La estupidez del nacionalismo por Lu Tao
La utilidad y el valor del vacío
La compañía de Artistas de la Luz Blanca, ha representando la obra de teatro titulada “Guanpong Libre” para el comité ejecutivo de la Confederación Nacional Guanponesa y la población en general. Esta obra se interpreta en el marco de una serie de actos de afirmación patriótica que organiza la temible CNG. Especialmente valorada ha sido la actuación de la Princesa Ho Sa Nian, que viaja de incógnito con el seudónimo de Lady Chia. Consciente de sus nulas habilidades como cantante y actriz, se ha limitado a permanecer hierática en un trono imitándose a sí misma. Tras la actuación, el señor Joven Dragón Fu Man Chu, padre de la Patria Guanponesa, da una charla a los jóvenes ardientes que esperan su palabra y guía para liberarse de la tiranía de Quin. El señor Joven Dragón es un anciano vestido con traje azul, botones dorados, gorro picudo, coleta y largos bijotes teñidos de negro. Llega sostenido por cuatro ayudantes que lo llevan en silla de manos. Habla sentado en ella durante seis horas, y se transcribe un resumen de su discurso (sin acento guanponés para evitar risas e incomprensiones).
— Mis queridos hijos: Patriotismo es estar orgulloso de la tierra que nos vio nacer, de sus costumbres y tradiciones. Ser patriota es, contribuir al progreso de Guanpong. Patriotismo es el valor que nos da el respeto y amor que debemos a la Patria y una forma de manifestarlo es a través de nuestra lucha por la libertad y contra la tiranía. Por lo tanto, la persona necesita reconocer lo que su Patria le ha dado y lo que le da para poder actuar justamente con ella. El sentimiento patriótico se forma desde la niñez que poco a poco va extendiéndose, primero amando a nuestra familia, nuestro pueblo y nuestro emperador sin trono, que es el símbolo de nuestra libertad. En casa nos enseñan que así como en la familia tenemos un apellido que nos distingue de los demás, dentro de los pueblos que componen el mundo (que es China), el nuestro tiene también un nombre propio que es Guanpong, con características que lo identifican, como son nuestros símbolos patrios: el Estandarte y el Cerdo de Cabeza Blanca, así como nuestras tradiciones como las carreras con mesas camillas, la gastronomía de la rata, el baile de cencerros, formas de hablar con la “d” y la “z”... Todo esto y más compone la cultura de nuestro pueblo, es decir la forma de ser, lo que identifica a los guanponeses. Conservar las tradiciones y costumbres de nuestro país, nos permitirá conocer y comprender su historia, que se remonta a miles de años. Sabed que nuestra nación fue creada por el señor Kao Chiu, que en solitario atravesó el desierto del Gobi para llegar a esta tierra a la que llamó Guanpong, que significa «lo mejor del Cielo». De él descendemos los guanponeses, a los que se nos distingue por nuestra fina figura, estampa alta, modales principescos, belleza, amor a la libertad y valentía en el combate. Desde hace siglos nuestro pueblo es ultrajado por una potencia extranjera que nos impone su idioma, su cultura, sus malditos calamares y un emperador tarado. Es el deber de todo buen patriota guanponés, luchar con todas sus fuerzas, con todo su aliento, hasta que Guanpong esté de nuevo unido bajo el trono del señor Kao Chiu, descendiente directo de Kao Chiu, el elegido del Cielo. No temáis a la muerte si lucháis por la Patria, hijos míos, porque todos hemos de morir, pero quien cae por su país, tendrá la muerte más hermosa, será recordado mientras Guanpong exista y vivirá eternamente en nuestros corazones.
Tras este parlamento, Lu Tao y Jormungand interpretan el himno de Guanpong, que es cantado por la multitud para espanto de animales domésticos y salvajes que huyen a toda prisa. Hasta Jormungand se siente impresionado por los chirridos. Acabado todo, la princesa Ho Sa Nian se dirige a su músico jefe.
— Dime Lu Tao, ¿no crees que podría negociar con ese hombre? Sus sentimientos son iguales que los nuestros, él ama a su Patria tanto como yo...
— Princesa, el discurso de ese hombre no es más que un enorme montón de mierda.
— ¡Lu Tao! ¡Por qué dices eso! Es un anciano sensible. Yo conozco a la gente y ese hombre es honrado, intachable, íntegro.
— Ese viejo honrado es una plaga, señora. La falsedad de su discurso es tan evidente que no me voy a molestar en desmontarlo. Historia milenaria, costumbres, cultura, idioma, pueblo guanponés, ratas fritas, vida eterna, cerdos de cabeza blanca, cencerros... ¡Mierda! ¡Mierda y mierda y más mierda! Sólo fíjate en este detalle que no habrá escapado a tu soberana inteligencia: esa momia apergaminada que incita a la juventud a morir y a matar, debe de tener más de cien años. Toda su vida ha estado sometida al yugo de Quin.
— ¿Y bien?
— Princesa: si tan hermoso es morir por la Patria, no sé por qué se ha demorado tanto.
Ho Sa Nian no respondió y se limitó a cargar lentamente su pipa. Mirando fijamente a Lu Tao le incitó a proseguir.
— Buscar la paz con ese fanático haciéndole concesiones, es como intentar apagar un incendio con leña. No se sentirá satisfecho más que cuando todo esté reducido a cenizas. Señora, tú, que tienes sus mismos sentimientos y apetitos nacionalistas, ponte un momento en su lugar y piensa qué harías.
Con parsimonia, la princesa se sentó mirando la serena puesta de sol.
— Entiendo. No me has dejado en buen lugar Lu Tao.
— Ho Sa Nian, lo que hace valiosa la jarra, lo que hace que sirva para algo, es el vacío que contiene.
Tras estas reflexiones, acamparon sin decir palabra y se durmieron.
La compañía de Artistas de la Luz Blanca, ha representando la obra de teatro titulada “Guanpong Libre” para el comité ejecutivo de la Confederación Nacional Guanponesa y la población en general. Esta obra se interpreta en el marco de una serie de actos de afirmación patriótica que organiza la temible CNG. Especialmente valorada ha sido la actuación de la Princesa Ho Sa Nian, que viaja de incógnito con el seudónimo de Lady Chia. Consciente de sus nulas habilidades como cantante y actriz, se ha limitado a permanecer hierática en un trono imitándose a sí misma. Tras la actuación, el señor Joven Dragón Fu Man Chu, padre de la Patria Guanponesa, da una charla a los jóvenes ardientes que esperan su palabra y guía para liberarse de la tiranía de Quin. El señor Joven Dragón es un anciano vestido con traje azul, botones dorados, gorro picudo, coleta y largos bijotes teñidos de negro. Llega sostenido por cuatro ayudantes que lo llevan en silla de manos. Habla sentado en ella durante seis horas, y se transcribe un resumen de su discurso (sin acento guanponés para evitar risas e incomprensiones).
— Mis queridos hijos: Patriotismo es estar orgulloso de la tierra que nos vio nacer, de sus costumbres y tradiciones. Ser patriota es, contribuir al progreso de Guanpong. Patriotismo es el valor que nos da el respeto y amor que debemos a la Patria y una forma de manifestarlo es a través de nuestra lucha por la libertad y contra la tiranía. Por lo tanto, la persona necesita reconocer lo que su Patria le ha dado y lo que le da para poder actuar justamente con ella. El sentimiento patriótico se forma desde la niñez que poco a poco va extendiéndose, primero amando a nuestra familia, nuestro pueblo y nuestro emperador sin trono, que es el símbolo de nuestra libertad. En casa nos enseñan que así como en la familia tenemos un apellido que nos distingue de los demás, dentro de los pueblos que componen el mundo (que es China), el nuestro tiene también un nombre propio que es Guanpong, con características que lo identifican, como son nuestros símbolos patrios: el Estandarte y el Cerdo de Cabeza Blanca, así como nuestras tradiciones como las carreras con mesas camillas, la gastronomía de la rata, el baile de cencerros, formas de hablar con la “d” y la “z”... Todo esto y más compone la cultura de nuestro pueblo, es decir la forma de ser, lo que identifica a los guanponeses. Conservar las tradiciones y costumbres de nuestro país, nos permitirá conocer y comprender su historia, que se remonta a miles de años. Sabed que nuestra nación fue creada por el señor Kao Chiu, que en solitario atravesó el desierto del Gobi para llegar a esta tierra a la que llamó Guanpong, que significa «lo mejor del Cielo». De él descendemos los guanponeses, a los que se nos distingue por nuestra fina figura, estampa alta, modales principescos, belleza, amor a la libertad y valentía en el combate. Desde hace siglos nuestro pueblo es ultrajado por una potencia extranjera que nos impone su idioma, su cultura, sus malditos calamares y un emperador tarado. Es el deber de todo buen patriota guanponés, luchar con todas sus fuerzas, con todo su aliento, hasta que Guanpong esté de nuevo unido bajo el trono del señor Kao Chiu, descendiente directo de Kao Chiu, el elegido del Cielo. No temáis a la muerte si lucháis por la Patria, hijos míos, porque todos hemos de morir, pero quien cae por su país, tendrá la muerte más hermosa, será recordado mientras Guanpong exista y vivirá eternamente en nuestros corazones.
Tras este parlamento, Lu Tao y Jormungand interpretan el himno de Guanpong, que es cantado por la multitud para espanto de animales domésticos y salvajes que huyen a toda prisa. Hasta Jormungand se siente impresionado por los chirridos. Acabado todo, la princesa Ho Sa Nian se dirige a su músico jefe.
— Dime Lu Tao, ¿no crees que podría negociar con ese hombre? Sus sentimientos son iguales que los nuestros, él ama a su Patria tanto como yo...
— Princesa, el discurso de ese hombre no es más que un enorme montón de mierda.
— ¡Lu Tao! ¡Por qué dices eso! Es un anciano sensible. Yo conozco a la gente y ese hombre es honrado, intachable, íntegro.
— Ese viejo honrado es una plaga, señora. La falsedad de su discurso es tan evidente que no me voy a molestar en desmontarlo. Historia milenaria, costumbres, cultura, idioma, pueblo guanponés, ratas fritas, vida eterna, cerdos de cabeza blanca, cencerros... ¡Mierda! ¡Mierda y mierda y más mierda! Sólo fíjate en este detalle que no habrá escapado a tu soberana inteligencia: esa momia apergaminada que incita a la juventud a morir y a matar, debe de tener más de cien años. Toda su vida ha estado sometida al yugo de Quin.
— ¿Y bien?
— Princesa: si tan hermoso es morir por la Patria, no sé por qué se ha demorado tanto.
Ho Sa Nian no respondió y se limitó a cargar lentamente su pipa. Mirando fijamente a Lu Tao le incitó a proseguir.
— Buscar la paz con ese fanático haciéndole concesiones, es como intentar apagar un incendio con leña. No se sentirá satisfecho más que cuando todo esté reducido a cenizas. Señora, tú, que tienes sus mismos sentimientos y apetitos nacionalistas, ponte un momento en su lugar y piensa qué harías.
Con parsimonia, la princesa se sentó mirando la serena puesta de sol.
— Entiendo. No me has dejado en buen lugar Lu Tao.
— Ho Sa Nian, lo que hace valiosa la jarra, lo que hace que sirva para algo, es el vacío que contiene.
Tras estas reflexiones, acamparon sin decir palabra y se durmieron.
Dormir en la misma cama para soñar las mismas cosas
La princesa Ho Sa Nian yace colgada de los pies sobre el pilón de la localidad de Yu Wei. Lu Tao le levanta la cabeza sobre el agua para evitar que se ahogue. En el transcurso de una pesquisa rutinaria de la Guardia Imperial, la Princesa (que viaja de incógnito bajo el sobrenombre de Lady Chia), exigió el grado y nombre del oficial que mandaba la tropa, les recordó las leyes imperiales, les anunció que los denunciaría por abuso... El soldado se fue irritando más y más, y (por resumir), la golpeó en la cabeza. Después la acusaron de protestataria, de tener una calabaza con veneno y de haber abandonado un carro hace seis meses en la plaza de este pueblo. El juez, tras escuchar al oficial imperial (cuya palabra tiene carácter de prueba), y a su abogado (que era un intelectual pobre, en prácticas), la condenó a pasar una hora colgada de la pértiga sobre el pilón de la fuente con la cabeza sumergida a la altura de los hombros, o tres horas si era ayudada por Lu Tao. Eligieron la segunda modalidad de castigo tras declararse culpables.
El músico jefe tiene los genitales congelados ya que el agua está bastante fría. Y su humor es de perros. El subalterno y su jefa han cruzado una serie de amargos reproches con palabras tales como «cabezota», «pusilánime cobarde», «mula terca», «vil lacayo», «mujer horrible» y «músico pésimo y peor filósofo», pero, finalmente, deciden pasar el tiempo charlando de la mejor manera posible.
— ... Realmente en este instante no me siento capacitada para discutir contigo Lu Tao. Hablemos de otra cosa. ¿Quién es ese hombre tan moreno que veo ahí del revés?
— Nuestro guardián, señora. Es de una provincia meridional, cercana a la India según creo. Será algún mercenario que huye de su país.
— Nunca vi a alguien así.
— [Sarcástico]. Teniendo en cuenta que es la primera vez que sales del pueblo...
— ¡No soy una cateta!... Lu Tao, qué raza más curiosa.
— No existen las razas, señora. No seas ignorante.
— ¡Lu Tao! ¿Cómo?, ¿no es evidente que es casi negro? Nosotros somos blancos.
— Hay quienes piensan que somos amarillos. Señora, conozco la tierra que vio nacer a ese hombre. La gente allí sangra, fornica, cultiva, come y viste ropa, como nosotros. Un hindi puede acoplarse con un chino sin ningún problema y tener descendencia fértil. El color de la piel no nos diferencia. La sangre es idéntica entre nosotros. Que ese sea moreno, es irrelevante. Lo relevante es que espero que sepa leer las horas...
— Pero vamos a ver, ¿no es evidente que es negro?
— Ho Sa Nian [suspiro], procura que una hoja no te impida ver la montaña. En tu perrera tienes numerosos perros de esos que llaman pequineses. Un pequinés negro y uno blanco..., ¿pertenecen a diferentes razas?
— No.
— Pues con los humanos pasa lo mismo. Un humano negro y uno blanco, pertenecen a la raza humana. Una mujer gorda y baja de tetas flacas, y otra alta y delgada de tetas gordas, no son de razas diferentes. Las diferencias entre humanos son de costumbres, no son raciales. Hay que abandonar ese concepto aparente señora.
— Entiendo. Lu Tao, ¿sabes que tienes la capacidad de levantarme grandes dolores de cabeza?
— Para eso me pagas. En cambio a mí lo que me duele es la espalda, las corvas, los brazos y la coronilla de sujetarte a pulso.
— Dejemos eso... ¿Tú crees que podría fumar en esta posición, boca abajo?
— Señora, empiezo a pensar que esa afición tuya al opio es bastante cansina.
— Está demostrado por los médicos que el opio relaja, favorece la concentración y alarga la vida... ¡Cómo brillan los soldados! [entusiasmada]. ¡Mira cómo desfilan!
— Oh, sí, es la monda.
— Lu Tao, realmente esos uniformes de cuero rojo son bastante ceñidos. Y las falditas muy obscenas... Vistos boca abajo se les intuye casi todo… Esos hombres se untan con aceite para brillar tanto, ¿no es así? Pretenden ser más marciales, claro.
— Como tú digas. A mí me parecen una panda de mariconas. De nuestra misma raza, pero mariconas. Creo que son de una unidad de maricas de tu celeste ejército.
— ¡Lu Tao!
— ¿Qué importancia tiene con quien jodan? Tanto hombre junto, tanto tiempo, tiene que dar sus frutos. De hecho, cada vez que Jormungand les ve las piernas depiladas y musculosas se le ponen los ojos reondos... Mira, ahí está el britano dándole coba a un sargento...
— [El britano, persiguiendo al militar con gestos de súplica] I need love... I need much love. I cannot wait for more. Much pleasure. To much. To free. Free Love. Friend, I do everything. You do not pay gold to me, single to pleasure guaranteed.
— Lu Tao, ¿y si es cierto que todos somos iguales, no es bien cierto que podríamos estar todos unidos en el mismo reino?… Sueño con un mundo unido…
— [Con tono de paciencia infinita] Dos hermanas que se querían mucho y eran idénticas en gustos salieron una mañana a vender leche. Se les hizo tarde en el mercado y buscaron donde dormir, acostándose en la misma cama del hotel. A la mañana siguiente una dijo: “He tenido un buen sueño, me hacía pastora y mis cabras se multiplicaban de manera increíble”; la otra le contestó: “mi sueño ha sido mejor que el tuyo, viajaba por el mundo y conocía gente extraordinaria que me hacían muy feliz”.
— Dormir en la misma cama no produce los mismos sueños... ¿Entonces nunca podremos ponernos de acuerdo en nada?
— Dos vecinos que se odiaban coincidieron en la orilla de un lago que tenían que atravesar. Como solo había una barca montaron ambos en ella, y a mitad de camino la tempestad les hizo temer ahogarse. Ambos aunaron esfuerzos y así culminaron con éxito la empresa.
— Malditos sean tus cuentos Lu Tao. Nunca sabe una qué hacer con ellos.
—Como dijo el gran sabio Lao Tzú, no tienes que hacer nada:
La princesa Ho Sa Nian yace colgada de los pies sobre el pilón de la localidad de Yu Wei. Lu Tao le levanta la cabeza sobre el agua para evitar que se ahogue. En el transcurso de una pesquisa rutinaria de la Guardia Imperial, la Princesa (que viaja de incógnito bajo el sobrenombre de Lady Chia), exigió el grado y nombre del oficial que mandaba la tropa, les recordó las leyes imperiales, les anunció que los denunciaría por abuso... El soldado se fue irritando más y más, y (por resumir), la golpeó en la cabeza. Después la acusaron de protestataria, de tener una calabaza con veneno y de haber abandonado un carro hace seis meses en la plaza de este pueblo. El juez, tras escuchar al oficial imperial (cuya palabra tiene carácter de prueba), y a su abogado (que era un intelectual pobre, en prácticas), la condenó a pasar una hora colgada de la pértiga sobre el pilón de la fuente con la cabeza sumergida a la altura de los hombros, o tres horas si era ayudada por Lu Tao. Eligieron la segunda modalidad de castigo tras declararse culpables.
El músico jefe tiene los genitales congelados ya que el agua está bastante fría. Y su humor es de perros. El subalterno y su jefa han cruzado una serie de amargos reproches con palabras tales como «cabezota», «pusilánime cobarde», «mula terca», «vil lacayo», «mujer horrible» y «músico pésimo y peor filósofo», pero, finalmente, deciden pasar el tiempo charlando de la mejor manera posible.
— ... Realmente en este instante no me siento capacitada para discutir contigo Lu Tao. Hablemos de otra cosa. ¿Quién es ese hombre tan moreno que veo ahí del revés?
— Nuestro guardián, señora. Es de una provincia meridional, cercana a la India según creo. Será algún mercenario que huye de su país.
— Nunca vi a alguien así.
— [Sarcástico]. Teniendo en cuenta que es la primera vez que sales del pueblo...
— ¡No soy una cateta!... Lu Tao, qué raza más curiosa.
— No existen las razas, señora. No seas ignorante.
— ¡Lu Tao! ¿Cómo?, ¿no es evidente que es casi negro? Nosotros somos blancos.
— Hay quienes piensan que somos amarillos. Señora, conozco la tierra que vio nacer a ese hombre. La gente allí sangra, fornica, cultiva, come y viste ropa, como nosotros. Un hindi puede acoplarse con un chino sin ningún problema y tener descendencia fértil. El color de la piel no nos diferencia. La sangre es idéntica entre nosotros. Que ese sea moreno, es irrelevante. Lo relevante es que espero que sepa leer las horas...
— Pero vamos a ver, ¿no es evidente que es negro?
— Ho Sa Nian [suspiro], procura que una hoja no te impida ver la montaña. En tu perrera tienes numerosos perros de esos que llaman pequineses. Un pequinés negro y uno blanco..., ¿pertenecen a diferentes razas?
— No.
— Pues con los humanos pasa lo mismo. Un humano negro y uno blanco, pertenecen a la raza humana. Una mujer gorda y baja de tetas flacas, y otra alta y delgada de tetas gordas, no son de razas diferentes. Las diferencias entre humanos son de costumbres, no son raciales. Hay que abandonar ese concepto aparente señora.
— Entiendo. Lu Tao, ¿sabes que tienes la capacidad de levantarme grandes dolores de cabeza?
— Para eso me pagas. En cambio a mí lo que me duele es la espalda, las corvas, los brazos y la coronilla de sujetarte a pulso.
— Dejemos eso... ¿Tú crees que podría fumar en esta posición, boca abajo?
— Señora, empiezo a pensar que esa afición tuya al opio es bastante cansina.
— Está demostrado por los médicos que el opio relaja, favorece la concentración y alarga la vida... ¡Cómo brillan los soldados! [entusiasmada]. ¡Mira cómo desfilan!
— Oh, sí, es la monda.
— Lu Tao, realmente esos uniformes de cuero rojo son bastante ceñidos. Y las falditas muy obscenas... Vistos boca abajo se les intuye casi todo… Esos hombres se untan con aceite para brillar tanto, ¿no es así? Pretenden ser más marciales, claro.
— Como tú digas. A mí me parecen una panda de mariconas. De nuestra misma raza, pero mariconas. Creo que son de una unidad de maricas de tu celeste ejército.
— ¡Lu Tao!
— ¿Qué importancia tiene con quien jodan? Tanto hombre junto, tanto tiempo, tiene que dar sus frutos. De hecho, cada vez que Jormungand les ve las piernas depiladas y musculosas se le ponen los ojos reondos... Mira, ahí está el britano dándole coba a un sargento...
— [El britano, persiguiendo al militar con gestos de súplica] I need love... I need much love. I cannot wait for more. Much pleasure. To much. To free. Free Love. Friend, I do everything. You do not pay gold to me, single to pleasure guaranteed.
— ¡Jormungand! —grita Lu Tao—, ait laifs de soulde an si jíar, ¡camon jíar!... Ya ves que todos somos iguales princesa y que no hay razas que valgan. Siendo como es Jormungand de tan lejos, tiene nuestros mismos instintos.(Nota del traductor: ¡Necesito amor! ¡Necesito amor! ¡No puedo esperar más! ¡Mucho placer! ¡A mucho! ¡Para liberar! ¡Amor libre o gratis! ¡Amigo, hago todo! ¡Usted no me paga el oro, escoja al placer garantizado!)
— Lu Tao, ¿y si es cierto que todos somos iguales, no es bien cierto que podríamos estar todos unidos en el mismo reino?… Sueño con un mundo unido…
— [Con tono de paciencia infinita] Dos hermanas que se querían mucho y eran idénticas en gustos salieron una mañana a vender leche. Se les hizo tarde en el mercado y buscaron donde dormir, acostándose en la misma cama del hotel. A la mañana siguiente una dijo: “He tenido un buen sueño, me hacía pastora y mis cabras se multiplicaban de manera increíble”; la otra le contestó: “mi sueño ha sido mejor que el tuyo, viajaba por el mundo y conocía gente extraordinaria que me hacían muy feliz”.
— Dormir en la misma cama no produce los mismos sueños... ¿Entonces nunca podremos ponernos de acuerdo en nada?
— Dos vecinos que se odiaban coincidieron en la orilla de un lago que tenían que atravesar. Como solo había una barca montaron ambos en ella, y a mitad de camino la tempestad les hizo temer ahogarse. Ambos aunaron esfuerzos y así culminaron con éxito la empresa.
— Malditos sean tus cuentos Lu Tao. Nunca sabe una qué hacer con ellos.
—Como dijo el gran sabio Lao Tzú, no tienes que hacer nada:
Y añadió el gran sabio Xam Ren Tirs, de las provincias occidentales:Si pudiesemos abandonar la sabiduría y la sagacidad
La gente podría disfrutar el ser todos iguales;
Si pudiesemos abandonar el deber y la justicia
Todo podría basarse en las relacciones de amor o amistad;
Si pudiesemos abandonar el artificio y el provecho
La corrupción y el robo podrían desaparecer.
Aún así, semejantes remedios solo tratarían los síntomas
Por tanto son inadecuados
y hay que joderse bien jodidos
— ¡Por el Cielo! No sé si podré soportar aquí más tiempo. Guardemos silencio.Reconoceos a vosotros mismos
reconoced lo que sois
abandonad la tonta manía
de ser lo que no sois
Retirarse a tiempo vale más que mil victorias
Caminado el camino, por el bosque pantanoso, caminan Lu Tao y Ho Sa Nian. Inspeccionan sobre el terreno los rumores de graves conflictos armados entre milicias de todo tipo y soldados.
— ¿Dónde se habrá metido Jormungand?
— No te preocupes por él Lady Chia. Habrá ido al matorral, o cualquiera sabe. Ya aparecerá cuando menos se le espere, como siempre... Silencio princesa.
— ¿Qué pasa ahora?
Sigiloso, Lu Tao avanza y descubre a tres jóvenes llenos de barro y bastante delgados y maltrechos que suplican piedad cuando le ven.
— No hay peligro Lady Chia, son desertores.
— ¿Desertores? ¿Desertores de qué Lu Tao?
— Son ciudadanos de Quin que huyen del reclutamiento. De la milicia o del ejército, qué más da. Uno es de etnia guanponesa...
En pocas palabras los muchachos explican que el ejército de Quin está procediendo al reclutamiento forzoso, y que ellos no quieren verse envueltos en la guerra así que han decidido huir.
— ¡Muy bien muchachos! —les anima Lu Tao— ¡Sois muy valientes! Lo fácil sería alistarse y empezar a destripar vecinos. Lo que estáis haciendo es una muestra de temeridad... ¡Ojalá todos los jóvenes demostrasen su sabiduría y coraje de la misma manera!
— ¡Lu Tao! ¡Lo que estás diciendo es traición!
— Monsergas Lady Chia. Muchachos, huid hacia el sur y no salgáis de los bosques. Comed raíces y frutos hasta que lleguéis..., ¡a donde sea! Tomad mis pertenencias menos mi hu chin. Mucha suerte y que viváis mil años.
Agradecidos por los ánimos, los muchachos desaparecen en la espesura. La Princesa Ho Sa Nian tiembla de ira, roja como un dragón en celo.
— Lu Tao, siempre has sido un servidor insolente y lenguaraz. Pero lo que has hecho es traición. Has dado comida a desertores, les has mostrado el camino... Son unos cobardes que dejan que violen a sus mujeres...
— Desde luego ellos no violan ni matan a nadie. Es un avance, ¿no crees? Al quitarse del medio debilitan al ejército... ¡Calla! ¿No escuchas?... ¡Mierda! ¡Soldados! Princesa... Vámonos antes de que nos vean...
— Ah no. Esta vez has ido demasiado lejos... ¡Aquí! ¡Soldados de Quin!
Alertados por los gritos, comparece un pelotón de Guardias Imperiales mandados por un teniente. Todos relucen aceite, son musculosos, blancos, llevan la armadura roja de cuero ceñido con falda, y van armados con lanzas que lo perforan todo y con escudos que no pueden ser traspasados. El comerciante de armas está haciendo buenos negocios. El teniente se dirige a la Princesa...
— ¿Y bien vieja? ¿Por qué chillas como una rata en el horno de un guanponés?
— Oficial: desertores. Se han ido por ahí.
— Ajá, ¿pretendes engañarnos?
— Teniente. Son tres. Van hacia el sur. Lu Tao, díselo tú.
— A mí no me metas en ese lío lady Chía. Tengo que prepararme para morir y quiero disfrutar de mis últimos minutos contemplando esa flor de loto..., ¡oh!, qué bellas son las nubes..., ¿a qué olerán?
— Muy bien vieja [el teniente está muy marcial e hinchando pecho]. Vamos a comprobar si eres una agente guanponesa, una lacaya de Quon o una patriota de Quin. ¡Preparad la prueba y levantad mi tienda! Acamparemos aquí.
— ¿Cómo? ¿Qué prueba? ¡No hay tiempo que perder! ¡Van a escapar!
— Chivata.
— Calla Lu Tao. Teniente, dejaros de pruebas y perseguir a los prófugos...
— Aquí las órdenes las doy yo, vieja. Nuestro soberano el Emperador Ming Yi [todos se echan de bruces al suelo y golpean con la frente la tierra tres veces], ha decretado que todo patriota guanponés ha de comer el chu* [ver séptimo relato en la página 1] como muestra de lealtad. Los de Quon y los malos patriotas de la provincia de Guanpong han hecho boicot a nuestro apreciado calamar y decretado el tabú alimentario al chu. Así que, ¡come vieja!
En lo alto de una piedra los soldados han colocado varias láminas de calamar prensado y seco, aderezado con kuar, una salsa hecha con intestinos fermentados de serpiente. El plato nacional de Quin. La princesa Ho Sa Nian, cuando ve el espectáculo, palidece, se marea...
— Oficial, yo no puedo comerme eso.
— ¡Ajá! Desprecias nuestro signo de identidad... Una traidora guanponesa. Una espía de Quon. Preparad el patíbulo.
— Oficial, os juro que soy una gran patriota de Quin. Pero no soporto el chu, y menos aún con kuar. Es algo superior a mis fuerzas...
— ¡Come!
— No quiero
— ¡Come en nombre del Emperador! [Todos los soldados se echan al suelo y golpean con la frente, etc.]
— Prefiero [susurro]... la muerte.
— ¡Que así sea!
— Por el Cielo... ¡Este loco va en serio! Lu Tao, deja de comer chu, ¡haz algo!
— El gran poeta maldito de Quin, Su Dong Po, dijo en su día...
— ¡Cabrones hijos de puta soltadme!
— Lady Chia, recuerda tus orígenes y ten dignidad... ¡Qué mejor que morir a manos de un patriota de Quin!
— Tu amigo tiene razón, deja de moverte, y vosotros sujetadla bien que no quiero cortaros las manos por error, ¡no tengáis miedo que no va a pasar nada!...
— ¡Lu Tao, ¡haz algo! ¡Diles quién soy!
— Todo cuanto haga empeorará las cosas... Oficial, ¿puedo cantar una canción?
— Bob, my friend, what you make lost in this stinking forest? They see and dar a mí a hug brother! (Nota del traductor: Bob, mi amigo, ¿qué usted hace perdido en este bosque que apesta? ¡Ven y dar mí un hermano del abrazo!)
Jormungand acaba de hacer acto de presencia
— ¿Yony? Guat yu dú jiar?
— I am a free soul, a nomadic bird Bob... Oh, chu! very good delicious food! But this is extraordinary! It is necessary to make sacred celebration... (¡Soy un alma libre, un pájaro nómada Bob! Oh, ¡chu!, ¡alimento delicioso muy bueno! ¡Pero esto es extraordinario! Es necesario hacer la sagrada celebración)
— Ou yes!, seicred selebereision: Quin's living a selebereision!
El teniente Bo y Jormungand, tan lejanos, tan dispares y a la vez tan iguales (porque las razas no existen), se funden en un abrazo. Poco a poco se van dirigiendo a la tienda, haciéndose grandes bromas (muy viriles, cosas de tíos) y dándose palmetadas en el culo. Desaparecen. Al cabo de una hora de jadeos y suspiros suena el cuerno, comparecen y el teniente ordena que suelten a Lady Chia.
— Jormungand me ha explicado lo de tus problemas de vientre vieja. Deberías de habérme dicho que tenías una dispensa médica. La verdad es que el chu no va bien al estreñimiento crónico...
— Señor —pregunta Lu Tao—, ¿podemos irnos ya?
— Por supuesto, pero Yony se va a quedar acompañándome esta noche. Tenemos mucho de qué hablar y hemos de darnos calor. Ya os alcanzará más tarde.
— Oh, sí, claro... ¡Larga vida a Quin y a sus leales tropas! —grita Lu Tao— ¡Mil años de vida al Emperador Ming Yi.
Todos los soldados hacen la reverencia y golpean el suelo con la frente. Ho Sa Nian y Lu Tao caminan en silencio. Al rato la princesa enciende su pipa y habla.
— Está bien. Di lo que piensas. Me lo merezco.
—
Caminado el camino, por el bosque pantanoso, caminan Lu Tao y Ho Sa Nian. Inspeccionan sobre el terreno los rumores de graves conflictos armados entre milicias de todo tipo y soldados.
— ¿Dónde se habrá metido Jormungand?
— No te preocupes por él Lady Chia. Habrá ido al matorral, o cualquiera sabe. Ya aparecerá cuando menos se le espere, como siempre... Silencio princesa.
— ¿Qué pasa ahora?
Sigiloso, Lu Tao avanza y descubre a tres jóvenes llenos de barro y bastante delgados y maltrechos que suplican piedad cuando le ven.
— No hay peligro Lady Chia, son desertores.
— ¿Desertores? ¿Desertores de qué Lu Tao?
— Son ciudadanos de Quin que huyen del reclutamiento. De la milicia o del ejército, qué más da. Uno es de etnia guanponesa...
En pocas palabras los muchachos explican que el ejército de Quin está procediendo al reclutamiento forzoso, y que ellos no quieren verse envueltos en la guerra así que han decidido huir.
— ¡Muy bien muchachos! —les anima Lu Tao— ¡Sois muy valientes! Lo fácil sería alistarse y empezar a destripar vecinos. Lo que estáis haciendo es una muestra de temeridad... ¡Ojalá todos los jóvenes demostrasen su sabiduría y coraje de la misma manera!
— ¡Lu Tao! ¡Lo que estás diciendo es traición!
— Monsergas Lady Chia. Muchachos, huid hacia el sur y no salgáis de los bosques. Comed raíces y frutos hasta que lleguéis..., ¡a donde sea! Tomad mis pertenencias menos mi hu chin. Mucha suerte y que viváis mil años.
Agradecidos por los ánimos, los muchachos desaparecen en la espesura. La Princesa Ho Sa Nian tiembla de ira, roja como un dragón en celo.
— Lu Tao, siempre has sido un servidor insolente y lenguaraz. Pero lo que has hecho es traición. Has dado comida a desertores, les has mostrado el camino... Son unos cobardes que dejan que violen a sus mujeres...
— Desde luego ellos no violan ni matan a nadie. Es un avance, ¿no crees? Al quitarse del medio debilitan al ejército... ¡Calla! ¿No escuchas?... ¡Mierda! ¡Soldados! Princesa... Vámonos antes de que nos vean...
— Ah no. Esta vez has ido demasiado lejos... ¡Aquí! ¡Soldados de Quin!
Alertados por los gritos, comparece un pelotón de Guardias Imperiales mandados por un teniente. Todos relucen aceite, son musculosos, blancos, llevan la armadura roja de cuero ceñido con falda, y van armados con lanzas que lo perforan todo y con escudos que no pueden ser traspasados. El comerciante de armas está haciendo buenos negocios. El teniente se dirige a la Princesa...
— ¿Y bien vieja? ¿Por qué chillas como una rata en el horno de un guanponés?
— Oficial: desertores. Se han ido por ahí.
— Ajá, ¿pretendes engañarnos?
— Teniente. Son tres. Van hacia el sur. Lu Tao, díselo tú.
— A mí no me metas en ese lío lady Chía. Tengo que prepararme para morir y quiero disfrutar de mis últimos minutos contemplando esa flor de loto..., ¡oh!, qué bellas son las nubes..., ¿a qué olerán?
— Muy bien vieja [el teniente está muy marcial e hinchando pecho]. Vamos a comprobar si eres una agente guanponesa, una lacaya de Quon o una patriota de Quin. ¡Preparad la prueba y levantad mi tienda! Acamparemos aquí.
— ¿Cómo? ¿Qué prueba? ¡No hay tiempo que perder! ¡Van a escapar!
— Chivata.
— Calla Lu Tao. Teniente, dejaros de pruebas y perseguir a los prófugos...
— Aquí las órdenes las doy yo, vieja. Nuestro soberano el Emperador Ming Yi [todos se echan de bruces al suelo y golpean con la frente la tierra tres veces], ha decretado que todo patriota guanponés ha de comer el chu* [ver séptimo relato en la página 1] como muestra de lealtad. Los de Quon y los malos patriotas de la provincia de Guanpong han hecho boicot a nuestro apreciado calamar y decretado el tabú alimentario al chu. Así que, ¡come vieja!
En lo alto de una piedra los soldados han colocado varias láminas de calamar prensado y seco, aderezado con kuar, una salsa hecha con intestinos fermentados de serpiente. El plato nacional de Quin. La princesa Ho Sa Nian, cuando ve el espectáculo, palidece, se marea...
— Oficial, yo no puedo comerme eso.
— ¡Ajá! Desprecias nuestro signo de identidad... Una traidora guanponesa. Una espía de Quon. Preparad el patíbulo.
— Oficial, os juro que soy una gran patriota de Quin. Pero no soporto el chu, y menos aún con kuar. Es algo superior a mis fuerzas...
— ¡Come!
— No quiero
— ¡Come en nombre del Emperador! [Todos los soldados se echan al suelo y golpean con la frente, etc.]
— Prefiero [susurro]... la muerte.
— ¡Que así sea!
— Por el Cielo... ¡Este loco va en serio! Lu Tao, deja de comer chu, ¡haz algo!
— El gran poeta maldito de Quin, Su Dong Po, dijo en su día...
En pocos instantes los soldados la arrodillan y, tomando el teniente una enorme espada, se prepara para decapitarla...La fatalidad acecha
¡siempre!
Cuando te atrape, porque te atrapará,
una vez hecho lo posible,
por eludirla
sopórtala virilmente...,
o como puedas
si eres mujer
— ¡Cabrones hijos de puta soltadme!
— Lady Chia, recuerda tus orígenes y ten dignidad... ¡Qué mejor que morir a manos de un patriota de Quin!
— Tu amigo tiene razón, deja de moverte, y vosotros sujetadla bien que no quiero cortaros las manos por error, ¡no tengáis miedo que no va a pasar nada!...
— ¡Lu Tao, ¡haz algo! ¡Diles quién soy!
— Todo cuanto haga empeorará las cosas... Oficial, ¿puedo cantar una canción?
— Bob, my friend, what you make lost in this stinking forest? They see and dar a mí a hug brother! (Nota del traductor: Bob, mi amigo, ¿qué usted hace perdido en este bosque que apesta? ¡Ven y dar mí un hermano del abrazo!)
Jormungand acaba de hacer acto de presencia
— ¿Yony? Guat yu dú jiar?
— I am a free soul, a nomadic bird Bob... Oh, chu! very good delicious food! But this is extraordinary! It is necessary to make sacred celebration... (¡Soy un alma libre, un pájaro nómada Bob! Oh, ¡chu!, ¡alimento delicioso muy bueno! ¡Pero esto es extraordinario! Es necesario hacer la sagrada celebración)
— Ou yes!, seicred selebereision: Quin's living a selebereision!
El teniente Bo y Jormungand, tan lejanos, tan dispares y a la vez tan iguales (porque las razas no existen), se funden en un abrazo. Poco a poco se van dirigiendo a la tienda, haciéndose grandes bromas (muy viriles, cosas de tíos) y dándose palmetadas en el culo. Desaparecen. Al cabo de una hora de jadeos y suspiros suena el cuerno, comparecen y el teniente ordena que suelten a Lady Chia.
— Jormungand me ha explicado lo de tus problemas de vientre vieja. Deberías de habérme dicho que tenías una dispensa médica. La verdad es que el chu no va bien al estreñimiento crónico...
— Señor —pregunta Lu Tao—, ¿podemos irnos ya?
— Por supuesto, pero Yony se va a quedar acompañándome esta noche. Tenemos mucho de qué hablar y hemos de darnos calor. Ya os alcanzará más tarde.
— Oh, sí, claro... ¡Larga vida a Quin y a sus leales tropas! —grita Lu Tao— ¡Mil años de vida al Emperador Ming Yi.
Todos los soldados hacen la reverencia y golpean el suelo con la frente. Ho Sa Nian y Lu Tao caminan en silencio. Al rato la princesa enciende su pipa y habla.
— Está bien. Di lo que piensas. Me lo merezco.
—
Tensa un arco hasta su límite y pronto se romperá;
Afila una espada al máximo y pronto estará mellada;
Amasa el mayor tesoro y pronto lo robarán;
Exige créditos y honores y pronto caerás;
Retirarse es el camino de la Naturaleza.
El hombre que construyó un carro en una habitación cerrada
Ho Sa nian, ante los últimos ultrajes recibidos por sus tropas, se va viendo cada vez más mordida por una pasión insana a medida que se van derrumbando sus creencias. Marchando por un prado lleno de melocotoneros en flor, cavila sombríamente mientras Lu Tao abre la marcha tocando su Hu Chin, y Jormungand, con su ceñido uniforme de cuero rojo (regalo del teniente Bo) le acompaña alegre con su cuerno.
— Lu Tao, tú afirmas que aunque haya diferencias, todos los pueblos son iguales. Por lo tanto, aunque todos los pueblos sean iguales, tienen diferencias que los hacen distintos.
— Sí princesa, tienes razón.
— Por lo tanto, Lu Tao, si cada cual tiene derecho a ser lo que es, cada pueblo tiene derecho a preservar sus preferencias y peculiaridades. Cada pueblo tiene derecho a vivir su vida, ¿no es eso lo que dices?
— Más o menos princesa.
— Tienes muy claras las ideas sobre los pueblos, ¿no es así?
— En líneas generales... Son complicadas pero simples: los pueblos son diferentes, las gentes son diferentes, las costumbres son diferentes y los individuos son diferentes. Pero todo ello da igual.
— Tus ideas son similares a las del hombre que construyó un carro dentro de casa.
Lu Tao se detiene y escucha con interés.
— Un hombre decidió hacerse el mejor de los carros. Llevó madera y herramientas a su cuarto, y allí comenzó a construir el mejor carro que jamás se hubiese hecho. Ponía todo su esfuerzo en ello, y derrochaba energía. Tanto se obsesionó que no escuchaba a nadie ni pedía consejo. Finalmente hizo el peor de los carros posibles, grande, pesado, poco manejable, nadie podía tirar de él. Ni podía salir por la puerta.
— Comprendo princesa. Continúa por favor.
— Conoces la historia de la isla de Ho Kuo. El ejército de Quon, cuando comenzó a edificar su imperio, carecía de experiencia marinera. Por ello mandaron sus juncos a conquistar un objetivo sencillo. Los isla de Kuo estaba habitada por miembros de la etnia Kai. Tú dices que ellos tenían que haberse retirado sin combatir, pero para ellos no hubo retirada posible, porque a sus espaldas estaba el mar. ¿Acaso no tenían derecho a resistir a Quon, cuando les robaban, mataban, destruían sus bosques y sus ascetas les predicaban creencias espirituales y les imponían otras costumbres?
— Sí princesa. La gacela acosada da la vuelta y embiste al tigre.
— ¿Entonces admites que los pueblo tienen derecho a defenderse, a preservar sus modos de vida, sus costumbres ancestrales?...
— Si quieres una respuesta sencilla y que te dé la razón, te la doy porque la tienes. Si quieres una respuesta sencilla, y que no te dé la razón, te la quito porque no la tienes. ¿Qué prefieres?
— Quiero que me la quites. Es más entretenido.
— Escucho y obedezco. Señora, la invasión de Ho Kuo se produjo hace más de cuarenta años. Tú no lo sabes pero yo era un kai y viví de primera mano aquel desastre.
— ¿Tú eres un kai? ¿TÚ? ¿Cómo fue que nunca me lo dijiste?
— Yo ya no soy nada, porque renegué de todo. Te sigo contando: cuando llegó la flota de Quon sus juncos eran tan numerosos que cubrían las aguas como si hubiésemos echado tallos de mijo al agua después de la trilla. O al menos eso nos pareció. Eran muchos más que nosotros, se movían al unísono, daban miedo con sus timbales de batalla. Estaban mejor armados, mejor vestidos, mejor organizados y mejor abastecidos. Nosotros parecíamos mendigos a su lado. Nos mandaron un emisario instándonos a no resistir, o seríamos aniquilados. Sin embargo los patriarcas y los jóvenes decidieron plantar cara.
— Una actitud muy noble
— Una actitud estúpida. Cuchillos de cortar hierba contra lanzas y escudos poco pueden. Escaparon sólo un puñado de la batalla, que no duraría ni media hora. Los de Quon impusieron de inmediato su gobierno: declararon la tierra propiedad del Estado y el agua un bien colectivo. Lo que en la práctica significaba que tenías que pedir permiso para regar. Comenzaron a llegar colonos de Quon y el Estado les cedió en usufructo las parcelas de los kai que habían luchado. Lo supervivientes fueron hechos esclavos. Yo me libré por los pelos adentrándome en los bosques...
— ¿Tú un combatiente? ¡Pero si odias el ejército!
— Ho Sa nian, aquí donde me ves, y sin abombar el torso, te garantizo que estas manos pueden hacer mucho daño [las presenta como garras y baja la voz]... Soy experto en lucha con Tei: el mortífero taburete de tres patas. Aprendí desde muy niño acompañando a mi padre al tugurio-taberna. Observa Ho Sa Nian [se contorsiona y mueve las manos como si llevase dos taburetes haciendo filigranas]...
— ¡Lu Tao!, abrevia y deja de hacer el payaso.
— Los quonistas prosiguieron su campaña. Sus ascetas comenzaron a predicar nuevas ideas referidas a la superioridad del Estado. Difundieron la creencia en los antepasados y en seres sobrenaturales que legitimaban el poder establecido. Llegó el opio. Acabaron con nuestra ley y nuestras costumbres naturalistas. La miseria económica y moral campaba entre los nuestros, y apareció la resistencia kai: la Partida del Lagarto.
— Recuerdo la gesta del Lagarto, fue cantada por nuestros poetas. Se le llamaba así por camuflarse en el terreno tan bien como un reptil.
— Se le llamaba así por la costumbre de su abuela de comérselos fritos. El Lagarto y su partida iniciaron una campaña de secuestros de soldados. Capturaban a los funcionarios aislados, a los ascetas predicadores, a los ingenieros de Quon, y los ejecutaban. Las represalias fueron durísimas: casas incendiadas, padres torturados, mujeres violadas, familias enteras confinadas.
— Tenían derecho a resistir.
— Los resistentes crearon una organización secreta, piramidal, dirigida con mano férrea: La Sociedad del Cuchillo. Lo cual era romper aún más con las viejas leyes y costumbres de nuestro pueblo, muy individualistas y amantes del «haz lo que quieras».
— Serían medidas transitorias, toda guerra exige sacrificios.
— Lo transitorio se hizo permanente. El Lagarto y sus patriarcas hicieron de la guerra su modo de vida y crearon nuevas reglas. Como era imposible vencer a los de Quon, pidieron ayuda a tu padre, que entonces era un general ambicioso y decidido. Planteó una batalla naval y ganó. En tierra no le fue tan bien y la isla se partió en dos bandos. También llegaron colonos de Quin. Los que venían a liberarnos, el pueblo amigo, je.
— ¡Y éramos un pueblo amigo! Fue una guerra muy larga y costosa, muchos soldados se asentaron allí... Ya sabes que en un principio perdimos. ¿Y tú qué hacías mientras tanto?
— Señora, sabes que soy una persona racionalista y práctica. Mis tripas me incitaban a empuñar el cuchillo de segar y cortarle el cuello a los colonos. Pero mi cabeza me señalaba que nuestro pueblo estaba vencido: aunque consiguiésemos expulsar a los invasores, nada volvería a ser igual. Había aparecido entre los nuestros una nueva élite política kai, una casta militar que reclutaba un ejército, algo totalmente en contra de nuestra tradición. Por si fuera poco, había también colaboracionistas y traidores. Nuestro pueblo era pacífico, salvo peleas a Tei de vez en cuando y duelos de canciones. Teníamos multitud de músicos, poetas, adivinadoras, curanderas, comerciantes, artesanos de todo tipo... Las opciones eran —si queríamos vencer—, abandonar todo eso, dedicarnos a la guerra, crear un ejército tan malo como el de ellos, nombrar dirigentes, fundar otro Estado y someternos al yugo que habíamos fabricado. Al de Quon o al de Kai. Porque, para nuestra desgracia, la creación de la nación Kai fue producto de la invasión Quon. Así que yo y miles como yo, optamos por la solución racional para salvar nuestro pueblo, nuestras costumbres y nuestras tradiciones: huir. Por miles pasamos el estrecho en frágiles barcas y nos dispersamos por el Continente.
— Eso es precisamente lo que os venció. En vuestra isla no queda ya ni un Kai.: perdísteis vuestro idioma y vuestra tierra.
— Pero conservamos nuestra vida, nuestro espíritu libertario, nuestras costumbres colectivas y nuestra solidaridad grupal. Ya sabes que tenemos muy mala fama, siempre errantes de un lado a otro con nuestros carros de mano. Se dice que somos ladrones, traicioneros, sucios, malolientes, cobardes y embaucadores... Pero la realidad es que mi gente vive del comercio, del teatro, de la música, de la artesanía, de la sanación, de hacer pronósticos y de dar consejos. Bien mirado, haberse desembarazado del trabajo de la tierra, no ha sido moco de pavo. Como dice el proverbio kai: «cuando el kai dobla el lomo, los quejidos estremecen al Cielo».
— ¡Pero es la tierra la que crea un pueblo! ¿Qué es un pueblo si no puede saber dónde están enterrados sus antepasados?
— Nuestros antepasados están enterrados en la tierra que pisamos. Princesa, ¿qué es la Tierra sino una enorme fosa común? Míralo de este modo. Dentro de mil años, Quin, Quon, Guanpon... Todos estos imperios fabulosos, habrán sido machacados por los nuevos guerreros y visires que habrán creado otros engendros. Hay un impulso destructivo en ellos que induce a la necesidad nunca satisfecha, a quedar presos de un simulacro. Pero mi pueblo, que nunca luchará, que sólo tendrá como propiedad el camino que transita, tal vez siga viviendo, porque donde haya un sendero y alguien alegre cantando al viento, habrá un kai.
— En verdad, Lu Tao, eres el hombre solitario que construye un carro en una habitación cerrada.
Mientras ambos charlaban, Jormungand había seguido tocando el cuerno.
Ho Sa nian, ante los últimos ultrajes recibidos por sus tropas, se va viendo cada vez más mordida por una pasión insana a medida que se van derrumbando sus creencias. Marchando por un prado lleno de melocotoneros en flor, cavila sombríamente mientras Lu Tao abre la marcha tocando su Hu Chin, y Jormungand, con su ceñido uniforme de cuero rojo (regalo del teniente Bo) le acompaña alegre con su cuerno.
— Lu Tao, tú afirmas que aunque haya diferencias, todos los pueblos son iguales. Por lo tanto, aunque todos los pueblos sean iguales, tienen diferencias que los hacen distintos.
— Sí princesa, tienes razón.
— Por lo tanto, Lu Tao, si cada cual tiene derecho a ser lo que es, cada pueblo tiene derecho a preservar sus preferencias y peculiaridades. Cada pueblo tiene derecho a vivir su vida, ¿no es eso lo que dices?
— Más o menos princesa.
— Tienes muy claras las ideas sobre los pueblos, ¿no es así?
— En líneas generales... Son complicadas pero simples: los pueblos son diferentes, las gentes son diferentes, las costumbres son diferentes y los individuos son diferentes. Pero todo ello da igual.
— Tus ideas son similares a las del hombre que construyó un carro dentro de casa.
Lu Tao se detiene y escucha con interés.
— Un hombre decidió hacerse el mejor de los carros. Llevó madera y herramientas a su cuarto, y allí comenzó a construir el mejor carro que jamás se hubiese hecho. Ponía todo su esfuerzo en ello, y derrochaba energía. Tanto se obsesionó que no escuchaba a nadie ni pedía consejo. Finalmente hizo el peor de los carros posibles, grande, pesado, poco manejable, nadie podía tirar de él. Ni podía salir por la puerta.
— Comprendo princesa. Continúa por favor.
— Conoces la historia de la isla de Ho Kuo. El ejército de Quon, cuando comenzó a edificar su imperio, carecía de experiencia marinera. Por ello mandaron sus juncos a conquistar un objetivo sencillo. Los isla de Kuo estaba habitada por miembros de la etnia Kai. Tú dices que ellos tenían que haberse retirado sin combatir, pero para ellos no hubo retirada posible, porque a sus espaldas estaba el mar. ¿Acaso no tenían derecho a resistir a Quon, cuando les robaban, mataban, destruían sus bosques y sus ascetas les predicaban creencias espirituales y les imponían otras costumbres?
— Sí princesa. La gacela acosada da la vuelta y embiste al tigre.
— ¿Entonces admites que los pueblo tienen derecho a defenderse, a preservar sus modos de vida, sus costumbres ancestrales?...
— Si quieres una respuesta sencilla y que te dé la razón, te la doy porque la tienes. Si quieres una respuesta sencilla, y que no te dé la razón, te la quito porque no la tienes. ¿Qué prefieres?
— Quiero que me la quites. Es más entretenido.
— Escucho y obedezco. Señora, la invasión de Ho Kuo se produjo hace más de cuarenta años. Tú no lo sabes pero yo era un kai y viví de primera mano aquel desastre.
— ¿Tú eres un kai? ¿TÚ? ¿Cómo fue que nunca me lo dijiste?
— Yo ya no soy nada, porque renegué de todo. Te sigo contando: cuando llegó la flota de Quon sus juncos eran tan numerosos que cubrían las aguas como si hubiésemos echado tallos de mijo al agua después de la trilla. O al menos eso nos pareció. Eran muchos más que nosotros, se movían al unísono, daban miedo con sus timbales de batalla. Estaban mejor armados, mejor vestidos, mejor organizados y mejor abastecidos. Nosotros parecíamos mendigos a su lado. Nos mandaron un emisario instándonos a no resistir, o seríamos aniquilados. Sin embargo los patriarcas y los jóvenes decidieron plantar cara.
— Una actitud muy noble
— Una actitud estúpida. Cuchillos de cortar hierba contra lanzas y escudos poco pueden. Escaparon sólo un puñado de la batalla, que no duraría ni media hora. Los de Quon impusieron de inmediato su gobierno: declararon la tierra propiedad del Estado y el agua un bien colectivo. Lo que en la práctica significaba que tenías que pedir permiso para regar. Comenzaron a llegar colonos de Quon y el Estado les cedió en usufructo las parcelas de los kai que habían luchado. Lo supervivientes fueron hechos esclavos. Yo me libré por los pelos adentrándome en los bosques...
— ¿Tú un combatiente? ¡Pero si odias el ejército!
— Ho Sa nian, aquí donde me ves, y sin abombar el torso, te garantizo que estas manos pueden hacer mucho daño [las presenta como garras y baja la voz]... Soy experto en lucha con Tei: el mortífero taburete de tres patas. Aprendí desde muy niño acompañando a mi padre al tugurio-taberna. Observa Ho Sa Nian [se contorsiona y mueve las manos como si llevase dos taburetes haciendo filigranas]...
— ¡Lu Tao!, abrevia y deja de hacer el payaso.
— Los quonistas prosiguieron su campaña. Sus ascetas comenzaron a predicar nuevas ideas referidas a la superioridad del Estado. Difundieron la creencia en los antepasados y en seres sobrenaturales que legitimaban el poder establecido. Llegó el opio. Acabaron con nuestra ley y nuestras costumbres naturalistas. La miseria económica y moral campaba entre los nuestros, y apareció la resistencia kai: la Partida del Lagarto.
— Recuerdo la gesta del Lagarto, fue cantada por nuestros poetas. Se le llamaba así por camuflarse en el terreno tan bien como un reptil.
— Se le llamaba así por la costumbre de su abuela de comérselos fritos. El Lagarto y su partida iniciaron una campaña de secuestros de soldados. Capturaban a los funcionarios aislados, a los ascetas predicadores, a los ingenieros de Quon, y los ejecutaban. Las represalias fueron durísimas: casas incendiadas, padres torturados, mujeres violadas, familias enteras confinadas.
— Tenían derecho a resistir.
— Los resistentes crearon una organización secreta, piramidal, dirigida con mano férrea: La Sociedad del Cuchillo. Lo cual era romper aún más con las viejas leyes y costumbres de nuestro pueblo, muy individualistas y amantes del «haz lo que quieras».
— Serían medidas transitorias, toda guerra exige sacrificios.
— Lo transitorio se hizo permanente. El Lagarto y sus patriarcas hicieron de la guerra su modo de vida y crearon nuevas reglas. Como era imposible vencer a los de Quon, pidieron ayuda a tu padre, que entonces era un general ambicioso y decidido. Planteó una batalla naval y ganó. En tierra no le fue tan bien y la isla se partió en dos bandos. También llegaron colonos de Quin. Los que venían a liberarnos, el pueblo amigo, je.
— ¡Y éramos un pueblo amigo! Fue una guerra muy larga y costosa, muchos soldados se asentaron allí... Ya sabes que en un principio perdimos. ¿Y tú qué hacías mientras tanto?
— Señora, sabes que soy una persona racionalista y práctica. Mis tripas me incitaban a empuñar el cuchillo de segar y cortarle el cuello a los colonos. Pero mi cabeza me señalaba que nuestro pueblo estaba vencido: aunque consiguiésemos expulsar a los invasores, nada volvería a ser igual. Había aparecido entre los nuestros una nueva élite política kai, una casta militar que reclutaba un ejército, algo totalmente en contra de nuestra tradición. Por si fuera poco, había también colaboracionistas y traidores. Nuestro pueblo era pacífico, salvo peleas a Tei de vez en cuando y duelos de canciones. Teníamos multitud de músicos, poetas, adivinadoras, curanderas, comerciantes, artesanos de todo tipo... Las opciones eran —si queríamos vencer—, abandonar todo eso, dedicarnos a la guerra, crear un ejército tan malo como el de ellos, nombrar dirigentes, fundar otro Estado y someternos al yugo que habíamos fabricado. Al de Quon o al de Kai. Porque, para nuestra desgracia, la creación de la nación Kai fue producto de la invasión Quon. Así que yo y miles como yo, optamos por la solución racional para salvar nuestro pueblo, nuestras costumbres y nuestras tradiciones: huir. Por miles pasamos el estrecho en frágiles barcas y nos dispersamos por el Continente.
— Eso es precisamente lo que os venció. En vuestra isla no queda ya ni un Kai.: perdísteis vuestro idioma y vuestra tierra.
— Pero conservamos nuestra vida, nuestro espíritu libertario, nuestras costumbres colectivas y nuestra solidaridad grupal. Ya sabes que tenemos muy mala fama, siempre errantes de un lado a otro con nuestros carros de mano. Se dice que somos ladrones, traicioneros, sucios, malolientes, cobardes y embaucadores... Pero la realidad es que mi gente vive del comercio, del teatro, de la música, de la artesanía, de la sanación, de hacer pronósticos y de dar consejos. Bien mirado, haberse desembarazado del trabajo de la tierra, no ha sido moco de pavo. Como dice el proverbio kai: «cuando el kai dobla el lomo, los quejidos estremecen al Cielo».
— ¡Pero es la tierra la que crea un pueblo! ¿Qué es un pueblo si no puede saber dónde están enterrados sus antepasados?
— Nuestros antepasados están enterrados en la tierra que pisamos. Princesa, ¿qué es la Tierra sino una enorme fosa común? Míralo de este modo. Dentro de mil años, Quin, Quon, Guanpon... Todos estos imperios fabulosos, habrán sido machacados por los nuevos guerreros y visires que habrán creado otros engendros. Hay un impulso destructivo en ellos que induce a la necesidad nunca satisfecha, a quedar presos de un simulacro. Pero mi pueblo, que nunca luchará, que sólo tendrá como propiedad el camino que transita, tal vez siga viviendo, porque donde haya un sendero y alguien alegre cantando al viento, habrá un kai.
— En verdad, Lu Tao, eres el hombre solitario que construye un carro en una habitación cerrada.
Mientras ambos charlaban, Jormungand había seguido tocando el cuerno.
la cigarra que perseguía a la hormiga y la becada que picó a la ostra
A la luz de la candela, en el matorral tenebroso, Lu Tao emite el informe del espionaje realizado a lo largo del día.
— ... Así que la resistencia Guanponesa se ha partido en varias facciones: tenemos a los que apoyan a tu gobierno, que suelen ser comerciantes y terratenientes que desean velar por sus privilegios y emplean el discurso nacionalista para buscar contrapartidas; luego está la Confederación Nacional Guanponesa dirigida por el centenario señor Joven Dragón Fu Man Chú, que son nacionalistas cazadores de cargos que piensan que sus personas se verán más favorecidas en el futuro por un Estado propio; Hay otro grupo que pretende recoger el descontento de campesinos arruinados y artesanos, que se autotitulan Los Cerdos Republicanos... ¡No te rías Princesa! ¡El cerdo es un animal cuasi sagrado para estos lunáticos! Y por último, la Agrupación del Tiburón de Jade, que irritada por el discurso de su padre ha formado su propio grupo. Asistí a una demostración del Tiburón de Jade esta tarde en la aldea de Ji Yon con Jormungand...
— Por cierto, ¿dónde se ha quedado tu amigo?
— Al volver descubrió soldados merodeando y decidió probar suerte. Ya sabes que donde hay soldados hay mucho mariconerío, pero te explico.
«La Sociedad del Tiburón de Jade organiza actos en los que se hace una representación musical y Tigresa Lady Wu suelta una charla. Cuando llegué, ella había acabado de hablar y se preparaba el concierto. Agradablemente sorprendido, me dispuse a escuchar las celestiales notas con un cuenco de licor de arroz mientras los últimos rayos del sol enrojecían el horizonte. El público estaba compuesto por un centenar de adolescentes de ambos sexos, con peinados raros ya que se afeitan un solo lado de la cabeza. Entre ellos, mi larga melena blanca destacaba y me contemplaban con una mezcla de curiosidad y respeto. Eso suponía al menos.
» Luego, unos diez jóvenes con cara de dolor de estómago se subieron al estrado con unos timbales. Sin previo aviso los empezaron a golpear con majas de mortero. El susto que me llevé fue considerable. Señora, el ruido ese se podría conseguir golpeando con palos las cajas que empleamos para depositar los excrementos. El escándalo iba en aumento y, para empeorarlo, lo incrementó el llamado “cantante” lanzando una serie de berridos que hicieron furor entre la masa. Saltaban como ratas a las que se hubiera metido pasta de guindilla molida con meados en los ojos. Yo estaba con la boca abierta, incapaz de escuchar mis propios pensamientos, cuando me cogieron entre varios echando espumarajos, me subieron al escenario y me tiraron desde allí, cayendo en manos de aquellos vociferantes alienados escapados de una pesadilla. ¡No te rías Princesa! Repitieron la operación tantas veces que perdí la cuenta.
»Algo abominable Princesa. ¡Y llaman a eso música! Se trata sin ningún lugar a dudas de un ritual minuciosamente pensado para desintegrar los sesos de cualquiera. Cuando todo acabó..., montones de cuerpos desparramados, cuencos vertidos, olor a orín y un zumbido en los oídos que aún no se me ha quitado. Me despertó un enorme cerdo de cabeza blanca que se había empezado a comer mi canosa melena. Luchamos a brazo partido, ¡no te rías jefa!»...
— Parece que encontraste la horma de tu zapato Lu Tao.
— Tuve un percance luego. Cuando me levantaba, molido por el vapuleo, enfadado por la batalla con el cerdo, me crucé con unos jóvenes patricios bien alimentados. Uno de ellos hacía prácticas con la daga clavándola sobre el banco comunal, al cual le estaba abriendo un gran agujero. Ya sabéis que tal cosa no debe de hacerse con los muebles de la comuna, así que me acerqué por detrás y le di un suave capón en la nuca para corregirlo. Cuando recobró el conocimiento, el joven se levantó del suelo como una fiera, y en lugar de inclinarse ante mí con respeto, intentó agredirme. Ni reverencia a los ancianos ni nada... La juventud degenera señora, tal vez ni siquiera exista. Tuve que correr bastante hasta que Tigresa Lady Wu intervino, salvándome con ello la vida, tal vez, porque aquel muchacho tan bien educado decía cosas espantosas.
— ¿Hablaste con ella? ¿Cómo es?
— Es una mujer joven, no llega a los treinta años, de augusta presencia, escoltada por seis amigas procaces y deslenguadas que criticaron mi aspecto. Me preguntó que quién era, que a dónde iba, cosas así. Yo me centré en su programa político. Quieren la independencia de Guanpon, como todos, y establecer una República bajo los principios del Comunismo Hidráulico. Le señalé que ese sistema era similar al de Quon, solo que sin Imperio, a lo que me contestó que estaban reinventando la identidad guanponesa.
— ¿Cómo? ¿Qué quiere decir eso?
— Ni el Cielo lo sabe señora:
«Resulta que hay una serie de costumbres guanponesas que consideran retrógradas y atrasadas, como las fiestas tradicionales. Nada de cencerros, nada de baile con mesas camillas. Eso queda fuera de Guanpon. »El cerdo de cabeza blanca sí es aceptable, y de hecho varios jóvenes llevaban una especie de piara como acompañantes. Muy molesto tanto cerdo insolente.
»También rechazan las creencias espiritistas de los ascetas quonistas, que ya sabéis que se están extendiendo con rapidez, prefiriendo con ello el ateísmo quinista.
» Aceptan, en cambio, los principios del Comunismo Hidráulico quonista, afirmando que ni la tierra ni el agua pueden ser propiedad de particulares, sino de la colectividad. Eso lo hacen para marcar la diferencia con Quin, donde la tierra es propiedad de la comuna aldeana y el agua un bien libre a disposición de cualquiera.
» Quieren, además, una sociedad en la que el pueblo participe en la gestión política de los asuntos del Estado, que eso es nuevo.
» A esos tres principios de ateísmo quinista, comunismo quonista y participación pública, lo llaman identidad guanponesa.
»En definitiva, Tigresa Lady Wu y su Agrupación del Tiburón de Jade sientan las bases de una sociedad revolucionaria, señora.
» Cuando le planteé a la dama contradicciones irresolubles, se sintió disgustada. En concreto le recité la conocida respuesta del intelectual Jua Yun Ti, del octavo milenio, al guardabosque Tu, cuando le preguntó que qué era el pueblo, y si puede haber gobierno un gobierno del pueblo:
La princesa fumaba lentamente... Con rostro hiératico, imperturbable. De repente, un alarido inhumano recorre el matorral helándoles la sangre. Los perros ladran. Los cerdos gruñen. Lu Tao da un salto y se sube en los brazos de su jefa buscando refugio.
— ¡Qué susto! ¡No gana uno para sustos!...
— ¡Por el Cielo! ¿Qué ha sido eso Lu Tao! ¡Alguien acaba de morir de una manera espantosa!
— [Más tranquilo]... No me lo parece Princesa... Qué tontería. Como te comenté, Jormungand había visto soldados y habrá hecho con alguno alguna guarrada. Yo ya le tengo dicho que «eso» la primera vez tiene que doler, pero él insiste en lo del «placer garantizado»... Lo ves Ho Sa Nian, por ahí suena el cuerno [recupera su asiento]. ¿De qué hablábamos?
Ho Sa Nian retorna a su serena compostura.
— Tendremos que perseguir a la Agrupación del Tiburón de Jade, me temo.
— Una cigarra hambrienta perseguía a una hormiga. Estaba tan distraída que llegó un pájaro y se la comió. Una becada intentó comerse a una ostra, la ostra la cogió fuertemente por el pico. La becada esperaba que el sol matase a la ostra para sacar el pico, y la ostra que la pleamar ahogase a la becada para abrirse. Pasaron las horas, pasó un pescador, cogió a la ostra y a la becada y se las comió.
— ¿Qué es una becada?
— Una hermosa ave de pico largo señora. Se me olvidaba decirte que hablé con el Jefe de Correos, y me comentó que si quería ganarme un dinero, tu celeste primo Wuan Chu había puesto a precio tu cabeza aprovechando tu misteriosa ausencia. Al parecer has sido vista en varias provincias a la vez, y se murmura que cabalgas en un dragón de bambú. Por supuesto, todo esto es muy secreto, lo cual dice mucho de la discrección de tus servidores.
— Qué contrariedad... ¿Puede tener éxito la Sociedad del Tiburón de Jade, Lu Tao?
— En política cualquier engendro es posible. Pero no creo. Ese estruendo de sus conciertos hará que cualquier campesino huya como de una reunión de consuegras que buscan nombre al primogénito no nato. Me parece que esa es la clave.
A la luz de la candela, en el matorral tenebroso, Lu Tao emite el informe del espionaje realizado a lo largo del día.
— ... Así que la resistencia Guanponesa se ha partido en varias facciones: tenemos a los que apoyan a tu gobierno, que suelen ser comerciantes y terratenientes que desean velar por sus privilegios y emplean el discurso nacionalista para buscar contrapartidas; luego está la Confederación Nacional Guanponesa dirigida por el centenario señor Joven Dragón Fu Man Chú, que son nacionalistas cazadores de cargos que piensan que sus personas se verán más favorecidas en el futuro por un Estado propio; Hay otro grupo que pretende recoger el descontento de campesinos arruinados y artesanos, que se autotitulan Los Cerdos Republicanos... ¡No te rías Princesa! ¡El cerdo es un animal cuasi sagrado para estos lunáticos! Y por último, la Agrupación del Tiburón de Jade, que irritada por el discurso de su padre ha formado su propio grupo. Asistí a una demostración del Tiburón de Jade esta tarde en la aldea de Ji Yon con Jormungand...
— Por cierto, ¿dónde se ha quedado tu amigo?
— Al volver descubrió soldados merodeando y decidió probar suerte. Ya sabes que donde hay soldados hay mucho mariconerío, pero te explico.
«La Sociedad del Tiburón de Jade organiza actos en los que se hace una representación musical y Tigresa Lady Wu suelta una charla. Cuando llegué, ella había acabado de hablar y se preparaba el concierto. Agradablemente sorprendido, me dispuse a escuchar las celestiales notas con un cuenco de licor de arroz mientras los últimos rayos del sol enrojecían el horizonte. El público estaba compuesto por un centenar de adolescentes de ambos sexos, con peinados raros ya que se afeitan un solo lado de la cabeza. Entre ellos, mi larga melena blanca destacaba y me contemplaban con una mezcla de curiosidad y respeto. Eso suponía al menos.
» Luego, unos diez jóvenes con cara de dolor de estómago se subieron al estrado con unos timbales. Sin previo aviso los empezaron a golpear con majas de mortero. El susto que me llevé fue considerable. Señora, el ruido ese se podría conseguir golpeando con palos las cajas que empleamos para depositar los excrementos. El escándalo iba en aumento y, para empeorarlo, lo incrementó el llamado “cantante” lanzando una serie de berridos que hicieron furor entre la masa. Saltaban como ratas a las que se hubiera metido pasta de guindilla molida con meados en los ojos. Yo estaba con la boca abierta, incapaz de escuchar mis propios pensamientos, cuando me cogieron entre varios echando espumarajos, me subieron al escenario y me tiraron desde allí, cayendo en manos de aquellos vociferantes alienados escapados de una pesadilla. ¡No te rías Princesa! Repitieron la operación tantas veces que perdí la cuenta.
»Algo abominable Princesa. ¡Y llaman a eso música! Se trata sin ningún lugar a dudas de un ritual minuciosamente pensado para desintegrar los sesos de cualquiera. Cuando todo acabó..., montones de cuerpos desparramados, cuencos vertidos, olor a orín y un zumbido en los oídos que aún no se me ha quitado. Me despertó un enorme cerdo de cabeza blanca que se había empezado a comer mi canosa melena. Luchamos a brazo partido, ¡no te rías jefa!»...
— Parece que encontraste la horma de tu zapato Lu Tao.
— Tuve un percance luego. Cuando me levantaba, molido por el vapuleo, enfadado por la batalla con el cerdo, me crucé con unos jóvenes patricios bien alimentados. Uno de ellos hacía prácticas con la daga clavándola sobre el banco comunal, al cual le estaba abriendo un gran agujero. Ya sabéis que tal cosa no debe de hacerse con los muebles de la comuna, así que me acerqué por detrás y le di un suave capón en la nuca para corregirlo. Cuando recobró el conocimiento, el joven se levantó del suelo como una fiera, y en lugar de inclinarse ante mí con respeto, intentó agredirme. Ni reverencia a los ancianos ni nada... La juventud degenera señora, tal vez ni siquiera exista. Tuve que correr bastante hasta que Tigresa Lady Wu intervino, salvándome con ello la vida, tal vez, porque aquel muchacho tan bien educado decía cosas espantosas.
— ¿Hablaste con ella? ¿Cómo es?
— Es una mujer joven, no llega a los treinta años, de augusta presencia, escoltada por seis amigas procaces y deslenguadas que criticaron mi aspecto. Me preguntó que quién era, que a dónde iba, cosas así. Yo me centré en su programa político. Quieren la independencia de Guanpon, como todos, y establecer una República bajo los principios del Comunismo Hidráulico. Le señalé que ese sistema era similar al de Quon, solo que sin Imperio, a lo que me contestó que estaban reinventando la identidad guanponesa.
— ¿Cómo? ¿Qué quiere decir eso?
— Ni el Cielo lo sabe señora:
«Resulta que hay una serie de costumbres guanponesas que consideran retrógradas y atrasadas, como las fiestas tradicionales. Nada de cencerros, nada de baile con mesas camillas. Eso queda fuera de Guanpon. »El cerdo de cabeza blanca sí es aceptable, y de hecho varios jóvenes llevaban una especie de piara como acompañantes. Muy molesto tanto cerdo insolente.
»También rechazan las creencias espiritistas de los ascetas quonistas, que ya sabéis que se están extendiendo con rapidez, prefiriendo con ello el ateísmo quinista.
» Aceptan, en cambio, los principios del Comunismo Hidráulico quonista, afirmando que ni la tierra ni el agua pueden ser propiedad de particulares, sino de la colectividad. Eso lo hacen para marcar la diferencia con Quin, donde la tierra es propiedad de la comuna aldeana y el agua un bien libre a disposición de cualquiera.
» Quieren, además, una sociedad en la que el pueblo participe en la gestión política de los asuntos del Estado, que eso es nuevo.
» A esos tres principios de ateísmo quinista, comunismo quonista y participación pública, lo llaman identidad guanponesa.
»En definitiva, Tigresa Lady Wu y su Agrupación del Tiburón de Jade sientan las bases de una sociedad revolucionaria, señora.
» Cuando le planteé a la dama contradicciones irresolubles, se sintió disgustada. En concreto le recité la conocida respuesta del intelectual Jua Yun Ti, del octavo milenio, al guardabosque Tu, cuando le preguntó que qué era el pueblo, y si puede haber gobierno un gobierno del pueblo:
» La dama me respondió con ira que ser de Guanpon era ser de Guanpon, que Guanpon era Guanpon, y que un guanponés no tenía por qué meterse en más honduras. La dama se te asemeja Ho Sa Nian. Una pobreza teórica impresionante, una ignorancia oceánica, en suma. Tanta como la de tu sistema, me temo. Muy triste. Aunque, eso sí, tú tienes más carrete. Me despedí haciendo reverencias y pidiendo disculpas por mi torpeza y aquí estoy»El pueblo es la población sin gobierno. Allí donde el pueblo manda, no hay gobierno; allí donde el pueblo dirige, no hay gobierno; allí donde el pueblo dispone, no hay gobierno. Donde hay un gobierno, no manda el pueblo, sino el gobierno. Donde los mandatarios mandan, el pueblo obedece. Quien aspira al gobierno, es el enemigo del pueblo.
La princesa fumaba lentamente... Con rostro hiératico, imperturbable. De repente, un alarido inhumano recorre el matorral helándoles la sangre. Los perros ladran. Los cerdos gruñen. Lu Tao da un salto y se sube en los brazos de su jefa buscando refugio.
— ¡Qué susto! ¡No gana uno para sustos!...
— ¡Por el Cielo! ¿Qué ha sido eso Lu Tao! ¡Alguien acaba de morir de una manera espantosa!
— [Más tranquilo]... No me lo parece Princesa... Qué tontería. Como te comenté, Jormungand había visto soldados y habrá hecho con alguno alguna guarrada. Yo ya le tengo dicho que «eso» la primera vez tiene que doler, pero él insiste en lo del «placer garantizado»... Lo ves Ho Sa Nian, por ahí suena el cuerno [recupera su asiento]. ¿De qué hablábamos?
Ho Sa Nian retorna a su serena compostura.
— Tendremos que perseguir a la Agrupación del Tiburón de Jade, me temo.
— Una cigarra hambrienta perseguía a una hormiga. Estaba tan distraída que llegó un pájaro y se la comió. Una becada intentó comerse a una ostra, la ostra la cogió fuertemente por el pico. La becada esperaba que el sol matase a la ostra para sacar el pico, y la ostra que la pleamar ahogase a la becada para abrirse. Pasaron las horas, pasó un pescador, cogió a la ostra y a la becada y se las comió.
— ¿Qué es una becada?
— Una hermosa ave de pico largo señora. Se me olvidaba decirte que hablé con el Jefe de Correos, y me comentó que si quería ganarme un dinero, tu celeste primo Wuan Chu había puesto a precio tu cabeza aprovechando tu misteriosa ausencia. Al parecer has sido vista en varias provincias a la vez, y se murmura que cabalgas en un dragón de bambú. Por supuesto, todo esto es muy secreto, lo cual dice mucho de la discrección de tus servidores.
— Qué contrariedad... ¿Puede tener éxito la Sociedad del Tiburón de Jade, Lu Tao?
— En política cualquier engendro es posible. Pero no creo. Ese estruendo de sus conciertos hará que cualquier campesino huya como de una reunión de consuegras que buscan nombre al primogénito no nato. Me parece que esa es la clave.
Última edición por TAO el 18 Jun 2007, 19:10, editado 1 vez en total.
¿Ocho razas o ninguna?
Hora de la siesta en el matorral. Jormungand persigue mariposas y lanza el palo para que lo recoja el cerdo de cabeza blanca que ha adoptado. Lu Tao dormita. La princesa, inquieta, maquina sin cesar.
— Lu Tao ¿Estás dormido?... ¡Despierta!
— ¿Qué quieres Luz del Poniente? ¿Flores? ¿Té? ¿Te busco algún hierbajo?
— No dejo de pensar en lo que me dijiste del pequinés negro y del blanco que eran de la misma raza... [Nota del traductor: ver segundo relato de esta segunda página].
— Jefa, me sorprendes, es la hora de la siesta, y la verdad...
— Me encuentro sumida en un mar de turbaciones. Un pequinés negro y uno blanco son perros de la misma raza. Pero un labrador y un pequinés son de diferentes razas. ¿No sucede lo mismo con un britano y un chino?
Lu Tao suspira, se incorpora y responde pacientemente.
— Señora, después de comer mi ración de chu, esas preguntas se me hacen muy pesadas.
— Lu Tao, esa no es una respuesta aceptable. Tú me dijiste que las razas no existían y me señalaste que el color del pelo no marca a una misma raza de perros. Pero existen muy diversas razas de perros.
— Ay señora. Que existan razas de perros no quiere decir que existan razas de humanos. Verás, el Mayoral de Caballerías de tus cuadras, el Maestro Kuo, afirma que para que un caballo pueda ser clasificado como de una raza diferente a otro, tiene que cumplir tres condiciones objetivas que yo afirmo han de cumplirse también para los humanos: primero, ese humano ha de tener características diferenciadoras respecto a otras razas. Por ejemplo, el color de los ojos no te sirve, porque encuentras personas de ojos marrones entre los de Quon, los de Quin, o el mismo britano tiene ojos marrones. La piel tampoco, porque aparecen tonalidades de todo tipo entre padres e hijos, y así con todo lo que se te ocurra; en segundo lugar, tienen que ser características que se perpetúen por la herencia. Por ejemplo, no existe la raza de los enanos, porque de dos enanos pueden salir hijos de tamaño normal. No existe la raza de los narices pequeñas, porque de ellos salen también hijos de nariz grande; y tercero, esas características tienen que poderse describir de manera que no haya equívocos. Por ejemplo, no sirve para describir a una raza el afirmar que posee una «bella estampa». Ahora busca un grupo humano que cumpla esas tres condiciones y déjame dormir en paz.
— La verdad, Lu Tao, tendría que pensar en ello. Siempre se ha hablado de razas, de las diferencias entre unas razas y otras, así que el que esas diferencias las niegues me parece muy chocante.
— No te digo que no haya diferencias infinitas entre dos personas cualesquiera, lo mismo que hay infinitas similitudes. Lo que te sugiero, es que no hay razas. Como ya te dije, tienes que procurar que una hoja no te impida ver la montaña. Tienes ir más allá de la apariencia. Te pongo otro ejemplo: en la guerra has comprobado que la sangre derramada por dos humanos es idéntica en apariencia. Sin embargo, el médico militar de tu padre, Ci Ko, ha demostrado que existen ocho tipos de sangre humana, que Ci Ko clasifica de «altruístas» a «egoístas» pasando por las «equitativas». Deberías prestar más atención a ese hombre ya que pretende desarrollar una técnica que permita introducir sangre de una persona sana a un soldado herido, y así evitar que muera de hemorragia...
— Eso parece imposible. Conozco sus estudios sobre la sangre, las diferencias que existen entre unas y otras, y los esfuerzos que realiza para extraer del pulmón de las vacas y del veneno de serpiente sustancias que la conserven... Pero traspasar sangre de unos humanos a otros no veo cómo podría realizarse...
— Tú médico está en tratos con tu herrero. No sé qué fabrican... En resumen, tu cirujano militar ha demostrado que hay ocho tipos de sangre, y que unas pueden ser mezcladas y otras no. Esos ocho tipos de sangre los ha encontrado en todos los humanos que ha estudiado de todas las partes del mundo conocido. Sean blancos o morenos, de ojos azules o negros. Ahora te pregunto princesa... ¿Demuestran los ocho tipos de sangre que hay ocho razas diferentes en Quin?
— No. No tiene nada que ver... Los quinistas no tenemos ocho razas diferentes... Somos una sola raza.
— ¿Por qué?
— Porque esa diferencia no es evidente. No sirve para diferenciar porque no la vemos. Solo la detecta un erudito, no la ve el pueblo. La raza es algo que sirve para clasificar, para diferenciar a los nuestros de los que no lo son.
— Entonces, Princesa, si para que haya raza tiene que haber evidencia, basta con que todos nos cubramos de pies a cabeza con un sayal para que desaparezcan las razas. ¡Que no existen te digo! Piensa ahora por qué te fijas en unas diferencias y no en otras, y por qué evitas los rasgos compartidos. Ahora déjame dormir la siesta y continúa con tus absurdas meditaciones, o contempla mejor cómo Jormungand entrena a su cerdo. Es notable contemplar cómo anda sobre sus patas traseras.
— Lu Tao, me irritas. Conseguirías demostrar que una gallina es igual a un humano.
— Es muy probable que las gallinas sean parientes nuestros.Como dijo el sabio Lao Tzú:
Hora de la siesta en el matorral. Jormungand persigue mariposas y lanza el palo para que lo recoja el cerdo de cabeza blanca que ha adoptado. Lu Tao dormita. La princesa, inquieta, maquina sin cesar.
— Lu Tao ¿Estás dormido?... ¡Despierta!
— ¿Qué quieres Luz del Poniente? ¿Flores? ¿Té? ¿Te busco algún hierbajo?
— No dejo de pensar en lo que me dijiste del pequinés negro y del blanco que eran de la misma raza... [Nota del traductor: ver segundo relato de esta segunda página].
— Jefa, me sorprendes, es la hora de la siesta, y la verdad...
— Me encuentro sumida en un mar de turbaciones. Un pequinés negro y uno blanco son perros de la misma raza. Pero un labrador y un pequinés son de diferentes razas. ¿No sucede lo mismo con un britano y un chino?
Lu Tao suspira, se incorpora y responde pacientemente.
— Señora, después de comer mi ración de chu, esas preguntas se me hacen muy pesadas.
— Lu Tao, esa no es una respuesta aceptable. Tú me dijiste que las razas no existían y me señalaste que el color del pelo no marca a una misma raza de perros. Pero existen muy diversas razas de perros.
— Ay señora. Que existan razas de perros no quiere decir que existan razas de humanos. Verás, el Mayoral de Caballerías de tus cuadras, el Maestro Kuo, afirma que para que un caballo pueda ser clasificado como de una raza diferente a otro, tiene que cumplir tres condiciones objetivas que yo afirmo han de cumplirse también para los humanos: primero, ese humano ha de tener características diferenciadoras respecto a otras razas. Por ejemplo, el color de los ojos no te sirve, porque encuentras personas de ojos marrones entre los de Quon, los de Quin, o el mismo britano tiene ojos marrones. La piel tampoco, porque aparecen tonalidades de todo tipo entre padres e hijos, y así con todo lo que se te ocurra; en segundo lugar, tienen que ser características que se perpetúen por la herencia. Por ejemplo, no existe la raza de los enanos, porque de dos enanos pueden salir hijos de tamaño normal. No existe la raza de los narices pequeñas, porque de ellos salen también hijos de nariz grande; y tercero, esas características tienen que poderse describir de manera que no haya equívocos. Por ejemplo, no sirve para describir a una raza el afirmar que posee una «bella estampa». Ahora busca un grupo humano que cumpla esas tres condiciones y déjame dormir en paz.
— La verdad, Lu Tao, tendría que pensar en ello. Siempre se ha hablado de razas, de las diferencias entre unas razas y otras, así que el que esas diferencias las niegues me parece muy chocante.
— No te digo que no haya diferencias infinitas entre dos personas cualesquiera, lo mismo que hay infinitas similitudes. Lo que te sugiero, es que no hay razas. Como ya te dije, tienes que procurar que una hoja no te impida ver la montaña. Tienes ir más allá de la apariencia. Te pongo otro ejemplo: en la guerra has comprobado que la sangre derramada por dos humanos es idéntica en apariencia. Sin embargo, el médico militar de tu padre, Ci Ko, ha demostrado que existen ocho tipos de sangre humana, que Ci Ko clasifica de «altruístas» a «egoístas» pasando por las «equitativas». Deberías prestar más atención a ese hombre ya que pretende desarrollar una técnica que permita introducir sangre de una persona sana a un soldado herido, y así evitar que muera de hemorragia...
— Eso parece imposible. Conozco sus estudios sobre la sangre, las diferencias que existen entre unas y otras, y los esfuerzos que realiza para extraer del pulmón de las vacas y del veneno de serpiente sustancias que la conserven... Pero traspasar sangre de unos humanos a otros no veo cómo podría realizarse...
— Tú médico está en tratos con tu herrero. No sé qué fabrican... En resumen, tu cirujano militar ha demostrado que hay ocho tipos de sangre, y que unas pueden ser mezcladas y otras no. Esos ocho tipos de sangre los ha encontrado en todos los humanos que ha estudiado de todas las partes del mundo conocido. Sean blancos o morenos, de ojos azules o negros. Ahora te pregunto princesa... ¿Demuestran los ocho tipos de sangre que hay ocho razas diferentes en Quin?
— No. No tiene nada que ver... Los quinistas no tenemos ocho razas diferentes... Somos una sola raza.
— ¿Por qué?
— Porque esa diferencia no es evidente. No sirve para diferenciar porque no la vemos. Solo la detecta un erudito, no la ve el pueblo. La raza es algo que sirve para clasificar, para diferenciar a los nuestros de los que no lo son.
— Entonces, Princesa, si para que haya raza tiene que haber evidencia, basta con que todos nos cubramos de pies a cabeza con un sayal para que desaparezcan las razas. ¡Que no existen te digo! Piensa ahora por qué te fijas en unas diferencias y no en otras, y por qué evitas los rasgos compartidos. Ahora déjame dormir la siesta y continúa con tus absurdas meditaciones, o contempla mejor cómo Jormungand entrena a su cerdo. Es notable contemplar cómo anda sobre sus patas traseras.
— Lu Tao, me irritas. Conseguirías demostrar que una gallina es igual a un humano.
— Es muy probable que las gallinas sean parientes nuestros.Como dijo el sabio Lao Tzú:
Ahora, déjame dormir.Demasiado color ciega el ojo. Demasiado ruido ensordece el oido. Demasiado condimento embota el paladar. Demasiado jugar dispersa la mente. Demasiado deseo entristece el corazón. Demasiado hablar estropea la garganta. Camina para satisfacer las necesidades, no los sentidos. No preguntes si tienes la respuesta.
No se elige al burro por el color de su pelo
La Princesa Ho Sa Nian de Quin está llevando a cabo un viaje de incógnito bajo el seudónimo de Lady Chia. El objetivo —pletórico de peligros— consiste en investigar sobre el terreno los intentos de secesión que conmocionan la provincia Occidental de Guanpong. Lady Chia es acompañada por su músico jefe, Lu Tao, y por el ayudante y hombre de confianza de éste, el britano Jormungand. Totalmente metidos en su papel, para no despertar sospechas, se hacen pasar por artistas errantes.
En este mismo momento ofrecen una función a los lugareños de la minoría quinista de la Hacienda de Quin Pong. Mientras Lady Chia, con hiératica pose y monótona voz narra lo que sucede en el escenario, Jormungand y Lu Tao se enfrentan en duelo a muerte representando la lucha entre el Cielo y el Caos. Los puntapiés, bocados, revoleos, tirones de pelo y chillidos se suceden escandalosos, hasta que Lu Tao, mucho más pequeño que su adversario, lo derriba. El britano pide clemencia y el pueblo lanza susurros de aprobación mientras Lady Chia se incorpora afirmando que ella es la Luna. Gestos de alivio.
A continuación, Lady Chia explica que el britano va a realizar una demostración de las terribles costumbres de su innominado islote que se sitúa en la otra parte del mundo. Avisa que se trata de un espectáculo que no deben ver las personas de corazón delicado. Nadie se marcha, por supuesto.
Con gran destreza, el britano ordeña una cabra, llena un cuenco de leche, lo lleva a sus labios lentamente mientras el público lanza un gemido de horror..., y se bebe la leche de un trago. Exclamaciones de asombro cuando la venenosa bebida cae espesa de su barba y bigote. Él enseña sonriente su negra dentadura de dientes afilados en punta de flecha. El espectáculo es escalofriante pero, poco a poco, la muchedumbre se sobrepone y un fuerte aplauso recompensa el heroico sacrifico. Una lluvia de hortalizas premia a los audaces artistas. Tras recoger su recompensa, se adentran en el matorral para pasar la noche.
Al cabo de un par de horas, bien agazapados, ven pasar un sigiloso pelotón de soldados ataviados con coraza negra de cuero, anillas de cobre y pantalones atados a las rodillas. Van armados con lanzas ultraperforantes y escudos intraspasables. En sus cintos, llevan colgadas cabezas disecadas de los enemigos que han matado. Su aspecto es feroz e impresionante. El decurión que les dirige es nada menos que Black Whirlwind Li Kui... Cuando se alejan, Lu Tao toma la palabra.
— Son soldados regulares de Quon de etnia tai. Exploradores. Sus peores asesinos. Los sacan de las selvas del sur de su imperio... Señora, ¿por qué no volvemos ya a Palacio y nos dejamos de vagar por el matorral de una aldea a otra viendo los mismos horrores? ¿No tienes ya suficiente información? Manda a algún general con el ejército para limpiar estos bosques y démonos un baño caliente para acabar con los piojos...
— Son bien negros esos tai... ¿Te has fijado, Lu Tao, que mientras más oscura tiene un soldado la piel, más insensible es al dolor y más duro es en la lucha? Por el contrario los burócratas celestes, los intelectuales, los ascetas y los cortesanos de palacio, mientras más blancos son, son más inteligentes.
— Princesa, como siempre, te aconsejo que no intentes coger la luna en el agua.
— ¿No existe acaso una relación?
— Se pueden buscar muchas otras relaciones evidentes. Te propongo este ejemplo: hay quien afirma que mientras más grande es el cerebro, se es más inteligente. Pero a la vista está que tú tienes la cabeza pequeña, tienes poco cerebro, y eres más inteligente que tus altos y cabezudos guardias imperiales, a los cuales les sobran la mitad de los sesos ya que no los emplean. Los elefantes de tu ejército tienen grandes cerebros, ¿y de qué les sirven ante sus carnacs? Para el caso del color, afirmar que el color da fuerza o sabiduría, es como pretender aplacar el hambre pintando pasteles. El campesino elige al burro por su musculatura, no porque sea negro.
— Si eso es así, ¿a qué puede deberse que los tai sean grandes y fieros guerreros? De ese pueblo salen las fuerzas de choque de Quon.
— Nadie nace malvado Princesa. Es el hábito el que en la vida forma nuestra segunda naturaleza.
— ¿Existen dos naturalezas en nosotros? ¿Acaso uno no es siempre eternamente igual a sí mismo?
— Cuando venimos al mundo llegamos con un carácter y un cuerpo que es nuestra primera naturaleza. Esa primera naturaleza nos da el rostro, el color del pelo, el carácter, la fuerza física, la inteligencia propia, ser macho o hembra... Pero nuestros padres, nuestra aldea, nuestras circunstancias, hacen que esas cualidades se desarrollen en un sentido o en otro, más o menos, mejor o peor. Esa es la segunda naturaleza. Los tai han encontrado en el ejército una industria y un modo de vida. Desde que nacen sus niños, los preparan para ser militares. Reciben entrenamiento, ahorran para la coraza... Es normal que si se pasan la vida manejando la lanza sean buenos lanceros. Lo mismo que es normal que los niños de la costa de Quin acaben siendo buenos marineros y pescadores, ya que se pasan la vida navegando con sus padres.
— ¡Entonces está claro que formamos pueblos distintos, diferentes, con culturas disímiles!
— ¡Otra vez con eso! ¿Y qué? ¿Qué más da Princesa? La guerra que viene, ¿es por la diferencia de costumbres, o hay otros motivos? Robar ganado, saquear cosechas, cobrar impuestos, cosas así... ¿Se trata de opresión nacional, o de puro bandolerismo?
— Se trata de que al pueblo no le gusta una dominación extranjera.
— Claro, es mucho mejor sufrir la dominación foránea. Que el burócrata celeste que pasea en palanquín dando las órdenes sea tu paisano, proporciona placer... ¡Cómo no me di cuenta antes!
La princesa Ho Sa Nian, no contestó. Cargó su pipa y comenzó a fumar muy satisfecha de la irritación conseguida en su subordinado. Lu Tao, visiblemente molesto por la terquedad de su jefa, preparó el té murmurando por lo bajini sobre la imbecilidad y engreimiento de la clase mandataria, y lo sirvió, espumoso, aromático y burbujeante. Cuando Ho Sa Nian vio que el britano Jormungand sacaba leche de una calabaza y añadía unas gotas a su bebida, se sintió horrorizada.
— ¡Le echa LECHE tibia al TÉ!
Lu Tao la tranquilizó.
— Erasñí Ho Sa Nian, como ya chanas la beda asquerosa de jamar beripí es habitual de esos burjachiqués. Apuchelan en el butrón de la ignorancia Erasñí. Tal vez debisarías invadiros para diñaros li. No te jiba la opresión extranjera...
— ¿Qué dices bestia innoble? ¡Háblame en chino!
— Que les declares la guerra a los britanos por manchar con leche el té, Estrella del Acantilado. Una guerra cultural, podríamos decir. ¿Por qué no Ho Sa Nian? Si sigues razonando así acabarás descubriendo matanzas vitales, violaciones compasivas y saqueos altruístas.
— Lu Tao... Ya hablaré yo contigo cuando volvamos a Palacio.
La Princesa Ho Sa Nian de Quin está llevando a cabo un viaje de incógnito bajo el seudónimo de Lady Chia. El objetivo —pletórico de peligros— consiste en investigar sobre el terreno los intentos de secesión que conmocionan la provincia Occidental de Guanpong. Lady Chia es acompañada por su músico jefe, Lu Tao, y por el ayudante y hombre de confianza de éste, el britano Jormungand. Totalmente metidos en su papel, para no despertar sospechas, se hacen pasar por artistas errantes.
En este mismo momento ofrecen una función a los lugareños de la minoría quinista de la Hacienda de Quin Pong. Mientras Lady Chia, con hiératica pose y monótona voz narra lo que sucede en el escenario, Jormungand y Lu Tao se enfrentan en duelo a muerte representando la lucha entre el Cielo y el Caos. Los puntapiés, bocados, revoleos, tirones de pelo y chillidos se suceden escandalosos, hasta que Lu Tao, mucho más pequeño que su adversario, lo derriba. El britano pide clemencia y el pueblo lanza susurros de aprobación mientras Lady Chia se incorpora afirmando que ella es la Luna. Gestos de alivio.
A continuación, Lady Chia explica que el britano va a realizar una demostración de las terribles costumbres de su innominado islote que se sitúa en la otra parte del mundo. Avisa que se trata de un espectáculo que no deben ver las personas de corazón delicado. Nadie se marcha, por supuesto.
Con gran destreza, el britano ordeña una cabra, llena un cuenco de leche, lo lleva a sus labios lentamente mientras el público lanza un gemido de horror..., y se bebe la leche de un trago. Exclamaciones de asombro cuando la venenosa bebida cae espesa de su barba y bigote. Él enseña sonriente su negra dentadura de dientes afilados en punta de flecha. El espectáculo es escalofriante pero, poco a poco, la muchedumbre se sobrepone y un fuerte aplauso recompensa el heroico sacrifico. Una lluvia de hortalizas premia a los audaces artistas. Tras recoger su recompensa, se adentran en el matorral para pasar la noche.
Al cabo de un par de horas, bien agazapados, ven pasar un sigiloso pelotón de soldados ataviados con coraza negra de cuero, anillas de cobre y pantalones atados a las rodillas. Van armados con lanzas ultraperforantes y escudos intraspasables. En sus cintos, llevan colgadas cabezas disecadas de los enemigos que han matado. Su aspecto es feroz e impresionante. El decurión que les dirige es nada menos que Black Whirlwind Li Kui... Cuando se alejan, Lu Tao toma la palabra.
— Son soldados regulares de Quon de etnia tai. Exploradores. Sus peores asesinos. Los sacan de las selvas del sur de su imperio... Señora, ¿por qué no volvemos ya a Palacio y nos dejamos de vagar por el matorral de una aldea a otra viendo los mismos horrores? ¿No tienes ya suficiente información? Manda a algún general con el ejército para limpiar estos bosques y démonos un baño caliente para acabar con los piojos...
— Son bien negros esos tai... ¿Te has fijado, Lu Tao, que mientras más oscura tiene un soldado la piel, más insensible es al dolor y más duro es en la lucha? Por el contrario los burócratas celestes, los intelectuales, los ascetas y los cortesanos de palacio, mientras más blancos son, son más inteligentes.
— Princesa, como siempre, te aconsejo que no intentes coger la luna en el agua.
— ¿No existe acaso una relación?
— Se pueden buscar muchas otras relaciones evidentes. Te propongo este ejemplo: hay quien afirma que mientras más grande es el cerebro, se es más inteligente. Pero a la vista está que tú tienes la cabeza pequeña, tienes poco cerebro, y eres más inteligente que tus altos y cabezudos guardias imperiales, a los cuales les sobran la mitad de los sesos ya que no los emplean. Los elefantes de tu ejército tienen grandes cerebros, ¿y de qué les sirven ante sus carnacs? Para el caso del color, afirmar que el color da fuerza o sabiduría, es como pretender aplacar el hambre pintando pasteles. El campesino elige al burro por su musculatura, no porque sea negro.
— Si eso es así, ¿a qué puede deberse que los tai sean grandes y fieros guerreros? De ese pueblo salen las fuerzas de choque de Quon.
— Nadie nace malvado Princesa. Es el hábito el que en la vida forma nuestra segunda naturaleza.
— ¿Existen dos naturalezas en nosotros? ¿Acaso uno no es siempre eternamente igual a sí mismo?
— Cuando venimos al mundo llegamos con un carácter y un cuerpo que es nuestra primera naturaleza. Esa primera naturaleza nos da el rostro, el color del pelo, el carácter, la fuerza física, la inteligencia propia, ser macho o hembra... Pero nuestros padres, nuestra aldea, nuestras circunstancias, hacen que esas cualidades se desarrollen en un sentido o en otro, más o menos, mejor o peor. Esa es la segunda naturaleza. Los tai han encontrado en el ejército una industria y un modo de vida. Desde que nacen sus niños, los preparan para ser militares. Reciben entrenamiento, ahorran para la coraza... Es normal que si se pasan la vida manejando la lanza sean buenos lanceros. Lo mismo que es normal que los niños de la costa de Quin acaben siendo buenos marineros y pescadores, ya que se pasan la vida navegando con sus padres.
— ¡Entonces está claro que formamos pueblos distintos, diferentes, con culturas disímiles!
— ¡Otra vez con eso! ¿Y qué? ¿Qué más da Princesa? La guerra que viene, ¿es por la diferencia de costumbres, o hay otros motivos? Robar ganado, saquear cosechas, cobrar impuestos, cosas así... ¿Se trata de opresión nacional, o de puro bandolerismo?
— Se trata de que al pueblo no le gusta una dominación extranjera.
— Claro, es mucho mejor sufrir la dominación foránea. Que el burócrata celeste que pasea en palanquín dando las órdenes sea tu paisano, proporciona placer... ¡Cómo no me di cuenta antes!
La princesa Ho Sa Nian, no contestó. Cargó su pipa y comenzó a fumar muy satisfecha de la irritación conseguida en su subordinado. Lu Tao, visiblemente molesto por la terquedad de su jefa, preparó el té murmurando por lo bajini sobre la imbecilidad y engreimiento de la clase mandataria, y lo sirvió, espumoso, aromático y burbujeante. Cuando Ho Sa Nian vio que el britano Jormungand sacaba leche de una calabaza y añadía unas gotas a su bebida, se sintió horrorizada.
— ¡Le echa LECHE tibia al TÉ!
Lu Tao la tranquilizó.
— Erasñí Ho Sa Nian, como ya chanas la beda asquerosa de jamar beripí es habitual de esos burjachiqués. Apuchelan en el butrón de la ignorancia Erasñí. Tal vez debisarías invadiros para diñaros li. No te jiba la opresión extranjera...
— ¿Qué dices bestia innoble? ¡Háblame en chino!
— Que les declares la guerra a los britanos por manchar con leche el té, Estrella del Acantilado. Una guerra cultural, podríamos decir. ¿Por qué no Ho Sa Nian? Si sigues razonando así acabarás descubriendo matanzas vitales, violaciones compasivas y saqueos altruístas.
— Lu Tao... Ya hablaré yo contigo cuando volvamos a Palacio.
Mientras más fuerte el caballo, más te alejas del sur
La guerra ha estallado. Por los campos, por los cerros, por los bosques, los guerreros de Guanpon van esparciendo la semilla de la rebelión. El desencadenante, la ejecución sin pruebas de ocho estudiantes acusados de profanar la tumba de un antepasado de Quin. La Compañía de la Luz Blanca, formada por Lady Chia, Jormungand y Lu Tao, asiste impasible a los acontecimientos desde lo alto del cerro de Qu’e. Al fondo se divisa un campamento de tropas de Quin, y a un kilómetro en la linde del bosque, un grupo de quince rebeldes, armados con cascos tricornios, escudos impenetrables y lanzas que todo lo perforan. Uno de ellos les está echando la arenga. Es joven, calvo, con coleta, se mueve mucho y golpea al caballo para dar más énfasis a sus palabras. De golpe, el animal echa a correr a todo galope en dirección al campamento quinista. El jinete va gritando a su montura: «¡detente bicho inmundo!». No obstante, el equino incrementa su velocidad e irrumpe entre las tiendas enemigas. Los soldados, alarmados por el estrépito, salen, le atacan, atraviesan el escudo, rompen las lanzas, cae al suelo y allí le matan, le decapitan y clavan la cabeza en una estaca. El caballo ha seguido corriendo hasta perderse de vista, y los camaradas del muerto se adentran en el bosque.
— Mala suerte —comenta Lu Tao—. El primer día de gloria y le trocean. Esos escudos impenetrables no parecen de buena calidad. Ya sabemos que no hay que dar golpes al caballo mientras hablas a la tropa.
— Qué triste ha sido la muerte de ese joven Lu Tao.
— Por lo menos nos ha entretenido. Dará tema para un montón de canciones. El joven guanponés que atacó en solitario a un escuadrón de guardias imperiales...
— ¿Cómo puedes ser tan cínico Lu Tao? ¿Te divierte la muerte de ese joven?
— Señora, todo este lío es de tu responsabilidad e incumbencia. Eres la jefa del Gobierno. La ejecución de los estudiantes la han ordenado tus jueces, el asesinato de ese joven tus tropas, los presos son custodiados por tus cancerberos y los cerdos de cabeza blanca no pueden pasear libres por las calles. La verdad Ho Sa Nian, todos estos años he sido lo más parecido que has tenido a un amigo, pero empiezo a sentirme muy incómodo a tu lado. Esa muerte no la ha producido ni un tornado ni un tigre. Esos tipos de falditas rojas son tus hombres. Señora. Si quieres que soporte esta situación sin abandonarte, déjame reírme al menos.
— ¡Pero es mi responsabilidad mantener la unidad del reino!
— ¿Y merece la unidad del reino la pérdida de una sola vida?. Recuérdalo: un nacionalista sólo puede verse en el espejo de otro nacionalismo. Mientras más afiances tu unidad, más fuerte les harás a ellos. Mientras más evidente sea tu identidad, más definirás la suya. Mientras más tontos sean ellos con sus pequeños e inocentes sabotajes, con sus asesinatos de andar por casa, más estúpida, brutal y despiadada te volverás tú. Si no te derrotan, tú les exterminarás porque eres peor que ellos.
— ¡Cómo puedes hablar así! ¡Mi mayor deseo es la paz!
— Había un hombre que quería viajar al reino de Zuan, situado al sur. Tomó su carro, su caballo y su dinero y se dirigió hacia el norte. La gente le decía: «vas al norte». Él respondía: «tengo buenos caballos». Le seguían advirtiendo: «vas al norte». Y él contestaba: «mi carro es excelente». Seguían insistiéndole: «vas al norte». Y él sonriendo explicaba: «no importa, tengo mucho dinero». Fue el tonto del pueblo el que le señaló que mientras más fuertes sus caballos, mientras mejor hecho su carro, mientras más dinero en su bolsa, más se alejaría del sur.
Ho Sa Nian, furiosa, fumando su pipa, dio media vuelta y se dirigió al Oeste.
La guerra ha estallado. Por los campos, por los cerros, por los bosques, los guerreros de Guanpon van esparciendo la semilla de la rebelión. El desencadenante, la ejecución sin pruebas de ocho estudiantes acusados de profanar la tumba de un antepasado de Quin. La Compañía de la Luz Blanca, formada por Lady Chia, Jormungand y Lu Tao, asiste impasible a los acontecimientos desde lo alto del cerro de Qu’e. Al fondo se divisa un campamento de tropas de Quin, y a un kilómetro en la linde del bosque, un grupo de quince rebeldes, armados con cascos tricornios, escudos impenetrables y lanzas que todo lo perforan. Uno de ellos les está echando la arenga. Es joven, calvo, con coleta, se mueve mucho y golpea al caballo para dar más énfasis a sus palabras. De golpe, el animal echa a correr a todo galope en dirección al campamento quinista. El jinete va gritando a su montura: «¡detente bicho inmundo!». No obstante, el equino incrementa su velocidad e irrumpe entre las tiendas enemigas. Los soldados, alarmados por el estrépito, salen, le atacan, atraviesan el escudo, rompen las lanzas, cae al suelo y allí le matan, le decapitan y clavan la cabeza en una estaca. El caballo ha seguido corriendo hasta perderse de vista, y los camaradas del muerto se adentran en el bosque.
— Mala suerte —comenta Lu Tao—. El primer día de gloria y le trocean. Esos escudos impenetrables no parecen de buena calidad. Ya sabemos que no hay que dar golpes al caballo mientras hablas a la tropa.
— Qué triste ha sido la muerte de ese joven Lu Tao.
— Por lo menos nos ha entretenido. Dará tema para un montón de canciones. El joven guanponés que atacó en solitario a un escuadrón de guardias imperiales...
— ¿Cómo puedes ser tan cínico Lu Tao? ¿Te divierte la muerte de ese joven?
— Señora, todo este lío es de tu responsabilidad e incumbencia. Eres la jefa del Gobierno. La ejecución de los estudiantes la han ordenado tus jueces, el asesinato de ese joven tus tropas, los presos son custodiados por tus cancerberos y los cerdos de cabeza blanca no pueden pasear libres por las calles. La verdad Ho Sa Nian, todos estos años he sido lo más parecido que has tenido a un amigo, pero empiezo a sentirme muy incómodo a tu lado. Esa muerte no la ha producido ni un tornado ni un tigre. Esos tipos de falditas rojas son tus hombres. Señora. Si quieres que soporte esta situación sin abandonarte, déjame reírme al menos.
— ¡Pero es mi responsabilidad mantener la unidad del reino!
— ¿Y merece la unidad del reino la pérdida de una sola vida?. Recuérdalo: un nacionalista sólo puede verse en el espejo de otro nacionalismo. Mientras más afiances tu unidad, más fuerte les harás a ellos. Mientras más evidente sea tu identidad, más definirás la suya. Mientras más tontos sean ellos con sus pequeños e inocentes sabotajes, con sus asesinatos de andar por casa, más estúpida, brutal y despiadada te volverás tú. Si no te derrotan, tú les exterminarás porque eres peor que ellos.
— ¡Cómo puedes hablar así! ¡Mi mayor deseo es la paz!
— Había un hombre que quería viajar al reino de Zuan, situado al sur. Tomó su carro, su caballo y su dinero y se dirigió hacia el norte. La gente le decía: «vas al norte». Él respondía: «tengo buenos caballos». Le seguían advirtiendo: «vas al norte». Y él contestaba: «mi carro es excelente». Seguían insistiéndole: «vas al norte». Y él sonriendo explicaba: «no importa, tengo mucho dinero». Fue el tonto del pueblo el que le señaló que mientras más fuertes sus caballos, mientras mejor hecho su carro, mientras más dinero en su bolsa, más se alejaría del sur.
Ho Sa Nian, furiosa, fumando su pipa, dio media vuelta y se dirigió al Oeste.
- lo carraco
- Mensajes: 287
- Registrado: 08 Dic 2005, 13:36
- Ubicación: la tierra
-
- Mensajes: 253
- Registrado: 12 Feb 2007, 22:01
- Ubicación: Mallorca
El problema de la identificación.
Mientras Lu Tao tensa su hu chin, y Jormungand intenta amaestrar piojos a la hora de la siesta, la Princesa Ho Sa Nian, aburrida en el medio del Páramo Maldito, a la sombra de un arbusto raquítico, interroga a su músico jefe.
— Dime Lu Tao, ¿por qué despiertan los cerdos de cabeza blanca tanta emoción en el pueblo de Guanpon? ¿No te parece realmente estúpido venerar a un cerdo?
— Ciertamente princesa, la veneración del cerdo de cabeza blanca es tan estúpida como la veneración que se hace a tu augusto padre el emperador en Quin, que cada vez que se le nombra...
— ¡Lu Tao!
— En realidad la función que ejercen ambas figuras es la misma. Todo parte del problema de la identificación. Apártate Princesa, no sea que salte la cuerda del hu chin y te deje tuerta...
— Explícate Lu Tao. Qué problema es ese que nunca he escuchado mencionar.
— Sabemos que todo es producto del Cielo, que guía sin voluntad, que ve siendo ciego, que actúa sin manos sometido a sus propias leyes, nacidas del Caos. La naturaleza carece de conciencia. Por casualidad, nosotros la poseemos. Por eso no sabemos qué somos, pero sabemos que todo carece de sentido...
— Entiendo Lu Tao.
— ¿En serio? ¿Entiendes? ¿Me he llevado más de veinte años pensando en ello y tú lo entiendes? Eso es indignante Princesa...
— Lu Tao, no soy una estúpida como bien sabes. Continúa.
— La cuestión es, jefa mía, que de esa ignorancia parte nuestro deseo de ser algo. Queremos descubrir qué somos, pero en lugar de averiguarlo, dada la complejidad de la pregunta y lo insondable de nuestra estupidez, creamos un fantasma, una quimera como las que esparcen los predicadores de Quon, y nos identificamos con algo a lo que atribuimos un ser colectivo. Nuestra naturaleza anhela ser algo más de lo que ya es, quiere salir de la insignificancia de su unidad, y crea un símbolo en el que deposita ese anhelo de superación. Puede ser un cerdo, un calamar, un estandarte o el nombre de tu padre.
— Ciertamente es curioso tu planteamiento.
— Ese símbolo es algo a lo que dotamos de significado arbitrario. El chu es un calamar prensado, pero en manos de tus intelectuales se ha convertido en el alma del pueblo de Quin. Una vez creado el símbolo, el pueblo solo tiene que identificarse con él para convertirse en un rebaño. Y los rebaños están cayendo en manos del mandatario. Como bien sabes, los gobernantes son aquellos que llaman Pueblo a su propia voluntad...
— No empieces con la moralina política subversiva que te traes entre manos. De actuar así la identificación..., ¡es fantástico Lu Tao, al identificarse la persona con el símbolo, deja de ser minúscula para convertirse en algo mucho más grande. ¡Es eso lo que hace que miles de ciudadanos marchen unidos!
— Un factor en todo caso Ho Sa Nian. Pero, princesa, esa sensación no es más que una fantasía. Al identificarse, la persona, pierde la oportunidad de averiguar qué es ella en sí misma. Abdica de su personalidad. Cuando alguien se identifica con algo sublime, a mi juicio, no hace más que perseguir el viento, atrapar sombras y pregonar disparates. Mil veces mejor amaestrar piojos mil años, Ho Sa Nian. ¿Acaso no está a la vista de quien quiera verlo?
Por las cuatro esquinas del Cielo, las columnas de humo mostraban las poblaciones incendiadas.
Mientras Lu Tao tensa su hu chin, y Jormungand intenta amaestrar piojos a la hora de la siesta, la Princesa Ho Sa Nian, aburrida en el medio del Páramo Maldito, a la sombra de un arbusto raquítico, interroga a su músico jefe.
— Dime Lu Tao, ¿por qué despiertan los cerdos de cabeza blanca tanta emoción en el pueblo de Guanpon? ¿No te parece realmente estúpido venerar a un cerdo?
— Ciertamente princesa, la veneración del cerdo de cabeza blanca es tan estúpida como la veneración que se hace a tu augusto padre el emperador en Quin, que cada vez que se le nombra...
— ¡Lu Tao!
— En realidad la función que ejercen ambas figuras es la misma. Todo parte del problema de la identificación. Apártate Princesa, no sea que salte la cuerda del hu chin y te deje tuerta...
— Explícate Lu Tao. Qué problema es ese que nunca he escuchado mencionar.
— Sabemos que todo es producto del Cielo, que guía sin voluntad, que ve siendo ciego, que actúa sin manos sometido a sus propias leyes, nacidas del Caos. La naturaleza carece de conciencia. Por casualidad, nosotros la poseemos. Por eso no sabemos qué somos, pero sabemos que todo carece de sentido...
— Entiendo Lu Tao.
— ¿En serio? ¿Entiendes? ¿Me he llevado más de veinte años pensando en ello y tú lo entiendes? Eso es indignante Princesa...
— Lu Tao, no soy una estúpida como bien sabes. Continúa.
— La cuestión es, jefa mía, que de esa ignorancia parte nuestro deseo de ser algo. Queremos descubrir qué somos, pero en lugar de averiguarlo, dada la complejidad de la pregunta y lo insondable de nuestra estupidez, creamos un fantasma, una quimera como las que esparcen los predicadores de Quon, y nos identificamos con algo a lo que atribuimos un ser colectivo. Nuestra naturaleza anhela ser algo más de lo que ya es, quiere salir de la insignificancia de su unidad, y crea un símbolo en el que deposita ese anhelo de superación. Puede ser un cerdo, un calamar, un estandarte o el nombre de tu padre.
— Ciertamente es curioso tu planteamiento.
— Ese símbolo es algo a lo que dotamos de significado arbitrario. El chu es un calamar prensado, pero en manos de tus intelectuales se ha convertido en el alma del pueblo de Quin. Una vez creado el símbolo, el pueblo solo tiene que identificarse con él para convertirse en un rebaño. Y los rebaños están cayendo en manos del mandatario. Como bien sabes, los gobernantes son aquellos que llaman Pueblo a su propia voluntad...
— No empieces con la moralina política subversiva que te traes entre manos. De actuar así la identificación..., ¡es fantástico Lu Tao, al identificarse la persona con el símbolo, deja de ser minúscula para convertirse en algo mucho más grande. ¡Es eso lo que hace que miles de ciudadanos marchen unidos!
— Un factor en todo caso Ho Sa Nian. Pero, princesa, esa sensación no es más que una fantasía. Al identificarse, la persona, pierde la oportunidad de averiguar qué es ella en sí misma. Abdica de su personalidad. Cuando alguien se identifica con algo sublime, a mi juicio, no hace más que perseguir el viento, atrapar sombras y pregonar disparates. Mil veces mejor amaestrar piojos mil años, Ho Sa Nian. ¿Acaso no está a la vista de quien quiera verlo?
Por las cuatro esquinas del Cielo, las columnas de humo mostraban las poblaciones incendiadas.
Última edición por TAO el 18 Jun 2007, 18:54, editado 2 veces en total.
La función de la Historia
El teniente Bob (el amigo de Jormungand), y sus hombres, llevan una semana acosando a una partida de rebeldes de la Agrupación del Tiburón de Jade. Cansados y hambrientos, pero con la moral inflamada de amor a su Patria, se han visto obligados a retirarse a su base de operaciones, situada en una caverna en el desfiladero de Fu Jian, cerca de Jian Fu. Sin posibilidad de huida, y decididos a no rendirse, los diez jóvenes armados a la usanza de Guanpon (lanzas que todo lo perforan e impenetrables escudos), se preparan para vender caras sus vidas. Los dirige la señorita Loto Suave, una de las seis damas de compañía de Tigresa Lady Wu. Ocultos en el matorral, a unos cien metros, Lu Tao toma apuntes para sus canciones y Ho Sa Nian fuma sus últimas reservas de opio mientras aguardan los acontecimientos. Otros artistas y trovadores afinan sus litófonos. Sabedores de que están haciendo historia y que su gesta será cantada durante mil años, las tropas de Quin han abrillantado sus uniformes de cuero rojo.
— Tenemos que acercarnos al pueblo a comprar opio Lu Tao —sugiere Ho Sa Nian—… Escucha: he pensado en abrir una gran red de comercios propiedad del Estado que venderían opio de buena calidad a un precio económico para poner esa bendición al alcance del pueblo llano. Les llamaría estancos…
—¡Princesa!, déjate de opio y mira: ya se disponen al combate. Tus soldados son muchos más, qué poca deportividad… Espero que se rindan esos locos… Escucha esta oda que les dedico: "En el repecho las lanzas enhiestas apuntan al enemigo pecho. Escudos de bambú. Sudor, orín y heces… ¡Si vosotros golpeáis, os lo devolveremos con creces". ¿Qué te parece?
—Abominable.
Empieza la batalla. El teniente Bob es un hombre conservador y no quiere correr riesgos. La centuria de soldados de Quin primero flecha a los rebeldes. Otro destacamento sube por el desfiladero y provoca un diluvio de rocas. Los honderos lanzan gruesas bolas de plomo y cuencos incendiarios. Los perros de batalla atacan los genitales...
Los patriotas guanponeses se cubren como pueden con los escudos impenetrables, pero al cabo de diez minutos sólo quedan cuatro de ellos en pie (uno de ellos castrado) protegiendo a la señorita Loto Suave. El teniente Bob ordena un receso para tomar el té.
—Habrá que decir que el combate cuerpo a cuerpo fue tremendo, ¿no Princesa?
En ese momento la señorita Loto Suave, lanzando amenazadores rugidos, chillando como una posesa blandiendo la katana: «¡al que se intente rendir le rajo las tripas!», penetra en la cueva, y ayudada por dos de sus hombres saca laboriosamente un artefacto cilíndrico que acaba en un cono colorado. Por la parte de atrás sale una vara larga de cerezo y una mecha. El cohete medirá sus buenos dos metros de largo y tendrá un diámetro de treinta centímetros. La figura de un cerdo de cabeza blanca va dibujada en el dorso. Los soldados se inquietan. El teniente Bob no sabe qué hacer. La señorita Loto Suave, con risa diabólica que hace que se sobresalten los buitres, apunta a la tropa, valora la velocidad del viento, entorna los ojos con fúnebre disposición, enciende un yesquero y prende la mecha lanzando un grito de amenaza, desafío y triunfo. Sus “jiiiijijijiji” se extienden por el valle gracias al eco.
—¡Princesa! ¡Habéis visto! ¡Han hecho un cohete gigante!
— Pero, ¿para qué? Falta mucho para el Año Nuevo...
— ¡Lo van a emplear como arma!
—¡Lu Tao!, ¡qué gran idea! Nunca hubiera pensado en emplear los fuegos del Cielo en una batalla… ¡Lu Tao!, ese proyectil bien empleado, dirigido contra las tropas, será tan terrorífico que acabará con todas las guerras… Hay que reclutar a esa señorita Loto Suave…
—¿Pero qué tonterías dices Ho Sa Nian? Anda, no sueltes más pegos.
— Corre. Detén el combate y dile a esa chica que venga a verme...
— ¡Ja!... ¡JA!, claro Princesa, ahora voy si eso...
Una especie de luz blanca primero, un tremendo explotido a continuación, un vendaval que echa la cara hacia atrás…, luego una nube en forma de hongo se levanta de la posición de los guanponeses y se va to p’al sipote. El cohete ha estallado entre ellos y los ha despanzurrado sin misericordia. Los soldados, algo más alejados, han tenido suerte saliendo disparados en diversas direcciones. Medio desfiladero se viene abajo arrastrando al destacamento que estaba en la cumbre. Los artistas y trovadores huyen como pueden cojeando y gimiendo. Los perros de batalla corren a carajo sacao. Una lluvia de polvo negro lo cubre todo. Toses y llamadas a mamá. Frente a Lu Tao, cae la cabeza de la señorita Loto Suave.
—Me temo que habrá que perfeccionar esa idea del cohete jefa. Menudo jardalaso.
—¡Qué horror!
—Silencio Ho Sa nian. Escuchemos un momento a la señorita Loto Suave [Lu tao acerca su oreja a los labios de la cabeza]… ¡Ah! ¡Me está diciendo que Guanpon triunfará sobre tu tiranía! ¡Tiembla Ho Sa Nian!
—¿Te volviste loco? ¡Qué quieres que diga!, ¡esa señorita ha muerto! ¡Por el Cielo!, tengo que fumar un poco…
— Ho Sa Nian, recuerda que tus historiadores afirman que tu héroe nacional, el capitán Kao, cuando fue decapitado por los quonistas, habló después de muerto para proclamar la futura victoria de tu padre… Pues ya ves que esta patriota no dice nada, y por analogía también Kao debió de cerrar el pico. Ya sé que no te descubro ningún misterio, y por eso te sugiero que cuando vuelvas expulses a tus historiadores de Quin, por farsantes. Mienten como cachoperros para adular a tu padre y enloquecer a las masas. Y decapita a unos cuantos antes, no sea que vuelvan. Si hay algo tan perverso como un burócrata, un soldado o un asceta espiritista, es un historiador activo al servicio del Reino. ¿Y cuál de ellos no lo es? Porque los soldados matan a los vivos y los historiadores a los muertos. Dicen que buscan la verdad de lo que pasó, ¡ja!, ¿y qué es la verdad? No encontrarás a dos que estén de acuerdo en algo…
— ¡Cállate!
— Mira, allí está Jormungand regañando al teniente Bob.
—¡My horn, my big horn! It is a massacre. Bad, bad Bob. There is no sacred celebration in the night. ¡Evil bad!.
—But Jhonny, Jhonny… ¡It has been she the one that has knocked down the mountain with the big thunder! ¡The mega big flatulence! ¡I am not guilty! ¡I need love! ¿do you understand?
— Y que lo digas Princesa. Tenemos que volver a Palacio cuanto antes. Esto cada vez está más feo. Si me lo permites, voy a cantarte el poema de Li Chis con el hu chin:
Ho Sa Nian, profundamente rebotada y cubierta de hollín, intentaba encender la pipa.
El teniente Bob (el amigo de Jormungand), y sus hombres, llevan una semana acosando a una partida de rebeldes de la Agrupación del Tiburón de Jade. Cansados y hambrientos, pero con la moral inflamada de amor a su Patria, se han visto obligados a retirarse a su base de operaciones, situada en una caverna en el desfiladero de Fu Jian, cerca de Jian Fu. Sin posibilidad de huida, y decididos a no rendirse, los diez jóvenes armados a la usanza de Guanpon (lanzas que todo lo perforan e impenetrables escudos), se preparan para vender caras sus vidas. Los dirige la señorita Loto Suave, una de las seis damas de compañía de Tigresa Lady Wu. Ocultos en el matorral, a unos cien metros, Lu Tao toma apuntes para sus canciones y Ho Sa Nian fuma sus últimas reservas de opio mientras aguardan los acontecimientos. Otros artistas y trovadores afinan sus litófonos. Sabedores de que están haciendo historia y que su gesta será cantada durante mil años, las tropas de Quin han abrillantado sus uniformes de cuero rojo.
— Tenemos que acercarnos al pueblo a comprar opio Lu Tao —sugiere Ho Sa Nian—… Escucha: he pensado en abrir una gran red de comercios propiedad del Estado que venderían opio de buena calidad a un precio económico para poner esa bendición al alcance del pueblo llano. Les llamaría estancos…
—¡Princesa!, déjate de opio y mira: ya se disponen al combate. Tus soldados son muchos más, qué poca deportividad… Espero que se rindan esos locos… Escucha esta oda que les dedico: "En el repecho las lanzas enhiestas apuntan al enemigo pecho. Escudos de bambú. Sudor, orín y heces… ¡Si vosotros golpeáis, os lo devolveremos con creces". ¿Qué te parece?
—Abominable.
Empieza la batalla. El teniente Bob es un hombre conservador y no quiere correr riesgos. La centuria de soldados de Quin primero flecha a los rebeldes. Otro destacamento sube por el desfiladero y provoca un diluvio de rocas. Los honderos lanzan gruesas bolas de plomo y cuencos incendiarios. Los perros de batalla atacan los genitales...
Los patriotas guanponeses se cubren como pueden con los escudos impenetrables, pero al cabo de diez minutos sólo quedan cuatro de ellos en pie (uno de ellos castrado) protegiendo a la señorita Loto Suave. El teniente Bob ordena un receso para tomar el té.
—Habrá que decir que el combate cuerpo a cuerpo fue tremendo, ¿no Princesa?
En ese momento la señorita Loto Suave, lanzando amenazadores rugidos, chillando como una posesa blandiendo la katana: «¡al que se intente rendir le rajo las tripas!», penetra en la cueva, y ayudada por dos de sus hombres saca laboriosamente un artefacto cilíndrico que acaba en un cono colorado. Por la parte de atrás sale una vara larga de cerezo y una mecha. El cohete medirá sus buenos dos metros de largo y tendrá un diámetro de treinta centímetros. La figura de un cerdo de cabeza blanca va dibujada en el dorso. Los soldados se inquietan. El teniente Bob no sabe qué hacer. La señorita Loto Suave, con risa diabólica que hace que se sobresalten los buitres, apunta a la tropa, valora la velocidad del viento, entorna los ojos con fúnebre disposición, enciende un yesquero y prende la mecha lanzando un grito de amenaza, desafío y triunfo. Sus “jiiiijijijiji” se extienden por el valle gracias al eco.
—¡Princesa! ¡Habéis visto! ¡Han hecho un cohete gigante!
— Pero, ¿para qué? Falta mucho para el Año Nuevo...
— ¡Lo van a emplear como arma!
—¡Lu Tao!, ¡qué gran idea! Nunca hubiera pensado en emplear los fuegos del Cielo en una batalla… ¡Lu Tao!, ese proyectil bien empleado, dirigido contra las tropas, será tan terrorífico que acabará con todas las guerras… Hay que reclutar a esa señorita Loto Suave…
—¿Pero qué tonterías dices Ho Sa Nian? Anda, no sueltes más pegos.
— Corre. Detén el combate y dile a esa chica que venga a verme...
— ¡Ja!... ¡JA!, claro Princesa, ahora voy si eso...
Una especie de luz blanca primero, un tremendo explotido a continuación, un vendaval que echa la cara hacia atrás…, luego una nube en forma de hongo se levanta de la posición de los guanponeses y se va to p’al sipote. El cohete ha estallado entre ellos y los ha despanzurrado sin misericordia. Los soldados, algo más alejados, han tenido suerte saliendo disparados en diversas direcciones. Medio desfiladero se viene abajo arrastrando al destacamento que estaba en la cumbre. Los artistas y trovadores huyen como pueden cojeando y gimiendo. Los perros de batalla corren a carajo sacao. Una lluvia de polvo negro lo cubre todo. Toses y llamadas a mamá. Frente a Lu Tao, cae la cabeza de la señorita Loto Suave.
—Me temo que habrá que perfeccionar esa idea del cohete jefa. Menudo jardalaso.
—¡Qué horror!
—Silencio Ho Sa nian. Escuchemos un momento a la señorita Loto Suave [Lu tao acerca su oreja a los labios de la cabeza]… ¡Ah! ¡Me está diciendo que Guanpon triunfará sobre tu tiranía! ¡Tiembla Ho Sa Nian!
—¿Te volviste loco? ¡Qué quieres que diga!, ¡esa señorita ha muerto! ¡Por el Cielo!, tengo que fumar un poco…
— Ho Sa Nian, recuerda que tus historiadores afirman que tu héroe nacional, el capitán Kao, cuando fue decapitado por los quonistas, habló después de muerto para proclamar la futura victoria de tu padre… Pues ya ves que esta patriota no dice nada, y por analogía también Kao debió de cerrar el pico. Ya sé que no te descubro ningún misterio, y por eso te sugiero que cuando vuelvas expulses a tus historiadores de Quin, por farsantes. Mienten como cachoperros para adular a tu padre y enloquecer a las masas. Y decapita a unos cuantos antes, no sea que vuelvan. Si hay algo tan perverso como un burócrata, un soldado o un asceta espiritista, es un historiador activo al servicio del Reino. ¿Y cuál de ellos no lo es? Porque los soldados matan a los vivos y los historiadores a los muertos. Dicen que buscan la verdad de lo que pasó, ¡ja!, ¿y qué es la verdad? No encontrarás a dos que estén de acuerdo en algo…
— ¡Cállate!
— Mira, allí está Jormungand regañando al teniente Bob.
—¡My horn, my big horn! It is a massacre. Bad, bad Bob. There is no sacred celebration in the night. ¡Evil bad!.
—But Jhonny, Jhonny… ¡It has been she the one that has knocked down the mountain with the big thunder! ¡The mega big flatulence! ¡I am not guilty! ¡I need love! ¿do you understand?
—Vámonos al pueblo a llenar la pipa —ordena Ho Sa Nian—. Por hoy ha sido suficiente.*¡Mi cuerno, mi cuerno grande. Esto es una masacre! Mal, Bob malo. No hay ninguna celebración sagrada por la noche. ¡Mal malo!
*¡Pero Jhonny, Jhonny … ¡Ello ha sido ella el que ha derribado la montaña con el gran trueno! ¡El gran pedo! ¡No soy culpable! ¡Necesito amor! ¿Entiendes?
— Y que lo digas Princesa. Tenemos que volver a Palacio cuanto antes. Esto cada vez está más feo. Si me lo permites, voy a cantarte el poema de Li Chis con el hu chin:
— ¡Oh ya cállate! Si fumases un poco no pensarías en tantas tonterías.¡Escapar, volver a Palacio!
Vestir ropas de seda y el grueso collar de oro de siete vueltas,
andar con babuchas de camello,
yo mismo he dicho a mi estómago que esclavice a mi mente
¿por qué habría de estar así, lleno de piojos?
Y si sé que no hay remedio para lo pasado,
también sé que no hay esperanza para el futuro.
Mi burro cabecea bajo una brisa suave,
flap flap, el viento sacude mis ropas,
qué molesto, qué mal huele el campo,
cuando, de repente, alcanzo a ver mi mansión
de trescientos dormitorios.
¡y lleno de alegría echo a correr!
Pero procurando no cansarme.
Los sirvientes, alegres, salen a recibirme con el elefante recién encerado,
mi enorme piscina de agua caliente me espera junto a la despensa,
llena de arroz hasta reventar.
Llevado de la mano por los chicos de la gobernanta entro en la casa
en donde me espera un tonel de vino carísimo,
del que me bebo seis litros
mientras el cocinero, totalmente desnudo, gordo, grasiento y apetecible,
me corta con la tenaza del búfalo
las uñas de los pies y los callos...
Ho Sa Nian, profundamente rebotada y cubierta de hollín, intentaba encender la pipa.