En cuanto a lo que comentas del Consejo de Aragón, te pego una respuesta de un compa en otro hilo, salud.
En primer lugar, y ya que se habla del trasfondo histórico en este hilo, tanto en el caso del campesinado andaluz como en el de la cuestión del agua para los aragoneses, me voy a tomar la libertad de ampliar un poco más la historia del movimiento socialista en Aragón, especialmente del libertario.
Cuando se habla de la raigambre del anarquismo en España, suele hacerse una distinción somera entre los tres focos principales donde este movimiento creció y se hizo fuerte, y desde los que se propagó hasta los confines de la Península Ibérica (soy plenamente consciente de que nos encontramos ante una generalización, y como tal debe tomarse lo que digo). Se trata de Cataluña, Andalucía y Aragón, y la distinción en cuestión consiste en la consideración de que en el primer caso se forjaría un anarcosindicalismo netamente urbano (aun antes de que el concepto de anarcosindicalismo existiese como tal), debido al notable desarrollo industrial de Cataluña en comparación con otras zonas de España, mientras que en el segundo la implantación de las ideas libertarias se produciría en los términos descritos por Jorge. Por último, en el caso de Aragón, suele reducirse la cuestión a decir que a diferencia de los obreros catalanes y los campesinos andaluces, en esta región se dio lo que se ha dado en llamar anarquismo puro. No en vano, en el tiempo en que a Barcelona se le llamaba "La Rosa de Foc", la ciudad de Zaragoza, que hoy se caracteriza por Expos, ofrendas y pelotazos urbanísticos, era conocida en todos los círculos revolucionarios de Europa como "La Perla Anarquista". Sin embargo, decir “anarquismo puro” es decir muy poco, en comparación con la concreción de las descripciones del movimiento libertario en sus inicios catalanes y andaluces. No soy historiador ni tengo ninguna formación académica en este sentido, pero tengo una opinión sobre qué quiere decir ese “anarquismo puro”: en Aragón no se produce una realidad tan claramente predominante entre los productores como en Cataluña (obreros industriales) o Andalucía (campesinos aquejados por el problema del latifundismo), por lo que confluirán en él toda una variedad de tendencias y matices que, sabiendo cohesionarse sin uniformarse, dotarán a los trabajadores de la zona de un movimiento libertario robusto y en el que se pueden ver todos los rasgos definitorios del anarquismo clásico precisamente por lo variado de la situación. Un movimiento creciente y capaz de poner en jaque, cada vez más, a las capas parasitarias y dominantes de la sociedad. Ahondando un poco en esta variedad, por un lado se tiene al naciente proletariado de las tres capitales de provincia (aunque casi deberíamos referirnos únicamente a Zaragoza, sobre todo en lo concerniente al siglo XIX), y por el otro la situación de los pueblos, que en absoluto puede tratarse como uniforme. Incluso dentro de una misma provincia, habrá localidades de actividad eminentemente ganadera, otras dedicadas a la explotación agropecuaria, otras mineras, otras, como es el caso de pueblos como Monzón, desde muy pronto contarán con cierto tejido industrial que las dotará de algo así como un proletariado rural, etcétera. Entre el campesinado aragonés se dará el problema opuesto al que se produce en Andalucía; el minifundismo. Para quien no esté familiarizado con el término, se considera minifundio aquella parcela de tierra cuya extensión, habida cuenta de otras cuestiones influyentes como el tipo de suelo, el clima y demás, es demasiado pequeña como para que sea rentable su cultivo. Es decir, que al margen de caciques locales, que también los hubo, la situación de los agricultores aragoneses es de un reparto más o menos equitativo del terreno cultivable, pero llevado a cabo en base al principio de propiedad privada (todavía hoy es frecuente que todas las familias de cada pueblo tengan su (o sus) propia(s) parcela(s)), que hace que por no trabajar colectivamente se pasen muchas penurias. Esta constatación de que ni aun repartiendo la tierra a partes iguales se solucionan los problemas de subsistencia si se mantiene el tipo de individualismo que induce la propiedad privada hará que los campesinos aragoneses sean, en su mayoría, tremendamente escépticos ante la Reforma Agraria, y será también un acicate decisivo en el proceso colectivizador que ellos mismos desatarán entre 1936 y 1938.
De este modo, nos encontramos con una clase desposeída muy heterogénea, que será por ello sensible a la asunción de que para avanzar deben superarse las diferencias respetando aquello que se encuentra, en último término, en la base de todo: el individuo. En realidad, hablar del anarquismo aragonés es hablar de cientos de realidades distintas con un denominador que es común a todo el movimiento libertario internacional. Es cierto que los libertarios mirarán con alguna simpatía el costismo, por varios motivos: Costa tenía algunas inclinaciones por el colectivismo en economía (si bien él nunca se pronunció en contra del autoritarismo en las relaciones sociales), era anticlerical convencido, republicano federal, y tenía planes para una regeneración hidrológica de Aragón. Volviendo al problema del minifundismo, conviene explicar que si no era rentable el cultivo de la tierra aun estando ésta repartida de forma más o menos equitativa (o cuando menos mucho más que en Andalucía), es por el problema que se ha mencionado del agua: abundan las zonas secas, que requieren grandes extensiones territoriales para que se pueda comer de lo que se cultiva en ellas. Por eso, repito, la simpatía hacia Costa. En unas de las muchas memorias que nos quedan hoy de libertarios aragoneses de antes y durante la guerra (lamento no poder especificar cuáles) recuerdo que se comenta que el aparente eclecticismo ideológico que podía producirles el costismo en realidad no era tal. Aunque no era demasiado extraño encontrar en ateneos y sindicatos retratos de Joaquín Costa junto a los de Bakunin o Kropotkin, el movimiento libertario aragonés tendrá la madurez política necesaria para asumir la parte que considera constructiva del programa del costismo sin por ello caer en un seguidismo acrítico. Así pues, mientras en Cataluña o en Euskadi se desarrollará un nacionalismo muy poderoso gracias a la existencia de una verdadera burguesía, de cuya falta adolece el resto de España casi al completo, en Aragón tan sólo se produce una tentativa de avivar el sentimiento nacional que no habría de prosperar, principalmente por parte de los republicanos, que en 1914 fundan el Partido Republicano Autónomo Aragonés, fusión de la Unión Republicana y del Partido Republicano Democrático Federal. A este partido se le pierde la pista, según creo, a partir de 1920. En el ámbito del mundo laboral y obrero, los únicos defensores de algo parecido serían los sindicatos católicos, que se adscribirán al tradicionalismo más retrógrado. En el libro El Obrero Aragonés, de la serie El Obrero Español, escrita por el sociólogo francés Jacques Valdour, se ofrece una descripción de la coyuntura desde el punto de vista de dicho sindicalismo católico. Aparte de que el libro es una oda a las generalizaciones más burdas, del tipo “el aragonés, obrero de la ciudad y del campo, se nos muestra franco, leal, inteligente, activo, trabajador, pero también cabezón, camorrista y violento”, resulta interesante el testimonio porque en él se trasluce una inquina especial contra esa tendencia mayoritaria de los trabajadores de la región a superar el localismo en base al espíritu que Jorge. describía para los fundadores catalanes de la CNT tras la Semana Trágica:
“En vez de buscar la solución en la vuelta a las instituciones tradicionales -fueros, bienes comunales- que supusieron la fuerza y la prosperidad del país, completándolas con la organización sindical de los agricultores, la población, maleada por un siglo de liberalismo, por los agentes y el dinero del extranjero, da la espalda a las soluciones auténticas y posibles y las busca inútilmente en la ilusión peligrosa del régimen republicano y la necesidad del anticlericalismo.
La difusión de estas ideas se ve facilitada por la emigración temporal de los cultivadores a las ciudades o bien por la transformación, in situ, de los campesinos en asalariados de la mina que se está excavando o de la fábrica que se está edificando en los pueblos más lejanos. De esta forma, el impulso de las ideas y la agitación político-social se propagan por el campo, bajo el impulso de las sociedades obreras de Zaragoza. Frente a los sindicatos católicos, a los que les falta dinero, periódicos y unidad de orientación, se levanta una organización socialista revolucionaria vinculada a Madrid, a Barcelona, a países extranjeros, que se entrega a una propaganda incesante y ruidosa, provista de abundantes recursos cuyo origen parece sospechoso. Resulta fácil reclutar nuevos neófitos: se les promete Eldorado; se les afirma que, en la nueva sociedad, podrán vivir a la vez en la abundancia y en la ociosidad.”
A modo de síntesis por ahora, se puede decir que el anarquismo en Aragón, lo mismo que en el resto de la Península Ibérica, nace y se desarrolla con una impronta eminentemente apátrida, pues ése es el sentido que los libertarios dan al internacionalismo que practican. Que de hecho, hablar de anarquismo aragonés es una abstracción que nos estamos concediendo para englobar toda una serie de situaciones diferentes.
En otro orden de cosas, regan habla del Consejo de Aragón en uno de sus mensajes. Recuerdo también que en estos mismos foros se ha pretendido ver en este órgano la conjunción de la emancipación económica y la nacional (no por parte de regan, que conste). Mi opinión es muy distinta, y ahora veremos por qué. Antes, por marcar unos antecedentes, recordemos que el 19 de julio se inicia en Barcelona y los alrededores el movimiento revolucionario que todos conocemos, y que el 21 se celebra un Pleno Regional de Sindicatos en el que se acuerda que la CNT-FAI deje vivas al resto de fuerzas antifascistas de Cataluña, pese a haber sido aquélla la principal artífice de la derrota del fascismo, en detrimento de la postura de “ir a por el todo”, es decir, de proclamar el comunismo libertario allá donde se pueda y regirse siempre por el maximalismo más puro. La primera consecuencia de esto es la creación de un Comité de Milicias Antifascistas en el que la CNT y la FAI se tratan en un plano de igualdad con las demás organizaciones, cuando en realidad su presencia en las calles era aplastantemente superior. La consecuencia a más largo plazo es que la estructura política estatal ha quedado viva, que la CNT no ha querido destruirla del todo por miedo al aislamiento internacional (que nadie olvide que enfrente estaban los fascistas, de modo que no puede juzgarse la situación como si hubiera sido normal). De esta manera, cuando el Estado vaya recuperando el terreno perdido, la CNT se verá en ante un dilema: o se integra, o queda apartada y sin posibilidad de hacer marchar la revolución (sin armas, sin abastos, sin medios de subsistencia para sus militantes). Puesto que como iba diciendo, además de una revolución social, los cenetistas tienen que lidiar con una guerra contra Franco, la segunda opción se autodescarta por significar el suicidio literal, así que la CNT se integra, con la esperanza de conseguir de este modo los medios materiales para promocionar las iniciativas revolucionarias que surgen espontáneamente. Este proceso culminará con los famosos cuatro ministros anarquistas, y en él se encuadra también la creación del Consejo de Aragón.
El Consejo Regional de Defensa de Aragón se crea en un Pleno Regional celebrado en Bujaraloz si no recuerdo mal el 24 de septiembre de 1936, siguiendo la iniciativa aprobada por toda la CNT en Pleno Nacional el 15 de ese mismo mes, de constituir donde se pueda Consejos de esta índole que se federen en un Consejo Nacional de Defensa. Siendo consecuentes con el acuerdo tomado el 21 de julio de no ir a por el todo y colaborar con el resto de fuerzas antifascistas, el 6 de octubre el CRDA es legalizado y reconocido por el gobierno de Largo Caballero, pasando a ser una entidad administrativa del Estado republicano. Podría decirse en consecuencia que, paradójicamente, el Consejo es a un tiempo fruto de la revolución y parte del aparato estatal. La estrategia de la CNT y la FAI había sido, por lo tanto, la de anticiparse al vacío de poder que hay en el Aragón liberado, crear este consejo, nombrar para sus cargos a militantes de la organización que gocen de confianza y simpatía generales, para luego intentar (exitosamente) oficializarse y poder tener así en la Administración una garantía de que, al menos en Aragón, se respetarían las iniciativas revolucionarias. No sorprende, por lo tanto, que al entrar en el juego estatal el Consejo de Aragón hable en su carta fundacional de la nación aragonesa textualmente, así como de las reivindicaciones regionales (que es como se llamaba entonces a lo que hoy llamamos nacionalismo), combinándolo todo ello con un obrerismo que es el que de verdad interesa a sus fundadores. Integrados en el Estado, ahora toca pelear por los recursos económicos y materiales que se reparten desde Madrid, de modo que el discurso antedicho es el idóneo. Incluso se buscará el consejo de Lluís Companys, por su experiencia en las luchas regionalistas, a pesar de que es un político burgués cuyo partido ha causado no pocos problemas a la CNT catalana durante los años de la II República. El comunismo libertario no lo proclamó el Consejo de Aragón en ningún lugar; lo proclamaron los campesinos y los obreros de la CNT que eran arte y parte de la revolución en su misma base, y el Consejo se limitó a proporcionarles, en lo posible, medios y protección ante quienes, dentro del bando antifascista, deseaban aplastar la revolución a toda costa. De hecho, el propio Joaquín Ascaso, a la sazón presidente del Consejo, se defendería ante las acusaciones del PCE haciendo constar que él había sido neutral, por deberse a la responsabilidad de su cargo, en todo momento. Que no había incitado al comunismo libertario nunca mientras fue Presidente del Consejo, a pesar de que sus ideas y su corazón le pedían que lo hiciera.
De modo que el regionalismo del Consejo de Aragón es, en mi opinión, más de circunstancias que ideológico. De unas circunstancias, por cierto, excepcionales al punto de que dudo mucho que ninguno podamos hacernos una idea aproximada de lo que se vivió por aquel entonces. Por este motivo me parece un gesto de poca honestidad historiográfica reclamar al Consejo de Aragón para el independentismo libertario o para las luchas de liberación nacional. Tampoco coincido con quienes vieron en el Consejo un intento por ir a por el todo donde la Regional Catalana se había echado atrás. Mi interpretación es que los fundadores del Consejo, es decir, los milicianos de las columnas y los cenetistas del Aragón liberado reunidos en Pleno Regional, se encontraron con una situación de pervivencia del Estado que ellos no habían propiciado, y en esta tesitura procuraron hacerlo lo mejor posible para salvaguardar la obra revolucionaria. Y queda bastante claro que lo lograron, cuando una de las primeras medidas del Gobierno Negrín fue disolverlo y encarcelar a sus cargos, entrando Líster en Aragón con todo un ejército detrás a aplastar las más de cuatrocientas colectividades manu militari.