(A) escribió:
El folleto
Por la independencia total y la anarquía sin límites fue traducido por el mismo Col.lectiu Ikària ante la demanda de zonas de habla castellana que tenían "dificultades" para leer en catalán su libro,
Anarquisme i alliberament nacional, que hace unos años fue reeditado y del que pronto se sacará una nueva edición. Tradujeron algunos capítulos que consideraron fundamentales y se sacó en como folleto y los distribuyeron. Luego, su contenido ha sido reeditado por diversos colectivos, entre ellos también alguno de Canarias.
http://tanekra.net/es/por-la-independen ... ta-edicion
Copio el texto entero con la parte anterior y posterior de lo ke ahi aparece ke tambien es interesante.
POR LA INDEPENDENCIA TOTAL Y LA ANARQUÍA SIN
LÍMITES. Grupo Ikaria
1.- La crisis del Movimiento Libertario
El movimiento libertario está atravesando ahora y aquí una profunda crisis, que es
necesario observar a diferentes niveles.
1.1 El Españolismo
El sentimiento libertario de rechazo al poder, no se ha plasmado en una postura
favorable a la liberación nacional. Diferentes factores han contribuido: la inexistencia de
un trabajo teórico profundo que articulase la liberación nacional dentro de una propuesta
libertaria de lucha global, un excesivo dirigismo ideológico y anquilosamente general,
el miedo a los mitos del “estado catalán” y del “interclasismo”, la confusión obrero –
inmigrante / burgués – catalán, etc, todos estos aspectos serán tratados con más
detenimiento en los siguientes capítulos.
La práctica que se desprende de esto es netamente españolista, es decir, paralela a la del
estado “español”, y se manifiesta a niveles diferentes:
- la reproducción exacta del marco territorial impuesto por el estado, como marco
de lucha y de organización futura
- la utilización casi exclusiva del idioma oficial en la prensa y propaganda
- la aceptación de las ideas de España y de españoles, como cosas naturales
- la indiferencia cuando no menosprecio ante la lucha por la liberación nacional
Esta postura españolista no es, en principio, y esto lo constatamos con tristeza – un
obstáculo para conseguir adeptos entre la clase trabajadora. El independentismo, aquí en
los PPCC, casi no tiene incidencia en el mundo del trabajo (n de t : téngase en cuenta
que este texto es de 1975), a pesar de sus esfuerzos en este sentido. Esto es triste, pero
es necesario ver que si la clase trabajadora no es independentista, actualmente tampoco
es anticapitalista. El obstáculo se produce de cara a unos sectores que analizaremos más
adelante, que son los que en estos momentos llevan todavía un enfrentamiento contra el
poder, y entre los cuales el españolismo es un revulsivo.
Sentimos muy profundamente el españolismo que impregna los medios libertarios, pero
sería un grave error atribuir la crisis a este único motivo
1.2.- Dirigismo ideológico/moral de grupo
¿El anarquismo es una ideología? Esta pregunta se nos hizo en un debate realizado en
radio Venus con compañeros del movimiento libertario.
Hemos hecho una entretenida comparación entre ideología y religión (tomando el
cristianismo como modelo) y hemos descubierto las similitudes siguientes:
- Las dos prometen un cielo donde todos son felices y buenos
- Tienen una jerarquía sacerdotal que aletarga a los creyentes con la promesa de
este cielo.
- Tienen personajes santificados a los que rinden culto
- Se horrorizan ante la “herejía” , como ruptura de su sistema de valores, como
ruptura de la “verdad”
- Mantienen determinados rituales (mitin – misa, manifestación – procesión,
consigna – oración, celebración de determinadas fiestas, adoración de los
líderes, etc)
- Necesitan una masa de fieles a la que puedan atontar con su discurso
- Simbología, martirología, etc ...
Una organización o un movimiento que no esté permanentemente abierto a la
autocrítica, acaba siendo una nueva iglesia. Así, a menudo Marx ha acabado en profeta
de un nuevo mundo paradisiaco, y su obra, en la Biblia que las diferentes sectas –
leninista, maoísta, trotskista, stalinista... – se apresuran a interpretar. Y hace falta añadir
que algo parecido ha pasado dentro del movimiento libertario. Es por esto, que
valoramos muy positivamente cualquier crítica – y sobre todo cualquier práctica –
antidoctrinal, ya sea un hecho tan brutal y maravilloso como el estallido insurreccional
de la Autonomía Operaria en la Italia del 77 (alucinamos a Marx) o el trabajo realizado
por Arco da Vella en Galicia, Askatasuna en Euskadi, o, ahora, por la Coordinadora
Libertaria de los Països Catalans.
De todas formas, y a pesar de la creciente religiosidad del movimiento libertario
queremos reivindicar el anarquismo, por considerarlo algo sustancialmente diferente a
una ideología. En primer lugar, no es obra de un solo autor, sino del resultado de las
diferentes aportaciones de un conjunto heterogéneo de autores. En segundo lugar, no es
un proyecto acabado, sino que por su propia dinámica antiautoritaria es necesariamente
adoctrinal y abierto a las nuevas situaciones. En tercer lugar, a partir de la idea de
anarquía (no-poder) ha dado prioridad a la negación (lucha e insurrección) ante la
afirmación (la sociedad futura). El anarquismo, más que una ideología es una actitud
vital del individuo de rebeldía contra todo poder.
A pesar de todo esto, dentro del movimiento libertario existe un dirigismo ideológico.
Hay una verdad inmutable que todo militante tiene que aceptar. Si un individuo es
suficientemente crítico cómo para dejar de militar para la verdad, y empieza a pensar
por si mismo, será tildado de hereje, de disidente, de revisionista, etc... La más triste
constatación de todo esto la tenemos en la expulsión de la CNT de Euskadi del colectivo
libertario Askatasuna, que definía la liberación nacional e independencia de Euskadi
dentro de una alternativa libertaria y global. Nosotros somos herejes, en el sentido de
rechazar cualquier planteamiento doctrinario, incluida – y esto es básico- una hipotética
doctrina “anarcoindependentista”.
Cuando hemos planteado asumir la liberación nacional desde una perspectiva
anarquista, hemos desencadenado la furia doctrinal de los sacerdotes anarquistas. Si esto
sirve para que salgan de su letargo devocional ya está bastante bien: un movimiento
sólo avanza a partir de herejías. Establecer unas líneas rígidas que tiene que seguir una
idea que quiere liquidar cualquier poder, significa incurrir en una grave contradicción,
dado que establecer este rigidismo no es otra cosa que dictar unos límites, unas
prohibiciones, un nuevo poder. Y cuando una idea empieza a parecerse a una religión,
es que el movimiento que la encarna está en franca descomposición.
Pero de la misma manera que un estado puede perpetuarse gracias al seguidismo de la
masa conformista, este dirigismo ideológico sólo ha sido posible gracias a la pasividad
y alineación de las bases libertarias. Y sobre todo, gracias a la moral del grupo. Por
moral del grupo entendemos la incapacidad crónica de determinados individuos a tener
un criterio propio, y que por tanto puede llegar a ser diferente al criterio del grupo. El
grupo – cualquier grupo- genera unas determinadas pautas de conducta, unos gustos y
preferencias, un vocabulario , forma de vestir, etc. Se establece una relación psicológica
entre amoldarse a él bien y premio (aprobación moral del grupo) y amoldarse mal y
castigo (desaprobación moral del grupo). Resulta desesperante constatar la presencia y
magnitud de estas formas de poder en un movimiento que afirma querer destruir
cualquier poder, especialmente en los años 1976-77 (quizás ahora no tanto porque
somos menos). La “anarcomoda” supuso la adopción de unos rols de conducta
supuestamente libertarios, sin una reflexión previa y propia.
Si con los sacerdotes hemos chocado con la furia doctrinal, con esta especia de
monaguillos el único argumento que hemos encontrado han sido sonrisas, frases hechas
e intentos de apelación al tribunal supremo de la moral del grupo, en intento de justificar
su cretinismo ideológico. Este individuo es débil y se refugia en la moral del grupo,
como el cristiano se ampara en la religión.
1.3.- Falta de perspectivas
El movimiento libertario, ni cuenta con una mínima articulación que dinamice el
proceso revolucionario, ni tiene definidas una estrategia y una táctica anticapitalista a
corto, medio y largo plazo, que aceleren este proceso. En la situación actual, sobreviven
algunos grupos, pero al estar faltos de estas condiciones, su práctica se reduce a una
suma de acciones aisladas perfectamente ineficaces para destruir un estado cada vez
más fuerte. Llegados aquí, el movimiento libertario puede pasar a formar parte de los
mecanismos de asimilación del poder, en tanto que lugar donde aparcar los disidentes,
pero sin un peligro de desestabilización real, dada la militancia vegetativa y testimonial
que se lleva, y el anarquismo puede convertirse en religión, con una doctrina fósil que
pretende tener respuestas para todo, y, sobre todo, que permite soportar la vida con la
promesa de un futuro mejor, convirtiéndose en ambos casos, en práctica inmobilista...
un caso aparte son las CNTs.
1.4.- Los esquemas tradicionales
Las CNTs sí que presentan un proyecto tanto de articulación como de estrategia: el
anarco-sindicalismo. Pero además de su españolismo, cierre doctrinario en general y
conservadurismo de muchos militantes – a niveles como familia, sexualidad, etc –
mantienen los esquemas del siglo XIX: el obrerismo y la definición de la revolución y
del mundo futuro en base al trabajo. No han entendido que los esquemas tradicionales
murieron en Mayo de 1968 y que desde entonces hemos entrado en una dinámica de
lucha totalmente diferente.
El mundo del trabajo ni es el motor de la revolución ni es la base sobre la cual se ha de
definir la sociedad futura (en el comunismo libertario el trabajo es una actividad
marginal). La lucha obrera es sólo uno de los campos de actuación. Es más, en las
sociedades democráticas occidentales, donde el progresivo aburguesamiento de la clase
obrera ha atenuado hasta hacer desparecer la lucha de clases, si exceptuamos los
periódicos reacomodos de los salarios al nivel de consumo – práctica necesaria para el
capitalismo- y donde el estado, a través de sus mecanismos de control (partidos,
sindicatos, televisión, escuela...) es aceptado por la población, la lucha obrera ha
quedado atrás respecto movimientos como el ecologismo, el antimilitarismo, el
movimiento estudiantil, etc...
Por todo esto la vieja oposición clase obrera/burguesía como motor fundamental de la
revolución no sirve, y es necesario introducir un concepto nuevo, el concepto
globalizador del viejo mundo, que se opone a un sector revolucionario nuevo, que tiene
la particularidad de no ser externo al propio viejo mundo. El viejo mundo lo es todo: la
minoría dominante, la izquierda colaboracionista, la masa conformista... Viejo mundo
no es una clase social ni una categoría económica, es una concepción de la vida
resultante de siglos de explotación y de alineación, una concepción compartida
indistintamente por el burgués o por el obrero. Viejo mundo es un concepto que
globaliza una civilización entera. Las diferentes formas de estado representan las
posibles estrategias de este mismo hecho.
Por lo que respecta al nuevo sector revolucionario, ha habido diferentes intentos de
definición. Para el colectivo Askatasuna es el ciudadano trabajador. Esta concepción
todavía está dentro del obrerismo. Para el movimiento provo holandés (1965-1968) es el
provotariado: “la clase obrera ha pasado de ser la vanguardia de la revolución a ser la
retaguardia de la reacción”. “La nueva clase revolucionaria es el provotariado –
formado por los marginados, los estudiantes, los jóvenes descontentos, el lumpen...”. El
error de esta concepción está en creer que todos los estudiantes o todos los marginados
son la vanguardia de la revolución. Es necesario no hacer sistematizaciones, y
especialmente en nuestra área geográfica, donde a pesar del conservadurismo de la clase
trabajadora, pervive entre algunos (pero muy pocos, ¡eh!) sectores obreros aquel clima
anticapitalista que se respiraba años atrás. En última instancia no se tiene que olvidar
que el MIL surgió de aquí. Lo que es necesario desmitificar es el pretendido
revolucionarismo de la clase obrera: el sujeto revolucionario es el individuo. Este
individuo puede ser obrero, pero hasta en ese caso, no definimos su individualidad en
función de la parte de su vida que más desprecia, el trabajo, el salario; o puede ser –
como cada vez es más- un joven descontento, un marginado, etc, pero ninguna de estas
etiquetas es anterior a su realidad de individuo.
La crítica al anarcosindicalismo de hoy se produce por no haber sabido entender el
enorme potencial revolucionario de los numerosos colectivos libertarios de barrio, de
instituto o de facultad, de pueblo, que aparecieron entre 1976-77, y en no haber
dinamizado un proceso de articulación y de colaboración en que CNT fuese la vertiente
obrera de un movimiento libertario global. Y la crítica – que es autocrítica- a los
colectivos libertarios autónomos se centra que delegaron a menudo en CNT este tipo de
iniciativas y no supieron adquirir una dinámica propia. Hoy de todo aquello ya no queda
nada.
El anarcosindicalismo tiene que tener en teoría una actuación a un doble nivel. El
primer lugar a partir de núcleos anarquistas de agitación y propaganda a las empresas. Y
en segundo lugar, dentro de la asamblea general de los trabajadores de la empresa. La
base del movimiento obrero será, consecuentemente, la asamblea, y la tarea del
sindicato, además de la agitación y propaganda, está en colaborar en la resistencia, en la
solidaridad con otros sectores, en la defensa jurídica, etc (en última instancia, la
confederación de sindicatos sería el embrión de la sociedad futura). No obstante, en los
años 1976-77, la CNT se lanzó a una campaña de captación de afiliados, similar a la de
los “sindicatos mayoritarios”, es decir, basada en la masa obrera, no en el individuo
anarquista, basada en la casualidad de los compañeros de empresa que se afilian a la
CNT como se podrían afiliar a CCOO o UGT, no estaba basada en la concienciación. A
partir de aquí, es decir, a partir del “sindicalismo de masas” que no es el núcleo
anarquista de agitación, pero que tampoco es la asamblea de empresa, la CNT cayó en
la contradicción de crear dentro de cada sindicato un núcleo anarquista dirigente que era
el fundador del sindicato, y una masa de afiliados dirigidos por aquél. Esta masa, como
toda masa, no tenía criterios propios, era simple carne de cañón del núcleo dirigente. En
estas condiciones, un hecho como el “caso Scala” significó el inicio de la huída de la
masa afiliada. Se ha querido presentar este caso como un gran montaje para desmantelar
el movimiento libertario, pero en realidad, lo que se jugaba era la credibilidad de la
CNT contra la credibilidad del estado, y quién juzgaba favorablemente a uno u otro era
el grado de imbecilidad de cada espectador; los que éramos anarquistas antes del “caso
Scala” después lo continuamos siendo; los otros eran simple masa alienada y
manipulable, ayer por unos dirigentes, hoy por la televisión.
El anarcosindicalismo no sólo no se ha basado en el individuo nuevo respecto a la masa
afiliada, sino que en muchos casos – no siempre, no obstante – los mismos militantes
parten de unas concepciones progresistas en el aspecto socioeconómico, pero
conservadoras respecto a aspectos como la concepción patriarcal de la familia nuclear,
basada en la autoridad del padre y la sumisión de la mujer y los hijos, en la exaltación
del trabajo, en sus sistemas de valores, al ser fieles del anarquismo, etc. Entendemos
que el comunismo libertario no es sólo un proyecto social y económico, sino un
proyecto integral y liberador, basado en un individuo totalmente nuevo.
El otro gran mito del anarquismo tradicional es la preocupación minoría/mayoría. En el
siglo XIX podía tener un cierto valor referencial plantear la anarquía como una lucha de
liberación de la mayoría contra la minoría dominante. Pero simplemente un valor
referencial. Actualmente, todas las fuerzas políticas intentan legitimar sus propuestas
apoyándose en el mito de la mayoría. Pero, de la misma manera que el anarquismo no es
esencialmente obrerista, tampoco tiene por base la mayoría, sino el individuo. El
comunismo libertario, la anarquía, no es una simple suma de personas iguales, con un
funcionamiento interno progresista, son el resultado asociacionista de una serie de
individuos previamente independientes. El individuo es único, autónomo, irrepetible. El
individuo es un concepto anterior al de sociedad , y por tanto ésta tiene que ser
expresión en aquél. Solamente en la anarquía su pertenencia a una sociedad – o mejor, a
una “asociación”- es permanentemente voluntaria y rescindible. Nada se puede situar
encima suyo. A partir de aquí, el individuo tiene derecho a luchar contra cualquier
forma de dominación, sea ejercida por una minoría o, en última instancia, por una
mayoría. Esta reflexión no es gratuita: el mito de la democracia (mito que será
convenientemente destruido en los capítulos siguientes), juntamente con la creciente
alineación de masas, puede llegar donde no pudo jamás llegar la dictadura militar: a
identificar el estado con la sociedad. Si esto sucede, y en según cuales democracias
occidentales está sucediendo, y la presente desmovilización puede ser una anticipación,
las formas de lucha no asimilables por el poder, a partir de sus partidos y de sus
sindicatos, etc, serán marginadas y posteriormente criminalizadas. Llegados aquí, la
decimonónica dualidad minoría/mayoría pierde todo sentido. (Resulta grotesco observar
las estrategias populistas u obreristas de la izquierda aspirante a parlamentaria, que
vacila entre una postura radical que tenga una mínima coherencia anticapitalista y una
postura moderada que sea atractiva para la masa conformista, a pesar de que haya
dejado de ser anticapitalista). En resumen, a pesar de que es cierto el conformismo de la
mayoría , es producto de la acción de una minoría, que es la realmente dominante, el
mito de la mayoría como argumento de legitimación de posturas ha de desaparecer.
En este punto, sólo tenemos dos opciones: entender el anarquismo como una religión y
esperar su cielo (llegar a la decrepitud física y contemplar retrospectivamente la gloriosa
esterilidad de una vida de militancia) o tomarlo como un punto de salida de una práctica
autónoma, directa e insurreccional, en permanente autocrítica hacia el comunismo
libertario.
2.- ESTADO/NACIÓN
La liberación nacional ha encontrado reticencias entre los medios anarquistas, entre
otros motivos, por la confusión entre los conceptos de Nación y Estado
2.1.- Estado institucional y Estado territorial
La nación y el estado no son sinónimos. Ni tan sólo conceptos complementarios. Por
estado, a parte de otros significados ajenos al tema, entendemos, de un lado, la
institución de gobierno y de administración y, por otro, el territorio en dónde esta
institución ejerce su gobierno y su administración. Está claro que ambos se condicionan
recíprocamente, hasta el punto de que el uno es imprescindible para la continuidad del
otro, pero existe entre ellos una diferencia de composición, que hace falta señalar y
delimitar para poderlos oponer con claridad a la nación.
El Estado institucional, como forma organizada de poder, se desarrolla en el tiempo
tomando diferentes formas como dictadura militar, democracia burguesa, socialismo
estatista, etc (aunque las diferentes formas se reduzcan a esquemas similares: unos
grupos dominantes ejerciendo el poder, unos cuerpos represivos para mantenerlo, una
moneda para pagarlos, un lugar, la escuela, de adoctrinamiento de la moral y
comportamientos del sistema, otros lugares – la prisión y el manicomio- donde aparcar
los diferentes tipos de disidentes, el trabajo como actividad básica y valor supremo, una
legislación al servicio de esa dominación...). En cambio, el Estado territorial se
desarrolla en el espacio geográfico y se ve alterado en su extensión a partir de los
conflictos internacionales, en definitiva, a partir del potencial bélico y financiero del
Estado institucional del que es expresión.
El estado territorial, como resultado geográfico del estado institucional, incluye dentro
suyo y de forma arbitraria, gran cantidad de lugares a menudo diferenciados
poblacionalmente. Incluye toda una serie de individuos y les fuerza a tener un devenir
histórico, social, económico, cultural, etc común al mismo tiempo que los separa, por
medio de las fronteras, del resto de la humanidad.
2.2 Nación/Estado
El individuo engañado, sobre todo, por la escuela y los medios de comunicación, y
seducido por exhibiciones de fuerza o actos de patriotismo (de una “patria” inventada
por el estado), puede llegar a considerar el estado territorial donde ha sido incluido
como una cosa natural y propia de la cual es una parta, hasta el punto de hablar de
“compatriotas” o de “extranjeros” según se viva a uno u otro lado de las fronteras
políticas. El estado, pero, está sometido a cambios que alteran su territorio e incluso que
le hacen desaparecer o que hacen que nazcan otros. Por tanto, esta identificación del
individuo con el estado vendrá delimitada por la capacidad de este a autoperpetuarse. Es
aquí donde radica que sea un gran error confundir el estado con la nación. Por nación
entendemos una comunidad humana que nace de la identificación de un grupo de
individuos entre sí con las tierras en donde viven, identificación que es posible por una
proximidad que permite el contacto y la convivencia y por una capacidad de
comunicación que se concreta en una misma lengua como elemento fundamental para
entenderse.
Mientras el estado se basa en la posesión de unos elementos de poder – un mismo
gobierno, una moneda, un idioma oficial – que por muy comunes que sean a una
población determinada no permiten utilizarlos como elementos definitorios de ésta, sino
más bien como exponentes de su sumisión, la nación se basa en la posesión de unos
factores también comunes a una población, pero expresan su realidad étnica, su
personalidad colectiva.
Desde una perspectiva antiautoritaria resulta inadmisible pensar que el estado configura
una realidad étnica. El estado, incluso un “estado catalán” , siempre ahoga y pone
tapujos a la realidad étnica.
Estado y nación no se corresponden ni conceptualmente ni territorialmente. A menudo
el estado contiene más de una nación o bien una nación se ve repartida entre diversos
estados. Cuando un estado es plurinacional, adopta como idioma oficial y como montaje
cultural en general el de una de las naciones, iniciando así en las otras un proceso de
sustitución de todos aquellos elementos que configuran su taranná (¿?) característico.
Con eso y todo, puede existir una nación y un estado que se correspondan
territorialmente. Esta posible correspondencia no elimina al estado institucional su
carácter de herramienta represiva y alienadora, aunque su acción no la ejerza sobre la
identidad nacional. En este caso, la existencia de aquella nación no se deberá al hecho
de poseer un reconocimiento oficial por parte de los gobiernos, sino a la misma
presencia continuada de unos individuos con unas características propias y comunes.
2.3.Cultura social y cultura étnica
La aparición en el texto del concepto de cultura nos lleva a hacer algunas reflexiones
sobre el tema. Definimos la cultura a un doble nivel: social y étnico.
Referente a la cultura social, oponemos la cultura popular espontánea, libre y creativa a
la cultura oficial, estereotipada desde el poder. La cultura étnica, por otro parte es la
expresión de una nación, desde la lengua hasta todas las otras manifestaciones que la
configuran como comunidad diferenciadora. Dentro del estado plurinacional, y por
causas que analizaremos más adelante, se tiende a oficializar la cultura étnica de una de
las naciones e imponérsela a las otras.
En la lucha por la liberación social y nacional de los PPCC (Paisos Catalans) se produce
una confluencia entre cultura social popular y cultural étnica catalana. Cualquier
iniciativa que no parta de estas premisas esconde nuevas formas de dominación. No
pueden ser válidas ni una cultura catalana conservadora ni una cultura popular
españolizante (ni mucho menos, una cultura conservadora española o francesa, que es lo
que actualmente se da).
No se puede admitir globalmente una cultura étnica sin separar primero aquellos
aspectos que no pueden desarrollar la personalidad del individuo, de aquellos otros que
pertenecen al viejo mundo de la autoridad y el oscurantismo. Esto implica un rechazo a
aspectos como religión, moral, familia, etc, que a pesar de formar parte del bagaje
cultural de una nación a lo largo de los siglos, sólo pueden ser conservados como
recuerdos de otras épocas, pero nunca como una reivindicación para el presente o para
el futuro. Igualmente, no se puede hacer una cultura social popular en la cultura étnica
impuesta. Es hacer un españolismo popular, mucho más peligroso que el oficial al
provenir de fuentes con más credibilidad entre las clases populares
2.4.- Nacionalismo/Estatalismo. La opresión nacional
El estado territorial, como realidad político-administrativa basada en una unidad
violenta y artificial, necesita segregar una ideología patriótica que lo legitime ante la
población. Necesita aparentar una cohesión entre los diferentes territorios que lo
componen. Distinguimos aquí dos tipos de nacionalismo, el que se basa en el estado y el
que se basa en la nación.
El nacionalismo estatalista se convierte en la ideología del estado, cumpliendo dos
funciones: eliminar cualquier rastro de conciencia diferencial entre las dos naciones
sometidas por aquél, con la finalidad de evitar cualquier intento de secesión y por tanto
el fraccionamiento de su poder, y de otra parte, como elemento de superación de los
antagonismos sociales – con cualquier pretexto patriótico- es decir, como consolidación
de un orden social clasista.
El nacionalismo estatalista, o mejor, el estatalismo, como exaltación irracional de la
patria estatal, toma formas agresivas cuando ve la continuidad de la “patria” en peligro,
siendo así un obstáculo a la solidaridad internacionalista. El españolismo y el
francesismo son dos ejemplos palpables de estatalismo.
De la incidencia del estado sobre la nación, intentando sustituir a esta, proviene lo que
llamamos opresión nacional. La incomprensión de este hecho es uno de los principales
motivos de la indiferencia de los anarquistas ante la lucha de liberación nacional. La
opresión nacional se manifiesta en dos niveles. De un lado en un nivel directo, con la
ocupación militar, con la imposición de divisiones administrativas aberrantes – hasta el
punto de partir por el medio la nación por frontera de estados – con una represión
abierta o camuflada sobre las manifestaciones lingüísticas y culturales, la sustitución de
estas manifestaciones por las oficiales del estado, la uniformización general, la
persecución de los luchadores o de cualquier individuo que se cuestione la unidad, la
paz, el orden del estado, etc. Y de otro lado en un nivel indirecto , de una forma más
peligrosa, con la alineación de la población a partir de la introducción sistemática del
estatalismo. El reconocimiento y admisión de la patria estatal, en tanto que ejercicio
mental castrador, sirve al estado como agente de despersonalización, de anulación de la
capacidad de razonamiento del individuo y por tanto contribuye a perpetuar y consolidar
el sistema.
Así mismo, el nacionalismo que toma como base la nación intenta superar este
alineamiento y redescubrir la identidad nacional. En este sentido y unido a una práctica
anticapitalista puede llegar a ser un factor progresista, e incluso como un factor de
desestabilización del estado central. Ahora bien, en manos de una burguesía local que
quiere un estado propio para asegurarse su peso financiero y comercial, etc, llega a ser
tan nefasto como el nacionalismo estatalista.
2.5.- ESTATALISMO ANARQUISTA Y ESTATISMO INDEPENDENTISTA
Tanto los anarquistas como los (otros) independentistas no han concebido la liberación
nacional fuera del Estado. Esto ha llevado a los primeros a no asumir esta liberación por
tener miedo de estar potenciando un nuevo Estado, y a los segundos, a reivindicar este
Estado como única forma de liberación nacional. Esto les ha llegado a una limitación en
su actual lucha contra el estado español: en el anarquismo, en tanto que lo reproduce en
su extensión territorial, aceptando el nombre y gentilicio y tomándolo como marco de
lucha en el presente y como unidad de organización en el futuro, y en el
independentismo, en tanto que lo reproduce en sus esquemas represivos (ejército,
policía, prisión, juzgado, manicomio, escuela, fábrica, ciudad...) aunque no la ejerza
sobre la identidad nacional o las disfrace de socialismo.
El estatalismo de los anarquistas y el estatismo de los (otros) independentistas suponen
un lastre conservador que los dos movimientos actualmente más radicales llevan encima
desde hace demasiado tiempo, y que han de superar definitivamente. La necesaria
síntesis entre anarquismo e independentismo supone la liquidación del estado en
cualquiera de sus acepciones.
En el caso del anarquismo, la incomprensión no se limita a los términos en que
planteamos la liberación nacional, sino que es un problema mucho más de fondo. Se
puede hablar de un auténtico nacionalismo estatalista. Sus tímidas propuestas de
federalismo (donde siempre reproduce este estado: federalismo de los pueblos de
España, o, todavía peor, el sueño imperial español: “federalismo ibérico”) unidas a su
persistente utilización del idioma impuesto, en prensa y propagandas, han acabado por
convertirlo en un movimiento sospechoso de españolismo. Hablar (y por tanto aceptar)
de “España” y de “españoles” supone asumir esa ficción nacional como algo propio.
Han matado al Estado, pero continúan siendo españoles.
3.- LIBERACIÓN NACIONAL
3.1.- La actitud de los anarquistas
En el planteamiento libertario tradicional, la lucha por la liberación nacional no tiene
que ser asumida porque responde a una iniciativa burguesa y, como tal, significa
enfrentar el proletariado de diversas comunidades nacionales e, implícitamente,
favorece a las burguesías locales, “nacionales”.
A partir de la confusión entre Estado y Nación, concibe cualquier proyecto de liberación
nacional como la reproducción de los esquemas administrativo represivos del estado
central, y, por tanto, lo rechaza. A menudo con frases como “nuestra patria es el mundo
“ se ha dado por solucionado el tema.
En el primer capítulo ya se ha examinado el españolismo dentro del movimiento
libertario. Pero seguramente el error más cínico ha sido plantear la liberación nacional
como un obstáculo para una liberación internacional. No se puede concebir ésta sin la
liberación previa de cada una de las unidades más pequeñas. Se ha confundido el
internacionalismo, el cual se ha de basar en la solidaridad entre las comunidades
nacionales, con un interestatismo, el cuál reproduce fielmente el marco territorial, el
marco patriótico del estado. Cuando un movimiento ha llegado a ser estatalista es que
lleva dentro un proyecto que tiene que ver con el estado; estatalismo y estatismo son dos
ideologías de un mismo estado.
En estos momentos, es necesario recuperar la liberación nacional desde una perspectiva
libertaria. Es erróneo pensar que esta liberación va a favorecer necesariamente a la
burguesía, que crea nuevas fronteras, un nuevo estado, que enfrenta al proletariado... En
este capítulo intentaremos perfilar las bases de una propuesta libertaria y global, que
contemple la liberación nacional como un punto más.