Amigos de la patria ¡Enemigos del pueblo! 2ª Parte
Publicado: 15 Nov 2008, 15:27
Las fuentes doctrinales originarias del nacionalismo
se reducen a dos grandes modelos: uno, el liberal
y, otro, el naturalista. El primero tiene su génesis
en las corrientes representadas por Hobbes, Locke,
Montesquieu y Rousseau, que culminan en la revolución
francesa.
Esta doctrina formula la idea de nación como contraposición
al poder político de la monarquía absoluta. La reivindicación
de protagonismo político para el Tercer Estado,
especialmente parar la burguesía, trae consigo un concepto
de nación como “un cuerpo de asociados que viven bajo una
ley común y representados por la misma legislatura” (Sièyes).
En esta definición está encerrada toda la carga liberal y revolucionaria
de este nuevo concepto de nación: sólo dejando
de ser súbditos y convirtiéndose todos en ciudadanos, se
puede lograr una legislatura común para todos, nacida del
ejercicio de la voluntad política de los ciudadanos. Estamos
ante un concepto liberal, racionalista, utilitarista, individualista
y, sobre todo, jurídico de nación. Según este concepto
de nación, España sería una nación.
La corriente naturalista del nacionalismo se basa en la
idea de comunidad de cultura. Su argumentación está elaborada
básicamente por dos filósofos alemanes: Herder y
Fichte. Esa corriente nacionalista surge como una reacción,
en un momento histórico y político, a las ideas de la
Ilustración y a las ideas positivistas de las que beben todas
las escuelas del socialismo en el siglo XIX (anarquismo,
entre otras).
Estas ideas ilustradas, basadas en el cosmopolitismo, en
el racionalismo, y básicamente en la concepción de todo ser
humano como un fin en sí mismo y nunca como un medio,
lo que podríamos llamar “dignidad humana”; se les opone,
por estas corrientes románticas, una concepción naturalista
de la nación, en la cual el pueblo sería una entidad metafísica
superior a los individuos, que estaría definida por una
cultura, idioma, historia, religión y costumbre, manifestación
todo ello del volksgeist (espíritu del pueblo), de la que no
puede renegar el individuo y a la que debe someterse.
A esta visión naturalista de la nación de Herder, Fichte,
en un contexto en el que Alemania estaba ocupada por
Napoleón, le añade la necesidad de construir una organización
política, un Estado, que promocione y oponga esta identidad
a la de otro Estado-nación. Esta es la ideología que da
forma a todos los nacionalismos recalcitrantes de hoy en día.
Según este concepto de nación, España sería un Estado que
absorbe a varias naciones.
Tanto en los procesos de creación de sentimientos nacionales
en los Estados consolidados, como en los propios movimientos
nacionalistas que aspiran a dotar a su comunidad de
un Estado, se van a dar una serie de trazos comunes que carecen
del mínimo rigor científico, pues los hechos demuestran
lo contrario: 1) la humanidad se halla dividida naturalmente
en naciones, 2) cada nación tiene su carácter particular,
3) el origen de todo poder político es la nación, 4) para su
libertad y autorrealización, los hombres deben identificarse
con una nación, 5) las naciones sólo pueden realizarse en sus
propios Estados, 6) la lealtad a la nación es anterior a las
demás lealtades, 7) la condición primaria de libertad y armonía
global es el fortalecimiento de la nación y su cultura. Por
eso, la Iª Internacional, muy acertadamente, califica al nacionalismo
como la religión del Estado moderno.
Para fomentar este sentimiento de identidad cultural y
territorial, los nacionalistas capitalizan, haciendo, sobre todo,
un uso instrumental del idioma para dividir, enfrentar y
fomentar identidades territoriales homogéneas y contrapuestas.
Consecuentemente, todas las escuelas del socialismo
presentes en la Iª Internacional se dedican a propagar lo
contrario, en base a un concepto del hombre distinto: una
sola naturaleza humana dividida en clases, castas, amos y
esclavos, desorganizada en Estados.
Desde un punto de vista anarquista, ninguna organización
libertaria puede fomentar el uso de un idioma para estos
fines. Ni la CNT, ni ninguna organización libertaria tienen,
ni han tenido nunca como cometido, combatir el idioma castellano
en Galicia, País Vasco o Cataluña. Porque los signos
de identidad que se fomentan en el anarquismo son contrapuestos
al nacionalismo.
El anarquismo no tiene por objetivo exaltar valores tradicionales,
ni idiomas, ni territorios, ni culturas supuestamente
ancestrales ¡porque sí! Los nacionalistas precisamente
hacen una exaltación de identidades imaginariamente puras
y ancestrales, para justificar una estructura política en un
territorio que en un futuro puedan regentar.
Si en su día los anarquistas se dotaron del esperanto para
hacer del idioma, nada más, que un instrumento de comunicación
y no un instrumento para hacer política de reinos taifas;
y la CNT cuando era poderosa no rendía pleitesía a las campañas
lingüísticas para “hacer patria”, se debe a que los anarquistas
de antaño, desde luego, de tontos no tenían ni un pelo…
Desde el punto de vista biológico, el género humano es
una entidad identitaria en sí misma, porque aun sobreviviendo
solamente una tribu de África como los “kikuyu”,
prácticamente el 100% el material genético de la especie
humana estaría salvado. Desde el punto de vista de los
derechos, nadie tiene un mayor o menor derecho por nacer
en un lugar determinado, o ser de una raza, sexo o por
hablar un idioma. Desde un punto de vista cultural, no
existen territorios ni idiomas culturalmente homogéneos y
puros desde tiempos inmemorables, porque la endogamia ya
desapareció antes de Marco Polo, afortunadamente. Es más,
esas señas culturales de identidad nacional, son parte integrante
del control y división social organizado en Estados
que combate el anarquismo. Por tanto, el anarquismo es partidario de la justicia social y del avance cultural y no de
la perpetuación de tradiciones y fronteras.
Los idiomas, tradiciones, costumbres, territorios, etc.
no tienen derechos sobre las personas; los derechos los
tenemos las personas sobre los idiomas, costumbres, territorios,
etc. para cambiarlos, anularlos o redefinir nuestra
relación con ellos... Como así ha sucedido a lo largo de la
historia de la humanidad y también ha hecho el movimiento
libertario, apoyando un idioma internacional y estableciendo
en el municipio libre (y no en la provincia,
región, país, etc.), el territorio donde es posible autogestionar
socialmente nuestras vidas en democracia directa,
porque es el territorio donde uno vive y se relaciona. Las
federaciones de productores de la futura sociedad libre, no
tiene por objetivo reeditar fronteras, banderas, idiomas o
identidades nacionales, sino garantizar y coordinar la economía
de esos municipios libres, tendiendo a la mayor
autonomía.
Pero es más: ¡el anarquismo es una cultura en sí mismo!
Partiendo de las ideas ilustradas y positivistas, los anarquistas
decimonónicos construyen una forma de vivir y un
programa social de futuro, de PROGRESO.
Los avances científicos durante finales del siglo XIX en
las ciencias de la salud y en las ciencias naturales, en la
ingeniería, el urbanismo, en las ciencias de la educación y
en otras ciencias sociales, se conjugaron con la filosofía
libertaria dando lugar a nuevas formas de relacionarse, de
vivir, de sentir, de pensar: La alimentación, la higiene y la
salud, el nudismo, el esperanto, la familia, la escuela racionalista,
la naturaleza, la ciudad jardín… construyeron una
cultura libertaria hoy en desuso, que no se afinca en tradiciones,
religiones y costumbres históricas, que no tienen
nada de revolucionarias, ni de populares.
La mediocridad de la militancia libertaria de hoy en día,
y la llegada de oportunistas a un movimiento débil ya
desde la segunda mitad del siglo XX, son los responsables
de los múltiples disparates que se han dicho (y se dicen),
y de la imagen patética que ofrece el movimiento libertario,
al ser incapaces de recoger el bagaje cultural, el buen
saber hacer y los VALORES que nos legaron nuestros compañeros.
A un anarquista de antaño, le suena a disparate la martingala
de anarcoindependentismo, o que la CNT de una
región haga campaña a favor de un idioma, para combatir
a otro idioma, realzando así una supuesta frontera imaginaria
para reclamarle al territorio de al lado supuestos
agravios históricos.
¿Acaso ese conflicto entre paletos centralistas y paletos
periféricos requiere de nuestra atención para posicionarnos
del lado de alguno de los dos? El conflicto freudiano
que plantea el nacionalismo no tiene cabida en el movimiento
libertario. Si en Galicia, País Vasco y Cataluña hoy
se hablan dos idiomas, mayoritariamente, nosotros no
debemos tomar por bandera que se hable uno sólo, o impidiendo
en nuestra propaganda el uso de alguno de los dos,
en base a supuestos derechos territoriales históricos; porque
el discurso anarquista es un ideal incardinado en el
terreno de la ética, de la libertad, de los derechos y deberes
positivos del hombre, del momento actual, que se puedan
transponer a una nueva sociedad futura; y no en la
obediencia y exaltación de tradiciones y folclore demodé e
idiomas que “hacen patria”. El anarquismo no fomenta el
orgullo nacional, sino que promueve una nueva comunidad
plenamente humana, portadora de nuevos valores.
Las personas no somos un instrumento al servicio de
alguien o de algo, impuesto, superior y ajeno a nuestra
decisión, a nuestra realidad presente, que es de la que brotan
nuestras raíces. El discurso de identidades culturales
puras y enfrentadas desde tiempos inmemorables de las que
nos tenemos que sentir orgullosos, es radicalmente contrario
a lo libertario, además de rotundamente falso y pueril.
¿Quién diseña esas identidades? ¿Aportan algo positivo?
Acaso, ¿verdaderamente existieron?
Entrando en la guerra de idiomas a favor de los “centralistas”
o de los “periféricos”, entramos en la guerra de
identidades territoriales imaginarias y, por tanto, estamos
siendo fagocitados por un ideario político que no tiene
nada que ver con nuestra identidad libertaria, donde la dignidad
humana ocupa el vértice y no un territorio históricamente
diseñado (o que se quiere diseñar) por poderes
fácticos. Si hoy se hablan dos idiomas en Galicia, País Vasco
y Cataluña, es algo que no tiene mayor relevancia para la
inmensa mayoría de las personas que convivimos con ellos.
Y el que quiera dársela en el movimiento libertario, es que
busca otra cosa, diga lo que diga…
Mi familia es la humanidad y mi patria es el mundo…
no es una frase romántica, es un programa de futuro, y yo
no pienso dar marcha atrás para encontrar en el pasado una
supuesta edad de oro o de pureza perdida de la que hablaba,
pero en la cual no creía, J.J.Rousseau.
Juan Armada
Artículo publicado en el CNT Nº 350 de Noviembre de 2.008
se reducen a dos grandes modelos: uno, el liberal
y, otro, el naturalista. El primero tiene su génesis
en las corrientes representadas por Hobbes, Locke,
Montesquieu y Rousseau, que culminan en la revolución
francesa.
Esta doctrina formula la idea de nación como contraposición
al poder político de la monarquía absoluta. La reivindicación
de protagonismo político para el Tercer Estado,
especialmente parar la burguesía, trae consigo un concepto
de nación como “un cuerpo de asociados que viven bajo una
ley común y representados por la misma legislatura” (Sièyes).
En esta definición está encerrada toda la carga liberal y revolucionaria
de este nuevo concepto de nación: sólo dejando
de ser súbditos y convirtiéndose todos en ciudadanos, se
puede lograr una legislatura común para todos, nacida del
ejercicio de la voluntad política de los ciudadanos. Estamos
ante un concepto liberal, racionalista, utilitarista, individualista
y, sobre todo, jurídico de nación. Según este concepto
de nación, España sería una nación.
La corriente naturalista del nacionalismo se basa en la
idea de comunidad de cultura. Su argumentación está elaborada
básicamente por dos filósofos alemanes: Herder y
Fichte. Esa corriente nacionalista surge como una reacción,
en un momento histórico y político, a las ideas de la
Ilustración y a las ideas positivistas de las que beben todas
las escuelas del socialismo en el siglo XIX (anarquismo,
entre otras).
Estas ideas ilustradas, basadas en el cosmopolitismo, en
el racionalismo, y básicamente en la concepción de todo ser
humano como un fin en sí mismo y nunca como un medio,
lo que podríamos llamar “dignidad humana”; se les opone,
por estas corrientes románticas, una concepción naturalista
de la nación, en la cual el pueblo sería una entidad metafísica
superior a los individuos, que estaría definida por una
cultura, idioma, historia, religión y costumbre, manifestación
todo ello del volksgeist (espíritu del pueblo), de la que no
puede renegar el individuo y a la que debe someterse.
A esta visión naturalista de la nación de Herder, Fichte,
en un contexto en el que Alemania estaba ocupada por
Napoleón, le añade la necesidad de construir una organización
política, un Estado, que promocione y oponga esta identidad
a la de otro Estado-nación. Esta es la ideología que da
forma a todos los nacionalismos recalcitrantes de hoy en día.
Según este concepto de nación, España sería un Estado que
absorbe a varias naciones.
Tanto en los procesos de creación de sentimientos nacionales
en los Estados consolidados, como en los propios movimientos
nacionalistas que aspiran a dotar a su comunidad de
un Estado, se van a dar una serie de trazos comunes que carecen
del mínimo rigor científico, pues los hechos demuestran
lo contrario: 1) la humanidad se halla dividida naturalmente
en naciones, 2) cada nación tiene su carácter particular,
3) el origen de todo poder político es la nación, 4) para su
libertad y autorrealización, los hombres deben identificarse
con una nación, 5) las naciones sólo pueden realizarse en sus
propios Estados, 6) la lealtad a la nación es anterior a las
demás lealtades, 7) la condición primaria de libertad y armonía
global es el fortalecimiento de la nación y su cultura. Por
eso, la Iª Internacional, muy acertadamente, califica al nacionalismo
como la religión del Estado moderno.
Para fomentar este sentimiento de identidad cultural y
territorial, los nacionalistas capitalizan, haciendo, sobre todo,
un uso instrumental del idioma para dividir, enfrentar y
fomentar identidades territoriales homogéneas y contrapuestas.
Consecuentemente, todas las escuelas del socialismo
presentes en la Iª Internacional se dedican a propagar lo
contrario, en base a un concepto del hombre distinto: una
sola naturaleza humana dividida en clases, castas, amos y
esclavos, desorganizada en Estados.
Desde un punto de vista anarquista, ninguna organización
libertaria puede fomentar el uso de un idioma para estos
fines. Ni la CNT, ni ninguna organización libertaria tienen,
ni han tenido nunca como cometido, combatir el idioma castellano
en Galicia, País Vasco o Cataluña. Porque los signos
de identidad que se fomentan en el anarquismo son contrapuestos
al nacionalismo.
El anarquismo no tiene por objetivo exaltar valores tradicionales,
ni idiomas, ni territorios, ni culturas supuestamente
ancestrales ¡porque sí! Los nacionalistas precisamente
hacen una exaltación de identidades imaginariamente puras
y ancestrales, para justificar una estructura política en un
territorio que en un futuro puedan regentar.
Si en su día los anarquistas se dotaron del esperanto para
hacer del idioma, nada más, que un instrumento de comunicación
y no un instrumento para hacer política de reinos taifas;
y la CNT cuando era poderosa no rendía pleitesía a las campañas
lingüísticas para “hacer patria”, se debe a que los anarquistas
de antaño, desde luego, de tontos no tenían ni un pelo…
Desde el punto de vista biológico, el género humano es
una entidad identitaria en sí misma, porque aun sobreviviendo
solamente una tribu de África como los “kikuyu”,
prácticamente el 100% el material genético de la especie
humana estaría salvado. Desde el punto de vista de los
derechos, nadie tiene un mayor o menor derecho por nacer
en un lugar determinado, o ser de una raza, sexo o por
hablar un idioma. Desde un punto de vista cultural, no
existen territorios ni idiomas culturalmente homogéneos y
puros desde tiempos inmemorables, porque la endogamia ya
desapareció antes de Marco Polo, afortunadamente. Es más,
esas señas culturales de identidad nacional, son parte integrante
del control y división social organizado en Estados
que combate el anarquismo. Por tanto, el anarquismo es partidario de la justicia social y del avance cultural y no de
la perpetuación de tradiciones y fronteras.
Los idiomas, tradiciones, costumbres, territorios, etc.
no tienen derechos sobre las personas; los derechos los
tenemos las personas sobre los idiomas, costumbres, territorios,
etc. para cambiarlos, anularlos o redefinir nuestra
relación con ellos... Como así ha sucedido a lo largo de la
historia de la humanidad y también ha hecho el movimiento
libertario, apoyando un idioma internacional y estableciendo
en el municipio libre (y no en la provincia,
región, país, etc.), el territorio donde es posible autogestionar
socialmente nuestras vidas en democracia directa,
porque es el territorio donde uno vive y se relaciona. Las
federaciones de productores de la futura sociedad libre, no
tiene por objetivo reeditar fronteras, banderas, idiomas o
identidades nacionales, sino garantizar y coordinar la economía
de esos municipios libres, tendiendo a la mayor
autonomía.
Pero es más: ¡el anarquismo es una cultura en sí mismo!
Partiendo de las ideas ilustradas y positivistas, los anarquistas
decimonónicos construyen una forma de vivir y un
programa social de futuro, de PROGRESO.
Los avances científicos durante finales del siglo XIX en
las ciencias de la salud y en las ciencias naturales, en la
ingeniería, el urbanismo, en las ciencias de la educación y
en otras ciencias sociales, se conjugaron con la filosofía
libertaria dando lugar a nuevas formas de relacionarse, de
vivir, de sentir, de pensar: La alimentación, la higiene y la
salud, el nudismo, el esperanto, la familia, la escuela racionalista,
la naturaleza, la ciudad jardín… construyeron una
cultura libertaria hoy en desuso, que no se afinca en tradiciones,
religiones y costumbres históricas, que no tienen
nada de revolucionarias, ni de populares.
La mediocridad de la militancia libertaria de hoy en día,
y la llegada de oportunistas a un movimiento débil ya
desde la segunda mitad del siglo XX, son los responsables
de los múltiples disparates que se han dicho (y se dicen),
y de la imagen patética que ofrece el movimiento libertario,
al ser incapaces de recoger el bagaje cultural, el buen
saber hacer y los VALORES que nos legaron nuestros compañeros.
A un anarquista de antaño, le suena a disparate la martingala
de anarcoindependentismo, o que la CNT de una
región haga campaña a favor de un idioma, para combatir
a otro idioma, realzando así una supuesta frontera imaginaria
para reclamarle al territorio de al lado supuestos
agravios históricos.
¿Acaso ese conflicto entre paletos centralistas y paletos
periféricos requiere de nuestra atención para posicionarnos
del lado de alguno de los dos? El conflicto freudiano
que plantea el nacionalismo no tiene cabida en el movimiento
libertario. Si en Galicia, País Vasco y Cataluña hoy
se hablan dos idiomas, mayoritariamente, nosotros no
debemos tomar por bandera que se hable uno sólo, o impidiendo
en nuestra propaganda el uso de alguno de los dos,
en base a supuestos derechos territoriales históricos; porque
el discurso anarquista es un ideal incardinado en el
terreno de la ética, de la libertad, de los derechos y deberes
positivos del hombre, del momento actual, que se puedan
transponer a una nueva sociedad futura; y no en la
obediencia y exaltación de tradiciones y folclore demodé e
idiomas que “hacen patria”. El anarquismo no fomenta el
orgullo nacional, sino que promueve una nueva comunidad
plenamente humana, portadora de nuevos valores.
Las personas no somos un instrumento al servicio de
alguien o de algo, impuesto, superior y ajeno a nuestra
decisión, a nuestra realidad presente, que es de la que brotan
nuestras raíces. El discurso de identidades culturales
puras y enfrentadas desde tiempos inmemorables de las que
nos tenemos que sentir orgullosos, es radicalmente contrario
a lo libertario, además de rotundamente falso y pueril.
¿Quién diseña esas identidades? ¿Aportan algo positivo?
Acaso, ¿verdaderamente existieron?
Entrando en la guerra de idiomas a favor de los “centralistas”
o de los “periféricos”, entramos en la guerra de
identidades territoriales imaginarias y, por tanto, estamos
siendo fagocitados por un ideario político que no tiene
nada que ver con nuestra identidad libertaria, donde la dignidad
humana ocupa el vértice y no un territorio históricamente
diseñado (o que se quiere diseñar) por poderes
fácticos. Si hoy se hablan dos idiomas en Galicia, País Vasco
y Cataluña, es algo que no tiene mayor relevancia para la
inmensa mayoría de las personas que convivimos con ellos.
Y el que quiera dársela en el movimiento libertario, es que
busca otra cosa, diga lo que diga…
Mi familia es la humanidad y mi patria es el mundo…
no es una frase romántica, es un programa de futuro, y yo
no pienso dar marcha atrás para encontrar en el pasado una
supuesta edad de oro o de pureza perdida de la que hablaba,
pero en la cual no creía, J.J.Rousseau.
Juan Armada
Artículo publicado en el CNT Nº 350 de Noviembre de 2.008