013: 20) recuerda que los anarquistas rechazan la autoridad coactiva, pero “acatan la autoridad de médicos, arquitectos o ingenieros”. Con esta distinción, el anarquismo busca diferenciar la autoridad institucional del prestigio que se reconoce a algunas personas por su conocimiento y capacidad en alguna materia. El mismo Bakunin (1908) lo precisa. Además, rechaza la autoridad legal del Estado, de carácter violento y despótico, pero no la acción de la sociedad, “más dulce, más insinuante, más imperceptible, pero mucho más poderosa que la del Estado” (Bakunin, 1908: 22).

A diferencia de la autoridad legal, esta influencia social no conduce necesariamente a la opresión del individuo (ibídem). Más recientemente, Morman (2005: 30-38), siguiendo a Fromm (1997), distingue la autoridad formal o inhibitoria de la autoridad racional. La primera, rechazada por el anarquismo, se basa en la relación explotador-explotado, mientras que la autoridad racional se funda en el conocimiento, es fruto de la concesión voluntaria de cada uno y tiende a disolverse.

El rechazo a la autoridad formal no implica el rechazo a la organización. De hecho, el modelo de sociedad anarquista de Kropotkin (1902) se basa precisamente en la autoorganización de los individuos en sociedad. El anarquista ruso destaca la sociabilidad de la especie humana y propone una organización social basada en los principios de solidaridad y cooperación. Fueron elementos ajenos a los anarquistas los que, según Fabbri (1980: 18), les retrataron como enemigos de la organización, y algunos “picaron el anzuelo” negándola, así como a la solidaridad colectiva, y defendiendo el individualismo burgués.

Retomando el argumento, Graeber (2014: 44) señala que el anarquismo no se opone a la organización, sino que trata de crear nuevas formas de organizarse. Esta idea también ha sido defendida por los primeros teóricos anarquistas. Bakunin (2004: 9-10) propone la organización voluntaria de los individuos de abajo arriba, “desde los cimientos”. Malatesta (2009: 13) aboga por una organización social resultado de la agrupación libre y espontánea de los hombres. Fabbri (1980: 18) observa que no es posible la lucha y la revolución sin la organización previa de los revolucionarios, ya que es en el seno de esta donde se desarrollan los principios de asociación y solidaridad; además, sostuvo que la organización de todos los miembros de la colectividad no es posible fuera de la injerencia del Gobierno, sino que esta es la única forma eficaz de organización revolucionaria (Fabbri, 1922: 25). Volin, por su parte, defiende la autoadministración de las masas trabajadoras, sin partidos que se sitúen encima o al margen de estas (Guérin, 2012: 54).

Pero Rocker ha sido el mayor defensor del concepto de organización anarquista. Para este autor, no es cierto que con la organización se pierda la individualidad, sino que por el “contacto entre iguales se despliegan las mejores condiciones de la personalidad” (Rocker, 1921: 52). En su opinión, el anarquismo necesita de la organización no jerárquica, sino mutualista y cooperativa. Al igual que Kropotkin, Rocker (1921: 53) considera que las organizaciones basadas en el apoyo mutuo, o cooperativas, son el mecanismo clave que explica el desarrollo de los seres humanos y su futuro como especie.

La organización tiene el riesgo de generar líderes y dirigentes. Pese a ello, el anarquismo defiende una organización sin vanguardias, “sin coacciones ni liderazgos” (Taibo, 2013: 50). Esta idea ha sido criticada por el marxismo. Para los teóricos marxistas, el liderazgo es un hecho inevitable dentro de las organizaciones (Bujarin, 1922; Molyneux y Costick, 1999: 13). Esta crítica es una asunción de la “ley de hierro de la oligarquía” de Michels (2006: 77), según la cual los líderes de las organizaciones, que al principio no son más que “órganos ejecutivos de la voluntad colectiva”, se emancipan de las bases y quedan fuera de su control. Para Taibo (2013: 38), la inevitabilidad del liderazgo es un argumento falaz porque, de ser válido, “no quedaría más remedio que aceptar otros elementos característicos de la realidad de nuestras sociedades, como por ejemplo la explotación, la alienación, la insolidaridad”.

Aunque la teoría anarquista rechaza frontalmente la posibilidad de liderazgo, se trata de un problema presente a lo largo de la historia del movimiento anarquista. Menciono solamente algunos ejemplos: a principios del siglo XX, Bakunin intentó crear organizaciones secretas jerarquizadas para expandir la revolución (Taibo, 2013: 38; Aller, 2014). En 1919, Majnó dirigió el Ejército Negro de la Ucrania anarquista. Durante la guerra civil y la revolución española, Durruti estuvo al frente de una columna militar; y Federica Montseny, García Oliver y otros militantes anarquistas fueron nombrados ministros del Gobierno de la República.

Un trabajo que aborda, desde una perspectiva histórica, la cuestión del liderazgo en el anarquismo español es el de Maurice (2012). Según este autor, los militantes que ocuparon cargos de responsabilidad en organizaciones anarquistas influyeron en “la definición de la estrategia y en la organización de la acción colectiva”. A diferencia de lo que ocurría en las organizaciones socialistas, donde una figura, Pablo Iglesias, sobresalía por encima del resto y personificaba el movimiento, en las organizaciones anarquistas se impusieron aquellos líderes que “mejor sabían manejar la pistola o la pluma como un arma”. Se mencionan como ejemplos a Fermín Salvochea, Federica Montseny y al propio Durruti. A diferencia de los marxistas, que defienden el liderazgo de vanguardia y tienden a personificar las ideas con el nombre de sus teóricos y dirigentes (marxismo, leninismo, trotskismo, estalinismo, etc.), los anarquistas rechazan la dirigencia vertical, pero ensalzan a los apóstoles, “militantes que, a imitación de los discípulos de Jesucristo, se han entregado en cuerpo y alma a propagar el ideal universalista de la Asociación Internacional de Trabajadores” (Maurice, 2012).

EL LIDERAZGO CARISMÁTICO Y LA INVESTIGACIÓN BIOGRÁFICA

El concepto de liderazgo es complejo y varía según el enfoque desde el que se estudie. El rechazo inicial del anarquismo hacia los líderes responde a la naturaleza difusa y compleja del concepto de liderazgo político, que a veces se confunde con el de autoridad. Una diferencia entre los conceptos de autoridad y liderazgo es que el primero está vinculado a la existencia de cierto tipo de institucionalidad, mientras que el segundo no tiene por qué estarlo (Wrong, 1980: 28-31). En este artículo utilizó el concepto de liderazgo carismático, que se ubica dentro del enfoque relacional propuesto por Burns (2010).

El liderazgo carismático fue conceptualizado por Weber como uno de los tres tipos de legitimidad que sostiene la dominación. Según este autor, el líder carismático es obedecido por las masas no porque lo mande la costumbre (presión social) o una norma legal, sino porque “creen en él” (Weber, 2004: 11). Weber, de esta manera, define el carisma como “un proceso de acción mutua” entre líder y seguidores (Rustow, 1976: 29).

El liderazgo carismático no es un atributo individual que se pueda manifestar de manera aislada, sino una relación; en términos de la psicología social “una fusión del yo”, entre el líder y el seguidor (Lindholm, 2001: 22). Cuando muere el líder, la relación se frustra y los seguidores tienden a mitificarlo. La mitificación se define como “un proceso que transforma un pasado concreto en una historia fundacional”; el concepto de mito no hace referencia a hechos inventados, sino a la magnificencia de hechos reales “que no deben olvidarse porque implican un compromiso con el futuro” (Assmann, 2007: 77-78).

Para Scott (2013: 17-18), tener líderes hace más vulnerables a los movimientos de lucha, porque permite al poder identificar a los movimientos a través de ellos y utilizarlos para pactar acuerdos o corromperlos. Cuanto más institucionalizados son los movimientos menor es el grado de peligrosidad para el sistema (Scott, 2013: 46). No obstante, a diferencia de la mayor parte de los teóricos anarquistas, este autor tiene en cuenta el carisma al analizar el funcionamiento de las luchas sociales. Determinadas condiciones estructurales, afirma, impulsan a “las elites y los líderes a prestar una especial atención a lo que tienen que decir aquellos a quienes nadie escucha”. Se genera así una relación carismática. A diferencia del “gran poder”, que no tiene por qué escuchar al público, la condición del carisma es ser reconocido como jefe u orientador de los seguidores para que actúe como uno más del grupo, escuchando las distintas opiniones y reaccionando de acuerdo a estas (Scott, 2013: 52-56). En el fondo, Scott rechaza el liderazgo porque lo identifica con el liderazgo institucional, pero acepta el papel del carisma, sin llegar a conceptualizarlo como liderazgo.

Del mismo modo que Bakunin diferencia la autoridad legal, generadora de explotación, de la influencia y el prestigio social, a veces positivas para el desarrollo del individuo, yo propongo la distinción entre liderazgo institucional, producto de la posición de poder del líder en una estructura organizacional, y liderazgo carismático, manifestación social de la relación del líder con sus seguidores. Un individuo puede ser, al mismo tiempo, líder institucional y líder carismático, pero tener la condición de líder carismático no implica ocupar una posición de liderazgo institucional ni viceversa. El liderazgo carismático no implica necesariamente subordinación institucional de los seguidores con respecto al líder; se trata de una relación de confianza mutua que, si bien implica dominación, se basa en la voluntad de los seguidores y puede romperse en cualquier momento. La autoridad del líder no es institucional ni permanente, sino racional. Aunque prefiero no llamarla autoridad, sino prestigio y reconocimiento que el líder obtiene de los seguidores a cambio de escucharlos y asumir sus mandatos. Este liderazgo carismático se dio en la Confederación Nacional del Trabajo (en adelante CNT) en España. Durruti fue un ejemplo. Como afirma Paz, refiriéndose al IV Congreso de la CNT celebrado el 1 de mayo de 1936:
  • Existía en la CNT cierto liderismo, pero un liderismo muy “específico”. En una sindical donde no hay un aparato que maneje el funcionamiento de la organización, el liderismo tiene otras raíces que provienen de la abnegación y el tesón militante, no teniendo otra gratificación que el respeto que inspira entre los trabajadores el tipo de hombre con estas virtudes. Esos líderes conseguían un prestigio derivado de su propio comportamiento y entrega en la lucha […]. Eran líderes cuya persona obtenía el respeto que inspiraba su vida ejemplar. En Durruti y Ascaso, esa “fama”, aprecio o “confianza” pesaba como una losa (Paz, 2004a: 449).
Uno de los trabajos más importantes sobre liderazgo carismático es el de Willner (1984). Según esta autora, los líderes carismáticos, o spellbinders, surgen en contextos de crisis, el discurso y la oratoria tienen un importante papel en la relación que mantienen con sus seguidores, y suelen convertirse, tras su muerte, en mitos culturales. Mediante un análisis biográfico, Willner narra detalladamente la carrera de algunos de los políticos más carismáticos del siglo XX. Voy a tomar de esta autora tanto el esquema de análisis como la técnica metodológica: la biografía.

Entiendo por biografía no la historia de vida de una persona, sino también todo el proceso de reconstrucción mítica posterior a su muerte. A partir del relato biográfico de Durruti, tomado de diversas fuentes, analizo el origen, desarrollo y culminación de la relación de liderazgo carismático entre él y sus seguidores, teniendo en cuenta el contexto histórico, sus habilidades oratorias y el proceso de mitificación tras su muerte.

El uso de la biografía para el análisis del liderazgo político se remonta a las Vidas Paralelas de Plutarco, donde se comparan las biografías de varios líderes importantes de la época (Alcántara, 2012: 32-33). La biografía es una técnica metodológica habitual en las ciencias sociales, en especial en la antropología, la sociología y la psicología. Su uso ha sido considerado esencial por algunos autores (Davis y Pradilla, 2003: 153), ya que “está asociado con la revalorización del sujeto como objeto de estudio” frente al positivismo que dio prioridad al uso de las técnicas cuantitativas y a “la estructura social por encima del sujeto” (Panaia, 2004: 51). No obstante, también ha sido objeto de críticas por su excesiva carga de subjetividad (Garciandía et al., 1995).

BUENAVENTURA DURRUTI, LA PARADOJA DEL LÍDER ANARQUISTA
  • No era un doctrinario, era un condottiero, inquieto, atrevido y valiente. También se le podía encontrar como una encarnación del guerrillero español. Tenía todas las características del tipo: valor, astucia, generosidad, crueldad, barbarie y un fondo de cerrazón espiritual […]. Durruti era un tipo para tener una biografía en romance, en un pliego de literatura de cordel, con un grabado borroso al frente (Pío Baroja, 1955: 651-652).
“Miles de personas desfilaron ante el ataúd de Durruti durante la noche. Esperaron bajo la lluvia, en largas filas. Su amigo y su líder había muerto.” Con estas palabras narró Kaminski los funerales de Durruti (Enzensberger, 1998:10). La afluencia masiva del pueblo barcelonés en su entierro marca el final de una relación de confianza mutua entre el obrero anarquista y el pueblo que le seguía, y el comienzo del mito popular. A partir de ese día, Durruti se convirtió en sinónimo de constancia, valentía, fortaleza moral, coherencia, solidaridad y, sobre todo, de revolución.

Siguiendo el esquema de Paz (2004a), analizo la vida de Durruti en tres momentos diferentes: el del rebelde (1896-1931), el del militante (1931-1936) y el del revolucionario (19 de julio al 20 de noviembre de 1936). La transición del Durruti rebelde al Durruti militante, y de este al revolucionario, tiene que ver con la conformación de su liderazgo carismático. Añado un cuarto momento, el del mito, que se inicia a partir de su muerte y se mantiene hasta la actualidad. Este momento refuerza la condición de líder carismático de Durruti y constituye su punto culminante.

Buenaventura Durruti nació en León el 14 de julio de 1896. Fue el segundo de los ochos hijos de Santiago Durruti y Anastasia Dumange. Su padre y su tío Ignacio militaron en el movimiento obrero de León. Santiago fue detenido en 1903 por participar en una huelga de curtidores, e Ignacio fundó la primera asociación obrera en la calle del Badillo.

Renunció a la escuela a los 14 años y comenzó a trabajar como aprendiz de mecánico en el taller de Melchor Martínez, un convencido socialista. Allí aprendió mecánica y socialismo. En 1913 entró en la Unión de Metalúrgicos, pero fue expulsado del sindicato cuatro años después por no cumplir la orden de la junta del sindicato de frenar la huelga general de agosto de 1917. Sobre esta huelga, Florentino Monroy, un amigo de Durruti y militante de la Unión en aquella época, recordaba:
  • Fuimos los primeros en activar la situación para que el sindicato no se empantanara. Siempre decían que la única solución era votar. No, hombre, decíamos nosotros, que hay que buscar otros procedimientos […]. Al estallar la huelga de 1917 teníamos diecisiete años. ¿Violenta? ¡Ya lo creo que fue violenta! Nosotros provocamos esa violencia. El gobierno nos echó encima al ejército (Enzensberger, 1998: 21).
Ante la persecución policial, Durruti marchó hacia Gijón y de allí se exilió a Francia, donde permaneció dos años. Durante su exilio abrazó el anarquismo y comenzó su etapa de rebelde, caracterizada por el uso de la acción directa. Bajo el apelativo de acción directa se agrupa no solo el uso de la fuerza física, sino también “otras formas de acción como actividades colectivas, agitación propagandística y huelgas” (Bernecker, 1994: 150).

Como dijo Ilya Ehrenburg, su vida, a partir de este momento, “se parecerá demasiado a una novela de aventuras” (Enzensberger, 1998: 13). La vida aventurera de los militantes anarquistas fue un fenómeno común en muchos países, prueba de ello son los ejemplos del italiano-brasileño Oreste Ristori (Romani, 2002) y del colombiano Biófilo Panclasta (Martínez, 1992). En España, Bookchin (2000) denomina como años heroicos del anarquismo español al periodo comprendido desde la Revolución Gloriosa de 1868 al inicio de la guerra civil y la revolución española en 1936.

Cuando regresó a España, Durruti fue detenido, pero logró fugarse y marchar de nuevo a Francia. Después se trasladó a Euskadi, donde empezó a trabajar en un taller y a participar en reuniones de la anarco-sindicalista CNT. Durante este periodo “se le nombró para ocupar cargos de responsabilidad en la Junta Metalúrgica, pero jamás quiso aceptarlos”; para Durruti lo importante no era el cargo, “sino la vigilancia desde la base a los de arriba” (Paz, 2004a: 69).

En España había un ambiente de gran represión sindical. La patronal, con apoyo de sectores de la Iglesia, se valía de pistoleros a sueldo para amedrentar a los trabajadores. Influenciados por los grupos anarquistas de Barcelona, Durruti junto con otros compañeros formaron el grupo “Los Justicieros”. Este grupo se inspiraba en las enseñanzas de Kropotkin (1977), para quien la violencia es justa siempre y cuando se utilice para fines revolucionarios. El primer atentado se iba a dirigir contra el gobernador de Bilbao, pero cuando se enteraron de que Alfonso XIII iba a asistir a la inauguración del Gran Kursaal, decidieron atentar contra el rey. Durante la preparación, fueron descubiertos, pero lograron escapar a Zaragoza.

Durante su vida en Zaragoza, Durruti trabajaba de cerrajero y participaba en manifestaciones y huelgas de apoyo a los presos anarquistas a la vez que formaba parte de “Los Justicieros”. Los miembros de este grupo se hicieron con armas y planearon el robo de un banco en Bilbao. El atraco fue un éxito y con el botín compraron más armas y ayudaron a financiar la causa. Se trataba de una acción justificada, ya que, para los anarquistas, la propiedad es una institución contradictoria y antagónica de la sociedad, que se funda en un abuso (“la propiedad es un robo”) para crear un derecho (Proudhon, 2003).

Uno de los presos más conocidos y venerados por el movimiento anarquista era Francisco Ascaso. Cuando salió de prisión fue invitado a una reunión de “Los Justicieros”, donde conoció a Durruti. Pronto trabaron una gran amistad. En verano de 1922, Durruti, Ascaso y otros tres amigos, entre los que estaba García Oliver, se trasladaron a Barcelona y se integraron en el grupo “Los Solidarios”37. Heinz Rüdiger y Alejandro Gilabert se refirieron a este grupo con las siguientes palabras:
  • […] Mantuvieron en jaque con sus pistolas a los asesinos de los obreros. La clase obrera española vio en ellos a sus mejores defensores. Practicaron la propaganda de los hechos y arriesgaron diariamente su vida. El pueblo los quería, porque no practicaban el engaño político (Enzensberger, 1998: 13).
Después del asesinato, en marzo de 1923, del secretario general de la CNT, Salvador Seguí, “Los Solidarios” respondieron asaltando a tiros el Círculo de Cazadores, punto de reunión de pistoleros y patronos reaccionarios, y asesinando a uno de ellos. Durruti viajó hacia Madrid, donde fue detenido. Se le acusó de varios delitos, incluido el de atentar contra Alfonso XIII, y fue trasladado a una prisión de San Sebastián. Mientras Durruti permanecía encerrado, “Los Solidarios” atentaron contra la vida del cardenal arzobispo de Zaragoza. Pocos meses después se instauró la dictadura en España y la CNT pasó a la clandestinidad.

Al salir de la cárcel, Durruti se exilió en París con Ascaso. García Oliver y el resto de “Los Solidarios” permanecieron en España. Durruti y Ascaso montaron un Centro Revolucionario desde el cual apoyaron la lucha de los compañeros anarquistas en Barcelona. Ante el acoso de la policía francesa, los dos amigos embarcaron hacia América. Residieron en La Habana, Santa Clara, Veracruz, Valparaíso y Buenos Aires. Durante su estancia en tierras americanas formaron un grupo, “Los Errantes”, desde el que promovieron huelgas, ajusticiaron a terratenientes y asaltaron bancos, sucursales y estaciones de trenes. La actividad revolucionaria de este grupo en el extranjero conecta con el rechazo de los teóricos anarquistas a las fronteras nacionales. En su estudio sobre la geografía, Kropotkin (1885b: 4) se refiere a las fronteras como reliquias de un bárbaro pasado y argumenta que el proceso de formación histórica de las naciones se rige por “unas leyes tan poco dependientes de la voluntad de separar a los hombres como las leyes que rigen el movimiento de los planetas”.

Perseguidos por la policía argentina, Durruti y Ascaso volvieron a Europa desde Montevideo y se instalaron de nuevo en la capital de Francia. En esta época Buenaventura conoció a la que fue su compañera, Émilienne Morin. Días antes de la visita oficial del rey de España a París, ambos amigos fueron detenidos por la policía francesa. Tras una intensa campaña internacional para evitar que fueran extraditados a España o Argentina, el Gobierno francés del Frente Popular los dejó en libertad con la condición de abandonar el país. La policía gala los introdujo ilegalmente en Bélgica y llegaron a Bruselas. En esta ciudad, fueron detenidos y trasladados de nuevo a Francia. Durruti y Ascaso se refugiaron en París y se instalaron finalmente en Lyon. Tras pasar unos meses trabajando en la ciudad francesa, fueron detenidos por participar en un congreso anarquista, y luego de un tiempo en la cárcel fueron expulsados del país. De nuevo marcharon a Bélgica y de allí entraron clandestinamente en Alemania. Llegaron a Berlín en 1928. Como no lograron asilo, los dos amigos volvieron a Bruselas a principios de 1929.

En abril de 1931 se proclamó la Segunda República en España y los exiliados comenzaron a regresar al país, entre ellos Durruti y Ascaso. En este contexto histórico, Durruti pasó de rebelde a militante. Finalizó la etapa de las acciones directas, los atentados y los asaltos en grupos anarquistas; comenzó un periodo dedicado a los discursos, los mítines y la lucha revolucionaria dentro de la CNT y de la Federación Anarquista Ibérica (en adelante, la FAI). A través del contacto directo con el pueblo, desarrolló su condición de líder carismático.

Durruti, Ascaso y García Oliver, “Los Solidarios”, se volvieron a encontrar, y el grupo pasó a llamarse “Nosotros”. Durruti y la CNT rechazaban el nuevo Gobierno republicano. Para el anarquismo, la democracia liberal es ilegítima porque mantiene la estructura coercitiva del Estado (Dalh, 1992).

En un mitin de la CNT, en el Teatro de las Proyecciones en Barcelona, “se oyó por primera vez la voz ronca de Durruti desde la tribuna” (Paz, 2004a: 251). Uno de sus oyentes, Gilabert, describió así la oratoria del anarquista leonés:
  • Improvisaba sus frases cortas que más que frases parecían hachazos. Desde el comienzo de su intervención, entre él y el público se establecía una relación que no se quebraba un instante en el lapso que duraba su exposición. Parecía como si orador y público formaran un solo cuerpo. Su voz enérgica y su presencia física, afirmando rudamente con la mano o el puño cerrado, hacía de él un orador demoledor. A estas cualidades venía a añadirse la modestia de su persona […] Una vez el acto terminado, ya fuera del local, continuaba discutiendo en los grupos que se formaban en las aceras o en la plaza. Departía con los trabajadores y los trataba como si los conociera a cada uno de ellos personalmente de toda la vida (Paz, 2004a: 252).
En esta descripción, el oyente destacaba el estilo directo de Durruti, que le servía para establecer una relación inquebrantable con el público, tanto así que se fusionaban en un solo cuerpo. También hacía referencia a su presencia física imponente y su carácter sencillo y cercano. Este tipo de cualidades oratorias son propias del liderazgo carismático (Willner, 1984; Weber, 2006) y del carisma (Lindholm, 2001).

Una anécdota histórica revela el talante humilde de Durruti. En los mítines anarquistas, el público no aplaudía frenéticamente las intervenciones, aunque sí se reconocía la capacidad de los oradores. Este hecho llamó la atención a Rudolf Rocker, secretario de la Asociación Internacional de Trabajadores (AIT), que estaba de visita en España. Durruti le respondió que los anarquistas no rendían culto a la personalidad, y que “los aplausos y las ovaciones que se dirigen a los oradores es la musiquilla que despierta en estos la vanidad y el liderismo” (Paz, 2004a: 271).

A mediados de 1931 comenzó el conflicto obrero más importante de la República, la huelga de Telefónica iniciada por la CNT. La respuesta gubernamental fue la represión policial; detuvieron a Ascaso y Durruti fue procesado por participar en un mitin de apoyo a los presos. En este contexto, el sindicato se dividió en dos facciones: los “moderados”, que firmaron “el Manifiesto de los Treinta” abogando por la paz social y denunciando la línea de la FAI; y los “extremistas”, partidarios de la lucha revolucionaria, entre los que se encontraban Durruti, Ascaso y García Oliver (Vega, 1988). Esto fue fruto de una fractura interna, que aún se mantiene, dentro del movimiento anarquista entre los pacifistas, inspirados en Tolstoi (2011), que rechazan frontalmente el uso de la violencia; y los seguidores de Kropotkin (2008) y Malatesta, para quienes las acciones violentas son un “mal necesario” para combatir la autoridad38 (Richards, 2007).

A finales de ese año, Durruti regresó a León porque su padre estaba moribundo, pero no llegó a tiempo para despedirse de él. En su ciudad natal, pronunció un mitin en la Plaza de Toros. En la tribuna, “su optimismo revolucionario contagiaba a quienes le oían” (Paz, 2004a: 312).

En diciembre de 1931, Durruti y su compañera Morin tuvieron una hija, Colette, que pasó la mayor parte de su infancia separada de su padre. Con motivo de las insurrecciones en Badajoz, a finales de ese año, y en Art Llobregat, en enero de 1932, Durruti llamó a los mineros a la insurrección social. La reacción del Gobierno republicano fue la represión del movimiento, y Durruti fue detenido y encarcelado. Debido a un problema de sobrepoblación carcelaria, el Gobierno decidió deportar a algunos presos, entre ellos Durruti, hacia un destino incierto a bordo del vapor Buenos Aires. Finalmente se decidió trasladarlos a Villacisneros, Sahara Occidental, pero Durruti y otros siete deportados fueron obligados a desembarcar en Fuerteventura. Después de unos meses, el Gobierno decidió liberarlos. Al volver a Barcelona fueron recibidos por una manifestación de simpatizantes.

En septiembre de 1932, días después de haber participado en un mitin en la ciudad condal, Durruti fue detenido y encerrado de nuevo en régimen de prisión gubernativa. En diciembre salió de la cárcel y, enseguida, los integrantes de “Nosotros” prepararon un levantamiento insurreccional para el 8 de enero de 1933. En Barcelona, colocaron dinamita en una jefatura de la policía y un centro de la guardia civil, pero explotó el primer artefacto. En Andalucía y Levante también se produjeron levantamientos. La CNT fue duramente reprimida. Durruti y Ascaso fueron detenidos en abril y encerrados en El Puerto de Santa María. Seis meses después salieron de prisión y volvieron a Barcelona.

En las elecciones legislativas de ese año, la CNT llamó a la abstención y a la revolución social. La llamada a no votar de los anarquistas era una consecuencia directa del rechazo de estos a la democracia liberal burguesa y al propio Estado. Durruti participó en diversos mítines. Uno de los de mayor afluencia se celebró en la Plaza de Toros Monumental de Barcelona, el
12 de noviembre. Tres días después, Durruti participó en otro mitin en el Palacio de las Artes Decorativas en Montjuich, donde exhortó a no votar en las elecciones, y se refirió a su oratoria del siguiente modo: “No pretendo la dialéctica de un Castelar ni la persuasión de un Kropotkin. Yo soy un hombre del siglo veinte, soy el que vive en el pueblo. He estudiado a los maestros y sé cómo hay que accionar” (Paz, 2004a: 365).

Durruti era consciente de la relación íntima que mantenía con el pueblo oyente. Se atribuía el prestigio y reconocimiento del maestro que ha estudiado a otros, y que quiere transmitir esas enseñanzas a los del futuro. En esa misma intervención, Durruti arengó al público exclamando:
  • En pie todos, como un solo hombre […], así como hoy venís como un solo hombre, si en un momento dado la revolución os reclama, como un solo hombre deberemos responder. Todos unidos si alguien se levantara por el fascismo (Paz, 2004a: 370-371).
De este modo, Durruti confirmó el testimonio del oyente del Teatro de las Proyecciones de Barcelona, y llamó a conformar con el público un solo cuerpo, un solo hombre, para derrotar la amenaza del fascismo. Estos testimonios remiten, por un lado, a las ideas freudianas de la fusión del yo del líder con sus seguidores y de la necesidad de líder que tienen las masas (Lindholm, 2001); y por otro lado, a la figura del líder agitador, propuesta por Lasswell (1963: 250), que valora enormemente la respuesta del público a sus proclamas.

El 19 de noviembre las derechas ganaron las elecciones. Durruti organizó un Comité Nacional Revolucionario que se instaló en Zaragoza. En los meses siguientes se sucedieron varias huelgas generales en las principales ciudades de la República. El Gobierno declaró el estado de sitio, y en Zaragoza, donde el Comité de Durruti había proclamado el comunismo libertario, declaró el estado de guerra. Hubo muchos anarquistas detenidos y encarcelados, entre ellos
Durruti.

Como resultado de la amnistía aprobada en abril de 1934, Durruti salió de prisión y regresó a Barcelona. El Gobierno de la Generalitat, de Esquerra Republicana de Catalunya (ERC), fue especialmente represivo con el movimiento anarquista, ya que este último le disputaba el control de los sindicatos catalanes. El 4 de octubre de ese año, Durruti volvió a ser detenido e ingresó a prisión por quinta vez desde que regresó a España en abril de 1931. Al día siguiente de su detención, la Generalitat proclamó el Estat Català y estalló la revolución de Asturias. El Gobierno declaró el estado de guerra e inició una represión que se saldó con miles de muertos, heridos y detenidos.

Durruti salió de la cárcel Modelo de Barcelona a comienzos de abril de 1935. En el seno de “Nosotros” se discutían los métodos de lucha. Durruti se mostró contrario a los atracos, ya que podían ocasionar el desprestigio del grupo. No se trataba de un rechazo moral de la violencia ni de una conversión al pacifismo, sino que respondía a la necesidad que tenían los anarquistas españoles, en un contexto histórico determinado, de cambiar la táctica de lucha. De hecho, un compañero le recriminó que él mismo había practicado las acciones que condenaba y Durruti le respondió:
  • Es cierto, amigo. Yo y “Nosotros” hemos practicado esa forma de lucha en tiempos pasados; pero hoy, aquellos tiempos los consideramos superados, por la marcha ascendente de la CNT y de la FAI […]. Hoy no hay lugar para las acciones individuales, porque las únicas que cuentan son las colectivas, las acciones de masa […]. ¿Qué expresión puede tomar esa lucha? Tal y como yo veo las cosas, la de una guerra civil. Una guerra civil devastadora y cruel para la que hemos de estar prevenidos […]. Tendremos que organizar milicias obreras y echarnos al campo y eso exigirá el mantenimiento de la disciplina tal y como nosotros la entendemos, pero disciplina (Paz, 2004a: 426).
En esta intervención, Durruti advirtió la proximidad de la guerra, y propuso, por primera vez, el mantenimiento de la disciplina dentro de la organización anarquista y las milicias obreras, especificando que se trataba de una disciplina tal y como la entendían los anarquistas, es decir, basada en la voluntad libre de los soldados y no en la autoridad institucional. Tanto fue así que, en vísperas del golpe militar de julio de 1936, Durruti rechazó la propuesta de García Oliver de crear una organización paramilitar que se opusiera al golpe, argumentando que, a pesar de la eficacia de esta fórmula, “conducirá a la derrota revolucionaria, porque ese organismo comenzará a imponerse en nombre de la eficacia, ejercerá una autoridad y terminará por imponer su poder sobre la revolución” (Paz, 2004a: 450).

Durruti fue el primer anarquista que teorizó un concepto denostado en el anarquismo: la disciplina. De un modo similar a cómo los teóricos anarquistas argumentaron a favor de la organización, Buenaventura definió la disciplina anarquista dentro de un grupo como un medio necesario para la victoria revolucionaria, de carácter no jerárquico (por eso rechazó la propuesta de García Oliver) y basado en la voluntad libre de aquellos que lo conforman.

A los dos meses de salir de la cárcel, Durruti fue detenido y encarcelado como preso gubernativo en Valencia. En noviembre fue liberado, pero después de un mitin en León, la guardia civil lo detuvo de nuevo y lo trasladó preso a Barcelona. Salió de la cárcel el 10 de enero de 1936.

En las elecciones legislativas del 16 de febrero, la CNT llamó de nuevo a la abstención. No obstante, algunos anarquistas votaron a las izquierdas, agrupadas en el Frente Popular, ya que prometían sacar a los presos políticos de las cárceles, como revela el estudio de Caro (1994) sobre la participación electoral en las ciudades de la Andalucía anarquista.

El Frente Popular ganó las elecciones. Una de sus primeras medidas fue aprobar una amnistía para los presos políticos. En los meses siguientes se sucedieron numerosos altercados públicos, huelgas y atentados, la mayor parte de ellos perpetrados por grupos fascistas. El 18 de julio, los sublevados de derechas intentaron dar un golpe de Estado que desembocó en una guerra civil. Esa fecha marcó el inicio del Durruti revolucionario que luchará contra el fascismo no para defender una “República Española muerta”, sino para instaurar la revolución libertaria en España.

El 20 de julio, Ascaso fue abatido de un tiro en el asalto a un cuartel en Barcelona. Tres días después, Durruti y García Oliver se dirigieron por radio a los obreros aragoneses para incitarlos a la lucha contra el fascismo. Según el testimonio de Gilabert, el mismo día que mataron a Ascaso, cuando terminó el combate, Durruti, que estaba herido, “se dirigió al palacio episcopal y salvó la vida al arzobispo de Barcelona, cuya cabeza pedía la multitud enfurecida” (Enzensberger, 1998: 115). Hechos como estos reforzaron su imagen de hombre valiente y humilde.

Al poco tiempo de empezar la guerra, el Comité Central de Milicias puso a Durruti a dirigir una columna en el frente de Aragón. Durruti se refirió a la creación de la columna que llevaba su nombre del siguiente modo:
  • Ya lo dije, y vuelvo ahora a repetirlo: durante toda mi vida me he comportado como anarquista, y el hecho de haber sido nombrado delegado responsable de una colectividad humana no puede hacer cambiar mis convicciones. Fue bajo esa condición que acepté cumplir la tarea que me ha encomendado el Comité Central de Milicias […]. Pienso que una milicia obrera no puede ser dirigida según las reglas clásicas del Ejército. Considero, pues, que la disciplina, la coordinación y la realización de un plan son cosas indispensables. Pero todo eso no se puede interpretar según los criterios que estaban en uso en el mundo que estamos destruyendo. Tenemos que construir sobre bases nuevas. Según yo, y según mis compañeros, la solidaridad entre los hombres es el mejor incentivo para despertar la responsabilidad individual que sabe aceptar la disciplina como un acto de autodisciplina (Paz, 2004a: 526).
Con estas palabras, Durruti aceptó la responsabilidad de dirigir la milicia y reiteró la necesidad de disciplina en las filas, a la vez que dejó claro que su columna no se conduciría mediante las reglas militares clásicas, sino por unas bases nuevas, asentadas en la responsabilidad individual y la autodisciplina. Incluso su indumentaria y sus acciones no eran las de un jefe militar; cuando la columna pasaba por los pueblos, “más de uno exclamaba, al ver a Durruti: ‘¡Pero no puede ser un jefe! ¡No lleva galones!’” (Paz, 2004a: 535).

Después de una entrevista con Durruti en agosto de 1936, Emma Goldmann se refirió a la Columna Durruti en estos términos:
  • Ninguna severidad militar, ninguna imposición, ningún castigo disciplinario existía para sostener la coherencia de la columna. No había otra cosa que una gran energía en Durruti que, por su conducta, se trasladaba a los demás y hacía todo un conjunto que sentía y actuaba al unísono (Paz, 2004a: 571).
Para Durruti, disciplina significaba “respetar la responsabilidad propia y la de los demás” (Enzensberger, 1998: 219). La disciplina de la Columna Durruti se basaba en la acción de la sociedad, en lo que Durruti denominó “desorden organizado” (Llach, 1973: 48), y no en la coacción legal. Según Paz:
  • Descansaba en el propio carácter del voluntariado: libremente consentida, apoyándose en la solidaridad de clase. Las órdenes se daban de compañero a compañero. La representación delegada no confería privilegio alguno. El principio era igual, de derechos y deberes. La coacción moral del medio social suplía el carácter punitivo de los códigos militares (Paz, 2004a: 544).
Como decía Durruti, el anarquismo rechaza toda disciplina excepto la aceptada libremente por el individuo autónomo (autodisciplina). Según la crítica marxista, los anarquistas “viven en un mundo ilusorio, desconociendo la disciplina y la necesidad impuesta a los trabajadores por su vida cotidiana y su actividad productiva” (Cotarelo, 1978: 109). Los autores marxistas no tienen en cuenta que el anarquismo asume la influencia de la presión social sobre las pautas de conducta de los individuos. Conviene recordar la idea de Bakunin de que, a diferencia de la autoridad legal o instituida, la presión de la sociedad no siempre genera opresión.

Durante la campaña de Aragón, la disciplina anarquista a veces no fue suficiente, y se produjeron algunos episodios de milicianos que huían del frente ante el ataque de las tropas fascistas. Desde el balcón de la alcaldía de Bujaroz, Durruti pronunció un duro discurso en el que arengó a las tropas, afirmó no querer cobardes en las filas y animó a estos a “dejar caer el fusil para que sea empuñado por una mano más firme” (Paz, 2004a: 538). Durruti tenía algunos remedios, basados en la presión social señalada por Bakunin, para contrarrestar la deserción de las tropas:
  • ¡Unos días de trabajo extra para el embustero! ¡Las cartas desmoralizadoras, al cesto! El que insiste en regresar a casa, porque, claro, se incorporó como voluntario, debe escuchar un sermón mío primero […]. Después se le quita el arma, que al fin y al cabo pertenece a la columna. Si insiste en partir, puede irse, pero a pie, porque los coches los necesitamos
    exclusivamente para la guerra (Enzensberger, 1998: 219-220).
En su libro, Paz rescata una anécdota que demuestra cómo se aplicaban estas medidas. Cinco milicianos habían abandonado sus puestos de guardia para tomar vino en una taberna. Durruti se dirigió a ellos del siguiente modo:
  • ¿Os dais cuenta de la gravedad del acto que habéis cometido? ¿No habéis pensado que los fascistas hubieran podido pasar por el puesto que habéis abandonado y realizar una masacre entre los compañeros que os han confiado su seguridad? ¡Vosotros no sois dignos de pertenecer a la columna ni a la CNT! ¡Dadme vuestros carnets!”. Los cinco le dieron el carnet y Durruti respondió: “¡Vosotros no sois cenetistas ni obreros; sois mierda, nada más que mierda! ¡Causáis baja en la columna! ¡Id a vuestra casa! (Paz, 2004a: 549).
Como parecían satisfechos por volver a casa, Durruti les advirtió que las ropas que llevaban pertenecían al pueblo y que se quitaran los pantalones. Los milicianos tuvieron que regresar en calzoncillos a Barcelona. En su avanzada contra los fascistas, los milicianos del Frente de Aragón instauraban la revolución, empoderando a los campesinos, colectivizando tierras y fábricas ante el recelo de algunos sectores de la CNT. Sobre estas colectivizaciones, el escritor marxista Franz Borkenau escribió:
  • La fábrica que hoy he visitado habla sin duda a favor de la colectivización de las fábricas que la CNT ha llevado a cabo. Tres semanas después del comienzo de la Guerra Civil, y dos semanas después del fin de la huelga general, parece funcionar tan perfectamente como si nada hubiese pasado (Enzensberger, 1998: 163).
Durruti era partidario de resistir al fascismo con revolución, mientras que García Oliver defendía que primero debían ganar la guerra. En una entrevista realizada en el Frente de Aragón, Durruti declaró: “Nosotros hacemos la guerra y la revolución al mismo tiempo; según mi opinión, esto es lo que exigen las circunstancias” (Enzensberger, 1998: 219). Las políticas de colectivización de la tierra y autogestión de las fábricas defendidas por Durruti estaban inspiradas en las teorías colectivistas del anarquismo propuestas por Kropotkin, y mayoritarias en el movimiento anarco-sindicalista en España. Sin embargo, la defensa de las estructuras jerárquicas y de gobierno por parte de García Oliver y de otros cargos de la CNT durante la guerra no era coherente con la teoría libertaria.

A diferencia de los cuatro cenetistas, entre ellos García Oliver, que aceptaron el nombramiento como ministros, Durruti mantuvo en todo momento una posición firme frente al Gobierno. Tampoco cedió frente a las presiones de la CNT; cuando el secretario general del sindicato, Horacio Prieto, le aconsejó responsabilidad y disciplina como militante, Durruti respondió: “Yo no reconozco más disciplina que la que se deriva de la revolución” (Paz, 2004a: 631). En opinión de Paz (2004a), Durruti actuaba como pensaba y esto le dio crédito entre el pueblo.

Durruti y García Oliver viajaron a Madrid y acordaron con el Gobierno de Largo Caballero la compra de armas para los Frentes de Cataluña y Aragón. No obstante, en octubre, el Gobierno rompió el pacto, movido por la presión soviética, y aprobó un decreto de militarización que imponía la jerarquía de mando y la aplicación del Código Militar en los Frentes. La Columna Durruti hizo oídos sordos al decreto, cumpliendo solamente algunas disposiciones, las que voluntariamente aceptaban. A partir de este hecho, se creó el grupo anarquista “Agrupación de los Amigos de Durruti”, responsables del periódico El Amigo del Pueblo.

La Columna Durruti se trasladó a Madrid el 14 de noviembre. El día 19, Durruti se encontraba de paso por la Ciudad Universitaria cuando fue abatido justo antes de entrar en el vehículo en el que viajaba. Ingresó herido en el hospital de la columna, instalado en el Hotel Ritz de Madrid, y murió en la madrugada del día 20. Su fallecimiento estuvo rodeado de misterio. Los tres testigos presenciales dieron versiones diferentes del suceso. También hubo contradicciones en los testimonios de los dos médicos declarantes. Tres versiones circularon sobre su muerte: la oficial, en la que fue alcanzado por una bala del bando fascista; la de que murió traicionado por sus compañeros de la CNT; y la de que fue asesinado por los estalinistas de la GPU (Llarch, 1973; Paz, 2004a). Una cuarta versión, basada en el testimonio del chófer de Durruti, Clemente Cuyás, cuenta que murió al disparársele de forma fortuita su fusil mientras discutía con sus compañeros. Según Cuyás, “él y los otros siete testigos del accidente se juramentaron entonces para mantener el secreto y no desmerecer el mito de uno de los líderes más carismáticos de la CNT”.

El entierro de Durruti en Barcelona fue multitudinario. Autoridades políticas, representantes de todos los partidos del bando republicano, compañeros anarquistas y miles de obreros y campesinos lo despidieron entonando el himno anarco-sindicalista Hijos del pueblo. El periodista Hanns-Erich Kaminski lo recordaba de este modo: “No, no eran las exequias de un rey, era un sepelio organizado por el pueblo. Nadie daba órdenes, todo ocurría espontáneamente. Reinaba lo imprevisible. Era simplemente un funeral anarquista, y allí residía su majestad” (Enzensberger, 1998: 12).

EL PASO DEL HOMBRE AL MITO

Tras su muerte, Durruti se convirtió en un mito para el movimiento anarquista y antifascista. Poco después del suceso, Emma Goldmann, en su carta Durruti ha muerto, pero está vivo todavía, hizo referencia a la inmortalidad de su causa y a su relación con las masas, y lo calificó como “un líder nato y maestro de hombres” (Goldmann, 1936). El 25 de abril de 1938, el ministro Negrín otorgó a Durruti, a título póstumo, el grado de teniente coronel del Ejército Popular Republicano.

Algunos hechos posteriores a su muerte denotan que hubo cierto culto a su personalidad. Durante la guerra, en la zona republicana, se emitieron sellos y timbres en su honor. Todos los sellos tenían el rostro de Durruti como motivo principal; en algunos, se conmemoraba el aniversario de su muerte y, en otros, se llamaba a contribuir con un donativo para la creación de un monumento en su honor. En varios de estos sellos, emitidos por el Estado, aparecía de fondo un miliciano disparando un cañón hacia un edificio destrozado con la leyenda “Estado”.

También se imprimieron y pegaron carteles de guerra que animaban a seguir el ejemplo del “Héroe del Pueblo”. En algunos, se calificaba a Durruti como “Caudillo Militar de la Revolución”. Además, desde su muerte hasta el final de la guerra, la Vía Layetana de Barcelona se llamó oficialmente Vía Durruti.

En noviembre de 1937, el cadáver de Durruti fue trasladado a un mausoleo junto con los restos de Ascaso y Ferrer i Guardia; sin embargo, al final de la guerra, el muro con las inscripciones fue destruido por los sublevados y las tumbas permanecieron anónimas. Durante la dictadura de Franco se borró a Durruti de la historia oficial, pero anarquistas y antifascistas, en España y en el exilio, mantuvieron vivo su recuerdo.

Durante la década de los setenta comenzaron a aparecer los primeros estudios sobre Durruti desde el final de la guerra (Llarch, 1973; Enzensberger, 1975; Acerete, 1975; Paz, 2004). Una reseña de Enzensberger, escrita en 1975, enlaza perfectamente la biografía, muerte y conversión en mito de Durruti:
  • La dramaturgia de la leyenda heroica ya ha sido establecida en sus rasgos esenciales. Los orígenes del héroe son modestos. Se destaca su anonimato como luchador individual ejemplar. Su gloria va unida a su valor, a su sinceridad y a su solidaridad. Sale airoso en situaciones desesperadas, en la persecución y el exilio. Donde otros caen, él siempre se escapa como si fuera invulnerable. Sin embargo, a través de su muerte completará su ser. Una muerte así siempre tiene algo de enigmático. En el fondo puede explicarse por una traición. El fin del héroe parece un presagio, pero también una consumación. En este preciso instante se cristaliza la leyenda. Su entierro se convierte en manifestación. Se pone su nombre a las calles, su retrato aparece en las paredes y en los carteles políticos; se convierte en talismán. La victoria de su causa habría conducido a su canonización, lo que casi siempre equivale a decir abuso y traición. Así, también Durruti habría podido convertirse en héroe oficial, en un héroe nacional. La derrota de la revolución lo preservó de este destino. Así siguió siendo lo que siempre fue: un héroe proletario, un defensor de los explotados, de los oprimidos y perseguidos. Pertenece a la antihistoria que no figura en los libros de texto. Su tumba se halla en los suburbios de Barcelona, a la sombra de una fábrica. Sobre la blanca losa siempre hay flores. Ningún escultor ha cincelado su nombre. Quien se fije bien podrá leer lo que un desconocido raspó con una navaja y mala letra sobre la piedra: la palabra Durruti (Enzensberger (1998: 237-238).
Sin referirse expresamente a ello, el autor hace mención a algunas de las piezas biográficas que fueron construyendo el liderazgo carismático de Durruti: su origen humilde; su etapa aventurera de rebelde anarquista; su conexión con el pueblo obrero y campesino; y la coherencia entre sus acciones e ideas, que le convirtieron en un ejemplo de revolucionario. También se refiere a la construcción del mito en torno a su figura: calles con su nombre, carteles, etc.

Después de la muerte de Franco y del inicio de la transición pactada en 1978, poco a poco se fue recuperando su memoria. Durruti reapareció en la historiografía española y en algunos libros de textos escolares. Surgieron varias películas documentales, novelas literarias y canciones sobre Durruti; e incluso novelas gráficas, que narran su vida y reivindican su papel en el movimiento libertario (Ferrer, 1996, 2010). De toda esta producción cultural sobre la figura de Durruti, destaca el “folletín ilustrado” de El Seta, llamado Durruti, el héroe del pueblo (2010), en el que se recogen citas, textos, canciones, fotos, carteles, etc. Todo este material coincide en destacar la figura de Durruti dentro del movimiento anarquista.

CONCLUSIONES
  • Por allí viene Durruti con las tablas de la ley pa’ que
    sepan los obreros que no hay patria, Dios ni rey.
    Chicho Sánchez Ferlosio.
El anarquismo, como teoría política y movimiento, rechaza, de entrada, la autoridad y el liderazgo, y defiende la organización no jerárquica, basada en la solidaridad. Sin embargo, algunos teóricos anarquistas, entre ellos Bakunin, diferencian entre la autoridad instituida, generadora de opresión, y otras formas de autoridad, no necesariamente negativas, basadas en el conocimiento técnico (la del zapatero, ingeniero, médico, etc.) y en la presión de la sociedad. Asimismo, históricamente, dentro del movimiento libertario, han surgido mujeres y hombres que, sin tener un rango jerárquico superior, debido a su prestigio dentro de una organización y a su especial conexión con el pueblo, han ejercido de conductores de masas, es decir, de líderes políticos carismáticos no institucionalizados.

Durruti es un ejemplo de ello. Desde su juventud fue un anarquista convencido, incluso antes de conocer la teoría libertaria. Siempre actuó de acuerdo a cómo pensaba, llevando sus ideas a la práctica hasta las últimas consecuencias. A pesar de ello, su posición como militante de la CNT y la FAI lo puso en contacto con el pueblo, con el que conectó mediante sus discursos claros y directos. Esta situación se acentuó cuando estuvo al mando de una columna militar durante la guerra y la revolución. Sin quererlo, se convirtió en un líder de masas, en un líder carismático. Su liderazgo no fue producto de una posición de poder instituida, sino el resultado de una relación de interdependencia mutua con sus seguidores, que voluntariamente lo reconocían y respetaban por su prestigio, y no por su rango. Dos circunstancias históricas, primero la proclamación de la República tras la crisis del régimen monárquico de la Restauración y, más tarde, el estallido de la guerra, contribuyeron a desarrollar y consolidar su papel de líder. Una vez muerto, la mitificación de su figura, durante la guerra y después de la dictadura, consumó su liderazgo y lo volvió eterno.

Con este pequeño estudio de la vida de Durruti busco reivindicar su doble condición de anarquista y líder carismático, y contribuir al debate del liderazgo en el seno del movimiento anarquista. La experiencia histórica de Durruti demuestra que el liderazgo no institucionalizado es tan compatible con el anarquismo como lo es la autoridad no instituida (prestigio, reconocimiento y presión social) y la organización no jerarquizada. El movimiento anarquista no quiere ni Dios, ni patria, ni rey, pero a veces sí elige tener un líder.

Mi conclusión, en forma de hipótesis, es que el surgimiento de líderes carismáticos que actúan como motores de la revolución social no es, como afirman los marxistas clásicos, un acontecimiento “inevitable” o determinado históricamente, sino el resultado de la elección individual y voluntaria de las partes y de la conjunción de diversos factores: contextuales (crisis, guerras, polarización ideológica), institucionales (represión estatal, posición de mando) o relacionados con la personalidad de líderes (capacidad, coherencia, honestidad, discurso) y seguidores (necesidad de ser escuchados, de sentirse parte de un grupo, de protagonizar un cambio político-social). En consecuencia, el anarquismo, que acepta las relaciones basadas con la voluntad autónoma de los individuos, no es incompatible con el liderazgo carismático.

Volviendo al caso de Durruti, la aceptación voluntaria de su liderazgo carismático se asentó sobre la base de un origen humilde y una etapa de juventud rebelde y combativa (factores relacionados con su personalidad). Su condición de líder se hizo más patente tras el cambio de régimen político en su país (factor contextual), igualmente represivo con el movimiento anarquista (factor institucional). En este periodo, Durruti participó activamente como militante en organizaciones, la CNT y la FAI, con un gran número de militantes (factor institucional), y se acercó al pueblo gracias a que poseía el don de la palabra (factor relacionado con la personalidad). La relación entre líder y pueblo se consolidó con el estallido de la guerra y la revolución (factor contextual), cuando le eligieron para dirigir una columna militar (factor institucional), y culminó con su muerte y conversión en mito. Buenaventura no impuso su doctrina apoyándose en una posición de autoridad institucional; le dio voz al pueblo y este le siguió. Durruti le mostró que la revolución era el camino que conducía al bien más preciado, la libertad.

Interesante artículo de JM Rivas Otero que se puede encontrar con bibliografía, notas y demás aquí.
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Joreg
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Re: Se busca líder y anarquista

Mensaje por Joreg » 09 Jun 2016, 10:06

Sindelar escribió:Mi conclusión, en forma de hipótesis, es que el surgimiento de líderes carismáticos que actúan como motores de la revolución social no es, como afirman los marxistas clásicos, un acontecimiento “inevitable” o determinado históricamente, sino el resultado de la elección individual y voluntaria de las partes y de la conjunción de diversos factores: contextuales (crisis, guerras, polarización ideológica), institucionales (represión estatal, posición de mando) o relacionados con la personalidad de líderes (capacidad, coherencia, honestidad, discurso) y seguidores (necesidad de ser escuchados, de sentirse parte de un grupo, de protagonizar un cambio político-social). En consecuencia, el anarquismo, que acepta las relaciones basadas con la voluntad autónoma de los individuos, no es incompatible con el liderazgo carismático.

Volviendo al caso de Durruti, la aceptación voluntaria de su liderazgo carismático se asentó sobre la base de un origen humilde y una etapa de juventud rebelde y combativa (factores relacionados con su personalidad). Su condición de líder se hizo más patente tras el cambio de régimen político en su país (factor contextual), igualmente represivo con el movimiento anarquista (factor institucional). En este periodo, Durruti participó activamente como militante en organizaciones, la CNT y la FAI, con un gran número de militantes (factor institucional), y se acercó al pueblo gracias a que poseía el don de la palabra (factor relacionado con la personalidad). La relación entre líder y pueblo se consolidó con el estallido de la guerra y la revolución (factor contextual), cuando le eligieron para dirigir una columna militar (factor institucional), y culminó con su muerte y conversión en mito. Buenaventura no impuso su doctrina apoyándose en una posición de autoridad institucional; le dio voz al pueblo y este le siguió. Durruti le mostró que la revolución era el camino que conducía al bien más preciado, la libertad.
Justo lo que yo pensaba.
Abel Paz escribió:¿Os dais cuenta de la gravedad del acto que habéis cometido? ¿No habéis pensado que los fascistas hubieran podido pasar por el puesto que habéis abandonado y realizar una masacre entre los compañeros que os han confiado su seguridad? ¡Vosotros no sois dignos de pertenecer a la columna ni a la CNT! ¡Dadme vuestros carnets!”. Los cinco le dieron el carnet y Durruti respondió: “¡Vosotros no sois cenetistas ni obreros; sois mierda, nada más que mierda! ¡Causáis baja en la columna! ¡Id a vuestra casa! (Paz, 2004a: 549).
Es la prueba evidente de que no hace falta votar en los plenos y que el consenso es posible.
Lo que se gana en velocidad, se pierde en potencia. Lo que se gana en potencia, se pierde en velocidad.

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Re: Se busca líder y anarquista

Mensaje por Sindelar » 20 Nov 2018, 22:00

PERO NOSOTROS NO TENEMOS LÍDERES: DESARROLLO DEL LIDERAZGO Y ORGANIZACIÓN ANTI-AUTORITARIA

El liderazgo y el desarrollo de la capacidad de liderar pueden jugar un papel muy importante a medida que intentamos avanzar en nuestro compromiso con la igualdad en grupos, en movimientos y en la sociedad. El desarrollo de la capacidad de liderar, según lo describe la activista Dara Silverman, significa trabajar con los demás para aprender técnicas, análisis y confianza. El activismo anti-autoritario, por lo que respecta a este artículo, trata de ampliar la capacidad de la gente y las organizaciones para desafiar a la autoridad ilegítima, que incluye el capitalismo, la supremacía blanca, el patriarcado, el heterosexismo y el Estado. El activismo anti-autoritario, como otras formas de activismo radical, usa los principios de la solidaridad, la cooperación y la democracia participativa para crear movimientos a favor del cambio social. Durante el pasado siglo el activismo anti-autoritario ha servido para presentar una política que desafíe la idea de que el fin justifica los medios. El énfasis en el empoderamiento, en la democracia participativa y en la transparencia en la toma de decisiones se basan en la estrategia de que nuestra organización prefigurará la sociedad que intentamos construir. Los anti-autoritarios defienden en general que la revolución es un proceso que se va haciendo en el día a día más que un momento histórico.

El concepto de liderazgo es complicado, y la discusión para una comprensión más profunda del liderazgo sigue en marcha. La veterana activista Elisabeth “Betita” Martínez dice: “Como activistas y organizadores, debemos rechazar la definición de liderazgo como dominación pero sin negar la existencia y la necesidad de liderazgo. La negación puede llevar a perder la capacidad de pedir responsabilidad a nuestros dirigentes. El desarrollo de liderazgos debe aceptar esa demanda, así como los métodos anti-autoritarios. La capacidad de pedir responsabilidades sitúa en su justo punto la responsabilidad que recae en una persona: significa ser responsable ante el resto de activistas de los objetivos del colectivo y finalmente responsable ante la gente que dice servir”.

Al pensar en el desarrollo de liderazgos, se me han planteado varias cuestiones: ¿cómo puede ayudarnos el desarrollo de liderazgos a construir movimientos masivos multirraciales, antirracistas, feministas, anticapitalistas, con un liderazgo visible de mujeres, gays, lesbianas y transexuales y gente trabajadora de todos los colores? ¿Cómo podemos hablar de liderazgo sin crear la imagen de que dos o tres personas nos guían y en cambio hacer pensar en los millones de personas en todo el mundo que ahora mismo construyen el cambio social progresista en sus propias comunidades? Y, como hombre blanco de clase media, ¿qué significa el desarrollo de liderazgo antirracista, feminista y anticlasista para la gente de origen parecido al mío que luchan por la liberación colectiva? Al escribir este ensayo me he fijado en aquellos que me han ayudado a pensar sobre construcción de liderazgos y en los modelos de liderazgo respetuoso que me han proporcionado: gente como Sharon Martinas, Dara Silverman, Clare Bayard, David Rojas, Betita Martínez y Laura Close.

Argumentando contra la opinión establecida de que la revolución sería espontánea así como que estaba a la vuelta de la esquina, el revolucionario italiano del siglo XIX Enrico Malatesta dijo: “Debe admitirse que los anarquistas, al delinear lo que querríamos que fuera la sociedad del futuro, en general, hemos hecho que todo pareciera demasiado fácil”. Tenemos una crítica de la sociedad actual y una visión del futuro pero no tenemos un plan para ir de aquí hasta allí, decía. Continuaba diciendo que debemos abordar a la gente allí donde estemos, que debemos ganar mejoras concretas en las vidas de la gente a través de la acción colectiva y, juntos, expandir tanto nuestro deseo como nuestra capacidad para la liberación. El desarrollo de liderazgos se refiere a expandir esa capacidad y reconocer que el cambio social no ocurre porque sí, se consigue. El desarrollo de liderazgos trata sobre el largo, lento, paciente proceso de construir el poder con la gente en vez de poder sobre la gente.

“Alimentos, No Bombas” y la lucha por el liderazgo

Era el invierno del 94 y la protesta era en el Tribunal de Justicia. Activistas del grupo “Alimentos, No Bombas” estaban siendo arrestados una y otra vez por repartir comida gratis en el Civic Center, delante del ayuntamiento. Keith McHenry, veterano dirigente del grupo ANB, se presentaba ante el tribunal, a afrontar los cargos que le imputaban, y más de 100 personas pedían que se sobreseyera el caso y que acabara la represión policial contra la gente de bajos ingresos. Yo acababa de trasladarme a San Francisco y quería participar. Yo había colaborado con ANB en Whittier, un barrio de Los Ángeles, pero no conocía a la gente del grupo en San Francisco. La larga fila de policías con uniformes antidisturbios era intimidante. Intenté presentarme a algunas personas, pero el momento no era el más indicado. Me quedé solo intentando adivinar qué ocurría, con mi chapa de ANB, esperando que alguien hablara conmigo.

Finalmente alguien habló conmigo... el propio Keith McHenry. Estaba dando las gracias a la gente por venir, presentándose. Cuando le dije que yo había colaborado con otros grupos de ANB durante los dos últimos años, inmediatamente empezó a presentarme a otros ANBeros y me invitó a cenar a su casa. Me preguntó todo sobre cómo me metí en esto y qué hacíamos en Whittier. Me dio revistas, me informó sobre las reuniones y me preguntó qué quería hacer. Contaba historias divertidas y nos reímos juntos. Durante el siguiente año me fue llamando y preguntando si podía ayudarle con todo tipo de proyectos.

El trabajo de introducción en el grupo que hizo McHenry conmigo fue excelente. Yo quería participar pero él me abrió la puerta y me dio la bienvenida. No me dijo solamente lo que tenía que hacerse, me preguntó cosas, quiso saber de qué iba yo. Me preguntó qué me interesaba y me siguió la pista. Fue mi mentor en el activismo de acción directa, y estuve seriamente involucrado en ANB durante seis años.

Keith es un buen organizador pero ahí también había dinámicas sobre el privilegio en marcha. Keith es un hombre blanco de clase media que conectó con otro hombre blanco de clase media más joven. Es más que demografía, es la forma en que somos socializados para comportarnos e interactuar. Para nosotros dos, conectar y trabajar juntos no era problemático por sí mismo. El problema eran las formas en que los hombres blancos con privilegios de clase dominaban las posiciones de liderazgo en ANB y cómo nuestro ostensible rechazo a tener líderes evitaba una discusión significativa sobre compartir el poder, desafiar los privilegios y apoyar el desarrollo de liderazgos de una base más amplia de gente. Por ejemplo, entre 1995 y 1998 no era extraño tener comités organizativos de cinco hombres y una mujer, todos blancos, y de clases sociales mezcladas. Y aunque en las reuniones generales también eran mayoría los hombres, las mujeres eran la mitad de las personas que hacían el trabajo.

En ANB, el concepto de liderazgo se debatió agriamente. Durante años muchos de nosotros decíamos “no hay dirigentes”. Muchas veces la gente como yo que estábamos teniendo papeles obvios de liderazgo éramos los más vehementes en querer que el grupo “no tuviera dirigentes”. Nuestro rechazo del liderazgo era, en muchas formas, un intento de compartir el poder pero también hacía extremadamente difícil hablar sobre las dinámicas reales del poder en nuestro trabajo y de cómo estaban relacionadas con formas institucionales de privilegio y opresión. Si no tenemos dirigentes, argüíamos, cualquiera puede participar tanto como cualquier otro. Si creemos en el poder compartido y en la organización colectiva, el trabajo en el grupo se genera por la iniciativa personal dirigida por una ética neutral de “hazlo tú mismo”. Las dinámicas de poder en el grupo se discutían a menudo como conflictos de personalidad y se atribuían a los defectos de los individuos en cuestión. Como advirtió Malatesta, teníamos una crítica de la desigualdad y una visión de la igualdad, pero no teníamos un plan de cómo llegar de aquí hasta allí.

Cuando hablábamos de porqué la misma gente hacía todo el trabajo raramente se daban pasos concretos para ver cómo cambiar esa situación. A menudo había enfados en ambas partes sobre la situación. Los que hacían gran parte del trabajo decían que necesitaban ayuda y preguntaban por qué la gente no se la daba. Los que tomaban muchas decisiones querían que el resto de gente se involucrara y no querían tener todo ese poder. A menudo se sentían culpables y a la defensiva. Los que eran marginados en el grupo hablaban sobre cómo los otros monopolizaban el poder y que las cosas tenían que cambiar. Las desigualdades y sus consecuencias negativas continuaban dañando a los individuos y minando los esfuerzos del grupo.

Durante 23 años los grupos de ANB han sido un importante punto de entrada hacia movimientos de liberación para miles de personas en todo el mundo. ANB, como otros grupos que son puntos de entrada hacia el trabajo por el cambio social, como MEChA (Movimiento Estudiantil Chicano de Aztlan), alianzas entre gays y heteros, grupos de estudiantes anti-multinacionales, Earth First! y otros, crean oportunidades para que la gente aprenda, practique y desarrolle habilidades, análisis y confianza. A la vez que trabajan por la justicia en la sociedad, estos grupos pueden ayudar a la gente a entender la conexión entre transformación social y personal.

Desarrollar el liderazgo significa sobre todo hacer el trabajo del día a día (llamar a las puertas, educación política, reclutamiento de nuevos activistas, cocinar para 100 personas en una concentración, etc) y tener un espacio para reflexionar y aprender sobre esa experiencia. Para mí, convertir el desarrollo de liderazgos en un proceso más formal y más intencionado ha significado asumir responsabilidad por mis acciones e intentar dar cuenta de mi actuación a la gente con la que trabajo. Al rechazar el liderazgo, en muchos sentidos estaba rechazando la responsabilidad ante el resto y continuaba la tradición del individualismo capitalista. Al aprender a respetar el liderazgo de otros, y el mío propio, he luchado para recuperar la confianza y respeto por mí mismo que se me había enseñado a conseguir a través de dominar a los demás. Para intentar curarme y salir del paso, he necesitado el liderazgo de otros, que han desarrollado y cuidado comunidades de resistencia y culturas de liberación.

Construir organizaciones y desarrollar liderazgos

En ANB, los cambios más positivos ocurrieron cuando empezamos a identificar posiciones de liderazgo en el grupo y tuvimos discusiones abiertas sobre el poder y formas estructuradas de compartirlo. Fue un cambio ideológico, del “no hay líderes” al “trabajemos para ser todos líderes”. Ya teníamos moderadores rotativos en nuestros encuentros semanales y alguien que hacía de tesorero. Así que la gente empezó a identificar el resto de responsabilidades en el grupo: escribir la literatura, hacer comunicados de prensa y enviarlos, representar al grupo en reuniones con otros grupos, etc. Pero la misma gente seguía haciendo el trabajo. Habíamos empezado a identificar el liderazgo pero no teníamos un proceso de desarrollo de líderes.

Una parte importante del desarrollo de líderes es reconocer los conocimientos y habilidades que la gente ya tiene y darle a cada uno ánimos y oportunidades para hacer más. Ayuda ver las diferentes formas en que se manifiesta el liderazgo (estratégico, táctico, teórico, programático u operacional, para mencionar algunos) y desmenuzarlas en tareas y pasos concretos que pueda tomar la gente. A través de la práctica, haciendo proyectos concretos, adquirimos confianza en nuestras habilidades.

Un paso importante a tomar es identificar la cantidad de cosas que deben hacerse en una organización y hacer que los coordinadores deleguen tareas. Debe haber cosas que pueda hacer la gente nueva igual que la gente que ya lleve un tiempo. No quiero decir simplemente anunciar una lista de tareas en una reunión, sino intentar que la gente haga ciertas cosas. Si es algo como moderar una reunión por primera vez, hablar con los medios de comunicación, hablar en público delante de mucha gente, o enfrentarse al alcalde en un debate, eso requiere darle a esa persona una ayuda especial, y estar ahí para apoyarlo. Preguntar a la gente cómo fue esa experiencia y abrir espacios para evaluar esas experiencias es un importante apartado del desarrollo de liderazgo.

En mi experiencia, preguntarle directamente a alguien si quiere hacer una tarea es mucho más efectivo que preguntarlo en una reunión. Efectivo no sólo en cuanto a conseguir que más gente trabaje más en la construcción del poder colectivo de la organización para luchar por la justicia, sino también en cuanto a fomentar el liderazgo de una base más amplia de gente. Yo me presentaba voluntario para muchísimas tareas en las reuniones de ANB, esperando que otros hicieran lo mismo, sintiéndome resentido porque no fuera así y sabiendo que otros estaban resentidos conmigo por la posición que ocupaba. El desarrollo anti-autoritario de liderazgo implica examinar nuestras organizaciones, ver cómo funciona el poder y tomar pasos pequeños pero concretos para compartir el poder. Otra regla debe ser que cuando la gente acepta una tarea debe ser aplaudida. Reconocer el trabajo que hace la gente, y no sólo los papeles más visibles de los que hablan y escriben, es una parte crucial para construir movimientos.

En el desarrollo de liderazgos se trata de ver los diferentes niveles de responsabilidad como simples eslabones para ayudar a la gente a hacer cosas concretas, para aumentar su participación, para incrementar su percepción de lo que son capaces de hacer y para desarrollar las habilidades necesarias para hacerlo. El desarrollo de liderazgos va más allá de rotar los cargos. Se basa en la creencia de que el análisis, la planificación estratégica y la concienciación se desarrollan a través de la acción y de la reflexión. Sin espacio para la reflexión (“¿Qué aprendiste de esa experiencia?, ¿Qué fue bien y qué pudo haber ido mejor en esa protesta?, ¿Qué podríamos haber hecho de forma diferente?”), nuestras habilidades para planificar y organizar se quedan estancadas. En ANB generalmente éramos más reactivos que proactivos, planificar a largo plazo significaba a dos meses vista. Al rechazar el liderazgo también minábamos nuestra capacidad para planificar y llevar a cabo estrategias.

El desarrollo de liderazgos también incluye dar ánimos, reconocer que la gente a menudo lleva consigo enormes inseguridades de no ser lo bastante bueno, tener suficiente experiencia o tener algo interesante que decir, además de dudar que otros piensen que sí están capacitados. Decir algo tan sencillo como “Oye, deberías venir a la próxima reunión de planificación”, puede ser una forma de desarrollar liderazgos. Le recuerdas que la reunión existe y le indicas que te gustaría su participación. Preguntar cara a cara es la mejor forma de conseguir que vayan a un sitio o que hagan algo, porque puedes animarles si te dicen “no, no tengo bastante experiencia” o “pero yo no llevo suficiente tiempo en el grupo”. Trabajar nuestras inseguridades y miedos, y las de los demás, es una parte importantísima del activismo.

El evento más grande de la ANB de San Francisco, un festival gratuito en Soupstock para celebrar nuestro 20 aniversario que reunió a 15.000 personas, fue organizado por un grupo de mujeres en su mayoría que coordinaron a 300 voluntarios. Las primeras reuniones mayoritarias de mujeres fueron el resultado del trabajo de diversos hombres y mujeres que preguntaron a la gente si querían venir, contestaron sus dudas sobre su participación e intentaron conseguir que el proyecto les entusiasmara. Pero no fue algo tan repentino como preguntarles a las mujeres si querían participar y sufrir una transformación feminista. Fue más bien el resultado de una década de trabajo por parte de mujeres como Johnna Bossuot, Alice Nuccio, Julia Golden, Tai Miller, Lynn Harrington, Catherine Marsh, Rahula Janowski, Ioretta Carbone, Lauren Rosa y Clare Bayard, que crearon las Cocinas Autónomas de Mujeres, distribuyeron literatura feminista, montaron talleres anti-sexistas e iniciaron un grupo de discusión entre las mujeres para apoyarse en su capacidad de liderazgo. En ANB-San Francisco, ser más consciente de qué liderazgo se apoyaba y cómo se apoyaba, y cómo los privilegios de raza, clase y sexo operaban, ayudó a crear las bases para el cambio.

Un proceso de desarrollo de liderazgos conscientemente radical debe incorporar un potente análisis contra la opresión de raza, clase, género, sexualidad, capacidad y edad. ¿Quién se siente capacitado para tomar responsabilidades voluntariamente? ¿Quién tiene ya ciertas capacidades y recursos? ¿Qué tipo de participación no se reconoce? He estado en innumerables reuniones de ANB donde hombres mayoritariamente blancos venían por primera vez y hablaban como si lo supieran todo y se ofrecían voluntarios a tareas de alta responsabilidad, que gente que había estado en el grupo durante mucho tiempo nunca había tomado. También he hablado con docenas de personas que han estado en estos grupos durante largo tiempo y decían que no tomaban responsabilidades porque “otros lo harían mejor” o porque “no pensaba que los demás pensaran que yo estaba capacitado”.

Un análisis contra la opresión es clave para el desarrollo de liderazgos. La mayor parte del liderazgo en luchas por la liberación viene de gente de color, gente trabajadora y de pocos recursos, judíos, transexuales, homosexuales y mujeres. Para mí, el desarrollo de liderazgos ha consistido en desafiar las formas en que el privilegio de raza, clase y sexo han sido obstáculos para reconocer y aprender de este liderazgo en las comunidades oprimidas. Para tener un movimiento masivo es básico que haya un proceso de desarrollo de liderazgos para la gente con privilegio de raza, clase o sexo, que se centre en aprender del liderazgo en las comunidades oprimidas.

Aprender del liderazgo en las comunidades oprimidas significa reconocer que aquellos más negativamente afectados por la opresión tienen las claves para luchar contra esos sistemas. Significa buscar esos líderes y esforzarse por escucharles, sabiendo que mi socialización me empuja a ignorar esas voces. Eso no quiere decir estar de acuerdo con todo lo que digan, de forma acrítica, sino tener una relación de respeto porque el liderazgo en las comunidades oprimidas ha sido el centro de las luchas por la liberación y es clave para mi propia liberación. También significa ser consciente de la complejidad, saber que hay una gran diversidad de voces en las comunidades oprimidas y saber que se busca su liderazgo para la lucha por la liberación, no para librarse de un complejo de culpa, y que debo tomar decisiones políticas y tomar responsabilidad por esas decisiones. Al fin y al cabo, de lo que se trata es de creer que la desigualdad y la injusticia sistémicas están montadas sobre las espaldas de las comunidades oprimidas y que el liderazgo radical por parte de esas comunidades es clave para la lucha radical de todos nosotros. Mi formación como hombre blanco de clase media básicamente heterosexual me hizo ver sólo a la gente que era como yo como posibles líderes. Al rechazar el liderazgo, yo me estaba rebelando contra esa formación. Más tarde, se hizo evidente que el liderazgo por parte de gentes oprimidas era clave para mi propia lucha contra la supremacía blanca, el patriarcado, el heterosexismo y el capitalismo que tenía imbuidos. Al universalizar mi comprensión del liderazgo como lealtad hacia la opresión, estaba dejando de lado el liderazgo para la liberación, tanto en las comunidades oprimidas como en mí mismo. El desarrollo de liderazgos anti-autoritarios, basados en políticas de lucha contra la opresión, significa examinar críticamente cómo funcionan el poder, el privilegio y la opresión para tomar pasos concretos para construir nuestros movimientos y dirigirnos hacia la liberación colectiva.
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Sindelar
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Re: Se busca líder y anarquista

Mensaje por Sindelar » 20 Nov 2018, 22:00

Traducción anónima de este artículo original del activista estadounidense Chris Crass.
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