De la Etnicidad y las abstracciones colectivas

Anarquismo e Independentismo vs. Nacionalismo. ¿Cómo afronta el Anarquismo la existencia de "naciones" y "movimientos de liberación nacional"?
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El Errabundo
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Re: De la Etnicidad y las abstracciones colectivas

Mensaje por El Errabundo » 08 Dic 2008, 23:22

Pasaré a explicarme. Para mí, y lo digo sin apuro, impertérrito ante la lluvia de improperios que pueda desencadenar, las “identidades colectivas” no existen, como se dice de la religiosidad “sólo se cree que existen”. Durante siglos el individuo ha sido postergado en pos de la “voluntad general”, he ahí la piedra de rebato de los rousseausianos y de todo el despotismo gubernamental de barniz “democrático”. Y tal y como digo que, en contra de mi opinión, la mayoría de clásicos Anarquistas contemplan al hombre como un ser obligatoriamente social (para mi no es más social que familiar, y me declaro escéptico en lo que “es” o no “es”, sólo afirmo que no es “obligatoriamente” nada, y que sólo él puede decidir lo quiere “ser” y donde y como serlo, si en pequeñas asociaciones voluntarias, quebrantables y atomistas, cómo Stirner, o en bellas federaciones sociales que oscilan desde Proudhon a Kropotkin, o incluso como un eremita moderno, más allá de Thoureau y Tolstoi), también todos ellos -y no sólo la mayoría- demolieron la idea de la “voluntad general”.

Decía Godwin: “Finalmente, si el gobierno se funda en el consentimiento del pueblo, no puede haber autoridad sobre ninguna persona que niegue tal consentimiento. Si la aceptación tácita es insuficiente, menos aún debo considerarme obligado por una medida contra la cual he manifestado mi expresa oposición [...]. Si el pueblo o los individuos que constituyen el pueblo no pueden delegar su autoridad en un representante, tampoco puede un individuo aislado delegar su autoridad en la mayoría de una asamblea de la que forma parte. Las normas que han de regular mis acciones son materia de consideración enteramente personal y nadie puede transferir a otro la responsabilidad de su conducta y la determinación de sus propios deberes”. (Investigación sobre la Justicia Política, 1793).

En iguales términos se han expresado Proudhon y añade Bakunin: “Por desarrollada que esté su conciencia colectiva y por concentrada que pueda encontrarse en el momento de una gran crisis nacional, la pasión, o lo que se llama la voluntad popular hacia un solo fin, jamás llegará esa concentración a la de un individuo real. En una palabra, ningún pueblo, por unido que se sienta, podrá jamás decir: ¡nosotros queremos! Sólo el individuo tiene el hábito de decir: ¡Yo quiero! y cuando oís decir en nombre de un pueblo entero: ¡él quiere!, estad bien seguros que un usurpador cualquiera, hombre o partido, se oculta tras eso”. (Federalismo, Socialismo y Antiteologismo, 1867).

Y ultima Stirner: “Mi voluntad individual es destructora del Estado; así, él la deshonra con el nombre de indisciplina. La voluntad individual y el Estado son potencias enemigas entre las que es imposible una paz eterna. En tanto que el Estado se mantiene proclama que la voluntad individual es su irreconciliable adversaria, irrazonable, mala, etc. Y la voluntad individual se deja convencer, lo que prueba que lo es, en efecto: no ha tomado aún posesión de sí misma, ni adquirido conciencia de su valor, es decir, todavía es incompleta, maleable, etc.

Todo Estado es despótico, sea el déspota uno, sean varios, o (y así se puede representar una República) siendo todos Señores, o sea cada uno el déspota del otro. Este último caso se presenta, por ejemplo, cuando, a consecuencia de un voto, una voluntad expresada por una Asamblea del pueblo llega a ser para el individuo una ley a la que debe obedecer o conformarse. Imaginad incluso el caso en que cada uno de los individuos que componen el pueblo haya expresado la misma voluntad, suponed que haya habido perfecta unanimidad; la cosa vendría aún a ser la misma. ¿No estaría yo ligado, hoy y siempre, a mi voluntad de ayer? Mi voluntad, en ese caso, estaría inmovilizada, paralizada. ¡Siempre esa desdichada estabilidad! ¡Un acto de voluntad determinado, creación mía, vendrá a ser mi Señor! y Yo que lo he querido, Yo el creador, ¿me vería trabado en mi carrera, sin poder romper mis lazos? Porque Yo era ayer un loco, ¿tendría que serlo toda mi vida? Así pues, en la vida estatal, yo soy en el mejor de los casos -podría decir también en el peor de los casos- un esclavo de Mí mismo. Porque ayer tenía una voluntad, hoy careceré de ella; Señor ayer, seré esclavo hoy.

¿Qué hacer? Nada más que no reconocer deberes, es decir, no atarme ni dejarme atar. Si no tengo deber, no conozco tampoco ley. ¡Pero se me atará! Nadie puede encadenar mi voluntad, y Yo siempre seré libre de rebelarme”. (El Único y su Propiedad, 1844).

Pero -me preguntaran los que me leen- ¿Qué tendrá que ver la “voluntad colectiva” con la “identidad colectiva”? Y se habrán contestado a sí mismos si son capaces de relacionar en su mente ambos términos ¿Pues no es la “voluntad” una emanación directa de nuestra “identidad”? Lo contrario también debería ser cierto; desgraciadamente, no lo es.
Se establece, originariamente, desde la bancada Ácrata, que la “voluntad general” no existe, pues la voluntad es una herramienta integralmente personal ¿y que pasa con esos grandes movimientos revolucionarios, esos aludes de masas convulsas? Meras voluntades individuales coincidentes y puestas espontáneamente en común. Desde mi punto de vista lo que llamamos “identidades colectivas” no son más que lo mismo, simples identidades individuales que se aglutinan y se consideran “colectivas” (a veces en pos de la heterogeneidad “global” se hacen actos de uniformidad “local”), no obstante, mientras esto se haga de forma consciente, voluntaria, libre, fruto directo de la elección personal, nada hay que objetar pues en nada me (o nos) afecta. Cada uno debe ser libre de escoger sus mentiras y verdades, la forma con la que engañarse o con la que acceder a su revelación (“una verdad por la que merezca la pena vivir o morir” decía Kierkegard, ofendiendo obviamente el sentir de un Brassens). Ahora bien, ¿Son estas mentiras o verdades, estas “identidades colectivas”, libres y voluntarias cuando se establecen, e imponen, de forma innata? Esto pasaré a explicarlo ahora.

Me congratula que se adecuen los discursos, y que donde se dijo “digo” ahora se diga “Diego”, pero en nada se han subvertido las bases de los distintos discursos. Queda claro que para mi la “identidad colectiva” no existe, ahora bien, nada me importa, y en nada me repercute, que otros si crean en ellas, sólo media entonces -y sólo me afecta- saber en que base se constituyen esas “identidades colectivas”, he aquí mi exposición: ¿Es la religión una “abstracción colectiva” libremente aceptada? En ocasiones sí y en otras, mayoritarias, no ¿Es la “identidad colectiva religiosa”, por ejemplo la católica, libremente aceptada? La respuesta es similar, ahora sólo nos basta establecer cuando no lo es. Se puede decir que el ser adulto que haciendo uso de su arbitrio decide adscribirse a tal o cual confesión, no hace más que un acto de voluntad, sin embargo ¿Somos “libre” y “voluntariamente” católicos cuando esa “identidad religiosa” se establece de forma innata, cuando se afianza sobre un territorio y establece unas condiciones determinadas sobre los nacientes, cuando fija una “fe” de forma mayestática sobre los presuntos “deudores” de una tradición y culturas selectas? En esas condiciones esa presunta “identidad colectiva” no es ni puede ser libre y voluntaria, sino todo lo contrario: es liberticida, segadoras de egos, impositiva, compulsiva, coactiva y coercitiva, es un atentado directo contra el libre albedrío que dice defender, es la inmolación de la individualidad en aras de una “idea” o “creencia” superior al afectado, y ajena a su capacidad lectiva.

Pues bien, ¿acaso cuando se fundamenta una “identidad colectiva” nacional y cultural sobre un territorio de forma congénita, sin contar con la aceptación previa de un grupo de individuos a los que se les inocula una serie de valores antes de que su facultad de discriminar pueda aceptarlas o rechazarlas, cuando es una fuerza cuasi telurica (previamente “humanizada” y regada con cualidades de abstracción personal) ante la que el individuo debe plegarse pues el “tiempo” nacional y el “espacio” geográfico le “preceden”, cuando lo que “es” el sujeto se reduce a un residuo de una historia no escrita ni vivida por él y a una tierra inerte que solo puede regalarle sus frutos o su aridez, cuando el Individuo no es más que una comparsa del “espíritu corporativo” (Palante) en boga y debe anularse en sus propio detrimento, para beneficio de la “generalidad” que supuestamente se ha establecido en su “favor”, en definitiva, cuando la “identidad colectiva” se instaura “connaturalmente” sobre suelo y habitantes, en que se diferencia de la obligatoriedad religiosa, en que se diferencia la imposición cultural-religiosa y la cultural-nacional? Absolutamente en nada..., es decir ¿Que si vemos nefasto el endemismo religioso y lo tildamos de adoctrinamiento, que nos impide hacer una cosa similar con respecto al resto de “identidades” impuestas desde la cuna? Una simple alienación que nos impide ver una suerte de imposición “nativa” como análoga a otra, así una es fetichismo y superchería, pura aberración de la endogamia religiosa, y la otra un acto natural de “educación”, “instrucción”, trasmutando el encasillamiento del gregarismo en “manifestación religiosa y cultural”... sin más rigor que el de la conveniencia; casi siempre de los interesados axiologos que aspiran a líderes. Los mismos que crean tradiciones que otros acatan y que a ellos les reportará el beneficio de despertar un gran sentimiento de deuda, el mismo que asfixiara al colectivo endeudado (Clastres).

Antes de que nadie incruste aquí al Anarquismo, hemos de ratificar que la condición de “identidad colectiva” de carácter innata, ergo, opresiva, es también asumible por el propio Anarquismo si esta fuera su tendencia, es decir, educar a los niños para que vayan en procesión de la “Santa A”. Este tema ya ha sido demolido por los propios Ácratas, ya Ricardo Mella nos decía que no había espectáculo más patético y anti libertario que el de ver a un niño dándole “vivas” a la “anarquía”. Y las propias Mujeres Libres elaboraron un bello artículo durante la Revolución del 36 en la que condenaban la utilización, por parte de los padres, de esas pleyades de niños con el puño el alto y jaleando a la CNT.

Creo que este tema ya ha quedado lo suficientemente claro, por lo menos ninguna objeción explicita he constatado. No obstante, y ya que parece que ahora se quiere sentar al “individualismo” en el banquillo de los acusados he de ratificar que sí, que existe un “falso individualismo”, es el esnobismo, el clasismo, el elitismo, el aristocracismo, las armas del capitalismo y el liberalismo liberticida, sin embargo, tanto como este “individualismo” es falso (robusto según Goldman) es igual de verdadero el gragarismo y el mimetismo, la “homegeneidad aglutinadora”, que se enmascara tras distintos nombres y a la que repugna y ofende toda manifestación de peculiaridad. La “socialatría” (Igualada) absorbente que abomina de toda idea discordante y convierte al individuo aislado en “traidor” y “hereje”. Creemos que hoy en día la insensibilidad social, esa abominable apatía que mueve a los individuos a dejar morir a un semejante de hambre, sed o frío, es producto del “individualismo”, pero realmente es el fruto de la “imitación social”, del corporativismo que nos mueve a reproducir los hábitos ajenos, de la alienación colectiva, del mimetismo borreguil y el gregarismo suicida. La gente se comporta como los demás, como dicta el poder, y si este decreta la “anestesia colectiva” -casi- todos lo reproducen, lo que sobra no es por tanto Individualismo, es lo que falta. Ser capaz de mirar las injusticias sociales sin esperar al decreto de los poderosos (los únicos que velan por su limitado, parcial y degradado “ego”) y sin calcar la conducta general, aplastada por los propios líderes; pues lo contrario es querer cambiar la maquina dejando intactos los engranajes.

En otro orden de cosas, así hablaba un pionero, nada influido por la “cultura de masas”, y aún menos dado a infravalorar al “individuo aislado”, tampoco -añado yo- como si se tratara de un ser ajeno a la fructificación de la revolución, pues ¿No están compuestos los colectivos revolucionarios por individuos revolucionarios? ¿No fueron nunca antes esos individuos revolucionarios simples “individuos aislados” que llegaron a compartir un sentir, puesto en común, que los ha extraído de su aislamiento en pos de una obra común? ¿Y a su vez no han habido muchos otros revolucionarios que han seguido siendo “individuos aislados” que optaron por poner su corazón, trasmutado en un “acto bello”, en la lucha abocada a cambiar lo que les rodeaba? ¿No son esos “misatros filantropicos” verdaderos “revolucionarios”? ¿Sigue el número santificando y siendo el átomo inferior a la molécula y esta aún menos que el conglomerado? Parece que para algunos la rueda sigue antecediendo al hombre..., un delirio en absoluto “mayestático” y aparentemente comunicado gracias al telégrafo, las megalomanías vía Internet serán cosa de otros. Yendo al grano, así nos dice William Godwin:

"La fuerza ha sido siempre un instrumento detestable y si su uso es malo en manos de un gobierno, no cambiará de esencia por el hecho de ser empleada por una banda de patriotas.

[...]

Uno de los principios esenciales de la justicia política es diametralmente opuesto al que patriotas e impostores han propiciado de consuno. Amad a la patria. Sumergid la existencia personal de los individuos dentro del ser colectivo. Procurad la riqueza, la prosperidad y la gloria de la nación, sacrificando, si fuera menester, el bienestar de los individuos que la integran. Purificad vuestro espíritu de las groseras impresiones de los sentidos, para elevado a la contemplación del individuo abstracto, del cual los hombres reales son manifestaciones aisladas que sólo valen según la función que desempeñan en la sociedad [citando el Contrato Social de Rousseau].

Las enseñanzas de la razón en este punto llevan a conclusiones totalmente opuestas. La sociedad es un ente abstracto y, como tal, no puede merecer especial consideración. La riqueza, la prosperidad y la gloria del ente colectivo son quimeras absurdas. Utilicemos todos los medios posibles para beneficiar al hombre real en sus diversas manifestaciones, pero no nos dejemos engañar por la especiosa teoría que pretende someternos a un organismo abstracto ante el cual el individuo carece de todo valor. La sociedad no fue creada para alcanzar la gloria ni para suministrar material brillante a los historiadores, sino simplemente para beneficiar a los individuos que la integran. El amor a la patria, estrictamente hablando, es otra de las engañosas ilusiones creadas por los impostores, con el objeto de convertir a la multitud en instrumentos ciegos de sus aviesos designios.

[...] Un hombre sensato jamás dejará de ser partidario de la libertad y la igualdad. Por consiguiente, se esforzará por acudir en su defensa, dondequiera las encuentre. No puede permanecer indiferente cuando está en juego su propia libertad y la de aquellos que lo rodean y a quienes estima. Su adhesión tiene entonces por objeto una causa y no un país determinado. Su patria estará dondequiera que haya hombres capaces de comprender y de afirmar la justicia política. Y donde mejor pueda contribuir a la difusión de ese principio y a servir la causa de la felicidad humana. No habrá de desear para ningún país beneficio superior al de la justicia".

(Investigación sobre la Justicia Política, 1793)

Con toda cordialidad, Salud.
"Me asombraba la estupidez de mi especie que no se alzaba como un solo hombre y se sacudía unas cadenas tan ignominiosas y una miseria tan insoportable. En cuanto a mí, decidí, –y jamás he desviado el pensamiento de esta decisión– zafarme de esa odiosa situación, y no asumir jamás ni el papel de opresor ni el de oprimido".

William Godwin

El lobo estepario
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Re: De la Etnicidad y las abstracciones colectivas

Mensaje por El lobo estepario » 16 Dic 2008, 03:02

Yo tampoco creo en la noción de "pueblo". Podemos entender por tal al grupo humano que (generalmente perteneciente a una misma etnia) ocupa y se expande por un territorio concreto, desarrollando una cultura propia. Pero lo cierto es que ese pueblo se erige en torno al tótem y tabú y, como dice Errabundo, sacrifica al individuo en el altar del bienestar colectivo, por cuyos intereses velan siempre unos pocos. Entonces, admitiendo esto, ya no es posible anteponer la noción de pueblo a la voluntad individual. Luego observamos, además, que los pueblos acaban edificando Estados, y éstos condenan al exilio o al exterminio a las minorías étnicas que no interesan a los gurús de la tribu. Desde ese momento, no es ya el escepticismo, sino el asco, el sentimiento que me invade. Claro que en nuestro país un complejo problema socio-político nos caldea a todos la sangre. Aquí se señala el nacionalismo vasco como origen de un conflicto dado, obviándose el nacionalismo castellano, y obviándose también que los vascos tienen una identidad fuertemente arraigada, y que se corresponde con un microcosmos geográfico. El problema es cuando el sentimiento nacional de una colectividad se convierte en mandamiento moral, es decir, cuando pasa a ser nacionalismo, anteponiéndose a la libertad individual. Pero repito que en el caso del tema vasco habría mucho que debatir, porque nos encontramos ante una identidad negada por otros (los españolistas) que además llevan siglos penetrando el territorio con el fin de beneficiarse económicamente. En consecuencia, cuando se critica a los nacionalismos, a los españoles les ciega en general la visión de eso que llaman "periferia", ignorando que el más nocivo es precisamente el que se cuece en el "centro". Con todo, el factor étnico, dada la evolución histórica de los grupos humanos, es innegablemente decisivo a la hora de la fundación de una comunidad. Otro tema sería entrar a valorar las limitaciones que ello supone en las ansias de libertad de algunos individuos, de los que, tachados de antisociales, no pretenden otra cosa que derribar todos los tótems y tabúes. Y es que cuando esos tótems y tabúes del "pueblo" pasan a ser columnas del Estado, antes o después, la tierra se riega de sangre.

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